Reseña de libros y revistas

Las ideas pedagógicas de Tagore y Gandhi: ecos de una educación alternativa

Morelos Torres Aguilar
Universidad de Guanajuato, Mexico

Las ideas pedagógicas de Tagore y Gandhi: ecos de una educación alternativa

Revista Historia de la Educación Latinoamericana, vol. 19, núm. 29, pp. 326-330, 2017

Universidad Pedagógica de Colombia - UPTC

MARTÍNEZ RUIZ Xicoténcatl. Poética educativa. Artes, educación para la paz y atención consciente. 2016. México. Instituto Politécnico Nacional

En las encrucijadas, en los momentos de duda, en las crisis, uno de los caminos posibles consiste, en lugar de constreñirse, en mirar lejos, en ampliar el horizonte. Una de esas encrucijadas es la que enfrenta México en el campo de la educación desde hace muchos años. Y ninguna de las respuestas o las soluciones ofrecidas y debatidas parece del todo satisfactoria. En este contexto, la publicación de Poética educativa. Artes, educación para la paz y atención consciente ofrece una mirada abierta, vigente y contemporánea, y un conjunto de respuestas distintas para las preguntas que nos seguimos haciendo acerca de la educación de nuestro tiempo.

La obra está dividida en dos partes: “Tagore y la poética educativa”, y “Tagore y Gandhi: educación para la paz”. Cada una de ellas está constituida a su vez por cuatro capítulos. En el primero, “De camino a Tagore”, se analiza en forma preliminar la parte medular del pensamiento pedagógico del escritor indio, a la luz de algunas de sus principales obras y de una conferencia, de la que se extrae este fragmento revelador:

No se puede enseñar más que aquello que se ama; vale más callarse cuando no gustamos de lo que estamos enseñando. Así pues, no debemos enseñar más que aquello que guarda para nosotros un cierto misterio… Para ser maestro de niños es completamente necesario ser como un niño, olvidar lo que sabemos y que hemos llegado al término de los conocimientos…

Martínez Ruiz explica que el objetivo de las prácticas educativas en las escuelas fundadas por Tagore era “brindar un aprendizaje que cultivara el pensamiento propio, donde el conocimiento no fuera una impronta ajena, sino algo que cobraba sentido a partir de las experiencias tanto dentro como fuera del aula”. Dicha forma de aprendizaje tenía lugar en ambientes no convencionales: “al aire libre, alrededor de los árboles y con actividades como la música, la lectura de poesía, la representación teatral o la danza”, todo lo cual estimulaba, según el autor, “la libertad de pensamiento, el juego, el movimiento corporal, la curiosidad por la naturaleza y el conocimiento”.

Tagore construyó así una poética educativa, una visión holística de la enseñanza a partir de una construcción dinámica donde las artes y la vida misma eran las guías del aprendizaje. De acuerdo con Martínez Ruiz, el poeta indio tuvo así “la habilidad de recrear el profundo sentido de la educación para niños y jóvenes a través del cultivo de la imaginación, las artes, la escucha, la ausencia de violencia, el arte del movimiento, la atención consciente aún en la vida agitada, el respetuoso intercambio entre la naturaleza y el ser humano”.

Pero para la mentalidad occidental, la poética educativa de Tagore ofrece una dificultad notable, debido a que se resiste a ser definida. Más bien es posible caracterizarla mediante el dinamismo de su práctica misma, y a partir de la comprensión de su verdadero origen, que en palabras de Martínez Ruiz consiste en “la búsqueda de la libertad en el ser humano”.

El segundo capítulo aborda precisamente el tema de la “Poética educativa: el poeta y la utopía”. En él se describen las diferentes escuelas fundadas por Tagore a lo largo de su existencia, y se analizan sus métodos, sus enfoques y sus vínculos con las comunidades de las que formaban parte. Asimismo, se destaca el propósito, presente en todas ellas, de fomentar la creación poética y la imaginación.

