Resumen: Contamos con suficientes razones que nos permiten señalar que la educación emocional se puede aplicar a múltiples contextos y tiene efectos en la promoción de la salud mental. El objetivo del presente trabajo es analizar la importancia y necesidad de desarrollar competencias emocionales, especialmente en el ámbito educativo, y aportar algunas herramientas prácticas para afrontar las crisis y prevenir o minimizar problemas de salud mental. Este estudio corresponde a un tipo de investigación descriptiva, sustentada en los métodos de revisión bibliográfica, analítico sintético y análisis de contenido. En este trabajo se presentan investigaciones y estudios promovidos por organismos e instituciones que han puesto el acento en las políticas orientadas a la promoción de la educación emocional y al desarrollo de las competencias emocionales desde una intervención proactiva y preventiva. Se propone incluir las competencias emocionales en la formación inicial y permanente del profesorado ya que repercute positivamente en la calidad educativa, la salud mental y el bienestar general. También se presenta una práctica fundamentada que puede llevarse a cabo en niños y niñas, jóvenes, familias y docentes. El trabajo concluye con la importancia de desarrollar las competencias emocionales e impulsar proyectos encaminados a una puesta en práctica eficiente de la educación emocional en tiempos de crisis, teniendo en cuenta que las crisis son permanentes.
Palabras clave: educación emocional, competencias emocionales, inteligencia emocional, crisis, salud mental.
Abstract: A wealth of evidence exists that highlights that emotional education can be applied in multiple contexts as a means of promoting better mental health. The present study aims to analyse the importance and utility of working on emotional competencies, especially in the educational environment. Further, the study strives to elaborate practical tools for use during crisis situations as a means of preventing or minimising mental health issues. The present study employs a descriptive design in which a literature review, synthetic analysis and content analysis were performed. The work examines research conducted in connection with organisations and institutions that has emphasised policies targeting emotional education and emotional competencies through proactive and preventive interventions. The present research argues that emotional competencies should be included in initial and in-service teacher training as it has a positive impact on educational quality, mental health and general well-being. A grounded approach is presented that could be followed with children, young people, families and teachers. The present paper concludes by highlighting the importance of developing emotional competencies and promoting projects aimed at effective implementation of emotional education during times of crisis, especially, when considering that many crises are permanent.
Keywords: emotional education, emotional competencies, emotional intelligence, crisis, mental health.
Resumo: Temos razões suficientes para salientar que a educação emocional pode ser aplicada a múltiplos contextos e tem um impacto na promoção da saúde mental. O objetivo do presente trabalho é analisar a importância e a necessidade de desenvolver competências emocionais, especialmente no ambiente educativo, e fornecer algumas ferramentas práticas para enfrentar crises e prevenir ou minimizar problemas de saúde mental e prevenir ou minimizar os problemas de saúde mental. Este estudo corresponde a uma investigação de tipo descritivo, baseada nos métodos de revisão da literatura, análise sintética e análise de conteúdo. Este trabalho apresenta investigações e estudos promovidos por organizações e instituições que se têm centrado em políticas que visam promover a educação emocional e o desenvolvimento de competências emocionais a partir de uma intervenção proativa e preventiva. Propõe-se que as competências emocionais sejam incluídas na formação inicial e contínua dos professores, uma vez que têm um impacto positivo na qualidade do ensino, na saúde mental e no bem-estar geral. Apresenta também uma prática fundamentada que pode ser levada a cabo com crianças, jovens, famílias e professores. O trabalho conclui com a importância de desenvolver competências emocionais e de promover projetos que visem a implementação eficaz da educação emocional em tempos de crise, tendo em conta que as crises são permanentes.
Palavras-chave: educação emocional, competências emocionais, inteligência emocional, crise, saúde mental.
摘要: 我们有足够的理由指出,情感教育可以应用于多个领域,并对促进心理健康产生影响。本研究的目的是分析在教育领域中发展情感能力的重要性和必要性,并提供一些应对危机和预防或减轻心理健康问题的实际工具。本研究属于描述性研究类型,基于文献综述、综合分析和内容分析方法。本研究中介绍了由一些机构和组织推动的研究,这些研究强调了促进情感教育和从积极预防的角度发展情感能力的政策。建议在教师的初始和持续培训中纳入情感能力,因为这对教育质量、心理健康和整体福祉有积极影响。本文还介绍了一项基于实践的方案,可以在儿童、青少年、家庭和教师中实施。研究的结论是,发展情感能力并推动项目以有效实施情感教育在危机时期是至关重要的,因为危机是持续存在的
關鍵詞: 情感教育, 情感能力, 情商, 危机, 心理健康.
ملخص: لدينا أسباب كافية تسمح لنا بالإشارة إلى أن التربية العاطفية يمكن تطبيقها في سياقات متعددة ولها آثار على تعزيز الصحة العقلية. الهدف من هذا العمل هو تحليل أهمية وحاجة تطوير الكفاءات العاطفية، خاصة في المجال التربوي، وتوفير بعض الأدوات العملية لمواجهة الأزمات ومنع مشاكل الصحة النفسية أو التقليل منها. تتوافق هذه الدراسة مع نوع من البحث الوصفي، وهي مدعمة بأساليب المراجعة الببليوغرافية والتحليل التركيبي وتحليل المحتوى. يقدم هذا العمل الأبحاث والدراسات التي تروج لها المنظمات والمؤسسات التي ركزت على السياسات الرامية إلى تعزيز التربية العاطفية وتطوير الكفاءات العاطفية من خلال التدخل الاستباقي والوقائي. يُقترح إدراج الكفاءات العاطفية في التدريب الأولي والمستمر للمعلمين لما لها من تأثير إيجابي على جودة التعليم والصحة العقلية والرفاهية العامة. كما يتم عرض ممارسة راسخة يمكن تنفيذها مع الأولاد والبنات والشباب والأسر والمعلمين. ويختتم العمل بأهمية تنمية الكفاءات العاطفية وتعزيز المشاريع الهادفة إلى التنفيذ الفعال للتربية العاطفية في أوقات الأزمات، مع مراعاة أن الأزمات دائمة
الكلمات المفتاحية: :التربية العاطفية, الكفاءات العاطفية, الذكاء العاطفي, الأزمات, الصحة النفسية.
