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Lo grupal como intervención crítica: Sobre la publicación Lo Grupal en la Argentina (1983-1993)*
Gabriela Cardaci
Gabriela Cardaci
Lo grupal como intervención crítica: Sobre la publicación Lo Grupal en la Argentina (1983-1993)*
The group as a critical intervention: About the publication The Group in Argentina*
Tesis Psicológica, vol. 11, núm. 1, pp. 134-149, 2016
Fundación Universitaria Los Libertadores
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Resumen: El presente artículo expone resultados de una investigación dedicada a la corriente intelectual que promovió, como proyecto colectivo de investigación y escritura, la publicación Lo Grupal en la Argentina, editada en diez volúmenes entre 1983 y 1993. En el marco de este movimiento, la noción de lo grupal (en discusión con las concepciones del grupo como objeto de estudio y de intervención) expresó una intervención conceptual de relevancia en tres dimensiones que conectaban problemas del campo disciplinar con urgencias y preocupaciones que emergían de la escena social. Esas dimensiones pueden sintetizarse en: 1) La problemática de la violencia, el autoritarismo y el poder en el análisis de la producción de subjetividad y su relación con las prácticas sociales. 2) La revisión crítica (en diálogo con una tradición previa del psicoanálisis argentino) de los modelos y conceptualizaciones para el abordaje de los grupos. 3) La recuperación y renovación de una reflexión privilegiada del campo intelectual de las dos décadas previas: el problema de la relación entre la práctica profesional e intelectual (en particular las prácticas en situaciones colectivas) y la dimensión política. El artículo muestra de qué modo interviene la noción de lo grupal en el planteo de problemas y en el tratamiento de esas dimensiones.

Palabras clave:Lo grupalLo grupal,psicoanálisispsicoanálisis,políticapolítica,ArgentinaArgentina,posdictaduraposdictadura,The groupThe group,psychoanalysispsychoanalysis,politicspolitics,ArgentinaArgentina,pos dictatorshippos dictatorship.

Abstract: This paper presents results of research dedicated to the intellectual current which promoted as a collective research project of investigation and writing, publishing “Lo Grupal en la Argentina”, published in ten volumes between 1983 and 1993. As field of this movement, the notion of the group (in discussion with the views of the group as an object of study and intervention) expressed a conceptual intervention of relevance in three dimensions that connecting problems of the disciplinary field with emergencies and concerns that originate from the social scene. These dimensions can be summarized as follows: 1) The problem of violence, authoritarianism and power in the analysis of the production of subjectivity and its relation to social practices, 2) critical review (in dialogue with a previous tradition of Argentine psychoanalysis) models and concepts for addressing groups, 3) The recovery and renewal of a privileged reflection of the intellectual field of the previous two decades: the problem of the relationship between the professional and intellectual practice (including practices in group situations) and the political dimension. The article shows how involved the notion of the group in formulating problems and in the treatment of these dimensions.

Carátula del artículo

Lo grupal como intervención crítica: Sobre la publicación Lo Grupal en la Argentina (1983-1993)*

The group as a critical intervention: About the publication The Group in Argentina*

Gabriela Cardaci
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Tesis Psicológica, vol. 11, núm. 1, pp. 134-149, 2016
Fundación Universitaria Los Libertadores

Recepción: 29 Septiembre 2015

Aprobación: 23 Mayo 2016

Preguntas disparadas hacia un lector que fabula, que desea y fabrica sus propios modos de desciframiento, de provocación a que cualquier cierre sea un imposible. Porque toda respuesta cierta, entraña la muerte del asombro y la curiosidad.

Prólogo. Lo Grupal 6 (1988)

Introducción

El artículo expone resultados de una investiga- ción dedicada al análisis histórico-crítico de las contribuciones de la corriente intelectual que promovió, como proyecto colectivo de investigación y escritura, la publicación Lo Grupal en la Argentina (1983-1993), editada en diez volúmenes entre 1983 y 1993. Un movimiento cultural, político y clínico que tomó aliento, en los primeros años de posdictadura argentina, en el rescate de un horizonte de antecedentes del movimiento político intelectual de los años 60 y comienzos de los 70. En cuanto al aporte específico de dicha investigación, cabe destacar que si bien hay estudios y publicaciones sobre el abordaje de los grupos en la psicología y en el psicoanálisis en la Argentina, no hay, entre los estudios académicos, antecedentes en el abor- daje del movimiento intelectual que dio lugar a la publicación Lo Grupal (1983-1993), desde una perspectiva de historia crítica como la de- sarrollada en este trabajo.

Los volúmenes de Lo Grupal, editados en su totalidad por Ediciones Búsqueda1, tuvieron su mayor circulación fuera del ámbito académico, en espacios alternativos como escuelas de psicología social, de psicodrama y también de psi- coanálisis. En lo relativo a la difusión internacional, facilitada por las vías de comunicación e intercambio abiertas durante las experiencias de exilio de las que regresaban recientemente algunos de sus autores, Lo Grupal llegó a circular también en otros países como Uruguay, México y España.2

Conformado a partir de la iniciativa de Eduardo Pavlovsky en su vuelta del exilio, el proyecto de la publicación Lo Grupal se sostuvo con la elaboración, compilación y dirección de Pavlovsky y de Juan Carlos De Brasi. Entre los autores de mayor participación en estas producciones se encuentran también Hernán Kesselman, Gregorio Baremblitt, Armando Bauleo, Marcelo Percia, Osvaldo Saidón, Ana María Fernández y Ana María del Cueto. Con participaciones más aisladas se incluyen artículos de Marie Langer, René Lourau, Angel Fiasché, David Szyniak, Luis Herrera, Miguel Moccio, Juan Campos Avilar, Alejandro Scherzer y Reneé Smolovich entre otros.

