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El Quijote de Emili Pi i Molist: Una reconstrucción modélica de la subjetividad a través de la locura *
Iván Sánchez Moreno
Iván Sánchez Moreno
El Quijote de Emili Pi i Molist: Una reconstrucción modélica de la subjetividad a través de la locura *
The Quijote of Emili Pi i Molist: A reconstruction by models of subjectivity through madness *
Tesis Psicológica, vol. 11, núm. 1, pp. 182-203, 2016
Fundación Universitaria Los Libertadores
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Resumen: El ensayo de Emili Pi i Molist (1886) sobre la locura quijotesca sirve de ejemplo de análisis de los discursos científicos que apuntaba Foucault (1968), a través del cual podemos construir un ideal particular de subjetividad. Este trabajo ha tratado de desglosar los argumentos teóricos de Pi i Molist sobre el Quijote con el fin de exponer un proceso similar al que pone en relación los signos y las lógicas de discurso sobre la realidad, planteando una doble vía en paralelo: la del propio discurso delirante del Quijote, por un lado, y la del discurso científico de Pi i Molist sobre el anterior, por otro, asumiendo no sólo un modo de comprensión de la locura y un representante idealizado y modélico de aquélla, sino también un tipo de tratamiento terapéutico ajustado al propio discurso de su delirio.

Palabras clave:QuijoteQuijote,subjetividadsubjetividad,locuralocura,Emili Pi i MolistEmili Pi i Molist,FoucaultFoucault.

Abstract: The essay of Emili Pi i Molist (1886) about the quixotic madness is an example of analysis of scientific discourse aimed Foucault (1968), through which we can build a particular ideal of subjectivity. This paper has attempted to disaggregate the theoretical arguments of Pi i Molist on Don Quixote in order to expose a process similar to that relates the signs and logical discourse about reality, proposing a two-way parallel: the speech of the delirious Quixote on the one hand, and the speech discourse of Pi i Molist, assuming not only a way of understanding madness and an idealized and exemplary representative of the former, but also a type of therapeutic treatment adjusted for proper speech of his delirium.

Keywords: Quijote, subjectivity, madness, Emili Pi i Molist, Foucault.

Carátula del artículo

El Quijote de Emili Pi i Molist: Una reconstrucción modélica de la subjetividad a través de la locura *

The Quijote of Emili Pi i Molist: A reconstruction by models of subjectivity through madness *

Iván Sánchez Moreno
Universidad Internacional de La Rioja, España
Tesis Psicológica, vol. 11, núm. 1, pp. 182-203, 2016
Fundación Universitaria Los Libertadores

Recepción: 21 Diciembre 2015

Aprobación: 10 Mayo 2016

“El loco desconoce su locura y conoce la ajena ”

(Pi i Molist, 886, p. 50)

“ De golpe , la locura del caballero ha adquirido conciencia de sí misma , y ante sus propios ojos se convierte en tontería ”

(Foucault, 1985 , p. 67)

La teoría de Pi i Molist sobre el Quijote:

¿Un modelo de locura ideal?

A finales del siglo XIX, el médico catalán Emili Pi i Molist (1824-1892) dedicó al Quijote un singular tratado que recibió varias encen- didas réplicas entre contemporáneos como Bertran y Rubio (1886), Giné i Partagás (1886), Rodríguez Morini (1905) y Menéndez Pelayo (1886). Dicho texto es conocido bajo el pom- poso título de Primores del Don Quijote en el concepto médico psicológico y consideraciones generales sobre la locura para un nuevo comentario de la inmortal novela. El citado ensayo de Pi i Molist gozó de un cierto éxito que favoreció diversas revisiones y ampliaciones que trascendieron la época del propio autor (Pi i Molist, 1886, 1905, 1908).

El presente trabajo tiene por objetivo tomar el ensayo que Pi i Molist dedicó al Quijote y anali- zarlo desde la óptica arqueológica que propone Foucault (1968) sobre los discursos científicos. Para ello partiremos de una definición de sub- jetividad que sostenga un modelo similar al que propone Pi i Molist (1886) respecto al célebre personaje cervantino y, a continuación, expondremos algunos elementos que servirán al alienista catalán para justificar y avalar su propio discurso científico.

A tenor de lo que argumenta Foucault (1968), si todo método científico responde a una creación particular de signos que permita el desciframiento de un orden ideal en la realidad, el modelo interpretativo de Pi i Molist (1886) sobre el Quijote no sólo supone una representación del delirio quijotesco, sino también un modelo de subjetividad.

Cabe identificar en la locura del Quijote las cuatro formas de locura ideal que señala Foucault (1985) en su clásico ensayo histórico-crítico, a saber: una locura por identificación novelesca, una locura por vana presunción, una pasión desmesurada e incluso una locura por “justo castigo”. Sobre el primer tipo, Scaramuzza (2007) advierte que en el Quijote se rompe claramente el dominio sobre la distinción entre realidad e imaginación, confundiendo invención fantástica y delirio. Al respecto, Alonso Quijano, antes de transmutarse en el delirante Quijote, enloquecerá al no saber ya distinguir ficción y no ficción en sus correrías y hazañas. Sobre el segundo tipo, el sujeto quijotesco se identifica con un yo megalomaníaco que se autoatribuye cualidades, virtudes y poderes de los que en realidad está desprovisto. Pese a no ser caballero andante, el Quijote presume de haber asumido las características de un ejemplar de noble aventurero medieval. Sobre la locura de su pasión desesperada, poco hay que añadir al recordar la atrevida lectura que hace Pi i Molist (1886) sobre la causa erotomaníaca de la locu- ra quijotesca, que más adelante relataremos. La locura del justo castigo responde a un obsesivo sentimiento de culpa. En referencia al estado anterior, el dolor psicológico que sufre Alonso Quijano por no alcanzar nunca el amor carnal de su amada Dulcinea le lleva a rendirle culto a través de sus gestas, como una sublimación que le arrastra más y más hasta el delirio. En palabras de Foucault (1985), el sujeto consi- dera que merece “por medio de trastornos del espíritu, los trastornos del corazón” (p. 65). Consecuentemente, su sufrimiento es prueba de su amor no correspondido.

En su tratado, Pi i Molist (1886) indagó sobre la sintomatología y las posibles causas de la locura quijotesca, desarrollando una teoría propia sobre el delirio valiéndose de las bases explicativas sobre la monomanía esgrimidas por Esquirol y ampliadas por el propio autor (Pi i Molist, 1864) hasta la especificidad erotóma- na. Para su ensayo sobre la locura del Quijote, Pi i Molist centraría buena parte de su estudio en la reconstrucción del delirio del personaje principal como resultado de una desmedida fabulación inspirada por los libros de caballería, pero también por un frustrado amor por el ideal inconquistable encarnado por Dulcinea del Toboso.

La particular lectura que hace Pi i Molist (1886) sobre la construcción delirante del Quijote permite abordarla desde una propuesta factible de psicoterapia para la reconstrucción del yo del paciente (el personaje de Alonso Quijano), mediatizado a través del universo mítico de las novelas de caballería (el Quijote, alter ego de aquél). Asimismo, el estudio que nos ocupa también remite a una propuesta de modelo psicoterapéutico que define al sujeto desde tres dimensiones de análisis estructural: desde la lógica particular del Quijote, desde la base constitutiva de su locura y desde una dimensión empírica, como práctica del ser (self), modelo de interpretación sui generis del mundo y ejercicio de forma de conciencia propia. Para el psicólogo catalán, era incuestionable que el ejemplo del Quijote representa un claro modelo de subjetividad que determina una forma de ser y sentir el mundo, resultante de una dialéctica específica con la realidad y en relación con el medio circundante del protagonista.

Hacia una definición de la subjetividad:

Base conceptual para un modelo de sujeto quijotesco

Nuestra definición de subjetividad parte del trabajo previo de Sánchez, Alonso, García de Frutos y Riba (2011), cuya concepción del sujeto se constituye desde tres planos estructurales muy concretos: desde una lógica particular del propio sujeto, desde un plano empírico y desde un plano constitutivo. En palabras de los propios autores:

Desde un plano epistemológico, ¿los modelos de subje- tividad determinan una forma de ser y sentir el mundo?; o ¿es el sujeto víctima de una sujeción a los discursos de la ciencia?; a nivel ontológico, ¿son lo mismo ser y suje- to?; y finalmente, a nivel práctico, ¿existe escisión entre el sujeto y un yo pensante? (Sánchez et al., 2011, p. 314).

