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¿CUÁNTA VIOLENCIA ES DEMASIADA? EVALUACIÓN DE LA POLIVICTIMIZACIÓN EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA
Noemí Pereda Beltran
Noemí Pereda Beltran
¿CUÁNTA VIOLENCIA ES DEMASIADA? EVALUACIÓN DE LA POLIVICTIMIZACIÓN EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA
How much violence is too much? Assessment of poly-victimization in childhood and adolescence
Papeles del Psicólogo, vol. 40, núm. 2, pp. 101-108, 2019
Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos
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Resumen: Se ha constatado que la violencia contra los niños, niñas y adolescentes es un fenómeno frecuente en todas las culturas y sociedades, que afecta a entre el 83 y el 91% de los menores españoles. Desde la victimología del desarrollo se ha demostrado que la violencia interpersonal rara vez es un suceso aislado, sino que niños, niñas y adolescentes tienden a experimentar más de un tipo de victimización a lo largo de su vida, lo que ha recibido el nombre de polivictimización. El objetivo de esta revisión es acercar a los profesionales aquellos trabajos que demuestran la frecuencia de este fenómeno, su relación con la presencia de efectos adversos en el desarrollo, y la forma más plausible y adecuada de medirlo con el fin de identificar a aquellos menores que requieren de una cuidada atención y protección, dada su extrema vulnerabilidad.

Palabras clave:Victimología del desarrolloVictimología del desarrollo,PolivictimizaciónPolivictimización,EvaluaciónEvaluación,Revisión.Revisión..

Abstract: It has been confirmed that violence against children and adolescents is a frequent phenomenon in all cultures and societies, affecting between 83 and 91% of Spanish minors. Developmental victimology has shown that interpersonal violence is rarely an isolated event, but rather children and adolescents tend to experience more than one type of victimization throughout their lives, which has been termed poly-victimization. The objective of this review is to bring professionals closer to the works that demonstrate the frequency of this phenomenon, its relationship with the presence of adverse effects on development, and the most plausible and appropriate way to measure it in order to identify those minors who require careful intervention and protection, given their extreme vulnerability.

Keywords: Developmental victimology, Poly-victimization, Assessment, Review..

Carátula del artículo

¿CUÁNTA VIOLENCIA ES DEMASIADA? EVALUACIÓN DE LA POLIVICTIMIZACIÓN EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA

How much violence is too much? Assessment of poly-victimization in childhood and adolescence

Noemí Pereda Beltran
Universidad de Barcelona, España
Papeles del Psicólogo, vol. 40, núm. 2, pp. 101-108, 2019
Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos

Recepción: 28 Septiembre 2018

Aprobación: 02 Enero 2019

La victimización infantojuvenil es un problema de interés social, tanto por su extensión, que oscila entre un 12,7% de abuso sexual a un 36,3% de abuso emocional según estudios de metanálisis (Stoltenborgh, Bakermans‐Kranenburg, Alink, & van Ijzendoorn, 2015), como por sus graves afectos en el desarrollo, que pueden perpetuarse hasta la edad adulta y afectar negativamente a múltiples áreas de la vida de la víctima (Kendall-Tackett, 2003).

