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Una agenda reflexiva desde la historia y la ciencia social
Noemí M. Girbal-Blacha *
Noemí M. Girbal-Blacha *
Una agenda reflexiva desde la historia y la ciencia social
Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad - CTS, vol. 16, núm. 48, pp. 275-279, 2021
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
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Una agenda reflexiva desde la historia y la ciencia social

Noemí M. Girbal-Blacha *
CONICET, Argentina
Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad - CTS, vol. 16, núm. 48, pp. 275-279, 2021
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Del individuo al actor social, de la sociedad a las redes sociales, de lo macro a lo micro, de las mentalidades a las representaciones. En las últimas dos décadas las ciencias sociales se han renovado y mutado sus objetos y formas de análisis, en un contexto multidisciplinar y de cambios en la escala de observación. La desaparición de los grandes paradigmas modifica la concepción misma de la ciencia, diría Jacques Le Goff (2000-2001).

Del conjunto de las humanidades, la historia pone el acento en los estudios de casos con el propósito de ajustarse al juego de escalas entre lo macro y lo microhistórico propuesto por la intelectualidad italiana (Levi, 2019). Individuos, biografías, acontecimientos, rupturas, espacios socialmente construidos son algunos asuntos que ocupan su centro de interés cuando pretende desestimar la “historia global”, la interpretación única y la verdad absoluta. La propuesta no es nueva, aunque se plantean renovadas formas de escribir la historia adscriptas a “los nuevos métodos de la investigación”, como lo enunciara Bernard Lepetit (1995). La historia cultural y social se apoya en las representaciones, la linguistic turn americana produce una fuerte renovación en los interrogantes epistemológicos de la disciplina, la historia económica pone el acento en los estudios regionales y de sectores productivos, mientras la historia política reinstala en sus estudios el acontecimiento y la noción de ruptura.

La pregunta de los años 90 acerca de si la historia es ciencia o relato ha perdido fuerza, porque, más allá de cómo se escribe, la historia (Paul Veyne, 1971) es un saber verificable.1 Los cambios se vinculan a una nueva concepción del espacio — construido socialmente— cuando pone su interés en las regiones, los territorios y las dinámicas locales, reforzando sus nexos con las representaciones, los estudios de caso, las continuidades y los cambios en el proceso histórico. Son los “órdenes locales” los que terminan por imponerse, más allá de la globalización. Un juego de actores y de lazos sociales invisibles integran hoy los objetos de estudio de las humanidades y las ciencias sociales (Rofman, 1981; Boisier, 1992; Leyva, 1993; Eckert, 1996).

Una agenda reflexiva desde la historia y las ciencias sociales Noemí M. Girbal-Blacha * * CONICET y Centro de Estudios de la Argentina Rural, Universidad Nacional de Quilmes (CEAR-UNQ), Argentina. ORCID: 0000-0003-4193-075X. Correo electrónico: noemigirbal@gmail.com. 1. Entrevista a Roger Chartier (Sudosky, 1997).

Cuando en el último decenio del siglo XX el cerebro aparece como un ordenador y el pensamiento como un programa informático (Jean-François Dortier), lo cognitivo ocupa el centro de los debates y el mundo de las representaciones encuentra su lugar en las humanidades. Para François Dosse se produce una convergencia de diversas corrientes del pensamiento destinada a construir un nuevo paradigma basado en las teorías de la acción y el análisis de los sentidos. Se hace presente y se ponen en cuestión los modos de acceso al mundo humano, cuando se admite la subjetividad del actor y recobra cuerpo el relato. Se genera una “humanización de las ciencias humanas” y así, por ejemplo, la historia social y económica no permanece indiferente a esa mutación.2

La denominada nueva sociología representada por Anthony Giddens, Pierre Bourdieu y Luc Boltanski, entre otros, se aproxima al constructivismo para intentar resolver la oposición clásica entre individuo y sociedad. Se aspira a una concepción del mundo social donde los actores (individuales y colectivos) son creadores de las realidades sociales exteriorizadas como parte de un sistema de contratos, mientras se las interioriza como parte de representaciones y socializaciones, que admite la declinación de las instituciones. Las interacciones sociales y las representaciones conforman esas explicaciones.

Las ciencias se hacen eco de “la metamorfosis del poder”,3 de las políticas públicas, cuando se estudia la acción del Estado y la evolución política. La mutación de la sociedad y la movilización colectiva en el marco de una profunda conflictividad son parte de esa interpretación. La construcción de identidades (comunitarias, grupales, nacionales) convoca a historiadores, sociólogos, antropólogos, economistas y politólogos por igual, para tratar de definir las realidades interculturales, así como la vinculación entre la integración nacional y las autonomías regionales (Bourdieu, 2001). La vertiente institucional de la historia económica refleja finalmente estas concepciones.

