Revisión Crítica

Arzoumanian, Ana El depósito humano. Una geografía de la desaparición Buenos Aires: Xavier Bóveda Ediciones, 2010, 168 pp.

Ivana Belén Ruiz Estramil
Universidad del País Vasco, España

Arzoumanian, Ana El depósito humano. Una geografía de la desaparición Buenos Aires: Xavier Bóveda Ediciones, 2010, 168 pp.

Papeles del CEIC. International Journal on Collective Identity Research, núm. 1, pp. 1-3, 2017

Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

Arzoumanian Ana. El depósito humano. Una geografía de la desaparición . 2010. Buenos Aires. Xavier Bóveda Ediciones. 168 pp.

1 El trabajo que a lo largo de las siguientes páginas paso a reseñar, podría definirse como un trabajo de metapoesía, en una narrativa que tiene el objetivo de seguir “los trazos de la construcción semántica de la diáspora armenia en la Argentina a partir del cuerpo desaparecido” (p.11), presenta un escrito de cuidada estética literaria al tiempo que fiel a los requisitos académicos. Ana Arzoumanian, escritora, poeta y traductora argentina, quien entre sus muchas obras destacan otros títulos como “Hacer violencia. El régimen insurrecto en el arte” o “Cuando todo acabe todo acabará”, presenta en esta ocasión una obra que nos traslada a la experiencia de diáspora vivida por el pueblo armenio2 en Argentina, llevándonos a la experiencia plasmada a través de la escritura de quienes concebían en la literatura una “vía de escape”.

Trauma, dislocación, abandono, nostalgia, exilio, identidad, desaparición…, son algunos de los conceptos, todos ellos de gran calado teórico, que recorren la obra buscando en la senda literaria las huellas litografiadas de quienes escribieron desde el exilio, desde las encrucijadas de esos grandes conceptos teóricos señalados. En el camino, el escrito nos abre paso a cuestionamientos que depositan en el campo de las Ciencias Sociales su posible reflexión, “multiplicar preguntas” (p.158) como refleja la intención de la autora.

La autora construye un escrito que discurre por los vericuetos del vacío dejado por la experiencia del dolor, de la incertidumbre hacia el futuro y el desconcierto por el pasado, en un presente que se materializa en la desconexión con el entorno. No hay partida, no hay llegada para quien discurre por la senda diaspórica. No obstante se escribe como forma de aferrarse a una memoria que reta los olvidos de la historia oficial. La autora nos decía allá por el inicio del escrito:

“Los recorridos de la imaginación literaria son tentativas de acordar con la historia. Con alguna historia. Un proceso de viaje y retorno relocaliza aquello que es por sí mismo una dislocación, indicando una relación compleja con la patria que actúa como desafío ante la voluntad o el deseo de poseer lo nativo”. (p. 13)

Construcción de una narrativa que de sentido o que al menos verbalice un proceso de ruptura en la experiencia vivida, en un caso paradigmático en donde la negación cae también sobre el ser previo al exilio: “en el caso armenio, no solo no hay cuerpos “sin identidad” sino que tampoco hay “identidad” de esos cuerpos ausentes” (p.17), doble negación de una existencia, que recae en la totalidad del proceso que envuelve la vivencia del sujeto.

Doble encrucijada en donde se inscribe la geografía de la desaparición, de coordenadas difíciles en las que ha de construirse el “sujeto diaspórico armenio siempre en cuestión ya que debe conjugarse con un sin cuerpo no identificado” (p.17), sujeto para el cual su materialidad no es suficiente para el reconocimiento, es más, se convierte en un lienzo desierto: “La maquinaria sensorial, el cuerpo como superficie en la que se inscriben los eventos y la producción de placeres se construye ausente, desierto” (p.18), dirá más adelante: “suspendidos en una frontera interior llevan con ellos la amnesia del desierto” (p. 113). El sujeto que recuerda a través de la memoria, a través de una experiencia negada, no reconocida, silenciada e incluso a veces auto-silenciada por temor, hace del cuerpo diaspórico un emisario contenedor de relatos que ha de verbalizar, de transformar en escritura, siendo este el camino de acceso a lo vivido desde lo más profundo del vacío habitado tras la diáspora.

