Artículo de reflexión
Recepción: 26 Julio 2023
Recibido del documento revisado: 13 Septiembre 2023
Aprobación: 09 Octubre 2023
DOI: https://doi.org/10.21500/22563202.6545
Resumen: La filosofía intercultural se ha transformado durante más de 25 años desde sus inicios. En este lapso, se ha adaptado a los distintos contextos sociales, políticos y culturales. Hoy, este se caracteriza, cada vez más, por una nueva edición del Kulturkampf (lucha cultural) a nivel global, continental y regional, en América Latina. Este enfrentamiento ideológico entre un frente democrático y otro autoritario encubre, sin embargo, las verdaderas relaciones de poder. La narrativa dominante sobre “valores” en el mundo actual, presente en los dos bandos del Kulturkampf, conduce a una reducción de la diversidad, la participación democrática y las posibilidades de diálogos interculturales críticos. La filosofía intercultural debe considerar este nuevo contexto, sin hacerse cómplice o parte del Kulturkampf mencionado. Esto solo es posible si se articula con esfuerzos decoloniales, teorías críticas y antipatriarcales.
Palabras clave: Kulturkampf, filosofía intercultural, polílogo, diálogo, equivalentes homeomórficos, hermenéutica diatópica, woke, cultura de la cancelación, género, democracia, autoritarismo, guerra en Ucrania.
Abstract: Intercultural philosophy has evolved for more than 25 years since its beginnings. During this time, it has adapted to different social, political, and cultural contexts. Today, this context is increasingly characterized by a new edition of the Kulturkampf (cultural struggle) on a global, continental, and regional level, in Latin America. This “ideological” confrontation between a “democratic” and an “authoritarian” front masks, however, the real power relations. The dominant narrative of “values” in today’s world, present on both sides of the Kulturkampf, leads to a reduction of diversity, democratic participation, and the possibilities for critical intercultural dialogue. Intercultural philosophy must consider this new context, without becoming an accomplice or part of the aforementioned Kulturkampf. This can only be articulated with decolonial efforts, and critical and anti-patriarchal theories.
Keywords: Kulturkampf, intercultural philosophy, polylogue, dialogue, homeomorphic equivalents, diatopic hermeneutics, woke, cancel culture, gender, democracy, authoritarianism, war in Ukraine.
Introducción
Desde la publicación de El choque de civilizaciones de Samuel Huntington (1993, 1996, 1997) hace treinta años, los debates sobre sus tesis han sido innumerables y muy controvertidos. La actual guerra entre Rusia y Ucrania parece demostrar, a primera vista, la pertinencia de sus tesis. Si bien se trata de una guerra clásica entre dos pueblos o Estados soberanos -aunque en la propaganda rusa aparezca como acción militar especial-, tampoco es un choque de civilizaciones en los términos que plantea Samuel Huntington. En su perspectiva, la civilización ortodoxa comprende tanto a Rusia como a Ucrania;1 la guerra actual se lleva entre dos Estados al interior de esta civilización, entre dos pueblos hermanos, entre dos países que tienen la ortodoxia como credo común.
Sin embargo, en esta guerra, que va por el segundo año, hay una fuerte narrativa que implica parámetros culturales, civilizacionales y de identidad axiológica. Por su parte, el Ejército ucraniano defiende los valores de Occidente como la democracia liberal, los derechos humanos, la equidad de género o la libertad de credo. El apoyo por países representantes de dicho “Occidente” se suman a este escenario hipostasiando la guerra a un nivel de lucha apocalíptica por el bien en contra del mal.2 Lo mismo ocurre por el otro lado: Rusia interpreta la supuesta acción militar especial como una lucha en oposición al (neo)fascismo, al (neo)nazismo y a la decadencia de Occidente, la cual se manifiesta en la disolución de la familia tradicional, la pérdida del sustento religioso, una cultura woke, entre otros.3
¿Se trata de un nuevo Kulturkampf o simplemente de una pugna por el poder (Machtkampf)?