El pluralismo se hace más profundo, en estrecha relación con la resistencia a ligar la investigación científica a un modelo de referencia único. Las nuevas generaciones científicas son prudentes, escépticas, y reniegan asociar sus estudios a grandes teorías, como ocurriera en otros tiempos (funcionalismo, estructuralismo, marxismo). Prima la diversidad de enfoques y hay resistencia a integrar modelos y teorías en un molde único. Los proyectos de investigación multidisciplinarios —sin perder la esencia disciplinar— son los que abren renovados horizontes. Las ciencias sociales y las humanidades son dinámicas. Se apuesta a la transgresión disciplinaria como una oportunidad interesante (Fox Kéller, 2000, pp. 11-19). Sin grandes paradigmas, los nombres magistrales de relevo para esta gran área del conocimiento están ausentes; cuando se vive en una sociedad dominada por la lógica de la información, de la interacción, aunque inmersa en un ámbito de exclusión, de marginalidad, y fracturada.4

En un ambiente en el cual parece primar la cuantificación, si se admite que la economía es —en tanto ciencia social— una decisión política y que el hombre es el sujeto de historia; por ejemplo, resulta indudable que la historia social y la historia económica se presentan como campos complementarios, que deben llevar adelante un preciso diagnóstico de la inequidad y las crisis, para contribuir al debate pluralista e interdisciplinario. Pueden plantear soluciones capaces de contrarrestar los efectos más nefastos de la difícil situación nacional e internacional influida por la pandemia del Covid-19, que ofrece no solo flancos económicos, sino sociales, institucionales, culturales y políticos, inestables. La participación de estas áreas de la ciencia es irrenunciable, en tanto son campos capaces de dar respuestas a los problemas de la sociedad, porque su responsabilidad es intransferible.

Los aportes más recientes de la historia económica y de la economía, por ejemplo, estudian los cambios y las continuidades de los instrumentos financieros con influencia social (Gerchunoff, Rocchi y Rossi, 2008); reconociendo que aun el deterioro del equilibrio ecológico regional forma parte de una aproximación a los problemas fundamentales de la sociedad y sus normas de funcionamiento. Estos aspectos están en el centro de la discusión académica, como parte de renovadas interpretaciones sobre viejos y nuevos problemas del pasado que se proyectan en el presente.

Los estudios realizados en los últimos tiempos ponderan las diferencias interregionales de la nación, en tanto expresan los cambios de intereses y metodológicos en las ciencias sociales. Se alejan de los enfoques descriptivos, tradicionales, que suelen integrar las obras generales de historia económica y social. También se apartan de aquellos que se atienen preferentemente a las explicaciones sociales propias de los estudios de la década de 1960 —cuando la economía regional suele analizarse para ejemplificar conceptos teóricos más que para explicar la realidad histórica— o bien de las que apuestan al perfil político económico —en algunos casos comprometidos con teorías globales— de los años 70 y los de rasgos socioeconómicos de los 80. A partir del decenio de 1990 se ofrecen abordajes más eclécticos, más precisos en algunas propuestas teóricas y con mayor disposición para asociar la información cuantitativa y cualitativa. Desde entonces los estudios de casos ocupan el centro del escenario de las investigaciones en ciencias sociales (Girbal-Blacha y Moreyra, 2011).

Aunque el avance ha sido explícito desde entonces, aún quedan vacíos por cubrir, más allá de los progresos en la visión federalista del pasado y el presente de la Argentina. Estudios acerca de la diversificación del riesgo empresario, la circulación de capitales y su drenaje regional vinculado con el varias veces denunciado subequipamiento tecnológico en las agroindustrias tradicionales, la distribución del crédito y sus diversas formas de inversión y reinversión a nivel regional y por rubros; la relación unidad productiva, tipos de explotación y experimentación agrícola, el nivel de vida, el desempleo por zonas y actividades, las nuevas formas de pobreza y de consumo, entre otros, son temas que todavía presentan carencias de abordaje y que necesitan ser impulsados.

Respecto de los estudios sobre la intervención del Estado en la economía (más allá de su política monetaria y fiscal), también puede advertirse un área de vacancia, esencialmente cuando las leyes las fija el mercado. Desde hace más de una década, “la economía del conocimiento” vista como una “reinvención del capitalismo” es parte de la agenda académica y también la trasciende. La idea no es nueva. Se reconoce que el conocimiento es el motor de la economía, como parte de la sociedad posindustrial. El conocimiento mismo es visto como una mercancía. Para Gascón Muro (2008, p. 7), “la economía del conocimiento abre un dilema entre dos objetivos incompatibles: garantizar el uso social del conocimiento, que es fuente de riqueza y desarrollo individual y social, o incentivar y proteger a los productores privados del conocimiento”.

