Reseñas
de Castelnau-L’Estoile Charlotte. Un catholicisme colonial. Le mariage des Indiens et des esclaves au Brésil, XVIe-XVIIIe siècle. 2019. París. PUF. 552pp.. 978-2130800378 |
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Se puede, sin duda, hablar largamente de esta obra de Charlotte de Castelnau, la ya reconocida historiadora francesa, hoy en día empeñada con un grupo de sus colegas en abordar el trabajo misional de las órdenes religiosas en la vasta extensión que encierra la palabra ultramar, y quien ya había puesto pie firme en el campo de las investigaciones sobre evangelización en el Nuevo Mundo, en un libro aún no lo suficientemente conocido entre nosotros: Les ouvriers d’une vigne stérile: les jésuites et la conversión des Indiens au Brésil, 1580-1620 (Los obreros de una viña estéril. Los jesuitas y la conversión de los indios del Brasil, 1580-1620), publicado en el año 2000 en francés, en el que aborda de manera muy detallada el proceso de evangelización jesuita en el Brasil, y sus explicables dificultades, en un momento en el que la colonización portuguesa ya era mucho más que una actividad de “trueque” en las regiones inmediatamente adyacentes a los puertos de desembarco de las naves europeas. En Un catholicisme colonial la autora profundiza en sus análisis, y va mucho más lejos en el estudio de una sociedad ya de claros perfiles esclavistas (sobre la base del trabajo esclavo de amerindios nativos y de africanos llegados a Brasil en los barcos negreros). Una sociedad que, además -y el dato no es secundario-, vivió desde temprano un intenso proceso de mestizaje social y cultural que comprometió no solo a indios y a negros, sino a propietarios portugueses, a blancos administradores de haciendas e ingenios, y a los contingentes de mestizos producto de los más inesperados cruces. Una sociedad que comenzaba ya a estabilizar muchas de sus estructuras sociales y culturales, bajo la dominación política de un gran imperio comercial europeo, y en el marco de la hegemonía cultural encabezada por los misioneros jesuitas, la más importante entre las diferentes órdenes religiosas que se establecieron en el Brasil y que parece no haber tenido una competencia importante en ese plano, en la medida en que Portugal, de cuya monarquía fueron grandes consejeros, logró neutralizar y expulsar a sus contendores franceses y holandeses, aunque quedan preguntas que la obra no responde sobre las relaciones de poder y competencia entre la Compañía de Jesús y el clero secular, que obedecía a sus obispos y directamente al Vaticano.
Un catholicisme colonial es un estudio amplio y cuidadoso de todos los esfuerzos de la Iglesia, y de una orden religiosa en particular -los jesuitas-, por imponer el sacramento del matrimonio a las sociedades aborígenes y posteriormente a los grupos de africanos llegados por la vía de la llamada “trata de vivientes” (según la justa expresión de Luiz Felipe de Alencastro). Se trataba de un intento -cuyos resultados prácticos siempre serán objeto de discusión- de inmersión en la civilización occidental cristiana, que es el marco general en el que debe inscribirse el proceso del descubrimiento del Nuevo Mundo, evitando hacer valoraciones muy rápidas y esquemáticas de una expresión que, por ella misma, es un gigantesco problema histórico.
