SECCIÓN MONOGRÁFICA Territorios indómitos: feminismos y política

Recepción: 10 Junio 2017
Aprobación: 03 Noviembre 2017
Resumen: Al reconocer el cambio significativo que ha tenido en los espacios académicos la valoración de las “literaturas del yo”, se asume valioso, que este artículo analice las memorias como veneros de articulación entre la historia y la literatura; como narraciones-ventana que a través de un juego constante de fábula y evocaciones, aportan elementos importantes que contribuyen a la comprensión de procesos sociales complejos y enigmáticos en el pasado y que no se encuentran documentados en fuentes convencionales. El análisis se concentra en un conjunto de cuadernillos escritos a mano por Graciela Amador quien participó en el Partido Comunista Mexicano (PCM) en las primeras décadas del siglo XX, resguardados en su archivo particular. Con el apoyo de categorías pertinentes, contrastando con otras fuentes y ubicando en el contexto su escritura; esta narraciónventana ofrece elementos para reflexionar sobre las relaciones de poder entre hombres y mujeres militantes del PCM en las primeras décadas de su existencia, el papel del amor, los roles establecidos y las estrategias para romperlos o reconstruirlos. Con ello, además, se busca coadyuvar a visibilizar teóricamente una discusión aplazada en México y América Latina sobre las relaciones problemáticas entre comunismo y feminismo en la primera mitad del siglo XX.
Palabras clave: memorias, historia-literatura, género, comunismo-feminismo.
Abstract: By recognizing the significant rate increase that the "literatures of the self" has had in academic spaces, this article valuably analyzes memories as venues of articulation between history and literature; as window-narrations, which through a constant game of fable and evocations, contribute essential elements that foster the understanding of complex and enigmatic social processes in the past and that are not documented in conventional sources. The analysis is focused on a set of handwritten booklets written by Graciela Amador who took part in the Mexican Communist Party (MCP) in the first decades of the 20th century; those booklets are protected in her unique archive. This window-narrative offers elements to reflect on the power relations between men and women militants of the MCP in the first decades of its existence, the role of love, and the established roles and the strategies to break them or reconstruct them. It is supported by the use of convenient categories, which compared and contrasted with other sources, led to place her writing in a specific context as well. Furthermore, it is also sought to help to theoretically meet a postponed discussion in Mexico and Latin America about the problematic relations between communism and feminism in the first half of the 20th century.
Keywords: memories, history-literature, gender, communism-feminism.
Introducción
Las memorias, diarios, autobiografías y correspondencias se habían considerado en el medio académico, modalidades de un género literario poco importante e indigno para ser tomado en cuenta seriamente como literatura y menos aún de estudiarlo a profundidad. Esta producción ha sido denominada por algunos estudiosos como “literatura del yo”, por sus características poco definidas como expresión literaria y en la cual el terreno de la subjetividad y el plano personal rebasan la riqueza de la ficción y la creatividad. De la misma manera, los historiadores han desdeñado estas formas de expresión escrita como fuentes históricas por considerar que poseen un alto contenido subjetivo y endeble para el análisis histórico.
Sin embargo, hacia finales del siglo XX y principios del XXI, como resultado de nuevos debates entre la historia y la literatura con otras disciplinas, se han retomado planteamientos hechos muy tempranamente por, Maurice Halbwachs ([1925] 2004) y por autores como González Becker(1999), Carmen Iglesias (2002), Joel Hancock (2006), Enzo Traverso(2007) (2012), Friedhelm Schmidt-Welle (2012), y Diego Alberto Díaz (2013), entre otros, para valorar dichas narrativas como discursos complementarios, pertinentes o fundamentales en la comprensión de procesos sociales y culturales complejos dado que ya no es posible negar los aspectos personales ni la subjetividad en las prácticas políticas, culturales y sociales; aspectos que involucran afectos, ideas, representaciones, actitudes.