Monográfico
Educar en las emociones en tiempos de crisis
Emotional education in times of crisis
Educar as emoções em tempos de crise
在危机时期的情感教育
التربية في ظل العواطف في أوقات الأزمات

Recepción: 14 Marzo 2024
Aprobación: 08 Mayo 2024
Publicación: 20 Junio 2024
La humanidad vive inmersa en constantes crisis y escenarios cambiantes que pueden generar problemas de salud mental: ansiedad, estrés, depresión, agotamiento emocional, nerviosismo, dificultades para dormir, irritabilidad, melancolía, frustración y aislamiento social. Por ello resulta importante cuidar el bienestar y la salud mental de la ciudadanía, fomentar sus fortalezas y apostar por el aprendizaje y desarrollo de prácticas saludables. Entre estas prácticas aparece como relevante el desarrollo de las competencias emocionales para afrontar los retos y dificultades que se presentan, ejerciendo a la vez como un factor de prevención y promoción de la salud y el bienestar personal y social. El objetivo de este artículo es examinar las implicaciones de la educación emocional en nuestra sociedad y sus posibilidades de integración en el ámbito educativo. Se describen los efectos de las crisis y su impacto en la salud mental. Se comentan dos modelos de intervención en situaciones de crisis, se analizan los efectos de la educación emocional en la salud mental y su impacto en el desarrollo de las competencias emocionales. Asimismo, se aportan elementos científicos y de análisis relacionados con la educación emocional y su aplicabilidad en la práctica educativa. También se presenta una práctica fundamentada con el fin de aportar conocimientos, herramientas, habilidades y actitudes a niños y niñas, jóvenes, familias y docentes que contribuyan al desarrollo de competencias emocionales, entendidas como competencias necesarias para la vida.
El presente trabajo corresponde a un tipo de investigación descriptiva, sustentada en los métodos de revisión bibliográfica, analítico sintético y análisis de contenido (Piza-Burgos et al., 2019), a partir de la revisión bibliográfica realizada y según lo que plantean algunos autores, estudios y organismos nacionales e internacionales.
En el devenir histórico, las crisis son una constante. No hemos superado una cuando ya empieza otra. Esta realidad ha sido estudiada desde diversas disciplinas, donde diferentes enfoques teóricos intentan definir este concepto, su desarrollo y su impacto en diversos ámbitos de la sociedad y las organizaciones (Boin et al., 2018; Culebro y Romo, 2023; Dafermos, 2022).
Devlin (2007) define la crisis como un tiempo inestable que producen resultados indeseables que pueden causar daños irreparables y que, en todos los casos, requiere tomar decisiones vitales.
Castro-Sánchez (2016) considera una crisis como un conjunto de situaciones en las que se altera el curso cotidiano de las cosas, ya sea que tengan un origen relacionado con desastres naturales o bien ocasionados por la acción humana, así como aquellas experiencias o percepciones de un evento que resulta difícil de tolerar y que supera los recursos y los mecanismos de afrontamiento de la persona (James y Guilliand, 2001; Macías et al., 2013).
Según Cabrero et al. (2023) y Mena (2011) las crisis están destinadas a ocurrir en un sistema complejo, el cual opera también en un entorno complejo, lo que genera una interacción múltiple de elementos para poder funcionar. A mayor número de elementos e interacciones entre ellos, mayor es el riesgo de que surja una crisis. Algunos expertos han afirmado que vivimos en un entorno VUCA. Se trata de un acrónimo de cuatro términos que caracterizan nuestro tiempo: Volatilidad, Incertidumbre (Uncertainty), Complejidad y Ambigüedad (Pérez-Escoda y López-Cassà, 2022). Es decir, volátil puesto que vivimos en un entorno donde los cambios son cada vez más rápidos e impredecibles; incierto porque se hace más difícil predecir el futuro; complejo ya que cada vez está más interconectado y cada cambio en algún lugar del mundo puede afectar a la sociedad en general, y ambiguo, ya que cada vez se hace más difícil saber qué está sucediendo.
Desde esta perspectiva, las crisis son eventos que ocurren en algún momento en todo sistema, ya sea una organización, una región, un país, o incluso en el planeta, como la pandemia Covid-19 que ha tenido un efecto extendido y global. Esto es congruente con el planteamiento de Beck (1998), García-Farjat y Goycolea (2021), Paulus (2004) y Pérez-González (2008), cuando nos hablan de la “sociedad del riesgo”. Ello implica una vulnerabilidad cada vez mayor ante la creciente interconexión de elementos y la creciente complejidad del desarrollo económico, social y ambiental, aunque esta sociedad, tal y como señala Han (2019), transita hacia la sociedad del cansancio. Entendida como las diferentes percepciones, sensaciones, emociones, síntomas y trastornos de salud física y especialmente mental, relacionados con el cansancio, el desánimo, el agotamiento, pasando por la tensión y la fatiga (Fernández-Poncela, 2022).
En general la crisis remite a un proceso coyuntural de inestabilidad y alteración que pueden designar un cambio traumático en la vida de una persona, una sociedad o una situación. Por lo que genera incertidumbre y varía en cuanto a su reversibilidad, grado de profundidad, percepción, consecuencias, etc. (Salazar et al., 2007). Hay muchos tipos de crisis: medioambiental, salud pública, socioeconómica, política, psicológica, educativa, personales, de pareja (separación, divorcio), familiares, profesionales, etc., y tienen efectos diversos en las personas y en los contextos (Dafermos, 2022).
Se puede afirmar que vivimos en crisis permanentes, lo cual afecta a las personas de múltiples formas. Una de ellas es la salud mental. En los párrafos siguientes se comentan algunos de los efectos de las crisis en la salud mental. Tomar consciencia de esta realidad no sólo exige su comprensión, sino que obliga a un cambio en la manera de pensar y actuar, así como en sus implicaciones educativas que conviene conocer y difundir para prevenir. Una de estas implicaciones es la necesidad de una educación emocional para para afrontar las crisis con mayores probabilidades de éxito.
Los problemas de salud mental, como ansiedad, agotamiento emocional, nerviosismo, depresión, dificultades para dormir, irritabilidad, melancolía, frustración y aislamiento social, entre otros, han aumentado a nivel mundial y aparecen como temas de preocupación. La OMS (2024) señala que, con la pandemia, la ansiedad y la depresión han aumentado un 25 %. Los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo en 2030.
La OMS describe la salud mental como “un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de hacer una contribución a su comunidad” ( 2001, p.1).
En enero de 2020, la OMS identificó por primera vez el coronavirus (covid-19) y declaró la pandemia mundial en marzo. Esto representó una crisis mundial reflejada en confinamiento, distanciamiento social, cierre de escuelas, lugares de trabajo y tráfico, aislamiento y muchos otros fenómenos cuyos efectos en las personas se están investigando.
Desde el inicio de la pandemia se han realizado estudios sobre su impacto en la salud mental (Imran, 2020; Orgiles et al., 2020; Salazar de Pablo et al., 2020; Xiong et al., 2020). Se ha observado que la exposición a la crisis se ha relacionado con mayor riesgo de desarrollar problemas relacionados con la salud mental (Orgiles et al. 2020). Los efectos han sido especialmente en sintomatología ansioso-depresiva (Domínguez-Martín et al., 2022; Werling et al., 2022).
