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PSICOLOGÍA EN TIEMPOS DE CRISIS. PSICOLOGÍA Y DERECHOS HUMANOS

PSYCHOLOGY IN TIMES OF CRISIS. PSYCHOLOGY AND HUMAN RIGHTS

Jose Guillermo Fouce Fernández
Universidad Complutense de Madrid, España

PSICOLOGÍA EN TIEMPOS DE CRISIS. PSICOLOGÍA Y DERECHOS HUMANOS

Papeles del Psicólogo, vol. 39, núm. 3, pp. 228-235, 2018

Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos

Recepción: 15 Mayo 2018

Aprobación: 11 Agosto 2018

Resumen: El articulo aborda tres grandes cuestiones: en primer lugar, el marco de interpretación actual con respecto al uso del miedo y la crisis con instrumentos para plantear recortes; en segundo lugar, la situación general de nuestro país con algunas cifras en materia de desigualdad y exclusión; y en tercer lugar, propuestas para la intervención social en situación de crisis reflejando intervenciones, por ejemplo en desahucios.

Palabras clave: Intervención social, Paro, Crisis, Exclusión, Derechos humanos.

Abstract: This article addresses three major issues: firstly, the current framework of interpretation regarding the use of fear and the economic crisis with instruments for proposing cuts; secondly, the general situation of our country with a number of figures on inequality and exclusion; and thirdly, proposals for social intervention in crisis situations reflecting interventions, for example in evictions.

Keywords: Social intervention, Unemployment, Crisis, Exclusion, Human rights.

Una palabra que hoy pretende enmarcar la realidad por encima de otras se impone y se repite hasta la saciedad para tratar de definir los tiempos que vivimos, una palabra que viene acompañada por un conjunto de medidas, justificaciones y actuaciones, incluso emociones determinantes o que pretenden ser determinantes de todo lo que ocurre. Nos referimos al término crisis. Aunque, por definición, podría decirse que una crisis es algo puntual para lo que se nos exige un esfuerzo puntual y momentáneo de respuesta, llevamos o llevan años manteniendo un marco de interpretación de la realidad que hable de una crisis profunda y permanente que por tanto, obligue a tomar medidas siempre excepcionales y únicas, esfuerzos que no se nos pedirían en otras circunstancias. Se trata de plantear que vivimos en estado de crisis, en estado de shock, en trauma permanente lo que justifica recortes en políticas sociales, en recursos, en prestaciones e incluso en libertades o grandes conquistas sociales.

Crisis acompañada o aderezada de una emoción primaria, tan potente como peligrosa: el miedo, de un miedo global que nos individualiza y hace más vulnerables. Un marco de interpretación global que supone un cambio de sociedad utilizando el miedo y la crisis como aliados y marcos de interpretación dominantes. Un paradigma de miedo y crisis que se incentiva y potencia de manera planificada, estructurada y pensada con el objetivo de cambiar nuestra sociedad y nuestra forma de vida, incluso nuestros valores.

Se trata de establecer un marco de interpretación que nos divida e individualice, que nos haga pensar exclusivamente en nuestro propio interés, en salvar lo que podamos, en salvarnos en un mundo en guerra, en lucha permanente en el que solo sobreviven los más fuertes y en el que la competencia es constante y feroz. Algo que viene reflejado en textos como Rosa (2008), Kleim (2007), Bauman (2007), Galeano (1993) y Fouce et all (2015).

Miedo y crisis que llevarían a la búsqueda de refugios identitarios, a diferenciar entre los míos y los otros, a poner fronteras y barreras, a dividir y romper estructuras de respuesta colectiva, a la proliferación de banderas y símbolos excluyentes: el que tiene prestación económica frente al que no la tiene, el que tiene trabajo frente al que no, el español frente al de fuera….individualismo y xenofobia, miedo, banderas y muros, en los que se construyen culpables sencillos, chivos expiatorios a los que responsabilizar de nuestra situación precaria y de crisis permanente, con los que se justifican los recortes necesarios.