La llamada “sociedad de la información” —término atribuido a Fritz Machlup— supone también un funcionamiento del mercado de la información. Información y conocimiento son factores estratégicos, generadores de riqueza, y es por esta razón que se habla de una economía del conocimiento. El rumbo que siga el accionar estatal marcará la suerte de las sociedades. Es el Banco Mundial el que, apenas iniciado el siglo actual, se refiere al conocimiento como factor preponderante del desarrollo económico en un mundo globalizado Gascón Muro (2008, pp. 7-30), cuando nos recuerda que las tecnologías de información y comunicación (TIC) permiten la acumulación del saber y se convierten en insumos para la innovación, ya sea al servicio de la sociedad o al servicio de la desigualdad social si no se garantiza su uso social (Girbal-Blacha, 2011, pp. 195-210).

En síntesis, la ciencia no puede hacerse en la actualidad desde un solo ángulo de observación, sea económico, social, político, institucional o cultural. Su estudio debe, necesariamente, compendiar todos esos aspectos, poniendo el acento en el análisis de casos particulares, que den sentido a los análisis micro para explicar los procesos macro del heterogéneo territorio argentino. En los inicios de este siglo XXI se está “repensando la región y sus actores”, expresa Alejandro Rofman (1981), como parte de otro paradigma. Control, regulación sobre las decisiones sociopolíticas, nivel de incertidumbre en el accionar de los sujetos sociales y los agentes económicos indican que se “abre un debate teórico”, diverso, amplio y multidisciplinar, como parte de un escenario globalizado, dominado por poderosos sectores económico-financieros, en un contexto de endeudamiento externo y el accionar de un Estado que parece ajeno a la necesaria reconversión de la realidad argentina.

La ciencia en general y las sociales en particular deben responder a estos desafíos, proponiendo áreas prioritarias para su desarrollo y también un gerenciamiento y consejería tecnológicos que las incluya, enunciados como parte de las políticas científicas nacionales que deben manifestarse en un cambio cultural en la sociedad y darle a conocer de manera concreta y efectiva que es ella la destinataria de esta transferencia. Las ciencias sociales y las humanidades requieren recursos para su desarrollo, pero esencialmente decisión para que sus resultados se conviertan en insumos destinados a nutrir las políticas públicas, que deben atender a la redistribución y a superar las desigualdades sociales, regionales, económicas y culturales. Esas son las responsabilidades específicas y el compromiso de esta gran área de la ciencia cuando trabaja para generar un conocimiento que atienda la imprescindible equidad social, con el propósito de revertir la reflexión del humorista Quino, cuando ya hace más de un decenio afirmaba que “los problemas que hoy nos agobian vienen repitiéndose gracias al talento que posee la sociedad en reciclar sus errores”

Material suplementario
Bibliografía
Boisier, S. (1992). El difícil arte de hacer región: las regiones como actores territoriales del nuevo orden internacional. Cusco: CBC.
Bourdieu, P. (2001). Countre-feux 2. Pour un mouvement social européen. París: Raisons D’Agir Editions.
Eckert, D. (1996). Evaluation et prospective des territoires. París: Reclus.
Fox Kéller, E. (2000). Lenguaje y vida. Metáforas de la biología en el siglo XX (11-19). Buenos Aires: Manantial.
Gascón Muro, P. (2008). La economía del conocimiento o la reinvención del capitalismo. Veredas. Revista del pensamiento sociológico, 9(17). México: Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco.
Gerchunoff, P., Rocchi, F. y Rossi, G. (2008). Desorden y progreso. Las crisis económicas argentinas. Buenos Aires: Edhasa.
Girbal-Blacha, N. (2011). Organización y gobernanza de la ciencia y tecnología. En M. Albornoz y J. A. López Cerezo (Eds.), Ciencia, tecnología y universidad en Iberoamérica (195-210). Buenos Aires: OEI-EUDEBA.
Girbal-Blacha, N. y Moreyra, B. (2011). Producción de conocimiento y transferencia en las Ciencias Sociales. Buenos Aires: Imago Mundi.
Le Goff, J. (2000-2001). Histoire et philosophie des sciences. Sciences Humaines, 31.
Lepetit, B. (1995). Les formes de l’expérience. Une autre histoire sociale. París: Albin Michel.
Levi, G. (2019). Microhistorias. Bogotá: Universidad de los Andes.
Leyva, X. (1993). Poder y desarrollo regional. México: Colegio de Michoacán.
Rofman, A. B. (1981). La política económica y el desarrollo regional. Bogotá: Universidad Simón Bolívar.
Subosky, C. (1997). Entrevista a Roger Chartier. Clarín, 3 de agosto, 20-21.
Veyne, P. (1971). Comment on écrit l’histoire. París: Seuil.
Notas
Notas
1. Entrevista a Roger Chartier (Sudosky, 1997).
2. Véase: “Le renouveau des sciences humaines” (Sciences Humaines, 100, 1999). 3. Véase: “Les métamorphoses du pouvoir” (Sciences Humaines, 11, 1995-1996).
4. Véase: “Le renouveau des sciences humaines” (Sciences Humaines, 100, 1999, pp. 58-60).
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