Varios estudios han analizado su impacto en la salud mental de niños y niñas y adolescentes (Hawes et al., 2022; Juncal-Ruíz et al., 2023; Orgiles et al., 2020; Ravens-Sieberer et al., 2021). En la niñez y la adolescencia se encuentran en un periodo crítico del desarrollo cognitivo, social y emocional y, por lo tanto, están entre las personas más vulnerables a sufrir los efectos que las crisis, como la pandemia de covid-19. Entre estos efectos están la salud mental (Juncal-Ruíz et al., 2023).
Se han realizado revisiones sistemáticas y meta-análisis sobre el impacto del covid-19 en la salud mental. Panchal et al. (2023) realizan una revisión sistemática con el objetivo de resumir la literatura sobre el tema y explorar los efectos del covid-19 en salud mental en niños/as y adolescentes, explorando los factores de riesgo y los factores protectores llegando a la conclusión de que un factor importante de prevención es el tiempo de calidad que las familias dedican a estar juntos, apoyando las necesidades de salud mental de la infancia y adolescencia en situación de riesgo. Otros factores protectores son todo tipo de rutinas, la comunicación familiar, el apoyo social y el uso apropiado del tiempo libre y el juego. Son factores de riesgo la ausencia de rutinas, estar en la adolescencia, la exposición excesiva a los medios de comunicación, los problemas mentales anteriores, el sexo femenino, la frecuencia de casos comunitarios y realizar trabajos de primera línea relacionados con el covid-19. Estos autores concluyen en la necesidad de ofrecer orientaciones y directrices para aliviar los efectos negativos, así como estrategias de salud pública para apoyar a la población.
Más allá de la pandemia, investigaciones diversas han señalado un creciente número de problemas de salud mental entre los adolescentes (Erskine et al., 2015; OMS, 2021, 2024). La incidencia de problemas de salud mental diagnosticables es aproximadamente del 20%, y la mitad de todos los problemas de salud mental comienzan a los 14 años. Los problemas más comunes son la ansiedad, la depresión, los trastornos alimentarios, los trastornos adictivos, los intentos de suicidio y las autolesiones (Burstein et al., 2019; Twenge et al., 2018). Los estudios estiman que la mayoría de estos casos pasan desapercibidos y solo un tercio de estos jóvenes reciben el apoyo psicológico necesario (Deighton et al., 2019; Merikangas, 2018; Twenge, 2020). Como consecuencia de ello, es preciso recuperar el bienestar y cuidar la salud de la ciudadanía, fomentar sus fortalezas y apostar decididamente por el aprendizaje y desarrollo de prácticas saludables (Pérez- Escoda y López-Cassà, 2022).
En resumen, hay suficientes evidencias de que las crisis pueden afectar a la salud mental. Esto significa que muchos problemas mentales no son debidos a causas genéticas innatas, sino a la forma que tienen las personas de responder al entorno. Hay factores protectores que hay que potenciar y factores de riesgo que conviene evitar. Entre los factores protectores está la comunicación y las competencias emocionales. Teniendo presente que la educación es una forma de comunicación, se puede realizar una labor preventiva importante a través de la educación emocional.
Ante situaciones de crisis se requiere una intervención. El concepto intervención tiene distintas connotaciones que inciden en la pertinencia de usar el término en la relación con los sujetos y los procesos (Cifuentes, 2009). En su uso más común se define como la acción y efecto de interceder o mediar en una situación para promover un cambio. Generalmente se parte del supuesto que se interviene con un propósito de beneficio común (Ayala, 2009). Pero cualquier intervención no solo debe atender a la necesidad inmediata, sino que tiene que ir más allá de resolver el problema para establecer medidas preventivas eficaces (Bisquerra, 1998; 2009).
Existen dos modelos de intervención que conviene distinguir y aplicar. El modelo clínico y el modelo psicopedagógico o educativo (Bisquerra, 2006; González-Benito, 2018):
a) El modelo clínico, basado en la medicina, se caracteriza por los siguientes elementos: a) una persona siente una necesidad; b) por iniciativa propia acude a un especialista; c) se le hace un diagnóstico; d) se le propone una intervención (farmacológica, psicoterapéutica, quirúrgica); e) se hace un seguimiento sobre su evolución; f) llegado el momento oportuno se le da el alta médica. Este modelo es reactivo en cuanto reacciona a la situación creada por la crisis. Es individualizado en cuanto se trata a cada paciente por separado, como consecuencia es costoso en tiempo y dinero. Es asistencial en cuanto se trata de una asistencia médica.
b) Por otra parte, está el modelo psicopedagógico o educativo, que es proactivo en cuanto interviene antes de que surja el problema. Por lo tanto, es preventivo. Se aplica a la totalidad de la población. Es grupal en cuanto se interviene con grupos grandes de personas y por lo tanto es más económico. Se centra en el desarrollo de competencias para hacer frente a las crisis y retos que presenta la vida con mayores probabilidades de éxito. Se ha demostrado que este modelo es tan importante, necesario y eficiente como el modelo clínico (González-Benito, 2018; Velásquez-Saldarriaga et al., (2020). Sin embargo, seguimos anclados exclusivamente en el modelo clínico en temas de salud mental. En tiempos de la pandemia del covid-19 se ha priorizado un tipo de atención psicológica enfocada exclusivamente en el modelo clínico, que ha conllevado la movilización de los profesionales de la psicología para reclamar más plazas para atender a las crecientes demandas provocadas por dicha situación (Chacón-Fuertes et al., 2020). Prácticamente no se ha comentado la necesidad de un enfoque preventivo y de promoción de la salud mental a través de la educación.
Consideramos oportuno insistir en la necesidad social de una acción preventiva, proactiva y grupal, dirigida a la totalidad de la población, y no solamente a las personas que tienen trastornos emocionales, cuyo objetivo es el desarrollo de competencias emocionales (Chao, 2022; Medina-Gual, et al., 2021; Peraza de Aparicio, 2021; UNICEF, 2020). Con este tipo de intervención se pretender dotar a la persona de los recursos necesarios para afrontar las crisis con mayores probabilidades de éxito.
Este artículo pretende evidenciar la importancia y necesidad de desarrollar competencias emocionales en la población en general como requisito para poder afrontar las crisis con menor impacto en la salud mental y con mayores probabilidades de bienestar.
