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El espíritu de quienes creamos "CTS": de lo imitativo a lo reflexivo
Mario Albornoz
Mario Albornoz
El espíritu de quienes creamos "CTS": de lo imitativo a lo reflexivo
Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad - CTS, vol. 17, núm. 50, pp. 87-91, 2022
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
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Dossier-Presentación

El espíritu de quienes creamos "CTS": de lo imitativo a lo reflexivo

Mario Albornoz
Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad de la Organización de Estados Iberoamericanos, Argentina
Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad - CTS, vol. 17, núm. 50, pp. 87-91, 2022
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

“He ampliado ligeramente ciertas partes de este documento desde que lo leí. Por lo tanto, probablemente ha perdido cualquier unidad que alguna vez pudo haber poseído. Será criticado por su énfasis indebido y desagradable en ciertos temas, pero esto es necesario si se quiere inducir a las personas a pensar en ellas, y es asunto de un profesor universitario inducir a la gente a pensar.”

J. B. S. Haldane

La ciencia ejerce una atracción poderosa sobre el imaginario de la mayoría de las personas. No faltan apologistas que enfatizan los beneficios del desarrollo científico y, por ende, del tecnológico, sin ahorrar el uso del término “revolución”. Steve Shapin (2000) aludía a que “los historiadores anunciaron la existencia real de un acontecimiento coherente, turbulento y culminante que cambió lo que se sabía del mundo natural y la manera en que se conseguía el conocimiento correcto de este mundo: la revolución científica”.

Otros autores, en cambio, han advertido sobre el poder destructivo de la ciencia, en algún caso, como John Bernal (1964), para reclamar un control social democrático sobre el rumbo del progreso científico, o en otros casos, como lo hacía Freud en El malestar en la cultura, para expresar cierto pesimismo sobre la condición humana. A su modo, lo mismo hacía el ilustre genetista escocés J. B. S. Haldane (1923), quien

encabezaba su texto Dédalo o la Ciencia y el Futuro con dos recuerdos tremendos de su participación en la Primera Guerra Mundial. En el primero describía la nube de gas que aniquilaba soldados como muñecos. En el segundo transmitía el terror de quienes huían desesperados de las grandes moles de hierro que despedían fuego. Los tecnólogos de las máquinas de matar habían inventado los tanques de guerra. El propósito que movía a Haldane a relatar aquellas imágenes grabadas en sus recuerdos era, en sus palabras, “inducir a la gente a pensar”.

Conocer y pensar

Inducir a pensar puede parecer una trivialidad, pero es una tarea tan difícil como necesaria. ¿Cuánto debemos saber para poder accionar? Me resulta útil para reflexionar sobre ello tener presente a Hannah Arendt (2002), quien distinguía entre conocer y pensar. El conocimiento pertenece al ámbito de la ciencia, afirmaba. El pensar tiene que ver con la verdad. El conocimiento genera información. El pensamiento, en cambio, conduce a la responsabilidad personal. El conocimiento es, con toda seguridad, necesario y de allí la importancia de la educación, ya que en el proceso educativo se adquiere una formación básica en ciencias y además se aprende a pensar. La base educativa de una sociedad es la base de su cultura científica y ciudadana.

Hoy es una idea frecuente que el conocimiento se construye a partir de problemas en cuya elaboración participan diversos actores. Pero en el límite, lo que conduce a la conciencia ciudadana es la capacidad de pensar y no tanto el conocimiento de las explicaciones científicas. El pensamiento es condición básica de la ciudadanía. Señala Arendt que está vinculado con la verdad y, en este sentido, el pensamiento conduce a enfrentar los riesgos porque el propio pensamiento es riesgoso. El pensamiento es de naturaleza moral y conduce necesariamente a confrontar con el mal. A esto se refería Haldane con sus recuerdos.

Inducir a pensar, usando la expresión de Haldane, implica en sí mismo una construcción social. La generación de pensamiento es una acción colectiva: pensar juntos. Ello requiere, necesariamente, que seamos capaces de comunicarnos. Tal fue el propósito que nos impulsó hace veinte años a crear esta revista a la que denominamos CTS y le agregamos la condición de “iberoamericana”, por cuanto su ámbito de reflexión es, precisamente, la relación de la ciencia y la tecnología con la sociedad, en un sentido amplio y a la vez concreto. Al referirme a un sentido amplio, quiero decir que, tanto entonces como ahora, aspiramos a pensar la ciencia desde la sociedad y no a la inversa. Por lo tanto, no solamente debía ser de interés para nuestra revista la información y la mirada propia de las ciencias sociales, para lo que existían ya muchas revistas disponibles, sino el pensamiento crítico que remitiera a valores, a la revisión de creencias arraigadas y a la toma de conciencia acerca de las fronteras, las influencias recíprocas entre la ciencia y la sociedad. Al referirme a un sentido concreto, quiero decir que nuestro propósito era (y todavía lo es) invitar a pensar en la sociedad, no en términos abstractos, sino enfocados sobre la historia, la cultura, la política, la economía y la sociedad de este conjunto de países a los que llamamos Iberoamérica.

Pensar desde la sociedad

Desde el campo de los estudios CTS se produce con cierta frecuencia la paradoja de que hay quienes critican los enfoques academicistas y escolásticos, a los que se califica como “cientificismo”, pero al mismo tiempo constituyen un campo cerrado al que solo acceden unos pocos. Aspiran a pensar en la ciencia y en la sociedad, pero no pocas veces solo hablan entre sí y hasta crean un léxico para iniciados. Nuestra mirada desde el principio trató de ser abierta y no tener ni una agenda predeterminada ni una delimitación disciplinaria. Los temas y los problemas debían ser planteados desde la sociedad.