En el tercer capítulo, “Libertad y arte del movimiento en la escuela del poeta”, el autor se centra en la descripción de las tres esferas en las cuales está contenido el anhelo por la libertad de Tagore. La primera consiste en la capacidad para argumentar; la segunda, en el desarrollo de la sensibilidad estética; y la tercera, en las relaciones que establecemos “con nosotros mismos, con los demás y su efecto en la interacción con el medio ambiente; la armonía con el entorno, la simpatía para interactuar con los otros”. De esta manera, como lo expresa Martínez Ruiz, el educador indio se adelanta a su tiempo, con una visión que consiste en “mirar en su entorno un mundo interconectado en una relación multicultural de manera amplia”. Para dicha visión, resulta medular la práctica de la danza, el teatro y la música, pues todos ellos constituyen un “arte del movimiento” que revela su importancia en la educación tagoreana:

Los niños necesitan la oportunidad de expresar sus sentimientos a través de los movimientos perfectos y graciosos del cuerpo. Morir es evitar la capacidad de usar el cuerpo completo como medio de expresión…

“Echoes of Tagore in Mexico”, el cuarto capítulo, explora la influencia que ha tenido el pensamiento del poeta en el ámbito mexicano, en particular en un grupo intelectual como lo fue el Ateneo de la Juventud, y en importantes intelectuales como José Vasconcelos y Octavio Paz, hasta llegar incluso al Centro de Estudios de Asia y África del Colegio de México, en el cual han sido traducidas varias de las obras de Tagore al español.

La segunda parte del libro estudia las vinculaciones conceptuales y vivenciales que estableció Tagore con Gandhi y Vivekananda, para culminar con un ensayo en donde se demuestra la vigencia, oportunidad y aplicabilidad del pensamiento tagoreano en el convulso mundo contemporáneo.

En el quinto capítulo, “Tagore y Gandhi. Educación y no violencia”, se describen las luchas que sostuvieron ambos personajes por la libertad y la independencia de la India, aunque se destacan también las discrepancias que existieron entre ambos, sobre todo en torno al movimiento gandhiano de la “no cooperación”, mediante el cual se pedía a los habitantes del país, a modo de protesta por las acciones hostiles del Imperio Británico, disolver toda cooperación con el gobierno, lo cual incluía boicotear no solo las Cortes y las instituciones gubernamentales, sino también las escuelas y las universidades. Aunque entendía el propósito, Tagore nunca estuvo de acuerdo en el boicot a las escuelas, pues -de acuerdo con el autor- “consideraba que detener el proceso educativo de los niños no traería ningún beneficio, y por el contrario, cancelaba la posibilidad de una mejor sociedad”. De cualquier modo, pese al intercambio álgido de argumentos y contraargumentos entre ambos personajes, el respeto que sentían uno por el otro se mantuvo incólume, y la admiración de Gandhi hacia Tagore nunca se disolvió. Por ello, en su programa, Gandhi concedió “un lugar clave a la no violencia en la educación, a los estudiantes y a la libertad, tres temas que dieron vida a la política educativa de Tagore”.

En el siguiente capítulo, “Gandhi o el Programa Constructivo para el siglo XXI”, Martínez Ruiz examina dos principios básicos de este documento: la no violencia, fundada en una voluntad indomable. “Es esa voluntad indomable -escribe Martínez Ruiz- la que alimenta una de las contribuciones más significativas de Gandhi a los movimientos sociales: la desobediencia civil”. Así, los tres principios esenciales del programa son la no violencia, la verdad y la independencia plena. Pero no se trata de principios individuales, fruto del egoísmo, sino aspiraciones sociales. Por eso incluso un elemento tan esencial como la comida tiene para Gandhi un sentido social, de servicio, cuando escribe:

Como para vivir al servicio de los seres humanos. No vivas sólo para complacerte a ti mismo. Por eso tu comida debe ser apenas la justa para mantener tu cuerpo y tu mente en buen funcionamiento. El hombre se convierte en lo que come…

La práctica de la no violencia es para Gandhi un pilar formativo, o como lo escribe el autor, “parte constitutiva de la vida de las escuelas”. En su Programa dedica tres capítulos a la educación, pues considera que lo mejor del ser humano puede revelarse a través de la educación, y por ello mismo, “en educar reside el poder de la transformación social”. En este sentido, pese a las diferencias que llega a tener con Tagore, y que han sido ya referidas, Gandhi coincide con el poeta en el poder moral que reside en la educación para niños y jóvenes, y que de acuerdo con Martínez Ruiz “es capaz de erigirse como la fortaleza humana que revela lo mejor del ser humano, ahí reside la posibilidad de lo que hoy llamamos educación para la paz”.

