Meridianos
Humildes, trabajadores y sacrificados. Treinta años de desplazamientos en las representaciones de ser futbolista en Argentina*
Humble, Hard-working and Self-sacrificing. Thirty Years of the Shifting Image of Professional Soccer Players in Argentina
Humildes, trabalhadores e sacrificados. Trinta anos de deslocamentos nas representações de ser jogador de futebol na Argentina
Humildes, trabajadores y sacrificados. Treinta años de desplazamientos en las representaciones de ser futbolista en Argentina*
Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología, núm. 30, pp. 65-84, 2018
Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes
Recepción: 22 Mayo 2017
Aprobación: 05 Octubre 2017
Resumen: A partir de una etnografía realizada en estructuras formativas de clubes de fútbol profesionales entre 2015 y 2016, este artículo propone observar las transformaciones que se produjeron en las últimas tres décadas en las representaciones que los propios futbolistas argentinos tienen sobre ser deportista y sobre la práctica que ejecutan. Lo que nos proponemos exponer es que las dos imágenes centrales de la narrativa futbolística argentina propuestas por Eduardo Archetti en 1998 han perdido centralidad en los relatos de los jóvenes jugadores actuales. Por un lado, el “potrero”, territorio de formación tradicional, ha sido reemplazado por espacios estructurados como los “clubes de barrio” o “escuelitas”. Y, por otro lado, la figura del “pibe” como modelo del tipo de jugador nacional (encarnada icónicamente por Maradona y asociada a la irreverencia, la creatividad y la locura) ha dado paso al modelo de jugador “sacrificado” y “trabajador” identificado con el profesional disciplinado. Entre los hallazgos del trabajo se puede mencionar la centralidad de los dos nuevos territorios en torno del fútbol (los clubes de barrio y la escuelita), y, a partir de ahí, una descripción de las reglas de juego que se proponen, entre las que se encuentran la “humildad”, el “trabajo” y el “sacrificio”. Se instituyen nuevos modos de relacionarse con la práctica y con la idea de profesionalismo, así como nuevas formas de poder y de agencia.
Palabras clave: fútbol, profesionalización, Palabras clave de los autores, representaciones sociales, pibe, potrero, Archetti.
Abstract: Based on an ethnographic study of professional soccer teams between 2015 and 2016, this article discusses the changes which have occurred, during the past three decades, in the way Argentinian soccer players thinks of themselves as athletes and of the sport they play. It aims to explain how the two central images in the narrative of soccer in Argentina which Eduardo Archetti proposed in 1998 are no longer so important in the minds of the young players of study. On the one hand, the "potrero", the grassy lot of land where young players were traditionally trained, has been replaced by more formal and structured venues like "barrio clubs" or "little schools". And, on the other hand, the prototype or model of the Argentinian soccer star -the "pibe" or rough-hewn kid personified by the iconic Maradona and known for his irreverence, creativity and madness- has given way to the “self-sacrificing” and “hard-working” player who see himself as a disciplined professional. Among our findings, we would highlight: a) the centrality of the two new venues for training young players (neighborhood clubs and schools for apprentices); b) the new norms for professionals, which include being humble, working hard and sacrificing themselves in the name of professionalism; and c) The transformation of the above into new forms of power and agency.
Keywords: soccer, professionalization, keywords, social representations, pibe, potrero, Archetti.
Resumo: a partir de uma etnografia realizada em estruturas de formação de clubes de futebol profissionais entre 2015 e 2016, este artigo propõe a observar as transformações que foram produzidas nas últimas três décadas nas representações que os próprios jogadores de futebol argentinos têm sobre ser esportista e sobre a prática que executam. Sugerimos que as duas imagens centrais da narrativa futebolística argentina propostas por Eduardo Archetti em 1998 perderam centralidade nos relatos de jovens jogadores atuais. Por um lado, o “campinho”, território de formação tradicional, foi substituído por espaços estruturados como os “clubes de bairro” ou “escolinhas de futebol”. E, por outro lado, a figura do “pibe” (“moleque”) como modelo do tipo de jogador nacional (encarnada de forma icônica por Maradona e associada à irreverência, à criatividade e à loucura) tem dado lugar ao modelo de jogador “sacrificado” e “trabalhador”, identificado com o profissional disciplinado. Entre os achados do trabalho, pode-se mencionar a centralidade dos dois novos territórios em torno do futebol (os clubes de bairro e a escolinha de futebol), e, a partir disso, uma descrição das regras de jogo que são propostas, entre as quais se encontram a humildade, o trabalho e o sacrifício. Instituem-se novos modos de se relacionar com a prática e com a ideia de profissionalismo, bem como novas formas de poder e de agência.
Palavras-chave: futebol, profissionalização, Archetti, campinho, pibe, representações sociais.
Entre 2015 y 2016 tuvimos la posibilidad de realizar tres etnografías sobre formación de futbolistas en tres centros de formación de jugadores profesionales de fútbol de otros tantos países: Estudiantes de La Plata en Argentina, Olympique de Marsella en Francia y Club Universidad Nacional A. C. en México (popularmente conocido como “Pumas”). Dichos estudios fueron motorizados por la obtención de la beca João Havelange que otorga la FIFA en comunión con el Centro Internacional de Estudios del Deporte (CIES), perteneciente a la Universidad de Neuchâtel, Suiza (Murzi y Czesli 2016a), y la realización de nuestros posgrados en la Universidad de Buenos Aires, con beca Conicet, y en la Universidad Autónoma Metropolitana - Unidad Iztapalapa, financiada por Conacyt.
El trabajo para FIFA-CIES consistió en un análisis comparativo entre las estructuras formativas de jugadores en Argentina y Francia, mientras que en el posgrado de Czesli se puso el foco en el caso mexicano y en la constitución del deseo de los jugadores de devenir futbolistas. En términos metodológicos, en los tres casos se trabajó con las categorías equivalentes a los jugadores nacidos en 1999 (la Séptima en Argentina, U17 en Francia y Sub17 y Sub13 en México), donde llevamos a cabo observación participante en los entrenamientos durante la campaña 2015/2016 y realizamos entrevistas en profundidad con la mitad del plantel de jugadores de cada categoría en cada país, más algunas con el cuerpo técnico y dirigente.
Son los testimonios de los futbolistas argentinos los que nos interesa ponderar aquí, ya que el análisis de los relatos sobre sus prácticas permite observar las transformaciones que se produjeron en las últimas tres décadas en las representaciones que los propios deportistas tienen sobre ser futbolistas y sobre la práctica que ejecutan.