En el caso del Quijote, desde el primer plano se entiende que la subjetividad es el producto de un lenguaje interno y de una lógica particular del significante. Este nivel de análisis de la subjetividad puede abordarse a través de una doble naturaleza: epistemológica y ontológica. Por un lado, se comprende que los modelos de subjetividad determinan formas de ser y sentir el mundo, siendo el Quijote un ejemplo claro de “loco ideal” desde el proyecto teórico de Pi i Molist (1886); es decir, que la idea de sujeto quijotesco estaría supeditada a la construcción de un discurso determinado en las ciencias sociales y médicas. Por otro lado, la construcción de un ideal de subjetividad sería entendida como producción de un contexto sociocultural, un discurso definido y unas prácticas adscritas, reguladas por patrones de conducta; pero también sería entendida como ejercicio de una toma de conciencia y como forma estereotipada de institucionalización de lo que se entiende por locura, en el caso que nos ocupa.

Desde un plano práctico y siguiendo la referencia de Sánchez et al. (2011), la subjetividad implicaría una concepción activa del sujeto; es decir, se entiende por subjetividad el producto de una dialéctica con la realidad. Así, la subjetividad del Quijote se comprende como una puesta en acción particular en relación con el medio, pero también inscrita en un discurso de- terminado. Por ende, el tratamiento del sujeto quijotesco debe estudiarse dentro de las posi- bilidades de acción terapéutica que sostiene y constituye el modelo de Pi i Molist (1886). Al respecto, la explicación que arroja este autor sobre el Quijote supone paralelamente una técnica para la comprensión del yo del alienado mediatizada a través de una reflexión interpretativa sobre un ideal particular de locura.

Desde un plano constitutivo, se entiende al personaje del Quijote como un ejemplo de sujeto escindido entre lo que quiere ser (alguien “mejor” que Alonso Quijano, alguien que no sea Alonso Quijano) y lo que imagina que debiera ser (un caballero andante). Consecuentemente, el delirio quijotesco es concebido por Pi i Molist (1886) como punto de partida para un conocimiento posible del mundo, desde la mirada de un personaje ficticio que, sin embargo, permite al alienista transmitir un particular ideal y conjunto de valores sobre una práctica del ser.

Sumada a esta concepción de la subjetividad cabe reivindicar los argumentos foucaultianos y constructivistas que interrelacionan la propia constitución del yo y la integración de unos patrones de acción y sentido. Para González- Rey (2009), toda subjetividad genera espacios propios con sus principios y sus normas de ex- presión y comprensión. González-Rey (2009) expone de esta forma una síntesis de su propio modelo discursivo de la subjetividad:

El concepto de sentido subjetivo permite una repre- sentación sobre las unidades simbólico-emocionales en que se expresa la experiencia vivida, las cuales no son una copia, ni un resultado de la experiencia, sino una verdadera producción subjetiva sobre esa experiencia (…) La subjetividad es un sistema vivo, susceptible de cambios en el curso de las acciones asociadas a determinada experiencia; la acción es una fuente permanente de producción de sentidos subjetivos, y en este sentido es inseparable de la subjetividad como sistema (p. 89).

Asociado a las leyes que rigen toda subjetividad, el conjunto de representaciones sobre la realidad será un requisito fundamental para la construcción de un conocimiento adscrito a dicho modo de ser que constituye toda subjetividad. Toda representación, por tanto, se organizará con base a unas prácticas que se dan dentro de un espacio delimitado de acción y relación (González-Rey, 2009). Por lo que respecta a la importancia de la categoría representacional en la construcción de un modelo propio de subjetividad, el mismo autor afirma que las representaciones se organizan siempre en un espacio de prácticas simbólicas, ligadas al sentido que dota de significado a la propia acción sobre la realidad. Sobre este punto, cabe subrayar la explicación que González-Rey (2009) otorga a la psicopatología como producción discursiva de una práctica generadora de sentidos subjetivos. Así, dice el autor, toda psicopatología puede entenderse como una lógica particular para dotar de significado a unas determinadas representaciones sobre la realidad. El pensamiento del individuo, por muy delirante que éste sea, adquiere en la teoría de González-Rey una función esencial como expresión del sujeto, en tanto que es su principal instrumento de acción y relación con la realidad.

No muy lejano al punto de vista que acabamos de referir, Foucault concibe la subjetividad como una tecnología del yo, dependiendo ésta de un siste- ma de formación de valores sobre la realidad que apele tanto a un horizonte de idealidad como al desarrollo empírico de dicho conjunto de ideas:

Se trata, en suma, de la historia de la “subjetividad”, si entendemos esta palabra como el modo en que el sujeto hace la experiencia de sí mismo en un juego de verdad en el que está en relación consigo mismo (Foucault, 2000, p. 21).

Si el autor francés caracteriza la subjetividad como tecnología es porque permite al individuo efectuar un cierto número de operaciones so- bre su propio cuerpo, su alma, su pensamiento y comportamiento de modo tal que transforme o modifique a sí mismo con el fin de alcanzar cierto estado ideal. El del Quijote, como ya se ha dicho, era el de trascender las limitaciones de su ser como Alonso Quijano y vivir bajo la qui- mera del caballero quijotesco de la Triste Figura (Cervantes, 1605, 1615).

El Quijote no va a ser ajeno a todo este proceso de autoconstrucción subjetiva, como trataremos de explicar a continuación apoyándonos en el en- sayo clínico de Pi i Molist (1886).

Elementos para la construcción de un discurso:

¿Ciencia o delirio?

En la novela Don Quijote de la Mancha (Cervantes, 1605, 1615), la realidad se va plegando gradualmente a las fantasías del delirio del protagonista. La suya no es una locura ilógica, según el parecer de Foucault (1968) y Pi i Molist (1886), sino que el sujeto alienado va encajando su discurso de manera coherente en virtud de una serie de similitudes con su proceder y entendimiento. Para el Quijote, pues, sus aventuras presentan una evidente lógica porque a medida que se van resolviendo puede ir hallando un orden oculto detrás de ellas. El Quijote va buscando coherencia a través de similitudes con lo que ha aprendido previamente en los libros de caballería que según Cervantes (1605, 1615) le volvieron loco.

No es casualidad que Foucault (1968) se sirva del Quijote para reelaborar toda una teoría sobre la construcción de los modelos científicos sobre la realidad. Para el autor francés, el Quijote es un ejemplo claro de enajenado respecto a las leyes convencionales de la analogía, sustentándose en lógicas propias. Este mismo procedimiento es el que desarrolla Pi i Molist (1886) respecto a los signos que demuestran su propio modelo taxonómico de delirio erotómano para el Quijote, tal y como el Quijote hace lo propio al tomar los signos delirantes de su locura como representaciones fieles de la realidad.

Pi i Molist dedica varios capítulos en su tratado al análisis de ciertos síntomas elementales para diagnosticar la locura del Quijote, basándose sobre todo en los epifenómenos de semejanza de los que el protagonista se sirve para explicar sus propias ilusiones y alucinaciones concretamente los capítulos V, VI, VII, XIX y XXIII-. Además de las de curso visual, auditivo, olfativo y táctil, Pi i Molist señala en el Quijote “una lesión constante de la sensibilidad afectiva en forma de erotomanía” (1886, p. 91). De todas las ilusiones delirantes, la más persistente fue el amor desaforado del Quijote por la bella Dulcinea. Dice Pi i Molist (1886):

Al modo que la mayor parte de los conceptos deliran- tes que tuvo Don Quijote, todas sus ilusiones y alu- cinaciones fueron momentáneas ó fugaces, excitadas por los sucesos y conformes con ellos; después de los cuales, quedáronse impresas en la memoria como sen- saciones pasadas, desvanecidas, sin virtualidad (p. 100).

En relación a Dulcinea, el Quijote se resiste activamente a desnudarla del ideal con que su imaginación la vistió un día. Sobre esa negación a regresar a la cordura, si a cambio debía renunciar a una brizna de su locura ideal, son muy explícitos los ruegos del caballero de la Triste Figura, asimilando éste la sanación o el cambio de pensamiento con la propia muerte, pues con ello dejaría de ser quien fue:

“no es cordura

querer curar la pasión

cuando los remedios son

muerte, mudanza y locura”

(Cervantes, 1605/1994, p. 346).

