Resumen: Este artículo sintetiza una serie de prácticas educativas expandidas de la ciudad de Medellín, Colombia. Se divide cuatro apartes. Primero, se define el término de práctica educativa expandida. Segundo, se exploran una serie de iniciativas locales que podrían entrar en esa categoría. Tercero, se introducen otros dos conceptos similares cercanos a estas prácticas. Cuarto, se presentan las conclusiones de este recorrido.
Palabras clave:Educación expandidaEducación expandida, cultura digital cultura digital, laboratorios ciudadanos laboratorios ciudadanos, prácticas artísticas colaborativas prácticas artísticas colaborativas.
Abstract: This paper summarizes a series of extended education practices in the city of Medellín, Colombia. Four main issues are presented as follows: First, the concept of expanded education practice is defined. Secondly, we explore some local projects which might be considered as expanded education initiatives. Then, two other related concepts are introduced. Finally, we share some conclusions regarding this research path.
Keywords: expanded education, digital culture, collaborative art practices, citizen labs.
Una revisión de prácticas educativas expandidas de la ciudad de Medellín*
Recepción: 11 Noviembre 2016
Revisado: 15 Febrero 2017
Aprobación: 23 Abril 2017
La educación expandida es un término no posicionado en la academia y sin pretensiones normativas o prescriptivas. Es más una idea provocadora de origen festivo y una invitación a reflexionar sobre la educación en el contexto de la cultura digital, que un esquema ordenado o modelo funcional que se pueda aplicar a rajatabla en diversos escenarios educativos. Por ello, las diversas definiciones que se han ofrecido al respecto son tentativas, deliberadamente flexibles y siempre predispuestas a las reelaboraciones. Para la muestra, basta leer las propuestas por Freire (2012), Díaz, Gil & Jiménez (2010) y Fonseca Díaz (2011) para ver la multiplicidad de matices al respecto.
Para efectos expositivos, nuestra postura, fruto de remezclar esas ideas y la experiencia en campo, entiende que las prácticas expandidas se caracterizan por i) considerar aspectos de la educación no formal e informal; ii) reciben un influjo marcado de la denominada cultura digital; iii) promueven dinámicas interdisciplinares, particularmente del ámbito de las artes y las ciencias; iv) apuestan por iniciativas públicas abiertas a la ciudadanía; v) tienen un carácter marginal, periférico y representan en diversas ocasiones la antípoda de la formal y reglado; v) abogan por lo participativo, procesual, experiencial antes que lo magistral, los productos y lo artificial (Uribe Zapata, 2015).
Por las razones que se mencionaron al principio, los escasos ejercicios de revisión que se han hecho al respecto se han basado preferencialmente en la experticia de los autores antes que en una revisión de literatura académica ya que el concepto y las prácticas de educación expandida no tienen vasos conductores a una tradición universitaria fácilmente reconocible, tampoco a un corpus teórico claramente delimitado y en suma se trata de un término marginal sin posicionamiento en los círculos universitarios a pesar de ser acogido, de manera implícita y explícita, por una serie de iniciativas variopintas.
Sin embargo, el problema que se deriva de lo anterior es que hay prácticas que no han aparecido en las diversas revisiones. Sin ser minuciosamente exhaustivo, a nivel internacional se puede mencionar el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB)[2] y su aparte específico en su página web dedicado a la educación expandida[3] o la red internacional de Arts Collaboratory[4] que se enfoca en prácticas artísticas, procesos de cambio social y trabajo con comunidades más allá del campo del arte. A nivel latinoamericano, se podrían mencionar los proyectos presentes en tres intentos recientes de cartografía, algunos en marcha todavía, que ilustran, por una parte, lo complejo que resulta identificar estas prácticas cada vez más recurrentes y, por otra parte, el creciente interés que despierta este ejercicio de caracterización. Hablamos de los mapeos colaborativos que se trataron de realizar hace poco en Brasil en el marco de un proyecto denominado RedeLabs[5], los que vienen realizando un grupo de personas cercanas al movimiento maker y hacker alrededor del mundo denominado Grupo Ananse[6] y el ejercicio liderado en la actualidad en diversas ciudades iberoamericanas por el Vivero de Iniciativas Ciudadanas (VIC)[7] con la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB)[8] en convenio con diversas entidades locales.