Se trata de romper estructuras de respuesta colectivas y comunitarias, de establecer un marco en el que lo dominante sea “salvarse” como se pueda, en competencia feroz con el otro diferente, con los otros que no son los míos, se trata de establecer explicaciones y respuestas individualistas y auto culpabilizadoras: el responsable de lo que nos ocurre es uno mismo, es el enfermo, vivimos por encima de nuestras posibilidades es, quizá, la frase más celebre que resume este marco de interpretación. Se vuelve, así, además a sistemas de respuesta caritativos y basados en la beneficiencia y el asistencialismo, a los viejos planteamientos de ayudar a los pobres para que estos se dejen ayudar, no por justicia sino por caridad, no porque sea un derecho sino de manera “graciosa”. Los que caen en desgracia son responsables de lo que les pasa y hay que buscar explicaciones individualizadoras de su situación, hay que ayudarles, además, a asumir la situación y llevarla lo mejor posible. Cada persona es una empresa en sí misma y explica lo que le ocurre.

¿Qué papel juega la psicología y los psicólogos en esta coyuntura? ¿Contribuimos a reducir las explicaciones a lo individual culpabilizando a las víctimas? ¿Nos centramos en hacer más asumibles las circunstancias reconstruyendo cognitivamente la forma de analizarlas para hacerlas tolerables? ¿Contribuimos a la aceptación, la indiferencia y el fatalismo?¿que está enfermo el sujeto o la situación? ¿Qué debemos ayudar a cambiar al sujeto para que asuma lo que ocurre o a un contexto enfermo? (Martín Baró, 1987, 1989).

Crisis y miedo que llevan a vivir al día, a sobrevivir, a centrarse en el día a día: no hay futuro, recordemos, quizá el lema más repetido en alguno de los movimientos de respuesta a estas situaciones actuales: “sin casa, sin curro, sin pensión….y sin miedo”.

Como se señala acertadamente en (Courtis, BBC, 2004) es el poder de las pesadillas: “en el pasado los políticos presentaban un mundo mejor, utopías a conquistar, pero aquello fracaso y llegamos al mejor de los mundos posibles, ahora encontraron una alternativa meternos miedo, decirnos que estamos en crisis y presentarse como la respuesta a esta situación de miedo y terror. Los causantes del miedo y del terror se presentan entonces como la solución al problema que plantean”.

El miedo (Reguillo, 2012, Fouce, et al., 2015) aparece como un elemento clave presente y aparentemente estimulado con el objetivo de silenciar una posible respuesta social. El miedo como elemento esencial de una estrategia económica global en la que resulta clave la colaboración de los grupos que sufren los efectos del desigual reparto de la riqueza sintiendo miedo y así contribuyendo a lo que se pretende: aceptar, asumir, tolerar, sentirse responsables y culpables.

La crisis como discurso, como marco de interpretación permanente, se usa para recortar derechos y libertades, para poner en crisis también la participación y la opción de cambiar las cosas, la política, las instituciones, para que todos pensemos que estamos en una lucha permanente de todos contra todos en la que lo único importante es salvar el propio pellejo y en la que se destruyan los mecanismos colectivos de respuesta, las redes de solidaridad pero, sobre todo, las redes de respuesta critica. Cierto discurso sobre la crisis, sin embargo, responsabilizada a las víctimas y cargaba en ellas toda la responsabilidad, porque eran ellas pese a ser el eslabón más débil de la cadena las que, al parecer, vivían por encima de sus posibilidades. La crisis y el miedo son dos instrumentos para un cambio de valores, para un cambio de sociedad.

Se trata de culpabilizar a las víctimas individualizando el análisis de lo que les ocurre y restringiendo las respuestas a lo individual. En un clima dominado por el miedo y la inseguridad encontramos un terreno abonado para la fragmentación social, para la xenofobia, para las identidades excluyentes, para los análisis individualizadores y las repuestas asistencialistas.

Como dice en una de sus campañas de Amnistía Internacional (2017): “la pobreza es la peor crisis de derechos humanos: exige dignidad” y, dignidad es cambiar las condiciones que llevan a la pobreza y no a las personas para que acepten sus condiciones de vida injustas, su contexto.