La influencia de la inteligencia emocional ha sido examinada en el área clínica, laboral y educativa. Según aportaciones de García Morales (2022), la inteligencia emocional es fundamental para múltiples ámbitos vitales y para la vida diaria en general, ya que influye directamente en la implicación emocional ante un trastorno, en la educación o en el trabajo. Las aplicaciones educativas de las emociones y de la inteligencia emocional pueden englobarse bajo el concepto de educación emocional, entendida como un proceso educativo que se propone el desarrollo de competencias emocionales, consideradas como competencias básicas necesarias para afrontar mejor los retos que se plantean en la vida (Bisquerra y Chao, 2021) y con la finalidad de aumentar el bienestar personal y social (Bisquerra, 2009; Bisquerra y Mateo, 2019).
La educación emocional representa un salto cualitativo en la formación humana. La ciudadanía del siglo XXI requiere nuevas herramientas para comprender la realidad, y construir sociedades más justas, equitativas, democráticas, sostenibles y resilientes. Cultivar la dimensión emocional significa empoderar a las personas para establecer relaciones humanas verdaderamente significativas con los demás, el entorno y la naturaleza. La educación emocional aporta un proceso de desarrollo personal y una actividad colectiva, es decir, de autodesarrollo y de construcción de la comunidad, donde la sensación de bienestar personal crece junto con el bienestar de las demás personas en un entorno común y compartido (Pérez-Escoda y López-Cassà, 2022). La educación emocional se fundamenta en investigaciones científicas como la inteligencia emocional, las inteligencias múltiples, la neurociencia, la psicología positiva, y la pedagogía humanista, entre otros (Bisquerra y Chao, 2021; Machado-Pérez, 2022).
La educación emocional es una forma de prevención primaria inespecífica y transferible que fomenta la salud y el bienestar y minimiza la vulnerabilidad de las personas. Por otra parte, se propone el desarrollo integral de la persona. Así pues, prevención y desarrollo son dos elementos clave de la educación emocional (Bisquerra y López-Cassà, 2020). Esta educación adopta un enfoque del ciclo vital (life span) en el sentido de que se aplica a la infancia, adolescencia y personas adultas a lo largo de toda la vida (Bisquerra, 2009; Bisquerra y Mateo, 2019; CASEL, 2024; Mahoney et al., 2020).
En los países de habla hispana se habla en general de educación emocional. Pero también se utilizan otras denominaciones como educación socioemocional, aprendizaje social y emocional, formación en inteligencia emocional, educación positiva, etc. En la terminología en inglés se está generalizando la expresión SEL (Social and Emotional Learning).
Múltiples investigaciones se han realizado para aportar evidencias de las relaciones entre la educación emocional (SEL, Social and Emotional Learning) y la salud mental. Abundantes estudios han analizado el papel de factores protectores de la salud mental, entre ellos la educación emocional (SEL) y las habilidades de resiliencia, principalmente en los adolescentes (Grazzani et al., 2022). La literatura sobre factores de riesgo y protección ha demostrado que la educación emocional influye en el bienestar y la salud mental desde la infancia hasta la vida adulta (Cahill y Dadvand, 2020; Cavioni et al., 2020; Cefai et al., 2018).
Los resultados indican que la educación emocional tiene efectos beneficiosos en la promoción de la salud mental (Farina et al., 2021; O'Connor et al., 2018; Wallender et al., 2020; West et al., 2020). En base a las evidencias se puede afirmar que las competencias emocionales son uno de los factores de protección y prevención sobre los cuales se puede intervenir de mayor importancia. Además, estudios longitudinales han señalado que los efectos persisten en el tiempo (Puertas-Molero et al., 2020; Taylor et al., 2002).
En síntesis, es importante que estas investigaciones y las políticas de actuación que contemplen la educación emocional se vayan gestando antes de que surjan las crisis, precisamente para evitar sus potenciales efectos nocivos. Las evidencias de que la educación emocional tiene efectos en la promoción de la salud mental es un argumento importante para impulsar proyectos encaminados a su puesta en práctica de forma eficiente.
En la actualidad, la educación emocional se ha convertido en uno de los grandes desafíos de la educación en el siglo XXI. A este respecto, en la agenda de los organismos internacionales encargados de la educación, la intención de incorporar la educación emocional es una realidad (Reynoso, 2023). El aprendizaje socioemocional es un elemento central para dar respuesta, en lo inmediato, a las problemáticas educativas y subjetivas provocadas por la pandemia (Abramowski y Sorondo, 2022). De manera que, estos aspectos influyen de manera importante en las políticas públicas y reformas curriculares.
En el informe “Replantear la educación” de la Unesco (2015) ya se ponía de manifiesto la necesidad de ir más allá del aprendizaje académico convencional, tomando la idea de integrar en la educación los cuatro pilares descritos en el informe Delors: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir juntos, en los que se sustenta una visión humanista de la educación (Unesco, 1996). Además, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con la aprobación en el año 2015 de la denominada Agenda 2030, ha ofrecido un gran impulso global al perseguir el logro de 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS), cuyo objetivo final es, explícitamente, el logro de un mundo mejor. Destacamos el tercero de dichos objetivos centrado en “Garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades”. Recordemos que la finalidad del desarrollo de competencias emocionales es el bienestar, referido a un concepto complejo y amplio que se construye a partir de condicionamientos ambientales y de una valoración personal de los mismos.
Por otro lado, la pandemia marca claramente un antes y un después en la educación. Los resultados del estudio de López-Cassà y Pérez-Escoda (2020) muestran que gran parte del profesorado reivindica la necesidad de introducir la educación emocional en todas las etapas educativas, considerándola una competencia más a desarrollar en el ámbito educativo. Este aspecto coincide con las recomendaciones de diferentes organismos internacionales, que señalan la necesidad de promover el bienestar emocional en la comunidad educativa y el desarrollo de la educación emocional (Save the Children, 2020; Unesco, 2020).
Distintas leyes españolas en materia de educación expresan como principal finalidad la educación integral. Eso es educar más allá de la dimensión cognitiva y, por lo tanto, tener en cuenta la dimensión emocional. En los últimos años hemos asistido a un proceso de importante transformación de los planes de estudio en el sistema educativo español. Desde la implantación de la Ley Orgánica de Educación 2/2006, de 3 de mayo (LOE, 2006), hasta la Ley orgánica para la mejora de la calidad educativa (LOMCE, 2013) la escolaridad obligatoria se ha orientado al desarrollo integral de la persona, basándose en el desarrollo de sus competencias. En el contexto actual, la Ley Orgánica de Modificación de la LOE (LOMLOE, 2020) contempla el desarrollo emocional como una responsabilidad de todos los niveles educativos. Es preciso que se lleve a cabo desde las primeras etapas de escolarización hasta la edad adulta y se extienda a la formación permanente durante toda la vida (Pérez-Escoda y Filella, 2019).