El libro se presenta al lector dividido en dos partes. En la primera, que comprende seis capítulos, la autora estudia -en lo que me parece ser el verdadero centro del libro- lo que denomina el “transfert del matrimonio católico al Brasil”, es decir, los esfuerzos de imposición de una institución que es al mismo tiempo un sacramento, es decir, una práctica que es parte central de una doctrina, elemento determinante de la construcción de un orden social específico, en particular porque intenta organizar la vida familiar y, de manera más amplia, las relaciones de parentesco, bajo un modelo que, en este caso, era por completo desconocido por las poblaciones a las que se quería imponer, y que chocaba con sus tradiciones y experiencias en tales materias. Son seis capítulos que abundan en informaciones y análisis sobre las formas como se impone, o trata de imponerse, un nuevo orden y modelo que toca con elementos de la sensibilidad profunda de los individuos y de lo que nosotros designamos como “vida íntima”, una realidad a lo mejor muy poco parecida a lo que resulta ser hoy para nosotros, luego de siglos de haber sido trabajados por la “experiencia cristiana de la carne”. Al mismo tiempo, dichos capítulos abordan los enormes problemas que a la reflexión teológica de las más altas autoridades de la Iglesia en Roma llevó el problema de la imposición de ese sacramento a gentes recién convertidas, no siempre bautizadas, posiblemente habiendo tenido toda clase de uniones anteriores que para el universo católico eran formas difíciles de aceptar y que en su interpretación terminaban siendo “uniones no sagradas”, y que los menos ortodoxos entre los frailes y teólogos designaban como “uniones naturales”, una figura intermedia que evitaba la condena inmediata de quienes estaban en esa situación, pero que seguía siendo un obstáculo para la salvación plena. Como se sabe, a lo largo de todo el Nuevo Mundo americano, lo que se designaba como los “neófitos”, esos nuevos cristianos en formación, ya tocados por la mano de la Iglesia, pero aún “no verdaderos cristianos”, planteó desacuerdos entre los hombres de Iglesia apegados sin contemplación a la ortodoxia, y los curas y frailes que se desenvolvían en los lugares directos de evangelización, quienes mostraban una mayor disposición a buscar formas de acuerdo que permitieran una “digna” entrada de los neófitos en la Iglesia como buenos cristianos sacramentados.
La segunda parte de la obra, que se extiende hasta el siglo XVIII, aborda el problema del transfert del matrimonio, con atención a la actividad de los misioneros, pero también a una Iglesia diocesana en proceso de constitución, con incipientes tribunales eclesiásticos, y examina las disputas matrimoniales que debían resolver tales tribunales, en el marco de las doctrinas que el Vaticano venía examinando y modificando desde el siglo anterior. Me parece que esta parte de la obra puede dejar inconformes tanto a sociólogos como a etnógrafos. La autora, para hacer sus análisis y sacar sus conclusiones, se apoya en una “muestra” de documentos (Río de Janeiro, 1680-1720) que parece demasiado exigua para someterla a un tratamiento estadístico, como intenta hacerlo, y también trata de examinar esa misma “muestra documental” en términos de descripción etnográfica, sin que profundice lo suficiente; asimismo, presenta comentarios en general obvios y fáciles. No digo que la autora busque generalizar a partir de esa muestra, error contra el cual ella misma advierte. Mi reparo más bien tiene que ver con el tratamiento de método y de análisis a que somete los documentos con los que trabaja en esa segunda parte de su obra.
Bajo las condiciones complejas de una sociedad en formación -en los planos social, económico, político y cultural-, es que deben entenderse, como trata de hacerlo esta obra, los esfuerzos por imponer los sacramentos a que obliga el cristianismo -entre ellos el matrimonio, que es el centro del libro, pero que resulta inseparable del bautismo, lo que no siempre destaca la autora con el énfasis necesario-. Para entender el significado de los problemas que estudia y discute la obra hay que estar atentos, y la autora lo hace, a la importancia del matrimonio en la religión católica, como elemento esencial del orden social, en cuanto regulador de la vida familiar y las relaciones de parentesco, así como de la moral sexual y de las formas de transmisión de bienes, pero no menos de las posibilidades de vida libre que abría (o cerraba) entre personas de diferente estatuto social, en una sociedad esclavista de Antiguo Régimen que hacía de los órdenes sociales separaciones que son sociales y jurídicas al mismo tiempo. Desde el punto de vista de la Iglesia y de los fieles católicos, el matrimonio entre esclavos, y entre libres -de diversas categorías- y esclavos, no podía dejar de plantear dudas (los famosos casos de conciencia) que terminaron modificando las propias doctrinas teológicas de la Iglesia. Son realidades de este tipo las que examina, atenta a todas sus evoluciones, esta obra, o por lo menos ese es uno de sus propósitos mayores.