En todos los casos se emplearon categorías similares pero distintas. Redelabs se enfocaba en laboratorios experimentales de cultura digital ubicados en Brasil; el Grupo Ananse discrimina en categorías tan amplias y abarcantes tales como espacios tecnológicos alternativos, biohacklabs, clusters de innovación, festivales o eventos, fab labs, galerías, hubs, espacios de incubación, makerspaces/hackerspaces y lugares ecológicamente sostenibles; mientras que el mapeo voluntario y autogestionado del VIC incluye temáticas que van desde el Arte Urbano y la Cultura Libre, pasando por la Economía Colaborativa y la Movilidad Sostenible, hasta la que nos interesa, a saber, Educación Expandida. En cualquier caso, lo precedente ilustra que hablamos de cientos de iniciativas ausentes en revisiones previas que no tendría sentido copiar y pegar acá.
Este escenario conduce a una aporía: se acepta la importancia de reconocer diversas prácticas educativas expandidas no inscritas en la literatura académica, pero en simultánea se reconoce la imposibilidad de caracterizarlas sin margen de error debido a que no hay una matriz de valoración rígida para las mismas. Como bien decía Freire (2012), este tipo de iniciativas ya existen así reciban otro nombre y quizás la única utilidad de un ejercicio de identificación de prácticas y estrategias de este corte sea el de ponerlas como contraejemplos de lo que pasa en la esfera educativa formal en el sentido que hay fuentes de aprendizaje más allá de la escolaridad y formatos pedagógicos que se alejan de lo habitual.
En nuestro caso, muchísimas prácticas educativas, incluso en ámbitos formales escolarizados, cumplirían con varios de los supuestos requisitos mínimos mencionados líneas atrás (hibridez entre lo no formal e informal; ethos de la cultura digital; conexión con otras disciplinas; carácter público y contestatario; naturaleza satelital y periférica; concepción participativa, experiencial y política de lo educativo). Empero, al no existir una categoría unívoca inmune a la polémica, tales iniciativas resultan difíciles de rastrear por ubicarse en los márgenes, tener una naturaleza esporádica y excesivamente contextual y ser catalogadas de múltiples maneras (laboratorios, colectivos, talleres, iniciativas ciudadanas, makerspace/hackerspaces, entre otros).
El ejercicio que sigue adolece de ese, si se quiere, problema: será contextual, circunscrito a la ciudad de Medellín, y atado a esta temporalidad, digamos año 2016. Aunque esto último puede sonar banal, es preciso recordar que muchas de estas iniciativas, por su propia naturaleza, podrían estar inactivas o mutar en el futuro cercano. De hecho, eso fue lo que pasó con las reseñadas en otras revisiones (Díaz & Freire, 2012; Fonseca Díaz, 2011).
Como se ha insinuado, el proyector de la acá denominada educación expandida no está en la escolaridad en general ni en las admiradas, necesarias y crecientes iniciativas de esa inmensa minoría que algunos autores denominan profesores INprendedores (Lara, 2011), esto es, actores de cambio inscritos en el sistema pero con deseos de poner en tensión las bases históricas, metodológicas y organizativas sobre los que se erige la lógica escolar. Más bien, esta denominación de expandida aplica mejor para enmarcar iniciativas que tienen una filia con lo que Lafuente y Lara (2013) llaman aprendizajes y prácticas procomunales; laboratorios ciudadanos (Ballon, Pierson, & Delaere, 2005; Westerlund & Leminen, 2011); prácticas de activismo cultural y resistencia desde la perspectiva de los movimientos del software libre y de código abierto (Medina Cardona, 2016), y nosotros prácticas educativas expandidas.
