Dossiê: Estudos culturais latino-americanos
Convergencia, divergencia y vitalidad. Comunicación y Estudios Culturales en Argentina
Convergence, divergence and vitality. Communication and Cultural Studies in Argentina
Convergencia, divergencia y vitalidad. Comunicación y Estudios Culturales en Argentina
Ciências Sociais Unisinos, vol. 55, núm. 2, pp. 193-203, 2019
Universidade do Vale do Rio dos Sinos Centro de Ciências Humanas Programa de Pós-Graduação em Ciências Sociais
Recepción: 18 Diciembre 2018
Aprobación: 09 Julio 2019
Resumen: Tomando como punto de partida la distinción entre una manera programática y otra etnográfica de encarar la caracterización de los EECC, este artículo busca ponerlas en diálogo para cartografiar los vínculos institucionales, teóricos y programáticos, entre las Ciencias de la Comunicación y los Estudios Culturales en Argentina. Para ello, reviso algunos antecedentes que habilitaron los comienzos de esta relación a través de un detalle que discrimina tres momentos: la de una convergencia; la de la expansión; y la actual, en la cual se registran prácticas que, en el marco de la Comunicación, pueden catalogarse como EECC. Para dar cuenta de este argumento, se señalan los aportes teóricos y reflexivos que estos “hacedores de Estudios Culturales” realizan bajo la programática comunicacional, actualizando a la vez los principios rectores de esta escuela británica.
Palabras clave: Comunicación, Estudios Culturales, Argentina.
Abstract: The starting point is the distinction between a programmatic and an ethnographic modes of addressing the characterization of Cultural Studies. This paper seeks to put them together in order to mapping the institutional, theoretical and programmatic links between Communication Sciences and Cultural Studies in Argentina. In order to do this I review some previous developments that enabled the beginnings of the relationships through a detailed reconstruction of three moments: convergence, expansion and the present one in which some practices can be classifiable, under the frame of Communication, as Cultural Studies. In accounting this reasoning the paper points out the theoretical and reflective contributions provided by Cultural Studies “makers” under the Communication program who, simultaneously, update the guiding principles of this British academic school.
Keywords: Communication, Cultural Studies, Argentina.
Cuando a mediados de la década de 1980 la Comunicación tomaba, en Argentina, rumbos académicos decisivos, los Estudios Culturales (EECC de ahora en más) británicos ya habían desembarcado en el país, de la mano de muchos docentes e investigadores. En ese momento, los EECC le dieron la impronta transdisciplinaria que marcó y marca la fortaleza de la Comunicación. Si bien la circunstancia de esta convergencia se dio a través de rutas y trayectos heterogéneos y no siempre institucionales, el encuentro entre la Comunicación y los EECC fue estimulante y prometía ser imperecedero.
No obstante, con el transcurso de los años y al calor de los avatares y giros dentro de la propia disciplina de Comunicación, los frutos de ese encuentro se irían atenuando. Actualmente, lo que se observa son líneas de trabajo que, si bien presentan algunas dimensiones de convergencia, también exhiben zonas de divergencia. A cuatro décadas de aquel impulso, hay un movimiento sólido de investigadores que hacen (hacemos) EECC sin asumir necesariamente una auto-adscripción a la Comunicación, y a la vez, dentro del proyecto actual de formación en Comunicación la impronta de los EECC parece verse morigerada. La distancia entre la práctica efectiva y la programática de una disciplina que en sus inicios se nutrió fuertemente de los EECC, puede ser un indicador de un trayecto que en esta oportunidad me interesa comenzar a reponer.
Necesito aclarar que no se trata aquí de puntualizar fechas, ni de establecer una periodización. Me mueve el interés, más bien, de atender a los movimientos (a veces sutiles y otras contundentes) de los contextos intelectuales y políticos y al ajetreo institucional que provocan. Prefiero, por eso, hablar de “momentos” (Hall, 2007) más que de “períodos” fechados, tomando como “momentos” aquellas situaciones en donde surgen condiciones para la emergencia de elementos que hacen posible, o no, un cierto diálogo y el desarrollo de fuerzas para su relativa estabilización. No obstante, estos momentos pueden tener una dinámica expansiva o una constrictiva según sea que esas condiciones hagan posible o restrinjan la circulación de ideas: según se produzca una expansión o una constricción, se abrirá la producción dialógica a partir de flujos e intercambios inter-disciplinares, o se observarán situaciones de repliegue. Por tanto, la emergencia de estos “momentos” así como su declive, deben leerse en el marco de sus propias dinámicas, sea la de la recuperación de tradiciones locales, la crítica a estudios eurocentrados, la renovación de marcos conceptuales o la voluntad de reconciliación de líneas teóricas.
Para ello, en primer lugar reviso algunos antecedentes que de algún modo habilitaron en sus comienzos las relaciones entre Comunicación y EECC, sin pretender producir una historización sino, más bien, solo des-anudar y re-anudar algunos vínculos de interés entre ambas; en segundo lugar, sitúo y describo el momento de ese anudamiento y de la expansión que le siguió; y finalmente, repaso algunas de las prácticas que se realizan actualmente desde la Comunicación que pueden catalogarse como EECC, señalando a la vez los aportes de estos “hacedores de EECC” bajo la programática comunicacional. En cierto modo, intento poner en tensión la distinción propuesta por Eduardo Restrepo (2014) entre una manera programática y otra etnográfica de encarar la caracterización de los EECC, para ponerlas en diálogo y cartografiarlos “sin aplacar los disensos, ya que en estos se encuentra uno de sus aspectos más interesantes y fecundos” (Restrepo, 2014: 123).
