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Retos del pensamiento racional
Desafios do pensamento racional
Challenges of Rational Thinking
Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad - CTS, vol. 17, núm. 50, pp. 201-208, 2022
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Dossier-La mirada iberoamericana



Introducción

El pensamiento racional constituye el eje en torno al cual gira la filosofía, en el sentido de buscar las bases que fundamentan nuestras creencias. Este deseo es anterior a la reflexión filosófica y está anclada en la evolución y supervivencia de nuestra especie. La inteligencia es un fenómeno natural que permite a los sistemas que la tienen aprovechar la información que poseen sobre el medio, incrementarla, en definitiva, aprender. En este proceso continuo de inquisición llegamos, con el paso del tiempo, a formas de conocimiento y de producción cultural como la mitología, la ciencia y la filosofía” (Estany, 2001a, pp. 17-18).

Los humanos deseamos explicaciones de lo que ocurre y la historia nos enseña que preferimos una mala explicación a no tener ninguna. Solo así se comprende que las grandes religiones hayan proporcionado a sus acólitos una explicación de todos los fenómenos, con justificación o sin ella. En este punto es relevante la distinción entre explicaciones naturalistas y las que apelan a agentes o fenómenos transnaturales. Ahora sabemos que, sobre el origen del universo, tan falso es que todo procede del agua (Tales de Mileto) o del aire (Anaxímenes) según los filósofos presocráticos, como que el universo fue creado por la divinidad; sin embargo, la primera explicación es naturalista y la segunda no. Lo mismo podemos decir de las causas de las enfermedades, que pueden explicarse apelando a un desequilibrio de los humores o a que la persona está poseída por el demonio. A día de hoy ambas son falsas, pero solo desde la perspectiva racional podemos discernir que la naturalista tiene más fundamento.

A lo largo de la historia, las dudas sobre la justificación de las creencias han girado en torno al papel del sujeto cognoscente, en el sentido de hasta qué punto tiene acceso al mundo exterior. Por un lado, tenemos sistemas filosóficos que sostienen la posibilidad de acceder a la verdad y a la objetividad de los hechos, en último término, que hay fundamentos racionales de nuestras creencias. Por otro, está la tradición escéptica y relativista que cuestiona la posibilidad de conocer, atribuyendo una posición dogmática a todos los intentos de buscar las bases racionales de fundamentación del conocimiento. Podemos decir que la búsqueda de la fundamentación versus el escepticismo respecto al conocimiento ha jalonado la historia de la filosofía.

El objetivo de este trabajo es proporcionar elementos que hagan factible el pensamiento racional a partir de propuestas epistémicas, cuyos argumentos han resultado fructíferos a la hora de dar plausibilidad a nuestras creencias. Su fundamentación debe ser compatible y estar anclado en lo que las ciencias empíricas señalan sobre la naturaleza humana, en el marco de una epistemología naturalizada, a partir de modelos cognitivos. En primer lugar, vamos a examinar dos propuestas que cuestionan cualquier justificación del conocimiento: por un lado, el escepticismo griego, y por otro, el relativismo del programa sobre la construcción social del conocimiento. A continuación, se analizarán algunos conceptos como “objetividad” y “neutralidad” que tienen un papel importante desde el punto de vista epistémico a la hora de afrontar los retos del pensamiento racional. Con todo ello, se examinarán algunas propuestas concretas, tanto de la filosofía de la ciencia, como de las ciencias cognitivas. Finalmente, veremos hasta qué punto tenemos buenas razones para el pensamiento racional, mostrando su fortaleza para la supervivencia de la especie.