De manera somera podemos mencionar que en el momento de la realización del trabajo de campo, el plantel de la categoría Séptima de Estudiantes de La Plata estaba compuesto por 35 jugadores varones nacidos en 1999 (tenían en promedio 16 años), quienes, si bien entrenaban en conjunto, competían en dos equipos diferentes, en función de su nivel. Dichos equipos se desempeñaban, a su vez, en dos torneos de distinta jerarquía: el nacional, inscripto en la Asociación del Fútbol Argentino, y el Metropolitano, local, donde se desempeñaban los chicos que no habían alcanzado el primer equipo. Del plantel total hemos entrevistado a diez, a partir de una selección aleatoria, que consistió en un sorteo a ciegas llevado a cabo por los propios jugadores, con el objetivo de que ellos mismos percibieran que no teníamos favoritismos.
Los diez entrevistados son argentinos, pero ocho son migrantes internos y sólo dos provienen de zonas aledañas al club. De los ocho migrantes, cinco son de distintas regiones de la provincia de Buenos Aires (a un promedio de 500 km de distancia), mientras que tres nacieron en provincias que se encuentran a más de 1.000 kilómetros de distancia. Por este motivo, cinco de ellos viven en la pensión (casa-club) del centro de formación, y como las salidas son restringidas, pasan prácticamente todo su tiempo adentro de la institución. Excepto dos, que habían ingresado al club ese año, los jugadores se encontraban en el club hacía dos años y medio en promedio, de modo que se habían incorporado entre los 13 y los 14 años1.
El disparador del presente texto y punto de comparación para observar las transformaciones es un artículo que Eduardo Archetti publicó originalmente en 1998, en el que analiza dos espacios constitutivos de la narrativa futbolera, el “potrero” y el “baldío”, más la figura de “el pibe” como imágenes dominantes de la nacionalidad en Argentina (Archetti 2008).
Lo que nos proponemos exponer aquí es que dichas imágenes territoriales dominantes (el “potrero” y el “baldío”) ya no aparecen como constitutivas de los relatos de los jóvenes futbolistas sobre sus trayectorias, y que actualmente los territorios esenciales de formación son los “clubes de barrio” y las “escuelitas” de fútbol. Esto tiene correlación con una transformación en las representaciones asociadas al jugador argentino: los testimonios exponen que ya no se identifican predominantemente con los atributos de la figura del “pibe” que observó Archetti y encarnaron Maradona o Peucelle (atributos como irreverencia, creatividad, locura), sino que hoy las “promesas” son jóvenes que antes que nada se “sacrifican” en pos del sueño de llegar a Primera, y que hoy desde su infancia se identifican con la imagen del profesional disciplinado.
Teniendo en cuenta que el texto de Archetti es el eje del presente artículo, la estructura de este consiste en retomar párrafos del antropólogo argentino y observar -a partir de los datos que surgen de la etnografía con los futbolistas de Estudiantes de La Plata y de otras intervenciones menos sistematizadas que llevamos a cabo en distintos clubes argentinos en los últimos dos años- las transformaciones que se produjeron en los últimos treinta años en las representaciones sociales sobre ser futbolista en Argentina.
El “potrero” y el “pibe”
Archetti parte de una reconstrucción histórica mediante la cual asocia el “potrero” a aquellos espacios de la ruralidad poscolonial que habían quedado por fuera de la agricultura y la ganadería que se pusieron en marcha a partir de la conquista de territorios indígenas, proceso que se inició en la segunda mitad del siglo XIX. El “potrero” consistía, en ese contexto, en
ENT#091;…ENT#093; un sector de alguna propiedad donde el ganado y los caballos podían, con toda tranquilidad, pastar bajo la protección de los gauchos, transformados ahora en trabajadores rurales pagos. En el imaginario de la civilización y domesticación de las pampas, los potreros quedaron como territorio libre ENT#091;…ENT#093; La pampa salvaje vive metafóricamente en los potreros. (Archetti 2008, 261)
El potrero estaría encarnando, así, un territorio clave del criollismo local de principios de siglo y un espacio liminar porque era espacio de gauchos que ya no podían cabalgar en libertad en el resto del territorio. Archetti sostiene que esta liminaridad es central en la construcción de la nación y propone la existencia de un desplazamiento hacia la imagen del “pibe”, “la figura mítica del fútbol argentino” (Archetti 2008, 263), al que observa investido de los mismos atributos: poderes místicos, locura, igualdad, inversión de la autoridad, creatividad y solidaridad.
A partir de dichos atributos indica el autor que el periodismo construyó la identidad del fútbol argentino, que encontraba su otredad en el practicado por los ingleses, quienes apostaban al entrenamiento disciplinado y al juego colectivo. El fútbol argentino apostaba al dribbling, el esfuerzo personal generoso y la acción personal frente a la “máquina” británica, y esta creatividad era efecto -decían los periodistas- de que los jugadores argentinos se habían iniciado en los potreros o en los baldíos, a diferencia de los británicos, quienes se habían formado en escuelas. Carencia hecha virtud, el “pibe” era construido como imagen mítica, cuyo fútbol era fresco, espontáneo y libre, efecto de esos espacios vacíos de la ciudad (podríamos agregar plazas, calles, empedrados y otros intersticios del trazado urbano), terrenos donde para conducir el balón había que esquivar piedras, pozos, rivales y compañeros.
¿Qué queda de toda esa construcción identitaria entre los jugadores contemporáneos de Estudiantes de La Plata? Los testimonios de los futbolistas de la categoría 1999 sobre sus inicios, nos permiten observar qué ponderan ellos de su formación. En este sentido, lo primero que se observa es que el potrero como territorio está completamente ausente de sus relatos, o en todo caso aparece antes de los seis años. Desde esa edad, todos parecen haberse enrolado en clubes, ya sea barriales o del interior del país, y en “escuelitas” de baby fútbol, es decir, espacios donde -a diferencia del potrero- el aprendizaje tiende a ser sistemático y competitivo, antes que recreativo. Observemos algunos ejemplos:
-¿Cuándo empezaste a jugar a la pelota?
-A los seis, allá en Azul, un club que se llama River Plate Azul, arranqué ahí…
-¿Y por qué empezaste a jugar?
-Y, qué se yo… Es algo que es difícil de explicar…
-¿Quién te llevó, por ejemplo?
-Fui solo. Fui yo, mi mamá.
-¿Le pediste ENT#091;que te llevaraENT#093;?
-Claro, porque yo de chiquito el primer juguete es la pelota. Y a mí me gustaba la pelota, a todos los chiquitos les gusta la pelota. (Entrevistado E82)
-¿Cuándo empezaste a jugar a la pelota?
-De siempre, toda la vida. Ya jugaba en cancha de siete a los cinco, seis años.
-¿En dónde, en ADIP3?
-No, en un club de barrio, en Tolosa. Es un barrio en Unión y Fuerza, que era todo infantiles.
-¿Cómo llegaste? ¿Te llevó tu papá?