Tras el apagón académico
Existe cierto consenso en ubicar la aparición, en 1981, de la revista Punto de Vista, como momento clave en el desembarco de los EECC en Argentina. No obstante, es notorio que ya desde las décadas de 1960 y 1970 tanto Beatriz Sarlo como Carlos Altamirano publicaban ensayos en el marco del Centro Editorial de América Latina (CEAL); así como Jaime Rest, Jorge Rivera, Eduardo Romano y Aníbal Ford hacían lo propio en esa misma editorial y en sus investigaciones. Incluso hay quienes sostienen que en Argentina los EECC se fundaron, si bien con otro nombre, a partir de los desarrollos pioneros de Jaime Rest.2 Por su lado, Pablo Alabarces (2008), si bien destaca la influencia de Rest en las trayectorias del ya mencionado Ford como también en las de Jorge Rivera y Eduardo Romano, coloca a estos, y no a Rest, como los fundadores de los EECC en Argentina. Con lo cual el propio consenso se resquebraja; y simultáneamente, se abren ramificaciones subterráneas, hacia atrás y hacia adelante en el tiempo; aparecen referencias cruzadas; tráficos de intelectuales entre instituciones; grupos produciendo en el exilio; reconstrucciones míticas y deconstrucciones críticas. Lo cierto es que el arco que abarca el espectro de prácticas, instituciones, tópicos, e intervenciones que en distintos momentos se dedicaron o se dedican a los EECC recorre, en la Argentina, un abanico que incluye fundamental pero no únicamente, tanto a la crítica literaria, especialmente en la tradición del ensayo latinoamericano, como a los ámbitos de la comunicación, la sociología de la cultura, el arte, e incluso, aunque con menos impacto, a la sociología y la antropología.
Contemporáneamente a la creación del Centro de Estudios Culturales en la Universidad de Birmingham en 1964, el campo intelectual en Argentina estaba atravesando en su conjunto un período cruzado por lógicas políticas, censuras, cierres de facultades, persecuciones, diásporas, exilios internos y externos. El contexto dictatorial impedía establecer diálogos con el mundo anglosajón, sumado al propio desequilibrio de las condiciones de producción asociables a problemáticas históricas de geopolítica del conocimiento, y al casi nulo intercambio durante las dictaduras. Todos ellos resultaron factores decisivos para su desembarco tardío. Recién a mediados de 1980, luego del fin de la sangrienta dictadura militar (1976-1983), los EECC ingresan a la academia por líneas transversales y fronterizas de estudios que ponían en relación la comunicación, la sociología y la literatura, junto con una rápida apropiación global de la perspectiva que redundaron en trabajos, que acaso podríamos llamar “generalistas”, sobre problemáticas de amplio alcance, en desmedro de la producción local de investigaciones concretas (Grimson y Varela, 2002).
Es importante señalar que la producción de estos trabajos generalistas que se da en las Ciencias Sociales en los inicios de la transición democrática está en sintonía con el momento histórico que atravesaba el continente en general y Argentina en particular: los tópicos considerados cruciales para entender en clave político-cultural la transición democrática luego de décadas de “apagón académico” eran los relacionados con la democracia, el desarrollo y la dependencia; o con las culturas juveniles, la cultura popular y los medios de comunicación. En ese marco, a partir de la recuperación democrática se produjo una suerte de desborde en las Ciencias Sociales de una serie heterogénea de prácticas que, en su conjunción, fueron conformando las primeras fronteras de un campo que se revelaría significativo: lecturas clandestinas de Gramsci iniciadas años antes en reuniones grupales puertas adentro; producciones editoriales en el exilio con circuitos restringidos;3 publicaciones en revistas de circulación limitada; la audaz empresa de publicar Punto de Vista, entre otras, fueron alimentando un progresivo y vibrante momento intelectual.
Es posible identificar estas dinámicas como el primer momento de incorporación de los EECC al campo de la Comunicación y Cultura (CyC en adelante), si bien su recorrido es sinuoso. La difusión vehiculizada por las lecturas tempranas de Richard Hoggart, Edward P. Thompson y muy particularmente de Raymond Williams que producen el grupo de Sarlo y Altamirano en la revista Punto de Vista, obró, en cierto sentido, como organizadora del campo en la década de 1980, si bien, como se mencionó, las publicaciones de estos mismos y otros autores argentinos en el Centro Editor de América Latina (CEAL) ya habían producido movimientos. Básicamente, se trató de la voluntad de renovación de un campo que actualizaba teórica y metodológicamente los estudios literarios con una ampliación del horizonte de la crítica literaria, a la par que planteaban la necesidad de incorporar una serie de categorías teóricas provenientes de la sociología (campo intelectual, públicos, consumo) para abordar las relaciones de las formas literarias con lo social.4 Asimismo, el diálogo -crítico- con el estructuralismo francés que proponían supuso una inflexión hacia lo que en principio se concretizó en una Sociología de la Literatura y luego se fue delimitando como el campo de la Sociología de la Cultura. Todo lo cual permite afirmar que “entre el CEAL y Punto de Vista se delimitan los nuevos contornos de una formación emergente” (Zarowsky et al 2017:7).
