Artículos
La construcción discursiva de la inevitabilidad en los inicios del gobierno de la Alianza (Argentina, 1999-2000)*
The Discursive Construction of Unavoidability at the Beginning of the Alliance Government (Argentina, 1999-2000)
La construcción discursiva de la inevitabilidad en los inicios del gobierno de la Alianza (Argentina, 1999-2000)*
Papel Político, vol. 23, núm. 2, 2018
Pontificia Universidad Javeriana

Recepción: 02 Marzo 2018
Aprobación: 25 Junio 2018
Publicación: 18 Diciembre 2018
Resumen: Desde los inicios del gobierno de la Alianza (diciembre de 1999), gran parte de los discursos políticos establecieron polémicas en torno al significante “crisis”. En ese contexto, fueron enunciados una variedad de diagnósticos que disputaron por definir qué era lo que estaba en crisis, cuáles eran las causas de esta y cómo debía ser conjurada. A partir del modo en que los discursos políticos delinearon los contornos de “la crisis”, hemos identificado tres grandes tópicas o conjuntos de argumentos (que denominamos fiscalista, asistencialista y mercadointernista) y un eje en disputa clave vinculado a la construcción de la inevitabilidad de las medidas que se proponía adoptar. Aunque estas tópicas signaron el campo discursivo de lo político hasta fines del año 2001, se consolidaron con sus principales rasgos en el marco de la polémica por la reducción salarial y la aprobación de la reforma laboral de mediados del año 2000. En este sentido, sostenemos que es clave rastrear la construcción discursiva de la inevitabilidad porque constituye un elemento central para comprender parte del proceso de pérdida de legitimidad de la palabra política que alcanzó su punto de mayor algidez en lo que se conoció como “la crisis del 2001”.
Palabras clave: discursos políticos, crisis, Alianza, inevitabilidad.
Abstract: From the beginning of the Alliance government (December 1999), a great deal of political discourses sparked off controversies concerning the signifier ‘crisis’. In this context, a range of diagnoses were outlined that contended on defining what is that in crisis, what are the causes and how to avert it. Based on the mode the political discourse used to outline the “crisis” contour, we identified three major topics or sets of arguments (and we called them: audit-oriented, aid-oriented y marketing-oriented). A key contending ground concerning the construction of the unavoidability in the measures that should be adopted was also identified. Although these topics marked the discursive field of the political until the end of 2001, they were consolidated with their main traits under the framework of controversies due to the reduction in wages and the labor reform approved in mid-year 2001. In this vein, we argue that it is crucial to track the discursive construction of the unavoidability as it is an essential element to understand somehow the process of legitimacy loss the political word underwent until the highest point in the event known as the “2001 crisis”.
Keywords: political discourses, crisis, Alliance, unavoidability.
Introducción
La campaña para las elecciones presidenciales de octubre de 1999 había estado signada por los esfuerzos de los candidatos de las dos principales fuerzas (Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación y Partido Justicialista [PJ]) por diferenciarse de la gestión de Carlos Menem (PJ) y por un relativo consenso: algo estaba en crisis (ya fueran los indicadores económicos, la situación social o el prestigio de los elencos políticos) y era preciso instaurar cierto tipo de cambio. En ese contexto, la fórmula de la coalición entre la centenaria Unión Cívica Radical y el novel Frente País Solidarioi —conformada por Fernando De la Rúa (UCR) y Carlos ‘Chacho’ Álvarez (FrePaSo)— logró imponerse por el 48 % de los votos a la del Justicialismoii, revelando la eficacia del distanciamiento construido por sus candidatos con respecto a aquel pasado menemista signado por “el déficit fiscal”, “la corrupción” y “la inequidad” que consideraban necesario dejar atrás (Carta a los Argentinos, 10/08/1998iii). Sin embargo, junto a dicho proceso de diferenciación se articuló la continuidad de la convertibilidad cambiaria, uno de los pilares de la gestión de Menem durante su década de gobierno. Luego de su instauración en 1991, la potencia productiva que había cobrado el “1 a 1” excedía lo estrictamente económico y monetario. Se había constituido en un dispositivo institucionaliv exitoso que “estructura[ba] las prácticas cotidianas, institu[ía] formas de organización [y] se [asentaba] finalmente en la inercia, la fuerza ‘natural’ de las cosas” (Heredia, 2011, p. 216) y que, como tal, parecía no poder ser discutidov.
El sostenimiento del tipo de cambio convertible no era tarea sencilla en la Argentina de fines del milenio, donde la economía atravesaba un proceso recesivo desde hacía un año, el producto registraba una caída del 3,8 %, la demanda agregada estaba deprimida, el desempleo seguía su ruta ascendente, la sobrevaluación cambiaria dificultaba las exportaciones y los intereses de la deuda externa presionaban sobre el conjunto de la economía con cada vez más fuerza (Rapoport, 2005). Durante los primeros seis meses, y con miras a aquel objetivo, el gobierno decidió poner en práctica una serie de medidas: recorte de gastos del Estado y aumento de varios impuestos (diciembre de 1999); nuevo recorte a fines de mayo del 2000 (que implicó la reducción de los salarios públicos entre un 12 y un 15 %) y promoción de la reforma laboral (cuyo objetivo era la flexibilización de las condiciones de trabajo) (Salvia, 2011). Las medidas de ajuste y los diversos salvatajes financieros implementados a lo largo de los casi dos años de gobierno de la Alianza no solo no lograron revertir la situación, sino que —por el contrario— contribuyeron al colapso financiero y al agravamiento de la situación social que, junto a las dificultades político-institucionales que signaron a la coalición de gobierno (Novaro, 2002a, 2002b; Ollier, 2008), confluyeron en la renuncia del presidente y, finalmente, en el complejo haz de procesos que se conoce como “la crisis del 2001”.
Desde el campo de las ciencias sociales proliferaron diversas investigaciones que contribuyeron a desentrañar dicha complejidad. A partir del modo en que cada uno dio respuesta a la pregunta “¿qué entró en crisis en el 2001?”, es posible distinguir al menos tres conjuntos de trabajos en torno al temavi. Por un lado, podemos reunir a aquellos estudios que se focalizaron en la conformación y transformación de las identidades sociales (movimientos sociales, piqueteros, multitud) y en su relación crítica respecto al Estado (Colectivo Situaciones, 2002; Negri, 2003; Svampa, 2011; Svampa y Pereyra, 2003). En segundo lugar, encontramos aquellos trabajos que enfocaron sus análisis en el proceso de debilitamiento del orden político-institucional (Cheresky, 2004; Novaro, 2002a, 2002b, 2006; Pousadela, 2006). Y, finalmente, reunimos a aquellos análisis preocupados por la crisis del 2001 en clave de dislocación de los procesos de significación y de dotación de sentidos de los vínculos sociales y políticos (Barros, 2006; Biglieri y Perelló, 2007; Pérez, 2013). Desde esta última perspectiva, se sostuvo que lo que entró en crisis en Argentina aquel año fue la palabra política (Rinesi y Vommaro, 2007); más específicamente, lo que atravesó una etapa crítica fue la legitimidad de la palabra de “los políticos”, en particular, y de “la política”, en general, para construir sentidos en torno a lo común de la comunidad. Es esta última perspectiva la que constituye el punto de partida de nuestra clave analíticavii: ¿cómo construyeron “la crisis” los discursos políticos circulantes entre fines de 1999 y mediados del 2000?, ¿qué lugar le asignaron a “la política” (y a “los políticos”) en relación con esos modos de conjurarla?
En esta línea, el objetivo del presente trabajo apunta a recomponer las disputas discursivas en el campo político en torno al sintagma “crisis” en la primera etapa del gobierno de la Alianza. Sostenemos que entre diciembre de 1999 y mayo del 2000 es posible rastrear el proceso de consolidación de tres grandes series de argumentos que se erigieron como diagnósticos de “la crisis”. Estas tres articulaciones tópicas (la fiscalista, la asistencialista y la mercadointernista) surgieron en este primer periodo, pero constituyeron los principales argumentos en torno a “la crisis” que hicieron propios los enunciadores políticos hasta fines del 2001. Estos disputaron por definir qué era lo que estaba en crisis, cuáles eran las causas de esta y cómo debía ser conjurada, y uno de los elementos clave de conflicto giró en torno a la construcción de la temporalidad (porque mientras desde los argumentos fiscalistas se afirmaba que había un único camino posible para salir de aquella situación, quienes sostuvieron los mercadointernistas pugnaron por erigir sus propuestas en una alternativa posible y legítima).
El foco analítico de este trabajo se situará en los aspectos argumentativos de los discursos políticos, atendiendo a la identificación de topoï argumentativos (Anscombre y Ducrot, 1994)viii, y a la dimensión dialógica e interdiscursiva de su construcción (a partir, por ejemplo, de los retomes de un mismo argumento entre diversos discursos). Para ello, propondremos la noción de articulación tópica (o, simplemente, tópica) para denominar a los conjuntos de topoï, cadenas argumentativas y presupuestosix, a partir de los cuales se construyó y dotó de sentido al significante “crisis”.