Hay dos publicaciones en Medellín que han recogido varias de las iniciativas ciudadanas e institucionales que se han llevado o se están llevando en la ciudad al tiempo que reflexionan sobre diversas temáticas asociadas a la cultura digital, el arte, el activismo, entre otros. Tales publicaciones no nacieron en la academia y son prácticamente invisibles para los espacios de consulta paradigmáticos de la escolaridad universitaria formal. Así, tales publicaciones, que tienen un marcado espíritu fanzine, entrarían en el terreno de la literatura gris, esto es, referentes que circulan preferiblemente por internet pero no por canales comerciales tradicionales (librerías, por ejemplo) o académicos en un sentido universitario (bases de datos, por ejemplo). Para un externo a cualquier campo del saber, como es nuestro caso, esta literatura presenta serios problemas de acceso ya que su producción es limitada, está dirigida a un público específico y no siempre se ciñe a las normas de control bibliográfico.
La primera publicación es labSurlab + Co•operaciones[9] (Jaramillo Vélez & Duque, 2012). Allí se habló sobre labSurlab, un encuentro que se realizó primero en la ciudad de Medellín en el año 2011 en el Museo de Arte Moderno (MAMM) y un año después en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito[10], en Ecuador. El objetivo era crear una red de laboratorios de medios (medialabs) pero con sabor e identidad iberoamericana, poner en tensión esos términos inicialmente extranjeros (léase labs, medialabs, entre otros), rescatar formas de nombrar más cercanas al sur, consolidar lazos entre personas y colectivos que estaban trabajando temáticas similares alrededor del arte, la tecnología y la comunidad, y reflexionar sobre la tecnología y sus usos a través de procesos de experimentación contextualizados y focalizados. Para ello participaron artistas, activistas sociales, diseñadores, entre otros; se creó un mapa[11] de América del Sur y Centroamérica con iniciativas asociadas a temas de tecnología, arte, diseño, entre otros; y se generó a nivel de ciudad un grupo de trabajo denominado Co•operaciones. Aunque asistieron personas y colectivos de diversas partes de Iberoamérica, e incluso Europa y Estados Unidos[12], se pondrá el acento en los actores locales no institucionales que participaron de aquel evento, en concreto Platohedro[13], Un/Loquer[14], ConVerGentes[15], Telecentro Amigos Unidos[16], MAMM[17], Museo de Antioquia[18] y Centro Cultural de Moravia[19]. En las notas al pie se sintetiza cada iniciativa y se subraya cuáles están inactivas.
La historia de cómo nace este encuentro es llamativa. En Madrid, en el 2010, se estaba realizando LABToLAB[20], un encuentro que alberga a cuatro organizaciones europeas[21] que se consideran a sí mismas laboratorios de medios, o Medialabs. Entre los invitados, estaban dos colombianos, Alejo Duque y Alejandro Araque, que decidieron tomar riendas en el asunto cuando en el evento se empezó a hablar de precarización, una idea que entraba en conflicto con lo que se estaba viviendo en el propio evento (espacios cómodos, comidas, cervezas e incluso un cocinero particular), lo que ellos veían por sus experiencias de vida en Europa y la realidad opuesta que viven miles de iniciativas en contextos latinoamericanos. En concreto, sobre todo en el caso de Colombia, la ausencia de lugares físicos estables para la realización de reuniones y la necesidad de tener que buscar alternativas económicas de comunicación apoyadas en la red tales como canales de chat soportados en protocolos IRC y listas de correo. Opciones éstas que incluso son accesibles para una capa reducida y relativamente privilegiada de la población en nuestro continente. Por ello, esa misma noche, decidieron crear una red social en N-1[22] (Apprich, Berry Slater, Iles, & Lerone Schultz, 2013), un servicio que actualmente se encuentra inactivo y que tuvo su apogeo durante el movimiento ciudadano #15M, en España.