Pero al igual que Don Quijote se sirve de los libros de caballería para explicar la realidad que le envuelve por medio del reflejo de la semejanza (Cervantes, 1605,1615), así lee Pi i Molist (1886) en la locura del Quijote el sistema teó- rico que él quiere ver en este particular delirio.

La teoría de Foucault sobre el delirio quijotesco:

¿Evidencia o signo?

Al establecer una teoría sobre cualquier aspecto de la realidad, Foucault (1968) sitúa la construcción de conocimiento científico sobre tres pilares básicos: un sistema de ordenación, una detección de signos determinados y una repre- sentación por asociación entre lo empírico y lo ideal. Foucault advierte que, tal y como pretende el Quijote con respecto a la realidad, las ciencias modernas se apoyaron en el dominio del signo para explicar también la realidad. No obstante, Foucault no dictamina una separación mutua- mente excluyente entre lo que se asume como signos naturales y convencionales, pues cree que las dos formas de enlace no necesariamente im- plican similitud en relación con el objeto al que se refieren. Para Foucault (1968), pues, el signo se distribuye entre lo cierto y lo probable.

Foucault subraya de este modo que todo conocimiento se aloja en el hueco que rellena cualquier signo descubierto dentro de un discurso dado. En consecuencia, la constitución del signo es siempre inseparable de un análisis determinado de la realidad, es producto y resultado de una observación empírica. En el caso de la ciencia, el signo será un instrumento de análisis y de transmisión de su propio conocimiento. Dado que el signo denota un cierto grado de certeza o de probabilidad, hallará su valor dentro de un discurso dado que lo delimite, lo defina y garantice su aparición. Así, es el discurso lo que instaura función significante al signo, operando éste en un espacio de posibilidad de relación entre dos elementos conocidos.

Insistiendo en lo que propone Foucault (1968) como andamiaje del conocimiento científico, un sistema arbitrario de signos debe permitir un análisis de las cosas en elementos más simples y particulares. Los signos no se oponen a lo natu- ral, sino en tanto que designan una manera concreta de manejar y establecer asociaciones. Lo arbitrario sirve entonces de plantilla de análisis y de espacio combinatorio de posibilidades sobre la naturaleza, sin tener por qué oponerse a esta. Leer una idea determinada de locura sobre el Quijote, por tanto, no es negar otras posibles lecturas, así como la falta de una interpretación única de la locura implica la negación de una locura real.

Los signos se tornan “verdaderos” a medida que estos aparecen para corroborar una teoría específica. Lo importante, entonces, no es hallar “la Verdad”, sino encontrar similitudes entre los signos y aquello que se pretende representar con ellos. “El Quijote se aventura entre esa rea- lidad absurda y los signos que pretende autorizar”, dice Gallardo (2008, p. 11) resumiendo el principal drama del Quijote: quedar su conocimiento atrapado entre dos epistemes, la de la representación por un lado y la de la similitud por el otro, confundiendo ambos. El Quijote crea su propio sentido de realidad induciendo valor de verdad a la ficción aprendida en los libros de caballería, haciendo así de algo que no existe en la realidad una representación ideal de ésta, aunque pueda mostrársela a sí mismo de forma evidente a través del empirismo diario de su propio delirio.

Ésta es la misma lógica funcional que impera en el delirio quijotesco, confiriendo de sentido al propio discurso de Don Quijote, pero careciendo de lógica para quienes habitan fuera de su delirio. El propio Foucault (1985) admitía que, hasta finales del siglo XVIII, la etiqueta de loco y demiurgo apenas se diferenciaba en la opinión popular. La diferencia, según él, estriba en que el loco no entiende que en su percepción se confunden las semejanzas con el signo de las evidencias. Una cita de Llera (2012) nos permite dibujar una parábola singular respecto a la figura del Quijote: “Decía un caballero que no había una diferencia entre los cuerdos y los locos, sino que los cuerdos sueñan de noche, y los locos de día y de noche” (p. 19).

Para Foucault (1968), el Quijote establecería el primer precursor ejemplar de esta nueva forma de concebir y experimentar la realidad, cuestionándose la relación convencional entre la palabra y la cosa, transmutando la conexión a través de las ideas delirantes. A diferencia de cualquier poeta creador, el uso de las metáforas de las que se vale el Quijote para explicar aquello que experimenta desborda los límites de la propia razón y acaba equiparando las similitudes con las identidades mismas. En consecuencia, lo que el Quijote leía en sus libros de caballería le servía para ver la realidad con otros ojos. Así, mientras el Quijote va trotando por el mundo a lomos del enteco Rocinante, irá construyendo paralelamente su propia realidad según consiguiera adaptarla a su nuevo discurso. Dicho de otro modo: “Don Quijote crea el poema en su camino” (Vadillo, 2013, p. 117).

Pero en el caso de la ciencia, la relación entre signo y evidencia adquiere casi un cariz sacro que en las ciencias psi queda en duda constante. Así lo denuncia Foucault (2007) en su estudio de las formaciones discursivas, entendidas éstas como un estado primitivo de las ciencias antes de formalizarse. La trampa de las ciencias, según asevera el autor, es que pretenden adaptar el mundo a su propia comprensión y no al revés. La ciencia del delirio, para el caso que nos ocupa, se hace a medida del delirio.

Si traemos a colación esta premisa foucaultiana al análisis que Pi i Molist (1886) hace del Quijote, resulta de la experiencia de su lectura que el propio Quijote por un lado, desde la dimensión de lo delirante, y Pi i Molist por el otro lado, desde la dimensión de lo racional, estarían desarrollando en sus respectivos discursos sobre la realidad, una correspondencia entre signos y evidencias como la que cita Foucault (1968). Según éste, toda ciencia llevaría consigo la puesta de largo exhaustiva de un orden determinado, ya sea estableciendo analogías comparativas, asociaciones por similitud o delimitaciones por diferenciación (Gallardo, 2008). Si toda ciencia se articula con base a un discurso dado y unas prácticas adscritas, también depende de un sistema de clasifi- cación que le permita encarar la realidad bajo el amparo de una herramienta objetiva para hacer visibles los signos, con fines empíricos (Foucault, 1968). Así, el Quijote ve gigantes donde el cuer- do Sancho ve molinos, como Pi i Molist (1886) ve signos delirantes de la locura que padece Alonso Quijano a través del amor que éste siente por la bella (e irreal) Dulcinea.

Como un émulo de su amado Don Quijote, Emilio Pi i Molist habría sido testigo y también representante de una correspondencia entre el ideal de una locura y el signo de una supuesta manifestación. Su propia epistemología de la locura quijotesca tendría, en sus observaciones manicomiales, su íntima proyección de un delirio personal que parece ocultar tras la imagen de un modelo de “loco cuerdo”. Así, siguiendo la lógica de su propia locura (delirante), alcanzaría finalmente la razón (científica) de lo que significa su locura.

Las palabras de Michel Foucault (citadas por Llera, 2012) resumen a la perfección esta relación espectral entre el sujeto y el objeto de es- tudio que se fusionan en uno solo en una tautología fenomenológica que constituye la esencia de las ciencias psi:

Al semejarse a los textos de los cuales es testigo, representante, análogo verdadero, Don Quijote debe proporcionar la demostración y ofrecer la marca indudable de que dicen verdad, de que son el lenguaje del mundo. Es asunto suyo el cumplir la promesa de los libros. (…) Don Quijote, en cambio, debe colmar de realidad los signos (…) del relato. Su aventura será un desciframiento del mundo: un reco- rrido minucioso para destacar, sobre toda la superficie de la tierra, las figuras que muestran que los libros dicen la verdad. La hazaña tiene que ser comprobada: (…) trans- formar la realidad en signo (pp. 126-127).

En los apartados siguientes veremos cómo la propia lectura de Don Quijote va edificando en la mente de Pi i Molist todo un discurso que le permita interpretar un ideal real de la locura según encaje en lo que Cervantes formula en su obra. La fic- ción literaria adquirirá, en Pi i Molist (1886), el valor epistemológico de un saber científico.

