Servicios
Descargas
Buscar
Idiomas
P. Completa
Colombia enferma de plomonía
Jerónimo Ríos
Jerónimo Ríos
Colombia enferma de plomonía
Reflexión Política, vol. 23, núm. 47, pp. 118-120, , 2021
Universidad Autónoma de Bucaramanga
resúmenes
secciones
referencias
imágenes
Carátula del artículo

Reseñas

Colombia enferma de plomonía

Jerónimo Ríos
Universidad Complutense de Madrid, Spain
Reflexión Política, vol. 23, núm. 47, pp. 118-120, 2021
Universidad Autónoma de Bucaramanga
Sancho Larrañaga Roberto. Colombia enferma de plomonía. 2020. Bogotá. Ariel -Universidad Autónoma de Bucaramanga

Estamos ante un libro que en 2020 fue publicado por el profesor Roberto Sancho Larrañaga, y que ha sido editado, conjuntamente, por Ariel y la Universidad Autónoma de Bucaramanga. A lo largo de sus 223 páginas, el autor nos invita a una reflexión sobre la violencia en Colombia, mayormente contextualizada en la década de los sesenta, y con continuos guiños a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Un grupo armado que, como muchos otros, surge bajo una lógica muy particular, al albor de la Guerra Fría y la experiencia directa con la Revolución Cubana. Ello, haciendo gala de una imbricación marxista en lo teórico y guevarista en lo práctico, cuyo ideario experimenta un mayor grado de sofisticación gracias a la aportación proveniente de la teología de la liberación. Camilo Torres, el grupo Golconda, y otros nombres como el de los sacerdotes aragoneses Domingo Laín o Manuel Pérez, contribuirán a enriquecer un corpus ideológico que desde los noventa entra en declive y que en la actualidad exhibe una suerte de fractura desnaturalizada. Esto es, entre una vieja comandancia política, mayormente presente en Cuba, la cual no ha perdido buena parte de su impronta originaria, y una generación más combativa y beligerante, a la vez que joven, que más actúan como señores de la guerra motivados por las ingentes fuentes de financiación ilícita que, de manera sempiterna, ofrece un Estado como el colombiano, aún hoy con más territorio que soberanía.

El libro que nos ofrece Sancho Larrañaga se estructura, sustancialmente, en tres partes. La primera se circunscribe a una idea de partida: las personas hacen la historia (p.17). El autor se detiene en los inicios del ELN, cuya semilla embrionaria, conformada por diez guerrilleros, se conforma a partir en noviembre de 1962, con la creación de la Brigada Proliberación Nacional José Antonio Galán, -en la que ya destaca su futuro dirigente, Fabio Vásquez Castaño. Con una altísima capacidad narrativa y haciendo uso de buena parte de la bibliografía de referencia, el autor muestra las dificultades, penurias y miserias del grupo que aspiraba a un sueño de la revolución social, basado en la exportación el modelo guevarista. Un modelo en el que el foco insurgente debía germinar entre Barrancabermeja y San Vicente del Chucurí, a modo de una Sierra Maestra colombiana.

En esta primera parte se ahonda en la precariedad inicial del ELN, la controvertida imagen de Fabio Vásquez Castaño, recientemente fallecido en Cuba, y las dificultades con las que se produjo la primera marcha guerrillera y la toma de Simacota, a modo de primera puesta en escena, el 7 de enero de 1965. Todo, es presentado de una manera tal en donde un personaje va ganando protagonismo de manera creciente: Nicolás Rodríguez Bautista, "Gabino", y que es el máximo dirigente del ELN desde 1974. Aun cuando la primera parte explica magistralmente estos primeros compases de la vida guerrillera y, asimismo, la disputa entre los diferentes liderazgos -resueltos de manera tan abrupta como violenta por el liderazgo paranoico de Vásquez Castaño- se echa en falta algo más de detenimiento en dos aspectos que son nucleares en el devenir de la guerrilla. De un lado, la influencia de Camilo Torres Restrepo -retomada al final del libro- y de la teología de la liberación. Especialmente, porque su llegada resulta trascendental para entender el devenir del ELN, aun cuando la figura del sacerdote se irá diluyendo a medida que se transforman las dinámicas de la violencia asociadas al conflicto. De otro, siempre es necesario detenerse en los momentos previos a la Operación Anorí, pues hay un salto en el relato expuesto que, tal vez, pasa por alto el momento particular en cómo se produce y qué representa un momento crítico que, bajo la presidencia de Misael Pastrana, está a punto de hacer desaparecer al ELN.