A partir de un serie de materiales (notas periodísticas, cadenas nacionales y otros documentos), se construyó un corpusx de análisis compuesto por aquellas piezas discursivas políticas que tematizaron el significante “crisis” entre el 10 de diciembre de 1999 y el 30 de junio del 2000xi. En dicho periodo analizaremos los discursos políticos en una serie de coyunturas (en las que se tematizaron diferentes objetos de discurso asociados al de “crisis”), como el discurso de investidura de Fernando De la Rúa, el aumento de impuestos de enero del 2000, la reducción salarial de mayo y la aprobación de la reforma laboral.
El discurso de asunción de la Rúa. Formulación inicial de “esta crisis”
El acceso de la Alianza al Poder Ejecutivo fue acompañado por la obtención de una mayoría propia en la Cámara de Diputados. Sin embargo, el panorama no era tan alentador en otros aspectos, porque la mayoría de la Cámara Altaxii y catorce provincias (incluyendo las tres “grandes”, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe) quedaron en manos del Partido Justicialista (PJ). En ese contexto (que requería fuertes negociaciones con otros sectores —a nivel legislativo y también federal— para la construcción de consensos que permitieran aprobar las leyes), el eje del discurso de asunción de De la Rúa se centró en delinear un diagnóstico o evaluación de la coyuntura que apuntaba a poner en evidencia que el país atravesaba una situación crítica que ameritaba la adopción de medidas excepcionales. Se afirmaba que: (a) había crisis; (b) esto generaba una situación excepcional; (c) el modo en que se intentaba conjurarla era el único posible; (d) el resultado de esto sería inexorablemente positivo. Este modo inicial de construcción del significante “crisis” fue clave no solo por haber sido proferido en el marco de un discurso de investidura, sino también porque sus principales argumentos fueron retomados por diversas enunciaciones políticas posteriores, tanto para profundizarlos como para polemizar con ellos, haciendo de “crisis” un objeto de discurso (Foucault, 2007; Sitri, 1996, 2006) en disputa.
(1) “Cuando hay que cubrir un bache del orden de los 10 mil millones de pesos no se puede decir alegremente que hay cuentas ordenadas. La situación es peor que la anunciada; más grave que la informada por el gobierno saliente, que habla de un orden financiero que en rigor no existe. Tenemos que bajar el gasto [...] Dejar las cosas como están significaría más desempleo, más crisiseconómica, menos recursos para la educación, la salud y la pobreza. [Las itálicas son nuestras] (Discurso de asunción de Fernando De la Rúa, 10/12/99)
(2) Debo ser sincero ante esta Honorable Asamblea. Este presidente, que recién hoy asume, no quiere más impuestos. Pero hay que bajar el déficit. Quienes lo hicieron critican sin aportar soluciones. Debieron resolverlo para no entregar el país en una crisis de esta dimensión. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, 10/12/99)
(3) Vamos a afrontar esta crisis con coraje; vamos a superarla porque así vamos a crecer y vamos a crear las condiciones de vida dignas para todos. Los convoco a hacerlo, a amigos y a adversarios, a quienes desde hoy serán oficialistas y a quienes desde hoy integrarán la oposición. Debemos actuar con la responsabilidad que nos impone la exigencia de una nueva política, donde se ponga el interés general por encima del interés partidista, el bien del pueblo por encima de la discusión de las facciones y los problemas se resuelvan con un sentido de responsabilidad republicana. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, 10/12/99)
Las tres primeras formulaciones de la “crisis” presentes en el discurso de investidura de De la Rúa presentan la situación crítica a partir de un cierto efecto de evidencia. “Más crisis” y “esta crisis” —a partir de la modelización ejercida por el adverbio de cantidad “más” y el pronombre demostrativo “esta”xiii— la exhiben como presupuesta para un cierto nosotros, porque, como señala Ducrot, los presupuestos implican el despliegue (entre enunciador y destinatarios) de un cierto mundo de representaciones consideradas como evidentes (Ducrot, 2001, p. 15).
(4) El 24 de octubre los argentinos expresaron una firme vocación de cambio. Ese cambio supone, en primer término, una estricta vigencia de los valores que deben estar necesariamente vinculados al estilo de gestión de los intereses públicos. La transparencia, la honestidad, la austeridad, la lucha permanente contra cualquier forma de corrupción, la convicción profunda de servir a la gente y no a sí mismos o a grupos privilegiados a la sombra del poder será un presupuesto insoslayable de mi gestión. [...] Y el primer deber es decirnos la verdad con honradez y con respeto y decirle al pueblo las cosas como son. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, 10/12/99)
En segundo lugar, es a partir de la forma de presentación de “esta crisis” que aquí pueden distinguirse varios colectivos. Por un lado, un nosotros conformado por quienes comparten el diagnóstico en torno a ella y una serie de valores (frag. 4) asociados a lo que se definió como “una nueva política” (frag. 3). Por otro lado, una alteridad respecto a la cual el enunciador pretende diferenciarse y que se desarrolla en dos niveles. En primer lugar, se encuentran “el gobierno anterior”, “algunos funcionarios que se van”, definidos con base en su condición moral y éticamente condenable; estos han mentido sobre la situación fiscal de la economía (no dijeron “las cosas como son”) y eso los ubica por fuera del “país decente, altruista y solidario” y de la “nueva sociedad ética, solidaria y progresista” que desde el gobierno se propone construir. Y esto es así porque el cambio que votaron los ciudadanos supone “la estricta vigencia” de ciertos “valores”-“reglas de moralidad”: “la transparencia, la honestidad, la austeridad, la lucha permanente contra cualquier forma de corrupción, la convicción profunda de servir a la gente y no a sí mismos o a grupos privilegiados a la sombra del poder”. Así, en este dispositivo de enunciación, la construcción del adversario se produce por intermedio de su (des)calificación como mentiroso, deshonesto y corrupto. Lo político se expresa así en un registro moral (Mouffe, 2011, p. 12) y conlleva la doble consecuencia de la deslegitimación del otro/malo y la legitimación del nosotros/bueno.
En segunda instancia, la propuesta de construcción de “una nueva política” soporta una convocatoria “a todos”, “a amigos y adversarios, a quienes desde hoy serán oficialistas y a quienes desde hoy integrarán la oposición”. Se delinea así un segundo tipo de alteridad que podrá ser parte del “país decente, altruista y solidario”, solo si demuestra poder ejercer su rol como oposición “responsable”, basada en el diálogo y con vistas al bien común:
(5) Quiero reconocer aquí la actitud de los gobernadores y luego del Senado para firmar primero y aprobar después el Compromiso Federal, que permite un avance que abre posibilidades de saneamiento administrativo. Esto es representativo de esta nueva política que debemos implementar desde ahora, basada en el diálogo, la responsabilidad y la defensa del bien común. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, 10/12/00)
Pero mientras el primer grupo de alteridad era excluido del nosotros-“país decente” por su condición moralmente reprobable (por su carencia de ciertos valores como decencia, responsabilidad, austeridad, lucha contra la corrupción), los segundos eran convocados a una instancia de “regeneración” (Aboy Carlés, 2010)xiv para poder ser incluidos en el colectivo de identificación (los propios/“amigos”xv). Quienes “desde hoy integrarán la oposición” y fueron antes parte del “gobierno saliente”, debían para ello ejercer su oposición “responsablemente” para formar parte de “la nueva política”, es decir, un política que “ponga el interés general por encima del interés partidista, el bien del pueblo por encima de la discusión de las facciones y los problemas se resuelvan con un sentido de responsabilidad republicana”. Como veremos en los próximos apartados, esta “nueva política” encontrará su correlato en la construcción de una “oposición constructiva”. Por el contrario, no serán parte de la tarea regenerativa aquellos que produjeron el déficit, mintieron sobre su magnitud y, además, hoy “critican sin aportar soluciones” y “en vez de sanearlo, cuestionan el llamado a un esfuerzo compartido”.
El tercer elemento que resaltaremos es el recurso a la modalidad deóntica (en este caso haber + infinitivo): “Este presidente, que recién hoy asume, no quiere más impuestos. Pero hay que bajar el déficit”. Este tipo de modalidad indica la obligatoriedad del contenido enunciado, por lo que la tarea así presentada aparece como un camino que parece ineludible: hay una crisis y “bajar el déficit” es lo que hay que hacer, para conjurarla. Este modo de exponer el camino de política pública que se iniciaba fue clave en los meses subsiguientes, porque la presentación de la situación (el diagnóstico) como objetiva y la forma de encararla (las medidas que se adoptarían) como inevitables fue lo que permitió que aquellos que intentaron disputar estos sentidos fueran (porque no aceptaban “las cosas como son”, frag. 4) negativamente calificados como irresponsables y como actores de la “vieja” política que hacían “obstruccionismo” (frente a “oposición constructiva”).