En la historia cultural y estudios de género, Natalie Zemon Davis (1995) y Joan Wallach Scott (1989; 2008; 2017) especialmente, han planteado su relevancia para la comprensión de las formas específicas de cómo los hombres y las mujeres resignifican su mundo y actúan en él. Los elementos subjetivos de estas narraciones, analizados en los contextos que fueron elaborados, aportan espacios de identidad y construcción del “yo”, y del “nosotros”, como plantea De Certau (2011), desde un lugar privilegiado que no es posible trabajarlos desde una sola disciplina académica. Es así, como el argumento central de este trabajo, se inserta en este debate. Las memorias de Graciela Amador no se pueden considerar sólo como fuente histórica para aclarar algunos sucesos o completar ciertos acontecimientos de la época que ella vivió; tampoco se pueden analizar desde la crítica literaria como un discurso ajeno al contexto histórico en el que fueron construidas, sin considerar las diferentes etapas en la escritura de Amador. Justamente, en el tiempo que las escribe, en los años cuarenta, al narrar los hechos que le son significativos, pretende analizar sus experiencias, hacer un balance de sus filias y rupturas, sacar conclusiones de su pasado y con ello auto-descubrirse.
La metodología para el análisis de esta narrativa implicó entender las diferentes etapas y contextos en la escritura de Graciela Amador que complementada con otras fuentes documentales posibilita aproximarse a la vida cotidiana de los comunistas, a las contradictorias posiciones y relaciones de poder entre los hombres y mujeres, a vislumbrar la importancia del amor y las motivaciones de las mujeres para involucrarse en actividades políticas y culturales no imaginadas, así como romper con los roles asignados y reconstruirse en determinados momentos.
Con las Memorias sobre sus andanzas y militancia desde 1924 en las dos primeras décadas del Partido Comunista Mexicano (PCM), Graciela Amador Sandoval rompe el silencio en los años cuarenta y narra con su puño y letra en 11 cuadernillos desordenados y desaliñados, sus sentimientos, pensamientos, transgresiones en medio de los acontecimientos que ha protagonizado como militante de este organismo. Con ello, revela los obstáculos que como mujer encontró en una familia y sociedad tradicionalistas, así como la manera en que los enfrentó apasionadamente contraviniendo el rol de mujer prudente, mesurada y pasiva. Al mismo tiempo expone representaciones sobre el mundo que va descubriendo en su juventud, el proceso revolucionario en México, su familia, su pareja, amigos y camaradas del partido comunista, y las contradictorias relaciones entre los hombres y las mujeres del partido en las primeras décadas de su existencia.
Las memorias: un reto interdisciplinario
Las memorias han sido objeto de diversas caracterizaciones en el campo del análisis literario, desde aquellas que las consideran relaciones históricas escritas por quienes han sido testigos presenciales o actores directos de acontecimientos pasados y que, pueden tener o no, capacidad para considerarse género literario distinto a las crónicas y a la historia; las que niegan su carácter de género literario, hasta aquellas que las relacionan con la autobiografía y que constituyen un “modo único y autodefinitorio de expresión autoreferencial” siendo a la vez una representación de la vida y una obra de arte. (Hancock, 2006, p.1).
Aun cuando se reconoce que son evocaciones de alguien que generalmente ya se encuentra en el ocaso de su vida, en las memorias no está expuesto el “yo” complacido del recuerdo en sí mismo, como sucede con los diarios. En las memorias lo principal son los acontecimientos y las personas que intervinieron en ellos en un tiempo y contexto histórico determinados, que se desea compartir con un público lector (Luna & Nava, 2006).
Sin embargo, para la mayoría de los críticos literarios, la definición, lejos de resolver los problemas que tiene este tipo de escritura, los hace tangibles. Saltan a la vista un conjunto de problemáticas que con otros géneros están medianamente resueltos: ¿es un relato totalmente factual?, ¿cómo interviene lo ficcional?, ¿quiénes y por qué escriben autobiografías o memorias?, ¿cuáles son los criterios de los narradores para seleccionar el material narrativo?, ¿cómo entender la presencia del narrador-comentador en el texto?, ¿se trata más bien de meta narración y desde ahí se deberán definir sus rasgos principales?, ¿hay una total ausencia de trama? ¿cómo entonces se deben analizar a las memorias?
