Secciones
Referencias
Resumen
Servicios
Descargas
HTML
ePub
PDF
Buscar
Fuente


Culturas evaluativas. Impactos y dilemas del Programa de Incentivos a Docentes-Investigadores en Argentina (1993-2018)
Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad - CTS, vol. 15, núm. 45, pp. 265-269, 2020
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Reseñas


. 2019. Fernanda Beigel y Fabiana Bekerman. 316pp.

Como lo sugiere su título, Culturas evaluativas. Impactos y dilemas del Programa de Incentivos a Docentes-Investigadores en Argentina (1993-2018) es un sustancial aporte para comprender los pliegues no siempre visibles de los procesos de evaluación académica en la Argentina. Se trata de un trabajo extenso, que reúne una multiplicidad de colaboraciones muy bien articuladas entre sí, lo que siempre resulta un logro cuando se trata de compilaciones. Los trabajos que integran el libro, coordinados por Fernanda Beigel y Fabiana Bekerman, parten de un diagnóstico común que tiene que ver con el recorrido de investigación previo que han realizado muchos de los investigadores y que señala la particularidad del proceso dual de evaluación académica que se ha ido desarrollando en Argentina.

A diferencia de otros casos regionales, los autores sostienen que en este país se producen dos modelos de evaluación diferentes, construidos en base a criterios diversos, que conviven y en cierta medida compiten entre sí.

El primero de ellos, centrado en el supuesto de que se dirige a investigadores de tiempo completo, se estructura en torno a los mecanismos que ha ido proponiendo y consolidando el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Basados cada vez más en la medición de la productividad académica a partir de las publicaciones en revistas internacionales indexadas en las bases 266 mainstream, esta evaluación toma como referencia central la categorización de las revistas en las que publican los investigadores, subordinando otras variables a ese criterio. De este modo, las referencias a la calidad o la originalidad de los trabajos quedan en cierta medida delegadas en los sistemas de evaluación de esas revistas, entronizando el supuesto de que publicar en ellas es garantía de ambas. También caen fuera de esa consideración las publicaciones de libros o capítulos de libros como el aquí reseñado, sin reparos respecto a su calidad.

Más allá de los cuestionamientos que ha tenido esta modalidad en buena parte del mundo, donde los ejemplos sobre “errores” en las evaluaciones de revistas muy reconocidas son abundantes, el texto señala que ese es el modelo que se ha ido instalando a nivel global, y que el CONICET ha tomado como propio: categorizar las revistas a partir de una cada vez más sofisticada bibliometría, que incluye la construcción de indicadores de impacto y rankings de revistas y hacer de la publicación en ellas la base de su sistema de reconocimiento para ingresantes y pedidos de promoción en la carrera de investigador.

Frente a ese modelo y como un polo diferencial, se presenta el del Programa de Incentivos a Docentes Investigadores (PROINCE), que pretendería ser una alternativa de evaluación más adecuada a las condiciones de la investigación universitaria en Argentina, y que por ello toma a los indicadores de productividad a partir de la publicación en revistas internacionales indexadas sólo como una dimensión más, no determinante, de la evaluación de los docentes investigadores. En esta segunda forma de evaluación, parecen jugar un papel más relevante cuestiones como el prestigio docente, los concursos docentes y la integración de instancias de evaluación e incluso de gestión universitaria.

El libro se centra en el estudio de este segundo modelo, tal vez porque el primero resulta menos original en relación con lo que sucede en otros países, pero también porque lo que se está proponiendo es un análisis basado en un trabajo de campo de corte etnográfico realizado en la última categorización del PROINCE entre 2016 y 2018. A pesar de ello, la comparación sobrevuela buena parte de los capítulos al presentar dos culturas evaluativas que dan como resultado sistemas de incentivos que definen carreras académicas de modos diversos.

Los investigadores del CONICET se orientarían por un patrón “internacionalizado” de lo que significa ser investigador, y por ello tienden a privilegiar la canalización de sus producciones en las revistas internacionales más reconocidas de sus campos. Esto implica publicar predominantemente en inglés y poco en revistas argentinas, aunque sí hay un “latinoamericanismo” particularmente en las ciencias sociales y humanas que conduce a revistas regionales. Frente a ello los investigadores universitarios tendrían un sesgo más “localista o nacionalizante”. De este modo se plantea una dicotomía que se sintetiza del siguiente modo: “En un córner el academicismo universalista del CONICET y en el otro, el corporativismo nacionalista de las universidades nacionales” (p.25).