Esta formación emergente, sin embargo, no es homogénea, sino que alberga en su seno convergencias y divergencias que, como falsas paralelas, parecen equidistantes en un comienzo pero con el correr del tiempo terminan distanciándose, siquiera levemente. La apropiación de lecturas relacionadas con una concepción materialista de la cultura fue dando oxígeno a la generación de dos fructíferos sub-campos: por un lado el que sigue la línea de Sarlo y Altamirano, focalizado en la Sociología de la Literatura y en lo que más tarde se estabilizó como Sociología de la Cultura, con la incorporación de la historia social,5 la semiótica, la crítica al estructuralismo, y especialmente los desarrollos barthianos; y por el otro, el de la CyC, con énfasis en el análisis histórico socio-cultural de la comunicación, entendiendo el sintagma “socio-cultural” en el sentido fuerte de los vínculos contextuales entre las dinámicas sociales, la tecnología, la industria cultural, las producciones significantes, las regulaciones y normativas que las enmarcan, etcétera.
La presencia de Williams en ambos casos, parece ser central, particularmente en los planteos de concebir a la cultura como un conjunto de significaciones “entendidas como ideas pero también como estructuras de la sensibilidad” que confieren sentido a las experiencias sociales (Altamirano, 1988: 1).6 El programa teórico de Williams contemplaba la necesaria interdependencia entre los proyectos culturales (entendidos en sentido amplio como las producciones de la cultura) y las específicas formaciones socio-históricas donde tienen lugar. En ese sentido, Williams propone tres niveles interrelacionados para el análisis cultural: la experiencia concreta de los seres humanos y sus mapas de sentido; la formalización de las prácticas en productos simbólicos; y las estructuras sociales que ponen límites a esas producciones (Cevasco, 2014). Con el paso del tiempo estos planteos, junto con una sofisticación del herramental teórico y metodológico, fueron constituyendo el núcleo duro de los desarrollos en Sociología de la Cultura.7
En simultáneo, y a partir especialmente de las preocupaciones de Hall por revisar las metáforas organizadoras de las tradiciones del pensamiento marxista y poner en tensión las teorías organizadoras del materialismo cultural, la corriente de los EECC en Argentina tomó rumbos sutilmente diferenciales tanto respecto de la Sociología de la Cultura como de la denominada crítica cultural.8 Y en relación con los estudios de CyC, el desembarco de Hall será central. La centralidad de sus aportes proviene de la vocación de comprender a los procesos culturales, y especialmente en esta área, los procesos comunicacionales, desde un marco gramsciano que permita superar los presupuestos de partida de la teoría de la dependencia, vigente en los tramos finales de la década de 1970 aproximadamente. El planteo de Hall otorga un marco fundamental a la CyC: luego de una revisión crítica de la propia historia de los EECC, Hall expone la necesidad de articular lo que él llama dos paradigmas seminales: el culturalismo y el estructuralismo. Y la “salida” que sugiere es por la vía de los aportes gramscianos para pensar los vínculos entre “las categorías principalmente ‘inconcientes’ y dadas del ‘sentido común’ cultural con la formación de ideologías más activas y orgánicas” (Hall, 1994: 41), con capacidad de intervenir sobre ese sentido común. En efecto: si los EECC abordan un contexto y/o una coyuntura desde una “entrada” considerada cultural, teniendo como premisa que la cultura naturaliza los sentidos sociales, los pone en circulación y los hace disponibles, un análisis desde la perspectiva de los EECC procuraría desentramar las articulaciones significantes, de-construir aquellas ligaduras entre elementos, y reconstruir el contexto bajo otras lógicas des-naturalizadoras (Grossberg, 2012). En este sentido, y como veremos más adelante, algunos estudios actuales manifiestan, implícita o explícitamente, una línea similar a estas consideraciones generales que sostienen los EECC, extendiendo sus estudios más allá del análisis de los medios de comunicación; particularmente en lo que se refiere a la de-construcción y re-construcción del sentido común presente cotidianamente en la relación política-cultura.
En sus inicios, a partir de mediados de la década de 1980, los estudios en Comunicación se fortalecieron en gran medida adoptando esa dirección. Y podríamos considerar este primer momento como el del impulso institucional en el ámbito de la CyC, en el cual la Comunicación promovió la apropiación del carácter transdisciplinario de los EECC en la ‘nueva’ disciplina, por lo cual manifiesta una ruptura respecto de disciplinas más “viejas” como la sociología o la antropología. En términos contextuales, el armado de las curricula de las carreras de Comunicación que con gran rapidez comienzan a inaugurarse en toda la Argentina a mediados de 1980, incorpora entonces la perspectiva “culturalista” a los programas de las que se creaban y también a las ya existentes, en el marco de la importancia que se le atribuye a la cultura en los procesos de transición democrática. En este sentido, las agendas propuestas por Jesús Martín Barbero (1987) y Néstor García Canclini (1990), se plegaron cómodamente a las preocupaciones locales sobre el devenir de los sectores populares en la transición democrática signada por el interrogante acerca del cruce entre las matrices de los formatos industriales de los bienes culturales, el consumo cultural, y la experiencia de los sujetos. Ambos trabajos, en diálogo con la vertiente gramsciana donde abrevan los EECC, si bien con acentos diferentes, le atribuyen un lugar importante a los procesos de circulación comunicacional-cultural, y marcaron la preocupación por la cultura popular-masiva, que pasó a ocupar un lugar central en la agenda porque enfocaba los nuevos sujetos de la ciudadanía reconquistada (Grimson y Varela, 1999). A ese paso, la institucionalización de un campo denominado de CyC ya no se detuvo, no tanto alimentado por los estudios surgidos al calor de las primeras experiencias de las democracias de masas,9 como por el ‘gran paraguas’ de los EECC que le dio buena parte del sesgo ‘culturalista’ que todavía hoy ostenta (Mattelart, 2011).