A la crisis, como palabra, puede sumarse en el análisis las medidas tomadas para responder a la crisis, presentadas como excepcionales y el único camino a seguir pero que, en ningún caso, son la única posibilidad, son decisiones que suponen elegir entre opciones diferentes, por ejemplo, se podría haber elegido entre rescatar a los bancos y el sistema financiero o a las autopistas o haber rescatado a las personas. La crisis y el miedo se usan como excusa y cobertura para tomar decisiones y presentarlas como asumibles y único camino excepcional a seguir, se usan para romper el pacto social establecido desde el pasado en el que se daba cobertura a derechos y necesidades básicas (educación, sanidad, servicios sociales, pensiones) nunca antes recortadas en nuestro país con la virulencia en la que se hizo en esta crisis. Se socializan y reparten las pérdidas de los que causaron la crisis para que la factura y consecuencias lo paguemos entre todos mientras se recorta en derechos e inversiones públicas y se habla de austeridad como algo necesario pero aplicado solo a una parte de la ecuación y del sistema, se enmascaran por tanto, decisiones subjetivas ante diversas alternativas, como respuestas únicas, objetivas, dolorosas pero necesarias, el único camino a seguir cual terapia de choque ante una situación de emergencia.

“Los programas de austeridad europeos han desmantelado los mecanismos que reducen la desigualdad y hacen posible un crecimiento equitativo. Con el aumento de la desigualdad y la pobreza, Europa se enfrenta a una década pérdida. Si las medidas de austeridad siguen adelante, en 2025 entre 15 y 25 millones de europeos más podrían verse sumidos en la pobreza” (Intermon Oxfam, 2013, p. 35).

“La austeridad contribuye al aumento de las desigualdades que harán que esta situación de fragilidad económica perdure exacerbando innecesariamente el sufrimiento… aumenta el nivel de desempleo, disminuyen los salarios y crea más desigualdad… no existe ningún ejemplo de una gran economía que haya vuelto a crecer gracias a la austeridad” (Stiglitz, 2013, p. 3).

La crisis y su interpretación, y la respuesta que se esta dando sobre ella, las medidas que se están tomando, basadas en la austeridad, pretenden, posiblemente, configurar una sociedad diferente, una sociedad en la que todos sintamos que somos enemigos unos de otros, que todos estamos en una especie de guerra eterna por la supervivencia y en esa situación. ¿Qué está haciendo mayoritariamente la psicología y los psicólogos en esta coyuntura? ¿Servimos como instrumentos para individualizar los problemas y sus causas? ¿Para establecer las medidas a tomar?

No es solo la crisis, sino por un nuevo modelo de sociedad basado en la pobreza estructural, riesgos constantes de exclusión que afecta a amplios sectores de la población, precariedad extendida, incremento desigualdades y menores oportunidades de movilidad social, indefensión e inseguridad.

Vivimos en un mundo enfermo. Como señalan pensadores como Koselleck (2007), el miedo es el valor por excelencia; vivimos en un mundo en que vuelven las viejas enfermedades sociales de falta de amistad, falta de comunicación o persecución al diferente.

DATOS SOBRE LA SITUACIÓN ACTUAL

Los datos son clarificadores y muestran una sociedad diferente a lo que anteriormente conocíamos con importantísimas repercusiones en las formas de vida y los efectos psicológicos y sociales de estas situaciones.

Aumenta el desempleo, la pobreza, la desigualdad, mientras salen a la luz los grandes beneficios de los más poderosos y las corrupciones en muchos ámbitos de la vida pública, se genera un contexto de injusticia y de profunda crisis de valores democráticos que debe indignarnos, conmovernos, comprometernos y movilizarnos. Estamos en unos niveles de pobreza inasumibles y vergonzosos, en unos niveles de desigualdad insoportables, en unos recortes de derechos inaceptables.

Hay un proceso de empobrecimiento generalizado de nuestra sociedad. Se habla, por ejemplo de una generación y una década perdida por el aumento de la pobreza y la desigualdad. El riesgo de fractura social es evidente en una nueva estructura social donde crece la espiral de escasez y la vulnerabilidad, con empobrecimientos crónicos y procesos de exclusión crecientes.

Se combinan elevados niveles de desempleo, pérdida de capacidad adquisitiva de la población con descensos de la renta mínima disponible y debilitamiento mediante recortes masivos de las políticas sociales y recorte de derechos muy en particular en sanidad, educación y servicios sociales.

Se ha subestimado el coste social a largo plazo de la crisis económica. Cada vez hay más personas que han sido expulsadas de sus hogares. Más personas atrapadas en el sobreendeudamiento, porque el coste de vida se ha incrementado y sus ingresos han disminuido. La pobreza infantil está aumentando, y los jóvenes se ven privados de la posibilidad de soñar un futuro. La opinión pública estigmatiza cada vez más a las personas vulnerables, como si fueran responsables de su situación y la protección social fuese un lujo en una época de austeridad (Red europea contra la pobreza, 2016, p. 15).