La figura del Kulturkampf -palabra alemana que ha ingresado al vocabulario de muchos idiomas, incluso el castellano-4 tiene como origen la pugna entre el Estado liberal secular emergente (del siglo XIX) y la voluntad férrea de la Iglesia católica romana de mantener su influencia en la vida de los ciudadanos. La palabra Kulturkampf se utilizó por primera vez en 1840, en la Revista de Teología católica, publicada en Friburgo de Brisgovia. En esta apareció una reseña anónima de un artículo del político radical Ludwig Snell (1840) sobre “El significado de la lucha de la Suiza católica liberal con la curia romana”, donde se refería al conflicto entre los católicos suizos liberales y la curia romana.5 Aunque el contexto suizo era el caldo de cultivo para el surgimiento del Kulturkampf, su internacionalización y posterior introducción al tesoro lexical de los idiomas modernos se debe más al conflicto entre Prusia -o, más tarde, el Imperio Alemán-, bajo el canciller imperial Otto von Bismarck, y la Iglesia católica romana, bajo el papa Pío IX. Estos enfrentamientos se intensificaron a partir de 1871, terminaron en 1878 y se resolvieron diplomáticamente en 1887.
En su forma original, el Kulturkampf ha sido una suerte de disputa por la modernidad, en la que la Iglesia católica pretendía mantener el poder moral en asuntos de la sociedad civil, con la consecuencia de tener injerencia en la legislación política, bien fuera de modo directo por la intervención de líderes eclesiásticos, bien fuera de modo indirecto por la labor de los partidos políticos católicos. En esta disputa, se enfrentaron dos concepciones del mundo, dos filosofías o modelos civilizatorios. Por el lado del Estado liberal moderno prevalecieron los valores de la Ilustración y la secularidad (o laicidad) del ámbito político; por el de la Iglesia católica romana, los valores de la familia tradicional, la autoridad eclesial por encima de la política y una filosofía premoderna (sobre todo la Escolástica). Este tipo de Kulturkampf se daba también en América Latina, aunque en escenarios distintos y con consecuencias variadas. La lucha por la separación entre Estado e Iglesia, como un aspecto formal, se alarga durante todo el siglo XX y, en parte, sigue vigente.6
Cuando se adapta el concepto de Kulturkampf a la actualidad y al contexto de la filosofía intercultural, no se sugiere que se esté ante una reedición de lo que pasó en el siglo XIX y parte del XX. Más bien, se hace hincapié en que muchos fenómenos actuales de pugnas por el poder conllevan una suerte de lucha por unos valores, y en su defensa, los cuales a veces tienen connotaciones religiosas. El discurso de valores es el nuevo escenario ideológico que pretende sustituir -o al menos encubrir- la clásica lucha de clases, la disyuntiva entre centro y periferia, entre el Norte y el Sur globales e, inclusive, entre izquierda y derecha. Muchos de estos parámetros han quedado obsoletos en un tiempo caracterizado por populismos, nacionalismos, políticas identitarias y el rebrote de autoritarismos que pueden llegar -en su forma más radical- a reediciones del fascismo.7 Las líneas de frente de este Kulturkampf transmoderno8 ya no se ubican en el conflicto entre Estado secular e Iglesia (en el caso cristiano), pero tampoco en los choques entre civilizaciones (Huntington, 1993, 1996, 1997).
