Reseñas
García Idalia. La vida privada de las bibliotecas. Rastros de colecciones novohispanas (1700-1800). 2020. Bogotá. Editorial Universidad del RosarioUniversidad Autónoma Metropolitana. 604pp.. 978-958-784-317-0 640 |
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Idalia García es autora de varios trabajos enfocados en los temas de patrimonio bibliográfico y documental, como la historia del libro y de las bibliotecas en la Nueva España, así como en la cultura escrita durante el periodo colonial. Su investigación se centra en el comercio de libros usados en ese mismo territorio entre los siglos XVII y XVIII. Para abordar esos temas, cuenta con una vasta formación en investigación, hecha tanto en centros universitarios mexicanos como españoles, lo que le da una amplia perspectiva y le permite comparar realidades diferentes de un lado y otro del Atlántico. En la actualidad, es investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información, dependiente de la Universidad Nacional Autónoma de México, la prestigiosa UNAM.
En la obra que se reseña, destinada a exponer un conjunto de colecciones librescas novohispanas del siglo XVIII, la autora utiliza como fuentes principales las memorias de libros. Como sostiene Alberto José Campillo Pardo en su prólogo, se trata de una documentación bastante problemática, dado que la información que contiene no siempre está completa, no es precisa o es difícil de conectar con ejemplares de libros particulares. Esto da un especial valor a la obra de Idalia García, toda vez que asume el reto de superar esos problemas y emplear lo positivo de esa documentación para alcanzar su objetivo.
Así pues, la autora, con el propósito de estudiar estas memorias, ha rastreado los ejemplares que se conservan hoy en día, y para ello plantea un nuevo tipo de análisis. Lo que García lleva a cabo, en realidad, es el estudio del control inquisitorial que se ejerció sobre los libros en Nueva España, donde la Inquisición fue la “encargada de defender la cosmovisión política y cultural y el proyecto monárquico de la Corona española durante los siglos XVI al XIX” (15). El otro componente de este libro es el estudio de los propietarios de bibliotecas y de libros, para lo cual se escudriña lo que cada uno tenía, siguiendo en cierto modo las recomendaciones de Roger Chartier con respecto a la importancia de que la historia de los libros privados no se limite a una estadística fría. Ahora bien, diversos autores en los últimos años nos han recordado que estudiar biblioteca por biblioteca podría conducirnos a una conspiración de excepciones difícil de integrar. En cualquier caso, lo que se diga desde Francia tiene siempre detrás de sí un gigantesco esfuerzo de medición de todo lo concerniente a lectores, libros y bibliotecas, un lujo difícilmente alcanzable que hace más valiosa una aportación como la que comentamos, ya que se realiza sin tener detrás esa tradición.
Ahora bien, como García reconoce en las palabras preliminares, el estudio de las bibliotecas privadas de la Nueva España ya no era una novedad cuando ella inició su tarea con este tema, toda vez que muchas colecciones habían sido investigadas con diferentes enfoques, métodos y valoraciones desde comienzos del siglo XX. Su intención, por lo tanto, era, de una parte, trabajar las que ya habían sido estudiadas de un modo general, y sobre todo recuperar nuevos testimonios, tratando de corregir el hecho de que la mayoría de las publicaciones existentes daban prioridad a las bibliotecas de personajes ilustres. Además, eran pocos los estudios que prestaban atención a las ediciones registradas sin ir más allá de los autores de los libros y sin considerar que cada edición antigua tiene caracteres propios que sin duda influyeron en sus lectores; esto bien lo sabemos gracias a los estudios de bibliografía material y a autores como el mencionado Roger Chartier, que llamaron la atención sobre la importancia y el efecto que el tamaño, la letra, el papel y en definitiva, la forma del libro o del impreso tienen en la forma de leer.
La obra que comentamos no se basa en los inventarios post mortem, como suele ser habitual, sino que utiliza, según anunciamos, las listas de libros presentadas ante el Tribunal del Santo Oficio de Nueva España; es decir, se trataba de un procedimiento inquisitorial con un objetivo fiscalizador y de control. Los libros se observan a través del ejercicio de la censura que la Inquisición ejerció durante doscientos años y, en consecuencia, lo que Idalia García observa afecta al comercio de los libros usados, a las bibliotecas de las comunidades religiosas y a algo de tanto interés como el expurgo de textos. Así pues, las bibliotecas privadas son tan solo un peldaño importante, pero no definitorio, para comprender la cultura escrita y su herencia. Eso es precisamente lo que la autora ha tratado de hacer y de responder al aportar lo que califica, con una prudencia poco frecuente, como una pequeña muestra de una investigación.