La segunda publicación, que es en cierta forma una continuación del anterior pero con un énfasis incluso más local, es MedeLab[23] (Rojas & Bejarano, 2014). Allí se rescatan las prácticas recopiladas a finales del año 2013 en el marco del evento que lleva el mismo nombre y cuyo subtítulo era Laboratorios Creativos en Red. En general, se sintetizan una serie de iniciativas, tanto institucionales, transversales o augestionadas, que entrecruzan el arte, lo comunicativo, la tecnología, lo colaborativo, lo social y lo comunitario. Estas prácticas emergentes, que enfatizan el rol de lo ciudadano y la innovación de base social, se erigen como alternativas frente los discursos imperantes de la economía, la educación, la política y la cultura digital de corte capitalista. A nivel de ciudad, basta con ver la cantidad de iniciativas ciudadanas que se han creado, fortalecido y consolidado con el paso de los años: redes de todo tipo (bibliotecas, música, literatura, jóvenes, etc), colectivos ciudadanos de diversa índole, nuevos espacios para la música juvenil, programas institucionales e independientes que promueven la apropiación tecnológica desde diversas aristas, centros culturales en puntos variados y periféricos de la ciudad, museos con agendas ciudadanas activas, movimientos urbanos que promueven el uso de la bicicleta, los huertos ciudadanos y otras formas de relacionarnos más allá del mercado, medios de comunicación alternativos, residencias artísticas, iniciativas barriales de memoria y derechos humanos, entre otros.
Algunas de las iniciativas de ese evento participaron también del labSurlab, otras están descontinuadas o ya finalizadas y otras siguen activas. Quiero rescatar aquellas que se alejan de la institucionalidad formal tradicional si bien varias de las que siguen presentan una híbridez porosa díficil de categorizar. Resalto Casa Tres Patios[24], Epicentro[25], Invisible Valley[26], Parque Explora[27], Lo doy porque quiero[28], Morada Casa de las Estrategias[29], Monofónicos[30], PorEstosDías[31], Proyecto NN[32], Series Media[33] y Tricilab[34]. De nuevo, en las notas al pie se sintetizan los proyectos mencionados y se indica cuáles están inactivas.
En la actualidad, como era de esperarse, están emergiendo otros actores. Unos se configuran como colectivos con aire más informal y episódico, otros van adquiriendo una mayor estabilidad al tiempo que van desplegando su presencia en diferentes eventos de ciudad o por fuera de ésta y otras son iniciativas individuales. Subrayo dos. Una, las crecientes intervenciones de Juan Cañola[35], un joven artista digital que tiene, entre otros, un proyecto llamativo denominado Una película al AZAR[36], esto es, un dispositivo que decide, en tiempo real y de manera aleatoria, el montaje de las piezas con lo que se pone en tensión tanto el orden temporal de las secuencias de imágenes como, sobre todo, la ruta estándar al momento de elaborar un relato cinematográfico tradicional. Dos, Algo~Ritmos[37], un colectivo creado en el 2014 que trabaja la intersección entre música, códigos computaciones y programación en vivo. O sea, hacer música, aleatoria casi siempre, mientras se programa, una dinámica que en inglés recibe el nombre Live coding[38]. Con esos ejercicios prácticos, que entrecruzan lo artístico y lo tecnológico, este colectivo de jóvenes músicos, aficionados a la tecnología y simples curiosos invita a la reflexión sobre la programación, investiga e impulsa el uso de software libre, motiva procesos de formación alternativos en contextos de escuela y universitarios y promueve acercamientos menos artificiales hacia lo tecnológico.
Alejados de la comarca pedagógica[39], en los últimos años han surgido una serie de términos que buscan recoger y explicar el zeitgeist de estas prácticas. En particular, provienen del mundo de las artes y la ciencia[40]. En el primer caso, está el término de prácticas artísticas colaborativas y en el segundo el de laboratorios ciudadanos.
Estas prácticas se mueven entre el activismo, el arte y la educación (Rodrigo Montero & Collados Alcaide, 2015). Ante todo, buscan una mayor implicación con el contexto en el que se inscriben e incluso prestar atención a las necesidades concretas que allí se presentan en aras de conseguir una mejora social bien sea a través de un cambio o transformación de las personas, una mayor sensibilidad en el terreno o incluso una solución temporal a las necesidades del contexto. Históricamente, estas prácticas tienen conexión con iniciativas como las artes comunitarias (Newman, Curtis, & Stephens, 2003; Palacios Garrido, 2009; Scher, 2007); el desarrollo cultural comunitario o el desarrollo comunitario basado en artes (Sonn, Kasat, & Drew, 2002); el arte comprometido socialmente o la nueva terminología de origen anglosajón que lo abarca y es más concisa, a saber, prácticas sociales (Tuomela, 2002); y el arte público de nuevo género (Lacy, 1995). En términos más teóricos, con las estéticas relacionales (Bourriaud, 2006) y dialógicas (Kester, 2011). Con sus matices, estas ideas y propuestas teóricas rescatan la experimentación social/política basada en el diálogo al tiempo que defienden prácticas artísticas y disidentes en comunidades concretas (barrios, sitios de resistencia, lugares marginales, etc), alejadas de las bienales, galerías o museos, con el fin de generar, en la mayoría de los casos, algún tipo de cambio social y donde predominen, antes que los productos o la obra artística entendida en un sentido clásico, los procesos, el diálogo, las relaciones con el contexto, la participación activa y política. En síntesis, estas prácticas rescatan el formato de lo colaborativo y la negociación alrededor de un eje común que articula actores individuales y colectivos diversos durante un tiempo y espacio determinado. Durante ese lapso, se generan procesos sociales apelando generalmente a la dinámica de talleres y se establecen negociaciones, tensiones, capitales sociales y simbólicos, roles, conflictos, entre otros, que es menester entender.
