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Sobre la psicología 1956-1967
Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad - CTS, vol. 16, núm. 48, pp. 283-287, 2021
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Reseñas


Tula Molina Fernando. Sobre la psicología: 1956-1967. 2018. Buenos Aires. Cactus. 479pp.

En el presente volumen los editores de Cactus agrupan tres textos de Simondon en torno a la psicología, dos de ellos inéditos. El primero, “Fundamentos de Psicología Contemporánea” data de 1956, época en que Simondon enseñaba en la Universidad de Poitiers. Su objetivo consiste en introducir la discusión sobre la convergencia posible entre cibernética y psicología. Tal convergencia supone que, en su última fase, la psicología se abre a los resultados obtenidos luego de las guerras mundiales: la automatización de los sistemas complejos y la posibilidad de transmitir información. Sobre tales resultados se erigirá “una tecnología de causalidad recurrente, altamente matematizada, con la noción fundamental de entropía negativa (cibernética)” (27).

Bajo este esquema, Simondon caracterizará el despliegue transductivo de la psicología en tres fases, según sea su concepción sobre la explicación y la causalidad: el dualismo causal basado en una causa eficiente, el monismo sistemático –basado en la comunidad de acción– y el pluralismo genético, propio de la concepción de la causalidad basada en la retroalimentación. Así, la primera fase abarcará las investigaciones previas a 1918. Hasta allí la causalidad mental había sido definida de modo pasivo a partir de la asociación y la creatividad propias de la síntesis psíquica. El fisiólogo y filósofo Wilhelm M. Wundt (1832-1920) llamará a esta síntesis “apercepción”. También la psicología del acto –del filósofo y psicólogo alemán Franz Brentano (1839- 1917)– seguirá esta línea: “los actos solo tienen sentido por referencia a un objeto que le da su significación” (33).

Ahora bien, la corriente fenomenológica adoptará un giro naturalista a partir de los umbrales de irritabilidad estudiados por el filósofo y psicólogo británico –discípulo de Brentano– James Ward (1843-1925). Aquí Simondon encuentra un punto de partida: concebir la vida mental “de modo análogo al de la irritabilidad en fisiología” (36). ¿Qué consecuencias tiene este abordaje? Simondon muestra cómo esta tendencia lleva al psicólogo y pedagogo francés Alfred Binet (1857-1911) a postular –como también hará más adelante Gilles Deleuze– un pensamiento sin imágenes: “La inteligencia debe entenderse como un todo bajo la forma de tendencias y esquemas de orientación” (40). Dado que las reacciones que desencadenan los estímulos provenientes del medio, incluso las más débiles, se llevan a cabo con las propias reservas energéticas del individuo, no puede decirse que las imágenes representen algo. Las significaciones no surgen a partir de las imágenes sino, por el contrario, a partir de “la comunidad de modalidades de reacción” (43). Por otra parte, Simondon destaca cómo en Binet se prefiguran nociones propias de la teoría de la información como “receptor perfecto” y “ruido de fondo”.

En Alemania la perspectiva naturalista se instaurará con el manifiesto conductista redactado en 1899 por los fisiólogos Theodor Beer, Albrecht Bethe y Jacob von Uexküll. Se propone allí desplazar los estudios sobre la conciencia hacia los comportamientos. Este movimiento supone un recambio terminológico: “sensación” por “recepción”, “movimiento” por “reflejo”, “memoria” por “resonancia” (47). A su vez, en Rusia, Iván Pavlov (1849-1936) había mostrado que se pueden crear reflejos artificiales. Esta línea será continuada por el psicólogo estadounidense John B. Watson (1878- 1958), quien hizo de la noción de “reflejo condicionado” la clave de comprensión de los comportamientos adquiridos. En Francia, el neurólogo Pierre Janet (1859-1947) abordará el psiquismo como constituido por capas geológicas, las cuales se deben atravesar para encontrar sus pliegues internos. Simondon rescata la relevancia de este abordaje para la concepción cibernética, dado que las tendencias existen como “potenciales intermediarios entre la actualidad y la virtualidad” (63). Si bien Janet ya había mostrado que ciertos síntomas histéricos dependen de ideas fijas inconscientes, será Sigmund Freud (1856-1939) quien organice la teoría con sus tres capas de profundidad. Al final de este primer recorrido, Simondon hace incidir la filosofía de Henri Bergson (1859-1941), particularmente por considerar la vida como un impulso que “supera y anticipa” cualquier función adaptativa.