Los comienzos de una tradición grupalista argentina, en los años 50, se vincula a las derivaciones en nuestro país del movimiento de salud mental a nivel mundial, a los comienzos de la psicología como disciplina profesional, a la trama que en esos años aracterizados por algunos estudios históricos como de “modernización cultural”conectaba psicoanálisis, psiquiatría social y psicología con el marxismo y otras ciencias sociales (Vezzetti, 1998ab; Terán 2008, Dagfal, 2009). En la coyuntura de los 80, posteriores a la últi- ma dictadura, el proyecto nucleado alrededor de Lo Grupal retoma los antecedentes y tradiciones más significativas de esa historia, situándose de ese modo en continuidad con lo que esas expe- riencias habían autorizado y habilitado. Hay que destacar además que Eduardo Pavlovsky y Juan Carlos De Brasi, compiladores de la colección, y algunos de sus colaboradores más significativos como Baremblitt, Bauleo y Kesselman habían formado parte de aquellos movimientos de crítica (los grupos Documento y Plataforma) que derivaron en la ruptura con la institución oficial del psicoanálisis, la Asociación Psicoanalítica

Argentina (APA) a comienzos de los setenta y se encuentran entre los autores de los dos volúmenes compilados por Marie Langer con el nombre de Cuestionamos (1971, 1973). Esas rupturas, protagonizadas por psicoanalistas, psicólogos, psiquiatras y psicodramatistas, se caracterizaron por el cuestionamiento a un estilo de formación verticalista, a un modelo institucional totalitario y elitista, por la denuncia frente a una institución que se arrogaba la propiedad del psicoanálisis. Contribuyeron de ese modo a un fenómeno de expansión del psicoanálisis que irrumpía -en sintonía con el clima de ideas predominantes de ese tiempo- en el ámbito público renovado en sus temas y urgencias: la práctica del psicoaná- lisis aparecía como posible acción transformadora de acuerdo con los objetivos de transformación social y la figura misma del psicoanalista se fun- día con la del intelectual insertado en el ámbito cultural y político.

Ahora bien, la relación que se establece con esosantecedentes desde el marco de producción de Lo Grupal constituye uno de los aspectos más fecundos para un análisis crítico de sus aportes. Por un lado, salta a la vista, desde el prólogo del primer volumen, que la significación de esas experiencias de rupturas, desvíos y disidencias de los psicoanalistas de izquierda es exaltada, sobre todo en una dimensión de filiación y en la recuperación de los tópicos más generales, como el rol del intelectual en el mundo social y la relación entre la práctica clínica y la dimensión política. Pero lo más destacable es que ese rescate, efectuado en la coyuntura socio-política y disciplinar de los 80, fomenta al mismo tiempo una serie de revisiones y desplazamientos que señalan ciertos límites en aquellos planteos e inspira un despliegue de formulaciones renovadas por otros problemas y por nuevas recepciones.

En el prólogo del primer número de Lo Grupal, Pavlovsky inscribe la iniciativa de la publicación en continuidad con aquel psicoanálisis comprometido con el movimiento social de transformación de los 60 y comienzos de los 70. Una continuidad herida, evidentemente, por lo acontecido en los años de la dictadura y por el exilio. Pavlovsky expresa allí el deseo de reanudar el diálogo con los jóvenes, la voluntad de retomar en la Argentina una reflexión desde una posición que, desde el psicoanálisis, y una vez planteado que lo que llamamos inconsciente se trama en lo social-histórico, se interrogue por su relación con la problemática del poder (Pavlovsky, 1983).

En el marco de este movimiento político, cultural y de ideas clínicas, la referencia a la noción de lo grupal, en discusión con los enfoques que abordaron (explícita o implícitamente) al grupo como objeto empírico, expresó una intervención conceptual de relevancia en tres dimensiones que conectaban problemas del campo disciplinar con urgencias y preocupaciones que en esos años emergían de la escena social. Esas dimensiones pueden sintetizarse del siguiente modo: 1) La revisión crítica (en diálogo con una tradición previa del psicoanálisis argentino) de los modelos y conceptualizaciones para el abordaje de los grupos. Segundo. 2) La recuperación y renovación de una reflexión privilegiada del campo intelectual de las dos décadas previas: el problema de la relación entre la práctica profe- sional e intelectual y la dimensión política. 3) La problemática de la violencia, el autoritarismo y el poder en el análisis de la producción de subjetividad y su relación con las prácticas sociales. El artículo aborda de qué modo la noción de lo grupal interviene en el planteo de problemas y en el tratamiento de esas dimensiones.

Lo grupal como micropolítica: violencia y transformación social

Lo Grupal (1983-1993) apuntó a promover, en los primeros años de posdictadura, desde el campo del psicoanálisis y la psicología, en su apertura hacia la sociedad y la cultura, una reflexión que involucraba la interrogación sobre las relaciones entre dictadura y sociedad civil: entre formas de poder y prácticas sociales, entre formas de violencia simbólica, autoritarismo y vida cotidiana.