Paralelamente, uno de los principales méritos -y desafíos- recuperados a partir del trabajo de algunos de los más importantes representantes de los EECC británicos, fue la puesta en valor del estatus de “objeto de estudio” de una serie de “objetos menores” donde caían los medios masivos y alternativos de comunicación, la literatura popular y masiva, la recuperación de zonas de la(s) memoria(s) de la radio, el cine o el teatro popular, la reconstrucción de producciones musicales ligadas al consumo popular y masivo, el deporte y su consumo masivo, la historieta, entre otros. Desde luego, había antecedentes para esta valorización de objetos en los estudios sobre sociedad y cultura vernáculos, fundamentalmente a través de la pionera figura de Jaime Rest y del grupo conformado por Aníbal Ford, Jorge Rivera y Eduardo Romano.10 Lo cierto es que el foco sobre lo que estos mismos intelectuales denominaban literaturas marginales fue más allá de la instalación de nuevos objetos de estudio: el gesto fue acompañado, como no podía ser de otra manera, por una reflexión epistemológica sobre las modalidades específicas de análisis que estos objetos exigen, junto con un reclamo por escapar de las perspectivas legitimistas (Grignon y Passeron, 1991). Por otro lado, la propuesta de estos autores se acercaba al punto de vista de los EECC toda vez que colocaban los análisis de contenido en el marco de los contextos de producción: la apuesta fuerte consistía en vincular los géneros populares con la sociedad de masas, las transformaciones tecnológicas y las posibilidades empresariales de ampliación de los públicos. En el área de CyC, estos aportes confluyeron con los de Heriberto Muraro, Eliseo Verón, Héctor Schmucler o Margarita Graziano, por nombrar solo algunos.
En conjunto, la recuperación post-dictadura de estas tradiciones a mediados de 1980, tras largos años de oscuridad y censura de las líneas impulsadas unas décadas atrás, sumado a la difusión de autores clave de los EECC británicos, implicó la definitiva colocación histórica del sub-campo CyC, logrando una legitimación abarcativa de preguntas y problemas que articularon y actualizaron los aportes de los precursores. No obstante, a pesar de la apropiación in toto de la perspectiva culturalista gramsciana, así como de la refundación o recuperación de los objetos “menores” para producir conocimiento socialmente relevante, el área de CyC proseguía con su voluntad de construcción de un campo epistémico con legitimidad propia y límites genuinos. Por un lado, la intersección EECC/CyC no era -no es- evidente;11 por el otro, en el necesario gesto de construir su legitimidad, el derrotero de la CyC fue discriminándose tanto de la crítica cultural como de la sociología de la cultura.
Pero la circulación de textos de este primer momento requería una revisión razonada de los aportes que conformaban el campo emergente de la Comunicación. A la línea de Punto de Vista-CEAL -acaso la más conocida- se sumaban también otras tres iniciativas editoriales que incidieron profundamente en los debates del período: las revistas Lenguajes (1974-1980), que respondía a una línea semiológica, con un comité editorial integrado por Juan Carlos Indart, Oscar Steimberg, Oscar Traversa y Eliseo Verón; Comunicación y cultura (1973-1985), dirigida por Héctor Schmucler y Armand Mattelart, que ponía el acento en los aspectos socio-políticos de los contextos de la comunicación; y Crisis (1973-1976, dirigida por Eduardo Galeano revista en la cual Aníbal Ford, Eduardo Romano y Jorge Rivera escribían con asiduidad, que presentaba una perspectiva asociada a la reivindicación de la cultura nacional y popular. Todas tenían cada una a su modo un peso propio sumamente significativo para la CyC. Por eso mismo se imponía entonces un gesto de convergencia que agrupase, no sin discriminar las diferencias, todos los afluentes.
El momento de la expansión editorial y de la crítica
En ese marco, es posible identificar un segundo momento en la relación entre los EECC y la CyC asociado a la emergencia de empresas editoriales que tuvieron una fuerte repercusión en términos de la creciente solidez del área. Estos emprendimientos surgen a mediados de 1990, en el contexto del menemato -como se conoce al período de gobierno de 10 años de Carlos Menem- y sus políticas privatizadoras de las empresas públicas que se desarrollaba en paralelo a la fuerte emergencia de movimientos sociales. Junto con ello, en el plano comunicacional-cultural, se observaba una suerte de hegemonía de la “televisión basura” -sintagma con el que se suele denominar a lo que se califica como degradación de los contenidos televisivos-. A los fines de desmenuzar estos gestos editoriales, señalaremos solo aquellos que permitan mantener el criterio de ponderar la articulación no necesaria entre CyC y EECC.