1. El escepticismo griego

El escepticismo como metodología filosófica está asociado a algunos miembros de la Academia de Platón, aunque alcanza también a filósofos anteriores y posteriores a la misma. Durante los siglos IV y III a.c., Pirrón de Elis (360-270 a.c.) es el más fiel representante de esta doctrina escéptica. El pirronismo se hace preguntas como las siguientes: “¿Estamos seguros de que es el hombre y no otro animal el que percibe el mundo correctamente?”. Respecto a Pirrón de Elis hay dos interpretaciones posibles: una, que le considera totalmente despreocupado por las cosas de la vida cotidiana, llevando a sus últimas consecuencias sus ideas escépticas; y otra, que le ve como una persona que, aunque está convencida de que no puede saber cómo es la naturaleza última de las cosas, admite que, por una cuestión práctica, las cosas son como parece que son. Desde la segunda interpretación el escepticismo se concibe como una actitud frente a la vida que nos libera del fanatismo y de la angustia de querer probar dogmáticamente fenómenos para los que los humanos no tenemos certeza absoluta.

Los filósofos de la Academia de los siglos III y II a.c., Arcesilaus y Carneades, rechazan las doctrinas metafísicas y místicas de Platón y sostienen que no tenemos criterios para distinguir lo que es una percepción de lo que parece ser: por tanto, los hechos muestran que no podemos ir más allá de nuestra experiencia. Carneades introduce el término pithanon, que significa lo probable, y por ello a veces se le considera un probabilista frente al conocimiento cierto. Según Carneades, aunque no podemos conocer con seguridad cuál de nuestras representaciones de la naturaleza de las cosas es la verdadera, podemos tener grados distintos de certeza a medida que tenemos más experiencias en la vida cotidiana.

Posterior a la Academia, una de las figuras clave es Sexto el Empírico, que vivió en la segunda mitad del siglo II d.c. y es considerado el codificador del escepticismo griego. En una introducción a la obra de Sexto el Empírico, P. P. Hallie (1985) dice, refiriéndose a los escépticos, que “la duda es el nervio de todo el pensamiento nuevo y duradero”. La interpretación de Hallie del escepticismo griego no tiene el sentido de anestesia o paralización del conocimiento, sino que skeptikoi tiene el sentido de indagación, investigación, interrogación como opuesto a lo dogmático en el sentido de inamovible. Hallie señala que, en sentido clásico, un escéptico es la persona que intenta evitar el fanatismo y las querellas interminables, y que distingue perfectamente entre una ficción que se apropia de uno a través de la imaginación y un hecho evidente al que llegar a través del sentido común. El aceptar o no la interpretación de Hallie -es decir, el partir del escepticismo como indagación o como anestesia- puede variar mucho la imagen de todos los sistemas que con etiquetas distintas han cuestionado nuestra capacidad de conocer el mundo.

2. El relativismo del siglo

XX En el siglo XX, las dudas sobre la justificación de las creencias han estado ligadas al cuestionamiento de la objetividad del conocimiento científico a causa de los sesgos de los agentes cognoscentes. El concepto de referencia ha sido mayormente el relativismo, plasmándose en el Programa Radical en Sociología del Conocimiento 1 durante la década de los 80, que cuestiona la neutralidad de la ciencia y la tecnología, así como su falta de objetividad de los datos empíricos. Una de las críticas se centra en que la epistemología no ha tenido en cuenta los factores sociales, políticos y éticos, entre otros, que intervienen en la actividad científica. La consecuencia es que, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, especialmente en las décadas de los 80 y 90, el trasfondo relativista fue ganando terreno, al mismo tiempo que el pensamiento racional era cuestionado y la Ilustración considerada como un proyecto obsoleto del pasado.

3. Neutralidad y objetividad: ¿mitos o valores epistémicos?

“Neutralidad” y “objetividad” son dos conceptos que actúan como valores epistémicos en la investigación científica. Podemos encontrar sentidos diversos en determinados contextos, pero vamos a centrarnos en el campo de la ciencia en el que el sentido más habitual de neutralidad es imparcialidad y objetividad. Aplicada a los agentes gnoscentes, la idea de neutralidad absoluta no tiene sentido, ya que implicaría que los seres que tienen que ejercerla carecen de deseos, intereses y emociones,.2 y no poseen ningún tipo de anclaje social, lo cual no corresponde a los seres humanos. Una primera consecuencia es que no puede ser una condición de la posibilidad de pensamiento racional, ya que hemos convenido en que sin pensamiento racional estamos abocados al nihilismo en alguna de sus múltiples versiones, y esto tampoco es compatible con la naturaleza humana.