El futuro no existe, hay que sobrevivir, responder a nuestra propia situación de emergencia y crisis que se torna crónica y permanente.

La crisis lo que hace es empeorar la situación y aumentar la desigualdad con pérdida de derechos de colectivos en riesgo.

Veamos algunos datos y circunstancias reflejados en diferentes estudios (Fundación FOESSA, 2014; Asociación estatal directores y gerentes de servicios sociales, 2017; Intermon Oxfam, 2013; Red europea de lucha contra la pobreza- EAPN, 2016; UNICEF, 2014).

Algunas de las consecuencias que podríamos señalar que acompañen a esta descripción serian la inseguridad, el miedo, la indefensión, la desesperanza, una peor calidad de vida. Indefensión y desesperanza como ausencia de futuro que son, además, las peores circunstancias posibles a afrontar como bien sabemos desde los estudios clásicos de la psicología ligados a la indefensión. Se generan situaciones de desmotivación y exclusión. El futuro no existe para la mayoría de la población, solo se puede sobrevivir y vivir al día.

Según Wilkinson y Pickett (2009) el porcentaje de enfermedades mentales en los países desiguales es mucho más alto, los desórdenes de ansiedad, de control de impulsos y de otras patologías están altamente relacionados con la desigualdad. La tasa de enfermedades mentales del conjunto de la población es cinco veces mayor en los países más desiguales que en los menos desiguales, las personas tienen cinco veces más probabilidades de ir a la cárcel, seis más de ser obesos y también más posibilidades de verse envueltos en un homicidio.

El efecto psicológico de ser pobre a pesar de madrugar cada día para ir a trabajar puede ser incluso más devastador que el de desempleo de larga duración. Este último tiene, al menos, la esperanza de encontrar un empleo. El trabajador pobre, en cambio ya tiene una nómina y no ve que otra cosa puede hacer para escapar de la miseria.

Una gran parte de la sociedad vive en situación precaria. La precariedad genera inseguridad. Se mal vive o se sobrevive en una situación límite en la que gastos imprevistos o una pérdida de empleo o empeoramiento de las condiciones laborales les lleva a perderlo todo: son economías vulnerables, vidas vulnerables. Hay una incapacidad clara para afrontar gastos imprevistos. 4 de cada 10 personas estan en esta situación.

Los cambios en el papel del trabajo también tienen un importante impacto como señala, por ejemplo, Neimeyer (2007) “el trabajo determina gran parte de nuestro pasado, de nuestro presente y nuestro futuro y su pérdida hace que se tambaleen los cimientos de nuestra identidad y nuestros planes de vida” (p.35).

Con respecto a la perdida de vivienda, este provoca consecuencias de gran trascendencia dado el valor sociocultural asociado a ella; seguridad, integración social, espacio para el desarrollo familiar, identidad y auto definición, relaciones sociales y red de apoyo, y un largo etcétera. Se ve afectada la seguridad, se quiebran proyectos de vida, se deteriora la autoestima y la confianza en los recursos propios. La vida pierde su estructura y organización, incluyendo, en muchos casos, la separación del entorno social. Un desahucio es como una montaña rusa emocional (Ramis Pujol y Cortés, 2013). Un desahucio es etimológicamente la perdida de “aucio”, de esperanza, vivir la desesperanza, por tanto, una de las situaciones de mayor vulnerabilidad posible.

Una de las manifestaciones más contundentes y graves de esta situación combinada de crisis que permanece en el tiempo y recortes masivos de derechos son, sin duda, los desahucios, una situación sobre las que podemos y debemos intervenir desde el punto de vista psicológica y social.

A partir de nuestra experiencia podemos compartir que es frecuente que ante evoluciones problemáticas o situaciones críticas aparezcan experiencias emocionales muy intensas que pueden resultar desadaptativas en muchas ocasiones. Culpa, vergüenza, rabia, frustración, tristeza, impotencia etc., son emociones que vividas de forma intensa y sin la canalización adecuada bloquean, conducen al aislamiento social, a la soledad existencial y, sobre todo, generan en la persona que lo experimenta una percepción extremadamente negativa de sí misma, de su nivel de competencia.