El panorama es, a la vez, mucho más complejo y menos complejo. Más complejo, porque el tema de la religión se ha desplazado y diferenciado, de modo que, los asuntos de debate son menos rígidos y definidos; los sujetos, más dispersos y atomizados; y los esquemas tradicionales de políticas (izquierda versus derecha) cada vez más obsoletos. Menos complejo, pues se vislumbra una nueva línea divisoria que define “cultura” y “culturas” en términos de participación democrática, inclusión, solidaridad y derechos humanos, respectivamente de autoritarismo, exclusión, competencia y un nuevo darwinismo social. Sin embargo, la reducción de la complejidad -verbigracia, en los medios de comunicación masiva, sobre todo en los social media- no se percata de la “lucha por el poder” (Machtkampf) que se lleva a la sombra del Kulturkampf mencionado.9
De hecho, hay voces que quieren reducir la complejidad del mundo actual a una pugna entre modernidad y tradición, con la tácita implicación de que la modernidad (incluyendo la Ilustración, los DD. HH., el Estado liberal, etc.) se identifica con Occidente y la tradición con los sectores aún no suficientemente occidentalizados (the West against the rest).10 Es la narrativa que domina los comentarios sobre la guerra de Rusia contra Ucrania, pero que se usa asimismo para entender las revueltas en Irán, Turquía, Túnez, Perú o Ecuador, para mencionar algunos casos. Pero como se sabe, la “marca” Occidente no solo representa la Ilustración, el Estado de derecho, la conquista de justicia de género, el reconocimiento del pluralismo religioso, sino también Guantánamo, la crisis ambiental, el colonialismo y neocolonialismo, y los miles de refugiados muertos en su paso por el Mediterráneo.11
En América Latina, desde unas dos décadas, se observa el derrumbe de los partidos políticos clásicos y, por tanto, de los esquemas tradicionales de izquierda y derecha. Por otro lado, se evidencia el surgimiento de populismos y posturas autoritarias, sean de derecha o izquierda, que en ciertos casos se vuelven autocráticas. La lucha feminista se enfrenta a nuevas o viejas formas de sexismo y machismo, los feminicidios han llegado a niveles alarmantes y, con respecto a los derechos reproductivos, hay políticas que quieren volver a lo que se considera tradicional. A pesar de la presencia de Gobiernos de izquierda en varios países, estos se vuelven rehenes de sus respectivos congresos. En Nicaragua, este Kulturkampf ha vuelto casi a su origen, en el sentido de lucha entre el presidente y su familia, por un lado, y la Iglesia católica, por otro, tergiversando los parámetros de “progresivo”, “social” e “incluyente”. Tal vez, este es el caso más escandaloso de un autoritarismo y de la metamorfosis de una postura revolucionaria a una reaccionaria y un caudillismo trasnochado. Hay otros ejemplos como el bolsonarismo en Brasil, el Gobierno de transición en Perú o la nueva Asamblea Constituyente en Chile.12
La figura del hombre fuerte, que se pensaba superado en la era cibernética, ha vuelto al escenario político, económico y militar. A populistas como Trump, Erdoğan, Putin, Modi u Orban, corresponden caudillos latinos como Bolsonaro, Bukele u Ortega. Los discursos sobre lo políticamente correcto, las culturas woke, la cultura de la cancelación, el matrimonio gay o la “locura” de género dominan los discursos,13 aunque las políticas de fondo se orientan por el dinero, el poder y la perpetuación en este. Muchos de estos populistas hacen política con el resentimiento del pueblo, en contra de una supuesta elite (establishment) intelectual que se asocia con ideas liberales, posturas de tolerancia, multiculturalismo y diversidad en todo sentido. La consecuencia de esta alianza con el pueblo consiste, paradójicamente, en el debilitamiento de la democracia, el enriquecimiento cada vez más escandaloso de unos pocos y la supresión de ciertas libertades conquistadas durante decenios.14 En nombre de conservar algunos valores, como la familia núcleo heterosexual, el rol tradicional de mujeres y varones, el ideal heteronormativo o la desigualdad “natural” entre personas, se ejecutan políticas antidemocráticas, identitarias y nacionalistas. Se plantea la era posverdad con un plan de gobierno que se reduce a la construcción obsesiva del ego del líder carismático. Personas con posturas críticas e incluyentes son arrinconadas como woke, enemigas del sentimiento nacional, retrógradas y elitistas, y corren -en casos extremos- el riesgo de ser encarceladas o ejecutadas.15
La postura de la filosofía intercultural ante este escenario
En este contexto, es importante analizar el rol de la filosofía, en especial, de la filosofía intercultural. En ese orden de ideas, se hace referencia a una filosofía intercultural crítica, comprometida, solidaria y liberadora; no a una filosofía culturalista o un diálogo superficial al modo de una filosofía comparativa (Estermann, 2009). Tal como cualquier pensamiento serio, la filosofía intercultural debería procurar dar respuestas a los nuevos desafíos que surgen del Kulturkampf señalado. Sería demasiado simple optar por el lado de la tolerancia, el diálogo y la inclusión, y oponerse a cualquier intento de simplificar la complejidad al modo autoritario, populista o libertario. Hay que repensar las condiciones de la posibilidad -en términos kantianos- de hablar de filosofía intercultural, de (re)construir diálogos y polílogos interculturales, en un panorama dominado -al menos en los medios de comunicación y la política- por la exclusión, el encerramiento (bubble), la desigualdad y la erosión de la democracia.