La objetividad también tiene sus acepciones en el lenguaje ordinario, pero en el ámbito científico la objetividad constituye un valor epistémico, que se concreta en la base empírica, la capacidad explicativa, etc. (Estany, 2001b). Como en el caso de la neutralidad, tampoco es posible una objetividad absoluta si ello significa estar libre de cualquier tipo de sesgos, tanto individuales como culturales. La cuestión es si los sesgos conforman nuestras acciones y en qué grado; es decir, si somos sus prisioneros, o bien nuevos conocimientos y experiencias nos permiten ser receptivos a ellos y obrar en consecuencia. Si nuestro marco mental fuera inamovible e impermeable al mundo exterior, no habría responsabilidad personal y comportaría consecuencias perniciosas, ya que sería difícil condenar conductas inmorales e incluso en algunos casos delictivas.

3.1. Naturalización del pensamiento racional

A partir de lo dicho hasta aquí sobre el pensamiento racional, tanto de los logros como de las dificultades para su fundamentación, vamos a abordar algunas de las aportaciones de las ciencias empíricas, en especial de las ciencias cognitivas en el marco de una epistemología naturalizada, que toma en consideración la naturaleza humana, con sus características biológicas, psicológicas y sociales, además de cómo se anclan en modelos culturales. Es decir, el pensamiento racional se asienta en el bagaje bio-psico-socio-cultural con el que las personas se enfrentan al mundo. Se trata pues de mostrar algunos de los modelos cuyas aportaciones pueden considerarse adecuadas y especialmente relevantes para fundamentar empíricamente la posibilidad de pensamiento racional.

3.1.1. La convergencia del genotipo y el fenotipo

La socialización y la base biológica conforman nuestro talante con implicaciones en todas nuestras actuaciones a lo largo de la vida. Esto significa que, desde las emociones hasta los aprendizajes prácticos y teóricos, todo está mediatizado, no determinado, por dicho talante. Esta confluencia de genotipo y fenotipo en el carácter está muy bien explicada por Averill y Thomas-Knowles (1991) y Averil, Chon and Hahn (2001), entre otros, y deshace el dilema de naturaleza versus cultura. Por tanto, este bagaje multifactorial constituye uno de los elementos que está anclado en la naturaleza humana y del que tenemos que preservar como principio de realidad al abordar el pensamiento racional.

3.1.2. Carga teórica de la percepción: visión pura versus visión interactiva

Frente al reto de cómo superar los posibles sesgos a la hora de aprehender el mundo, la cuestión está en la capacidad de nuestro sistema cognitivo para no quedar prisioneros de ellos a pesar de su intervención en el proceso de percepción. Desde el punto de vista epistemológico el debate se ha centrado en la carga teórica de la observación versus la observación neutra. En este punto son relevantes, por un lado, la teoría de Grossberg (1980) sobre la percepción, que sale al paso del debate filosófico sobre la carga teórica de la observación; y por otro, los argumentos a favor de la visión interactiva (Churchland, Ramachandran y Sejnowski, 1994) en contraposición a la visión pura de Marr (1982). Ambas líneas de pensamiento proporcionan fundamentación a la capacidad cognitiva de los humanos compatible con nuevos conocimientos y experiencias.3

3.1.3. Neutralizar los sesgos

Que los humanos nos enfrentamos al mundo con un bagaje bio-psico-socio-cultural parece que está fuera de duda; por tanto, la cuestión está en la capacidad de neutralizar los sesgos. De las diversas aportaciones a esta cuestión, vamos a centrarnos en dos de ellas: una procedente de la filosofía de la ciencia y otra de las ciencias cognitivas.