Se entiende por victimización infantojuvenil el daño que se causa a un niño, niña o adolescente debido al comportamiento contrario a las normas sociales de otro individuo o grupo (Finkelhor, 2008). La victimización o violencia interpersonal difiere de otros acontecimientos vitales negativos o experiencias de violencia no interpersonales, tales como accidentes, enfermedades o desastres naturales. Diversas investigaciones han mostrado que las víctimas de violencia interpersonal son más propensas a desarrollar problemas de salud mental que los supervivientes de un suceso traumático no interpersonal (Forbes et al., 2014; Nilsson, Gustafsson y Svedin, 2010). Cabe tener en cuenta que las experiencias de victimización, en edades tan tempranas como la infancia y la adolescencia, generan una percepción del entorno como inseguro e impredecible, lo cual destruye el denominado sesgo optimista (optimistic bias) según el cual el individuo subestima su vulnerabilidad personal ante acontecimientos vitales adversos (Weinstein, 1989). A su vez, las experiencias de victimización actúan contra la denominada creencia en un mundo justo (Lerner, 1980), por la que el individuo considera que, simplemente a través de su propia conducta, puede tener control sobre lo que le sucede y minimizar su vulnerabilidad. Además, la malevolencia del acto causado por otro ser humano, el sentimiento de traición e injusticia que acompañan y la transgresión de las normas sociales establecidas, confieren un especial potencial traumatogénico a las experiencias de violencia interpersonal (Finkelhor, 2008), que requiere diferenciarlas de otros eventos traumáticos.

Sin embargo, no ha sido hasta fechas recientes cuando se ha propuesto un marco teórico sólido, bajo el nombre de victimología del desarrollo (developmental victimology), que tiene como objetivo facilitar a investigadores y profesionales la toma de decisiones en el ámbito de la violencia contra la infancia y la adolescencia en base a los resultados de estudios rigurosos y no en función de creencias e ideologías no basadas en la evidencia empírica (Finkelhor, 2007).

EPIDEMIOLOGÍA DE LA VICTIMIZACIÓN INFANTOJUVENIL

Se ha constado que la violencia contra los niños, niñas y adolescentes es un fenómeno frecuente en todas las culturas y sociedades (Pinheiro, 2006), que afecta a una gran parte de la población.

Así, estudios sobre victimización realizados a partir de las respuestas de los propios niños, niñas y adolescentes evidencian que la victimización infantojuvenil constituye un grave problema social. En Europa, se han obtenido porcentajes del 84,1% en Suecia (Aho, Gren-Landell y Svedin, 2014) y el 83,7% en el Reino Unido (Radford, Corral, Bradley y Fisher, 2013). En Norteamérica, los porcentajes se sitúan en un 79,6% en los Estados Unidos (Finkelhor, Ormrod y Turner, 2009) y un 83,5% (Cyr et al., 2013) en Canadá. En Sudamérica, se ha obtenido un porcentaje de victimización infantojuvenil del 89,0% en Chile (Pinto-Cortez, Pereda y Álvarez-Lister, 2017); mientras que en Asia los porcentajes oscilan entre un 71,4% en China (Chan, 2013) y un 94,3% en Vietnam (Le, Holton, Nguyen, Wolfe y Fisher, 2015). En África, los estudios se han centrado en Sudáfrica, con porcentajes de entre el 90% (Collings, Penning y Valjee, 2014) y el 93,1% (Kaminer, du Plessis, Hardy y Benjamin, 2013).

Si analizamos España, cuatro estudios han preguntado por experiencias de victimización a niños, niñas y adolescentes de diferentes regiones del país, obteniendo porcentajes de entre el 83% y el 88,4% en Cataluña (Pereda, Guilera y Abad, 2014; Soler, Paretilla, Kirchner y Forns, 2012), el 90,8% en la Comunidad Valenciana (Játiva y Cerezo, 2014), o el 91% en el País Vasco (Indias y De Paúl, 2017), como muestra la Tabla 1.

Sin embargo, ciertamente, las tasas provenientes de fuentes oficiales son mucho más bajas, especialmente ante determinadas formas de victimización infantojuvenil como el maltrato emocional (White, English, Thompson y Roberts, 2016), o la victimización sexual que, según datos en España, sólo es reportada a la autoridad por un 9,3% de las víctimas (Pereda, Abad y Guilera, 2016). Cabe destacar la escasa tasa de notificación de casos de victimización infantil por parte de profesionales vinculados con el ámbito de la infancia. Por ejemplo, en nuestro país, Greco, Guilera y Pereda (2017) han encontrado que un 74,4% de los profesionales del ámbito educativo encuestados manifestaba haber detectado algún caso de victimización infantojuvenil a lo largo de su carrera, si bien de éstos, sólo un 27,6% había notificado sus sospechas a la autoridad.