Algunos análisis de historia y crítica cultural han señalado, respecto de los primeros años de “transición democrática”, cierta escasez de estudios que hayan aportado a una reflexión sobre las vinculaciones generales de la dictadura con la sociedad civil; sobre los efectos particulares del proceso dictatorial en las formas de convivencia social en los espacios cotidianos.3 Este diagnóstico sobre el ejercicio de la críti- ca en los primeros años de posdictadura otor- ga mayor relevancia a las intervenciones que, desde Lo Grupal (Pavlovsky, 1986; De Brasi, 1986b, 1989;Percia, Herrera & Szyniak, 1986), se expresaron en ese sentido, así como a los desarrollos conceptuales que apuntaron a problematizar esa dimensión cotidiana de la violencia. Dichos análisis subrayaron la preponderancia que adquirió, respecto de la memoria colectiva sobre lo acontecido en la historia reciente, la dimensión de la justicia por los crímenes cometidos y la condena de los ejecutores (Casullo, 1997; Kaufman, 1997, 2012abc, Vezzetti, 2002). Alejandro Kaufman (1997, 2012b) puntualizó que la dimensión que involucraba los espacios y las acciones de la vida cotidiana se había sustraído, en gran medida por la complejidad de su abordaje, de los análisis relativos a la comprensión de las imbricaciones entre horror dictatorial y sociedad civil. Para Nicolás Casullo (1997), el acto político más importante del período posdictatorial, el juicio y condena de lo actuado por los responsables mayores de la dic- tadura, había llevado también a la absolución y el descompromiso de la sociedad en su conjun- to respecto de ese pasado. Desde su perspectiva una “visión judicial hegemonizadora de la cuestión histórica” obturó en esos años la dis- cusión sobre políticas de la historia, enmudeció las narraciones sobre violencias, autoritarismos e intolerancias y promovió ideologías del olvido (Casullo, 1997). Kaufman (1997, 2012a) llamó la atención sobre el mismo problema al señalar la insuficiencia, para la experiencia política, ciudadana, vital, de la figura de la punición como único modelo de interpretación y de acción frente a lo acontecido.

Si en los años de transición democrática se sitúan entonces el resurgimiento de las libertades públicas y la resignificación del acontecimiento democrático en la sociedad civil, ese tiempo fue también de emergencia, en ciertos sectores del campo intelectual entre los que hay que ubicar al núcleo de autores de Lo Grupal, de una serie de preocupaciones vinculadas a la memoria y elaboración de lo acontecido. Como lo planteaba Kaminsky (1990) se advertía, en el mismo movimiento de retorno democrático, la profundidad y alcances de estrategias autoritarias diseminadas en los espacios de la vida cotidiana, en las instituciones, en los imaginarios sociales y profesionales.

Uno de los aportes principales de Lo Grupal fue entonces su contribución en esos años a la reflexión sobre el problema de las formas de violencia y autoritarismo en las prácticas clínicas, en las instituciones y los grupos. Esta reflexión conectó la interrogación sobre las formas de concebir las prácticas (clínicas, comunitarias, pedagógicas, de formación) y la revisión de los modelos grupales heredados, con la preocupación por pensar las condiciones subjetivas de ese tiempo: las formas de vida en los espacios coti- dianos, en la familia y en los ámbitos comunitarios de la salud, la educación y el trabajo. La voluntad de recuperar un horizonte político habla de una insistencia que apuntaba no solo a recuperar las coordenadas de un debate que, en las dos décadas anteriores, habían tenido en su horizonte las ideas de compromiso, responsabilidad social y una transformación social como posible (Percia & Herrera, 1987). Esa intención se proponía también problematizar las condiciones de vida en el nuevo escenario social y diseñar, en consecuencia, modos posibles de trabajo colectivo. Se requería construir lugares de pertenencia, apelar a la construcción de nuevos lectores, volver a pensar las instituciones y diseñar espacios mi- cropolíticos, replantear el lugar del compromiso, revisar los modelos conceptuales e instrumentales disponibles. De Brasi se refiere, en el prólogo del tercer volumen, a lo grupal como “metáfora vigente de lo reprimido”. “Erradicados de los usos terapéuticos y servicios sociales durante un período genocida (…) la embestida contra los grupos formó parte de un ataque programado a la solidaridad, al tejido conjuntivo de la sociedad civil” (De Brasi, 1986a, p. 9).

Es claro entonces que si el tratamiento de la problemática de lo grupal se orientó en esta publicación hacia el desarrollo de aspectos teóricos, clínicos y disciplinares, esas elaboraciones eran impulsadas por preocupaciones y urgencias que emergían de la escena social. Es este aspecto del proyecto editorial de Lo Grupal lo que lleva a situarlo como un gesto de resistencia cultural en esos años: la referencia a lo grupal y el abordaje de las condiciones históricas de producción de subjetividad era un modo de señalar: primero, lo acontecido en términos de violencia física, secuestros y desapariciones de personas evidentemente había afectado la trama del tejido social de formasimpensadas. Segundo, los dispositivos de violencia psicosocial se tramaban también en micrológicas: en el lenguaje, los gestos, los rituales, las ceremonias cotidianas, las ilusiones y los deseos. Tercero, era tarea de los profesionales y de los intelectuales problematizar los modos de pensar las prácticas sociales y diseñar estrategias orientadas a visibilizar y desmontar esos dispositivos.

En ese marco, la crítica de la tendencia hacia el profesionalismo y la especialización es uno de los tópicos que mejor refleja la apuesta de este grupo por intervenir en las formas de violencia en los espacios cotidianos de las prácticas sociales. De Brasi (1986b) se refirió a los modelos normativos que conformaban las identidades e idealizaciones profesionales los imaginarios profesionales como formas condensadas de violencia simbólica. Lejos de la figura del intelectual como crítico de la sociedad, lo que parecía ganar cada vez más terreno en esos años era una figura del profesional comandada por lógicas propietarias de éxito personal. Percia (1989) observaba una escisión creciente, durante la década del 80, entre el territorio de las prácticas psi y la tarea crítica. Desde su perspectiva esos ámbitos parecían ajenos a las conexiones que, en las dos décadas anteriores, se habían tramado entre el deseo de transformación social y las prácticas en salud. Advertía en ese sentido el predominio de una actitud profesionalista que vinculaba a “la pérdida de una intención transformadora y el desencanto con una perspectiva del intelectual como crítico de la sociedad” (p. 81).