La dotación de habilidades emocionales se considera por la ONU (2020) como prácticas establecidas y con bases empíricas que aportan las herramientas, el conocimiento y las actitudes necesarias para que las personas puedan mantenerse sanas y con actitud positiva para lidiar con los desafíos de la vida. Esto se percibe como un cambio de paradigma en la educación. Este cambio se justifica en la evidencia científica acerca de la plausible capacidad de aprender, cambiar y mejorar de las personas, junto a la disposición de las condiciones para enfocarnos a la oportunidad de desarrollar un mundo mejor.
Así, el propósito de la educación debe ser el fomentar el crecimiento personal, orientándolo al bienestar, cuyo motor sea la educación emocional (Bisquerra y Mateo, 2019; Pérez-Escoda y López-Cassà, 2022). La educación, en respuesta a estas demandas, debe asumir su parte de responsabilidad propiciando dentro de su proyecto formativo, el valor añadido de la competencia emocional (Pérez-Escoda y López-Cassà, 2022) y el bienestar del alumnado (Losada Puente et al., 2022).
La educación emocional se convierte en un factor protector, que empodera y ofrece recursos para la resiliencia, la promoción de la salud mental y el bienestar. Por ende, la educación emocional requiere de profesionales que estén formados y preparados. Por lo cual, se necesita incluir las competencias emocionales en la formación inicial y en el desarrollo profesional del profesorado (Bisquerra y García-Navarro, 2018).
En definitiva, la educación emocional no es un lujo, es una necesidad y un reto para el futuro de la ciudadanía. Educar emocionalmente a la población es dotarlas de recursos para sortear las dificultades, flexibilizar rigideces y persistir en la consecución de sus metas.
La formación en competencias emocionales constituye un aspecto importante de la ciudadanía activa, efectiva y responsable, y tiene su aplicación en cualquier entorno profesional (Pérez-Escoda y Cabero, 2020). Numerosos estudios mencionan que estas competencias son predictoras del éxito académico y profesional (Dolev y Leshem, 2017; Rodríguez et al., 2021) y su desarrollo mediante programas de formación en los docentes repercute positivamente en la calidad educativa, en la satisfacción laboral y en la salud mental (Puertas et al., 2018; Rojas-Chacaltana et al., 2023; Tschannen y Carter, 2016).
La formación inicial y el desarrollo profesional del profesorado están indudablemente relacionados con sus formas de intervención en la práctica educativa cotidiana. El docente entonces ha de desarrollar, paralelamente a sus dominios académicos, competencias emocionales que le permitirán estar más consciente de su desenvolvimiento y repercusión profesional. Por lo que, la competencia emocional es aquella capacidad que permite a una persona interactuar con los demás y con uno mismo de forma positiva, incluyendo la satisfacción interna, la consecución del éxito personal y profesional y una adecuada adaptación al entorno (Hernández-Barraza, 2017).
Además, no hay que olvidar que el docente se encuentra altamente implicado a nivel emocional en su trabajo y, por lo general, sus exigencias y condiciones laborales suelen encontrarse en desequilibrio con los recursos que cuentan, además de otros factores. La cronificación de estos hechos puede impactar negativamente en su bienestar y propiciar el síndrome de burnout (Mérida-López y Extremera, 2017). Por ello, varios han sido los estudios que han explorado los beneficios de desarrollar las competencias emocionales en este colectivo, concluyendo que el profesorado con mayor capacidad de comprender y gestionar sus emociones es más capaz para afrontar los desafíos de la docencia (Fernández-Berrocal et al., 2022).
Estudios promovidos por organismos e instituciones internacionales, así como recomendaciones formuladas en el marco de la Unión Europea, han puesto el acento en las políticas orientadas a mejorar la competencia profesional del profesorado como un instrumento decisivo para la mejora de la calidad de los sistemas de educación y formación. Según la Unesco (2021), en el documento “Reimaginar juntos nuestros futuros: un nuevo contrato social para la educación”, se señala que la enseñanza debería seguir profesionalizándose como una labor colaborativa en la que se reconozca la función de los docentes de productores de conocimientos y figuras clave de la transformación educativa y social. Por otra parte, como señala el informe “Políticas docentes efectivas: Conclusiones del informe PISA” de la OCDE (2018), la calidad de un sistema educativo depende de la calidad de sus docentes. Según la OCDE estamos inmersos en una sociedad compleja y a su vez muy cambiante que exige una gran preparación en los docentes para afrontar el reto de la tarea de educar. Las nuevas generaciones requieren otro tipo de recursos para afrontar y adaptarse al rápido ritmo de los cambios. En este sentido, tenemos evidencias que los futuros docentes otorgan mucha más importancia en su formación en competencias personales y sociales que a las competencias instrumentales (Cejudo et al., 2015; Puiggali et al., 2023; Ruíz et al., 2017).
Es por ello que se aboga por integrar la formación y el desarrollo de las competencias emocionales en el currículum en todos los niveles, incluso el universitario (Mira-Agulló et al., 2017; Rodríguez et al., 2021). Como muestra de ello, universidades prestigiosas, en todo el mundo, va incluyendo en sus planes de estudio las competencias emocionales, como por ejemplo la Harvard Business School de la Universidad de Harvard, en EEUU, la University of South Australia y la Griffith University, en Queensland (Llorent et al., 2020). En España, por ejemplo, la Facultad de Educación de la Universidad de Cantabria es la única que ha incluido en su plan curricular el aprendizaje emocional como materia obligatoria de los futuros docentes (Rojas-Chacaltana et al., 2023). Recientemente, la Universidad de Zaragoza contempla las competencias emocionales como competencias transversales en todas las carreras universitarias (Universidad de Zaragoza, 2024).
Por tanto, urge la incorporación de las competencias emocionales en los planes de estudio en la formación inicial del profesorado y en la formación continua (Bisquerra y García-Navarro, 2018; Pérez-Escoda et al., 2019). Estas competencias tienen una múltiple función. Por una parte, son competencias necesarias para todo el profesorado para ejercer sus funciones docentes con calidad. Por otra parte, son necesarias para enseñarlas al (Llorent et al., 2020; Rodríguez et al., 2021; Rojas-Chacaltana et al., 2023).
La Unesco (2020) hace diversas recomendaciones para mejorar la formación del profesorado. En primer lugar, propone incluir las habilidades socioemocionales en los programas de formación docente tanto en la formación inicial como durante el desarrollo profesional (formación permanente). En segundo lugar, sostiene que es necesario garantizar que las direcciones de los centros educativos asignen tiempo a los docentes para su formación y les ofrezcan la oportunidad para adquirir estas competencias emocionales. En tercer lugar, defiende la necesidad de promover la comunicación y la creación de redes entre docentes para fomentar este tipo de aprendizajes, el apoyo mutuo y el bienestar.