-No, me llevo el padre… jugaban todos mis compañeros de colegio, que éramos chiquititos y fuimos a jugar todos ahí. (Entrevistado E44)
El discurso del fútbol de potrero que desarrollaba la creatividad y el desenfado y que construía al jugador como “libre” parece haber quedado de lado en pos de una práctica que desde los albores se realiza de manera sistemática. Desde edades que oscilan entre los cuatro y seis años, los chicos pelean por un puesto, compiten en posiciones especializadas, dialogan con presiones de los entrenadores, de sus padres, y en algunos casos, con lo que se espera de ellos. Y esto se produce por igual en las distintas geografías del país, ya que el 70% de los futbolistas de la Séptima de Estudiantes son del interior. Asimismo, dan testimonio de un origen social vinculado a sectores populares y medios-bajos en su mayoría5.
Esto significa que, si bien no se habrían transformado las condiciones económicas de origen del grueso de los futbolistas entre la década de 1980 -época relatada por Archetti- y 2016, porque en ambas épocas los jugadores parecen continuar surgiendo de estratos medios-bajos o populares (o al menos representándose como tales), sí cambiaron las representaciones a las que se asocia la práctica. Una de las hipótesis que planteamos en este artículo es que cambia la construcción asociada a la carencia económica: hoy, desprovisto de la magia que le proveía el potrero, el futbolista es netamente trabajador.
Frente al potrero o el baldío -territorios que encarnaban la libertad frente a la institución escolar-, en el relato de los futbolistas aparece “la escuelita” o el club de barrio. La escuelita puede resultar un espacio ambiguo, ya que si bien es donde los chicos aprenden la técnica básica del fútbol, también es donde conocen e interiorizan las implicancias de ser futbolista en el mundo contemporáneo. No se trata únicamente de la competitividad: allí se comienza a aspirar a ser futbolista profesional, se entrena de manera sistemática (y existen casos en que ya a los nueve años juegan en cancha de once), se transmiten valores sobre lo que es ser futbolista e imágenes del éxito deportivo y del honor que implica ser “promesa” y pertenecer al club; y se forma parte de una comunidad de chicos, padres y entrenadores que van creciendo conjuntamente y atraviesan rituales de institución que van desde la foto del equipo en cada partido hasta los asados y premiaciones de fin de año. Allí se construyen, en resumen, las reglas de juego del campo futbolístico.
Aprendiendo las reglas del juego
Uno de los elementos recurrentes en los relatos consiste en que los jugadores pasaron por distintos clubes antes de llegar a Estudiantes de La Plata. Es decir que para llegar a un equipo importante y que ofrece reales posibilidades de jugar en Primera (tal es el “sueño” por el cual juegan, aquello que está “en juego”-l’enjeux-, si nos guiamos por la teoría de los campos de Bourdieu ENT#091;1990, 135ENT#093;) pasaron por diversos clubes, se contactaron con representantes que los llevaron a prueba, en algunos casos pagaron para contar con la libertad de su propio pase. Lejos de ser un recorrido lineal sostenido sobre el talento, los futbolistas exponen trayectorias zigzagueantes y apoyadas en tácticas y escamoteos.
En un texto sobre la emigración de futbolistas brasileños, Carmen Rial propone la categoría “rodar” para referirse a la circulación de los jugadores de fútbol por distintos clubes y países como un capital que se va adquiriendo, una experiencia que es bien vista en el campo futbolístico (Rial 2008, 52). No obstante, las trayectorias zigzagueantes de los aspirantes a profesionales en Argentina no parecen ostentar ese recorrido. Sólo el Entrevistado E9, que exponemos a continuación, menciona que durante su período formativo en escuelita hacía pruebas en equipos, sólo para “juntar experiencia”, ya que, si bien era aceptado por los equipos más importantes, su padre insistía en que aún era pequeño y que convenía esperar. Para el resto, la circulación por los clubes parece más el efecto de las dificultades que debieron ir superando para llegar a Estudiantes de La Plata. Como veremos en el próximo apartado, dedicado a la noción de “sacrificio”, la superación de los obstáculos se ostenta, pero no por haber ganado experiencia, sino por haber dado todo de sí para lograrlo.
Observemos entonces la historia del Entrevistado E9, joven oriundo de una ciudad del interior argentino ubicada a 1.000 kilómetros de Buenos Aires y que en 2012 arribó a Estudiantes con 13 años. Nos interesa porque consideramos que expone de manera hiperbólica y condensada diversos elementos que aparecen en los otros testimonios. Dado que el testimonio es extenso, decidimos editarlo, y para mantener su privacidad ocultamos los nombres de los clubes por los que pasó, pero hemos intentado mantener su estructura:
-ENT#091;...ENT#093; a mí me daba miedo antes, jugar. ENT#091;...ENT#093; mi papá me contaba que yo fui a una escuelita y un entrenador mío me gritaba, y yo me asusté y me largué a llorar y no quise jugar más al fútbol por un mes ENT#091;...ENT#093; ENT#091;El entrenadorENT#093; Me gritaba para mi bien, porque mi papá lo conocía, y no me acuerdo yo, porque era chiquito, tenía cinco años ponele. ENT#091;...ENT#093; Mi papá me apoyaba, nada más, me apoyaba. Después me intentó decir “no tenés que tener miedo, lo hace por tu bien” ENT#091;...ENT#093; Allá jugaba en una escuelita ENT#091;...ENT#093; yo tenía seis años y me ficharon a escondidas para que yo pueda jugar con los 97 ENT#091;jugadores dos años más grandesENT#093;. ENT#091;...ENT#093; el club puso plata a la Liga para que pueda jugar. Porque si no, yo no podía jugar, por el tema del seguro ENT#091;...ENT#093;
-¿A los siete años ya tenías pase?
-Claro, ya tenía pase, ya tenía un contrato y el pase, y el pase era del club y no me lo querían dar. Y mi papá tuvo que pagar. El pase era en esa época como 1.500 pesos, y era mucha plata en esa época, año 2006. Y mi papá ENT#091;...ENT#093; terminó pagando como doce pelotas y cuatro juegos de pecheras ENT#091;...ENT#093; para que me dieran la libertad, si no, no podía jugar en el torneo. ENT#091;...ENT#093;
Después en el 2010 me fui a jugar a ENT#091;menciona un equipoENT#093; otro club, con once años ENT#091;...ENT#093; Ahí salimos campeones. ENT#091;...ENT#093; Y ahí en la escuelita, el entrenador ENT#091;...ENT#093; consiguió la prueba en ENT#091;menciona un equipo de Primera DivisiónENT#093; ENT#091;...ENT#093; pasé la primera prueba, me hicieron ir a ENT#091;la capital de la provinciaENT#093; a jugar con otros chicos y ahí me dijeron que ya había quedado ENT#091;...ENT#093; Y ahí me agarró otro representante y me llevó, hizo todos los papeles. ENT#091;...ENT#093; Y bueno, iba cada quince días a jugar hasta que en el 2013 me salió la prueba acá ENT#091;en EstudiantesENT#093; y decidí venir a probarme, y antes ya me había probado en un montón de lados. Había quedado en Boca, había quedado en River, en Banfield, en Lanús, en San Lorenzo. ENT#091;...ENT#093;
-¿Por qué no te fuiste allá?
