Dossier-Asuntos locales
Luces y sombras en la ciencia argentina
Luzes e sombras na ciência argentina
Lights and Shadows in Argentine Science
La ciencia argentina en este momento tiene luces y sombras. Naturalmente, la ciencia en todos los países, por más luces que tenga, también tiene sombras; el problema es que, en mi opinión, las sombras cubren la ciencia argentina bastante más que las luces, y en general no es por culpa de los científicos.
Trataré de enumerar un poco, comenzando por las luces: la ciencia argentina, en un proceso continuo desde la restauración de la democracia, se ha institucionalizado sobre bases aceptadas mundialmente; para hacer ciencia se requieren los pasos usuales: un doctorado (tal vez una maestría como paso intermedio). En algún sentido esa institucionalización fue forzada, podríamos decir en broma, por el “imperialismo de las ciencias exactas y naturales”: las ciencias sociales y las humanidades, cuya cultura (al menos en Argentina) no preveía necesariamente tesis de doctorado, o aceptaba tesis de doctorado presentadas muy tardíamente, a veces como culminación de una carrera y no como comienzo, debieron adaptarse a la cultura de las ciencias exactas y naturales, en las cuales, salvo excepciones, la tesis de doctorado es una herramienta indispensable para la futura carrera científica. 1 Por eso algunos referentes importantes y muy respetados en ciencias sociales y humanidades, con una larga y prestigiosa carrera en su haber, no tienen doctorado, pero para investigadores más jóvenes especializados en ciencias sociales o humanidades la falta de ese título máximo dificulta enormemente la carrera académica (cuando se orienta a la investigación, naturalmente). Y, por otra parte, el CONICET funciona sin discriminaciones políticas,2 y en él se han visto opiniones de todo tipo, incluso públicas, no necesariamente favorables a los gobiernos de turno. El plantel de investigadores no es pequeño, y algunos grupos, y personalidades dentro de los grupos, tienen un claro prestigio internacional. Para resumir, no pasamos vergüenza, ni mucho menos, ante extranjeros, ni con el plantel científico del CONICET, ni con el de muchas universidades, ni con la producción científica generada. Y en algunas áreas, en particular relacionadas con biotecnología, la integración entre grupos de investigación y sectores de la producción es excelente, lo cual ayuda a la generación de divisas que el país necesita desesperadamente: la extraordinaria productividad del campo no se debe exclusivamente, ni mucho menos, a la excepcional feracidad de nuestro suelo. La ciencia y la tecnología colaboran, y mucho.3
Hay dos momentos particularmente relevantes relacionados con los datos positivos referentes a la ciencia argentina desde la recuperación de la democracia, asociados a los nombres de Manuel Sadosky y Juan Carlos del Bello. Sadosky, por su desempeño como secretario de ciencia y técnica de la nación durante todo el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989): durante su gestión se derogaron todas las disposiciones que legalizaban la discriminación política y se redujo el poder de los directores de institutos del CONICET, con lo cual se permitió que investigadores más jóvenes pudieran tener independencia económica en cuanto a manejo de subsidios, se dio fuerte apoyo a la investigación en informática, prácticamente desaparecida desde el golpe militar de 1966 contra el presidente Illia, mediante la creación de la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (ESLAI) y el Programa Argentino Brasileño de Informática (PABI), y se creó el Instituto Tecnológico de Chascomús (INTECH), entre otras múltiples acciones. El INTECH está funcionando muy bien, y en cuanto a las acciones en informática, si bien fueron anuladas durante el gobierno de Menem, que sucedió al de Alfonsín, permitieron un florecimiento de la informática también en las universidades (en algunos casos con la participación de exalumnos de la ESLAI). Si bien las dificultades económicas fueron enormes, hubo un salto cualitativo en la política en ciencia y tecnología.
En cuanto a las acciones de Juan Carlos del Bello, también durante el gobierno del presidente Menem, su obra más significativa fue su impulso a la creación de la Agencia Nacional para la Promoción Científica y Tecnológica (actualmente Agencia Nacional para la Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación), con lo cual se dio una solución inteligente (y salomónica) a la disyuntiva acerca de si tener un organismo tipo el Centre National de la Recherche Scientifique (a cuya imagen funciona el CONICET) o la National Science Foundation: tendríamos las dos.4
Pero existen contras importantes, algunas de ellas del propio sistema científico y otras de su relación con la sociedad. Y esas contras son preocupantes, porque algunas de ellas son estructurales y otras culturales, o sea no será fácil superarlas.