De las grupologías a lo grupal

La noción de lo grupal, propuesta en este marco de producción, intervino críticamente en las formas más habituales de las psicologías y del psicoanálisis de concebir los grupos desde los años 50. Esa intervención crítica, que postulaba un giro desde el estudio de los grupos hacia el abordaje de lo grupal y de las condiciones histórico-sociales de producción de subjetividad, puede considerarse el inicio de la apertura hacia una renovación de la problemática grupal en nuestro medio. Hay que destacar aquí el lugar privilegiado que ocupó el pensamiento de Juan Carlos De Brasi como referente teórico de esa renovación, centrada en el desplazamiento desde los enfoques basados en el grupo como objeto empírico hacia una concepción de lo grupal como condición estructurante de lo social- histórico. El pensamiento y enseñanza de De Brasi sobre psicoanálisis y materialismo histórico así como su trabajo de escritura parece haber operado en cierta medida como faro para el núcleo de autores más significativo de Lo Grupal (Pavlovsky, Kesselman, Bauleo, Percia, Fernández). Son numerosas las notas en diversos artículos de la publicación que hacen referencia a sus textos, sus ideas y también a conversaciones personales con él. De Brasi es filósofo graduado en la Universidad de Buenos Aires y doctorado en la Universidad de París. Desde los años 70 se ha dedicado a la investigación y la práctica del psicoanálisis desde una posición crítica frente a todo reduccionismo de “escuela”. Participó de los movimientos de ruptura con la APA desde el Grupo Documento y contribuyó, junto a Gilberto Simoes, Julio Marotta y Santiago Dubcovsky, a la creación del Centro de Docencia e Investigación (CDI) de los trabajadores en Salud Mental en 1973.4 En los años cercanos a la conformación del grupo que participó en Cuestionamos, la formación de muchos psicoanalistas alrededor del marxismo y el psicoanálisis se realizó en grupos de estudio, reunidos por fuera tanto de la universidad como de la Asociación Psicoanalítica Argentina, que dictaron Juan Carlos De Brasi, Raúl Sciarreta y León Rozitchner.

La referencia a lo grupal no fue, en el contexto de esta publicación, la alusión al adjetivo que nombra lo relativo a los grupos, sino la afirmación de un problema que requería ser pensado. Indicó la necesidad de producir un desplazamiento respecto de la idea del grupo como objeto de las teorías psicológicas, psicoanalíticas y sociológicas. Conviene situar brevemente que los primeros trabajos sobre psicoanálisis y grupos en la Argentina en los años 50 se componen de referencias diversas. Pueden situarse dos líneas principales de trabajo, a su vez conectadas entre sí. Una es la que se abre con la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupos (AAPPG) fundada con el apoyo de la APA en 1954, por Juan José Morgan, Jorge Mom, Raúl Usandivaras y que tuvo entre sus miembros a Emilio Rodrigué, Marie Langer y León Grimberg, entre otros. Morgan fue ade- más el primer profesor titular de la asignatura Dinámica de Grupos de la Facultad de Psicología de la UBA. En el ámbito de la AAPPG predo- minó un esquema de aplicación de la psicote- rapia individual al grupo. Su principal referen- cia teórica fue el psicoanálisis inglés de matriz kleiniana. No sólo los desarrollos de Melanie Klein sino también las experiencias de grupos realizadas por W. R. Bion. Hay que recordar que Emilio Rodrigué había observado el trabajo del psicoanalista inglés en Londres en 1949. Unos años después, en 1957, publica junto con Marie Langer y León Grimberg Psicoterapia del grupo. La otra línea es la inaugurada por Enrique Pichon Rivière que, si bien se desprende tam- bién de la APA, altera el esquema kleiniano predominante en esa institución al incorporar herramientas conceptuales de las ciencias sociales. Entre sus principales referencias se sitúan los tópicos kleinianos de las fantasías, ansieda- des y defensas, pero también Kurt Lewin, Jean Paul Sartre, Ezriel, George Mead y Gaston Bachelard (Percia, 2005; Dagfal, 2009).

En el contexto de producción que dio lugar ala publicación Lo Grupal, la distinción entre losgrupos y lo grupal, expresada en la afirmación“lo grupal no son los grupos” (De Brasi, 2007,p. 115)5, permitió señalar una serie de problemas presentes en los modos cristalizados de abordar la problemática de la grupalidad. Se apuntaba a producir con esa referencia un movimiento respecto de las conceptualizacio- nes históricas típicas para pensar los grupos: conflicto, cohesión, interacción y comunica- ción, interjuego de roles, resistencia al cam- bio, transferencia, ilusión y fantasía grupal, supuestos y ansiedades básicas (De Brasi, 2007; 2001). La referencia a lo grupal expresaba una serie de cuestionamientos hacia los enfoques grupales más difundidos (grupo operativo, dinámica de grupos, grupo de diagnóstico, grupo de reflexión, psicodrama psicoanalítico, training group) y la insistencia en la consideración de la dimensión sociohistórica en el abordaje de la problemática grupal. De ahí la idea de producir un desplazamiento desde los grupos hacia lo grupal y las condiciones históricas de producción de subjetividad.

Las críticas hacia esos enfoques pueden sintetizarse en dos aspectos centrales: por un lado, la naturalización del grupo como objeto empírico, es decir, la confusión entre grupo y agrupamiento o conjunto de personas reunidas para una tarea específica. Se trataba de señalar, en los enfoques basados en el pequeño grupo, centra grupal y las condiciones históricas de producción de subjetividad. Las críticas hacia esos enfoques pueden sintetizarse en dos aspectos centrales: por un lado, la naturalización del grupo como objeto empírico, es decir, la confusión entre grupo y agrupamiento o conjunto de personas reunidas para una tarea específica. Se trataba de señalar, en los enfoques basados en el pequeño grupo, centra sino también y sobre todo a aquellos planteos que, aunque no dejaran de mencionar lo social, lo político, lo histórico o lo cultural como dimensiones en juego en los grupos, lo abordaban como un social histórico ya constituido, lo que implicaba una posición desocializadora. Esa posición desocializadora se expresa en las afirmaciones que no dejan de explicitar que el grupo “está atravesado por lo histórico social” o en las que plantean como objetivo del trabajo en grupo que los miembros “tomen conciencia”, es decir, amplíen su “conocimiento” sobre las condiciones económicas, sociales, culturales que obstaculizan una tarea.6 Desde la perspectiva que introducía lo grupal, lo socialhistórico no es algo que esté ahí ya constituido, para ser conocido, para tomar conciencia de él, sino algo que se produce en el espacio social donde se actúa. Por otro lado, y vinculada a lo anterior, el segundo aspecto es la crítica de la aplicación, es decir, el señalamiento de la violencia simbólica presente en las concepciones de grupo como técnica o instrumento.7