En términos teóricos, la segunda parte del libro recurre a un sustrato analítico de mayor impronta estructuralista, erigido desde la aseveración de que las personas hacen la historia, pero en contextos determinados (p.81). El libro refleja a la perfección el Estado de mínimos que es Colombia durante la década de los años sesenta, heredero de ciertas condiciones de inequidad en la distribución de la riqueza y de la propiedad de la tierra que trabajos como los de Darío Fajardo, Medófilo Medina, Catherine Legrand o Pierre Gilhodés han abordado con profundidad. Desde un planteamiento analítico que se resuelve de manera muy pedagógica e ilustrada, Sancho Larrañaga presenta una compresión de la violencia que debe trascender del estricto argumentario estructural. Así, la corresponsabilidad de las elites económicas y políticas, la ausencia de legitimidad del Estado y su patrimonialización para con el interés de la clase dirigente, sumado a una estructura institucional y una democracia formal de mínimos, se entiende como contexto desde el cual inscribir el significado de la violencia en la década de los sesenta -y que algunos como Gutiérrez Sanín lo extienden a todo el siglo XX.

Esta idea-fuerza del autor en el libro queda enriquecida, si cabe más, con la dimensión cultural de la violencia, la cual no puede obviarse en un planteamiento de estas características, gravitando en torno al recurso de dos autores ampliamente conocidos. Uno, Paul Oquist (1978), quien en su trabajo clásico, Violencia, conflicto y política en Colombia, asume la hipótesis del colapso parcial del Estado. Otro, Daniel Pécaut, cuya obra seminal, Orden y violencia: Colombia, 1930-1953, reivindica la importancia de la precariedad del Estado, la democracia de mínimos y la necesidad de ir más allá de la mera restricción del sistema político colombiano ofrecido en su momento por el Frente Nacional. En realidad, se trata de un prolijo debate que enriquecerán otras tantas aportaciones que no son recogidas en el libro -sobre todo, porque no es su intención- como las de Eduardo Pizarro Leongómez, Alejandro Reyes, Gonzalo Sánchez, Alfredo Molano o William Ramírez, padres de la violentología que a inales de los ochenta e inicios de los noventa germinará en el seno del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional. En el plano foráneo, en unos términos no tan alejados, quedarán también las miradas de Malcom Deas, David Bushnell o, sobre todo, James D. Henderson. Este último, autor de un libro publicado en 1984 que con el título Cuando Colombia se desangró. Un estudio de la violencia en metrópoli y provincia, ilustra buena parte de las cuestiones referidas por Sancho Larrañaga.

Además de lo anterior, en un recorrido breve, pero muy completo y con una impronta de inteligibilidad que agradece el lector, el análisis no se olvida de los factores externos. Entre estos, el libro destaca la Guerra Fría, la conformación de la idea del Tercer Mundo y la Conferencia de Bandung de 1955 y, muy especialmente, la Revolución Cubana. Mientras que en Europa buena parte del terrorismo revolucionario encuentra en "Mayo del 68" un punto de inflexión -ETA en el verano del 68 comete sus dos primeros asesinatos; en 1969 surge el IRA provisional; y las Brigadas Rojas o la Baader Meinhof aparecen por primera vez en 1970- en América Latina hay un caudal revolucionario propio -lo que no quiere decir que no existan reciprocidades ni influencias de lado y lado. Es decir, figuras como Haya de la Torre o José Carlos Mariátegui en Perú, la Revolución de Octubre en Guatemala, o la misma Revolución Cubana ofrecen un sustrato ideológico y posibilista que estará presente en muchos de los conatos revolucionarios de la región latinoamericana de mediados del siglo pasado. Especialmente, la experiencia cubana promueve un proceso de emulación revolucionaria que entiende que las condiciones materiales e históricas pueden acelerarse. La excepción quedará reducida a algunas pocas guerrillas, como el Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso o, en Colombia, las mismas FARC, las cuales surgen sin vinculación alguna con lo sucedido en la isla caribeña. Tal y como han explicado autores como Juan José Linz, desde la ciencia política, o Edward N. Muller, desde la economía, los procesos de auge y colapso de las experiencias insurreccionales quedan sujetos a condiciones estructurales e institucionales que, en un marco de dictaduras, terminan siendo mayormente reprimidos, como señala el autor, gracias a la colaboración con Estados Unidos. Recuérdese que durante la Guerra Fría lo que prima es lo que entonces se conocía como la "causa occidental". Es decir, el marco de las relaciones geopolíticas interamericanas no gravita en torno al eje dictadura/democracia, sino, todo lo contrario, sobre el binomio comunismo/ anticomunismo. Y nada más fervientemente anticomunista que las dictaduras militares conservadoras del continente latinoamericano.