Claro que estas respuestas no serán las mismas en el panorama latinoamericano que en el europeo. Aparte del Kulturkampf mencionado, que se da por igual en los dos continentes, los temas de fondo -es decir, detrás del lenguaje de valores, culturas y civilizaciones- tienen otro peso. En América Latina o Abya Yala, la creciente pobreza, las desigualdades escandalosas, las secuelas económicas y sociales de la pandemia, junto con las crisis políticas y de gobernabilidad, forman el telón de fondo para un pensar intercultural crítico. En Europa, Gobiernos autoritarios y neofascistas (por ejemplo, en Italia), partidos y movimientos de la extrema derecha (Vox en España, Fratelli d’Italia, AfD en Alemania, etc.), la migración desde el Sur global, el cambio climático y la guerra en Ucrania son parte del contexto desde donde habrá que repensar lo intercultural.
La filosofía intercultural siempre ha subrayado que las culturas no son contenedores más o menos definidos de todo lo que da identidad a sus sujetos ni son estáticas. En este sentido, todas las culturas tienen tendencias incluyentes y excluyentes, de apertura o de encerramiento, de solidaridad o de competencia, de autoritarismo o de democracia. Hoy por hoy, en los medios de comunicación masiva se habla con toda seriedad de la cultura rusa autoritaria, de la cultura occidental liberal, de la China colectivista o de la cultura andina comunitarista. Empero, este tipo de esencialismos ignora que lo cultural resulta de una abstracción que no toma en cuenta la inmensa diversidad interna y su transformación histórica. Por consiguiente, la guerra actual entre Rusia y Ucrania no es la lucha entre una cultura autoritaria iliberal contra una democrática liberal, sino entre dos distintos regímenes y complejos industrial-militares (ambos sumamente antidemocráticos), con el afán de conquistar o mantener el poder. Lo trágico de este conflicto -y de cualquier otro- es causa millones de víctimas, destrucción de la infraestructura e innumerables traumas que perdurarán, aunque la guerra termine. La narrativa “oficial” es otra Kulturkampf; es decir, la batalla metafísica y cuasirreligiosa del bien contra el mal que se ubican en Rusia o en Occidente, según el punto de vista.
En América Latina, aún se habla de culturas mestizas, culturas indígenas y culturas afros. Si bien este discurso tiene su lugar y valor, no sirve mucho frente al escenario que se ha dibujado hasta el momento. Puede haber regímenes indígenas autoritarios (verbigracia, el caso de Evo Morales en Bolivia, después de su segunda reelección), como Gobiernos mestizos “incluyentes” (tal como, actualmente, en Colombia y Chile). El Kulturkampf de hoy no es una lucha entre etnias o identidades étnicas, tampoco entre sectores seculares y religiosos, estratos populares y la clase media-alta. No solo en Estados Unidos, un populismo autoritario como el trumpismo aglutina gente de todos los colores, clases, edades y religiones; el fenómeno Bolsonaro tampoco se puede explicar refiriéndose a parámetros culturales en un sentido esencialista de contenedores. Más bien al contrario, los fenómenos Petro en Colombia o Boric en Chile no se entienden a cabalidad en términos de clase, etnia, género, edad y nivel de formación. Las líneas divisorias en lo político se han movido y esto se relaciona también con el panorama global.