Antecedentes teóricos en el análisis clínico de Pi i Molist:

Afinidades y discrepancias

Pi i Molist (1886) reivindica en su obra el acierto de Cervantes al diseñar el modelo descrito, adelantándose en dos siglos al tratamiento moral de Philippe Pinel. No es casual, entonces, que en su credo como frenópata defendiera una actitud más humanitaria que la de sus colegas de oficio. Así lo plasma en las bases de su propio modelo médico, que él denomina “espiritualista”.

Pi i Molist, manifiestamente contrario al paradigma organicista que imperaba en la medicina alienista de finales del siglo XIX y principios del XX como el que abanderaban colegas como Giné i Partagás, Antoni Pujadas y Rodríguez Morini, por citar algunos ejemplos, sugiere en cambio una etiología de índole moral en la presunta locura del Quijote. De hecho, fueron muy sonadas las críticas que recogiera de sus coetáneos, como prueban los textos de Giné i Partagás (1886), Bertran y Rubio (1886) y Menéndez Pelayo (1886), a los que respondía el propio Pi caricaturizando las teorías psíquico-fisiológicas de aquellos en la reducción materialista de su dogma: esto es, que “el celebro [sic] secreta orgánicamente el pensamiento” (Pi i Molist, 1886, p. 149) y que tal concepción médica “convierte al hombre en una máquina de movimientos (…) irreprensibles” (Pi i Molist, 1886, p. 214).

Pi i Molist cita a menudo un viejo tratado médico de Hernández Morejón de 1842 para sentar las bases de su pensamiento teórico, así como otros trabajos de Nicolás Díaz de Benjumea y Francisco María Tubino. Estos dos, sin embargo, no convencerán del todo a Pi i Molist en su explicación sobre el delirio quijotesco. Por el contrario, serán los estudios de Pinel y Esquirol los que marcarán de manera sobresaliente el posicionamiento médico de Pi i Molist. No son pocas las coincidencias que hallamos en sus Primores del Don Quijote y los fundamentos que autores como Daquin (1791), Esquirol (1805, 1838), Leuret (1834, 1840, 1841, 1845, 1846) y el propio Pinel (1801) esgrimen para justificar el tratamiento moral de la locura, además del texto de Hernández Morejón mencionado en las mu- chas páginas de los Primores de Pi i Molist (1886).

Más discutibles resultan los posibles antecedentes que habría consultado Cervantes para sostener su particular visión de la melancolía quijotesca. Quedaría sin duda descartado el clásico tratado de Robert Burton (1621) por ser posterior a la edición de las dos partes de Don Quijote de La Mancha (Cervantes, 1605, 1615). Llera (2012) menciona el Examen de ingenios para las ciencias de Juan Huarte de San Juan (1575), aunque nosotros apostamos más por la lectura de Andrés Velázquez (1585), médico afincado en la ciudad gaditana de Arcos de la Frontera durante los años en que Cervantes se hallaba ejerciendo el ingrato oficio de comisa- rio de abastos por tierras andaluzas para sufragar los gastos de la Armada Invencible cargo que por cierto le llevaría a prisión por ser acusado de desviar fondos ilegalmente y dedicarse al estraperlo con parte de la mercancía recaudada entre los campesinos y labradores, según consta en Llera (2012) y McKendrick (1986). No obstante, ninguna de estas posibles fuentes de inspiración cervantina es mencionada por Pi i Molist (1886) a lo largo de las más de 400 páginas que ocupa su tratado sobre Don Quijote.

Por el contrario, Rafael O’Shanahan (1991) se aventura a ver en la obra de Pi i Molist una anticipación a las explicaciones patógenas que años más tarde defenderán autores como Kretschmer o Jaensch desde sus respectivas teorías biotípicas. O’Shanahan admite que Pi i Molist se habría avanzado a todos ellos al justificar en sus Primores las reacciones afectivo-melancólicas del Quijote. Pi parece establecer una correspondencia entre la estructura somática y una disposición anímica específica, hasta el extremo de apuntar diferentes idiosincrasias de la locura según el carácter de cada nación, según la cual, dice el autor:

además de provocarla, poderosamente la modifica, hasta el punto de que tanto pueden distinguirse los orates ingleses y flamencos, por ejemplo, de los italia- nos y españoles, como los mismos naturales, en plena cordura, se diferencian entre sí por los rasgos fisonó- micos (Pi i Molist, 1886, p. 22).

En el contraste con Sancho, según cuenta Pi, se haría más evidente la naturaleza esquizotípica del Quijote, encarnando el fiel escudero la cordura que le falta a éste. En sus delirios de fantasía, Don Quijote demostraría una mayor capacidad de creatividad, inventiva y ensueño que Sancho, subrayando un especial dominio de lo ideal sobre su conciencia. No podemos resistirnos a copiar aquí la propia exposición que hace Pi i Molist de esta diferencia de caracteres:

La locura de Don Quijote es un combate continuo del idealismo, no sólo con la realidad sensible del mundo exterior, sino también con la de sí mismo como ser moral y físico. Un filósofo lo llamaría pugna del yo con el no-yo y con el mismo yo. El entendimiento, menos torpe que inculto, de Sancho, apéganle al realismo (…) La filosofía del uno es especulativa, y vuela por los serenos espacios de la honra y la gloria, adonde no ascienden jamás los turbios vapores del interés mate- rial; la filosofía del otro es esencialmente práctica, casi corpórea, pues está resumida en refranes (…) Así, en el teatro de aquella singular locura, Sancho representa la cordura, y es la piedra de toque con que se prueba y hace experiencia de la disposición del ánimo de Don Quijote en todos sus actos; y es, además, el moderador de las agitaciones y arrebatamientos de su amo (…) Don Quijote y Sancho nacieron á un mismo tiempo; con pertenecer á condiciones desiguales, juntólos su destino; y mutuamente se completaron y fueron para en uno. Por eso el contraste de sus personalidades es tan armónico y bello (Pi i Molist, 1886, pp. 233-234).

A tenor de lo que observa Pi i Molist, también asoman trazos ciclotímicos en el Quijote que llevan al ánimo de éste a oscilar entre la euforia y la melancolía. Prueba de ello son los síntomas monomaníacos que caracterizan la psique quijotesca y los delirios de grandilocuencia que enumera Pi i Molist en la personalidad del Quijote. La melancolía que describe el autorsiempre recurriendo a Esquirol vincula el delirio quijotesco a un ensimismamiento o morosité y una tristeza duradera, mientras que define los momentos de agitada euforia del Quijote como un exagerado engrandecimiento de sus propios atributos y un absoluto sentimiento de superioridad personal que empuja al caballero a pavonearse de su falsa fiereza y aún más tibia fortaleza aunque se dé de bruces con la cruel realidad, como nos ilumina este fragmento de la obra que estamos comentando:

Yo sé quién soy, y sé que puedo ser (…) todos los doce Pares de Francia (…) ¡Yo valgo por ciento! repuso Don Quijote; y sin hacer más discursos, echó mano á la espada, y arremetió á los yangüeses, y lo mismo hizo el escu- dero. El éxito de esta bravata fue el que había de ser: quedar señor y criado tendidos en el suelo, á vueltas de una paliza que les enseñó con qué furia machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas. Lucha, no la hubo en realidad, porque los villanos, al segundo toque, dieron con Don Quijote y Sancho en tierra (Pi i Molist, 1886, pp. 105-106).

Según se desprende del estudio de Pi i Molist, y siguiendo siempre el tratamiento moral de su admirada escuela pineliana, el delirio quijotes co no nace de los males del cuerpo, sino de un sentimiento herido por la falta de correspondencia amorosa. Tras exponer la sintomatología que caracteriza lo locura del Quijote -abu- lia, depresión y otros rasgos de melancolía, así como insomnio y algún esporádico episodio de sonambulismo y, por supuesto, un absoluto predominio de ideas delirantes sobre los fenómenos sensitivos, Pi i Molist (1886) traza un análisis pormenorizado de los mediadores que contribuyeron a la fabricación de la insa- nia mental de Alonso Quijano: los libros de caballería, la idealización de una dama a la que rendir honores, el acompañamiento de un fiel escudero, la reivindicación continua de unos valores de nobleza, etc. A lo largo de su estudio, pues, Pi i Molist dibuja los trazos para una genealogía de la subjetividad quijotesca que le sirve de paso para justificar su propio discurso sobre la locura.