-Porque yo quería juntar experiencia, para cuando sea más grande ENT#091;...ENT#093; Yo me quería ir pero mi papá no me dejaba, me decía: “tranquilo, que ya va a llegar”, y bueno, me salió la prueba acá en Estudiantes, vine, me probé dos días y quedé. Así que dije: “me quedo acá”, porque esto me encanta, aparte, los chicos eran buenos, yo los conocí. En ENT#091;menciona un equipoENT#093; me miraban todos mal. ENT#091;Los compañeros de equipoENT#093; Eran agrandados, eran sobradores. ENT#091;...ENT#093; me basureaban. Vos te das cuenta cuando te miran mal, cuando llegás a una prueba y vos decís: “a este lo parto, lo mato”. Y en los entrenamientos también, no me daban una, no dejaban que jugara, eso me hacían.
Si pensamos su testimonio en términos de la incorporación de leyes inmanentes al juego que practican (Bourdieu 1990, 136), se puede observar que en sus doce años de trayectoria pasó por seis equipos, tuvo un entrenador que a los cinco años lo maltrató al punto de quitarle las ganas de continuar jugando, y cuando quiso dejar el oficio, su padre lo convenció de retomar la práctica y justificó las presiones del entrenador con la afirmación: “lo hace por tu bien”.
En este sentido, uno de los elementos que con claridad se encontraron en el trabajo de campo es que los futbolistas interiorizan las presiones de los adultos, a partir de la idea de que son estos quienes saben lo que es bueno para ellos, algo que continúa al menos hasta la categoría de 16 años con la que trabajamos6. Esta interiorización está ligada a la importancia de “ser humilde”, un concepto central en la formación actual de los jugadores y que, si bien es polisémico, remite al modo en que se avanza en la carrera: el jugador no debe ser “agrandado” y sí trabajador, no debe hablar del buen juego propio sino demostrarlo con hechos, no debe confiar en el talento como capacidad de crecimiento, sino en el esfuerzo permanente y silencioso, y debe estar ubicado en una posición de aprendiz y, en consecuencia, no oponerse a lo que aconsejan los entrenadores.
La humildad como valor guía, moldea y prescribe un futbolista dedicado enteramente al trabajo y distanciado de la imagen que proyectan aquellos profesionales cuyas apariciones -aunque también se sostienen sobre el esfuerzo físico y el sacrificio- se dan ligadas al bienestar económico, a parejas que son modelos publicitarios, a automóviles último modelo, a ropa de primeras marcas y cortes de pelo7. A partir de ahí, ubica al futbolista en una posición de trabajador (el término es nuestro), es decir que es un individuo que se presenta a sí mismo como aquel que sólo cuenta con su esfuerzo cotidiano para alcanzar los objetivos que se propone o superar los obstáculos del camino. A tal punto es así, que los entrevistados E1, E2, E3, E6 y E7 sostuvieron que para llegar a Primera lo principal es la “humildad”.
El otro elemento que transforma la posición del jugador es la estructura de observación de los clubes de barrio o escuelitas. Aun si tienen categorías lúdicas y otras competitivas, están estructuradas para observar y seleccionar a los jugadores de mejores condiciones. Esto repercute sobre los jugadores de manera tal que juegan en función de satisfacer la mirada de los entrenadores: por eso, los chicos dicen esforzarse por “mostrarse” y “demostrar” su buen juego a quienes pueden abrir una nueva puerta de crecimiento a otro club. Con claridad se puede observar en el testimonio del Entrevistado E9, citado previamente: allí él relató que desde pequeño hubo en su trayectoria sobornos a ligas de fútbol para que le permitieran jugar, dinero para contar con su propio “pase” y decidir dónde jugar, y también entrenadores que no sólo buscaban el beneficio del equipo al que representaban, sino que eran una puerta de acceso para los jugadores a otros clubes más grandes o a representantes que les darían similar destino. Pero si tenemos en cuenta que no todos los entrenadores tienen la misma percepción de un jugador, y que ellos condicionan las posibilidades del chico para crecer en sus carreras (a partir de si lo ponen en cancha o no), podemos afirmar que entre jugadores y entrenadores se produce una relación ambivalente, tensa e interesada, que permite observar los modos en que se genera la agencia del jugador. Si bien recuperaremos este tema al final del artículo, podemos anticipar que las trayectorias zigzagueantes están ligadas a que los futbolistas deben en gran medida construir su carrera (y no sólo exponer su talento), algo que puede implicar, como veíamos en dicho testimonio, la utilización de entrenadores o representantes para crecer.
La conjunción entre la estructura de observación permanente y la humildad como valor positivo implica un giro del futbolista respecto a los atributos del “pibe” que había mencionado Archetti en su artículo. Si bien no desaparecieron, consideramos que la irreverencia, la magia, la juventud, la picardía y la gambeta como táctica por excelencia perdieron terreno frente al esfuerzo físico, la disciplina y, podríamos agregar, la flexibilidad para jugar en distintos puestos y con distintos sistemas8.
Ningún jugador nace solo
Para profundizar en esta línea es preciso observar un concepto central, el “sacrificio”. Se trata de un término que aglutina diversos elementos: el dolor por el desarraigo9 y por no poder estar junto a la familia, el extenuante trabajo físico que implica la práctica, la capacidad de sobreponerse a la adversidad mediante el trabajo disciplinado10 y, fundamentalmente, la relación que asumen los jugadores frente a los esfuerzos que realizaron sus familias para que ellos pudieran continuar con su carrera, esfuerzos frente a los que ellos se sienten con la responsabilidad de retornar con trabajo y disciplina, tal como sugiere el antropólogo brasileño Arlei Damo, a partir de su noción de don/regalo:
El don futbolístico, que está en el origen de todas las inversiones, una vez perfeccionado y reconocido por el público, entra en circulación, dando lugar a una cadena de intercambios que, a su vez, implica su reconversión incesante en forma de dinero y afecto, intereses individuales y colectivos, lealtad y traición, idolatría y escarnio, en definitiva, en una mezcla heterogénea de eventos y símbolos. Estamos hablando del don/regalo, un don con sentido omnipresente -a diferencia del don/talento, claro y manifiesto- en el terreno de la reciprocidad. (Damo 2007, 194; traducción nuestra)
En este sentido, observemos el siguiente testimonio:
-De los técnicos, ¿qué es lo que más rescatás?
-La simpleza. Los técnicos te piden que jugués simple, que tratés de dar lo mejor siempre, que el sacrificio no se negocia con nada, y bueno… eso
ENT#091;…ENT#093;
-¿Qué es esto de que el sacrificio no se negocia? ¿Quién te dijo eso?
-Eso, en Aldosivi, y acá también nos los dicen siempre, es una palabra, una frase muy conocida, que el sacrificio es dejar todo en la cancha. Si tenés que ir a meter, meter, si tenés que sacrificarte por el compañero, sacrificarte, todas cosas así.