Aunque se toma distancia con respecto a las tesis de Huntington (1993, 1996, 1997), hay muchos indicios de que, después del fin de la Guerra Fría “clásica”, los factores culturales, nacionales y religiosos han ganado importancia en las políticas nacionales e internacionales. Al mismo tiempo, se evidencia un repliegue de factores ideológicos,16 partidarios e internacionalistas. Las organizaciones internacionales como las NN. UU., la OCDE, la Unasur y la OMS están en crisis y no tienen la capacidad de actuar de acuerdo con las exigencias por los problemas actuales. Muchas veces, este tipo de instituciones surgidas del derecho internacional son usadas como rehenes en las manos de Estados particulares. La Unión Europea es, hoy por hoy, prácticamente una rehén del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, el Consejo de Seguridad de las NN. UU. depende del veto por parte de Rusia y los acuerdos en las Conferencias Mundiales sobre el Clima (COP, por sus siglas en inglés: Conference of the Parties) son ignorados por los mismos signatarios, según el capricho nacionalista de la hora.
El rol de la religión no solo es decisivo en las llamadas teocracias islámicas (Irán, Arabia Saudita y Afganistán), sino que cobra cada vez más peso en una serie de democracias que siguen definiéndose como laicas o seculares,17 pero que ponen en práctica políticas religiosas. Por mencionar algunos ejemplos: la India está convirtiéndose, bajo el gobierno de Narendra Modi y su BJP,18 en un Estado hindú militante. Israel acaba de implementar una ley nacionalista que reclama el Estado israelí para las personas de credo judío y en contra de personas de otros credos (sobre todo musulmanas y cristianas). Los debates en EE. UU. sobre los derechos reproductivos -incluyendo el aborto- tienen un sello marcadamente religioso.19 El bolsonarismo en Brasil no hubiera sido posible sin el apoyo militante por las mega-Iglesias evangelicales y fundamentalistas. Mientras tanto, en Bolivia, la oposición al gobierno de Evo Morales tenía la firma de integrantes de un catolicismo colonial y de sectores de Iglesias neopentecostales.
Otro escenario en donde se desenvuelve el Kulturkampf actual es la cuestión de género y las comunidades LGBTIQ+. Tanto a nivel internacional como dentro de los Estados-nación, se manifiesta una guerra ideológica entre las dos posturas: la que defiende el derecho a la autodeterminación de las personas de vivir las diversidades de identidad sexual, del matrimonio entre individuos del mismo sexo, de superar la binariedad de género y de garantizar los derechos reproductivos; y la otra, que aboga por la familia heteronormativa tradicional, la prohibición del aborto, los roles tradicionales de ambos sexos, la identidad sexual única (cis)20 y la educación sexual a cargo de los padres. De manera semejante, esta narrativa se emplea en el contexto de la guerra en Ucrania: Rusia ve a Occidente como decadente, afeminado, hipersexualizado y perverso, en tanto que el segundo observa en el primero un patriarcalismo machista, homófobo, autoritario y misógino.
En América Latina, en cada país, los factores de género, etnia, religión y color de piel juegan un rol en el campo político de manera distinta. La elección de Pedro Castillo en el Perú ha visibilizado de manera chocante el racismo existente en las elites políticas y sociales del país. La lucha interna por su destitución viene a marcar un hito en la vida republicana; el país está dividido como nunca y las líneas divisorias corren entre la “indianada” de la Sierra y la “gente decente” de Lima.21 Por su parte, la Asamblea Constituyente chilena, presidida por una mujer mapuche, ha sido un escándalo para la elite de politiqueros y líderes económicos, e inclusive para una mayoría de votantes. En Colombia y Brasil, las vicepresidentas afrodescendientes alimentan un imaginario racista y misógino en sectores tradicionales.