¿Qué significa “desde la sociedad”? Simplemente, que la agenda se construye a partir de temas sociales desde y para las sociedades iberoamericanas: temas como la preservación del medioambiente, el desarrollo productivo, la equidad, la diversidad, las políticas de ciencia, tecnología e innovación, la salud y la educación, entre otros, determinan puntos axiales en los que la ciencia, la tecnología y la sociedad intersectan con las características y las prioridades propias de esta parte del mundo.

La aplicación de la ciencia y la tecnología en beneficio del desarrollo sostenible y la calidad de vida de la población implica un desafío para el pensamiento. Muchos latinoamericanos ilustres como Jorge Sabato, Amílcar Herrera o Francisco Sagasti han pensado sobre los problemas del desarrollo, la pobreza, la industrialización, la salud y la alimentación basados en los recursos con los que cuentan los países latinoamericanos. Fueron capaces, además, de traducir en acciones sus ideas, que estaban cargadas de valores relativos a la equidad, los derechos, el amor a la tierra, entre otros. Sin embargo, las políticas de ciencia y tecnología que formularon los gobiernos latinoamericanos no siempre estuvieron inspiradas en aquellas ideas movilizadoras. Por el contrario, el desarrollo de los sistemas institucionales de ciencia y tecnología estuvo guiado en gran medida por un sentido imitativo.

Lo imitativo

Lo imitativo va más allá de la homogeneidad de los diseños políticos y organizacionales promovidos por algunos foros internacionales. Francisco Suárez (1973), un recordado sociólogo argentino, definía coloquialmente lo imitativo diciendo que en un país desarrollado “en un tiempo 1 aparece un problema y en un tiempo 2 la solución, en tanto que en países como los de América Latina es frecuente que en un tiempo 1 se imite la solución y en un tiempo 2 se invente el problema”. Más allá de la ironía, lo que Suárez señalaba era que las políticas de ciencia y tecnología por estas tierras no estaban orientadas por una lectura de los problemas locales, sino por una repetición mimética de soluciones a problemas ajenos. Lo primero hubiera requerido reflexión, es decir, pensamiento.

Al imaginar nuestra CTS, aspirábamos a una ciencia iberoamericana de calidad, insertada en el mundo, pero capaz de dar respuesta a los problemas latinoamericanos. Insertarse en escenarios globales sin perder de vista los rasgos identitarios no es imitativo. Lo imitativo, por ejemplo, fue el diseño de políticas centradas en torno a“consejos de ciencia y tecnología” creados siguiendo una preceptiva uniforme; fueron también imitativas las orientaciones de la investigación académica. Las incipientes comunidades científicas en muchos de los países de América Latina optaron por la investigación básica y adoptaron agendas propias de los países avanzados, lo que llevó a algunos analistas a caracterizar tales orientaciones como “ciencia periférica”. Una excepción sería el caso argentino, que, en su época dorada, logró obtener varios premios Nobel, aunque no pudo sostener estos logros a largo plazo, del mismo modo que el país no pudo mantener su posición en el mundo. A propósito, quienes impulsamos la creación de CTS no compartimos la idea de una “periferia”, porque creemos en un mundo multicéntrico en el que las distintas sociedades puedan construir sus propias agendas. Hay, sin embargo, una tendencia internacional que favorece el pensar imitativamente, a imagen y semejanza de lo que ocurre en ciertos países líderes. Los ránquines de universidades o de aptitudes innovadoras, entre otros, son un ejemplo de ello.

Imitar, sin embargo, no es una práctica que se limite a replicar lo que otros han hecho, en otras latitudes y otros contextos. Es también imitativo creer que el pasado se repite y que viejas recetas pueden ser aplicadas en el presente, sin tomar en cuenta los cambios producidos a lo largo de los años. Un experto en desarrollo tecnológico afirmó una vez que los latinoamericanos tendemos a enfrentar los desafíos del presente con ideas propias de los años 60 o 70. Se trata de una tendencia a replicar políticas y conductas de década anteriores, lo que es hoy un fenómeno visible y cuya naturaleza es también imitativa, a la par que está enraizada en visiones románticas: el pasado glorioso, la soberanía amenazada. Pensar conlleva la necesidad de una revisión crítica de las creencias que orientan nuestras decisiones.

Un diálogo abierto

Si el tiempo es una medida del éxito de una propuesta, estar cerca de cumplir 20 años y haber editado 50 números de la revista da ciertos indicios de haber acertado en el diagnóstico. Es también un éxito, quizás más importante, haber podido convocar a muchos amigos y amigas dispuestos a enfrentar el desafío de pensar la relación entre la ciencia, la tecnología y la sociedad desde Iberoamérica y para Iberoamérica. A lo largo de estos años muchos han compartido nuestra propuesta de pensar como tarea común, reconociendo que pensar es esencialmente un diálogo con otros. Por eso, de lo que podemos sentirnos satisfechos es de que se haya creado un colectivo dispuesto a compartir ideas, exponerlas, discutirlas y pensar juntos despojados del lastre de lo imitativo, ejerciendo en cambio un pensamiento creativo, abierto al mundo, pero afirmado en nuestra identidad plural.

Material suplementario
Bibliografía
Arendt, H. (2002). La vida del Espíritu. Buenos Aires: Paidós.
Bernal, J. D. (1964). Historia Social de la Ciencia. La Ciencia en la Historia. Barcelona: Ediciones Península.
Haldane, J. B. S. (1923). Daedalus or Science and the Future. A paper read to the Heretics. Nueva York: Cambridge University.
Shapin, S. (2000). La Revolución Científica. Una interpretación alternativa. Barcelona: Paidós.
Suárez, F. (1973). Los economistas argentinos: El proceso de institucionalización de nuevas profesiones. Buenos Aires: EUDEBA.
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