Una de las problemáticas más evidentes para los críticos literarios es la fuerte presencia del narrador como testigo de los acontecimientos; la narración en primera persona impone una marcada condición subjetiva en la cual el autornarrador-personaje, aunque pretenda ofrecer información objetiva y verídica, “como todo ser humano, no conoce toda la verdad sobre él mismo y ficcionaliza inconsciente o conscientemente los acontecimientos que ha protagonizado y su propia persona” (González, 1999, p. 12). De esta manera, las memorias se pueden comprender también como un discurso complementario, que puede ofrecer una imagen distinta al personaje de la que se conocía, o bien añadir elementos desconocidos para una mejor comprensión.
En este aspecto de la subjetividad, coincidían los historiadores, que a diferencia de los críticos literarios, hasta hace muy poco ni siquiera se habían preocupado por considerar o no a las memorias como discursos históricos. Durante mucho tiempo en la búsqueda de fuentes históricas y de métodos científicos de aprehensión de la realidad, todo tipo de literatura, pero principalmente aquella en donde el protagonista ofrecía su versión de los hechos, había sido menospreciada, o en el mejor de los casos ignorada.
No obstante, hace algunas décadas, hay enfoques más críticos e interdisciplinarios, que empiezan a valorar este género, otrora caracterizado como el “oscuro continente de la literatura”, desde un análisis más abierto y productivo, como parte esencial de las autobiografías, para el conocimiento de “lo humano” y “las representaciones de lo social”
Joel Hancock, por ejemplo, las visualiza como un género complejo en el que el escritor (o escritora) narra los hechos que le han sido significativos después de varias décadas, como una forma de auto descubrimiento; el alejamiento en el tiempo y en la distancia le permiten analizar sus experiencias y sacar conclusiones de su pasado, un intento del autor(a) de elucidar su presente a través de aclarar su pasado, pero que nos da cuenta en todo momento de una construcción permanente de identidad subjetiva en una colectividad (2006, pp. 139,144).
Por su parte, Maurice Halbwachs plantea que la subjetividad expresada en las memorias individuales, no puede entenderse desvinculada de una memoria colectiva, más bien son memorias interdependientes que se construyen permanentemente, y agrega: “la memoria personal tiene como condición de posibilidad, y se inscribe, en el marco de las prácticas de recordar, interpretar y transmitir propias de una memoria colectiva. A su vez la memoria colectiva sólo se modifica por intervenciones de memorias individuales” (citado por Pereda, 2012, p. 42).
Otros más prefieren entender a las memorias como un subgénero de la autobiografía, género literario que alcanzó un lugar de privilegio en los teóricos de la literatura y del lenguaje, justamente por la riqueza de sus formas y el extenso alcance de sus contenidos a partir de los trabajos de Georg Mish en los años sesenta y de los trabajos teóricos de Philippe Lejeune (1975) en las décadas siguientes. Esta perspectiva no se ha circunscrito a demarcar los alcances y límites de la autobiografía, sino a reflexionar y a tratar de construir una teoría crítica a partir del análisis de los textos concretos; análisis en el que han aportado de manera importante otras disciplinas como la historia, la antropología, la sociología y la psicología. Con la convicción de que se trata de una escritura en la que se reúne lo subjetivo, lo propio con el contexto en el que nos movemos, estos teóricos conciben a las memorias:
como un relato auto referente en que se difumina el propósito narrativo y los escenarios o temas se enfocan desde varias situaciones enunciativas. Se privilegia el entorno social del personaje, por ejemplo, ámbito de la guerra, situación política de un país, etc. (…) En esta escritura alternan el relato y el comentario, la narración de la peripecia personal y el interés por el entorno social, o el lirismo y la argumentación (González, 1999, párr. 3, 7.)