La revista Causas y Azares. Los lenguajes de la comunicación y la cultura en (la) crisis, hace su aparición en 1994. El título representa una suerte de homenaje, y entonces, de voluntad de reconciliación, a las tres revistas de crítica cultural mencionadas más arriba que habían tenido auge en décadas anteriores, cada una presentando un énfasis especial sobre una línea de investigación: Lenguajes, Comunicación y Cultura y Crisis. Se editaron solo siete números de Causas y Azares entre mediados de 1994 y finales de 1997. Impulsada por Carlos Mangone, Mariano Mestman, Alejandro Grimson y Ernesto Lamas,12Causas y Azares procuró dar cabida en sus páginas a varias líneas teóricas y de investigación que de algún modo alimentaban y daban forma al sólidamente emergente campo de CyC (Arte y Política, Antropología y Comunicación, Comunicación Alternativa, Estudios Semióticos, por ejemplo). De hecho las entrevistas publicadas en esos siete números dan cuenta de la voluntad del equipo editorial de superar y actualizar las disputas de las décadas de 1960, 1970 y 1980, y simultáneamente de consolidar el gesto de institucionalización del campo. Para ello congregaron las voces de representantes de diferentes perspectivas: Héctor Schmucler, Néstor García Canclini, Eliseo Verón, Armand Mattelart, Aníbal Ford, Beatriz Sarlo y Pierre Bourdieu. Como mencionamos, estas líneas representaban no solo nutrientes clave del campo CyC (semiótica, cultura y sociedad, economía política de la comunicación) sino que, además, formaban parte de una propuesta de repensar los límites, los alcances, las potencialidades y, en consecuencia, la membresía de temáticas y objetos de estudio al campo de la CyC con un repertorio teórico renovado.
Dentro del conjunto de contenidos que se postulaban en Causas y Azares para obtener la “membresía” en el campo, me interesa destacar especialmente los aportes a la difusión y revisión en clave local y comunicacional de los EECC, que es el objeto de este trabajo, y particularmente los esfuerzos por traducir y difundir textos inéditos de sus representantes más notables, como Raymond Williams, Stuart Hall, Lawrence Grossberg, Ien Ang, entre otros, como lo hiciera Punto de Vista a fines de 1980. No casualmente, el dossier del primer número de la revista (1994) estuvo dedicado a los “Estudios Culturales ingleses”. Presentaba una introducción al dossier, tres traducciones y un artículo local.13 En el número 3 (1995) aparece un trabajo de Raymond Williams y Nicholas Garnham14 donde postulan la posibilidad de tomar en cuenta a la teoría bourdieuana para superar cierta visión tradicional del marxismo presente en los EECC. Raymond Williams es nuevamente traducido en el número 4 (1996) con su “La tecnología y la sociedad”; y en el número 6 (1997) re-aparece Stuart Hall con “La relevancia de Gramsci para el estudio de la raza y la etnicidad” en el marco de un dossier sobre Nacionalidad y etnicidad. Finalmente, en el sexto número (1997) se publican dos artículos que resultaron seminales para los debates sobre la relación entre la economía política de la comunicación y los EECC.15
En el contexto de circulación de Causas y Azares, también desfilaban otras lecturas relacionadas, directa o indirectamente, con los EECC. En 1993 se publica el trabajo de Silvia Delfino, La mirada oblicua: estudios culturales y democracia, una compilación de artículos variados tanto de académicos locales como de traducciones hasta ese momento inéditas en castellano como por ejemplo “Codificar/Decodificar”, de Stuart Hall.16 Un año antes Oscar Landi había publicado su Devorame otra vez (1992); Beatriz Sarlo hizo lo propio en 1994 con su Escenas de la vida posmoderna, y en 1996, salió su Instantáneas. Con estos pocos ejemplos queremos señalar que el contexto de circulación e intercambio de ideas parecía ser uno en el cual las reflexiones sobre la cultura, y particularmente sobre los medios de comunicación en la cultura, y más específicamente sobre la televisión, exigía no solo difundir ideas oxigenantes en el ámbito de la comunicación que renovaran las teorías sobre la manipulación, sino, además, junto con traducciones de los clásicos, promover la propia producción intelectual sobre, así como la difusión de, las problemáticas mediáticas.
A partir del cambio de siglo, la Argentina también fue testigo de emprendimientos editoriales sistemáticos que permitieron ampliar el repertorio de lecturas, incrementando el surtido de revistas con libros, a fin de comenzar a armar una biblioteca de CyC en castellano. Al igual que los ejemplos anteriores, la apuesta tenía que ver con hacer circular trabajos relacionados con la Comunicación en lenguaje vernáculo, tanto a través de traducciones propias de autores que proseguían trabajando en la línea de los EECC pero que eran poco conocidos localmente, como de producciones regionales de investigadores dedicados a la CyC. En ese marco, la editorial Norma publica quince títulos para su colección de “Sociocultura y Comunicación”.17 Y Amorrortu lanza su catálogo “Comunicación, cultura y medios” que, bajo la dirección de Aníbal Ford publica dieciocho libros.18 Y si bien la producción fue, acaso, despareja, los títulos fueron cruciales para el desarrollo posterior del área e inclusive algunos se expandieron por fuera de los límites del campo de la CyC, como por ejemplo la compilación de Du Gay y Hall (2003). El artículo de Hall “¿Quién necesita identidad?”, que propone tomar distancia de los sesgos esencialistas para reconceptualizar “identidad” de modos relacionales incorporando su exterior constitutivo, mantiene una vigencia que lo hace estar presente, aún hoy, en programas de cátedra de disciplinas como la sociología, la psicología, la antropología o las artes.