García destaca que tanto las colecciones privadas como las institucionales son un universo de información muy poco conocido en México y que todavía son un ámbito de conocimiento abierto. En ese sentido, señala que los estudios llevados a cabo en México se caracterizan sobre todo por falta de continuidad y un escaso debate metodológico. Así, conviene resaltar que en España sí existe un buen conocimiento de aquellas bibliotecas, con abundantes publicaciones de calidad, aunque es de reconocer que este campo de la investigación se ha ido abandonado, por el enorme esfuerzo que comporta; por eso tampoco se ha culminado su estudio.
Con respecto a su país, la autora hace justicia a la existencia de numerosos testimonios que permiten ver “la huella fundamental para comprender el rico legado bibliográfico que se conserva en prácticamente todas las bibliotecas el territorio mexicano” (23). Por otra parte, reconoce la imposibilidad de hacer, incluso de proyectar, un estudio de conjunto, lo que impone como horizonte el de las bibliotecas privadas, que la autora insiste en calificar apenas como un aporte a un universo de conocimiento complejo. Para ello, realiza una crítica de las fuentes utilizadas en su trabajo, teniendo en cuenta la función y la finalidad de las colecciones localizadas, que están en cierto modo limitadas por la enorme dificultad que supone hacerlo en México, por falta de una verdadera cultura de conservación y publicación de los catálogos de libros.
Hasta ahora, las investigaciones sobre México y el conocimiento de las bibliotecas novohispanas se ha llevado a cabo a partir de la localización contenida en las relaciones de libros de los inventarios post mortem, una fuente histórica fundamental, pero con muchos y bien conocidos problemas, más allá de su importancia, casi insustituible. García utiliza todos los soportes que le permiten poner a la luz diversos testimonios sobre los libros, sin lateralizar los inventarios notariales, pero optando por otra vía de trabajo.
A partir de ahí, lo que hace es identificar cada testimonio de procedencia de un libro y ponerlo en relación con el testimonio histórico correspondiente. Es de subrayar que la autora insiste en la importancia “de identificar y caracterizar el tipo de documentos que utilizamos para establecer la existencia de una biblioteca privada” (40). En este sentido, precisa que en su obra se decanta por las memorias de libros, “que representan testimonios diferentes a muchos que ya han sido estudiados antes, con la finalidad de conocer las lecturas del pasado o al menos, la composición de bibliotecas antiguas” (40). La diferencia entre las memorias y los inventarios es que estos fueron elaborados para el trámite de la sucesión hereditaria, una finalidad muy específica, muy alejada de la que dominaba sobre las memorias de libros.
Como la autora afirma, la gran limitación obviamente es que las fuentes documentales que testimonian la existencia de bibliotecas privadas no pueden decirnos qué libros se leían y cuáles no, y casi nada sobre las prácticas de lectura de una persona o de una comunidad de interpretación, y solo a veces pueden informar en torno al orden del conocimiento en la época o de las ediciones más comunes. A esto, que ya nos parece suficiente, se añade que saber qué ediciones eran las existentes en las bibliotecas es de gran interés por cuanto contribuye a definir las fronteras en el comercio de libros en la Nueva España. Esta es precisamente una de las aportaciones de García al haber revisado la identificación específica de las ediciones registradas, una tarea lenta y complicada que merece todo reconocimiento.
También es de gran interés en esta obra que de la página 239 a la 294 se aporte la bibliografía de referencia, entre la cual aparecen algunos títulos de los que consideramos fuentes impresas igual de interesantes. Una parte de esa bibliografía corresponde a autores bien conocidos como Barrio Moya, meritorios por haber publicado numerosas bibliotecas localizadas en inventarios post mortem muy variados social y zonalmente, así como las numerosísimas publicaciones del desaparecido Trevor Dadson, que, siguiendo esa misma línea, añadía una buena dosis de interpretación. Destacan especialmente en esa bibliografía las numerosas y excelentes contribuciones de Pedro Rueda Ramírez, probablemente el autor que más ha incidido en el estudio del mercado de libros y, en especial, de la exportación de libros a América. Sin duda, nada se podría entender de Nueva España sin la mirada desde la metrópoli, y a la inversa.
El libro que comentamos cuenta, además de lo dicho, con un valor añadido de tipo instrumental, ya que contiene un amplísimo apéndice de la página 295 a la 603, que contiene un listado de los libros hallados en la documentación, junto con los nombres de sus poseedores. En definitiva, se trata de un trabajo que nos ayuda a comprender el universo cultural de los dos lados del Atlántico, que todavía necesita de más investigaciones, sin duda exigentes en esfuerzo, pero fundamentales para seguirlo entendiendo.