También en el campo de la historia, las memorias se reexaminan desde las últimas décadas del siglo XX como construcciones culturales que no pueden ser analizadas desde una sola disciplina o desde un marco teórico-metodológico que desestime la subjetividad por juzgar que contamina el saber científico. En las últimas décadas hay algunos enfoques historiográficos como la historia cultural que propone trabajar y conceptualizar las representaciones culturales de individuos y grupos para el trabajo historiográfico como construcciones complejas que tienen un valor significativo en un contexto determinado (Davis, 1995; Chartier, 1999; Serna & Pons, 2005).
Joan W. Scott, historiadora feminista, va mucho más allá al plantear la identidad subjetiva como uno de los aspectos fundamentales de la categoría género (2008) que necesariamente se interrelaciona con los símbolos, las normas y las instituciones en el proceso de construcción de las relaciones entre los sexos. Las memorias, diarios y correspondencia dan cuenta de cómo “se construyen sustancialmente las identidades de género” de tal suerte que nos permite como estudiosos entenderlas dentro de un contexto concreto, a través de diferentes prácticas, “organizaciones sociales y representaciones culturales históricamente específicas” (p. 67).
Las memorias vistas de esta manera tienen como característica potenciar un análisis relacional, por un lado, entre los sexos, a través tanto del pensamiento como de la práctica en la construcción de una realidad, y de otro lado, entre memoria individual y colectiva. El (la) que escribe sus memorias narran “la realidad”. Sin embargo, como afirma Carmen Iglesias, la realidad no es algo dado, independiente, que está ahí al modo de una piedra. La realidad supone, al contrario, una compleja construcción humana, donde lo simbólico y el lenguaje aparecen como instrumentos conformadores. Pensamiento y praxis, lenguaje y realidad no son por tanto esferas independientes, sino conformadoras de lo real. Como se ha dicho tantas veces, los humanos pueden resistir cualquier cómo si se tiene un por qué (Iglesias, 2002).
Si los individuos tienen la forma de explicarse su realidad, de volver a los recuerdos y reconstruirlos desde lugares distintos, lo hacen desde una subjetividad que se mueve, y que forma parte y conforma la memoria colectiva que le da mayor sentido en diferentes etapas de sus vidas. Enzo Traverso, se ocupa de ello en su libro La historia como campo de batalla:
La memoria es, entonces, una representación que se construye en el presente. Es el resultado de un proceso en el que interactúan varios elementos, cuyo papel, importancia y dimensión, varían según las circunstancias. Estos vectores de memoria no se articulan en una estructura jerárquica, sino que coexisten y se transforman por sus relaciones recíprocas. Se trata en primer lugar, de recuerdos personales que forman una memoria subjetiva no petrificada, sino a menudo alterada por el tiempo y filtrada por las experiencias acumuladas. Los individuos cambian; sus recuerdos pierden o adquieren una importancia nueva según los contextos, las sensibilidades y las experiencias adquiridas. Luego, según Halbwachs, hay una memoria colectiva que se perpetúa en el interior de “marcos sociales” más o menos estables, a modo de una cultura heredada y compartida (2012, p. 286).
Efectivamente, es Maurice Halbwachs, sociólogo de principios de siglo XX, que frente a posiciones sobre las memorias como puras, individuales y fijas, desarrolla la dimensión social de éstas, colocando en el centro de estos recuerdos a la distancia, las relaciones con “los otros”, las preocupaciones que compartimos con aquellos con los que convivimos en el presente, las que tenemos necesidad de re-significar porque tiene que ver con nuestro presente, recuerdos que permiten entender lo que ahora nos inquieta, puntualizando:
cuando evocamos un recuerdo, y cuando lo precisamos localizándolo, es decir, en resumen, cuando lo completamos, se dice a veces que lo adosamos a aquello que le rodea: en realidad, es porque otros recuerdos en relación con éste subsisten a nuestro alrededor, en los sujetos, en los seres pertenecientes al medio en el que vivimos, o en nosotros mismos: puntos de referencia en el espacio, tiempo, nociones históricas, geográficas, biográficas, políticas, datos de la experiencia corriente” (Citado por Díaz, 2013, p. 20).