En cuarta instancia, podemos identificar dos topoï argumentativos en torno al significante-objeto “crisis”:
(6) El mayor problema es el desempleo. Nuestra consigna, la de todos, tiene que ser crear trabajo, [...] y la forma de lograrlo es haciendo crecer la economía. En un contexto de crecimiento podremos generar nuevos puestos de trabajo. Para esto, lo primero es equilibrar las cuentas públicas porque un presupuesto equilibrado atraerá nuevas inversiones que nos pondrán en marcha y se evitará que el peso del déficit caiga sobre el conjunto de la población, que en definitiva es la que paga las consecuencias. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, 10/12/99)
La cadena argumentativa 1 nos permite comprender cómo se construye el pasaje entre los elementos del topos T1 o topos del crecimiento:
(T1) [+ déficit fiscal + desempleo]
(CA1) [+ déficit fiscal - crecimiento de la economía] [- crecimiento de la economía + desempleo]
Este topos se articula, a su vez, a un segundo topos, el de la eficienciaxvi, que se puede resumir gráficamente de la siguiente manera:
(T2) [ + corrupción + déficit fiscal]
(CA2) [ + corrupción + ineficiencia] [ + ineficiencia + gasto] [ + gasto + déficit fiscal]
Este segundo argumento es el que completa la explicación “[d]el problema” y sustenta la “solución” propuesta. Se afirmaba que el origen del déficit fiscal (causa de los problemas de “esta crisis”, es decir, del desempleo) se encontraba en el uso ineficiente de los recursos, vinculado a “la corrupción” del “gobierno saliente”xvii. Por ello, el modo de resolver el problema comportaba dos aristas: la “lucha contra la evasión y la corrupción” y “un esfuerzo adicional” y “transitorio” vinculado a un aumento de impuestos.
(7) Para sanear las cuentas se precisa un esfuerzo adicional, que lo hemos pensado para que no afecte a los que menos tienen sino que se pide a los que pueden más y que será transitorio hasta que la recuperación de la economía y el éxito de la implacable lucha contra la evasión y la corrupción den sus frutos y mejoren los resultados. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, 10/12/99)
En resumen, en el discurso de asunción de De la Rúa es posible identificar una primera formulación de lo que denominamos articulación tópica fiscalista que pone en relación dos topoï, el del crecimiento y el de la eficiencia. Este diagnóstico de “esta crisis” que vivía la Argentina y su “solución” permitió delinear los contornos de un adversario político que era deslegitimado por una doble vía: por su moral reprochable (asociada a la mentira)xviii y por su incapacidad para entender lo que hay que hacer. Al registro moral se superponía un registro epistémico: el otro es descalificado no solo por detentar valores moralmente reprobables, sino también por carecer del conocimiento eficiente, verdadero y objetivo que le permitiría desarrollar políticas apropiadas en la situación que atraviesa el país. En este discurso, por tanto, lo político se constituye sobre un doble registro moral y epistémico-racional que permite expulsar al adversario, pero también a cualquier formulación de política pública alternativa que este articule, fuera del espacio de lo decible y lo pensable.
La tópica fiscalista: inevitabilidad y “oposición constructiva”
En este apartado, analizaremos el proceso de configuración de la articulación tópica fiscalista, a partir de los lineamientos identificados en el discurso de asunción de De la Rúa. Este proceso se asentó sobre los sucesivos retomes de los argumentos rastreados en el apartado precedente, su articulación con otros nuevos y las polémicas establecidas con las otras tópicas. Esos retomes se produjeron en la voz de diversos enunciadores políticos, tanto miembros de la coalición gobernantexix como referentes de lo que institucionalmente podríamos considerar como opositores —entre los que sobresalen los gobernadores de las principales provincias, todos ellos miembros del PJxx—. Sostenemos, por ello, que las voces que dieron forma a la tópica fiscalista excedieron los límites institucionales de lo que se podría definir como “el gobierno”: quienes sostenían que la causa de la crisis era el déficit fiscal se ubicaban en diferentes sectores del espectro político, lo que, en esta instancia inicial de la gestión aliancista, se tradujo en el apoyo a varias de sus medidas y en la votación de diferentes leyes por él promovidas. A continuación, expondremos las principales características de esta tópica.
En primer lugar, los retomes colocaron el foco en el topos de la eficiencia, en detrimento del del crecimiento:
(8) Hay que transparentar el gobierno, porque la corrupción es un problema que va más allá de una cuestión ética; se trata, además, de un gran problema económico. [Las itálicas son nuestras] (Machinea, LN, 29/01/00)
En las alocuciones relevadas detectamos una preocupación mayor por el eje corrupción-déficit fiscal que por el que ubicaba la solución al desempleo en el crecimiento económico (siendo que ambas habían sido delineadas en el discurso de investidura del presidentexxi). Así, el topos de la eficiencia ([+ corrupción + déficit fiscal]) se erigió como el núcleo central de la tópica fiscalista y esta como el marco argumentativo que sustentó dos de las primeras medidas de la gestión aliancista: la implementación del aumento de impuestos de diciembre de 1999 y las leyes de emergenciaxxii de enero del 2000:
(9) Reducir el déficit, actuar con transparencia y con sentido de responsabilidad, es abrir paso al crecimiento y a la inversión, [...] Para esto, lo primero es equilibrar las cuentas públicas porque un presupuesto equilibrado atraerá nuevas inversiones. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, 10/12/99)
(10) Ajustar fiscalmente es claramente reactivante. Es el único camino que hay hoy para asegurar la reactivación. (Vicens, Clarín, 10/12/99)
(11) [La reforma tributaria] apunta a solucionar la crisis que deja un gobierno y que debemos enfrentar nosotros [...] [y] gravará los impuestos a los que más ganan. A nadie le gusta crear impuestos, pero debemos hacerlo para lograr la estabilidad, disminuir el riesgo país y reducir el déficit fiscal. [Las itálicas son nuestras] (Baglinixxiii, LN, 16/12/99)
(12) El déficit es hoy nuestro peor enemigo. [...] enviaré a los legisladores una ley de emergencia para cortar el déficit que nos asfixia. Porque es el déficit que nos dejaron lo que está asfixiando al pueblo. [...] Las nuevas medidas impositivas son necesarias para bajar el déficit, sólo afectan a los que más tienen. [...] La nueva ley [...] es la ley de emergencia contra el déficit. Así volverán las inversiones, así bajarán las tasas de interés, así volverá el crédito y, en muy poco tiempo, estaremos disfrutando la reactivación económica y, como consecuencia directa, volverá el empleo. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, LN y Página/12xxiv, 24/12/99)
El desempleo (definido inicialmente como “el problema”) no desaparecía de la escena, pero perdía centralidad a favor del objetivo definido como primordial: “bajar el déficit” (frag. 10). El modo de lograrlo sería el camino del aumento de impuestos (para “equilibrar las cuentas públicas”), como medida “necesaria” (frag. 12) en el marco de la excepcionalidad de la situación crítica heredada del gobierno anterior (frag. 11). Se definía, así, un dispositivo temporal tripartito: excepcionalidad de la coyuntura basada en la gravedad de lo heredado; inevitabilidad de la reforma impositiva (presentada como “el único camino posible” (frag. 10) y un deber (frag. 11)xxv, a pesar de que “a nadie le gusta crear impuestos” (frag. 11), lo que se sumaba a la modalidad deóntica identificada en el apartado previo, “hay que cubrir el bache”). Adicionalmente, la reforma es enmarcada en una temporalidad más amplia, como solamente una primera etapa (frag. 9) (la que ya había sido concebida como “esfuerzo transitorio”) —no deseada, pero necesaria—, que garantizará —en el futuro— el objetivo buscado: “Así volverán las inversiones, así bajarán las tasas de interés, así volverá el crédito y, en muy poco tiempo, estaremos disfrutando la reactivación económica y, como consecuencia directa, volverá el empleo” (De la Rúa, 24/12/99). El camino de política pública se presenta como inevitable y sus consecuencias como inexorables, con base, precisamente, en la excepcionalidad de la situación vigente heredadaxxvi.
Al recomponer este modo de construcción de la “crisis” en estos discursos políticos, apuntamos a resaltar cómo la tópica fiscalista articula topoï argumentativos y modos de construir/concebir el tiempo que tienden hacia un efecto de deslegitimación de formas alternativas. Sostenemos que aquellos modos operan una cierta clausura del debate, porque de la definición de la “solución” como “la única posible” se derivan dos elementos: (a) que toda temporalidad alternativa es considerada imposible de llevar a la práctica y aun de ser pensada; y (b) que la adopción de una determinada política pública no surgiría de una decisión ni tampoco de un debate entre diferentes cosmovisionesxxvii, sino del curso de los hechos que ya estarían dados de antemano (y, por lo tanto, serían inevitables).