Los laboratorios, tanto los tradicionales como los ciudadanos, son espacios donde se practica la cultura experimental, se trabaja en conjunto con otros grupos, se documenta con cierto rigor, se valida según criterios científicos y económicos, se procura promover prácticas públicas y abiertas, y se promueve el ensayo y error como paradigma de trabajo (Lafuente, 2016). En particular, en los laboratorios tradicionales, se busca crear/visibilizar hechos, controlar todas las variables posibles, evitar el azar, depurar lo aleatorio y reducir y en cierta forma simplificar la realidad para así poder gestionar fenómenos complejos. No obstante, estos laboratorios están alejados del control y la participación del público (Sangüesa, 2013).
En la actualidad, han surgido formas alternativas de la idea de laboratorio que intentan democratizar su acceso y configuración en un contexto de cultura digital. Hablamos de los Living Labs, los hacklabs y los laboratorios ciudadanos. Antes de hablar de este último, digamos algo de los dos primeros.
Los Living Labs son un tipo de laboratorio enfocado en la democratización de la innovación y de la tecnología digital. En general, la literatura estándar asocia este tipo de laboratorio con la idea de innovación abierta y éstos a su vez presentan varias similitudes los usuales laboratorios de diseño en lo que respecta a las dinámicas de trabajo que se promueven con los usuarios. Se debe subrayar que esta idea ha ido evolucionando desde un entorno en el que se observa las acciones del público o los usuarios, pasando por un proceso que involucra la participación activa de los mismos, hasta un cierto tipo de sistema de innovación (Sangüesa, 2013). Con todo, a pesar de la retórica entusiasta alrededor de esta terminología, muchas veces lo que se ve son espacios en los que predominan los participantes subyugados sin incidencia alguna en los diseños finales y con poca o nula claridad sobre los mecanismos de reconocimiento de los participantes tanto en la fase preliminar como cuando se finaliza el proyecto.
Los hacklabs, también conocidos en terminología anglo como hackspace o hackerspace, son espacios donde se encuentran personas con intereses comunes en la tecnología para realizar proyectos conjuntos o individuales. Se rescata que diversos componentes del aprendizaje constructivista toman forma en tales espacios ya que allí las personas aprenden mientras se construyen o desarman artefactos, dispositivos o programas. Si bien en sus inicios estos espacios tenían una raíz crítica y política, ya que asumían una postura contestaría frente la democratización de la tecnología, en los últimos años han privilegiado las mencionadas dinámicas constructivistas frente el aprendizaje y, en algunos casos, cierta explotación económica del conocimiento enraizada con la retórica del emprendimiento, al menos en lo que se puede observar en algunas derivas actuales asociadas al denominado movimiento maker. Pero no hay que generalizar. Aunque el rol de agencia es fuerte, los labs oscilan entre los que se inspiran en los presupuestos de la cultura abierta, tratan de crear procomunes tecnológicos y asumen un activismo desde sus prácticas, hasta los que se dedican de manera exclusiva a la fabricación de objetos digitales y físicos, se amparan en la narrativa del emprendimiento y buscan ante todo el lucro personal.