Pero no hay que perder de vista que son dos tipos ideales, y que por ello hay una enorme zona de grises, donde encontramos desde las formas críticas e incluso resistentes a las prácticas de evaluación mainstream que existen también en el CONICET, hasta los cruces, donde investigadores de ese organismo también se categorizan en el PROINCE, lo que es esperable, dado que un número mayoritario de ellos tiene cargos en las universidades y entonces juegan con esas dos lógicas evaluativas de modos alternativos. ¿La idea de elite bifronte está ahí? Este es un dato relevante que también se ve en el caso de los llamados “doble agentes”: los investigadores del CONICET que participan en las comisiones evaluadoras del PROINCE y que, en términos generales, no tienen grandes problemas en “cambiar de switch” y tomar los nuevos patrones de esta segunda forma sin muchos conflictos. Es cierto que la inversa es menos frecuente, pero la explicación no es sólo meritocrática.

El libro entonces se despliega en dos partes. La primera sigue con una reconstrucción de los orígenes del programa de incentivos en los años 90, destacando los modos en que iniciativas similares se van dando en varios países de la región. Se trata de un análisis histórico-estructural del programa que se va abordando a lo largo de los primeros cuatro capítulos del libro.

En el primer capítulo, Fabio Erreguerena analiza el rol de los rectores en el proceso de gestación del programa, marcando las primeras desconfianzas generadas por las iniciativas del gobierno en las autónomas universidades nacionales, lo que llevó a que se abra todo un espacio de negociación donde interactuó una compleja trama de intereses políticos, partidarios, corporativos, económicos, profesionales, académicos y disciplinares que tuvieron relativo éxito en resignificar la propuesta inicial de la SPU. A fin de cuentas, se iba a categorizar a los docentes de las universidades y estas tenían mucho interés en participar en la definición de los criterios a ser usados. Como resultado, el PROINCE terminó siendo abrazado por buena parte de la comunidad universitaria de docentes investigadores como un medio para incrementar los bajos niveles salariales existentes. Esto lleva al autor a preguntarse si este programa resultó un traje a medida de las universidades, aunque no parecía ser la intención inicial, sino el resultado de la compleja negociación que permitió su consolidación.

En el segundo capítulo, Bekerman hace un análisis de los modos en que el PROINCE ha ido evolucionando con el tiempo, en base al estudio de las normas y de los manuales de procedimientos que se fueron sucediendo a medida que el programa pasaba diversas etapas. A una fase inicial de implementación le siguen una de estandarización, una de flexibilización y luego las de jerarquización, consolidación y universalización. En el primer pasaje se dieron modificaciones sustanciales: el cambio de las cuatro categorías iniciales a las cinco actuales y el abandono de la categorización automática para los investigadores e investigadoras del CONICET, que en base a una tabla asignaba una categoría. Luego, ya en la etapa de flexibilización, se modificaron la composición de la Comisión Nacional de Categorización y las Comisiones Regionales de Categorización, y en la etapa final, desde 2014 hasta la consolidación, se agregaron más proyectos (los PDTS) y luego se avanzó en la categorización de todos los docentes universitarios, incluidos los de universidades privadas. El análisis de todos estos cambios es un buen elemento para comprender las tendencias expresadas en estas últimas dos décadas y media. El capítulo también aporta datos sobre la distribución de los categorizados por región, por universidad y por disciplina.