Este modo de construcción del tiempo (a partir de un triple dispositivo asentado sobre la inevitabilidad, alimentada por la excepcionalidad y la inexorabilidad) plantea una serie de interrogantes de índole teórica. Cabe preguntarse si aquel efecto deslegitimador de lo otro no tiene un alcance aún más amplio, al quitarle capacidad productiva a los propios enunciadores que hacen suyas estas formulaciones, a raíz de la reducción que operan sobre los márgenes de acción de su rol como actores políticos. En este sentido, ¿qué lugar queda para la acción política (de “los políticos”), para delinear lo común de la comunidad si ya hay un designio prefijado, un “único camino posible”xxviii? Si partimos de la distinción conceptual entre la política y lo políticoxxix, es posible pensar que la tópica fiscalista comportó un abordaje de “la crisis” no “antipolítico”, pero sí en clave “antipolítica”. No es “antipolítico” porque aun cuando deslegitime a su adversario recurriendo a la obturación del conflicto a partir de la construcción de —principalmente— la inevitabilidad, no pierde su condición de político en tanto no deja de delinear un adversarioxxx. La que ve mermada su legitimidad es “la política”, entendida como conjunto de prácticas, actores (“los políticos”) e instituciones en los que se define lo común de la comunidad (de manera privilegiada, aunque no exclusiva). Si a raíz de una situación excepcional, el camino decidido (una medida de política pública) es el único posible (inevitabilidad) y el devenir derivado de este también lo es (inexorabilidad), es el sistema político en general (“la política”) y quienes allí actúan (“los políticos”) quienes no tienen nada por hacer más que entregarse al desarrollo teleológico de lo que ya está dado.
Decíamos, algunas líneas atrás, que este efecto deslegitimador no fue incompatible con la construcción un otro-adversario político. Desde esta tópica, la frontera política (Aboy Carlés, 2001) se trazó, de la misma forma que en el discurso inaugural de De la Rúa, en relación con un pasado de corrupción y mentiras que constituía el origen de la crítica situación presente. Ese otro era temporalmente situado en una doble dimensión: en un tiempo pretérito (el de su accionar pasado, fuente de la grave situación vigente) y en el presente, desde donde aún amenazaba con impedir la “solución” a la “crisis” a raíz de su ejercicio de una oposición “obstruccionista” (por contraste con una “oposición constructiva”). Este objeto empezó a ser tematizado en el campo discursivo de lo político (Verón, 1987), en el marco del debate por el aumento de impuestos y las leyes de emergencia (diciembre de 1999-enero del 2000):
(13) (es necesario) adoptar políticas que ayuden a que los argentinos vivan mejor, a no obstruir —tampoco a hacer seguidismo—, y a tener una actitud crítica constructiva. [Las itálicas son nuestras] (Ruckauf, P/12 15/01/00)
(14) Hay que votarle a De la Rúa los proyectos que envía. Siempre hay que apoyar a quien se inicia en el gobierno. [Las itálicas son nuestras] (De la Sota, P12, 21/01/00)
(15) (El presidente) tiene un amplio consenso de la comunidad y de parte nuestra (los gobernadores del PJ) tiene un acompañamiento porque tenemos que dejar de lado la lucha partidaria, que ya vendrá, para beneficiar a la gente. [Las itálicas son nuestras] (Reutemann, P/12, 22/01/00)
(16) La sociedad, en octubre pasado, votó para que no haya poderes hegemónicos, pero tampoco oposiciones obstruccionistas. [Las itálicas son nuestras] (Atanasof [diputado PJ], Clarín, 12/02/00)
(17) Necesitamos más diálogo, más análisis constructivo, sin prevenciones y sin incondicionalidades porque no se trata de sumisiones. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, 14/02/00)
(18) (en la conducción de la CGT) Se dieron cuenta de que no era constructivo el paro y que nuestro proyecto promueve el empleo estable. [Las itálicas son nuestras] (Flamarique [ministro de Trabajo], P/12, 23/02/00)
Los fragmentos expuestos revelan cómo la construcción discursiva de la “oposición constructiva” tuvo un carácter fuertemente dialógico: dicho objeto de discurso se constituyó gracias a las operaciones de reiteración y retome en múltiples piezas discursivas. Quienes lo enunciaron pertenecían institucionalmente a la Alianza (presidente, diputados, ministros), al PJ (gobernadores, diputados) y al sindicalismo. El objeto “oposición constructiva” se instaló con formulaciones más contundentes en enero y febrero del 2000, con el inicio de las disputas por la reforma laboral en ciernes:
(20) Yo pienso que hay que ayudar a De la Rúa. [...] Hoy la obligación de los tres presuntos presidenciables —Reutemann, De la Sota y yo— es gobernar nuestras provincias. [Las itálicas son nuestras] (Ruckauf, Clarín, 17/01/00)
(21) Pero los tresxxxi tenemos vocación de administrar y de olvidarnos de las elecciones internas hasta el 2001. [...] Sí, creo que eso [un controlador] es lo que necesitan los argentinos. Que los que no son del partido del gobierno controlen y no hagan obstruccionismo. [...] Yo no voy a hacer política partidaria. Yo voy a gobernar la provincia de Buenos Aires. [Las itálicas son nuestras] (Ruckauf, LN, 24/01/00)
(22) La democracia no es pelea sino, ante todo, construcción. [...] Acá no hay pactos, venimos a trabajar. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, LN, 11/02/00)
(23) La crisis involucra a todos; no hay que hacer especulación de tipo político de achacar culpas ni a uno ni a otro. [...] Hay que sacar la bandería política. En este momento, tenemos que trabajar y solucionar los problemas de la gente. [Las itálicas son nuestras] (Reutemann, LN, 13/04/00)
En íntima concordancia con el imperativo de la construcción de “una nueva política” basada en “el diálogo, la responsabilidad y la defensa del bien común” (De la Rúa, 10/12/99), se abría la puerta a una posible regeneración de aquellosxxxii que, aun desde la oposición partidaria, podían ser parte del nuevo país si lograban comprender la inevitabilidad del camino adoptado y aportar desde un “análisis constructivo” (De la Rúa, Clarín, 14/02/00). Esta actitud se verificaba en “ayudar” (frag. 21), “apoyar” (frag. 14) y “acompañar” (frag. 15) al presidente, “votarle” (frag. 14) las leyesxxxiii y ejercer una función de “control” (frag. 21); y en relación con el rol específico de los gobernadores, implicaba “trabajar” (frag. 22) y “administrar” (frag. 21) las provincias correspondientes (limitando no solo conceptual sino también espacialmente su rol). La clave del ejercicio de la “oposición constructiva” implicaba, entonces, “sacar la bandería política” (frag. 23) y gobernar (frags. 20 y 21), sin “hacer política partidaria” (frag. 21).
“Nueva política” y “oposición constructiva” se constituyeron como dos definiciones complementarias sobre el quehacer político. En primer lugar, porque remitían a una concepción de la política vinculada a prácticas y discursos despojados de las pertenencias partidarias de sus protagonistas y cuyo objeto debía ser la defensa de un “bien común” que ocluía la dimensión conflictiva inherente a la política misma y a la construcción de aquel (y reforzando, por tanto, el efecto deslegitimador de la inevitabilidad). Y en segundo lugar, porque reducían el gobierno a la mera administración (positivamente calificada, además, como el verdadero “trabajar” [frag. 22]), entendida como la aplicación de saberes técnicosxxxiv a la gestión de lo público, excluyendo la dimensión decisoria —y, por ende, arbitraria— que se encuentra en el origen de toda política pública.
“El problema social” y “la crisis política”. La tópica asistencialista
La segunda articulación tópica que identificamos fue retomada por diversas voces, mayormente por miembros de la Alianzaxxxv. La articulación tópica asistencialista no refutó ni propuso oposiciones argumentativas (Montero, 2012, p. 240) respecto a los topoï ni a la temporalidad de la tópica fiscalista, pero sí incorporó dos elementos novedosos (que serían claves para comprender algunos fenómenos posteriores, como la renuncia del vicepresidente Álvarez). Desde este abordaje, la “crisis” seguía siendo primordialmente de índole fiscal, pero se llamaba la atención sobre su dimensión político-institucional y sobre las consecuencias sociales que se derivaban de ella (y de las medidas adoptadas para enfrentarla):
(24) [...] como el déficit es mayor al que se había dicho, por ahora no lo podremos hacer [aumentar la progresividad del impuesto a las ganancias]. [...] Para salir adelante tendremos que hacer un serio esfuerzo pero deberá ser equitativo. Machinea es un hombre progresista y sé que no le gusta tener que aumentar los impuestos. [Las itálicas son nuestras] (Alfonsín, P/12, 10/12/99)
(25) Lo primero que tenemos que hacer para lograr autonomía de decisión nacional es tener las cuentas en claro, y se ha hecho una modificación de los impuestos que es progresista y que es progresiva. Lo que nos ha dejado el gobierno anterior es muy duro para superar. [Las itálicas son nuestras] (Alfonsín, Clarín, 06/01/00)
(26) Clarín: - Varios ministerios aparecen como la cara del ajuste. ¿El que usted maneja será la cara simpática del Gobierno?