PROPUESTAS DE INTERVENCIÓN: PSICOLOGÍA SIN FRONTERAS, PSICOLOGÍA EN TIEMPOS DE CRISIS

Los profesionales de la psicología somos trabajadores/as del Bienestar Social, somos también ciudadanos, y la psicología como ciencia comprometida con las personas tiene o tendría mucho que decir y hacer en esta situación, debemos ser conscientes de la necesidad y responsabilidad que tenemos de ejercer nuestra profesión siempre, y más en estos momentos difíciles, con un nivel de exigencia, profesionalidad, rigor y compromiso con las personas y la solución a sus problemas que vaya más allá de reducir el análisis y las intervenciones a lo individual.

Se están usando con cierta frecuencia estrategias psicológicas basadas en el miedo para paralizar a las poblaciones sometidas a una especie de terapia de sock que pretende dejarles indiferentes o anestesiados mientras se recortan sus derechos. Se estan usando visiones individualizadoras que descontextualizan los problemas y su análisis.

Con cierta frecuencia, como denunciaba en el pasado (Martín Baró, 1989), la psicología cumple la función en esta coyuntura de hacer asumible lo inasumible, de hacer aceptable lo inaceptable, de etiquetar como enfermos a los sujetos cuando la enfermedad es el sistema y el entorno. Hay otra psicología posible y necesaria, comunitaria, solidaria, de denuncia, crítica, que empodere, que potencia la resiliencia y a los resilientes, que apueste por un análisis completo de los problemas incorporando el ambiente en la concepción de los mismos y en las propuestas de intervención.

Volver a juntar a la gente, a la intervención comunitaria, a las respuestas colectivas, incorporar en nuestros análisis y propuestas la intervención grupal, en el contexto, en el ambiente.

Hay que recuperar la consideración como fundamental de los aspectos estructurales, sociales, colectivos o globales en la explicación de las desigualdades, sin perjuicio de que las intervenciones que se desarrollen se puedan realizar en un plano individual.

Debemos, al tiempo estar convencidos de que las personas y su bienestar deben estar en el centro y marcar todas nuestras decisiones, las personas y su sufrimiento, las personas y sus derechos, las personas por encima de la economía, por encima del dinero, por encima del crecimiento como único motor vacío de contenido.

La psicología dispone de un inmenso arsenal conceptual y de intervención para generar y potenciar ciudadanos libres, independientes y solidarios, personas capaces de crear y unirse en redes sociales que generen respuestas colectivas y apoyo social mutuo, que se organicen para responder en conjunto.

Hay alternativas, tiene que haberlas, debe haberlas, tenemos que construirlas entre todos y todas.

Es la comunidad al completo la que enferma a través del mantenimiento, y el incremento, de situaciones injustas que protegen a los sectores sociales más poderosos mientras aumenta la presión sobre los sectores más desfavorecidos culpabilizándolos y estigmatizándolos.

Vivimos en una situación crítica, una crisis no solo económica sino también de valores, que afecta de forma profunda a la confianza y credibilidad en las instituciones políticas, económicas y sociales, una situación que no puede dejar indiferente a nadie, tampoco a los y las profesionales de la psicología.

La neutralidad no existe, especialmente en los casos de injusticia, ser neutral es tomar parte por los poderosos y nosotros ya hemos optado por estar junto a los que sufren, junto a los nuestros. Creemos que hay que estar con los que sufren, con los desahuciados, con los parados, con los excluidos, hay que tomar partido por ellos y con ellos. La indiferencia es imposible No intervenir no significa ser neutral, sino ponerse al lado del poderoso . O como se señala con cierto humor:

“Si me desentiendo de la sociedad humana de la que formo parte (y que hoy me parece que ya no es del tamaño de mi barrio, ni de mi ciudad, ni de mi nación, sino que abarca el mundo entero) seré tan prudente como quien yendo en un avión gobernado por un piloto completamente borracho, bajo la amenaza de un secuestrador loco armado con una bomba, viendo cómo falla uno de los motores, etc. (puedes añadir si quieres alguna otra circunstancia espeluznante), en lugar de unirse con los restantes pasajeros sobrios y cuerdos para intentar salvarse, se dedicara a silbar mirando por la ventana o reclamara a la azafata la bandeja del almuerzo” ( Savater, 19912. p.7)

Recuperar la intervención comunitaria, la aceptación de personas diferentes con las que trabajamos, recuperar el concepto de acompañamiento son alguno de los ejes que creemos necesario recuperar en nuestras intervenciones. Facilitar la generación de redes sociales de apoyo mutuo como forma de intervenir, validar la expresión de emociones y que se compartan.