Etiología del delirio quijotesco:

La virginidad de Alonso Quijano

No es nuestra intención focalizar toda la atención en los antecedentes teóricos del estudio de Pi i Molist (1886) sobre el Quijote, sino en la concepción de erotomanía de la que parte su visión para explicar el caso quijotesco. Basándose abiertamente en la catalogación que hace Esquirol sobre la monomanía, Pi i Molist (1886) pretende observar en el Quijote un cuadro sintomático que reúne muchos de los signos que le permiten dar consistencia a su corpusteórico. Para ello, Pi i Molist apunta en el personaje del Quijote un claro estado de erotomanía.

Según el alienista catalán, la monomanía se caracteriza por un estado de ensimismamiento y de tristeza melancólica, asociado con ataques delirantes parciales o crónicos en forma de ilusiones ópticas, alucinaciones auditivas y por afectar en igual medida a las percepciones del tacto y el olfato. Pero el rasgo más distintivo de la monomanía es, según Pi i Molist, la omnipresencia de una obsesión delirante que centraliza todos los aspectos de la vida del paciente afectado (Pi i Molist, 1864).

Huelga decir que este autor hallará en el Quijote un ejemplo paradigmático del caso monomaníaco. En él se manifiestan algunos de los principales síntomas que predicen el diagnóstico monomaníaco: un sentimiento de abulia con tendencias depresivas y otros signos típicos de la melancolía, así como algún episodio esporádico de sonambulismo y un absoluto predominio de ideas delirantes sobre los fenómenos sensitivos. Sirva de ejemplo este extracto de los Primores de Pi:

La venta del andaluz parecióle un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava; (…) el porquero, que, para recoger la manada, tocó un cuerno, algún enano que hacía señal de la venida del Caballero; los molinos de viento, desaforados gigantes; los dos rebaños de ovejas y carneros, ejércitos (…) y la vulgar bacía de azófar de un bar- bero lugareño, el áureo encantado yelmo de Mambrino. Todas éstas fueron ilusiones de la vista; mas túvolas también del tacto y del olfato. Cuando en el oscuro camaranchón de la venta de Palomeque la mal comprometida Maritornes (…) topó con los brazos de Don Quijote, á éste, que, asiéndola fuertemente, la tiró hacia sí, pareció ser de finísimo y delgado cendal la camisa de arpillera (…) los cabellos, que en alguna manera tiraba á crines, hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mismo sol escurecía; y el aliento, que sin duda alguna olía á ensalada fiambre y trasnochada, olor suave y aromático; siendo tanta la perversión sensoria del pobre Hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas que traía en sí la buena doncella, no le desengañaban; las cuales pudieran hacer vomitar á otro que no fuera arriero; antes le parecía que tenía entre sus brazos á la diosa de la hermosura (Pi i Molist, 1886, p. 97).

Pi i Molist señala también varias causas que podrían haber ocasionado la locura del Quijote. La más conocida por todos es su desaforada pasión por las novelas de caballería y las muchas horas de vigilia invertidas en su entregada lectura. Dicha afición llevará al hidalgo Quijote al abandono de toda responsabilidad, a la deja dez de sí mismo (en cuanto a higiene y salud se refiere) y de la administración de la hacienda, así como al aislamiento social y a la vida seden- taria. Su obsesión se volverá progresivamente malsana por exceso, llegando a malvender parte de sus terrenos a cambio de más y más libros. Así lo cuenta el alienista catalán, echando mano de las palabras de Cervantes:

Entre las causas sólo tres, en rigor, parecen admisibles, por su notoria acción en el desenvolvimiento de la locura en general, aunque no particularmente en el de la especie que padeció Don Quijote; á saber, la edad viril; la mudanza de vida, de activa en ociosa; y la mucha vigilia: causas, no obstante, más bien predisponente que ocasionales. Dos (…) á todo tirar, no pasan de posibles: las estaciones de verano y otoño, á que refiere las mayores locuras del Andante, y el exceso de lectura; otras tres (…) el temperamento bilioso y melancólico (…) y los alimentos cálidos, viscosos y de mal nutrimento (Pi i Molist, 1886, pp. 24-25)

Yéndose el Hidalgo con la corriente de que se dejaba llevar (…) los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la ad- ministración de su hacienda: placer moral intachable, pero que, pasando los límites de la prudencia, convirtióse en pasión, y llegó á sojuzgar el ánimo del sujeto, quitarle el gusto á lo que antes más le deleitaba, y distraerle de premisas, únicas, y por cierto no pesadas obligaciones. Así comienzan á venirse algunos desórdenes mentales. A la afición desmedida de una lectura, malsana para mayor desgracia, dió pie a la ociosidad, madre harto fecunda de males del cuerpo (…) Sobre la ociosidad á que estaba habituando Quijano, no tanto acaso por su índole cuanto por su aislamiento y preocupacio- nes de hidalgo hogareño, vino la vida sedentaria, (…) cuyos primeros síntomas, en realidad más caracterís- ticos que aquel gusto, fueron el sobredicho olvido de la administración de la hacienda y el menoscabo ó desperdicio de ella, por los gastos que al Hidalgo el satisfacer su pasión demandaba; pues llegó á tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembranza para comprar libros de caballerías en que leer, y así, (…) dió orden en buscar dineros; y vewndiendo una cosa, y empeñando otra, y malbaratándolas todas, allegó una razonable cantidad (Pi i Molist, 1886, pp. 31-32).

Como se ve, a la mudanza de una vida activa a una demasiado ociosa, deben añadirse otros factores que contribuyeron a la enajenación del protagonista, según las apreciaciones de Pi i Molist. No sólo el exceso de lecturas, sino también una persistente falta de sueño (estirando las horas de la noche para enfrascarse en sus lecturas) y una edad ya madura serían otros factores de interés para Pi i Molist, además de su carácter melancólico y la ingesta diaria de alimentos calientes y viscosos de difícil digestión, especialmente perjudiciales durante las estaciones de verano y otoño que es cuando afloraban los peores ataques de su locura, según lo que expone Cervantes en su novela. A todas estas razones, Pi i Molist añade la falta de amor correspondido, como veremos con mayor detalle a continuación, al criticar a Hernández Morejón por no haber dado cuenta de tal causa de enloquecimiento:

Mas en lo que parte de ligero es, no en poner entre las causas de la locura las pasiones amorosas, sino en dar por muy enamorado al Hidalgo, quien, á la verdad, lo anduvo, pero mucho antes de perder el juicio; y de caballero, ó rematado ya, lo fué platónico y continente, (…) puede sustentarse que la existencia ó realidad corpórea que él daba á la señora de sus pensamientos, era pura fantasía de una concepción delirante: realidad subjetiva, la única que cabe en este fenómeno patógico; existencia que no lo es sino en la mente del orate; el cual, sin embargo, tiene certidumbre tan firme, por lo menos, de ella como de la misma realidad sensible. Sea lo que fuere, no puede dudarse de que el Hidalgo no enloqueció de enamorado, sino que, por loco, cayó en la cuenta de que había de enamorarse (Pi i Molist, 1886, p. 25).

Pi i Molist erige un gran pilar de la locura quijotesca en la obsesión constante que Alonso Quijano expresa en su sensibilidad afectiva, como es su amor desmedido por Dulcinea del Toboso. En su interpretación de la erotomanía, Pi i Molist concentra todo su interés en la clasificación de la monomanía que destaca Esquirol (1805) en su tratado de las pasiones y, más concretamente, varios casos que el alienista francés refiere sobre el mal de amores, entendido por el autor como melancolía erótica. Pero Pi i Molist también parece avanzarse a ciertos preceptos que posteriormente desarrollará Freud desde su credo psicoanalítico, entendiendo la erotomanía como un delirio que el aquejado proyecta hacia la persona amada, de tal modo que el sujeto patológico interpreta erróneamente todo gesto, palabra o pensamiento de aquella (o incluso la ausencia total de tales estímulos) como signos inequívocos de correspondencia amorosa.