-¿Qué otras cosas te quedaron de Aldosivi?
-Y, Aldosivi me formó también a mí, no es que es una formación mala, porque yo fui a los 13 años, yo era un pibe así, de barrio. Y bueno, me formó como jugador, como persona. (Entrevistado E1011)
Allí no sólo el “sacrificio” es central en la propuesta del club, sino que su ingreso a la institución marca su formación como persona. Lejos de ser un capital, ser “pibe de barrio” marca la época en que como jugador no tenía forma, era un futbolista amorfo, desconocedor de la estrategia del deporte, pero también de la conducta y la personalidad que debe portar un futbolista profesional, es decir, de las reglas del juego. Luego, el entrevistado destaca que durante su formación en Aldosivi, el técnico le dio confianza, y así pudo encontrar su puesto en la cancha. Cuando profundizamos en qué le decía el técnico sobre su puesto, respondió:
-ENT#091;…ENT#093; él un día me dijo: “entrá a la cancha y divertite”, viste. Y bueno, yo qué iba a hacer, me iba a divertir, obviamente. Iba a gambetear, a hacer goles, tratar de hacer goles, pegarle al arco, cosas así, porque sabía que por ahí tenía las condiciones.
-¿Hoy seguís con esa idea de entrar a la cancha y divertirte?
-Sí, obviamente con un cierto respeto, con seriedad, pero siempre tratar de divertirse.
La idea de divertirse al jugar (que se opone a la idea de ser un futbolista atleta), idea que hasta la década del ochenta parecía la clave del estilo futbolístico argentino, ahora está enmarcada en la seriedad: el jugador es antes que nada un profesional, un disciplinado que primero cumple su rol dentro del equipo y luego “juega”, lo que significa intentar romper la estructura ajena mediante movimientos por fuera de la estrategia, un intento individual con gambeta o remate de media o larga distancia, o algún otro recurso inesperado y propio de “la picardía” del futbolista.
Pero no es solamente en la cancha donde las jóvenes promesas deben demostrar su profesionalismo, sino que en Estudiantes de La Plata, los jugadores debían ser además “ejemplares” en su conducta, algo que en dicho club se traducía en cumplir los horarios de entrenamiento, ser respetuosos con los compañeros, entrenadores y otras autoridades, no acostarse tarde y, obviamente, mantenerse alejados de consumos de sustancias; algo que no necesariamente debe darse por sentado. Esto era aún más exigente en aquellos jugadores que viven en la pensión del club (el espacio habitacional que hospeda a algunos jugadores del interior del país o a aquellos que no cuentan con los recursos para sustentarse), porque se considera que por ellos es mayor la inversión que realiza el club. Es decir, los jugadores son objeto de una inversión material y simbólica (el club les da la “oportunidad” de llegar a Primera) a la que deben ofrecer como contraprestación esfuerzo físico, seriedad y disciplina.
La reciprocidad a la que nos referimos mediante la noción de “sacrificio” no se pone en juego sólo con respecto al club. El destinatario principal de sus esfuerzos y su dedicación es su propia familia, entendida como el círculo íntimo y los afectos más cercanos. A partir de una lectura de Alain Caillé (2002), Damo propone pensar el sacrifico y la humildad en los jugadores argentinos como “la contrapartida al acto de dar” (2016, 186) en un doble plano: agradecimiento (a los dioses, al destino) por los dones que les fueron otorgados, y retribución a su entorno familiar o afectivo. El sacrificio pierde valor, según Damo, a medida que la carrera del jugador avanza y le es posible generar las retribuciones con dinero -como señalamos respecto al don/regalo-, pero en las etapas de la carrera donde esta contrapartida aún no esté al alcance del jugador, el sacrificio aparece como el valor central.
Vale mencionar dos cuestiones más ligadas a la humildad y el sacrificio. En primer término, que no impiden que el talento continúe siendo un bien sumamente importante para que los jugadores adquieran y conserven su estatus de “promesa”. Una de las formas más claras en que aparece en los relatos es una frase que indica que a los seis años los hacían jugar con chicos más grandes. A modo de ejemplo, observemos el siguiente testimonio, del Entrevistado E5:
ENT#091;…ENT#093; Empecé, me acuerdo que era... Tenía dos años más chico que la categoría más chica de infantiles ENT#091;…ENT#093; bueno, era más chiquito, y jugaba con ellos. Era dos años más chico, y me hacían jugar cinco minutos por partido, y yo estaba chocho, hasta que me fui adaptando, me fui adaptando y llegó mi año.
En segundo lugar, que tanto la humildad como el sacrificio como atributos que los jugadores deben poner en funcionamiento para alcanzar la Primera División permiten construir la idea de que todos tienen las mismas posibilidades de conseguirlo, que no importan ni el capital económico ni el social, y que incluso el talento no sería la clave del éxito, sino que “llegar” depende de que un jugador se esfuerce lo suficiente. Esta concepción es un discurso de poder también promovido por los clubes, que permite incrementar la competitividad en planteles donde existe disparidad en la calidad de los jugadores y mantener la esperanza en aquellos jugadores relegados12.
Un dato más que confirma la tendencia: cuando consultamos a los jugadores de la Séptima por sus modelos de futbolista, dos optaron por Javier Mascherano y Carlos Tévez (los dos juntos). Cuando indagamos sobre las motivaciones para dicha elección, uno se refirió a la “humildad y el sacrificio” (Entrevistado E1), y el Entrevistado E2 afirmó que “ENT#091;MascheranoENT#093; tiene lo que a mí me gustaría al jugar, que sea aguerrido, esfuerzo, compañerismo, humildad, y eso...”. Sobre Carlos Tévez, también el Entrevistado E2 indicó que
ENT#091;…ENT#093; la peleó desde chiquito. Cristiano Ronaldo no sé muy bien su historia, pero no sufrió lo que sufrió Tévez. Messi tampoco sufrió lo que sufrió Tévez. En la escuela estamos viendo ahora un cuento de un pibe, de Maradona, y vos te ponés a comparar lo de Maradona con Tévez y es casi igual la trayectoria.
Lionel Messi, estrella contemporánea del seleccionado argentino, sólo fue mencionado en el párrafo anterior por dicho jugador, y por el Entrevistado E10, quien destacó por su personalidad, ya que, pese a las críticas que recibe, “se queda callado” (aparece la idea de demostrar con hechos y no con palabras, que mencionamos al hablar de la humildad), así como por el manejo de su vida privada, como producto de que la familia lo aconsejaba, en una clara contraposición a Maradona, “ENT#091;queENT#093; por ahí sí era, no era muy criticado como jugaba pero en lo personal, en la vida privada no era lo mismo” (Entrevistado E10; aquí este joven expresa la contraposición entre el futbolista “trabajador” y el que vive como futbolista afamado y rodeado de lujos). Mientras que de Maradona, claro arquetipo del futbolista en el relato de Archetti, sólo aparecen las dos menciones previas y una más, referida a su habilidad y a la relación entre el juego individual y el colectivo13. De ellas, la similitud entre las trayectorias de Tévez y Maradona confirma el cambio: la biografía de Maradona es resignificada por este jugador, en el sentido de que Maradona dejó de ser el “pibe” libertario que a través de su picardía deportiva rompió las estructuras inglesas, sino que es el jugador que a través del deporte superó la adversidad.