Introducir la dimensión histórico-social en los procesos de producción de subjetividad incluía pensar también las referencias teóricas y las prácticas sociales como producciones históricas. De Brasi (1988) hacía notar en ese senti- do que los grupos y las instituciones tienden a considerarse como existiendo naturalmente y que por ello era “necesaria una tarea crítica que dimensión política en la tarea clínica, discrimine y señale a ambos fenómenos como producciones histórica y subjetivamente acotadas, lo cual incluye a los mismos aparatos críti- cos usados en cada momento” (p. 100).

La distinción entre los grupos (y las grupologías) y lo grupal ponía en cuestión uno de los aspectos más problemáticos y tal vez más arraigados en el sentido común psicológico hasta la actualidad de los modelos de trabajo en grupo desde los años 50. Se trata de los enfoques que, al considerar el concepto de grupo como unidad y como totalidad, tendieron a orientar la interpretación en la búsqueda de representaciones unificadas (“el grupo siente…” “el grupo piensa…”, etc.). El grupo queda de ese modo equiparado con una especie de individuo amplificado. Lo grupal señalaba una dimensión de exterioridad que desbarataba esa reducción del grupo a una individualidad y, en la misma dirección, cuestionaba la idea de grupo como fenó- meno intermediario entre individuo y sociedad.

En relación con este problema y retomando la crítica a la idea de aplicación que introducía la noción de lo grupal, conviene recordar una de las referencias inaugurales de la tradición del psicoanálisis de grupo en la Argentina: el enfoque desarrollado por Rodrigué, Langer y Grinberg. Los autores de Psicoterapia del grupo (1957) hacían hincapié en la aplicacióndel psicoanálisis al grupo pensado como unidad social y como totalidad gestáltica integrada por elementos. En esa perspectiva, la concepción del grupo como una totalidad era un pilar de la función inter- pretativa del terapeuta; la totalidad del grupo era considerado como “un solo yo dividido en ‘yos’ parciales, puesto que cada integrante actúa en función de los demás” (Grinberg, Langer & Rodrigué, 1957, p. 50). Los autores sostenían que “los problemas expresados por cualquier integrante contienen, en forma latente o mani- fiesta, los del resto de los participantes” (p. 72). Lo que se interpretaba, la fantasía inconsciente, expresaba la vida interior del grupo. Al respecto, cabe recordar que J.-B. Pontalis (1968) ya ha- bía señalado, a propósito de las psicoterapias de grupo, la noción misma de grupo como un problema. Observaba que lo que se comprobaba como efectos de grupo estaba apoyado por la concepción del grupo como individualidad. Pontalis (1968) hacía notar la insistencia de los psicoterapeutas de grupo “en llamar siempre sobre el grupo la atención de los participantes; el grupo como unidad, toma tal decisión, aborda tal tema, sufre tal fracaso. Se halla todo él implícito, íntegramente, en todo lo que sucede” (p. 224). Desde su perspectiva, el problema de estas concepciones es el postulado que las sostiene: el grupo es encarado como una existencia absoluta, centrado en sí mismo y no en su dependencia del universo social.

La noción de singularidad ligada a lo grupal, lo singularmente colectivo, permitía un desplazamiento desde referencias totalizadoras como individuo, grupo o sociedad hacia una concepción que ponía en juego la multiplicidad de formas (conocidas tanto desconocidas) y la imposibilidad de clausura en una representación.

No podemos ignorar que los hombres nacen divididos, fragmentados, que su unidad en el yo, el grupo o la sociedad son, como los términos de referencia, un logro mítico, una ilusión necesaria totalizadora. Al contrario sostenemos que esa imposibilidad de clausura, es la única garantía de existencia y persistencia del hombre mismo (…) Y que lo social-histórico no es un afuera ni una extensión o posterioridad temporal de una sustancia subjetiva, sino aquello con lo que está tramado el mismo inconsciente (De Brasi, 1990, pp. 19-20).

Lo neutro de la expresión lo grupal sugería una doble imposibilidad: la de definir lo que un grupo es como la de sostener, en cualquiera de sus versiones, algún ser de grupo. Así, lo grupal ponía en cuestión no sólo la concepción de grupo como una individualidad (unidad, totalidad) cerrada en sí misma sino también la idea de in- dividuo, indiviso, propio, idéntico a sí mismo. Escribe de Brasi: “Somos un acontecer grupal diseminado en nosotros mismos, como lenguaje y gesto, como signatura socio-histórica y singularidad inconsciente, como destino e inven- ción del azar” (De Brasi, 2001, p. 8).

Clínica, crítica y política: lo grupal como invención

En la misma dirección, otros autores de Lo Grupal problematizaron, en el marco de una revisión crítica de los discursos predominantes en el campo psi en los años de posdictadura, las concepciones de lo socio-histórico en las prác- ticas clínicas. Percia et al. (1986) distinguieron, en un artículo incluido en Lo Grupal 3, tres tendencias: discursos apolíticos, discursos formalistas y discursos críticos de lo social. Discutieron las concepciones de realidad social y de lo sociohistórico en las dos primeras y se posicionaron, a través de la relectura de una tradición crítica previa del psicoanálisis argentino, en proximidad con los discursos críticos.