- F. Meijide: Sí, el lado claro de la luna. Yo le digo a Machinea: vos sos el lado oscuro, como el disco de Pink Floyd. En esta gestión hay dos etapas y una va incluida en la otra. La pobreza vino, está y se va a quedar un tiempo y no va a ser erradicada en corto plazo. [...] Estamos defendiendo a nuestro Gobierno, porque creemos que son medidas que hay que tomar. No nos dejaron otra posibilidad. Incluso mintieron descaradamente cuando hablaron del déficit que nos dejaban. [Las itálicas son nuestras] (Meijide, Clarín, 24/01/00)
(27) Lo que proponemos en el Gobierno es una política de saneamiento de las cuentas públicas en las provincias, como se ha hecho para la nación, y esta propuesta es anterior incluso al acuerdo con el FMI. [Las itálicas son nuestras] (Storani, LN, 01/02/00)
Aquí la “crisis” es definida nuevamente en vínculo con el déficit fiscal: (a) a partir de la gravedad de la situación heredada, fundada en mentiras (frags. 24 y 26), (b) con centro en la serie temporal ya referida (primero hay que resolver la situación fiscal, realizar un “serio esfuerzo” (frag. 24) para recién después generar crecimiento), y (c) en “las medidas que hay que tomar” para conjurarla inevitables, porque “no nos dejaron otra posibilidad” (frag. 26). Sin embargo, podemos identificar dos elementos novedosos:
(28) El desafío de la Alianza es mostrar que este esfuerzo tiene su contrapartida en mejor calidad de gestión y de servicios y en la reconstrucción de un Estado distinto. [Las itálicas son nuestras] (Álvarez, P/12, 09/01/00)
(29) Este gobierno tiene una fuerte sensibilidad ante el sufrimiento de la gente y el dolor no nos es ajeno. [...] Durante los últimos años de la gestión menemista no se pensó el problema social como un objetivo y una política de Estado. [...] Asumamos todos la responsabilidad de que es malo hacer un uso político de los programas sociales, porque la gente no se lo merece. [Las itálicas son nuestras] (Meijide, Clarín, 02/04/00)
(30) Daría la impresión de que han advertido [los organismos internacionales de crédito] la necesidad de algún tipo de acción social, que han advertido que la receta exclusivamente economicista no sirve y puede traer problemas. [Las itálicas son nuestras] (Alfonsín, P/12, 23/04/00)
(31) Miramos el mapa de la pobreza con el dolor.[...] Es lógico, entonces, que la indignación por este dramático cuadro social esté en el centro de la escena [...] hay que sacar el ataque a la pobreza y a la exclusión de los cálculos partidarios mezquinos y ponerla en el sitio de meta común de nuestra sociedad, objeto de una política de amplios consensos y perdurable en el tiempo. [Las itálicas son nuestras] (Meijide, Clarín, 05/06/00)
En primer lugar, en el fragmento 30 vemos emerger la preocupación por “el problema social”. El tema es abordado desde “sensibilidad” (frag. 29) frente al “dolor” y al sufrimiento de “la gente” causado por las medidas económicas cuya adopción era inevitable, y pese a que se mantiene la necesariedad de las medidas “antipáticas” (frag. 26), se reivindica la pertinencia de la puesta en marcha de medidas “sociales” que constituyan su “contrapartida” (frag. 28). Como tales, parecen tener como función la reparación de daños (ya) causados o de reducción de los efectos (ya) producidos por aquellas medidas “antipáticas”. Definiremos, por lo tanto, al topos paliativo (o de la paliación social) como el núcleo de la tópica asistencialista. Pero, como veremos luego, este topos alcanza su mayor potencia argumentativa cuando es articulado con la temporalidad inevitabilista (puesto que solo tiene sentido la necesidad de paliar los efectos del “esfuerzo” si este último es inevitable).
(T3) [ + medidas antipáticas/esfuerzo + sensibilidad social]
“Lo social”, además, parece tener un vínculo más bien conflictivo con “la política”, puesto que puede ser víctima de un “uso político” (frags. 29 y 31) que podría intervenir negativamente en su ejecución. Aquí también la argumentación se perfila en un registro moral, calificando ambas instancias, lo político y lo social, a partir del par mal-bien, respectivamente. Este último aspecto refuerza el topos de la eficiencia (“el uso político es técnicamente ineficiente”) y habilita la descalificación de “la política” por su (mal) “uso” de los fondos destinados a los programas sociales (“el uso político es moralmente reprobable”).
Un segundo elemento novedoso de esta tópica indicaba que algo más allá del déficit fiscal condicionaba la situación política, económica y social del país en el año 2000. El estado crítico que se registraba detentaba un componente que excedía lo fiscal y se situaba en el espacio de “la política”:
(33) El peligro es el desencanto. Con otro desencanto podría abrirse el camino de una crítica al sistema. Pero lo descarto totalmente. Pienso que vamos a ir mejorando y la gente se va a dar cuenta porque vamos a poner un cuidado tremendo con la corrupción que es la que desprestigia a la política. [Las itálicas son nuestras] (Alfonsín, P/12, 10/12/99)
(34) La pregunta es cómo revertimos la crisis de institucionalidad que tiene la política. [...] El caso correntinoxxxvi es típico del fracaso de la clase política, que está ahí, una crisis del sistema político fuertísimo. Lo que se intenta armar no es una impugnación al Gobierno sino al sistema democrático. [Las itálicas son nuestras] (Álvarez, LN, 19/12/99)
(35) Un acuerdo nacional para equiparar salarios y disminuir el gasto público en las provincias ayudaría a transparentar las gestiones de gobierno y a que la gente recupere la confianza en la clase política. [Las itálicas son nuestras] (Storani, LN, 17/04/00)
Había una “crisis del sistema político” porque “la sociedad”, “la gente”, no confiaban ni creían en “la política”, en general, ni en “la clase política”, en particular. “La gente” —ese agrupamiento aparentemente pleno y armónico (Mauro, 2012, p. 83)— no confiaba en “los políticos” porque eran corruptos y sus gestiones de gobierno, poco transparentes. Corrupción y déficit fiscal (topos de la eficiencia) volvían a aparecer articulados, retomando la lectura ofrecida por el discurso inaugural del presidentexxxvii, pero se llamaba particularmente la atención sobre las consecuencias de ello para el funcionamiento del sistema político. Este problema reclamaba soluciones específicas y fueron Álvarez y Storani los principales propulsores: la “reforma política” era el camino por seguir.
Al respecto, los lanzamientos de la Auditoría Ciudadana de la Calidad Institucional a principios del 2000 y del Plan de Modernización del Estado, en julio, fueron clave. Llamaremos la atención sobre el objetivo fijado para la primera: “medir la eficacia de las instituciones” (P/12, 12/01/00). La prioridad otorgada a la mensurabilidad (véase nota xvi, paradigma eficientista) nos permite concluir que aquel diagnóstico de la “crisis política” la definía más como problema que como cuestión (Milner, 2007). Es decir, como un problema (e. g. “eficacia de las instituciones”, “el problema social”) que reclama para sí una solución, que detenta un estatus de objetividadxxxviii (neutral, identificable, delimitable) y que puede ser efectivamente resuelto y administrado técnicamente gracias a políticas públicas “apropiadas” (y no como una cuestión que, como se plantea en el orden del lenguaje, entre seres hablantes y exige una respuesta que no puede nunca ser suficiente, permanece siempre abierta). El diagnóstico se acercaba —nuevamente— al de la tópica fiscalista, enriqueciéndola con una evaluación de la situación institucional, preocupada por el vínculo representativo y aquello de lo que “se queja la gente”: “Si a la gente le pedimos esfuerzo, nosotros tenemos que demostrar que somos eficientes” (Álvarez, LN, 29/12/99).