Charlotte de Castelnau advierte sobre la necesidad de no separar historia social e intelectual, lo que siempre será una buena idea, y parece conocer bien la historia social del Brasil en el periodo sobre el que se interroga; ha obtenido los mejores provechos de los sólidos avances de conocimiento a que ha dado lugar la renovación de la historiografía del Brasil en los años setenta y ochenta del siglo pasado -la nueva historia de los pueblos indios y de la gente negra, y, por esa vía, del mestizaje-. No hay duda, sin embargo, de que el énfasis mayor de la obra se encuentra en el examen del campo de las doctrinas católicas sobre el matrimonio, por una parte, y, por otra, en la forma como las realidades del Nuevo Mundo colonial portugués -el Brasil- modificaron en grados diversos las formas dominantes de la Iglesia católica en el campo sacramental. Esto recuerda un hecho muy importante que me parece presente en la obra, aunque de manera implícita: que las llamadas verdades de la fe, históricamente cambiantes y enriquecidas por la vida práctica de las sociedades, son en gran parte un acomodo de las jerarquías de la Iglesia al mundo de los fieles, una clientela que no puede dejar de tenerse en cuenta; y que, por tanto, la religión y sus dogmas son, en buena medida, el efecto de compromisos y equilibrios difíciles entre las autoridades eclesiásticas y los creyentes. Ello vuelve a poner de presente el principio sociológico elemental de que, si bien la Iglesia y sus verdades, como elemento de dominación espiritual y simbólica, dan forma a la vida social, no menos la vida social crea a cada momento el universo de la religión. Y, en medidas diversas, según situaciones históricas que no pueden tener la forma de una ley inmutable, dan forma a esos puntos que parecen escapar de los fieles corrientes y ser solamente objeto de disputa de los teólogos que ocupan los más altos lugares de la jerarquía intelectual de la Iglesia, pero que de todas maneras son modelados por los fieles, por lo menos en la medida en que su experiencia está en la base de esos problemas.
La autora estudia con cuidado el gran trabajo de conocimiento del Brasil hecho por los jesuitas, en el marco de sus prácticas de evangelización y como una manera de afirmar sus posiciones en los debates de la Provincia dentro de la orden jesuita, y a veces frente a Roma. Los frailes trataron de observar, conocer y registrar con método la nueva naturaleza que tenían al frente, pero igualmente buscaron conocer las estructuras y las formas de hacer de los grupos sociales nativos a los que intentaban someter a la doctrina cristiana. Además, se emplearon a fondo en el uso de ese conocimiento para buscar en esa otra historia elementos comunes, o por lo menos semejantes, entre europeos y americanos, en un intento por acercar a los nuevos fieles en formación a las verdades de la fe, al tiempo que pretendían separarse ellos mismos de toda interpretación de la existencia anterior de esos grupos como simple “barbarie y salvajismo”. La reconstrucción de ese trabajo etnográfico, como también sus implicaciones en el problema que la obra estudia, es una de las contribuciones más valiosas de la autora; la pone en diálogo con tesis conocidas como las de Anthony Pagden, a quien efectivamente cita, y avanza algunos pasos en esa misma dirección de la fundación en el siglo XVII, por medio del estudio del mundo americano, de una “ciencia etnográfica”, además de sumar elementos hacia su propia interpretación de un catolicismo colonial en el Brasil.
Dentro de los límites de brevedad de una reseña, podemos ahora hacer algunas observaciones de balance sobre esta obra, para resaltar aún más su importancia y presentar algunas mínimas observaciones críticas, que se agregan a las que ya hemos mencionado, y que, desde luego, no restan ningún mérito a este trabajo. Empezamos señalando el valor del tema de la obra, como atalaya, como punto de observación de una historia de la que se pueden sacar muchas enseñanzas. El libro nos recuerda -lo que es muy significativo- que colonizar es también hacer entrar en un determinado orden a las poblaciones conquistadas, y que el intento de imposición del matrimonio era parte de la formación de ese nuevo orden, y por esa vía, de construcción de una sociedad católica, donde antes había poblaciones paganas, según la idea europea, poblaciones que ahora deberían ser integradas a una sociedad católica para beneficio de su alma. Se trató de un proceso de aculturación inseparable del ingreso, en condición subalterna, en el mundo cultural de los europeos.