Con respecto a las dos primeras tendencias, señalaron una actitud técnico profesional que desconoce la relación que toda práctica social (entre ellas la práctica clínica) tiene con la problemática del poder. En particular, dirigieron hacia la denominada tendencia formalista de inspiración lacaniana la crítica que había realizado Robert Castel (1973/1980) al psicoanálisis en Francia, para subrayar el riesgo de desvincular el deseo de su relación con el mundo social.

Esta tendencia, que cobraba importancia en el campo disciplinar en los primeros años de posdictadura, había comenzado a instalarse en la década anterior a través de la recepción, en el ámbito local, de las ideas de Althusser sobre el psicoanálisis, y en particular, de su lectura sobre los aportes de Lacan para la conformación de un psicoanálisis científico.8 En la década de 1980, esa corriente de pensamiento encontró difusión principalmente a través de las cátedras clínicas de las universidades públicas de Buenos Aires, Rosario y la Plata, y en espacios de formación privada vinculados a ellas (Dagfal, 2013) y adquirió cierta masividad. El historiador Alejandro Dagfal destaca un rasgo particular de esa filiación lacaniana tan extendida a partir del 83. Mientras que las primeras lecturas de Lacan en nuestro medio, en los años 60, tuvieron lugar en el marco de la recepción del estructuralismo y formaron parte de un clima de ideas caracterizado por la interrogación por el lugar de la política en la práctica intelectual y se combinaron con referencias a la fenomenología, el existencialismo y el marxismo; en los años 80 predominaron las lecturas de Lacan alejadas de referencias al mar- xismo (Dagfal, 2013).

El planteo de los autores de Lo Grupal permite reconocer el tipo de lectura y apropiación que se realizó de la obra de Castel en ese marco de producción. Para el sociólogo francés, el desconocimiento de la problemática sociopolítica por el psicoanálisis es condición constitutiva de su conformación. Y más aún interesa destacar, en este caso, que Castel había explicitado que no excluía de su crítica sobre la extraterritorialidad social del psicoanálisis ni siquiera a aquellos que reconocían la dimensión sociopolítica para darle al psicoanálisis un sesgo político y subversivo. El autor consideró esas tentativas como mistificaciones; desde su perspectiva el psicoanálisis encubre siempre la dimensión sociopolítica. Por su parte, los autores argentinos no dejaban de explicitar que se afirmaban en el psicoanálisis en rigor, en cierta tradición argentina del mismo y orientaban las críticas de Castel hacia la tendencia caracterizada como formalista. El problema que señalaban era el efecto de autonomía que podía adquirir una supuesta verdad de la estructura del deseo del sujeto en relación con las condiciones histórico-sociales de producción de subjetividades. Retomaron en este sentido uno de los aspectos más interesantes de la crítica de Castel: el que afirma que su reproche no se dirigía tanto a la complicidad del psicoanálisis con el poder, como a su pretensión de haberse librado del problema del poder. Lo que interesa destacar aquí es el uso específico que adquiría este argumento en el ám- bito local. Se trataba, en Lo Grupal, de visibilizar las implicancias, en la situación socio-política argentina y en la situación más amplia de los países latinoamericanos, de esa posición de idealización de un purismo teórico y del consecuente rechazo o descalificación de cualquier intento de invención en el trabajo psicoterapéutico. Para los autores, esas actitudes de ceguera social y política contribuían a sostener e incluso a profundizar, ya en tiempos democráticos, un esquema implantado durante la dictadura: la escisión entre teoricismo y acción clínica como refugio de amplios círculos profesionales frente al vaciamiento del sistema de salud. Hay que recordar en este punto lo que Carpintero y Vainer (2005) mostraron sobre el proceso de desmantelamiento del campo de la Salud Mental en la Argentina, que comenzó en el año 1974 y que se profundizó durante los años de la dictadura, a través de la represión de planes reformistas y de sus principales actores. Además del secuestro, la detención y la desapari- ción de profesionales y trabajadores, los autores detallan las medidas llevadas a cabo durante esos años sobre el sistema de salud: la intervención en distintos organismos, allanamientos, cierre de servicios de salud mental, prohibición de determinadas prácticas (especialmente grupales), suspensión de diversas actividades de formación junto al retorno del uso de otras técnicas (como el electroshock en el Centro de Salud Mental N°1 de la Ciudad de Buenos Aires), limitación de las tareas de los psicólogos (prohibiciones de realizar psicoterapia y en algunos casos reducción de sus actividades a la aplicación de test) (pp. 324-393).

Respecto de los discursos críticos, los autores de Lo Grupal realizaron una relectura de ciertos antecedentes de la tradición del psicoanálisis argentino vinculada al pensamiento de las izquierdas de los años 60 y principios de los 70 (Pichon-Rivière, Bleger, Marie Langer, los grupos Plataforma y Documento y los libros Cuestionamos). Retomaron, por un lado, los problemas que habían estado en el centro de los debates del campo intelectual en las dos décadas previas, como la noción de ideología, la crítica de la neutralidad y el formalismo, la cuestión del poder y la violencia simbólica en las prácticas terapéuticas, el saber como forma de poder, la familia como institución social y el papel de los intelectuales en la política. Pero esa recuperación estuvo orientada hacia una revisión y renovación de la concepción de lo político en la tarea clínica. Esto se advierte no sólo porque no dejaron de señalar ciertos límites que encontraban en los planteos de aquellos años fundamentalmente la confusión entre la dimensión política en la práctica clínica y la militancia política sino también porque incorporaron, para el tratamiento de esos problemas, herramientas conceptuales y analíticas novedosas (Castel, Foucault, Deleuze, Guattari, Bourdieu & Passeron) (Cardaci, 2015).