En el fondo, dice Pi i Molist (1886), esta obsesión esconde una perversa doble cara, porque dado que, en realidad, el sentimiento amoroso no es correspondido, el sujeto delirante recrea a su placer la figura amada para que ésta se ajuste a su deseo: “¡Que tengo de ser tan desdichado andante, que no ha de haber doncella que me mire que de mí no se enamore…!” (Cervantes, 1615/1994 p.951), suspira el Quijote para llorar su célibe condición, como ejemplo de cuanto decimos. En consecuencia, el enamoramiento delirante ocupa con su obsesión todo cuanto rodea al sujeto alienado, hasta el punto de que faltando o retirándole el amor en el que cree falsamente a su pesar, su mundo objetivo deja entonces de tener valor en toda su integridad.

En la confesión que le hace a Sancho sobre sus males de amores, Alonso Quijano asume su propia represión ante la posibilidad de manifestarle sus sentimientos a Aldonza Lorenzo, pues por ser analfabeta no quiso escribirle carta alguna (Pi i Molist, 1886). Pero también repite una y otra vez que su amor por ella es casto y puro "platónico” es el término que usa, lo que nos mueve a pensar que el Quijote habría llegado a edad madura todavía virgen. Al respecto, la elección de su delirio como Caballero Andante no es nada gratuita, dado que es forzoso que todo caballero escoja a una dama a quien hon- rar siempre con sus gestas y hazañas, aunque algunas de las cuales puedan costarle la vida y quizá nunca consiga consumar su amor por ella, porque “no puede ser que haya caballero sin dama, porque tan propio y tan natural les es á los tales ser enamorados, como al cielo tener estrellas” (Pi i Molist, 1886, p. 94).

En consecuencia, su amor por Dulcinea y su autonombramiento como caballero son todo uno: causa y efecto de su propio delirio. Su amor (inexistente pero que él ve, vive y siente como realidad sensible) es tan lógico al ser de todo caballero andante que todo cobra sentido alrededor de las dos ideas delirantes: lo uno justifica lo otro y viceversa. Dulcinea es al mismo tiempo salvación y trampa.

el amor á Dulcinea y la misma Dulcinea fueron pu- ras ideas delirantes. La de hacerse caballero y la de enamorarse asaltaron á la mente de Don Quijote, y en ella coexistieron constantemente, con íntima cone- xión, ó, mejor, con tanta dependencia de la primera la segunda, cuanta es la subordinación del complemento á la cosa que de él, sin embargo, recibe perfección ó colmo (Pi i Molist, 1886, pp. 93-94).

Siendo el fin último por el que el Quijote vive todas sus desventuras, se convierte también en objetivo único de su vida, que es asimismo un ideal inconquistable. Dado que “el amor de Don Quijote era exclusivamente subjetivo” (Pi i Molist, 1886, p. 94), las posibilidades de ser correspondido eran casi mínimas. Si existía un sentimiento de amor era como objeto de pleitesía al que honrar todas sus gestas de caballero, puesto que:

caballero no lo era más Don Quijote que enamorado; ni Dulcinea era una mujer sino como Don Quijote un caballero andante y un enamorado. Pura subjetividad la caballería, el amor y la dama: ideas que tuvieron un mismo origen, y ninguna realidad sino la que les dió la fantástica inventiva del celebro enfermo de Quijano (Pi i Molist, 1886, pp. 96-97).

El no poder consumar nunca un amor irreal es en el Quijote, al mismo tiempo, motivo de desazón y de orgullo. De esta forma, sugiere Vadillo (2013) que “la melancolía nace con la mujer idealizada” en el caso del Quijote, resultando de esta ambigua condescendencia que, en él, también “el delirio del amor encendió el delirio de plañir desdenes” (Pi i Molist, 1886, p. 96). Por no ser amado por Aldonza Lorenzo y sufrir por ello, el Quijote inventó para la moza su alter ego imaginario (Dulcinea del Toboso), cuyo respeto como dama de honor debía quedar siempre inmaculado, según el pensamiento caballeresco con que el Quijote blandió por medio de su delirio la falta de un amor que nunca sería correspondido y mucho menos consumado. Viene de manera precisa la proposición que le hace el personaje de la Duquesa al Quijote sobre la bella Dulcinea y que Pi i Molist (1886) recoge en su tratado:

“délla se colige (…) que nunca vuesa merced ha visto á la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica; que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso” (p. 95).

Ante la tortuosa duda que abren las sensatas palabras de la Duquesa, Don Quijote escuda su propio ideal tan amado advirtiendo que, en el fondo, no importa tanto si existe o no una Dulcinea real, pues “píntola en mi imaginación cómo la deseo” Pi i Molist (1886, p. 101), razonamiento que, en boca de quien lo pronuncia, da a entender que es consciente de que su dama es en efecto un concepto delirante. Quizá Don Quijote construyó su locura para no sentirse despreciado por la mujer que en la realidad del cuerdo tanto amaba. Esa es la hipótesis que Pi i Molist deja abierta en mitad de su ensayo, mas no la resuelve del todo. No obstante, el requiebro que el alienista catalán hace en su propia reflexión nos da pie a pensar en su ensayo como un intento por construir un modelo teórico de la locura a partir de la lógica mental del propio sujeto estudiado. Así, los argumentos con que el Quijote esgrime sus ideales sirven a Pi i Molist para construir el discurso de lo que parece un hombre muy cuerdo y consciente de sí mismo, de sus limitaciones y de sus propios deseos.

El “Método Homeopático Psíquico”:

¿Tratamiento moral o idealismo científico?

El Quijote adquiría en manos de Pi i Molist (1886) el valor ejemplar de un “loco simpático”, un sujeto afectado por una neurosis pasajera de menor intensidad que, por contraste, el loco violento, siendo éste aquel sujeto que pierde de todo punto la conciencia de sí mismo y el control racional de sus actos. Esta última tipología de pacientes, que el autor incluye en el grupo de los antropófobos, no tendrían en el modelo teórico de Pi i Molist más alternativa que la del ingreso manicomial indefinido y sin posibilidad de cura. Dicha incapacidad de reso- lución clínica sería la consecuencia del diseño taxonómico de una locura amable que el propio ideal quijotesco permitiría elaborar al médico alienista, sirviéndose de la manifestación ordenada de unos signos específicos. En el ensayo de Pi i Molist, el loco violento se identificaría por sus tendencias furiosas, incluso homicidas y suicidas, ante quien la mirada (no ya clínica, sino moral) del autor no resulta muy favorable.

¿Cómo, en un instante de fatal descuido ó ilusoria con- fianza de los que le asisten, no hallará tal vez un utensilio del servicio, una piedra (…) para lastimar á un compa- ñero ó criado; en su mismo ajuar un pañuelo con que estrangularse; en las viandas un hueso con que herirse? Nada más temible é insoportable que la responsabilidad moral que á las casas de orates irroga el cuidado de estos infelices (Pi i Molist, 1886, p. 207).

En el extremo contrario, Pi i Molist sitúa la “locura lúcida”, importante sobre todo para asegurar un buen pronóstico de corto ingreso manicomial, pero también para el interés de la administración pública que debía gestionar su tratamiento. Bajo este sesgo diagnóstico, se integrarían a todos aquellos enfermos mentales con los que es posible razonar y reordenar su desviada moral, cuyo des- barajuste les habría llevado a la alienación social:

Los que en él se hallan son locos, locos confirmados, locos inquietos (…) y, con todo esto, conocen, racio- cinan y obran á menudo con entera cordura, como los reconocidos por cuerdos cuanto por locos ellos. Lo son, porque tienen alucinaciones, ideas delirantes, apetitos desordenados, aberraciones del sentimiento, menoscabo general ó falta de armonía de las faculta- des; y no lo parecen, porque comúnmente hablan en razón (…) conciben tal vez un proyecto para llevar adelante sus deseos; acechan una coyuntura propicia para ponerlo por obra (Pi i Molist, 1886, p. 76).