Sin embargo, el trabajo etnográfico presenta matices sobre esta cuestión, matices que permiten indagar sobre la agencia del jugador, entendiéndola como la comprensión por parte de los actores respecto de sus actos, una “conciencia práctica” que les permite tomar decisiones porque en un evento determinado podrían haber actuado de manera diferente (Giddens 1995, 49). La agencia de los futbolistas consiste en que ellos comprenden que el devenir de sus carreras no depende únicamente de sus entrenadores sino, sobre todo, de sí mismos, y eso significa que, cuando buscan satisfacer la mirada de quienes pueden abrir el camino de crecimiento, no miran únicamente a sus propios entrenadores, sino también a sus padres y al público que los observa, entre quienes se encuentran managers y representantes.
¿Por qué la mirada paterna es importante, en aquellos casos en los que el jugador no se ha desarraigado y el padre está presente? Uno de los primeros motivos es que, en muchos casos, el padre ha acompañado el desarrollo del jugador. Veíamos en el caso del Entrevistado E9 que el padre había sido decisivo en su ingreso en la práctica, incluso cuando el chico no quería seguir jugando por las presiones del entrenador, y que más tarde fue quien negoció con sucesivos entrenadores y representantes para ir pasando de club en club hasta llegar a Estudiantes. El padre es en muchos casos quien “negocia” las condiciones de ingreso a un club con los entrenadores, la figura adulta que vela por sus carreras.
En segundo término, es recurrente que los padres también se hayan dedicado o hayan intentado dedicarse al fútbol, de modo que en general opinan desde una posición “de saber”, y sus comentarios y recomendaciones compiten con los del entrenador. Observemos el siguiente testimonio, del Entrevistado E7:
-¿Tu papá te va a ver a la cancha?
-Sí, todos los partidos.
-¿Eso a vos te presiona?
-Sí, me presiona, porque por ahí hago algo mal, hago algo mal, y viene el grito de afuera. Es como que también...
-¿Qué te grita?
-Nada, me grita como para que haga las cosas bien, pero yo me lo tomo mal, y eso me pone más nervioso todavía. Como que tengo que jugar en base a lo que me va a decir mi viejo después, ¿entendés?
-Claro, porque después cuando termina el partido, ¿qué cosas te dice?
-Y, depende. Siempre me dice lo que hago mal. Si tengo un partido bien y no me dice nada, yo me doy cuenta que jugué bien, pero si ya cuando subo al auto me empieza a mirar con cara más rara es que algo mal hice. ENT#091;...ENT#093; Y nada, por ahí, yo… hay algún día que estoy bajo de ganas de entrenar o me salen las cosas mal y no quiero venir, qué sé yo, y me dice que no sea boludo, que a él le pasó eso y que lo tengo que hacer para que todos estemos bien, y qué sé yo, para mi familia.
-Perdón que pregunte, ¿tu familia está en dificultades económicas?
-No, pero es como que mi familia vive pendiente de mí. Que si me va bien, si me va mal, cómo me está yendo.
A partir de esta tensión entre la mirada de los padres y los entrenadores se genera en muchos jugadores un dilema, cuando, por ejemplo, un entrenador exige juego colectivo y un padre -que procura el desarrollo de su hijo- indica que el jugador resuelva la jugada solo, que “encare” o que “le pegue al arco”, bajo la concepción de que si el jugador “se destaca” tendrá más posibilidades de “llegar”.
Pero los jugadores también juegan para otros actores que no son los propios entrenadores. En un contexto formativo en el que los jugadores tienden a pasar por diversos clubes hasta llegar a Primera (lo que previamente denominamos carreras zigzagueantes), en Estudiantes de La Plata el 40% de los jugadores de la Séptima afirmó tener un representante que no es su padre14.
Lo importante del caso, en lo que respecta al eje del presente artículo, es que la presencia tanto de los padres como de los managers permite relativizar la construcción del futbolista como disciplinado, humilde y sacrificado, que sólo cuenta con su trabajo como vía de desarrollo para conseguir su objetivo. Es decir, si los clubes piensan en los jugadores como sujetos que llegarán a Primera en la medida de que se desarrollen de acuerdo con su propuesta deportiva (tanto en la dimensión técnico-táctica como en la social), la relación entre jugadores y managers expone que esa “receta” no es estrictamente necesaria, que el jugador es un actor con margen de independencia del club y que los jugadores y sus familias también utilizan la estructura de los clubes para alcanzar un objetivo propio. Los futbolistas pueden haber abandonado la irreverencia, la del gesto libertario como carta de presentación, la creatividad y la locura características del “pibe”, pero indudablemente mantienen su libertad e independencia para tratar de acercarse a los clubes o actores que más les aseguren la posibilidad de llegar a Primera.
Ser promesa, ser liminar
Arnold van Gennep describió los ritos de pasaje como aquellos que marcan un período marginal, una transición entre dos “estados” o situaciones relativamente estables en una sociedad. Y dichos estados son rangos, estatus, grados legales, profesiones reconocidas por el grupo al que un individuo determinado pertenece. En su teoría, el rito implica tres fases: separación, margen y agregación. Victor Turner las resume de la siguiente manera:
La primera fase, o fase de separación, supone una conducta simbólica que signifique la separación del grupo o el individuo de su anterior situación dentro de la estructura social o de un conjunto de condiciones culturales (o “estado”); durante el período siguiente, o período liminar, el estado del sujeto del rito (o “pasajero”) es ambiguo, atravesando por un espacio en el que encuentra muy pocos o ningún atributo, tanto del estado pasado como del venidero; en la tercera fase, el paso se ha consumado ya. (Turner 1967, 104)
Turner agrega que el sujeto de los ritos de paso es “invisible” durante el período liminar, ya que no estaría ubicado en ninguna clasificación social estable, sino que se encuentra de paso: “Ya no están clasificados y, al mismo tiempo, todavía no están clasificados”, y por ese motivo agrega que en algunas comunidades el neófito, el separado, es asociado a las mujeres menstruantes (el paralelismo se da por la pérdida del feto) o a cadáveres.