La idea de “variación cognitiva”, propuesta por Kitcher (1993) en The advancent of science, constituye un argumento potente en esta línea. Según Kitcher, la colaboración entre científicos de distintas procedencias, con intereses diferentes y culturas epistémicas diversas, implica la variación cognitiva en el proceso de investigación y, en consecuencia, un factor -aunque no automático- para neutralizar los sesgos.4

Desde las ciencias cognitivas, podemos apelar a la obra seminal Cognition in the wild (2005) de Hutchins, donde se propone la posibilidad de que el sistema cognitivo, basado en el modelo de la cognición distribuida, pueda neutralizar los sesgos a través de la interrelación entre diversos agentes y de éstos con la tecnología (Estany, 2001c).

4. Balance del pensamiento escéptico y racional

La interpretación de Hallie sobre el escepticismo griego, en especial el de Sexto el Empírico, es retomado actualmente por Torcello en “The Ethics of Belief, Cognition, and Climate Change Pseudoskepticism: Implications for Public Discourse” (2016). Aunque no hace referencia expresa al escepticismo griego -ni a Hallie-, sus argumentos a favor de lo que denomina “escepticismo científico” pueden encuadrarse en la interpretación de Hallie.

Torcello hace un ejercicio de análisis conceptual en torno al pensamiento escéptico, considera el escepticismo científico como escepticismo razonado y lo relaciona con el escepticismo filosófico:

“Al referirme al escepticismo científico, me refiero al escepticismo que es consciente de su propia falibilidad y cautela tanto al rechazar afirmaciones insostenibles como al aceptar evidentemente conclusiones convincentes y racionalmente sólidas. Utilizo ‘escepticismo científico’ para mayor claridad, dado el tema de este estudio. También podría utilizar el ‘escepticismo razonado’ para enfatizar que tal escepticismo no es exclusivo de la ciencia profesional sino del análisis filosófico en general, a pesar de una categoría epistémica separada de escepticismo conocido como ‘escepticismo filosófico’. Este último generalmente se refiere a la posición hiperescéptica de que el conocimiento requiere certeza que, estrictamente hablando, se cree que es epistemológicamente inalcanzable” (Torcello, 2016, p. 40, nota 4).

La idea de que el escepticismo filosófico está asociado al hiperescepticismo y, en consecuencia, a la certeza “inalcanzable”, nos remite a una interpretación del escepticismo como mito. A partir de esta posición, Torcello analiza algunas acepciones y usos de escepticismo, tales como el pseudoescepticismo y el negacionismo de la ciencia.

“El pseudoescepticismo es una forma de negacionismo científico relacionado con la pseudociencia y puede estar influenciado, aunque quizás no exclusivamente, por dos factores: (a) ignorancia del proceso científico y (b) razonamiento ideológicamente motivado (como opuesto al ejercicio de la fe)” (Torcello, 2016, p. 20).

Respecto al negacionismo de la ciencia sostiene que ocurre cuando la ciencia establecida es rechazada por motivos independientes de la investigación y el progreso científico; por ejemplo, a causa de la fe religiosa. Apuesta por no utilizar el término “escepticismo” de forma incorrecta y generalizada a fin de no entorpecer la comunicación con el público en general. Este planteamiento permite, por un lado, aceptar que el proceso científico comete errores, pero al mismo tiempo se autocorrige. Y es precisamente en este proceso de autocorrección que recae y se fundamentan las metodologías escépticas, compatibles con el pensamiento racional:

La idea de metodologías escépticas es muy interesante y fructífera para el desarrollo de la ciencia en consonancia con la naturaleza humana.