¿Cómo se posiciona la filosofía intercultural en este escenario? ¿En qué consiste su rol crítico-constructivo y emancipador? ¿Es posible un diálogo intercultural entre una postura autoritaria, xenófoba, misógina, racista y sexista, por un lado, y una postura democrática, incluyente y sensible a la justicia de género, por otro lado? Como ya no se trata de un diálogo interfilosófico, por ejemplo, entre Occidente y Abya Yala, entre la filosofía china y la hindú, sino de diálogos interculturales en un ambiento determinado por el Kulturkampf a nivel global, los desafíos serán distintos y de otra magnitud.
Desafíos actuales para la filosofía intercultural
Desde sus inicios a fines de los años 1980, la filosofía intercultural se ha planteado diferentes objetivos que se realizaban de forma diversa, de acuerdo con el contexto.22 Un primer objetivo (a) consiste en interculturar la filosofía misma; en otras palabras, es el proceso de involucrar tradiciones filosóficas no-occidentales en un diálogo con la tradición occidental todavía dominante. Esta tarea implica una crítica (implícita o explícita) del eurocentrismo de la filosofía dominante, la recuperación de tradiciones filosóficas no-occidentales (sean estas indígenas o clásicas, tal como la china o la hindú) y la comparación de estas tradiciones (filosofía comparativa).23
El segundo objetivo (b) radica en construir un fundamento filosófico para el diálogo o polílogo intercultural. Las bases teóricas para ello forman la hermenéutica día- o politópica, la idea de equivalentes homeomórficos24 y las distintas teorías sobre “cultura” y “culturas”.
El tercer objetivo (c) refiere a una crítica sistemática de las condiciones de la posibilidad de tal diálogo o polílogo, el cual conlleva una toma de conciencia de las grandes asimetrías existentes entre culturas y filosofías. Por ende, un verdadero diálogo o polílogo filosófico solo es posible en conjunto, con esfuerzos decoloniales, despartiarcales y antiglobalizadores (Fornet-Betancourt, 2000; Mora, 2009).
Y un cuarto objetivo (d) que se cimienta en una crítica filosófica del espíritu dominante (Zeitgeist) del mundo; es decir, de las condiciones reales en la política, economía y sociedad civil para poder entablar un diálogo o polílogo intercultural. Esta crítica enfoca, sobre todo, los factores de poder e interés en el manejo del capital simbólico de lo cultural o religioso.
Mientras que la vertiente “culturalista” de la filosofía intercultural se centra en un diálogo entre Occidente y Oriente (asiático), hace hincapié en la interculturación de la filosofía y en el desarrollo de una filosofía comparativa (a), la vertiente “liberadora” se encamina más por la superación de las asimetrías y desigualdades culturales existentes (c), en la idea heurística de una convivencia incluyente y justa a nivel global. Ambas vertientes buscan una base teórica para diálogos o polílogos interculturales (b), repercutiendo -de este modo- en muchas disciplinas del saber, tal como en la comunicación, la pedagogía, la antropología o la historiografía interculturales. Ahora, la filosofía intercultural en América Latina se ha enfocado, en especial, en la crítica del eurocentrismo, la construcción de filosofías otras (indígenas, feministas, afro, ecológicas, queer, etc.) y la tarea de una descolonización profunda (c), en el marco de una filosofía de la liberación. En Europa, EE. UU., Asia y África, el enfoque de la filosofía intercultural ha quedado, hoy, con excepciones, en una comparación de tradiciones filosóficas (a) en el escenario de una filosofía posmoderna.
En lo tocante a la crítica de lo que sucede en los ámbitos de lo político, económico, social y simbólico (d), esta aún no ha tenido suficiente peso, aunque se encuentra presente, al menos de modo implícito, en las dos vertientes mencionadas, sobre todo en América Latina.25 Los desafíos actuales a nivel global exigen un desarrollo más consecuente de una filosofía intercultural con este objetivo, a fin de no ser cómplice de una interculturalidad light o quedar a la margen del Kulturkampf,26 de formar parte de uno de sus frentes. Existe una lectura demasiado simple de identificar el polo autoritario con lo monocultural y, por tanto, con una postura incompatible con el diálogo o polílogo intercultural. Por otro lado, también existe la tendencia de identificar el polo democrático con lo intercultural y, por ende, con una postura que monopolice el diálogo o polílogo intercultural.