Por otro lado, en julio del 2000, Carlos Álvarez y Rodolfo Terragno presentaron el Plan de Modernización del Estado, que apuntaba a “reducir los costos de la política” (Álvarez, LN, 08/08/00):
(36) [...] la política pasa en la Argentina por una crisis de sentido, de vaciamiento de horizontes temáticos y de dificultad para acompañar el cambio de un mundo en permanente transformación. [...] Quienes hemos sido elegidos para gobernar somos conscientes de la crisis de credibilidad de la política, en sus aspectos más profundos: vocación, eficacia, compromiso y transparencia. [Las itálicas son nuestras] (Álvarez, LN, 08/08/00)xxxix
(T4) [ + (vieja) política + gasto]
Este argumento puede resumirse en el topos del ahorro político (T4)xl, el cual, aunque resultaba complementario a la argumentación fiscalista, se insertaba claramente en el diagnóstico de esta segunda tópica, preocupada —también— por la dimensión político-institucional de la crisis. Esto se deja entrever en las tareas que con vistas al objetivo definido ([ – (vieja) política – gasto]) se proponía llevar a cabo, y que implicaban —por ejemplo— acortar las campañas electorales y reducir su financiamiento público. Por lo tanto, dicho paquete de políticas articulaba a la preocupación por el déficit fiscal otros propósitos, como los de “reconstruir el vínculo entre política y sociedad sin diferencias de partidos” y “la credibilidad” de la primera, para combatir a “los que pregonan la antipolítica, los nuevos mesianismos o distintas formas de autoritarismo y concentración del poder” (Álvarez, LN, 08/08/00). Este topos permitía —además— distinguir entre “vieja” y “nueva política”, en donde la primera se vinculaba a la “ineficiencia” y la “corrupción” y la segunda a la “transparencia” y la “modernidad”. Y a pesar de que se alertaba contra los riesgos de la antipolítica, se pregonaba la posibilidad de llevar adelante una reforma política sin contemplar las diferencias entre los partidos políticos, es decir, soslayando la posibilidad de la emergencia de disensos en el orden del sistema político-institucional. Este enfoque, además, se hacía coextensivo al funcionamiento interno de los partidos, porque los gastos poco transparentes (y por ende, excesivos) que se quería evitar eran aquellos que habilitaban que “las instituciones [...] sean trincheras de la competencia intrapartidaria, [y no] ámbitos desde los que se pueda mejorar la vida de los ciudadanos” (Álvarez, LN 08/08/00). De este modo, se advertía sobre los riesgos de la antipolítica, mientras se soslayaban las “diferencias de partidos” y la lucha de poder que, indefectiblemente, caracteriza la estructuración interna de los partidos políticos modernos.
Sostenemos, por tanto, que al articular el topos paliativo y del ahorro político a los de la eficiencia y la temporalidad inevitabilista, esta segunda articulación tópica construyó “la crisis” de un modo complementario al de la tópica fiscalista. Y esto porque aquellos dos elementos diferenciales no se plasmaron —al menos en primera instancia— en polémicas con los núcleos centrales de la tópica fiscalista, que eran compartidos por ambosxli.
Finalmente, esta articulación tópica asistencialista también compartió con la primera la construcción del adversario político:
(37) Creo que vale la pena [confrontar con el sindicalismo], si se trata de confrontar con sindicalistas que únicamente defienden privilegios, y muy pequeñitos. No defienden el interés de los trabajadores. Menem ya la empezó [la carrera por demostrar quién es más opositor], con un estilo ofensivo. Está igual que [Hugo] Moyano [...]. [Las itálicas son nuestras] (Meijide, Clarín, 24/01/00)
(38) “Cualquiera que sea el motivo que tenga Moyano, tiene objetivos muy mezquinos cuando el país empieza a recuperarse. [Las itálicas son nuestras] (Storani, LN, 06/05/00)
Este adversario no trabajaba por “el interés general”, sino por intereses “pequeñitos” y “mezquinos” y era cuestionado por su estilo “ofensivo” en la escena pública. Esta caracterización permitía amalgamar a Hugo Moyano (principal referente del sindicalismo, con el que “vale la pena confrontar”) con Carlos Menem (presidente del “gobierno saliente”, mayor responsable de “la situación heredada”), es decir, aquellos que no podían ser incluidos dentro de la categoría de la “oposición constructiva”/nueva política.
Pero mientras las articulaciones tópicas fiscalista y asistencialista mantuvieron entre sí una relación subsidiaria (la segunda respecto a la primera), es posible identificar una tercera, que ocupó un posición antagónica respecto a aquellas. El surgimiento de esta tercera tópica se gestó paulatinamente desde el inicio del gobierno, con la sucesión de las medidas de aumento de impuestos, la sanción de la Ley de Emergencia Financiera, la reducción de salarios públicos de mayo del 2000 y la reforma laboral (anunciada en enero pero sancionada en mayo del 2000). Como tendremos oportunidad de ver, la tópica mercadointernista configuró un marco argumentativo diferente al compartido por las otras dos, cuyo eje central fue su presentación como alternativa.
Los caminos alternativos de la “crisis”. La tópica mercadointernista
Como hemos indicado anteriormente, el debate público por la aprobación de la reforma laboral fue clave para la consolidación de las tópicas analizadas y, sobre todo, de la tópica mercadointernista, en tanto sus principales topoï surgen en oposición a ella. En este apartado repondremos algunos aspectos clave del modo en que se presentó esta reforma en los argumentos de la tópica fiscalista y sus vínculos con la convertibilidad, para adentrarnos luego en la caracterización de la tópica mercadointernista.
La ley 25.250xlii de reforma laboral enviada al Congreso por iniciativa del Poder Ejecutivo fue definida por De la Rúa como “una ley fundamental” (Clarín, 17/01/00), a raíz del lugar privilegiado que se le asignaba entre las medidas para afrontar el déficit fiscal y el desempleo, en el contexto del estricto sostenimiento de la convertibilidad. La reforma era, en el marco establecido por el topos del crecimiento (segundo segmento [ - déficit fiscal + crecimiento]), “crucial para incrementar la productividad de la economía y aumentar el empleo” (Machinea, P/12, 21/01/00). Este argumento se enmarcaba en el debate en torno a “los problemas de competitividad”xliii que se identificaban en el devenir de la economía y que diversos especialistas asociaban al sostenimiento de la convertibilidad cambiaria (situación recrudecida por la devaluación del real en 1999). Sin embargo (y en vínculo con la inevitabilidad de cada medida adoptada durante el gobierno de la Alianza), cualquier modificación de aquel régimen cambiario continuabaxliv siendo descartada en tanto “imposible” (nota 43). La continuidad irrestricta de la convertibilidad se inscribía en la definición (que se había iniciado con el gobierno precedente) de un cierto umbral de decibilidad (Montero, 2012, pp. 281-282), en el cual todo cuestionamiento al régimen cambiario, por mínimo que fuese y más allá del marco ideológico en que se inscribiese, era censuradoxlv. Por el otro, se habilitaba la posibilidad de introducir el elemento —la competitividad— que operaría como nexo argumentativo entre el mantenimiento del tipo de cambio convertible, las “necesarias” reducción del déficit fiscal y reforma laboral. Dado que la convertibilidad operaba como una suerte de constante (“ni [se] analiza esa variable” (Flamarique, P/12, 17/01/00)), la clave de bóveda del crecimiento de la competitividad era asociada a “[la creación de] condiciones de empleabilidad, generando empleo estable” (Flamarique, P/12, 17/01/00). De este modo, tomó forma el topos de la competitividad, que constituyó una de las fundamentaciones centrales de la reforma laboral, que fue compartido por las tópicas fiscalista y asistencialistaxlvi y que, además, dejó en evidencia que la principal preocupación común de ambas era el sostenimiento del tipo de cambio fijo.
(T5) [ + empleabilidad + competitividad]
El marco discursivo común implicaba que la competitividad económica era compatible con la paridad cambiaria, gracias a la creación de “marco de mayor empleabilidad” (Flamarique, Clarín, 05/02/00). Resulta significativo, además, que la cuestión de la empleabilidad solo adquiere aquí sentido por la ya referida temporalidad de la inevitabilidad y la inexorabilidad:
(39) Lo que genera [empleo] es el marco de empleabilidad y fortalecimiento del empleo estable. [...] Moyano cuando ata todo a un problema de la convertibilidad lo simplifica. Los empleos crecen si crece la economía. Para hacer crecer la economía estamos reduciendo el déficit fiscal para conseguir una tasa de interés más baja. [Las itálicas son nuestras] (Flamarique, P/12, 18/01/00)
De modo similar al del “esfuerzo transitorio” del aumento de impuestos de fines de 1999, la reforma laboral era presentada como una instancia inicial, pero ineludible para lograr el crecimiento (por medio de la ya referida mejora de las condiciones de empleabilidad).