En definitiva, la formación organizada y bien estructurada del profesorado repercute positivamente en múltiples ámbitos personales y profesionales (Cabello et al., 2010), principalmente en el alumnado. Los docentes deben asumir que son modelos de comportamiento, y como tales, juegan un papel fundamental en la educación de las competencias emocionales del alumnado (Cejudo et al., 2015).
Una forma de llevar a cabo la educación emocional en los centros educativos es mediante la implementación de programas. Entendemos un programa como la planificación y ejecución de un conjunto de acciones orientadas a lograr unos objetivos para satisfacer unas necesidades y enriquecer, desarrollar o potenciar determinadas competencias (Bisquerra et al., 2015).
Existen numerosas experiencias de implementación de programas de educación emocional con resultados relevantes para la mejora de la calidad educativa y el desarrollo humano (Durlak et al., 2011; Keefer et al., 2018; Wang et al., 2019). El hecho de que existan evidencias de los efectos positivos de la educación emocional no significa que cualquier intervención educativa resulte eficaz, ya que requiere el cumplimiento de una serie de requisitos organizacionales y pedagógicos (CASEL, 2020; Jones y Bouffard, 2012). Entre ellos está el enfoque secuencial, es decir, debe estar presente a lo largo de varios cursos académicos, si es posible en todos. Otro aspecto importante es que se oriente a la transversalidad, con la implicación de todo el profesorado en todas las materias académicas. Las competencias emocionales se deben integrar de forma coherente en las actitudes y comportamientos habituales, tanto por parte del alumnado, profesorado y familias (Bisquerra y Chao, 2021). El objetivo es el desarrollo de competencias emocionales, definidas como el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarios para tomar conciencia, comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales (Bisquerra y Pérez-Escoda, 2007).
Es necesario sustentar la aplicación de la educación emocional en un marco teórico sólido y en las investigaciones científicas. Esto requiere explicitar los objetivos del programa y darlos a conocer a las personas implicadas; la coordinación de la comunidad educativa (familias, profesores, alumnado y otros profesionales vinculados con el centro), construyendo, si es posible, una comunidad de aprendizaje; el apoyo de la comunidad educativa (dirección, claustro, familias y profesionales de administración y servicios), empezando por la dirección del centro; el uso de metodologías de aprendizaje activas, variadas y participativas para el desarrollo de competencias emocionales: role-playing, videos, relajación, mindfulness, visualizaciones, aprendizaje cooperativo, etc.; garantizar una programación coordinada, integrada y unificada con el resto de actividades educativas; la intervención educativa en situaciones y contextos diversos (patio, familia, calle, sociedad) para ofrecer diversidad de oportunidades para la práctica de las competencias emocionales, así como su transferencia en diferentes contextos y situaciones de la vida cotidiana; la información y formación del personal docente, orientadores y familias mediante planes de formación y asesoramiento; la evaluación del programa, antes, durante y después de su aplicación; aplicar instrumentos válidos y fiables para evaluar los efectos del programa de educación emocional (Bisquerra y Chao, 2021; Bisquerra et al., 2015; CASEL 2020).
La práctica que presentamos a continuación se basa en el modelo de competencias emocionales descrito por Bisquerra y Pérez-Escoda (2007), que incluye la toma de conciencia de las propias emociones y de las emociones de los demás (empatía); la regulación emocional; la autonomía emocional (autoconocimiento, autoaceptación, autoestima, autoconfianza, automotivación, etc.); las competencias sociales (respeto, gestión de conflictos, asertividad, etc.); y las competencias de vida para el bienestar (optimismo, fluir, actitud positiva, etc.). Todo esto incluye la tolerancia a la frustración, control de la impulsividad, resiliencia, etc. Dicho de otra forma, se pretende desarrollar competencias que contribuyan a identificar, interpretar y expresar adecuadamente las emociones (conciencia emocional y regulación emocional); reconocer y aceptar las emociones sin emitir juicios de valor (conciencia emocional); adquirir estrategias de regulación emocional para mantener la calma (regulación emocional) en situaciones críticas; construir una red social positiva y de apoyo mediante el empleo de la comunicación asertiva, la resolución de conflictos y la cooperación (autonomía y competencia social); fomentar positivamente el bienestar emocional propio y de los demás (autonomía emocional y competencias para la vida y el bienestar).
El primer paso para identificar las emociones es desarrollar la alfabetización emocional a fin de poner nombre a las emociones que uno siente. El vocabulario emocional ayuda a describir las emociones y comprender mejor lo que le pasa a uno mismo y a los demás. Puede consultarse el interesante trabajo desarrollado por Ros-Morente et al. (2023) sobre el uso del vocabulario en distintas edades.
El punto de partida es ayudar a vincular los sentimientos con las sensaciones corporales: opresión en la garganta cuando se siente miedo; un nudo en el estómago cuando se está nervioso; aceleración de la frecuencia cardíaca cuando se está enfadado, etc. A medida que la persona empieza a identificar las emociones se da cuenta de que a veces siente más de una emoción a la vez (ambivalencia emocional): “Me siento orgullo de mis progresos, pero tengo miedo que las cosas no me salgan bien”. Hay que identificar el grado de intensidad de las diferentes emociones y cómo éstas cambian con el tiempo, si no se hace nada para regularlas.
Para desarrollar la capacidad de interpretar las emociones, es necesario conocer la causa subyacente de los sentimientos (causa) y cómo las emociones guían las propias conductas (consecuencias). Esto ayuda a comprender por qué se albergan esos sentimientos y las circunstancias que los suscitan, lo cual requiere comprender de qué forma las emociones pueden ser de utilidad. Por ejemplo, la ira puede ayudar a hacer frente a los problemas.
Algunos interrogantes que pueden ayudar a trabajar este aspecto:
- ¿Qué te pasó? ¿Cómo te hizo sentir?
- ¿Qué información te aporta este sentimiento?
- ¿Por qué estás acogiendo este sentimiento en este momento?
Es conveniente tomar consciencia de las emociones que se experimentan y ponerlas en valor para luego abordar la conducta apropiada. Ignorar o reprimir los sentimientos no hace que desaparezcan, ni evita que se despierten posteriormente de forma inesperada. Expresar las emociones adecuadamente, significa encontrar el equilibrio adecuado entre el procesamiento interno (reconocer, poner nombre a los sentimientos e interpretarlos adecuadamente) y la expresión externa (cuánto, dónde y con quién la compartimos).