Si bien es cierto que una filosofía intercultural crítica presupone el funcionamiento de mecanismos más o menos democráticos, inclusive en los debates filosóficos; esto no significa, como inferencia opuesta, que la democracia como tal implicaría la interculturalidad y, en consecuencia, un diálogo o polílogo abierto entre distintas tradiciones culturales y religiosas. Hasta el día de hoy, India se jacta de ser la democracia más grande del planeta, pero practica una política monocultural y monorreligiosa por medio del gobierno de la BJP y de la ideología del hindutva. Hace más de un año, Italia tiene un gobierno liderado por un partido que se declara posfascista y que, en realidad, es neofascista, rindiendo homenaje al dictador fascista Benito Mussolini. Los Estados-naciones latinoamericanos se declaran democracias, pero -con frecuencia- muchos de sus gobernantes violan las normas constitucionales y se nota un creciente autoritarismo en partes del continente; es decir, el Estado de derecho se debilita en diversos países de América Latina.27
Antes que nada, habrá que cuestionar el discurso del Kulturkampf, tal como es propuesto por uno que otro bando de la supuesta reedición de la Guerra Fría. El maniqueísmo construido con base en la actual guerra de Rusia contra Ucrania no carece de elementos propagandísticos e ideológicos, en el peor sentido de la palabra. La narrativa de que el mundo se encuentra en una lucha apocalíptica entre poderes antiliberales, dictatoriales y autoritarios, por un lado, y regímenes liberales, democráticos y tolerantes, por otro, carece de fundamento en la realidad. El Sur global no se ve involucrado en este conflicto y se resiste a tomar una postura clara en él.28 Pese a que en el planeta se advierte una tendencia a un nuevo autoritarismo y a posiciones nacionalistas, neofeudales, autocráticas y neoclericales, la divisoria de aguas no corre entre el eje Rusia-China-India-Turquía-Nicaragua y el otro eje, Ucrania-Unión Europea-Estados Unidos-Gran Bretaña.29
El Kulturkampf es un instrumento y una estrategia populista de ciertos líderes para cerrar las filas de sus pobladores frente a un supuesto enemigo común. Con ese postulado no se pretende legitimar o perdonar la guerra desatada por Rusia, solo se busca resaltar que este cruel acontecimiento lo instrumentalizan ambos bandos para poner en alto los valores y las civilizaciones propios y desvirtuar los otros. Este tipo de Kulturkampf -si vale el término-30 tiene sus orígenes en el cambio del modelo bipolar a un supuesto modelo unipolar, a principios de los años 1990, agravado por la crisis de la globalización neoliberal. Los nuevos nacionalismos surgieron como bumerán frente a una globalización capitalista occidental a ultranza, una vez desaparecido el socialismo y comunismo real. Lo que en la Guerra Fría “clásica” fueron los modelos de economía y ordenamiento político que separaron los bandos, en la actual Guerra Fría los valores y las tradiciones (culturo-religiosas) están en juego. Este es el discurso visible y popular en la superficie de la propaganda y en los medios de comunicación masiva, incluyendo el Internet (sobre todo en los social media). Por debajo, hay intereses muy concretos que tienen que ver con el acceso a los recursos aún existentes y a la conquista y conservación del poder.
En este orden de ideas, la filosofía intercultural crítica tiene como tarea irrenunciable desvelar los motivos reales detrás del discurso del Kulturkampf actual y no entonar, con la mayoría de las voces, la narrativa maniquea y apocalíptica. El discurso de valores, de identidades culturales y de autodeterminación religiosa es siempre de doble filo. Por un lado, parece muy cercano a lo que la interculturalidad pretende lograr desde décadas: el reconocimiento de lo propio, la autodeterminación de pueblos y de las culturas, el respeto por la diversidad y la alteridad. Pero, por otro, este mismo discurso suele ser excluyente, porque no hay un tercio entre los valores (democráticos) propios y los valores (antidemocráticos) de los demás. No se trata de valores reales, sino imaginarios; wokeness o cultura de la cancelación, machismo y caudillismo no son posturas que resultan de una autodeterminación, sino referencias que llegan desde fuera, con una fuerte dosis de imaginación o paranoia. Occidente no es decadente en el sentido que le confieren Putin o Erdogan, y Rusia no es fascista en el sentido que le adjudican Biden o von der Leyen; la realidad es mucho más compleja.