La autora destaca los cambios que incluso a nivel lingüístico tienen lugar fruto de un movimiento diaspórico, forma ésta en la que el acontecimiento se ciñe sobre el lenguaje, dejando su impronta en el habla, en la forma ya de interpretar la realidad. Proceso profundo que se proyecta hacia el futuro, seña hacia las nuevas generaciones que aprenderán un lenguaje marcado por un pasado que quizás no les llegue en forma de relato, pero que subrepticiamente está presente, está dictando los propios códigos del habla actual.

Nos presenta al sujeto diaspórico como un sujeto en “suspensión” (p.106), nuevo estatus del ser dislocado tanto de su lugar de origen como del lugar al que llega. Una suspensión que se mantiene no solo por la experiencia de exilio forzado sino también por la condición de su “identidad negada”. Un estatus de suspensión que vuelve presente el pasado, lo eterniza en un gesto de inmovilidad que paradójicamente hace seguir adelante a quienes lo tienen como sustrato de su existencia.

La autora nos traslada también al imaginario sobre la experiencia, sobre el dolor de ciertos grupos sociales a los cuales no parecen reconocerle las mismas coordenadas de interpretación, en donde nos recuerda que para algunos territorios parece que se normalizan ciertas experiencias de dolor, de “salvajismo” (p.128), mientras que para otras se vuelven inauditas. Situación ésta de complicado tratamiento en cuanto a que se interpretan situaciones de extrema virulencia como si fueran “propias” de determinado contexto, rebajando así la carga emocional que genera sobre los sujetos que padecen estas situaciones.

Como reflexión final del escrito, la autora nos expone:

“Ubicados en un espacio fuera del depósito, ya no depositados, podemos construir una identidad cuerpo-historia que se traduzca en una palabra lo suficientemente fuerte como para resistir el blanco de la página. La página en blanco, ese vacío que habita la diáspora. Una soledad de imágenes, un silencio, fondo desde donde se pondrán acercar las palabras. Allí el escritor, contador de historias, partero de nuevos cuerpos, pondrá en juego la atracción de la palabra por la palabra. Porque no somos más que ficción, la idea que nos hacemos de nosotros mismos. Si es que hay un nosotros. O si es que hay lugar con tanta hambre para alguna idea. Poco a poco descubría que la escritura no es jamás, contra lo que pueda decirse, una victoria sobre la nada, sino, al contrario, una exploración de la nada a través del vocablo. Introducir una interrogación. Multiplicar la pregunta. Ser el blanco de todas las preguntas”. (p.158)

Esa palabra que resiste el “blanco de la página”, que se rebela contra el silencio pero que no obstante se ubica en el vacío de sentido, presenta en este excurso final las promesas del habla frente a lo inenarrable, “introducir una interrogante. Multiplicar la pregunta”, esa parece ser la máxima de una obra que abre el camino de una búsqueda constante.

Se trata de un libro que nos sumerge en la atmósfera del desconcierto de quien experimenta el exilio en una condición en la que además es negada su identidad previa. De una literatura que se presenta como escape de una situación de exilio marcada además por la invisibilidad de un reconocimiento, por la negación de las condiciones para una identidad reconocible, narrativa por tanto que se convierte en el soporte de quienes no solo vivieron el exilio, sino también que lo encarnaron en una suerte de dislocación de su propio ser.

Notas

1 Beneficiaria del Programa de formación de personal investigador no doctor del Gobierno Vasco.
2 Diáspora producida fruto del exilio forzoso y genocidio llevado a cabo fundamentalmente entre 1915 y 1923 (aunque los hostigamientos existen desde años atrás) por el Imperio Otomano sobre población civil armenia.
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