En el tercer capítulo, al desarrollar la tesis ya referida de una “guerra fría” entre los modelos propuestos por el PROINCE y el CONICET, Beigel plantea que se trata de dos “contrincantes ideológicos” que se habrían ido distanciando. El capítulo trabaja particularmente con el universo de docentes investigadores de las categorías I y II que no son del CONICET. Resalta, para ejemplificar esta tensión, que “un profesor o profesora titular de una universidad nacional, con antecedentes de transferencia y de docencia podría perder un concurso para ingresar al CONICET, mientras que un investigador/a del CONICET con muchas publicaciones internacionales, pero sin antecedentes docentes, probablemente no tendría ninguna chance en un concurso en una universidad pública” (p. 102). Sin dudas la afirmación es provocativa y dice muchas cosas. Por un lado, hay profesores titulares de universidades nacionales que son investigadores del CONICET y ganan concursos, pero el ejercicio propuesto es bueno y estimulante para pensar que hay diversos perfiles de docencia universitaria, que sólo los docentes con orientación a la investigación pueden parecerse a los investigadores de ese organismo, y que, además, allí también hay investigadores con orientación a la docencia, algo que se va profundizando en momentos como el actual, cuando, luego de varios años de pérdida de poder adquisitivo de los salarios de los investigadores, el ingreso salarial complementario del cargo docente (sea en grado o posgrado) se vuelve cada vez más deseable y hace que sean muy pocos los investigadores “puros”. Esto no deja de reconocer la total relevancia e interés de la pregunta por las “tasas de conversión” de esos capitales, que conduce a analizar las relaciones entre los principios de legitimación de ambas culturas evaluativas.

El capítulo final de esta primera parte, a cargo de Maximiliano Salatino, se centra en el análisis de las revistas científicas argentinas, notando su adscripción mayoritaria a las universidades nacionales e incluso señalando la importancia que sigue teniendo el elevado número de las revistas sin indexación. También se hace la sugerente pregunta por el número elevado de revistas de baja circulación que se editan.

La segunda parte del libro, centrada en el trabajo de campo con observación participante, es singularmente original, dado que, aunque hay múltiples investigaciones que han abordado desde distintas perspectivas el PROINCE (la mayoría de ellas referidas en el texto), es poco lo que se ha trabajado sobre esta dimensión, que bucea en los modos de funcionamiento de las comisiones evaluadoras. Se trata de develar, como el propio texto sostiene, “la cocina de la evaluación”. Esta parte comienza con el capítulo de Víctor Algañaraz, que propone avanzar en el estudio de las prácticas concretas de la evaluación, partiendo de que los sujetos no son meros receptores de medidas diseñadas desde arriba, sino partícipes activos del proceso de institucionalización de la política, ya sea mediante estrategias de adaptación o resistencia. Resulta muy interesante ver que la participación de investigadores del CONICET en las evaluaciones del PROINCE no fueron vistas como decisivas ni como disonantes con los criterios predominantes.

En el sexto capítulo, Osvaldo Gallardo analiza el problema de los criterios disciplinares y señala como una novedad la inclusión de extradisciplinarios en las comisiones del programa, pero también muestra que los comités de pares no están formados por expertos en las temáticas evaluadas, sino por miembros de las áreas (no de las disciplinas). Es interesante el hallazgo de la valoración de las autonomías disciplinares, amparadas en las facultades, que parece sostener el PROINCE, que resignifica parte de lo ya presentado al establecer una proximidad entre el modo CONICET y las ciencias exactas y el modo universidades y las ciencias sociales y humanidades (p. 201).

En el séptimo capítulo, Roberto Salim y Paola Bayle analizan la comisión regional de categorización centro-oeste para exponer la relevancia de las universidades que quedan comprendidas en cada regional y señalar también el rol de las mujeres.

El libro se cierra con un nuevo capítulo de Bekerman, que realiza una serie de preguntas de gran relevancia sobre esta forma de evaluación para concluir que el éxito del programa se explica por la demanda de los profesores universitarios de reconocimiento por parte de la comunidad científica-académica.

Culturas evaluativas. Impactos y dilemas del Programa de Incentivos a Docentes- Investigadores en Argentina (1993-2018) nos propone un completo análisis de una de las problemáticas centrales para el sistema científico universitario argentino — la cuestión de la evaluación de sus actores— y aporta numerosas herramientas no sólo para mejorar el diagnóstico de lo que sucede con el programa de incentivos, sino también para discutir las ventajas y las limitaciones de esa dualidad descripta. Este diagnóstico permite pensar qué es lo propio de la investigación universitaria y al mismo tiempo debatir cómo se deben diseñar los esquemas de evaluación, que, sin dudas, como demuestra el libro, son eficientes en la orientación del trabajo de las comunidades académicas.



Buscar:
Ir a la Página
IR
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R por