En primer lugar, se fue creando en los últimos años un sistema científico basado casi exclusivamente en el CONICET. Cuando digo “casi exclusivamente”, lo que sostengo es que, independientemente de los cargos con dedicación exclusiva de las universidades, y de los cargos de investigador en otras reparticiones estatales (que en ambos casos son escasos) 5, lo que ha provocado, naturalmente, que potenciales investigadores sientan en muchos casos que su única oportunidad de hacer una carrera científica es ingresando como investigadores al CONICET, y vean con desesperación la posibilidad de fracaso en dicho ingreso (que usualmente no se debe a insuficiente nivel científico del postulante sino a que el cupo de ingresos no puede ser infinito). El problema se agravará porque la capacidad del CONICET de seguir ampliando la cantidad de ingresos anuales es acotada, o sea cada vez más potenciales investigadores son o serán perdidos por el sistema científico nacional. Por otra parte, eso provoca que para muchos investigadores la única “cultura de investigación” posible sea la del CONICET, cuando en realidad es más enriquecedora la participación de varias culturas distintas (la cultura de investigación de las universidades no necesariamente coincide en todo con la del CONICET, pero si el CONICET ejerce casi un “monopolio” de la investigación, los investigadores, aunque sean además docentes universitarios -como la mayoría lo sonsienten más que pertenecen al CONICET que a la correspondiente universidad, lo cual además produce no pocas tensiones muy perjudiciales dentro de las universidades).
En segundo lugar, tenemos los problemas debidos a la crisis económica (dificultades para viajar al exterior, desgastante burocracia para importar insumos o aparatos esenciales, bajos sueldos, pérdida de posibilidad de cumplir con lo presupuestado en cuanto a rendimiento de subsidios debido a que la inflación destruye cualquier presupuesto aproximado, etc.). Estos problemas deberían atemperarse si la situación económica mejora, aunque el panorama a corto plazo no es muy alentador:6 provocan desánimo, abandono de la carrera científica en busca de trabajos con mejores salarios 7 o emigración, y a largo plazo el costo de esta situación es extremadamente grave.
Y en tercer lugar tenemos la poca inserción de la ciencia en el tejido industrial argentino, con excepción de algunas áreas, como la ya mencionada biotecnología. Esto tiene que ver con el importante problema estructural constituido por la falta de proyecto de desarrollo viable y sustentable consensuado por las principales fuerzas políticas del país. En este momento, por ejemplo, se está elaborando en el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación el Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2030. Si bien el proyecto no está terminado, tanto los documentos preliminares presentados como la calidad profesional, intelectual y científica de los funcionarios involucrados me indican que el plan es perfectamente razonable (por supuesto, puede haber discrepancias en temas puntuales). El problema es que plantear un proyecto de este tenor, por mejor que sea elaborado, en el contexto de una crisis económica gravísima, con inflación galopante y, sobre todo, sin estar inmerso en un proyecto socioeconómico para el país, es arar en el mar.
Más concretamente, sin un proyecto socioeconómico consensuado 8 no se podrá llegar a ningún buen puerto. Y la comunidad científica y tecnológica tiene que tener en cuenta el siguiente contexto: existe una pequeña proporción de la población económicamente activa, del orden del 10% según algunas estimaciones, que trabaja en actividades internacionalmente muy competitivas. Esencialmente, la agroindustria, las tecnologías de la información y comunicaciones (las TIC) y algunos sectores aislados, como puede ser Vaca Muerta cuando los precios del petróleo lo permiten (en la mayoría de ellos se da esa relación virtuosa ciencia-tecnología-industria que mencioné como dato positivo más arriba, ejemplificado con la biotecnología). Luego existe alrededor de un 40% de población que trabaja en actividades industriales, comerciales y administrativas “formales y legales”, pero que, salvo algunos clústeres, no son competitivas internacionalmente, sea por usar un equipamiento que no es de última generación, o por tener malos planes de negocios, o por mala gestión, o por depender de recursos humanos de baja capacitación (o por varios de estos motivos juntos, o por todos ellos simultáneamente; y, por supuesto, sin relación alguna con el sistema científico-tecnológico nacional). Y el resto de los ocupados (un resto que es, en términos absolutos y relativos, cada vez mayor) trabaja en actividades estructuralmente informales, muchos con apenas un nivel de subsistencia, debido a que no cuentan con capital cultural, capital simbólico, capital social, capital económico y capital financiero que les permitan llevar a cabo actividades de creación de riqueza o que agreguen valor. Y a todo esto se suma un país macrocefálico, con varias provincias que viven del empleo público, con una red de transporte obsoleta. Por supuesto que hay “islotes” muy competitivos internacionalmente, relacionados con ese casi 10% de los ocupados ya mencionado. INVAP es un ejemplo, hay empresas privadas que pueden diseñar satélites o que desarrollan productos farmacéuticos de gran calidad, etc. 9 Pero son islotes (y algunos de esos islotes terminan radicándose en el extranjero, total o parcialmente). Aparte, un buen desempeño de esos islotes no constituye una condición suficiente para solucionar el problema de los ocupados en actividades informales y, menos aún, de aquellos que han sido expulsados del mercado de trabajo.