En este contexto, la articulación tópica mercadointernistaxlvii se erigió en una posición antagónica respecto a las fiscalista y asistencialista, a raíz de la provisión de un nuevo marco argumentativo para abordar “la crisis”. Algunos de sus argumentos surgieron casi a la par del gobierno de la Alianza, en el contexto del debate por las leyes de emergencia de enero del 2000. Como ya observamos, dicha situación de emergencia-excepción operaba como una de las condiciones de posibilidad para la definición de la inevitabilidad del camino decidido. Diferentes voces provenientes de las dos principales fuerzas (Alianza y PJ) refutaron esta lectura. Por la vía del cuestionamiento a la suspensión de juicios al Estado por 180 días —uno de los núcleos de la ley—, se impugnaba la calificación “de emergencia” de la situación:
(40) Es un exceso. No pueden paralizarse los juicios contra el Estado por esta razón. [Las itálicas son nuestras] (Nilda Garré, LN, 15/01/00)
(41) Desde el vamos, no reconoceremos siquiera la declaración de emergencia que plantea el Gobierno. Además, la suspensión de los juicios es una aberración constitucional [...]. [Las itálicas son nuestras] (Yomaxlviii, LN, 19/01/00)
Pero el clivaje central para la consolidación de esta tercera tópica se gestó a fines de mayo con el anuncio del “ajuste” (29 de mayo del 2000) —fuerte recorte presupuestario para “reducir los gastos” del aparato del Estado— y la reforma laboral. El primero fue presentado por el presidente De la Rúa en la misma clave que la reforma impositiva precedente: un esfuerzo “coyuntural y transitorio”, que debía tomarse por la “dificilísima situación existente por el grave déficit fiscal” (LN, 30/05/00), en el marco de “una situación de excepción” “que hemos heredado, [y] que entre otras cosas nos dejó un déficit de 10 mil millones de pesos” (P/12, 01/06/00). Luego del intento de la reducción del déficit vía el aumento de impuestos, se decidía tomar un nuevo y diferente camino (el de la “disminución del gasto público” y el “ahorro”), dejando en evidencia que la senda definida originalmente como la única posible distaba de serlo:
(42) Debido al enorme déficit fiscal heredado del gobierno anterior, tuve que disminuir drásticamente el gasto público. No había alternativa: la cuestión era cómo [...] He tomado medidas drásticas de ahorro y duelen, lo sé. [Las itálicas son nuestras] (De la Rúa, cadena nacional, 09/06/00)xlix
El anuncio del paquete de medidas del Programa de Reformas Económicasl (el “ajuste”) de mayo suscitó la publicación del documento crítico “Construyamos otro modelo”, firmado por once miembros del bloque de diputados aliancistasli. Dos fueron los aspectos centrales que profundizaron las críticas surgidas en el marco de la declaración de emergencia de enero. Por un lado, a la vez que el título mismo del documento apuntaba a poner en evidencia que otro camino, otra forma de conjurar la “crisis” era posible, se explicaba que esa senda implicaba la puesta en marcha de un “modelo” diferente, es decir, una propuesta que excedía lo estrictamente económico. Este cuestionamiento en clave de crítica al “modelo” —que será retomado por diversos enunciadores, sobre todo durante el 2001— dio forma a lo que denominaremos perspectiva integral. Esta descartaba la adopción de meras medidas paliativas para contener las consecuencias negativas de las políticas existentes y concebía no solo políticas económicas diferentes (e. g. tributo de aportes patronales de las empresas privatizadas en los noventa), sino también el abandono de una cosmovisión neoliberal de la sociedad, la política y la economíalii:
(43) [El dinero que se necesita podría] surgir fácilmente de recuperar los aportes patronales graciosamente regalados por el menemismo a las empresas privatizadas monopólicas y hacer cumplir sus obligaciones a los concesionarios de servicios [...] Todos los efectos previsibles contradicen los objetivos buscados y muestran que los ajustes sobre un modelo pierden todo sentido. [Se necesita] un nuevo modelo que cambie los protagonistas de la política poniendo las acciones del Gobierno al servicio de cada compatriota sin subordinarnos a la especulación financiera internacional. (Documento “Construyamos otro modelo”, P/12, 30/05/00)
(44) La noción de ajuste como restricción presupuestaria implica una nueva forma de violencia económica contra la sociedad cuyo final es de una lógica inapelable: ajuste-recesión-ajuste-recesión, crisis de gobernabilidad. [Las itálicas son nuestras] (Documento “Construyamos otro modelo”, LN, 30/05/00)
(45) [...] de esta manera vamos muy mal. Es preciso rediscutir cuál es la dirección de la Alianza. Es verdad que la herencia que nos dejó el menemismo es brutal y está bien que asumamos la crisis, pero el tema es quién la paga. Hoy es el que está en relación de dependencia. Es terrible. [Las itálicas son nuestras] (Rivas, P12, 30/05/00)
El aspecto más sobresaliente de este documento fue proponer una temporalidad que cuestionaba la compartida por las dos primeras tópicas (y que definimos como origen de su subsidiariedad). Sin dejar de señalar la “brutal[idad]” de la herencia recibida y la pertinencia de que el gobierno asumiera “la crisis”, se zanjaba un claro distanciamiento discursivo: “de esta manera vamos muy mal”. Lo que se proponía era, entonces, otra manera; se articulaba un nuevo topos y se cuestionaba la temporalidad [esfuerzo/ajuste/reforma ➔ crecimiento economía ➔ desarrollo empleo].
(T6) [ + ajuste + violencia económica contra la sociedad]
1ro ajuste => 2ro recesión => 3ro ajuste ➔ 4to crisis de gobernabilidad y desempleo
La serie temporal que se adjudicaba al modelo del “ajuste” y las leyes de emergencia adquiría una forma circular, llamando la atención sobre el hecho de que este camino ya había sido adoptado anteriormente con resultados similares. Pero aun partiendo del reconocimiento de “la herencia”, llegaba a una conclusión diferente (i. e. se podía evitar el “ajuste” si se recuperaban de los aportes patronales “graciosamente regalados” durante el gobierno de Carlos Menem a las empresas privatizadas) y se impugnaba la inevitabilidad que constituía el punto central de las tópicas fiscalista y asistencialistaliii. La referencia irónica (“graciosamente regalados”) nos advierte sobre la introducción de una polémica que, significativamente, no aparece en las piezas discursivas de las restantes articulaciones tópicas. No es retomada, ni siquiera para ser debatida, pese a haber sido formulada en un documento que comportó un alto impacto en la escena mediática de la épocaliv. Sin embargo, reapareció en sucesivas formulaciones de los enunciadores que hicieron suya la tópica mercadointernista.
El segundo elemento que operó en la consolidación de esta tópica fue la reforma laboral. A continuación, destacaremos algunos fragmentos que contribuyeron a su proceso de construcción como objeto de discurso desde enero del 2000:
(46) Los sindicalistas no tenemos la responsabilidad del endeudamiento, de la venta de las empresas del Estado. ¿Somos responsables de esta crisis? Acá, para debilitar al trabajador, primero degradan a la dirigencia gremial. (Moyano, P/12, 17/01/00)
(47) [Para terminar con la desocupación la CTA propone] cambiar el modelo. ¿Para qué volver a bajar los aportes patronales, volver a discutir la precariedad del empleo y no discutir la apertura indiscriminada de la economía, el tremendo negocio del capital financiero, el aumento de los servicios públicos privatizados? [...] Yo creo que es ajuste o democracia. O shock de confianza a los mercados o shock distributivo. Hay que elegir y acá se está eligiendo el shock de confianza a los mercados. (De Gennaro, P/12, 21/02/00)
(48) “[El proyecto] privilegia el capitalismo por encima de los trabajadores. [...] [Es] pedido por el Fondo Monetario Internacional (FMI) que lo único que busca es la precarización del empleo” (Martínez, LN, 25/02/00)
(49) La receta de la reforma laboral para mejorar elnivel de empleo fracasó en el mundo. No debemos seguir un pensamiento neoliberal que ha penetrado en todos. (Castro, LN, 25/02/00)
(50) La reforma laboral es mala para los trabajadores [...] El camino elegido invita a la desunión, a la confrontación y al conflicto. [...] Nuestro adversario no es Moyano, sino Domingo Cavallo y sus ideas neoconservadoras. Paradójicamente, el bloque de Cavallo fue el único que votó sin fisuras la reforma laboral. (Carta al Frepaso, Martínez-Castro, P/12, 31/03/00)
En estas piezas discursivas las características de “esta crisis” (frag. 46) eran reformuladas por medio del desplazamiento del foco causal, desde el déficit fiscal hacia “el endeudamiento, [...] la venta de empresas del Estado” (frag. 46), “la apertura indiscriminada de la economía, el tremendo negocio del capital financiero” (frag. 48), cuyas consecuencias habían sido “la precariedad” (frag. 48) y los bajos niveles de empleo (frag. 52). Se mantenía, por lo tanto, la preocupación por el desempleo, pero se desarticulaba el topos del crecimiento ([ + déficit fiscal + desempleo]) y se impugnaba el marco argumentativo construido por la tópica fiscalista. Opera aquí una refutación/resemantización, es decir, un doble movimiento de “anulación del marco semántico de otro locutor”, a la vez que “se busca atribuir un nuevo sentido (generalmente contrastivo o diferencial)” (Montero, 2012, p. 241). En primer lugar, se buscaba evidenciar el carácter de decisión del rumbo adoptado por un sector del gobierno (frag. 50), a la vez que se le atribuía un origen específico: “las ideas neoconservadoras” (frag. 51) y “un pensamiento neoliberal” (frag. 49). Frente a estas ideas, se defendía la pertinencia de tomar en cuenta la existencia de otros “modelos” (frag. 50), polemizando directamente con aquella inevitabilidad del estado de cosas defendida por las otras tópicas. La burla aparece aquí (junto con la ironía) como una de las formas privilegiadas de trazar el conflicto:
(51) Por ejemplo, uno habla de aumento de salarios y parece que fuese el anticristo. ¿Cómo se va a reactivar el mercado interno si no mejoran los sueldos? [Las itálicas son nuestras] (Moyano, Clarín, 18/03/00)
(52) En las reuniones con Flamarique nosotros le dijimos que así se va a profundizar más la recesión. Cuando se habla de mejorar la calidad, la competitividad, no es serio. Qué competitividad vamos a mejorar cuando tenemos, por ejemplo, un cambio de dos por uno con Brasil. [...] [La reforma laboral] es una devaluación indirecta. Pero no es una solución porque aun aplicándola seguiríamos sin estar en condiciones de competir. De toda la producción argentina se exporta muy poco y además hay poco consumo interno. Entonces la economía no se reactiva. [Las itálicas son nuestras] (Moyano, P/12, 17/01/00)
Se desestimaba el topos de la competitividad ([+ empleabilidad + competitividad]) —que había sido clave en el modo de abordaje de la reforma por la tópica fiscalista— y se relocalizaba el núcleo problemático en torno a “el aumento de salarios” y el “consumo interno” para lograr la “reactivación del mercado interno”.