Al incluir al Quijote en esta categoría de “orates simpáticos”, también lo equipara Pi i Molist con la existencia de un ideal que monopoliza todos los recursos del loco hacia un bien que, no obstante, le obstaculiza para la vida común en sociedad. El choque de ese ideal con las posibilidades de plasmarlo en la realidad es lo que, en opinión de Pi i Molist, provocaría la locura en todo individuo. Como se aprecia por esta justificación que hace el autor para englobar al Quijote bajo esta clase de locura, el orden moral va a ser el principal marcador de salud mental que dicte la gravedad de cada caso:

Este idealismo es el espíritu de la locura de Don Quijote. Proteger doncellas, socorrer viudas; amparar casadas, huérfanos, pupilos y menesterosos; premiar humildes, castigar soberbios, enderezar tuertos, deshacer agravios; y, por digno complemento, limpiar de malandrines la tierra; ¿qué destino más sublime puede en ella caberle al hombre, ni qué aspiraciones pueden ser un estímulo más vivo para sus empresas? (…) La locura de nuestro héroe, en la que está idealizada una realidad tangible, nace de un sentimiento, parte integrante de la naturaleza moral (Pi i Molist, 1886, p. 215).

Siguiendo las pautas aprendidas por el tratamiento moral de Pinel y Esquirol, Pi i Molist se opondría al materialismo organicista abanderado por compañeros como Giné i Partagás o Antoni Pujades, asumiendo que:

1. Para el concepto médico de la enajenación mental es necesaria una noción filosófica so- bre el alma.

2. El enajenado, pese a su gravedad, rara vez pierde el uso absoluto de todas sus faculta- des ni de la razón por entero.

3. La principal dolencia del enajenado se da cuan- do se coarta la libertad de su pensamiento.

4. Las alteraciones del organismo no explican del todo las perturbaciones de la mente.

Con estas premisas como base, Pi i Molist manifestaba su rechazo a las nuevas tendencias de pensamiento que se estaban introduciendo en el campo alienista y que llevarían hacia los cauces de la futura psiquiatría del siglo XX. Pi i Molist prefería lidiar en una dimensión más acorde con las explicaciones socioculturales de la locura, como ejemplifica su particular análisis sobre el Quijote. Al respecto, el autor elogiaba a Cervantes por su particular diseño del plan curativo con que los amigos del protagonista de su inmortal novela pretendían salvar al Quijote sin hacer uso de métodos tan poco amables como los que describe Pi i Molist en su ensayo.

Conviene destacar que Cervantes dio a Sancho Panza la voz de la conciencia en constante diálogo con la mente desquiciada de Alonso Quijano, mientras que el cura, el barbero y el bachiller se repartían el rol de terapeutas. Por ende, resulta significativo que los tres reflejaran respectivamente la responsabilidad institucio- nal para el tratamiento de las enfermedades: la fe religiosa en el caso del cura; la salud pública por el barbero; y la ciencia académica en manos del bachiller. Los tres, orientados sobre todo por las propuestas de Sansón Carrasco, desarrollaron lo que Pi i Molist denomina como “Método Homeopático Psíquico”, consistente en seguirle el juego al delirio del Quijote para, desde dentro de éste, convencerle poco a poco para que entre progresivamente en ra- zón. Escudándose en el modelo cervantino de “Método Homeopático Psíquico” que refleja Pi i Molist (1886) en su obra, intenta probar sus propios principios terapéuticos inspirados por el tratamiento moral de corte pineliano desde una perspectiva contraria a los tratamiento de cariz organicista formulados por contemporá- neos como Giné i Partagás o Pujadas.

Pero, volviendo a Don Quijote, finalmente será en las playas de Barcelona donde este será vencido por su propio delirio, esto es, por otro caballero más real todavía que él mismo: Sansón Carrasco, uno de los compañeros del Quijote que se preocupó por combatir su delirio desde dentro. Disfrazado de Caballero de la Blanca Luna, Sansón Carrasco se sirvió de la propia lógica del discurso delirante del Quijote para devolverle los signos que éste esperaba ver en la realidad. Una vez vencido en duelo, el falso Caballero de la Blanca Luna exigiría al otro su renuncia a continuar su camino de aventuras desaventuradas. El Quijote, rendido ante la evidencia de no poder seguir rindiendo tributo a su amada Dulcinea, acepta finalmente las condiciones de quien le perdona la vida si a cambio se encerraba en casa por tiempo de un año.

Con este acuerdo tácito, el Quijote dejaba de existir al perder todo el sentido de su delirante devenir, recobrándose así la cordura sesgada de Alonso Quijano. Paradójicamente, también nos parece significativo que, tal y como apunta Castilla del Pino (2005), sólo así el antes loco recuperara sus derechos civiles para poder firmar testamento antes de morir como cuerdo; derechos de los que, por cierto, carecía en vida como loco. Este hecho no nos pasa desapercibido si nos atenemos a la discutible ética que motivó el régimen proteccionista de los manicomios desde la perspectiva crítica de Foucault (1985).

Conclusión:

¿Teoría del delirio o discurso delirante?

Retomando el enfoque epistemológico foucaultiano que apuntábamos al inicio de este trabajo, cabe concluir si la teoría de la locura quijotesca de Pi i Molist fue algo más que la compleja reconstrucción de un modelo de subjetividad. Muchas son las derivaciones que, a lo largo de este estudio, hemos podido entretejer en los procesos de elaboración discursiva de Pi i Molist, quien desarrolló toda una explicación tipológica de la locura a partir de la ficción literaria de un delirio. Para ello, Pi i Molist dirigía su mirada sobre todo hacia los mecanismos de defensa con que el propio delirio del Quijote protegía a éste de un sufrimiento real, siendo el choque entre el deseo y la frustración el principal motor de la locura.

El signo (el conjunto de los síntomas y las alucinaciones delirantes) se tornaría evidencia (empírica y científica) en ese trasvase que Pi i Molist plantea a lo largo de su quijotesco ensayo, ahondando en la cuestión de por qué a ojos de los demás Alonso Quijano está loco, cuando éste se asume como cuerdo porque alcanza a explicar su propio delirio. Aquí, el conflicto al que se refiere Pi i Molist es la base del sufrimiento del Quijote, pues en el delirio las creencias se convierten en evidencia. En cambio, el Quijote sufre cuanto menos encajan las evidencias en la lógica de su pensamiento. No sería adecuado ver en el delirio quijotesco una huida desde la realidad hacia la fantasía, sino que, por el contrario, cabría entender aquí el delirio como el frustrado intento por hacer realidad la fantasía, confrontándose de esta manera a la mirada represora de los demás:

A la lucha de ideas, afectos ó pasiones que arde casi siempre en lo interior del loco, agrégase (…) la que ha de sostener con el mundo externo; en la cual recibe quizá las heridas más dolorosas, y que más exaltan su espíritu, pervirtiéndolo poco á poco, y acaso, á la larga, en cierto modo anonadándolo (Pi i Molist, 1886, p. 230).

En nuestra opinión, la locura quijotesca no puede enmarcarse bajo un cuadro alucinatorio. Conviene matizar que si bien una alucinación consiste en la irrupción de un mundo ya transformado ante los sentidos, el delirio implica en cambio la transformación intuitiva del mundo. Es decir, el delirante reconstruye el mundo durante el propio transcurso de su locura. Así, la propia estructuración del discurso irá dotando progresivamente de significado al mundo. Por eso tampoco sería del todo justo reducir la pena quijotesca a un delirio melancólico sin más. De hecho, afirma Llera (2012) que la decadencia que representa Don Quijote de La Mancha nace del sentido trágico de la vida que se empieza a gestar en el seno del Barroco, así que el contex- to sociohistórico ya estaba nutriendo la sed de renovación que supuso el cambio de mentali- dad que desglosa Don Quijote.

Por su parte, Pi i Molist (1886), coincidiendo con la mirada de Miguel de Unamuno (1939), verá en el Quijote un prototipo de idealista patético que, pese a su mermada visión de la realidad exterior, es capaz de concebir a su modo todo un universo interior. En efecto, Pi i Molist insiste en defender el delirio paranoico del Quijote advirtiendo en la voluntariosa predestinación de una muerte heroica en la que este último tanto insiste. Ese ideal de trascendencia como justiciero errante es en el Quijote su verdadera vocación, puesto siempre al servicio del más necesitado. El ensueño quijotesco encarna, para Pi i Molist (1886), la bondad de un idealismo que, para los demás, es tildado de locura. Qué conclusión tan mísera propone Cervantes entonces como garantía de curación, sino es la de inducir al fracaso las propias proezas del Quijote con el fin de que éste recobre la razón al frustrar los nobles objetos de su delirio. Peor fortuna dispondrá para él Avellaneda en su apócrifa versión de 1614, encerrándole en una casa de orates sin posibilidad de cura (O’Shanahan, 1991, p. 222).