A pesar de que los setenta no son años favorables a las guerrillas latinoamericanas, pues muchas experiencias, como se apuntaba, terminan sofocadas por gobiernos autoritarios, como igualmente recoge el libro, el éxito sandinista en Nicaragua (1979) inspira una nueva ola revolucionaria que es recibida como un soplo de aire fresco en Colombia. Aunque no lo recoge el libro en cuestión, merece la pena señalar cómo buena parte del éxito nicaragüense se debe a la integración y coordinación de los distintos frentes de guerra -también acontecido en el caso salvadoreño. Todo lo contrario, en Colombia, la experiencia fallida de la Coordinadora Nacional Guerrillera (1985) y de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, viene a evidenciar que el dogma unitario que se concebía como imprescindible para llevar la revolución a buen puerto, en Colombia, sencillamente, resultaba impracticable.

La tercera parte de esta Colombia enferma de plomonía integra un nuevo componente a su planteamiento analítico, y propone que, sumado a todo lo anterior, es necesario, además, integrar la dimensión simbólico-cultural. Es decir, asumir que las personas perciben de manera diferente los contextos y, por ende, construyen y confrontan diferentes imaginarios que imprescindibles para soportar la violencia del conflicto más longevo de América Latina (p.163). Al respecto, el libro comparte elementos que también están presentes en una obra de reciente publicación como es Rebeldes, románticos y profetas, escrita por el profesor Iván Garzón y editada por Ariel y la Universidad de La Sabana. Así, la mística evangélica revolucionaria, el espíritu de sacrificio, la relación entre cristianismo y socialismo, y el voluntarismo de una marcada impronta popular, modula y sustantiva la imaginación de ejército del pueblo y héroes de los pobres en la guerrilla de un ELN que poco tiene que ver con su versión actual.

A modo de corolario, y como propone Sancho Larrañaga, formas de comprender el pasado construyen el futuro y permiten entender algunos de los elementos que, al final del libro, conectan con el fallido proceso de diálogo de paz que se sucede entre el in del Gobierno de Juan Manuel Santos y la llegada de Iván Duque (p. 193). Tal vez, el intento de conectar lo propuesto por el libro con esta parte de la historia más reciente, termina por resolverse de manera un tanto apresurada. Quizá, no se acaba de observar con nitidez las redefiniciones, los cuestionamientos internos y las transformaciones ideológicas y posibilistas del ELN -que resultan especialmente acuciantes tras el in de la Guerra Fría. Por lo anterior, el último salto histórico del libro tal vez necesitaría algo más de atención.

En todo caso, este proceso fallido de diálogo se encuentra lastrado por aspectos que identifica el autor, como la estructura descentralizada de la guerrilla -que poco tiene que ver con el verticalismo de las FARC-EP-, la escasa unidad de mando del Comando Central, y la importancia que representan las fuentes de financiación ilícita como estímulo para proseguir con la violencia. También destaca la dificultad de una agenda en donde la participación de la ciudadanía y aspectos como la redefinición del extractivismo dificultan la interlocución con un grupo armado que, aun con todo, responde a una mayor ortodoxia ideológica que la que jamás dispuso las FARC-EO. No obstante, hay otros fenómenos que deben ser tenidos en consideración, como los incumplimientos y las dificultades de la implementación del Acuerdo de Paz suscrito en noviembre de 2016, el carácter reaccionario del Gobierno de Iván Duque, los asesinatos dirigidos contra los exguerrilleros de las susodichas FARC-EP y el escenario polarizado actual, en buena parte alimentado por las acciones violentas del ELN -como el atentado producido en enero de 2019 en la Escuela de Policía General Santander, al sur de Bogotá, y que dejó consigo 23 muertos y 87 heridos.

En conclusión, el lector de Colombia enferma de plomonía tiene ante sí un trabajo muy bien escrito, reflexivo, perfectamente fundamentado y que reconoce buena parte de la literatura de referencia. Asimismo, su impronta de rigurosidad, conjugada con una magistral manera de narrar los acontecimientos hace de este libro un aporte de alto valor agregado y de interés. Esto, tanto para neófitos e interesados en el fenómeno de la violencia en Colombia, como para expertos avezados en la materia, que encontrarán en esta obra una notable síntesis y una conjugación interpretativa sobre muchos de los elementos, aún por resolver, del conflicto armado más longevo de América Latina. Un conflicto que deja abierto un largo siglo XX que, en relación con muchos de estos aspectos, se encuentra lejos de finalizar.

Material suplementario
Notas
Buscar:
Contexto
Descargar
Todas
Imágenes
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R por Redalyc