En el capítulo siete, “Ser, pensar y educar”, el autor explica que tanto Vivekananda como Tagore se centraron en el reto contemporáneo de “cómo reducir la desigualdad social mediante la educación, y cómo fomentar que el ser humano realice su naturaleza más íntima”, y destaca las contribuciones de ambos pensadores en este sentido. Así, recuerda que el primero “se embarcó en una labor educativa como proyecto de transformación social, mediante la creación de escuelas y programas de distribución de alimentos a niños, y atención a la salud para estudiantes”, mientras que el segundo “fundó una institución educativa caracterizada por el fomento a la creatividad de los jóvenes, el pensamiento crítico, la multiculturalidad y la ciudadanía mundial”.

De ahí que en el capítulo ocho, “Poética educativa, contemplación y atención consciente”, Martínez Ruiz sintetice, a manera de conclusión, los elementos básicos de las ideas pedagógicas de Tagore. En primer lugar, refiere una idea de poética educativa que resulta polisémica, y que parte de un enfoque creativo, libre y en armonía con la naturaleza. En consecuencia, “la relación entre el ser humano y la naturaleza ocupa un lugar importante en la práctica educativa de Tagore”. El autor destaca, asimismo, como tercer elemento de la poética educativa del poeta indio, la improvisación, entendida como método de creación que destierra la imposición, y que permite tanto explorar como nutrir el asombro. En tanto, el cuarto elemento consiste en el lugar destacado que Tagore da “a las artes y al desarrollo de la sensibilidad estética como pilares de su ideal educativo”. El quinto, en cambio, se refiere a “la figura y el lugar del maestro”, pues “para Tagore, un profesor es el que entiende que enseñar es aprender”. Por último, la poética educativa persigue la aspiración de “no guiarse por el propósito utilitario de la educación, sino por la idea de cultivar lo mejor del ser humano y de alimentar el anhelo por la libertad”.

En suma, la poética educativa de Tagore, desde el planteamiento de Martínez Ruz, se aboca a practicar la atención consciente y la contemplación creadora. Estos términos no son desconocidos en el mundo occidental, sobre todo el primero, presente de algún modo en la escuela filosófica de la Grecia clásica. Sin embargo, los pensadores de Oriente han fortalecido en forma notable la práctica de la atención consciente que, de acuerdo con el autor, se aproxima al término mindfulness en lengua inglesa, entendido como “el estado pleno de atención en el que no se juzga la experiencia, sino que se incrementa la conciencia del presente y el enfoque”, a partir de la concentración y la meditación. Los efectos positivos de la meditación en la salud han sido ampliamente documentados en diversos estudios citados por el autor; por ejemplo, la reducción del estrés, el tratamiento de la depresión y de los desajustes emocionales que pueden conducir a las adicciones. Pero Martínez Ruiz va más allá, al explicar que el estado de ecuanimidad de la atención consciente puede “restablecer las bases éticas de nuestra conducta, la serenidad y la apertura para entender lo que podría llegar a ser el futuro si no se alcanza un equilibrio interior en un escenario de innovación tecnológica que no se va a detener”.

Cabe mencionar que al final del libro aparecen tres apéndices, con traducciones de textos breves de Tagore, de Gandhi y del Vijñana Bhairava, un texto en sánscrito que reúne 112 métodos para lograr la atención consciente. El primero de ellos, “El arte del movimiento en la educación”, es verdaderamente revelador, y gracias a él podemos comprender que técnicas modernas de corporalidad educativa, como la llamada “gimnasia cerebral”, ya eran concebidas por Tagore desde la primera mitad del siglo XX.

Poética educativa. Artes, educación para la paz y atención consciente es una obra singular, por la inusual claridad que transmite en medio de los debates que estamos viviendo acerca del futuro de la educación en nuestros días, además en su lectura aparece un elemento cada vez más infrecuente: la esperanza, un sentimiento absolutamente irracional que sin embargo es imprescindible para la existencia. Una esperanza que proviene de una lejanía del tiempo y otra lejanía del espacio: de pensadores que vivieron hace más de cien años, y que habitaron en las lejanas tierras de la India. Y pese a esas lejanías, sus palabras tienen para nosotros un significado verdaderamente contemporáneo.

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