La victimización presenta porcentajes aún más preocupantes en aquellos colectivos que pueden considerarse de riesgo, que se acercan o llegan, en la gran mayoría de casos, al total de las muestras estudiadas, como son los niños, niñas y adolescentes atendidos por el sistema de protección infantil (Cyr et al., 2012; Segura, Pereda, Abad y Guilera, 2015), el sistema de salud mental (Álvarez-Lister, Pereda, Abad y Guilera, 2014; Ford, Wasser y Connor, 2011), los jóvenes con expediente en el sistema de justicia juvenil (Ford, Grasso, Hawke y Chapman, 2013; Pereda, Abad y Guilera, 2015), y los niños, niñas y adolescentes que viven en la calle (Bashir y Dasti, 2015).



TABLA 1

PORCENTAJES DE VICTIMIZACIÓN INFANTOJUVENIL AUTOREPORTADA A LO LARGO DE LA VIDA

VISIÓN INTEGRADA DE LA VICTIMOLOGÍA DEL DESARROLLO

Durante décadas, la investigación se ha centrado, principalmente, en el estudio de las experiencias de victimización consideradas más graves para los niños, niñas y adolescentes, como el abuso físico y sexual, sin analizar otras posibles formas de victimización más allá de las llamadas, y entendidas históricamente, como maltrato infantil (Finkelhor, 2008).

Sin embargo, en el marco de la victimología del desarrollo, Finkelhor (2007) defiende que la victimización va más allá de las formas de maltrato infantil y engloba, de un modo más amplio, los diferentes tipos de violencia interpersonal que experimentan los niños, niñas y adolescentes. Así, además de afrontar formas de victimización por parte de sus padres o cuidadores principales (como el maltrato físico, el maltrato emocional, el secuestro parental) (por ejemplo, Stoltenborgh, Bakermans‐Kranenburg, van IJzendoorn, y Alink, 2013), también tienen que afrontar delitos comunes (Finkelhor y Ormrod, 2000), tanto contra la propiedad (como hurtos, robos, vandalismo), como contra su persona (como delitos de odio, agresiones físicas); victimización por parte de iguales (como el acoso escolar o bullying, o la violencia en las relaciones de noviazgo) (Modecki, Minchin, Harbaugh, Guerra y Runions, 2014); formas de victimización sexual con y sin contacto físico (por ejemplo, abusos y agresiones sexuales, exhibicionismo) (Pereda, Guilera, Forns y Gómez-Benito, 2009); exposición a violencia familiar (como la violencia entre los progenitores o de éstos a los hermanos o entre otros miembros de la familia) (Kitzmann, Gaylord, Holt y Kenny, 2003) y comunitaria (atentados terroristas, manifestaciones violentas, guerras) (Stein, Jaycox, Kataoka, Rhodes y Vestal, 2003); y victimización electrónica (como el online grooming, el ciberbullying, o el sexting) (Montiel, Carbonell y Pereda, 2015).

Además, tradicionalmente, la investigación se ha centrado en estudiar las experiencias de violencia interpersonal contra los niños, niñas y adolescentes de forma independiente y por separado (Finkelhor, 2008), lo que ha llevado a un estudio y compresión del fenómeno fragmentado, parcial y poco preciso (Hamby y Finkelhor, 2000; Saunders, 2003).