Luego de 1918, comienza una segunda fase donde se abandona la indagación de las causas para estudiar los comportamientos en sí mismos. Como observa Bernard Balan desde el prefacio, Simondon otorga gran importancia a la evolución de la versión inicial estática de la teoría de la forma –defendida por el psicólogo checo Max Wertheimer (1880-1943)– a la concepción dinámica y hodológica propuesta por el psicólogo alemán Kurt Lewin (1890-1947). Esta evolución involucra dos principios: “el del “campo homogéneo” con equilibrio estable y el del “campo heterogéneo de potenciales” (92). El abordaje dinámico de Lewin le permitirá a Simondon especular sobre el modelo del oscilador, es decir, el que postula que la energía se recibe con mayor fuerza si el objeto en cuestión puede oscilar en la misma frecuencia que el emisor. De este modo, se introducirá la resonancia como principio explicativo.

¿Qué es una “buena forma” psicológica? Simondon observará que son aquellas que introducen una heterogeneidad, una oposición o una diferencia cualitativa entre dos o más dominios del campo perceptivo. La buena forma, en este sentido, ya no será la más simple sino la más significativa. Desde este abordaje, el descubrimiento (insight) será entendido como “una reestructuración del conjunto de las regiones del espacio y de las fuerzas relacionadas con él” (102). Un discípulo de Wertheimer, W. Köhler –junto a la psicóloga alemana Hedwig von Restoff– propusieron considerar las “huellas de la memoria” como un tipo de sedimentación cronológicamente depositada en la corteza cerebral. A partir de esta hipótesis, continúa Simondon, puede entenderse que es bajo la influencia de vectores provenientes del problema que se opera “la segregación de la figura y el fondo, la articulación del campo, el equilibrio figural, en función de los marcos, los ejes, el centro y los contornos que aparecen en el campo” (108).

Ahora bien, ¿qué es lo que debemos analizar? ¿Y cómo? Fundamentalmente a partir de Martin Heidegger (1889-1976) se plantea que de nada sirven los métodos de las ciencias físicas, dado que el existente que debemos analizar somos nosotros mismos. A diferencia de la intelección clásica, para alcanzar la comprensión debemos “reaprender la intención total, la fórmula de un único comportamiento, de una única manera de existir, una génesis del sentido” (130). En este proceso, para lograr actualizar y realizar nuestro ser, debemos enfrentar las perturbaciones que resultan del conflicto con el entorno. Esta actitud, orientada hacia lo posible, está para Simondon dirigida a un modo de ser espiritual. Por ello mismo, el devenir no será más que la “vibración de lo uno en sí mismo” y la multiplicidad no más que el “pliegue del ser sobre sí mismo” (120).

En contrapunto con la psicología fenomenológica, la psicología social sí aceptará métodos científicos. Así, antes de 1919, el psicólogo británico –y opositor al conductismo– William Mc Dougall (1871-1938) incorporó el instinto gregario utilizando esquemas biológicos. Del mismo modo lo hizo la psicopatología de Alfred Adler (1870- 1937) en sus estudios sobre la agresividad. Simondon también menciona cómo el psiquiatra y psicólogo suizo Carl G. Jung (1875-1961) –con la intención de terciar entre Adler y Freud– consideró que la causa de la neurosis reside en la negativa del Yo –impermeabilidad– a los mensajes del inconsciente. Mientras Jung tipificaba los arquetipos inconscientes –que contienen tales mensajes– el filósofo y psicólogo checo Emil Utitz (1883-1956) fundaba la caracterología en términos biológicos.

En cuanto a las relaciones interindividuales, Simondon apunta hacia la sociología relacional del economista alemán Leopold M. von Wise (1876-1969) y a la comunicación de las conciencias, postulada por la sociología fenomenológica de Max Scheler (1873- 1928). En definitiva, lo que busca es caracterizar la segunda fase de la evolución de la psicología como un pensamiento no causal, el cual contrasta con el modo de explicación dominante hasta 1918. Efectivamente, como resultado de esta segunda fase, tanto las ciencias como la psicología llegan al punto de enfocarse en los efectos de los comportamientos, entendidos estos en un sentido físico. Simondon señala aquí la coincidencia con la Cibernética, interesada fundamentalmente por el arte de pilotaje y del gobierno, y aspira a que la psicología pueda concebirse como parte de la “ingeniería humana” orientada al mejor acoplamiento entre hombre y máquina. Ahora bien, para garantizar la integridad del conjunto, será imprescindible una reorientación axiológica “más allá de los valores mercantilistas” (204). Habrá que decir, entonces, que el objeto del psicoanálisis no es en realidad el inconsciente, sino “la personalidad total en sus relaciones con el mundo y consigo misma” (212).