No en vano, y siguiendo el credo moral siempre por la vía pineliana que va a encauzar el camino médico de Pi i Molist, destaca éste en el Quijote tan nobles valores idealizados como los de la antigua caballería. En consecuencia, será deber del Quijote restituir el mundo de su enfermiza condición sin moral, aunque tenga que hacerlo por medio del delirio. El amor tampoco escapará a ese recto sentido, pues para él reivindica el Quijote la pureza y el ascetismo de antaño, como prueban estas palabras del propio protagonista

caballero soy y caballero he de morir, si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros, por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes (…); yo soy enamorado no más que porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean, y siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno; si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas (Cervantes, 1615/1994, p. 862).

No llegando a alcanzar todavía el ecuador de su frondoso estudio sobre el Quijote, Pi i Molist (1886) dedicará sendos capítulos los XV y XVI, sobre todo a la defensa del idealismo frente al gris realismo materialista, elogiando la figura del “loco simpático” por su oposición a una realidad indeseada. Parece plantear con su ensayo una relectura de la locura quijotes ca como estrategia epistemológica con la que proteger mediante un delirio unos ideales proyectados sobre la realidad. En cierto modo, no existe en el Quijote una ruptura total entre el mundo real y aquello que percibe desde su propia perspectiva heroica. La locura del Quijote, según nos señala Sen (2008), no implica en el personaje un rol ingenuo frente a las adversidades que él mismo provoca.

De hecho, que no sea consciente de sus propios errores no supone la azarosidad de sus actos, sino que el Quijote los reformula desde causas externas a su propia voluntad. Así, por ejemplo, en la mente del Quijote los molinos son gigantes, las ovejas son ejércitos, la bacía del barbero un yelmo encantado y una vulgar doncella de mesón es para el Quijote la más bella dama de La Mancha (Cervantes, 1605/1994). El científico, a tenor de la propuesta foucaultiana que dota de evidencia al signo que se percibe, procedería de tal forma al interpretar como algo externo aquello que no abandonaba del todo su propia proyección subjetiva sobre la realidad.

De igual modo, podemos entrever en la devoción de Pi por el Quijote un reflejo de su propio infortunio en una época de máximo esplendor de los manicomios privados en Catalunya. Los Primores del Don Quijote aparecían publicados en un momento en que ya casi nadie confiaba que su proyecto manicomial fuera a llevarse a cabo finalmente. Pi i Molist, responsable absoluto del que debía ser el nuevo manicomio municipal de Barcelona, aún no había obtenido por entonces financiación suficiente para promover su cons- trucción arquitectónica. Llevaba ya esperando más de un cuarto de siglo desde que presentara su afamado Proyecto médico razonado para la construcción del manicomio de Santa Cruz de Barcelona (Pi i Molist, 1860), y aún tendría que insistir con ob sesivo y desesperado ahínco con el fin de recaudar fondos para la erección del instituto mental (Pi i Molist, 1857, 1885, 1889). La indiferencia pública, política y administrativa, cuando no el silencio, fue la respuesta que recibió la mayoría de las veces.A ello cabe añadir la feroz presión que recibía Pi i Molist por parte de una poderosa competencia médica que, además de repre sentar la nueva hornada de alienistas contrarios a la escuela tradicionalista de Pinel, también se estaban adelantando en la constitución de nuevos manicomios desde el ámbito privado. Sólo en Catalunya, en el lapso de veinte años, se inauguraron cinco manicomios antes que el suyo: la Torre LLunàtica (1844) de la mano de Francesc Campderà; el de Sant Boi (1854) fundado por Pujadas; el de Les Corts (1863), dirigido al ali- món por Tomàs Dolsa y Pau Llorach; Nova Betlem (1873) por Giné i Partagás; el Institut Pere Mata (1896) de Reus. En cambio, el proyecto manicomial de Pi i Molist no celebró la colocación de la primera piedra hasta 1885, y aún tendrían que pasar dos décadas más para que estuviera acabado del todo. Pi i Molist no vería nunca terminado su proyecto, pues moriría antes del cambio de siglo.

Para cuando el sueño de Pi i Molist se hubiera hecho realidad, su ideario médico ya había quedado desfasado, siendo rápidamente olvidado por sus sucesores y reivindicado como literato antes que como teórico de la alienación, como queda de manifiesto en la necrológica que le dedicara el doctor Luis Comenge (1892). La retórica de Pi i Molist es, ciertamente, muy floreada y barroca, pero de gran calidad e influenciada por sus continuas relecturas de la obra cervantina. Tal es el reflejo de Pi en Don Quijote de La Mancha que marcaría su vida desde muy temprana edad, como apunta al inicio de sus Primores.

Como los niños se destetan con papilla, así yo, por feliz casualidad, sin consejo ajeno, sin deliberación propia, de que entonces era incapaz, casi por instinto, tomé mi pri- mer alimento literario en el Don Quijote… (…) En tal manera me engolosiné con él, que todavía recuerdo con cuánto anhelo acudía á mi refacción cotidiana, la cual solía tomar de mañanita, á modo de desayuno, que me confor- taba para ir á la escuela, no sin que algunas veces llevase conmigo el libro para leerle á hurto (Pi i Molist, 1886, p. 6).

Más adelante reconoce su obsesión con la obra, “pues niño la manoseé, mozo la leí, entendíla hombre, y la celebro viejo” (Pi i Molist, 1886, p. 7), hasta el punto de que incluso las conversacio- nes con su esposa las monopolizan las ocurren- cias de Quijote y Sancho. Con estos anteceden- tes vitales, debemos entender los Primores de Pi i Molist como el saldo de una deuda contraída con aquel héroe idealista cuya locura le resultaba tan empática, “pues lo que fué Don Quijote, lo fué por loco; por loco hizo lo que hizo; y su histo- ria, sólo por serlo de un loco, produjo el inmenso bien literario y aun social que todos sabemos” (Pi i Molist, 1886, p. 5). No nos sorprende, pues, que en su exhaustiva y extenuante formulación de un modelo de subjetividad quijotesca no hiciera Pi i Molist otra cosa más que reflejarse en la figura del tan celebrado personaje cervantino. Los ideales frustrados para uno eran, también, ideales inconquistables para el otro.

Hoy apenas es recordado Pi i Molist salvo en los márgenes de los libros de historia de la psiquiatría y psicología españolas. González Duro (1995, 1996) le dedica algún que otro pasaje; en cambio, Carpintero (2004), Sinca (2009), Quintana, Rosa, Huertas y Blanco (1998), Saiz y Saiz (1996) y Siguan (1981) ni siquiera le mencionan. Pi i Molist fue desaprobado como teórico por parte de colegas que profesaban la corriente de una psiquiatría menos mentalista y más organicista con la que aquél no comulgaba. Pero también quedó sepultado por la losa de la lentitud con que comenzó a andar la proyección de su vida, un tardío manicomio que nació ya envejecido y que fue, en palabras del propio médico, como un sueño en el que alternó anhelos, fantasía y triste realidad:

El Manicomio ha sido el poema de mi vida profesional, pues comenzó en mi primera juventud (…) Ha sido mi sueño dorado: que allá se van á las veces poema y sueño. Dificultades, obstáculos y contratiempos fueron dilatando años y años el llevarlo á ejecución: y momentos hubo muchos en que pareció huir de mí hasta la esperanza de que, ni aun fiándolo muy largo, llegara al logro de mis anhelos. Mas yo, poseído de la halagüeña idea, haciéndoseme duro el rendirme á la triste realidad, seguía soñando con sueño voluntario (…) mágico sueño, soberano hechizo, que diz borra de la memoria toda especie fea ó melancólica, y pinta en la fantasía la imagen hermosa y seductora con que quiso el despier- to deleitarse durmiente (Pi i Molist, 1889, p. 20).

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Información adicional

Cómo citar este artículo:: Sánchez, I. (2016). El Quijote de Emili Pi i Molist: Una reconstrucción modélica de la subjetividad a través de la locura. Revista Tesis Psicológica, 11(1), 182 - 203.

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Notas
Notas
Iván Sánchez Moreno * Miembro del grupo de Investigaciones en Ciencias Sociales (InCiSo) asociado a la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y del Grup d’Història de Nou Barris. Correspondencia: ivan.samo@gmail.com
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