Por su parte, siguiendo en lo que sigue la reflexión de Lafuente (2016), los laboratorios ciudadanos presentan algunos matices. Para empezar, se hacen ciudadanos cuando se abren a la calle y aceptan trabajar con un material tan polémico como la experiencia ya que se le reprocha su carácter ocurrente, caprichoso, improvisado, subjetivo, parcial y fluido. No obstante, acá se rescata esta idea puesto que es i) común y por tanto todos somos expertos en aquello que nos pasa; ii) contrastable y un camino para la generación de conocimientos nuevos, colectivos y anónimos; e iii) impulsa la innovación social ya que los excluidos, marginales, periféricos, en suma, todos aquellos ausentes o alejados del relato oficial sienten y saben que están por fuera de esas narrativas y se ven impelidos a combatir esa invisibilidad. De ahí que estos laboratorios tiendan a ser lugares en los que predomina una comunidad no identitaria pero no por ello menos junta y dispuesta a sacar sus iniciativas adelante precisamente a partir de esa divergencia (Lafuente, 2016).
Otro matiz, aparte de ese énfasis hacia lo experiencia antes que lo experimental, es que un laboratorio ciudadano es un escenario de propuestas y no sólo de protestas. Antes que quedarse en el mero alegato, la diatriba elocuente o un quehacer panfletario sin correlato en la práctica, buscan en muchos casos promover soluciones efímeras ancladas a contextos específicos. En otros, visibilizar problemas, escuchar a la comunidad, evitar cualquier tipo de proscripción y acompañar a los que saben, esos expertos no formales, pero que apelan a otras formas de nombrar y hacer.
Para cerrar, los laboratorios ciudadanos también tienen una estrecha conexión con la idea de los amateurs o aficionados ya que los ciudadanos devienen en científicos no profesionales, esto es, en personas que hacen algo porque les gusta o les nace y no porque deban o tengan que hacerlo. Aunque históricamente se ha tendido a ver ese término de amateur de manera peyorativa, como aquello que le falta calidad, es de rescatar esa raíz etimológica que subraya el amar hacer algo en contraposición del profesional que profesa sobre ese algo (Lafuente, Alonso, & Rodríguez, 2013). A diferencia de los tecnocidanos, que complejizan la relación entre ciencia y sociedad y por tanto buscan poner la ciencia bajo la lupa del control público mientras adoptan una postura crítica hacia las prácticas sociales que rodea el quehacer científico, los amateurs son personas dispuestas a dejarse sorprender, atentas a escuchar lo que digan los expertos y gustosas de emular las prácticas formalizadas que encuentren más pertinentes. En cualquier caso, ambas denominaciones, amateur y tecnocidano, que no entran en principio en el campo semántico de los expertos, ilustran la capacidad que tiene la ciudadanía en su conjunto de apropiarse del conocimiento, los saberes circulantes y la tecnología más allá de su vinculación formal a una entidad pública o privada (Lafuente et al., 2013). Como bien sintetizan García y Fenández (2011),
En estos laboratorios se pone en acción por tanto un tipo de público que ya no solo quiere participar como espectador, sino que también quiere implicarse en los procesos de producción. Y este público no solo se preocupa por la producción de los proyectos en sí, sino que también se preocupa por los aspectos técnicos, jurídicos, prácticos y conceptuales de los laboratorios y por su mantenimiento material (s/p).
Más allá del término puntual, que difícilmente podrá recoger por completo la complejidad y singularidad de tales prácticas y seguramente sufrirá variaciones dependiendo del contexto y la época, nos interesan esos movimientos, iniciativas o colectivos minoritarios y resistentes que se organizan siguiendo un paradigma en red; naturalizan diversos elementos usualmente asociados a la denominada cultura digital; avalan nuevas prácticas educativas de la mano de otros actores educativos que van más allá de la figura singular del maestro; dinamitan de entrada las fronteras disciplinares; consideran inocuas las diferencias entre el afuera y el adentro; y evitan entrar en el juego de las categorías jerárquicas entre expertos acreditados y novatos.