A partir de esta conclusión para Simondon cobra centralidad la pedagogía. En particular, destaca el proyecto pedagógico y psicosocial de las “nuevas clases” delineado por Jean Bayet en 1945. En esta línea, avizora la posibilidad de un nuevo plan pedagógico centrado no ya en las categorías profesionales, sino en las esencias técnicas propiamente dichas. Tal sería el plan general de teoría general de las operaciones o “allagmática”. Ahora bien, cuando Simondon habla de operaciones, se refiere a procesos con una doble raíz, biológica y estética: la intuición estética, no solo existe junto al conocimiento científico, sino que subsiste por debajo.

Surge entonces la pregunta sobre cómo investigar los a priori estéticos. Al respecto, Simondon apunta hacia las investigaciones de Mikel Dufrenne (1910-1995) sobre los a priori no lógicos del conocimiento. Por otra parte, y al igual que Deleuze, rescata la importancia del “ritmo” como elemento central que vincula las artes de la duración con las del espacio, según señalara el príncipe rumano Matilda Ghyka (1881-1965). Más allá de tales referencias, en definitiva, Simondon apuesta a encontrar la unidad teórica de tales a priori a través de la “convergencia entre la Teoría de la Forma y la fenomenología” (231). En cualquier caso, la conclusión de todo este estudio –como observa el editor– es casi nula, aunque prefiguran la tesis a defender en la segunda parte de El Modo de Existencia de los Objetos Técnicos: “El hombre se encuentra con el objeto que ha fabricado, no como herramienta u objeto de consumo, sino como un ser cuya actividad es paralela a la del hombre” (235).

Hay que decir que esta conclusión puede extenderse a los otros dos textos incluidos en este volumen. El primero consiste en el curso “Iniciación a la Psicología Moderna” publicado por partes en el Boletín de Psicología entre 1966 y 1967. Simondon volverá aquí a considerar el campo psíquico como un campo urbanizable de acuerdo a buenas formas que conducen a configuraciones estables, es decir, resistentes a la deformación. A partir de aquí, desarrollará la idea de la percepción como “segregación” (280). Con ello busca destacar que tal estabilidad es el resultado de “una red de fuerzas antes que un sistema en equilibrio” (310). En este sentido, y al igual que hará Deleuze, entenderá que tanto la toma de conciencia, como la conducta voluntaria, son fenómenos desbordantes.

El último texto, previamente inédito, recupera el curso sobre “La sensibilidad” dictado en La Sorbona para la misma época. Simondon argumenta allí sobre la posibilidad de asociar todas las formas de sensibilidad a partir de “una evolución diferenciadora a partir de una irritabilidad primitiva” (349). Su interés reside en abordar la relación entre el “mensaje nervioso” y el “estímulo” que lo desencadena de modo análogo al de un relé, es decir tomando en cuenta una fuente de alimentación de energía potencial. Esto supone reconocer el carácter determinante –irreversible– del sistema sináptico que se instala entre la estimulación y la respuesta, como un registro de datos a la espera de ser utilizados. Será el estado particular del organismo –necesidades y motivaciones– el que module y polarice los estímulos recibidos.

Para concluir, habría que señalar el carácter artificial, aunque necesario, de la distinción hecha por los editores entre los textos Sobre la Filosofía y los incluidos aquí. Se trata del mismo proyecto, el de la cibernética que postula la entropía negativa, a partir del esquema del modulador y la causalidad recurrente. Su dominio será el de los sistemas hólicos y su función rectora será una función de totalidad; es decir, aquella que determina las condiciones de metaestabilidad que permite la oposición entre las series convergentes y divergentes. Tal proyecto, ideal permanente en Simondon, es el del enciclopedismo que aspira a una teoría de los seres organizados a la vez científica, filosófica y técnica.



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