En su recorrido, este momento es crucial porque el campo de la CyC se vio fortalecido por la superación del modelo informacional-tecnológico por el del reconocimiento cultural, lo cual supuso desplazar el análisis desde la producción de los mensajes hacia el campo de la cultura y la vida cotidiana y hacia los conflictos que articulan la cultura y la hegemonía. Superado el debate acerca de la pasividad o actividad del receptor, es reemplazado por un consenso “en torno a la revalorización de la capacidad de los receptores -populares- para construir sentidos diferenciados a los propuestos por la cultura hegemónica” (Grimson y Varela, 1999: 69). Paralelamente a esta dinámica expansiva, o acaso como su correlato, este momento también está marcado por fuertes debates, tanto de corte teórico como metodológico, en relación con las investigaciones de Morley (1996) y de Silverstone (1996) sobre audiencias y recepción de televisión. A la vez, se asiste a un relegamiento académico de la categoría “cultura popular” como objeto de estudio (Alabarces, 2008), siendo desplazada por conceptualizaciones que parecían menos problemáticas como el de “sociedad civil” o “consumidores” (García Canclini, 1995). El fortalecimiento del campo de CyC fue el resultado de un proceso necesario de discriminación respecto de áreas concurrentes; de sofisticación de los repertorios teóricos; de ajuste de herramental metodológico; y de especificación de los objetos de estudio. Aún con discusiones, convergencias, divergencias y desbordes, lo cierto es que este segundo momento fue el de la consolidación de la relación entre Comunicación y EECC, produciendo renovaciones que simultáneamente tomaban las líneas más poderosas de los EECC británicos y sumaban sesgos localistas. Y si bien estas producciones fueron limitadas en cuanto a cantidad, las prácticas de investigación concretas que se realizaron en esta línea aportaron nuevos modos de pensar algunas de las categorías ordenadoras de los EECC y de la premisa de una teoría sin garantías, entendida como trabajo crítico sobre los procesos culturales donde prima “una negativa a cerrar el campo, controlarlo y, al mismo tiempo, una determinación de tomar ciertas posiciones y argumentarlas” (Hall, 2010: 52). Ni estas modificaciones fueron sencillas -ni tampoco, como se mencionó, masivas-, ni se adaptaron dócilmente a los profundos cambios de las agendas académicas. Lo cierto es que, sobre el final de este momento se fueron consolidando algunas líneas de trabajo, no todas convergentes, sobre las cuales trata el siguiente apartado.
Los EECC y el campo actual en CyC
Al revisar las perspectivas fundacionales, tanto británicas como locales, se advierten zonas de debates e intercambios que ubican la articulación política-cultura, núcleo duro de los EECC, en tensión. Si a mediados de 1980, con la democracia argentina recuperada, conceptos como hegemonía, cultura, democracia, desarrollo habían sido objeto de debate teórico, a comienzos del siglo XXI la capacidad de este arsenal conceptual para explicar totalidades, y, más aún, heterogeneidades sociales, fue puesta en duda. Una acumulación de investigaciones de corte empírico recorrió la totalidad del campo dedicado a los análisis socio-culturales, entre ellos, el de la Comunicación.
En esta área se produjo un crecimiento y estabilización de equipos de investigación, docencia y labor profesional, dedicados a zonas cada vez más delimitadas de prácticas investigativas y/o de intervención. A sabiendas de que toda clasificación es arbitraria, puede decirse que, por un lado, se afianzaron grupos dedicados a la Economía Política de la Comunicación, con cátedras en varias universidades, formación de recursos humanos e investigaciones robustas que impactan incluso en el exterior y que han sabido dar la batalla en relación con los desafíos de la implementación de legislación sobre un sistema de medios democrático.19 Paralelamente, mantuvieron su vigencia y fortaleza grupos de investigación entregados a los análisis semióticos y los cambios socio-culturales producto de las nuevas tecnologías. A la par, se fue delineando una perspectiva cercana a una suerte de “filosofía de la comunicación” cuyos interrogantes centrales refieren a la construcción de subjetividades en el marco de las denominadas sociedades posmodernas. Si bien estas líneas se acomodan dócilmente a la programática actual de la Comunicación, el punto de debate aquí está relacionado con la textura de los vínculos entre las líneas mencionadas y la perspectiva de los EECC. Simplificando mucho, se argumenta entre otras cuestiones, que es urgente re-conciliar la línea de la economía política con la vertiente “culturalista” de los EECC (Mattelart, 2011), a la vez que es necesario establecer nodos que articulen los análisis textualistas con la indagación de la vida cotidiana de los sujetos (Rodríguez, 2011), y por otra parte se critica a aquellos estudios que tienden a producir una sobre teorización de los procesos de fragmentación subjetiva con escaso respaldo empírico (Grüner, 2016; Ford, 1999).20