En ese marco, la referencia a la invención adquiere en Lo Grupal un lugar privilegiado. Por un lado, se planteaba la necesidad de revisión crítica de los modelos empleados en las prácticas (Percia & Herrera, 1987; Fernández, 1989). Pero la idea de invención era también uno de los sentidos que adquiría la noción misma de lo grupal, pensada como espacio de producción colectiva. Este segundo sentido retoma tópicos centrales de la tradición de los grupos operativos de Pichon-Rivière: las ideas de invención, descubrimiento aprendizaje, vinculadas a la de transformación social. En el prólogo de Lo Grupal 5 se leen los dos sentidos aludidos. Primero, se señala (hacia el interior de la tradición grupalista) el riesgo de la repetición de modelos teóricos sin problematización. Segundo, se marca, desde el proyecto de esta publicación, una posición y una intención: el pensamiento de lo grupal preten- día rescatarla potencia de las prácticas grupales, es decir, la capacidad productiva y de ruptura de dogmas que las acciones colectivas podrían realizar, sin evitar la interrogación acerca de sus modalidades de trabajo teórico y clínico (Percia & Herrera, 1987). Habría que situar esta referencia a la “ruptura de dogmas” como potencia de lo colectivo en cercanía con la idea de estereotipo y su relación con el problema de la ideología y el sentido común en Pichon-Rivière. A propósito de la experiencia de grupos operativos realizada en la ciudad de Rosario en 1958, Pichon situaba una orientación de esa modalidad de trabajo en la capacidad que el proceso grupal podía tener de movilizar actitudes estereotipadas. Estas actitudes agregaban los autores del escrito eran “mantenidas en vigencia como guardianes de determinadas ideologías o instituciones” y funcionaban como barreras a nuevas soluciones (emergentes) como descubrimientos . invenciones (Pichon Rivière, Bleger, Liberman & Rolla, 1971/1980b).9

En Lo Grupal, la urgencia de revisión de los modos de abordaje en situaciones de grupo cobra un sentido particular en relación con la situación de las prácticas asistenciales en los espacios públicos en los años de posdictadura. Si los grupos y las instituciones como objetos privilegiados de interés habían estado, desde fines de los años 50 y durante los años 60, en el centro de un proyecto renovador y reformista, esa tradición parecía ahora haber quedado reducida, en el ámbito público, a un uso utilitario desvinculada de su potencialidad transformadora. Se advertían ciertos equívocos extendidos en esos años en los modos de pensar las relaciones entre psicoanálisis y problemática grupal e institucional. Se quería señalar que esos equívocos, con que se aludía tanto a posturas que se afirmaban como especialistas grupalistas como a los que se afirmaban como psicoanalistas, redundaban en la pérdida del interés por la investigación acerca de la problemática grupal y su relación con las prácticas en el ámbito público. Respecto de las posiciones sostenidas por grupalistas se hace referencia a un problema heredado de las primeras tentativas de abordaje del grupo desde perspectivas del psicoanálisis, en los años 50: la exigencia de legitimar la tarea clínica con grupos desde certezas del psicoanálisis. Una tendencia que también fue nombrada en Lo Grupal como tendencia de aplicación (Percia, 1989)10. Respecto de las segundas posiciones, se ubica el rechazo de la problemá- tica grupal por ser considerada, en nombre de una supuesta “pureza” del psicoanálisis, como práctica de segunda o como modo de abordaje inferior. En definitiva, ambas posiciones eran en este aspecto equivalentes y derivaban a su vez en un equívoco fundamental: reducir lo grupal como espacio potencial de producción colectiva a una técnica destinada a cumplir con objetivos de rendimiento y eficacia institucional (la idea de “hacer grupos” para satisfacer la demanda de atención pública con menores recursos). (Percia y Herrera, 1987; Fernández, 1989). En este sentido, Percia (1989) afirmó que no se trataba ni del “rechazo de los grupos” ni del “festejo irreflexivo de lo grupal” (p. 83-84), sino de indagar, desde una posición crítica, los dispositivos empleados en las prácticas colectivas, “llámense grupo de formación, grupo de psicodrama psicoanalítico, grupo operativo, grupo terapéutico, grupo de reflexión, grupo de análisis institucional o taller comunitario” (p. 84).

Conclusiones

El artículo expuso una serie de temas y problemas elaborados en el marco del movimiento intelectual que dio lugar a la publicación Lo Grupal(1983-1993). El análisis de un conjunto significativo de artículos e intervenciones muestra que la producción reunida en esta publicación, en diálogo con una tradición previa del psicoanálisis argentino y a través de una operación de recuperación crítica de ciertos antecedentes del movimiento político intelectual de los años 60 y comienzos de los 70, constituye una referencia privilegiada y hasta el momento no indagada del pensamiento, la investigación y la escritura sobre la problemática grupal, la clínica institucional y las intervenciones micropolíticas en la Argentina. Por un lado, la producción de Lo Grupal (1983-1993) aportó, en el terreno del psicoanálisis local, la apertura hacia una reno- vación de la investigación sobre la problemática grupal e institucional, tanto en el plano conceptual como en el de las prácticas. Lo novedoso de esa apertura se condensa en el giro enunciado por Juan Carlos De Brasi en el prólogo de Lo Grupal 3 (1986) desde el estudio de los grupos y sus conceptualizaciones históricas típicas hacia el abordaje de lo grupal y de las condiciones his tórico-sociales de producción de subjetividad. Pero además, la posición de enunciación que sus autores sostuvieron en el campo disciplinar de la psicología y el psicoanálisis, atendiendo la coyuntura socio política en los años de posdictadura y la centralidad que otorgaron a la problemática del poder y la violencia en las prácticas sociales permite situar a Lo Grupal también como un fragmento relevante de la producción crítica cultural del nuestro pasado reciente.