POLIVICTIMIZACIÓN O EL EFECTO DE DOSIS-RESPUESTA EN LA VICTIMIZACIÓN INFANTOJUVENIL

Así, se ha demostrado que las diferentes formas de victimización tienden a co-ocurrir o superponerse (Finkelhor, Ormrod y Turner, 2007a), lo que significa que los niños, niñas y adolescentes rara vez experimentan un incidente de violencia interpersonal aislado, sino que tienden a experimentar más de un tipo de victimización a lo largo de su vida. En este sentido, Hamby y Grych (2013) han señalado que el estudio de la co-ocurrencia de las diferentes formas de victimización, es decir, concebir que están conectadas entre ellas, constituye un enfoque más acorde a la realidad victimológica, basada en la evidencia de los estudios empíricos y que ha recibido el nombre de red de violencia (web of violence). Así, se ha observado que aquellos jóvenes que son víctimas online lo son también offline o fuera del mundo virtual (Mitchell, Finkelhor, Wolak, Ybarra y Turner, 2011); que aquellos que experimentan formas de victimización dentro de sus familias, las sufren también fuera del contexto familiar (Fisher et al., 2014); o que formas específicas de victimización, como la exposición a violencia familiar, se relacionan con otras formas de victimización como el maltrato físico, la negligencia y relaciones de pareja violentas en la adolescencia (Hamby, Finkelhor, Turner y Ormrod, 2010).

Sin embargo, la mayoría de estudios se han centrado en buscar conexiones superficiales entre las diferentes formas de victimización, si bien virtualmente, todas las formas de violencia están interconectadas, no sólo aquéllas que parecen similares (Hamby, Finkelhor y Turner, 2012). Por tanto, los estudios deberían tener en cuenta y evaluar la amplia gama de victimizaciones a las que niños, niñas y adolescentes pueden estar expuestos, dado que no hacerlo supone diseñar estrategias de intervención y prevención poco eficaces y que no reflejan la completa realidad de la violencia contra la infancia. En este contexto, surge el concepto de polivictimización, que refiere a la experiencia de múltiples formas de victimización o violencia interpersonal a lo largo de la infancia y la adolescencia (Finkelhor, Ormrod y Turner, 2007b). Desde esta perspectiva se ha diseñado un autoinforme, el Juvenile Victimization Questionnaire (JVQ; Finkelhor, Hamby, Ormrod y Turner, 2005), que permite la evaluación de diferentes tipos de victimización a partir de los reportes de los propios niños, niñas y adolescentes. El JVQ se considera un instrumento excelente para la evaluación de la victimización infantil, con alta fiabilidad y validez (Finkelhor, Hamby et al., 2005), y se encuentra validado en España (Pereda, Gallardo-Pujol y Guilera, 2018).

Diversos estudios han utilizado este instrumento observando que, la mayoría de los niños, niñas y adolescentes, de muestras de la población general, muestran una media de experiencias de victimización a lo largo de sus vidas de entre cuatro (por ejemplo, 3,9 en Canadá, ver Cyr et al., 2013; entre 3,8 y 3,9 en España, ver Pereda et al., 2014 y Soler et al., 2012) y cinco formas (5,2 en el Reino Unido, ver Radford et al., 2013; 5,5 en el País Vasco, Indias y De Paúl, 2017).

Asimismo, cerca de la mitad de los niños, niñas y adolescentes ha sufrido dos o más victimizaciones durante el último año (por ejemplo, 36,7% en China, ver Chan, 2013; 49% en los Estados Unidos, ver Finkelhor et al., 2007b). La media de experiencias de victimización en el último año oscila entre dos y tres (3 en los Estados Unidos, ver Finkelhor et al., 2007b; 2,9 en España, ver Pereda et al., 2014; 1,8 en el Reino Unido, ver Radford et al., 2013).

CONSECUENCIAS PSICOSOCIALES DE LA POLIVICTIMIZACIÓN

Si bien la relación entre las experiencias de victimización en la infancia y los problemas de salud mental es compleja y su influencia es bidireccional (Cuevas, Finkelhor, Ormrod y Turner, 2009), la investigación sobre polivictimización ha observado que la vivencia de múltiples tipos de victimización sitúa a los niños, niñas y adolescentes en riesgo de deterioro psicosocial severo (Finkelhor, Shattuck et al., 2011). Los estudios han mostrado que la polivictimización es incluso más dañina que experimentar repetidamente episodios del mismo tipo de victimización o, lo que se conoce como cronicidad (Finkelhor, Ormrod et al., 2005; Turner, Finkelhor y Ormrod, 2010a). El patrón es remarcablemente lineal. Dos victimizaciones son peor que una, tres son peor que dos, cuatro son peor que tres, y así sucesivamente (Finkelhor, Turner, Hamby y Ormrod, 2011).