Trabajar cara a cara con las víctimas de la crisis, acompañándolas, reconociéndolas y revindicando con ellas y ellos un trato justo. La dignidad y su recuperación es evitar cosificar o estigmatizar, reducir a meras etiquetas a aquellas personas con las que intervenimos, quien tenemos delante es mucho más que un delincuente o un pobre o un drogodependiente por poner algún ejemplo. Hay que defender que cualquier persona sea cual sea su situación es, por encima de todo, persona y como tal merece ser tratada.

Combatimos con otras entidades la obsesión por el diagnóstico, por estigmatizar, por identificar los problemas mentales, por ejemplo, como problemas penales, como en la reciente reforma del código penal, los enfermos son personas antes que enfermos y deben tomar decisiones y conocer lo que les ocurre, son el centro de nuestra intervención y tenemos que potenciar su capacidad de acción y decisión.

Actuamos desde el compromiso empático, desde principios no estigmatizadores, transculturales, flexibles, que incorporan en sus análisis y planteamientos de intervención el contexto, el ambiente.

Necesitamos cambios en las personas para cambiar las sociedades; flexibilidad y creatividad ante los bloqueos, esperanza ante la indefensión. Necesitamos ser capaces de entender que las relaciones de poder no son inmutables.

Para nosotros revindicar y pedir que las cosas mejoren y se superen las dificultades y desigualdades es solo una cara de la moneda mientras actuamos respondiendo a las personas que sufren, proporcionándoles atención.

Creemos en la desinstitucionalización pero también creemos que esta debe venir acompañada de suficientes recursos como para no sobrecargar a las familias o generar situaciones de mayor riesgo.

Algunas respuestas que hoy se esta dando ante la aparición de problemas de vida psicológicos esta basándose fundamentalmente en una atención deficiente, farmacológica y solo en la asistencia primaria.

El acceso a la salud, desde una perspectiva de derechos humanos, también a la denominada salud mental debe ser un derecho que hay que revindicar al tiempo que desarrollamos acciones que posibiliten el acceso universal a este derecho a la salud. Nunca se debería recortar en salud, tampoco en salud mental, la salud es un tesoro y nuestro principal activo, cuidarla es un derecho y un deber.

Existen, además, situaciones de precariedad social o de exclusión que dificultan el acceso a los servicios actualmente existentes y ante los cuales debemos desarrollar esfuerzos para adaptar la atención que podamos prestar, algo que creemos estar en disposición de desarrollar, como mediadores y orientadores del proceso

La crisis ha paralizado además, el desarrollo de los servicios de salud ligados a lo psicológico justo en el momento en que estos son más necesarios.

Consecuentemente, en la actualidad, no todas aquellas personas que necesitan recibir un tratamiento psicológico lo reciben y de aquellas que lo reciben, no siempre acuden a consulta periódicamente. En el mejor de los casos, cuando la persona tiene recursos económicos, puede acudir a un centro privado, donde la atención será, al menos la demostrada en los estudios científicos, la más eficiente, eficaz y efectiva.

Creemos en una psicológica preventiva, que dé información sencilla a la población, que huya de tecnicismos irrelevantes que tratan solo de dotarla de un traje incomprensible para los ciudadanos y ciudadanas.

No creemos en el modelo médico en el que el terapeuta es el agente y el otro el paciente, en el que las personas se cosifican pasando a ser solo meros diagnósticos o etiquetas cargadas de estigmas. Con frecuencia en nuestras sociedades, influidas por lobbys como el farmacéutico, se están transformando problemas de vida o psicológicos en enfermedades, se están tratando además estos problemas desde el reduccionismo biologicista, medicalizando las respuestas y reduciéndolas a meros desequilibrios neuro químicos. La psicología nos enseña lo rico y complejo que es el ser humano y como las actuaciones, explicaciones e intervenciones deberían hacerse desde varios planos: el biológico, el psicológico o individual y el social.