Un plan consensuado deberá obviamente tener en cuenta esa situación nacional, e incluir participación de los científicos en las medidas para revertir esa situación. Naturalmente, eso no significa que los científicos que llevan a cabo investigaciones muy teóricas las abandonen y las reemplacen por investigaciones aplicadas referidas a este contexto (salvo que así lo quieran). Pero sí deberá ser política de las autoridades enfocarse prioritariamente en los temas convenientes, sin por eso abandonar los otros. También en ciencia y tecnología se puede planificar, hasta cierto punto. Y en particular deberá fomentarse la relación entre científicos y tecnólogos, por un lado, y economistas, por el otro.10
A estos problemas se deberán sumar los problemas culturales. Si bien en muchas encuestas los científicos resultan uno de los grupos mejor evaluados por la población, hechos concretos dan la sensación de que ese respeto no se traduce en prestar atención al método científico, o a las opiniones de los científicos. Dejemos de lado a los terraplanistas, que a mi juicio están fuera de todo análisis racional: ¿cómo es posible que haya tanta población que desconfíe de las vacunas o directamente se oponga a ellas, en medio de una pandemia que causó muchísimas muertes, y que evitó muchas más gracias a las vacunas?11 ¿Cómo es posible que existan tantos “naturistas” que proponen partos caseros (que en algunos casos pueden provocar muertes del recién nacido)?
Al respecto, hace poco tiempo una distinguida investigadora argentina (que trabaja justamente en áreas relacionadas con biotecnología) comparó a quienes se oponen a los organismos genéticamente modificados (OGM) con quienes se oponen a las vacunas. Surge entonces una interesante pregunta: dado que usualmente las personas que confían en la ciencia están convencidas de la importancia de vacunarse (y en muchos casos comparan a las personas antivacunas con los convencidos de que la tierra es plana, o sea con las personas posiblemente más irracionales que pueda haber), ¿por qué no se puede decir lo mismo respecto de los alimentos transgénicos? Más concretamente, en general los científicos “propiamente dichos” confían en los OGM, pero muchas personas que respetan la ciencia no.
Entiendo que parar muchos la razón es clara: los OGM en general son producidos por empresas multinacionales acerca de las cuales, por razones ideológicas (en muchos casos muy justificadas, por supuesto), existe una desconfianza significativa. Pero la ideología –sobre todo en temas relacionados con los genes- ha jugado una mala pasada a ese tipo de desconfianza en ciencia: se supone -o se suponía- que lo que se identifica con el progresismo estaba a favor de la ciencia, y lo que se identifica con el conservadurismo mira la ciencia con más resquemor. Y sin embargo, el golpe terrible a la genética en la ex Unión Soviética en los años 40 del siglo pasado, que le costó la vida al gran genetista Vavilov y arruinó a la agricultura soviética,12 nos indica que –si bien por supuesto toda investigación tiene una carga, así sea inconsciente, ideológica- es mejor prestar atención a las evidencias científicas antes de dejarse llevar por impulsos “ideológicos” (probablemente la demencial persecución de los gorriones en China, que llevó a la hambruna a la población china, pueda catalogarse en este rubro).
Una política científica y tecnológica que funcione como política de Estado deberá incluir análisis de los problemas nacionales de energía, transporte, informalidad estructural, cambio climático… Y, sobre todo, dedicar mucha más atención que la actual a la transferencia. Y deberá rebatir, con argumentos científicos sólidos y contundentes, las campañas anticientíficas que, incluso con las mejores intenciones y con buena fe, perjudican a nuestro sistema científico-tecnológico.
Jakovkis, P. M. (2022). Luces y sombras en la ciencia argentina. Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad —CTS, 17(50), 243-248. Recuperado de: [inserte URL]