Conclusiones

El cuestionamiento de la racionalidad en aras de la imposibilidad de la neutralidad, la objetividad y el conocimiento del mundo natural y social no responde a la trayectoria de la humanidad por la supervivencia. Y esto a pesar de las diferencias en todos los niveles, desde las biológicas a las sociales, pasando por factores geográficos, culturales, etc. No hay pensamiento que se resista a la racionalidad, aunque se exprese de formas muy distintas. Por tanto, la cuestión está en cómo se manifiesta este deseo de saber, qué criterios prevalecen a la hora de alcanzar los objetivos, las limitaciones de los humanos y cómo éstos poseen capacidades cognitivas para paliar estas deficiencias.

El conocimiento alcanzado en la actualidad nos proporciona elementos tanto de nuestras posibilidades como de nuestras limitaciones como especie. Podría argumentarse que esta afirmación supone un círculo vicioso, ya que, si cuestionamos la posibilidad de justificar nuestras creencias, luego no podemos tomarlas como criterio de justificación. Puede ser un círculo, pero no vicioso, sino un retículo de conexiones entre todos los ámbitos en los que discurre la vida humana. Además, la alternativa solo podría ser una postura nihilista que no es compartida por el escepticismo de Sixto el Empírico, según la interpretación de Hallie, ni por el escepticismo científico de Torcello. Pero lo más relevante es que no corresponde ni a nuestra historia evolutiva ni a nuestra experiencia en la aplicación de los conocimientos científicos en la resolución de problemas. Descartada la ruta nihilista, se trata de buscar el equilibrio entre nuestras posibilidades y nuestras limitaciones, a fin de conformar una senda racional desde criterios epistémicos y éticos.

Bibliografía

Averill, J. R. y Thomas-Knowles, C. (1991). Emotional creativity. En K. T. Strongman (Ed.), International review of studies on emotion, v. 1 (269-299). Londres: Wiley.

Averill, J. R., Chon, K. K. y Hahn, D. W. (2001). Emotions and creativity, east and west. Asian Journal of Social Psychology, 4, 165-183.

Bloor, D. (1976). Knowledge and social imagery. Chicago: The University of Chicago Press.

Churchland, P. S., Ramachandran, V. S. y Sejnowski, T. J. (1994). A Critique of Pure Vision. En C. Koch (Ed.), Large-scale Neural Theories of the Brain. Cambridge: The MIT Press.

Damasio, A. R. (1994). Descartes' Error: Emotion, Reason, and the Human Brain. Nueva York: G.P. Putnam.

Estany, A. (2001a). La fascinación por el saber. Introducción a la teoría del conocimiento. Barcelona: Crítica.

Estany, A. (2001b). The Theory-Laden Thesis of Observation in the Light of Cognitive Psychology. Philosophy of Science, 68, 203-217.

Estany, A. (2001c). Ventajas epistémicas de la cognición socialmente distribuida. Contrastes, 6, 351-375.

Grossberg, S. (1980). How does the brain build a cognitive code? Psychological Review, 87, 1-51.

Hutchins, E. (1995). Cognition in the wild. Cambridge: The MIT Pres.

Hallie, P. P. (1985). Sextus Empiricus. Hacket: Indianápolis.

Kitcher, P. (1939). The Advancement of Science Science without Legend, Objectivity without Illusions. Oxford: Oxford University Press.

Marr, D. (1982). Vision: a computational investigation into the human representation and processing of visual information. San Francisco: W.H. Freeman.

Torcello, L. (2016). The Ethics of Belief, Cognition, and Climate Change Pseudoskepticism: Implications for Public Discourse. Topics in Cognitive Science, 8(1), 19-48.

Notas

1. El PRSC no es la única propuesta epistémica al relativismo, aunque constituye sin lugar a dudas una referencia ineludible del cuestionamiento de la fundamentación del conocimiento. Uno de los libros de referencia es Knowledge and social imagery, de David Bloor (1976).
2. La importancia de las emociones en los procesos cognitivos de los humanos tiene un referente imprescindible en la obra de Antonio Damasio, en especial en El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano, que interpela a la filosofía en algunas de las tesis más significativas.
3. Véase Estany (2001b) para el análisis de la carga teórica de la observación.
4. Véase Estany (2001c).


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