
El límite de la Ciencia.
El desencanto es uno de los precios que ha tenido que pagar la humanidad a cambio de su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, dominio que ha logrado gracias a la Ciencia y la Tecnología. Ha sido inevitable ese resultado, un mundo puesto a nuestro servicio pero ahora incapaz de maravillarnos, de provocarnos un sentimiento de veneración o nuestra admiración, más allá de lo que produce un prodigio instrumental u operativo, o incluso incapaz de infundirnos miedo.
En la medida en que penetramos en sus secretos, una vez develados ya no suscitan nuestro entusiasmo, nuestras emociones, ya no excitan nuestros sentidos y entramos en una especie de letargo. Ello nos ha asegurado la sobrevivencia y la satisfacción de nuestras necesidades materiales: alimentación, refugio, salud, pero tiende a dejarnos vacíos. Y ¿En qué consiste ese vacío?, ¿Cómo resolverlo? Y si hemos de atender a esos problemas, tendremos que admitir que tanto la Ciencia como la Tecnología deben tener sus límites; la cuestión que de inmediato salta es: ¿Quién y cómo identifica y hace valer esos límites? De seguro no puede ser el Estado; debe ser más bien una permanente y dedicada reflexión sobre qué es lo que en verdad necesitamos, una vez llegados al punto en que estamos, para no perecer y para llenar ese vacío. Una especie de cuestionamiento o puesta en tela de juicio.
Para J.J. Rousseau las ciencias deben su nacimiento a nuestros vicios y no a nuestras virtudes, por lo cual debemos desconfiar de ellas (Discurso sobre la Ciencia y las Artes, 1750) pero sea de unos o de otras que nacieron, lo cierto es que la saga por el control de la naturaleza -gracias al conocimiento científico- nos ha dejado al borde del colapso ecológico y espiritual. La Ciencia y la tecnología hacen avances importantes por lo que se refiere a la degradación ambiental y ya los gobiernos toman medidas para descarburar la economía, adoptando tecnologías energéticas verdes como el hidrógeno. Pero, ¿Podrá, acaso, la Ciencia ayudarnos a re-encantar al mundo?
En 1966, Martin Heidegger -en una entrevista concedida a Der Spiegel- dice: “Solo un dios puede aún salvarnos”. Heidegger se mostraba escéptico o cauteloso sobre la ayuda que la Ciencia o incluso la Filosofía podían brindar, sin embargo apuntaba: ¨La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia para el ocaso”. Y en términos menos enigmáticos, quizás, señala lo que creemos puede ser una dirección a seguir:
El retorno a las bases históricas del pensamiento, repensar las cuestiones todavía no cuestionadas desde la filosofía griega, no es disolver la tradición. Pero si afirmo: el modo de pensar de la metafísica tradicional, que ha acabado con Nietzsche, no ofrece ya posibilidad alguna de experimentar con el pensamiento la era técnica que ahora comienza.
Así, con Heidegger, e incluso también con Nietzsche, podemos concluir: hay una veracidad más loable en los signos de interrogación que en los argumentos irrebatibles, por lo que preguntar es la devoción del pensamiento. Y la pregunta es: ¿Qué nos puede salvar?