La psicología se ha revelado en los últimos años como una ciencia capaz de profundizar en aspectos a los que otras ciencias no tienen acceso, los pensamientos y sentimientos de las personas.

Desde el punto de vista psicológico uno de los fenómenos que se dan es lo que llamamos problema de vida: las grandes seguridades se pierden y uno se pregunta ¿Por qué a mí me paso esto? ¿Qué hice yo para merecerlo? ¿Es el mundo justo? Tenemos algunas máximas que nos sirven de auto- engaño en parte para poder seguir funcionando: lo que hacemos en el mundo, lo que decidimos tiene influencia y determina lo que nos pasa, es decir que si nos pasa algo negativo y queremos mantener la ilusión de contingencia para seguir motivados, pensaremos que algo hicimos para merecerlo. Estos problemas de vida se abordan con tiempo y con acompañamiento, tiempo que a veces no se tiene por la exigencia de los momentos de crisis.

Creemos en una acción social que parta de las potencialidades del sujeto y no de sus carencias, que no espere a los problemas sino que se vaya a ellos, partimos de considerar que toda conducta es adaptativa en el entorno en el que se desarrolla.

Apostamos por desarrollar y poner en marcha estrategias preventivas porque creemos firmemente que la felicidad y la capacidad de enfrentarse adecuadamente a las cosas se puede entrenar y educar.

Desde el punto de social, una de las repercusiones además con impacto sumamente negativo es el apoyo social, se siente vergüenza, culpabilidad, uno siente que es el único responsable de lo que le ocurrió y rompe con otros entrando en una espirar de aislamiento sumamente peligrosa y a la que hay que responder inmediatamente.

Partimos de considerar que no se trata de adaptar a las personas a sus contextos, sino de devolverles el poder para cambiar estos contextos enfermos.

¿Queremos ser generadores de indolencia, de aceptación de las circunstancias mediante reconstrucciones cognitivas de la percepción de los hechos, de resignación o agentes dinamizadores del cambio personal y colectivo uniendo lo personal con el contexto que es, en no pocas ocasiones, lo verdaderamente patológico?.

Hacemos una Psicología que combina el trabajo con las personas con el trabajo con los contextos. Mitad respuesta y mitad reivindicación de un marco saludable y un entorno más justo. Empatizamos, ponemos el cuerpo, nos comprometemos, acompañamos, damos apoyo, combatimos la indefensión y la resignación, asumimos el papel de dinamizadores y facilitadores de recursos, nunca de elementos sustitutivos de los recursos de las personas y sus contextos, trabajamos desde la aceptación incondicional, desde la mirada positiva, desde la resiliencia y el empoderamiento, desde los sujetos al cambio social.

Nos manifestamos intolerantes con la intolerancia, intentando transformar la indignación y la rabia, las protestas en propuestas, en acciones, en intervenciones críticas.

Entre los retos que hay que afrontar y con los que la psicología y los psicologos tenemos que confrontarnos podríamos situar:

Creemos que, ponernos en el lugar de los afectados o de las personas sobre las que vamos a intervenir, nos ayudará a comprender su situación y, de esta forma, partir del encuentro entre personas como mecanismo clave para la intervención. Partimos también de la aceptación incondicional aunque esto no supongo justificar lo injustificable o eliminar las responsabilidades individuales

Partimos de la firme creencia de que las diferencias de cualquier tipo no son elementos en sí mismos problemáticos, sino que también nos proporcionan oportunidades para aprender de nuevas realidades y situaciones.

Creemos que la psicología no debe hacer tolerable situaciones intolerables, no debe ayudar a la gente a aceptar lo inaceptable, debe señalar los elementos del contexto que están enfermos y ayudar a las personas junto con otras personas a transformarlos.

Garantizar la atención psicológica en situaciones como los desahucios, el paro de larga duración, la enfermedad laboral, los accidentes laborales, los afectados por las preferentes, son alguno de los ámbitos en los que estamos trabajando intensamente.

CONFLICTO DE INTERESES

No existe conflicto de intereses.

Referencias

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Notas de autor

Jose Guillermo Fouce Fernández. Profesor Universidad Complutense de Madrid. Presidente Psicología sin Fronteras. Vocal Intervención social Colegio Oficial de Psicologos de Madrid. C/ Cuesta San Vicente, nº 4, 5 planta. 28008 Madrid. España. E-mail: guiller@cop.es

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