No obstante, en términos de la relación de los EECC con la Comunicación, que es el objeto de este artículo, existe otro conjunto de investigaciones de CyC que mantiene vínculos teóricos con aquellos, aunque sus investigaciones y prácticas de docencia los coloquen en los bordes de la Comunicación. Mi argumento en este sentido es que la programática actual de la Comunicación en Argentina, está virando a una cierta “disciplinarización”; mientras que los EECC no son ni una disciplina, ni un campo, ni un conjunto de objetos sino un “espacio de articulación entre disciplinas” (Castro Gómez, 2001:238). Y por ende, la focalización de los análisis que ponen de relieve las relaciones entre los discursos públicos (mediáticos o no), las formaciones culturales históricamente constituidas, y las experiencias de los sujetos en su vida cotidiana, requieren un abordaje transdisciplinario que incorporen perspectivas teóricas provenientes de la antropología, la historia, la sociología y/o los estudios visuales, y que adopten simultánea e integradamente abordajes etnográficos, historiográficos y/o semióticos para sus investigaciones. Aunque la convivencia dentro de la Comunicación es pacífica, estos “anfibios” son, en mi opinión, quienes mantienen vivos los vínculos con los EECC, dado que se enmarcan en la propuesta general de reconstruir la especificidad de prácticas, representaciones y discursos que, si bien en la superficie no presentan correspondencia entre sí, o que se manifiestan en torno a procesos que no surgen en el mismo momento o desde la misma raíz que constituyen, son, sin embargo, parte de una unidad articulada (Hall, 1994).21 Dadas las restricciones de longitud de este escrito, de entre las diversas líneas de atención teórica que estos estudios de CyC y sus diálogos transdisciplinarios ofrecen actualmente a la reflexión, mencionaré solo algunos de los aportes teóricos que personalmente considero más significativos. Esta (arbitraria, va de suyo) selección es el resultado de la ponderación de dos criterios combinados: la vinculación de estas investigaciones con los estudios en Comunicación, y las argumentaciones que surgen de la perspectiva de los EECC consistente en evadir la comodidad de adaptar los hechos a la teoría, para producir, por el contrario, permanentes forcejeos entre ambos. Presento, entonces, una descripción somera de estos aportes críticos.
Uno de los más interesantes es la transposición de la categoría de interseccionalidad (Crenshaw, 1989) al ámbito específico de los estudios en Comunicación. Para los análisis sociológicos que ponen énfasis en la interseccionalidad, Lugones (2005) propone realizar un doble desenmascaramiento: en primer lugar uno que señale el entrelazamiento de dimensiones a fin de reconocer las categorías intervinientes; y en segundo lugar otro que genere un pasaje de la lógica interseccional -que contiene una presunción de exterioridad- hacia una lógica de la fusión que reponga la inseparabilidad lógica de raza, sexualidad, género y clase, destruyendo así, en ese gesto, la propia lógica categorial. En el campo de los Estudios Visuales en el cual Sergio Caggiano (2012) se interna para analizar las alteridades de raza y etnia vernáculas, la apropiación crítica de la categoría de interseccionalidad utilizada por este investigador responde, precisamente, a la convicción de que las imágenes condensan una fusión que está asentada, previamente, en el sentido común visual. Esta versión crítica de la categoría es retomada por Mariana Álvarez Broz y María Graciela Rodríguez (2014) en relación con la representación televisiva de la disidencia sexo-génerica y ampliada por Álvarez Broz (2017) cuando propone su reemplazo por la categoría de articulación.22
Otro aporte interesante surge de los desarrollos en torno a Estudios de género en el ámbito de la Comunicación, sobre todo aquellos que analizan los consumos culturales que las mujeres realizan de los productos de la industria cultural. Especialmente relevante para el criterio seleccionado -que combina, como se mencionó, la pertinencia al campo de la Comunicación y la perspectiva de los EECC- es la producción de Carolina Spataro (2010, 2011, 2013 a y b) y también sus trabajos con Carolina Justo von Lurzer (2016) y con Malvina Silba (2008). Con el objetivo de indagar sobre la configuración de feminidades en el cruce con los consumos culturales populares, hay allí un esfuerzo sostenido por relativizar las categorías utilizadas tradicional y acríticamente para analizar los consumos culturales de las mujeres. Las reflexiones cuestionan el sentido común académico, e incluso el de ciertas posturas feministas, que suelen subestimar esos consumos como “posibles disparadores de placeres, fantasías y juegos identitarios diversos”, advirtiendo que las imputaciones analíticas derivadas de esa subestimación obturan “la posibilidad de entenderlos como objetos sociológicamente relevantes para el estudio de feminidades contemporáneas” (Spataro, 2013a:1). Asimismo, la producción sobre juventud desde una perspectiva de género de Silvia Elizalde (2011, 2014, 2015, entre otros), así como su trabajo junto con Karina Felitti (2015), recorren tanto espacios cotidianos como mediáticos. En ese cruce, invitan a producir reflexividad sobre la necesidad de instaurar un análisis relacional en torno del género; evidenciar las tramas complejas que sostienen las representaciones mediáticas, y evitar, de ese modo, tanto la universalización de lo masculino como la mirada exclusiva sobre las mujeres.