(T7) [ + salarios – desempleo]
(CA7) [ + salarios + consumo interno] [ + consumo interno + reactivación del mercado interno]
[+ reactivación del mercado interno – desempleo]
Este topos del consumo (T7) constituyó el núcleo de tercera clave de lectura de “esta crisis”, definida ahora en términos de recesión de la actividad a nivel interno y no de falta de crecimientolv. Al desarticular el diagnóstico que situaba la causa de la “crisis” en el déficit fiscal y que fundamentaba las medidas adoptadas en su inevitabilidad, la tópica mercadointernista refutó el marco argumentativo de las otras dos y propuso uno nuevo, resemantizando la construcción discursiva del objeto “crisis”:
(53) Apostamos a un shock de distribución del ingreso y a reactivar el mercado interno, las Pyme. [...] En la última década se demostró que es falso que el desempleo dependa del crecimiento. Hubo épocas de recesión y de crecimiento y en ambas aumentó la desocupación. El desempleo es funcional a este modelo económico perverso, donde se enriquecen muy pocos [Las itálicas son nuestras] (De Gennaro, LN, 06/07/00)
La desarticulación de la temporalidad de las dos tópicas anteriores se operaba por medio de la afirmación que sostenía que “crecimiento” y “desempleo” podían ser contemporáneos, y no uno precondición de (la reducción del) otro. La salida propuesta para conjurar la “crisis” adopta aquí la siguiente secuencia temporal:
1ro) consumo ➔ 2do) reactivación del mercado interno ➔ 3ro) creación de empleo.
En resumen, esta clave de lectura de la “crisis” se construyó antagónicamentelvi respecto a las otras dos, refutando su marco argumentativo y ofreciendo uno nuevo. Desde ese lugar, se intentó articular una posición alternativa explicitando, además, el estatuto conflictivo de lo político. Como ya indicamos, esta posición no se basaba únicamente en una batería de políticas económicas (e. g. aumento del salarios, desarrollo del mercado interno) diferente a las que se estaban llevando a cabo. El cuestionamiento a “las ideas neoconservadoras” (frag. 50) y al “pensamiento neoliberal que ha penetrado en todos” (frag. 49) ampliaba la disputa hacia un conflicto entre cosmovisiones políticas, sociales y económicas, con base en la crítica al “modelo” (perspectiva integral). Los adversarios no eran solamente, entonces, ciertos actores (frag. 47: “el capital financiero”, frag. 48: “el FMI”; frag. 51: “Domingo Cavallo”lvii), sino también un abanico de ideas que “ha[bían] penetrado en todos” y que se plasmaban en las leyes de emergencia, el “impuestazo”, el “ajuste” y la reforma laboral que garantizaban el sostenimiento de la posición privilegiada de aquellos actores. Estos discursos, por tanto, construyeron una alteridad en la que se incluía a los organismos internacionales de crédito (FMI, principalmente) y a Cavallo, pero sobre todo, al “neoliberalismo” como conjunto de ideas (y aun como “ideología”); de este modo, explicitaron la disputa política en clave de conflicto ideológicolviii.
Reflexiones finales
En este trabajo hemos rastreado las articulaciones tópicas que delinearon diferentes diagnósticos en torno al significante “crisis”, entre diciembre de 1999 y julio del 2000lix. Identificamos, en primera instancia, una articulación tópica fiscalista, según la cual, aquella encontraba sus causas en “el déficit fiscal”, originado en “la corrupción” y “la ineficiencia” del periodo previo (topos del crecimiento y de la eficiencia). Esta clave de lectura sirvió de marco al gobierno de la Alianza para poner en marcha diferentes medidas de política pública (aumento de impuestos, declaración de emergencia económica, reducción de salarios públicos y reforma laboral) que fueron discursivamente construidas como inevitables (como los únicos caminos posibles en el contexto del sostenimiento indiscutido del sistema de moneda convertible) y sus consecuencias (concebidas como positivas) como inexorables, a raíz de la excepcionalidad de la situación. En segundo lugar, la articulación tópica asistencialista se constituyó retomando todos los puntos de este primer diagnóstico, pero afirmando la necesidad de desarrollar ciertas acciones paliativas de las posibles consecuencias negativas de aquellas medidas, a la vez que vislumbraba la pertinencia de una reforma política (con eje en el topos el ahorro político) que permitiese reconstruir cierta credibilidad política que se entendía desgastada. Se erigió así como una tópica subsidiaria a la fiscalista que, al articular estos componentes en su diagnóstico, reforzaba sus características. Por último, la construcción de los objetos de discurso del “ajuste” de mayo y la reforma laboral consolidaron la formación de una tercera tópica: la mercadointernista proveyó un nuevo marco argumentativo para la lectura de la “crisis” al situar el núcleo del problema en la depresión del mercado interno, causada por la ausencia del consumo (y los salarios reducidos), como consecuencia de años de implementación de un “modelo neoliberal”. Su principal característica, junto al topos del consumo, fue la forma en que se (auto)definió, dado que construyó una imagen de sí centrada en su condición de “modelo alternativo”. Al desestimar la idea de inevitabilidad, la tópica mercadointernista potenció cierta dimensión conflictiva en el debate en torno a la “crisis”.
Pero este análisis nos plantea, adicionalmente, una serie de interrogantes teóricos. Y aunque no pretendemos agotar las posibles respuestas en estas líneas, nos parece pertinente exponer al menos dos preguntas: ¿qué tipo de política conciben aquellos discursos políticos que pregonan la inevitabilidad de la adopción de una medida de política pública? ¿qué lugar queda para la acción política (de “los políticos”), para delinear lo común de la comunidad si ya hay un designio prefijado, un “único camino posible”? Nuestra hipótesis es que este tipo de discursos de la inevitabilidad no opera solamente deslegitimando las voces de los otros (adversarios) sino, y sobre todo, a “la política” (y “los políticos”) en general. Aquel modo de construir el tiempo atenta contra el reconocimiento de la capacidad de “la política” de erigirse como el terreno legítimo en que actores, instituciones y prácticas disputan por definir lo común de la comunidad. Si hay un único camino inevitable, una única temporalidad posible, ni nosotros ni ellos parecen poder hacer nada por el devenir de la comunidad, más que entregarse al desarrollo teleológico ineludible de lo que ya está dado. En nuestro periodo de análisis, esto implicó que quienes enunciaron la inevitabilidad no solo “se ataron de manos” a sí mismos sino que hicieron lo mismo para todos los actores políticoslx.
Sin embargo, quienes ocupaban posiciones de poder en el sistema político sí tomaron decisiones y, en este sentido, los suyos no fueron discursos antipolíticos o despolitizados. Como intentamos dejar asentado, en cada coyuntura se delinearon distintas posturas argumentativas que disputaron por la definición del camino de política pública que consideraban pertinente. La existencia de alternativas revela que, en última instancia, cada medida política se originó en una decisión política. Por lo que De la Rúa no delineó un “método delarruista [...] para no decidir” (Novaro, 2002b, p. 26), sino que, en todo caso, se tomaron decisiones cuya responsabilidad no fue asumida por los enunciadores involucrados, porque eran presentadas como inevitables y como si no hubiera “otro camino posible”. El vínculo entre las nociones de responsabilidad y decisión, junto con los estudio de los modos de construcción del tiempo en este tipo de discursos, aún debe ser profundizado; no solo para comprender diferentes procesos de toma de decisiones de política pública, sino también para indagar en la politicidad de los discursos políticos en general.
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Notas
Notas de autor
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Cómo citar este
artículo: Cané,
M. (2018). La construcción discursiva de la inevitabilidad
en los inicios del gobierno de la Alianza (Argentina, 1999-2000). Papel Político, 23(2). https://doi.org/10.11144/Javeriana.papo23-2.cdii