A su vez, se ha encontrado que las asociaciones entre módulos individuales de victimización, como pueden ser los delitos comunes, la victimización por cuidadores, la victimización sexual, electrónica, por iguales, o la exposición a violencia, y el malestar psicológico disminuyen significativamente cuando se tiene en cuenta la polivictimización (Finkelhor et al., 2007a; Soler, Forns, Kirchner y Segura, 2014). Estudiar un solo tipo de victimización tiende a sobreestimar su efecto en la salud mental de los adolescentes (Finkelhor et al., 2007b) y, en consecuencia, se subestima la gravedad del sufrimiento derivado de la experiencia de múltiples tipos de victimización (Turner, Finkelhor y Ormrod, 2006). Por lo tanto, la polivictimización en la infancia se establece como un mejor predictor del desajuste psicológico que los módulos individuales de victimización y tiene efectos más perjudiciales en la salud mental de la víctima a lo largo de su desarrollo (Cyr, Clément y Chamberland, 2013). Cabe añadir que se ha encontrado que los niños, niñas y adolescentes polivictimizados tienen más probabilidades de experimentar otras formas de victimización en la edad adulta, fenómeno denominado revictimización (Finkelhor, Ormrod y Turner, 2007c; Pereda y Gallardo-Pujol, 2014), y que describiría a una persona que es víctima de la violencia durante toda su vida.

Así, se ha observado que la polivictimización se encuentra relacionada con problemas de salud mental de niños y adolescentes, tanto con sintomatología internalizante, como la depresión, la ansiedad y los fenómenos suicidas (Chan, 2013; Cyr, Clément et al., 2013; Ellonen y Salmi, 2011; Ford et al., 2010; Guerra, Pereda, Guilera y Abad, 2016; Holt et al., 2007; Játiva y Cerezo, 2014; Soler, Segura, Kirchner y Forns, 2013; Turner, Finkelhor y Ormrod, 2010b), o los síntomas de estrés postraumático (Chan, 2013; Collings et al., 2014; Finkelhor et al., 2007a; Ford et al., 2010; Guerra, Pereda y Guilera, 2017; Radford et al., 2013; Soler et al., 2012), como con sintomatología externalizante, vinculada a ira, rabia, agresividad, trastornos de conducta, problemas de comportamiento delictivo y abuso de sustancias (Cyr et al., 2013; Ellonen y Salmi, 2011; Játiva y Cerezo, 2014; Soler et al., 2014), du Plessis, Kaminer, Hardy, y Benjamin, 2015; Ford et al., 2010; Turner et al., 2010a).

A su vez, son diversos los trabajos que muestran que un intenso estado permanente de alerta durante la infancia, que acompañaría a una polivíctima, disregula el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal, encargado de la respuesta al estrés, generando cambios permanentes en la estructura neural y en el funcionamiento de un cerebro aún en desarrollo (McCrory, De Brito y Viding, 2011). Por ejemplo, cambios en el córtex prefrontal, hipocampo o amígdala subyacen a problemáticas vinculadas con la atención, la concentración y la memoria, pero también comprometen el desarrollo de un vínculo seguro y, así, la habilidad de autorregulación emocional y conductual y, consecuentemente, repercuten en el desarrollo cognitivo, emocional y social del niño o niña agrupándose en siete dominios de deterioro (Cook et al., 2005), como ilustra la Tabla 2.