Para ello se proponen actividades, tales como:

Las personas pueden sentir la necesidad de evitar aquellas emociones intensas que más incomodan: el miedo, la ira y la vergüenza. No hay nada malo en sentir estas emociones; los sentimientos no son buenos ni malos, únicamente trasmiten información y son parte de nuestra esencia humana. Numerosas investigaciones han señalado que ignorar o reprimir las emociones negativas puede aumentar el malestar psicológico (Gross, 2015; Pascual y Conejero, 2019; Piqueras et al., 2009). La supresión emocional disminuye las conductas emocionales negativas, pero también puede tener consecuencias adversas, como reducción del sueño, mala alimentación, estrés, enfermedades, problemas de salud mental, etc. (Gross, 2015; López-Pérez et al., 2017)
Es importante reconocer las experiencias de las personas para que éstas puedan sintonizar con sus emociones. Conviene evitar frases y pensamientos como “no debes sentirte así”, “no debo sentirme así”, “no es para tanto”, “anímate y deja de estar triste”. Esto no ayuda al desarrollo emocional y a mejorar la capacidad de gestionar las emociones. Es mejor expresar: “Entiendo que te sientas frustrado por esta situación. Es normal y comprensible sentirse así”. Esto es empatizar y legitimar las emociones.
Parece fácil aceptar las emociones, pero en la práctica surgen dificultades por diferentes razones. La sociedad tiene un estilo de comunicación represivo y no somos conscientes de ello. Nos cuesta validar las emociones, por falta de empatía; también hay la tendencia de querer ayudar a sentirse mejor, sin aceptar el malestar como un proceso inherente. Es conveniente no confundir lo que se siente con lo que se hace (conductas); validar la emoción no significa estar de acuerdo con la conducta que se muestra.
Para su aplicación práctica se sugiere realizar actividades que fomenten:

Resulta difícil mantener la calma en momentos de crisis ya que se activan de inmediato los mecanismos del estrés como respuesta del organismo ante situaciones de amenaza. Es entonces cuando la persona comienza a tener síntomas como palpitaciones, sudoración, irritabilidad y ansiedad. Calmar las emociones quiere decir templarlas y serenarse, mitigar la tensión y el dolor emocional o consolarlo. Si se mantiene la calma, se piensa de forma lógica en los problemas y se busca información objetiva, además de recuperar el control de la situación. Pero algunas veces nos dejamos llevar por la impulsividad (Pascual y Conejero, 2019).
La regulación emocional puede entenderse como un conjunto de procesos conscientes o inconscientes que permiten modular la intensidad y duración de las emociones tanto positivas como negativas y sus respuestas conductuales, experienciales o fisiológicas (Bisquerra y Mateo, 2019), jugando un rol fundamental en el funcionamiento psicológico y en la salud mental de las personas (Del Valle et al., 2019). Es una de las competencias emocionales más importantes. La regulación es un equilibrio entre la represión y el descontrol. Se puede distinguir entre regulación emocional intrínseca (de las propias emociones) y la extrínseca (de las emociones de las demás personas) (Bisquerra y Mateo, 2019). Se definen las estrategias de regulación como un conjunto de acciones que se realizan para lograr un objetivo en común, en este caso mantener la calma.
Merece la pena citar el trabajo de Pascual et al. (2016) que presenta las estrategias de regulación emocional positivas y negativas en general. Dentro de estos estudios se ha demostrado científicamente que la práctica del mindfulness de forma regular reduce el estrés, mejora el bienestar emocional, estimula la creatividad y la atención, los estados de calma, el optimismo y las emociones positivas (López-González et al., 2016). Asimismo, es importante subrayar los beneficios que tiene en la salud física y mental (emocional) la realización de ejercicios de relajación y respiración consciente (Baena-Extremera y Ruíz- Moreno, 2015), la actividad física (caminar, bailar, bicicleta, etc.), practicar algún deporte, especialmente si se hace en el exterior (Ballester-Martínez et al., 2022).
La práctica de la gratitud ayuda a mejorar el bienestar, promueve cambios a nivel cerebral, genera actitudes positivas y un mayor bienestar personal y social, entre otros beneficios (Fox et al., 2015; Tala, 2019).
La técnica de la visualización consiste en imaginar una cosa agradable o que nos produzca un buen recuerdo. Las escenas deben relacionarse con emociones positivas como la alegría, la felicidad, paz, descanso, seguridad, serenidad, etc. Es una habilidad psicofísica que integra la voluntad y la imaginación (López-González, 2007) y tienen efectos positivos en el bienestar.
Algunas actividades que pueden practicarse para ayudar a mantener la calma pueden ser las siguientes:

La clave está en introducir estas herramientas cuando la persona se encuentre en un estado de calma y sosiego, de modo que asocien estas prácticas con una experiencia positiva. Una vez la persona se haya familiarizado con estos ejercicios está en mejores condiciones para afrontar situaciones críticas y emociones intensas, para tranquilizarse y serenarse.
A la capacidad que tienen las personas y los grupos de recuperarse y salir reforzados ante una situación de crisis se le denomina resiliencia (Rascón, 2017). Todas las personas experimentan en algún momento de la vida momentos complejos, adversidades, que afectan a las emociones. El desarrollo de la resiliencia es el resultado de la interacción de factores personales y ambientales (Cyrulnik, 2001). En estas situaciones es fundamental contar con redes de apoyo, personales o institucionales, que ofrezcan acompañamiento, afecto, aceptación, empatía y recursos de ayuda necesarios para sobreponerse a las situaciones adversas. Somos seres sociales y necesitamos del apoyo emocional de las personas que nos rodean para sobrevivir y gozar de satisfacción vital.
El apoyo social se define como el conjunto de interacciones y conductas que demuestran el interés y la ayuda que se dan entre las personas (González-Quiñones y Restrepo-Chavarriaga, 2010). Las redes de apoyo social hacen referencia a las instancias que moderan esas conductas de apoyo. Pueden ser: informales (familia y amistades) y formales (organizaciones, centros de salud, etc.) (Roldán-Ramírez et al., 2023). Formamos parte de una sociedad en la que las personas se preocupan por los demás y ofrecen ayudas necesarias. La falta de apoyo o su deficiencia pueden provocar consecuencias en la salud y el bienestar de las personas (Aranda y Pando, 2013).
El apoyo social proporciona al individuo un sentido de estabilidad, predictibilidad y control que lo hace sentirse mejor y a percibir de manera más positiva su ambiente. A su vez, esos sentimientos pueden motivarlo a cuidar de sí mismo, a interactuar de manera más positiva con las otras personas y a utilizar más recursos personales y sociales para afrontar el estrés. La combinación de estos factores tendrá efectos positivos en el bienestar emocional y en la salud (Barra, 2004; Roldán-Ramírez et al., 2023).
Cultivar emociones positivas puede favorecer el crecimiento y florecimiento de las personas, grupos y comunidades. La transformación de la comunidad se hace posible gracias a que la emoción positiva de cada persona puede resonar a través de otros, creando cadenas de eventos mutuamente reforzantes (Fredrickson, 2003; Vecina, 2006). Teniendo en cuenta que en todo ello se incluye la asertividad como competencia social que implica la expresión de los propios derechos, opiniones y sentimientos, sin negar los derechos, opiniones y sentimientos de los demás.
