EDITORIAL
EDITORIAL. Riesgo e incertidumbre: un asunto de gerencia

En el diario acontecer y en la calificación de determinadas situaciones en el campo profesional, suele hacerse uso de los términos “riesgo e incertidumbre” de manera similar. Sin embargo, no sólo existen matices en la acepción de cada uno, sino que un sutil esfuerzo en la comprensión de sus significados facilita la explicación de algunos comportamientos cuyo impacto en resultados puede ser sustantivamente diferente en distintas áreas del saber.
Detrás de todo riesgo existe un factor de probabilidad de que ocurra o no el hecho, lo cual entraña cierto grado de conocimiento acerca del fenómeno, en tanto que incertidumbre es ausencia de conocimiento de lo que puede suceder. En tal sentido y si bien ambas concepciones aplican en diversos contextos, queda claro que en unos u otros la complejidad de lo potencialmente examinado tendrá incidencia en las apreciaciones que dieren lugar. Por consiguiente, algunos resultados en determinadas áreas del saber serán mayormente predecibles en comparación con otros sectores, en donde la multiplicidad de variables y los limitados mecanismos para tomar decisiones, pueden restringir el proceso.
El tema viene a colación, porque el comportamiento de las sociedades en lo que respecta a estas caracterizaciones no sólo tiende a variar en grado, sino que representa una forma de explicar las acciones que se acometen en distintos planos del quehacer. Así, sociedades que se sienten más cómodas con lo certero y seguro, seguramente preferirán lo estructurado, a diferencia de aquellas que ante lo desconocido no muestren mayores signos de incomodidad. Bajo la primera consideración, habrá mayor necesidad emocional de reglas y muy posiblemente toda ambigüedad represente una amenaza que deba combatirse, a diferencia de entornos en donde lo incierto sea considerado como parte de los hechos normales de la vida y la presencia de normas simplemente cumpla una función de orden y facilitación de los intercambios, sin existir más que las necesarias.
El punto en cuestión radica en la forma como se enfocan las situaciones: riesgo o incertidumbre, racionalidad o subjetividad. Y en el plano concreto que atañe el campo de la gerencia, tales maneras pueden marcar relativas diferencias en lo conducente a la efectividad prevista, sin demérito de las prácticas utilizadas. De hecho, siendo natural la presencia de tareas estructuradas en algunos niveles de la jerarquía, cabe esperar que el cumplimiento de normas, políticas y procedimientos actúen concomitantemente como mecanismos de control, sin reñir por ello que ante otras situaciones o en otros estratos puedan o no correrse mayores riesgos. No obstante, la delicada línea que pareciera diferenciar riesgo e incertidumbre como argumento para tomar decisiones, está reflejada en el conocimiento sobre el hecho y en la actitud que se asume.
Hoy día y a pesar que el acceso a la información y la tecnología continua traspasando fronteras haciendo que los datos y el análisis estén más cercanos a los distintos grupos de interés, se sigue percibiendo la presencia de organizaciones cuyas culturas reflejan miedo por lo incierto constriñendo la disposición al riesgo. En todo caso, no se trata de favorecer imposiciones doctrinales acerca de la conveniencia de arriesgarse, pero indudablemente y ante sociedades cuyos ciudadanos son preparados con suficiente base para saber indagar, estudiar distintos escenarios del entorno y hacer uso equilibrado de factores emocionales y racionales para enfrentar los cambios, queda la duda acerca de las causales que limitan o hacen ineficaz la toma de decisiones sobre todo en situaciones de complejidad. Pero paradójicamente, el tema pareciera abarcar no sólo lo estratégico sino lo cotidiano, percibiéndose que hasta un simple cambio para mejorar un proceso presenta barreras ya ni siquiera de orden técnico o estructural procedente del entorno donde conviven las organizaciones, sino que aquello que coarta adicionalmente todo avance o innovación, se nutre de manera adicional de un aparente factor actitudinal.
Entonces y ante la posibilidad que la respuesta a esa duda planteada precedentemente pueda vincularse con argumentos de naturaleza contextual o cultural, no queda más que dirigir los esfuerzos en el campo que nos compete para seguir investigando puntualmente sobre estas variables, toda vez que desde el sector académico los avances e instrumentos operativos han estado al alcance cuando de riesgo e incertidumbre se trata. Tanto más y sin caer en apreciaciones semánticas, pareciera ser en definitiva, un asunto de gerencia.