Para la reflexión histórica sobre la esclavitud, ese intento de transfert de la institución matrimonial es de alto interés porque revela desde el principio las contradicciones del empeño, como lo muestra bien la autora, y lo que registra de manera expresiva en uno de los epígrafes de la obra, que recuerda un documento de dudas de los jesuitas en el Brasil, en 1583: “¿Puede un indio o una india confesarse o casarse llevando en su cuerpo hierros y cadenas? Respuesta: Sí”. La contradicción se hace más notoria si recordamos que en la tradición del cristianismo, como Georges Duby lo subrayó muchas veces, existe un elemento de libertad y de consentimiento de parte del hombre y de la mujer, y que el matrimonio era también una forma de acceso a determinados derechos, algo que se vuelve borroso en el matrimonio entre esclavos, máxime cuando en él -aun en el caso de matrimonios mixtos, de libres con esclavas, por ejemplo- la presencia de un tercero, el propietario de esclavos, nunca desaparece. La reflexión teológica no fue ajena a estos hechos, pero fueron contradicciones con las que la Iglesia y los jesuitas supieron muy bien entenderse, pues un alma sin pecado bien puede acompañar un cuerpo esclavo, según el pensamiento de muchos teólogos cristianos de la época, por raro que pueda parecernos hoy.
El libro de Castelnau cita, como una de sus fuentes de inspiración, entre muchas otras, la obra de Juan Carlos Estenssoro sobre la religión de los indígenas en el Perú, Del paganismo a la santidad: la incorporación de los indios del Perú al catolicismo, 1532-1650 (Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos, 2003), lo que le debe haber facilitado comprender la importancia del catolicismo para los procesos de reconocimiento e identidad de los grupos indígenas: parroquias, cofradías, actividad musical, rectorados de Iglesia, sacristías, entre otros, no fueron simplemente asunto de sumisión y trabajo no pagados, pues a partir de esos hechos los indígenas fueron capaces de acumular fuerzas y energía para defender sus existencias en el infortunio y darse un lugar en la sociedad. Ese proceso que había puesto de presente Estenssoro, y que le evitó a su obra caer en la trampa de que todo era sometimiento indiscutido y oposición y resistencia, también se constata en el Brasil, donde muchos miembros de los grupos subalternos fueron capaces de hacer otra cosa con eso que en principio aparece como simple imposición. Esto conduce sin ninguna duda a una visión del poder y de la dominación por completo diferente de aquella que han popularizado los llamados posmodernos, que han hecho de todo poder social y de todo proceso de aculturación asunto simple de una dominación que esperaba a nuestro presente para que lo volviéramos un objeto de denuncia. Castelnau, como Estenssoro, ha encontrado la forma de escapar de esa simplificación y de la aporía que entraña. Sin embargo, me parece que aún son demasiados los elementos que faltan en su obra para enriquecer más la perspectiva del valor de la experiencia de la gente corriente en la formación de la religión, y para equilibrar un poco las cargas por el peso desmesurado que parece que se les da a curas y teólogos como centro de elaboración de las doctrinas.
Por eso, me parece que, admitido el acierto de la idea de “un catolicismo colonial”, y habiendo evitado la fórmula de “el catolicismo colonial”, al resultado final parecen faltarle aún muchos elementos para tener un cuadro más exacto y más colorido, máxime cuando la autora ha decidido no referirse al tema de la sexualidad en el matrimonio, un poco con la idea de que se ha hecho ya muchas veces, hasta el punto de constituir un tópico. Ello puede ser cierto, pero desconoce que el matrimonio es también una de las grandes fuentes de modelado de la moral sexual de una sociedad, un aspecto que siempre estuvo en el ojo de la Iglesia, y sobre todo en el de los jesuitas, como lo recuerdan los documentos conocidos en torno a las regulaciones de la vida cotidiana en las haciendas de sus comunidades. Si no es equivocado mi juicio, el lector podría decir, con algo de razón, que en el punto preciso del tema nos encontramos aún muy cerca de la definición nominal -inicial- “de un catolicismo colonial en el Brasil”, de la que parte la autora, cuando dice, al inicio de la obra, que se trata de un cristianismo específico que se impuso a los nuevos fieles en Brasil, entre el siglo XVI y el comienzo del siglo XVIII, lo que quiere decir que nos encontramos aún un poco lejos de la historia social concreta del Brasil, y aún demasiado cerca de Lisboa, de Roma y de París.