Un compromiso por la diversidad, justicia e igualdad
Aunque los frentes en el Kulturkampf actual parecen ser antagónicos e irreconciliables, tienen en común una tendencia a la homogeneización y esencialización del factor cultural. El frente autoritario aboga por una restauración de un modelo tradicional de familia, identidad sexual, pertenencia religiosa, roles de género y educación. Cualquier intento de flexibilizar este modelo y de pluralizar estos valores conservadores es visto como decadente y nocivo para una sociedad reglamentada hasta lo privado. En lo político, la separación de poderes es cuestionada o ausente, la libertad de expresión limitada o nula, los mecanismos de elecciones manipulados o inexistente y el poder judicial pende del Gobierno. Este modelo se puede apreciar no solo en dictaduras abiertas, como Corea del Norte o Arabia Saudita, sino también -con matices- en países democráticos o socialistas, como, China, India, Nicaragua, Rusia o Turquía, por mencionar algunos ejemplos.
En tanto, el frente democrático aboga, supuestamente, por la diversidad y libertad individual de elección, por una pluralidad de valores y una diversidad de modelos de vida. Rige la libertad religiosa, una diversidad de identidades sexuales reconocidas, la tolerancia a modelos de familia no tradicionales y la equidad de género. En el campo político, funciona, en apariencia, la separación de poderes, la libertad de expresión, los mecanismos de elecciones libres y un poder judicial independiente. Este modelo occidental lo defienden, hasta con armas, países y alianzas como EE. UU., la Unión Europea, gran parte de los Estados latinoamericanos, entre otros.
Sin embargo, el frente democrático ejerce una presión muy fuerte sobre sus poblaciones para hacerse suyo un capitalismo extractivista y un modelo bancario de casino.31 La aparente libertad del libre mercado se hace humo a la hora de establecer matices de consumo globales. La globalización neoliberal ha conllevado mayor diversidad solo a primera vista, pero ha ahondado la homogenización de la vida en diversos aspectos. Verbigracia, Coca-Cola y McDonald’s existen en todos los rincones del planeta. La manera occidental de ver el mundo en parámetros de progreso y desarrollo se ha hecho global, incluso como parte del programa de las NN. UU. (Agenda 30). En muchos países, los nuevos movimientos nacionalistas que abogan por este modelo (Gran Bretaña, Italia, Polonia, Hungría y gran parte de América Latina) son una reacción a esta uniformización y al dictado o terror del modelo neoliberal único.
En parte, la filosofía intercultural tiene como objetivo comprometerse por una diversidad verdadera que enriquezca la convivencia de la humanidad (d). Ello tiene que ir de la mano con la lucha por una mayor igualdad y justicia a nivel regional, nacional y planetario. La diversidad (de modelos de vida, de sociedades, de cosmovisiones, de credos religiosos) no es un valor como tal, sino la conditio sin qua non de un intercambio enriquecedor y vivificante; es decir, de diálogos y polílogos que plantean un mundo mejor en el que quepan todos, incluyendo la naturaleza. Y este mundo no se puede construir por decreto al modo autoritario ni por el libre flujo de mercancía y servicios.32 Solo es posible a posteriori, en otras palabras, a través de esfuerzos concretos y reiterativos de buscar lo que es común y dejar lo que divide. Como América Latina aún no ha entrado prácticamente en el actual Kulturkampf, podría tener un rol protagónico en esta tarea: ni el camino autoritario, ni el camino del anything goes (todo vale) posmoderno.
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Notas
Notas de autor
*Correspondencia: Josef Estermann. Correo electrónico: josefestermann@hotmail.com