Archetti parte de esta teoría y propone que el futbolista-pibe es un ser liminar porque se encuentra “en un estado intermedio, viviendo de algo y yendo a otro, en una suerte de período de transformación” (Archetti 2008, 274). Propone esta perspectiva aun tras observar que, para sus informantes, la condición de “pibe” es medianamente permanente porque “una vez pibe, para siempre pibe” (Archetti 2008, 274). En esta concepción, el “pibe” nunca llega a ser hombre maduro, y por ese motivo marca un límite al modelo dominante de masculinidad. Agrega este autor:
El hecho de que la condición de ser pibes no encierre un cambio futuro es de interés teórico, porque significa que la liminalidad de los pibes trasciende la noción aceptada de ritos de pasaje como limitados en el tiempo y en el espacio, y como conduciendo, siempre, al cambio de status. (Archetti 2008, 275)
Si bien Archetti discute que el ser liminar sea esencialmente transicional, toma la categoría para repensar la liminaridad y observar las distinciones dentro de una sociedad. Es en esa línea que retoma la crítica de Pierre Bourdieu a Van Gennep, que propone pensar el rito como punto de separación entre quienes lo hicieron y quienes no lo hicieron ni lo harán, y, así, “se institucionaliza una diferencia fundamental entre quienes son abarcados por el rito y quienes nunca lo serán” (Bourdieu 1991, 117, citado en Archetti 2008, 275). Por eso, para Bourdieu, la función principal de los ritos es el establecimiento de fronteras artificiales. “El énfasis está puesto en la frontera entre niñez y la condición de adulto, no en la transición de un estatus a otro”, completa Archetti.
Para el antropólogo argentino, la figura mítica del “pibe” marca una distinción respecto de los adultos -“cínicos, disciplinados y poderosos”- que nunca podrán llegar a serlo. El “pibe” es entonces una figura arquetípica, una “realización mítica ENT#091;…ENT#093; de una cierta idea de fútbol basado en la naturalización de ciertas cualidades. Se transforma en el monumento vivo del pibe”. Y agrega, en una frase que a posteriori recuperaremos:
ENT#091;…ENT#093; los pibes están obligados a conducirse de determinada manera para reproducir los estereotipos. Maradona, el pibe ideal, no es ni totalmente razonable ni responsable de su vida y no se espera que lo sea. Maradona con sus actos se crea de un modo casi tan potente como cuando es creado por los otros. El rito de institución, como un acto social, es un acto de comunicación. (Archetti 2008, 276)
Si en párrafos anteriores decíamos que la figura del “pibe” había perdido relevancia en la construcción actual del futbolista, sucede algo parecido con los ritos de pasaje. Compartimos que los jugadores se encuentran en una situación liminar, condensada en el concepto “promesa”: aún no son profesionales (y, de hecho, en Argentina no cobran dinero por jugar15), pero por pertenecer a las “inferiores” poseen un estatus que los separa del resto de los jóvenes de su edad y, en la medida que continúen perteneciendo, van a poder ostentar dicho estatus16.
Los futbolistas actuales tampoco se hallan en una situación transicional, ya que las estadísticas exponen que menos del 3% logra dejar de ser “promesa” y pasar al otro “estado”, al de futbolista consagrado. De hecho, si bien todos compiten por “llegar a Primera”, tampoco es la firma de un contrato profesional ni pisar el campo de juego con el primer equipo lo que permite a un individuo capitalizar el nuevo estado. Quizás la clave esté en aquello que decía un coordinador de entrenadores en Pumas de México, en una charla en la que observaba una merma de rendimiento en un grupo de jugadores que recientemente habían firmado un contrato profesional en Primera:
ENT#091;…ENT#093; Entonces ahí el chavo empieza a perderse, el chavo empieza a sentirse jugador de Primera División. ENT#091;PeroENT#093; El chavo no es jugador de Primera, jugador de Primera es el que tiene cincuenta, cien partidos en Primera y tiene pinche bolsa ya con lanita ENT#091;léase: y tiene el bolsillo abultado de dineroENT#093;.
Lo particular del caso, entonces, es que sólo una porción ínfima de jugadores logran estabilizarse como profesionales en Primera (menos aún en la Primera de las máximas categorías del fútbol argentino, la Primera A o Primera B Nacional); una aún menor logra ser transferida al exterior (y menos aún a una de las ligas centrales), y una incluso más pequeña logra hacer una diferencia económica y social que les permita a los jugadores conservar su estatus una vez retirados del fútbol, algo que en general no se produce más allá de los 35 años. De modo que la gran mayoría de los futbolistas vuelven al primer “estado” una vez que se retiran.
Pese a esto, pertenecer a las inferiores implica una separación respecto de los jóvenes no futbolistas y de las propias familias de los canteranos; implica también un incremento de estatus social y tiende a conllevar una mejora en las condiciones de vida. De hecho, desde nuestro punto de vista, existe un ritual de pasaje en el que esta separación se manifiesta: los viajes que todos los años realiza un selectivo de jugadores, en los que compiten contra clubes que no pertenecen a su liga, o, incluso, contra equipos pares de las principales ligas europeas. En dichos certámenes pueden incluso llegar a enfrentarse a equipos de la primera plana internacional como el Inter, el Celtic Glasgow, el Real Madrid o el París Saint-Germain, y no sólo representan al club, sino también “a su país”.
Por su poder adquisitivo, por contar con prestigio internacional y por el capital social de sus dirigentes, en las tres instituciones analizadas todas las categorías mayores (desde los 15 años) viajan al exterior a competir en torneos internacionales, con los costos a cargo del club. Si bien los clubes defienden dicha política bajo ideas como que en esos viajes se fortalece la cohesión del grupo, se conoce mejor a los jugadores porque pasan todo el día concentrados en el hotel o en el entrenamiento, o que dichos torneos incrementan la competitividad de los jugadores17, “viajar al exterior” es central en la construcción de representaciones sobre ser futbolista.
En primer término, porque marca una separación respecto de sus familias en aquellos múltiples casos en que provienen de sectores en situación de vulnerabilidad económica y que de otra manera difícilmente tendrían la “oportunidad” de vivir una experiencia similar. Para ellos, salir del país implica una separación respecto de sus familias y pares no futbolistas. En segundo lugar, porque no sólo expone qué abandonan sino también a dónde les ofrece ingresar al campo futbolístico: el ritual contribuye a generar en los jugadores la sensación de que “ya están ahí”, que ya viven experiencias de futbolistas profesionales, que hacen carne el sueño anhelado. El viaje simboliza una pequeña concreción, un anticipo de lo que se podría experimentar en el profesionalismo.
En consecuencia, el fenómeno observado parece exponer que pertenecer a las inferiores de un club marca una separación respecto de sus pares no futbolistas, que dicha separación tiene como una de sus formas de expresión el viaje al exterior, y al mismo tiempo, que el modelo clásico de ritos de pasaje aquí no se cumple, ya que la separación es siempre lábil, y sólo en un número mínimo se materializa y les permite a los jugadores ostentar el cambio.