En esta línea, se ha alertado que el diagnóstico de trastorno por estrés postraumático, usado mayoritariamente por los profesionales clínicos para describir la sintomatología de estas víctimas, no captura los graves y variados efectos de la exposición a violencia continuada en un individuo en desarrollo. Así, se ha tomado el concepto de trauma complejo (Herman, 1992) como alternativa a los múltiples diagnósticos que puede recibir una víctima de la violencia, los cuáles, de forma individual, sólo consiguen captar un aspecto limitado de las complejas problemáticas que presenta el niño o niña polivictimizado.



TABLA 2

ÁREAS DE DESAJUSTE Y SÍNTOMAS EN EL DIAGNÓSTICO DE TRAUMA COMPLEJO

EVALUACIÓN DE LA POLIVICTIMIZACIÓN

Si bien la definición y marco teórico de la polivictimización es robusto y se ha aceptado en múltiples países y contextos, su definición metodológica no es tan clara y sigue discutiéndose cuál es la forma más fiable de identificar al grupo de niños, niñas y adolescentes más victimizado (Turner et al., 2010a), proponiéndose tres métodos diferentes.

El primero de ellos considera que puede hablarse de victimización múltiple cuando el niño o niña sufre más de una forma de victimización y de polivictimización si el número de victimizaciones que ha sufrido es superior al 90% de las que sufren los niños y niñas de su edad y características. Así, las polivíctimas corresponden a aquellos niños y niñas que se encuentran en el 10% superior de las experiencias de victimización que presenta un determinado grupo, generalmente de la población general (Finkehor et al., 2009), a lo largo de la vida. Siguiendo este método, el punto de corte para identificar al grupo más polivictimizado en muestras comunitarias estadounidenses sería entre 11 y 13 experiencias de victimización (Turner et al., 2010a), en el Reino Unido se situaría en 12 (Radford et al., 2013), en Chile entre 12 y 14 (Pinto et al., 2017) y en España entre 8 (Pereda et al., 2014) y 11 (Indias y de Paúl, 2017).

El segundo método refiere a las polivíctimas como aquellas que experimentan una victimización más que el número medio de victimizaciones experimentadas por las víctimas del grupo evaluado en el último año, es decir, cuatro o más en el estudio original (Finkelhor, Ormrod, Turner y Hamby, 2005a). Este método equivale a un 22% en muestra comunitaria estadounidense (Finkelhor, Hamby et al., 2005), un 37% en muestra chilena (Pinto et al., 2017) y un 19,3% en muestra española (Pereda et al., 2014).

Finalmente, el tercer método que se ha utilizado son los análisis de cluster (por ejemplo, Álvarez-Lister et al., 2014; Holt, Finkelhor y Kaufman, 2007) o de clases latentes (por ejemplo, Ford, Elhai, Connor y Frueh, 2010; Hazen, Connelly, Roesch, Hough y Landsverk, 2009) los cuales identifican subgrupos de víctimas con perfiles de victimización distintos o combinaciones de experiencias de victimización.

Investigaciones recientes han alertado que el grado de acuerdo entre estos diferentes métodos, usados para identificar a las polivíctimas, es moderado, por lo cual la elección de un método u otro para seleccionar el grupo de polivíctimas puede significar que se identifique a víctimas distintas (Segura, Pereda y Guilera, 2018). Así, el método que incluye a más víctimas en el grupo polivictimizado, tanto a lo largo de la vida como en el último año, es cuando consideramos la media de victimizaciones de un grupo en concreto (sea muestra de la población general u otras muestras de riesgo) más un suceso victimizante más como mínimo. Ciertamente, existe un riesgo de falsos positivos, pero el riesgo de falsos negativos en el método del 10% superior cuando hablamos de victimizaciones acontecidas a lo largo de la vida o de análisis de clúster cuando hablamos de victimizaciones en el último año, también debe tenerse en cuenta.