Asimismo, las investigaciones sobre espacio y territorio en relación con las espesuras del sentido común mediático, también permiten iluminar los vínculos de la Comunicación con los EECC y los aportes teóricos y metodológicos sobre la temática. Las densificaciones de estos aportes, surgidos del cruce entre análisis de productos comunicacionales y abordajes etnográficos, son claves para sofisticar las teorías que desgranan la producción de desigualdad(es), ubicando a las representaciones mediáticas como partícipes de un sentido común que se vuelve clave de interpretación en las regulaciones comunes del espacio urbano. La importancia de estos estudios es que ponen en tensión la ligereza de ciertos análisis que, al hablar de visibilidad, aceptan implícitamente que se trata de un logro y/o de la obtención de un derecho, sin advertir que esto no siempre indica un reconocimiento social orientado a la igualdad (Rodríguez, 2019). En efecto: la mirada externa (de los medios, de “los vecinos”, de la policía) va cargando históricamente a los sujetos y a los espacios subalternizados con tematizaciones conflictivas, lo que lleva a que ciertos sujetos pierdan el derecho al anonimato (Galimberti y Segura, 2015). En este sentido, las investigaciones de Mauro Vázquez (2011, 2013 a y b) y de Bárbara Mastronardi (2016) reconstruyen el régimen de visualidad mediática ligado a retóricas, modalidades enunciativas y géneros discursivos de modos específicos y situados. En esta disputa, la articulación entre las configuraciones territoriales y las dinámicas políticas y comunicacional-culturales (como la visibilidad), resulta a veces ser complementaria y otras veces contradictoria. En términos de interrogantes, la pregunta sobre la intersección de dimensiones de la diferencia y la desigualdad se presenta crucial, porque exige reponer “la historicidad de las categorías de clasificación social y su vínculo con estructuras y relaciones específicas” (Caggiano y Grimson, 2010: 28).
Conciente del riesgo de que la (arbitraria) selección realizada haga enfadar a colegas que no estoy mencionando, quiero dejar asentado que existe una enorme producción de investigaciones que podrían entrar bajo los criterios señalados, es decir, la vinculación con los estudios en Comunicación y la reflexividad, propia de los EECC, sobre el uso de una teoría contextuada, sobre los que, lamentablemente, no puedo profundizar. Estudios sobre historia socio-cultural de los medios y sus públicos; el fotoperiodismo y sus vínculos con la memoria; los sentidos culturales de la nación; los circuitos del activismo artístico; el deporte y las masculinidades; entre muchos otros, son aportes que se corresponden con el proyecto de EECC en los términos de analizar procesos culturales concretos ligados a discursividades y prácticas que tanto atraviesan soportes textuales como transcurren en la vida cotidiana. Las prácticas investigativas que trabajan bajo estas premisas prestan atención tanto a las condiciones materiales como a la conformación colectiva de sentimientos, ideas y sentido común que organizan la ‘conciencia empírica’ de un grupo social. Este aparataje conceptual es un insumo crucial para renovar los estudios en CyC, complementando los análisis textuales con datos demográficos y abordajes etnográficos que reconstruyan la manera en que esa cultura pública (Ortner, 2016) interactúa con las personas de carne y hueso.
Mapeando un camino
Me propuse, en este trabajo, recorrer un camino que reconstruyera la relación entre los EECC y el campo de CyC. Aun reconociendo mis propias limitaciones y/o decisiones argumentales, mi objetivo fue producir una breve historia de esa relación, atendiendo a las distintas dimensiones que se fueron poniendo en juego: las vicisitudes del primer momento, asociadas al retorno, en Argentina, de las condiciones de posibilidad (sociales, políticas, académicas, intelectuales) para el desembarco de los EECC tras el “apagón académico”, y la apropiación de la perspectiva por parte del campo de CyC; el momento expansivo, de la mano de una serie de emprendimientos editoriales que permitieron, por un lado, comenzar a vincular críticamente la perspectiva con los desarrollos de análisis locales y, por el otro, consolidar la legitimidad de la Comunicación; y un tercer contexto, el actual, al que personalmente considero atenazado por una tendencia a la profesionalización de la Comunicación pero que no obstante presenta un carril relevante que mantiene la vigencia de los EECC como modo de pensar críticamente la articulación entre cultura y política.
Estimo que la cultura presenta tantos desgarros como coherencias, y en ambos casos se trata de articulaciones contextuadas, anudadas a distintas series histórico-culturales. La especificidad del proyecto de los EECC se centra en su contextualidad, y las preguntas de este tipo de mirada tienen que ver, concretamente, con las relaciones constitutivas de la sociedad, el poder y la cultura, con los modos en que la dimensión cultural articula los sentidos comunes, con las dinámicas de la hegemonía en su especificidad contextual. En suma, se trata de una perspectiva de la Comunicación no mediocéntrica sino humana y socialmente relevante, centrada en los diálogos culturales y en las posiciones disimétricas desde los cuales se producen. Esto hace muy interesantes a los estudios que ponen en conjunción afluentes disciplinarios y de abordaje diversos, porque se atreven a pensar los modos concretos de averiguar cómo los sujetos intervienen en la constitución de la vida social; y cómo construyen formas de resolución de los avatares a los que los exponen las incertidumbres que parecen repetirse y perpetuarse persistentemente en la historia de la Argentina.
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Notas