La pregunta que se presenta entonces es: si en Archetti el “pibe” representaba el mito del héroe, cuya irreverencia era nunca crecer, nunca asumir el mundo adulto “cínico, disciplinado y poderoso”, ¿qué mito construye el fútbol contemporáneo a partir de su ritual de paso? Nuestra hipótesis -sostenida por los argumentos que venimos presentando- es que en la época contemporánea, el futbolista representa el mito del individuo que a partir de su esfuerzo físico y de su permanente disciplina -de su trabajo- supera los obstáculos o adversidades que le presentó la vida, logra separarse de su espacio de origen y cortar el “destino” que la vida le fijó de antemano. El futbolista nace en el barrio y lucha con humildad y sacrificio para salir de él, consagrarse y “volver al barrio” para “ayudar” a su familia. Y este “ayudar” se materializa, en Argentina, en retornarles los esfuerzos que hicieron por ellos con mejoras materiales como “comprarles una casa” o un auto. Si bien las imágenes de éxito deportivo no quedan excluidas, los testimonios parecen hacer énfasis en que la aspiración es llegar a Primera y, de ser posible, al exterior para proveerles a sus familias bienestar o tranquilidad económica18. Ese futbolista es el héroe contemporáneo.
Conclusión
Uno de mis postulados es que poderosas representaciones de lo nacional y símbolos centrales trabajan en diferentes niveles y que, por lo tanto, las reflexiones sobre la identidad nacional o la nacionalidad no están solamente vinculadas al Estado y sus instituciones dominantes: escuela, policía, burocracia, correo y cuarteles militares. En la Argentina, el fútbol es no sólo una arena eminentemente masculina sino que está también asociado históricamente a la construcción de una identidad nacional a través del éxito internacional del equipo nacional y a la “exportación” de grandes jugadores a Europa desde 1920. (Archetti 2008, 261)
En la introducción mencionamos que territorios como “el potrero” o “el baldío” perdieron terreno, no sólo como espacios para la formación de los futbolistas, sino también como imágenes a las que los jóvenes hacen referencia para legitimarse como promesas. Dicho espacio fue ocupado por los “clubes de barrio” y las “escuelitas”, espacios que hemos caracterizado como orientados hacia la práctica sistemática y competitiva, no sólo contra un adversario, sino entre compañeros por destacarse.
Hemos mencionado asimismo que la centralidad del destacarse está ligada a lo que denominamos la estructura de observación de los clubes de barrio o escuelitas, que procuran permanentemente definir cuáles son aquellos jugadores con mejores condiciones y quiénes tienen más posibilidades de “llegar”. Esto repercute sobre los jugadores de manera tal que en el momento de desempeñarse se esfuerzan por “mostrarse” y “demostrar” su buen juego ante quienes pueden acercarlos a la Primera División, que en principio serían los entrenadores de la categoría en la que juegan.
En paralelo a la pérdida de centralidad del “potrero”, observamos igualmente una transformación en el modelo de jugador argentino que Archetti caracterizó con la figura del “pibe”, asociado a la destreza técnica, al talento y al virtuosismo. En las representaciones que los jugadores actuales poseen de sí mismos y de su práctica, lo que prevalece es la “humildad”, concepto que no sólo aparece asociado al origen material de buena parte de ellos, sino que representa a aquel que se expresa a través del esfuerzo y el trabajo cotidianos, aquel que no discute la autoridad del entrenador y que asume que es un aprendiz que debe escuchar la palabra del maestro. Indicamos, también, que esta concepción “democratiza” la idea de llegar a Primera, ya que, al poner el foco en el esfuerzo y no en el talento, el capital social o el económico, sugiere que todos los jugadores tienen las mismas posibilidades de convertirse en profesionales. Y que los jugadores también sostienen su práctica sobre dicho relato.
Ahora bien, para cerrar nuestro argumento y completar la relación con las ideas de Eduardo Archetti, también debemos preguntarnos si podemos pensar que los nuevos territorios formativos del jugador -el club de barrio o la escuelita- y los valores a los que están asociados (disciplina, sacrificio o humildad) instituyen una nueva significación del modelo de jugador “argentino”. Debemos admitir que nos resulta difícil dar una respuesta contundente, ya que el trabajo y el sacrificio no parecen ser elementos propios del discurso nacional, o al menos no se estructuran en relación con una otredad clara.
Pablo Alabarces propone que los héroes futbolísticos contemporáneos “podrán ser héroes, pero no pueden ser nacionales. Desprovistos de toda épica, son magníficas figuras del espectáculo, por lo que necesariamente se vuelven actores globales, desterritorializados o con una re-territorialización marcada por su club local” (Alabarces 2014, 129). A continuación, agrega:
En consecuencia, los héroes futbolísticos contemporáneos, figuras claves del relato nacionalista, no pueden hoy convertirse en patrimonios de un Estado nacional, porque están sujetos a la lógica mercantil del espectáculo global y de la industria cultural -que el Estado nacional no puede, ni desea, transformar. (Alabarces 2014, 130)
Indudablemente, nuestra lectura del relato de los futbolistas coincide con su concepción. No obstante, observamos que el relato internacional del trabajo, el sacrificio y la humildad, que hemos observado también en nuestras indagaciones en México y en Francia, tiene un anclaje local que se articula con las significaciones en circulación en el territorio nacional. En el caso argentino, esas significaciones son la idea de salir del barrio, consagrarse (viajar al exterior) y volver para sacar a la familia de la pobreza o incrementar su bienestar, y observamos que son esas significaciones las que interpelan a los jóvenes que desean convertirse en futbolistas profesionales.
Referencias
Alabarces, Pablo. 2014. Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios. Buenos Aires: Aguilar.
Archetti, Eduardo. 2008. “El potrero y el pibe. Territorio y pertenencia en el imaginario del fútbol argentino”. Horizontes Antropológicos 30: 259-282.
Bourdieu, Pierre.1990. Sociología y cultura. México: Grijalbo.
Caillé, Alain. 2002. Antropologia do dom: o terceiro paradigma. Río de Janeiro: Vozes.
Czesli, Federico. 2016. “Llegar a Primera. Deseos y prácticas en el camino al fútbol profesional”, tesis de maestría, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, México.
Damo, Arlei. 2007. Do dom à profissão: a formação de futebolistas no Brasil e na França. São Paulo: Hucitec Anpocs.
Damo, Arlei. 2016. “Don y sacrificio en la formación de jugadores”. Apuntes del Cecyp 28: 183-187.
Giddens, Anthony. 1995. La constitución de la sociedad: bases para la teoría de la estructuración. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Murzi, Diego y Federico Czesli. 2016a. “De aprendices a profesionales. Un análisis comparativo de la formación de futbolistas en Europa y en América Latina”, informe de investigación, João Havelange Research Scholarship, CIES-FIFA.
Murzi, Diego y Federico Czesli. 2016b. “De la humildad a lo mental. Un análisis comparativo del proceso de formación de futbolistas profesionales en Argentina y en Francia”. Apuntes del Cecyp 28: 162-182.
Rial, Carmen. 2008. “Rodar: A circulação dos jogadores de futebol brasileiros no exterior”. Horizontes Antropológicos 14 (30): 21-65.
Turner, Victor. 1967. La selva de los símbolos. Buenos Aires: Siglo XXI.
Notas