Cabe añadir que, debido a que se han observado diferencias relacionadas con la edad en la victimización infantil, con un mayor número de experiencias de victimización en los adolescentes mayores (Finkelhor, Shattuck, Turner, Ormrod y Hamby, 2011), se ha recomendado el uso de puntos de corte de acuerdo a la edad analizada a la hora de identificar a las polivíctimas. A su vez, la victimización por parte de los cuidadores principales y la victimización sexual tienen un potencial traumatogénico mayor que el resto de formas de victimización. Así, cuando el niño o niña reporte este tipo de experiencias y se pretenda calcular si es o no polivíctima, se deberá añadir una ponderación de 4 puntos si indica haber sido víctima de violencia por parte de sus cuidadores principales y de 3 puntos si reporta violencia sexual (Finkelhor et al., 2009). En función de la finalidad de la evaluación también se seleccionará uno u otro método. En investigación esta elección va a venir determinada por el método que mejor se aplique al objetivo del estudio. En el caso de la práctica clínica, la recomendación es calcular el número de victimizaciones del niño, niña o adolescente evaluado y compararlo con la media obtenida por su grupo de edad y colectivo (población general, salud mental, protección, justicia o cualquier otra), en base a las publicaciones que cuenten con esta información en el país.

A su vez, el número de ítems del instrumento que apliquemos para evaluar la victimización y el período de tiempo que nos interese (a lo largo de la vida, en el último año o cualquier otro), influirán en la identificación de las polivíctimas.

CONCLUSIONES

El concepto de polivictimización ha revolucionado los últimos diez años de estudios en victimología infantojuvenil, ampliando la evaluación de la violencia a otras formas de victimización distintas al maltrato infantil y analizando los graves efectos que la acumulación de experiencias de violencia en la infancia supone para el desarrollo (Finkelhor, 2007). Así, se ha constado empíricamente la extensión de la polivictimización en múltiples sociedades distintas, entre las que se encuentra España, y sus consecuencias adversas tanto en el ámbito internalizante, como externalizante.

Sin embargo, las implicaciones prácticas de este concepto aún no han sido aplicadas al ámbito profesional. En primer lugar, deberían evaluarse las múltiples formas de violencia que puede estar viviendo un niño, niña o adolescente de forma rutinaria, para poder intervenir de forma precoz y proteger al menor lo antes posible, ya sea en el ámbito de la salud, mediante un screening rápido que permita valorar si hay que llevar a cabo una evaluación más detallada de las posibles situaciones de violencia que está viviendo (véase Hamby, Finkelhor y Turner, 2011), como en el ámbito educativo, en aquellos casos que existan sospechas de cambios de conducta u otros problemas diversos, por parte de los servicios psicológicos del centro. En segundo lugar, la perspectiva de la polivictimización debe impregnar el trabajo de aquellos que intervienen con menores víctimas de la violencia, dado que el pronóstico de estos niños, niñas y adolescentes es muy distinto de aquellos que no han sido polivictimizados y el tratamiento que hay que ofrecerles es mucho más intensivo y debe estar especializado en la intervención en trauma complejo (véase Ford, 2005).

En síntesis, queda mucho trabajo por hacer en relación a la prevención y la intervención de la violencia interpersonal y la polivictimización infantil y juvenil, que requiere del esfuerzo conjunto de aquellos que trabajan día a día con los niños, niñas y adolescentes, pero también del resto de la sociedad, si el objetivo final es proteger y garantizar el bienestar de sus miembros más vulnerables.

CONFLICTO DE INTERESES

No existe conflicto de intereses

Material suplementario
REFERENCIAS
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Notas


TABLA 1

PORCENTAJES DE VICTIMIZACIÓN INFANTOJUVENIL AUTOREPORTADA A LO LARGO DE LA VIDA



TABLA 2

ÁREAS DE DESAJUSTE Y SÍNTOMAS EN EL DIAGNÓSTICO DE TRAUMA COMPLEJO

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