Se había insistido que los intentos de revisión han sido hasta ahora ejercicios contextuales vinculados en demasía al momento histórico de sus autores. Este trabajo no será ajeno a ese destino. Es altamente probable que muchas de las iniciativas activas que se mencionan en este artículo no vayan a superar el paso del tiempo por razones que van desde la fragilidad institucional, pasando por la falta de financiación, hasta el simple deseo de parte de sus promotores de hacer otra cosa. Y si persisten, probablemente tendrán otro matiz.
De cualquier manera, a pesar que estos ejercicios derivan en fotografías temporales que pronto perderán su validez y no recogen todo el panorama ya que tienen un carácter sesgado porque las fuentes académicas (bases de datos) dejan por fuera muchísimas iniciativas llamativas, la experticia de cada autor lleva por rutas singulares y la literatura gris es esquiva por naturaleza; sigue siendo un ejercicio válido visibilizar esas prácticas educativas alternativas y resistentes desde el prisma externo de alguien que no pertenece a ningún colectivo pero está interesado en esas configuraciones emergentes desde lo pedagógico y lo tecnológico.
Varios conceptos, de raíz no pedagógica, han buscado acercarse al núcleo de estas prácticas desde la perspectiva de las artes y la ciencia. En el primer caso, las prácticas artísticas colaborativas, aspiran a reforzar procesos antes que productos y ponen en primer plano iniciativas que fomentan, valga la redundancia, lo colaborativo, lo artístico, la innovación social y el diálogo en comunidades concretas alejadas de las esferas museísticas, en aras de promover algún tipo de cambio social. En el segundo caso, los laboratorios ciudadanos funcionan como incubadoras de comunidades y son un ejercicio abierto donde aprendemos a vivir juntos en un marco de diferencia. Antes que fomentar otras representaciones y objetos epistemológicos de vieja data (hechos, conceptos, cosas, protocolos, etc), estos laboratorios promueven sutilmente otras maneras de componer lo anterior y de estar juntos. Con todo, esta idea es relativamente nueva y todavía en evolución. Desde una postura negativa, algunos autodenominados laboratorios ciudadanos pueden resultar ser meros telecentros o espacios de acceso digital y no de creación conjunta; ser espacios en los que la voz experta opaque por completo las de los demás o bien ser espacios explotados por las empresas. O apelando al optimismo, muchos espacios pueden cumplir varios de los rasgos señalados aunque no se nombren de esa manera e incluso tengan una resistencia al término por la posible carga semántica que conlleva.
Sin duda, los conceptos similares reseñados (las prácticas artísticas colaborativas y laboratorios ciudadanos) presentan algunas semejanzas con las prácticas que se han tratado de realzar acá. Pero también algunas diferencias. Entre las semejanzas, ese énfasis común hacia lo colaborativo, participativo, procesual, performativo, contextual, experiencial, comunitario y dialógico en el diseño de las prácticas. Sin embargo, la principal diferencia radica en que muchas iniciativas no se reconocen así mismas como artísticas ni como científicas así sea en un sentido amplio y difuminado de los términos. Si bien algunas iniciativas tienen una relación más que evidente con el mundo de las artes (por ejemplo, MAMM, Museo de Antioquia o Casa Tres Patios) y las ciencias (por ejemplo, Parque Explora), si mucho se podría afirmar que varias de ellas lo que hacen es coquetear con lo artístico (por ejemplo, Morada Casa de las Estrategias y PorEstosDías) y lo científico (por ejemplo, Un/Loquer) antes que ser lugares que se dediquen de manera exclusiva a lo uno u lo otro. Con todo, por la naturaleza híbrida y cambiante de estos espacios, es cierto que sí se acercan a las formas de trabajo de ambas áreas, invitan a personas y colectivos de las ciencias y el arte, y abogan por escenarios multidisciplinares en los que precisamente esa categoría disciplinar o por áreas pierde sentido.
En cualquier caso, este breve recorrido ilustra, por una parte, que el exponencial ensanchamiento del acto educativo es un hecho que podría explorarse con mayor vigor y consistencia en espacios formativos como las Facultades de Educación ya que al fin y al cabo la reflexión pedagógica no se circunscribe ni se reduce a la praxis educativa escolar. Por otra, que este tipo de iniciativas ciudadanas, por su complejidad y heterogeneidad, demandan miradas interdisciplinares ya que son muchas las aristas en juego.