Se ha mostrado de qué modo en el marco de este movimiento político, cultural y de ideas clínicas, la referencia a la noción de lo grupal en discusión con las concepciones que tomaron al grupo como objeto expresó una intervención crítica conceptual de relevancia en tres dimensiones que conectaban problemas del campo disciplinar con urgencias y preocupaciones que emergían de la escena social: el problema de la violencia simbólica en las prácticas sociales, la revisión crítica de los modelos grupales disponibles, y la recuperación y renovación de una reflexión privilegiada del campo intelectual de las dos décadas previas: el problema de la relación entre la práctica profesional e intelectual y la dimensión política.

Se ha situado que la intención de problematizar modos imperceptibles de una “violencia simbólica” en los diversos espacios de convivencia social se sitúa entre las contribuciones más relevantes de este proyecto. Afirmamos en este sentido que Lo Grupal expresó una intervención de resistencia cultural, al contribuir a la elaboración de los efectos de lo acontecido en la historia reciente sobre los vínculos socio-co- munitarios. Dicha contribución se vinculó a una voluntad de restablecer una dimensión política del psicoanálisis, a través de la recuperación de las coordenadas de un debate previo en torno del compromiso y la transformación social, que se orientaba, en primer lugar, a problematizar las condiciones de vida de ese tiempo presente y a diseñar, en consecuencia, modos posibles de habitar los espacios colectivos.

Material suplementario
Información adicional

Cómo citar este artículo:: Cardaci, G. (2016). Lo grupal como intervención crítica: Sobre la publicación Lo Grupal en la Argentina (1983-1993). Revista Tesis Psicológica, 11(1), 134-149.

Referencias
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Notas
Notas
1 Si bien no está especificada la cantidad de ejemplares impresos, Juan Carlos De Brasi estima que se imprimieron alrededor de 1500 ejemplares de cada volumen y que varios de ellos fueron reeditados. Comunicación personal (marzo de 2014).
2 Eduardo Pavlovsky y Hernán Kesselman estuvieron exiliados en España. Armando Bauleo y Marie Langer se exiliaron en México en el año 1974; Bauleo volvió a la Argentina en marzo de 1976 y a los seis meses volvió a exiliarse; estuvo nuevamente en México, en Madrid y luego en Italia. Gregorio Baremblitt y Osvaldo Saidón se exiliaron en Brasil. Juan Carlos De Brasi estuvo exiliado en México.
3 Se trata de una apreciación general que no habría que entender como una ausencia total de apuestas en esa dirección. Las intervenciones de León Rozitchner en los primeros años de posdictadura se encuentran entre las más significativas. Además, hay que considerar también los trabajos de Alejandro Kaufman desde comienzos de la década del 90 y los de Gregorio Kaminsky. Su libro Dispositivos institucionales. Democracia y autoritarismo en los problemas institucionales, publicado en 1990 reúne artículos y ensayos escritos entre 1985 y 1988. 4 Sobre el lugar de Juan Carlos De Brasi en el CDI, véase también Carpintero y Vainer (2005, p. 68).
4 Sobre el lugar de Juan Carlos De Brasi en el CDI, véase también Carpintero y Vainer (2005, p. 68).
5 La afirmación, presentada por De Brasi como fórmula advertencia, fue planteada en una entrevista publicada por la revista porteña La Nave, en forma incompleta, entre 1996 y 1997. Se incluyó en La Problemática de la Subjetividad. Un ensayo, una conversación (2007).
6 Por mencionar uno de los enfoques más difundidos, este tipo de afirmaciones se encuentran, por ejemplo, en los desarrollos de Fernando Ulloa (1977) sobre el “grupo de reflexión”, pensado como una modalidad de grupo operativo y presentado explícitamente por el autor como una técnica o como un instrumento para el abordaje y el diagnóstico (pp. 63-66).
7 En estos cuestionamientos se manifiesta la cercanía del pensamiento de De Brasi con los planteos que Sartre realizara en su Crítica de la razón dialéctica (1960/2011) sobre los grupos como mediaciones y sobre la distinción entre grupo y colectivo. Cfr. Sartre (1960/2011, pp. 41-79 y 431 y ss.).
8 En la década de 1970, en el marco de un problema que afectaba a los grupos de la izquierda no comunista: establecer la cientificidad del socialismo luego de la caída del “comunismo real”, las lecturas de Althusser en el ámbito psi local se articularon a la necesidad de fortalecer el estatuto científico del psicoanálisis en su articulación con el marxismo, a través de una renovación teórica alejada de la tradición comunista (García, 2012, pp. 278 y ss.).
9 En Lo Grupal, una de las expresiones más interesantes para advertir qué implicaba ese giro (de las grupologías hacia lo grupal) es la lectura crítica que De Brasi (1987ab) realizó sobre estos tópicos, transformación, aprendizaje, descubrimiento e invención, esbozados por Pichon-Rivière alrededor de los grupos operativos. El trabajo de elaboración de De Brasi restituye una complejidad presente en los problemas abordados por Pichon- Rivière y, en el mismo movimiento, produce una apertura y un despliegue renovado de esas referencias (Cardaci, 2013).
10 Sobre este aspecto, se puede consultar también Dagfal (2009).
Gabriela Cardaci ** Licenciada en Psicología. Facultad de Psicología, Universidad de BuenosAires. Magíster en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad, Facultadde Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

Correo electrónico:gabriela.cardaci@gmail.com

* El artículo se enmarca en las investigaciones realizadas en los proyectos UBACYT “Circulación, recepción y transformación de saberes de la psicología, psiquiatría y psicoanálisis en la Argentina (1900-1993)” (2014-2016) y “Conocimiento, prácticas y valores en la historia de la psicología y del psicoanálisis en la Argentina” (2011-2014). Instituto de Investigaciones, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aire
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