Se trata, pues, de crear estructuras colaborativas que unan las personas hacia la consecución de objetivos comunes. Eso hace que se disipen las hostilidades, el miedo, la frustración, etc.
Las experiencias particulares aportan beneficios al grupo. Por ejemplo, compartir la opinión de forma asertiva, solucionar los conflictos en grupo, recibir el apoyo de los demás.
Uno de los elementos más importantes para hacer frente a la adversidad es el uso de las emociones positivas y de la risa (Bonanno, 1997; Rascón, 2017). Las diversas investigaciones realizadas en este ámbito han demostrado que las emociones positivas, así como un entorno social adecuado, el apoyo y el contacto continuado con personas que sean importantes para la persona, pueden ayudar a reducir los niveles de angustia tras situaciones adversas (Bonanno, 2004; Rascón, 2017). Asimismo, mantener una actitud positiva influye en el rendimiento cognitivo, estimula la resolución creativa de problemas y la toma de decisiones oportunas (Pérez-Escoda y López-Cassà, 2022; Seligman, 2018).
En cuanto a su aplicación práctica se recomienda realizar actividades que promuevan:

Este tipo de prácticas dan la oportunidad de que las personas compartan, se conozcan y aprendan más sobre las identidades personales y sociales. Además, se forjan vínculos más sólidos entre los individuos.
El bienestar es un concepto complejo y amplio que se construye a partir de condicionamientos ambientales y de una valoración personal a los mismos. De hecho, algunos autores afirman que no hay un único bienestar, sino diversas formas de entenderlo. Bisquerra (2013) propone y analiza cinco tipos de bienestar: físico (relacionado con la salud), material (desarrollo económico y tecnológico), social (relaciones interpersonales y comunitarias), emocional (experiencia personal o subjetiva) y profesional (relacionado con la satisfacción en el trabajo). En este sentido, conviene cuidar cada uno de estos tipos de bienestar, ya que cada uno contribuye al bienestar general.
Desde la psicología positiva se enfatiza la necesidad de que las personas se involucren de forma activa y constante en un conjunto de elementos que contribuyen al bienestar (Seligman, 2011, 2018). Cada vez hay más evidencias de que para alcanzar el bienestar, se requieren unas actitudes y unas competencias, que por naturaleza muchas veces no se poseen y que, por tanto, es preciso aprender y desarrollar. Seligman (2011) presentó el modelo PERMA, por sus siglas en inglés, que plantea cinco componentes del bienestar: 1) Emociones positivas (Positive emotions); 2) Compromiso (Engagement); 3) Relaciones positivas (Relationships); 4) Sentido (Meaning); y 5) Logros (Accomplishments).
La experimentación de emociones positivas es clave para el bienestar. Seligman propone cultivar el optimismo, mantener el foco en los aspectos positivos para desarrollar la esperanza y buscar el lado bueno de las cosas. De la misma manera que destaca como fundamental aprender a disfrutar y a valorar las tareas y acontecimientos cotidianos como fuente de satisfacción. Comprometerse con alguna actividad, afición o proyecto por el que uno cree que vale la pena luchar, permite poner en juego las propias fortalezas, despejarse y renovar la propia energía y motivación. Algunas veces el compromiso nos vincula tanto que perdemos la noción del espacio y del tiempo, y entramos en un estado de activación mental a la que Csikszentmihalyi (2010) denominó Fluir (Flow) o experiencia óptima. El compromiso llevado al estado de flujo pone en juego tres aspectos: la destreza, la concentración y la perseverancia.
Es importante mantener relaciones sociales saludables, estrechas y genuinas en las que encontrar cooperación, acompañamiento, sentimiento de pertenencia, amor, respeto, etc.
Disponer de un sentido o propósito vital es otro elemento de satisfacción. Se trata de buscar un significado a la propia existencia, que actuará como aliciente que motiva y da valor a largo plazo a nuestra vida. Cuando alguien se pregunta por el sentido vital y lo encuentra, todo esfuerzo cobra sentido. Viktor Frankl, en su libro El hombre en busca del sentido destaca la capacidad de las personas para superar las dificultades más terribles y recuperar la esperanza por medio de la elección libre de su propio camino o propósito.
Los logros también son importantes en la vida. Necesitamos establecer metas realistas que una vez alcanzadas permitan experimentar éxito y competencia. Conseguir objetivos fortalece la motivación intrínseca, permite avanzar en el crecimiento personal y desarrollar la propia autonomía para seguir poniendo nuevos retos a los que dedicar esfuerzo y dedicación.
También es importante comprender el valor de las personas. Las personas que de verdad se valoran a sí mismas, valoran a las demás y son conscientes de que el medio en el que viven tiene que ser preservado para las generaciones futuras. Por lo que es necesario desarrollar la empatía, la búsqueda de puntos en común, la compasión y la tolerancia (Hué, 2007).
Algunas actividades que pueden promover estos aspectos pueden ser:

Cada persona puede contribuir al bienestar personal y social, pero adicionalmente, las organizaciones y gobiernos deben crear las condiciones idóneas para que este aprendizaje sea posible (Pérez-Escoda y López-Cassà, 2022).
Como consecuencia de la revisión bibliográfica y los análisis realizados, se presentan las siguientes conclusiones. En primer lugar, podemos afirmar que vivimos en crisis permanentes que afectan a la salud mental y que requieren implicaciones educativas que nos obligan a pensar y actuar. En segundo lugar, se destaca la importancia y necesidad de desarrollar competencias emocionales en la población en general como requisito para poder afrontar las crisis con menor impacto en la salud mental y con mayores probabilidades de bienestar. En tercer lugar, la educación emocional es un factor clave para fortalecer las competencias emocionales y prevenir o minimizar problemas de salud mental. En cuarto lugar, la educación emocional es un reto esencial para el bienestar de la ciudadanía. En quinto lugar, educar emocionalmente a la población es dotarla de recursos para sortear las dificultades, flexibilizar rigideces y persistir en la consecución de sus metas. En sexto lugar, conviene impulsar proyectos y prácticas eficientes que desarrollen las competencias emocionales en la comunidad educativa y en la formación de los futuros profesionales de la educación.
En suma, es importante implantar estrategias y políticas de actuación antes de que surjan las crisis. La educación emocional se revela como una propuesta eficiente para contribuir a la transformación del escenario actual, favorecer la búsqueda del bienestar personal y social y preparar a las nuevas generaciones para afrontar los desafíos tanto presentes como futuros con mayores probabilidades de éxito.
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