Estudiar así las re-presentaciones de hombres y mujeres específicos en el contexto que se dieron, en relación estrecha con el momento en que se escriben, posibilita la aproximación a las maneras en cómo se van definiendo las diferencias entre los sexos, y cuáles son las consecuencias de ello; a los modos de sentir y de pensar, las distintas maneras de otorgarle sentido a su mundo, de entenderse como hombres o mujeres en un contexto específico y escribir así su presente y sus recuerdos. Nos acercamos de este modo un poco más a la comprensión de nuestra cultura y a la construcción de representaciones de los procesos culturales y sociales cotidianos; nos permite asimismo proponer la superación de marcos cerrados de interpretación literaria, histórica, psicológica o social, por separado, para ensayar un análisis más holista de este tipo de narrativas.
Las memorias como estrategia narrativa de Graciela Amador
Esta reflexión sobre las memorias, esta tensión entre memoria personal y colectiva se convierte por fin, en un espacio posible para iniciar el análisis de un vasto conjunto de relatos plasmados en unos cuadernillos pajizos y polvorientos encontrados en un archivo particular en la Ciudad de México hace ya varios años cuando realizaba la investigación sobre mujeres comunistas. Se trata de 11 cuadernos de diferentes tamaños y grosores, en su mayoría con pasta amarillenta, hechos a mano algunos con pluma, pero varios de ellos también con lápiz; titulados de distintas maneras: “Memorias”; “Siqueiros y yo”; “Aumentos a Siqueiros y yo”, y otros que sólo tenían números garabateados en las esquinas para identificar la secuencia.
En efecto, en el curso de la investigación ya se había advertido la posible existencia de dichos manuscritos que al parecer Amador había elaborado desde principios de los años cuarenta y, pese a anuncios hechos por ella y por escritores y periodistas que la conocían, no se habían publicado ni localizado en ningún archivo ni centro documental (Amador, 1948a; Denegri, 1972; Piñó, 1979). Sólo la misma Graciela dio a conocer una pequeña parte de éstas, en la revista Hoy en cinco entregas, con el título “Mi vida con Siqueiros” entre febrero y marzo de 1948 (Amador, 1948). Su sobrina nieta, fue la que aclaró el misterio: el manuscrito final, que tenía intención de publicar, lo quemó la misma Amador en la chimenea de su casa, frente a la mirada atónita de amigos que habían hecho comentarios críticos a una parte de su narrativa, particularmente a su representación de la personalidad y actitudes de David Alfaro Siqueiros, su primer esposo. Lo único que nos queda de las pronosticadas Memorias son esos extraordinarios cuadernillos, borradores de recuerdos resguardados en su archivo particular2 .
Graciela Amador Sandoval nació en Villa de Cos, Zacatecas (México), en 1898 y murió en la ciudad de México en 1972. Perteneció a una familia norteña próspera, minera y comerciante, de tendencia liberal que se involucró activamente, cuán numerosa era, -22 hermanos y los padres- en la lucha armada contra el gobierno del general Porfirio Díaz. Presenció de adolescente, la entrada triunfal de Francisco I. Madero a la ciudad de México, su trágico ocaso, el levantamiento constitucionalista y el triunfo del general Venustiano Carranza.
Las redes de relación revolucionarias de su familia, le dejaron como saldo vínculos con varios generales constitucionalistas, futuros presidentes del país y con capitanes y coroneles carrancistas amigos de su familia, quienes a la postre serían funcionarios y autoridades revolucionarias. Fue en este ambiente donde conoció a quien fuera su primer esposo, un desconocido capitán, estudiante de pintura, discípulo del Dr. Atl: David Alfaro Siqueiros, quien se convirtió en uno de los más importantes muralistas del México posrevolucionario.
Como joven matrimonio, ya en la etapa de reconstrucción de la sociedad mexicana, lejos de integrarse a los negocios de la familia o de aprovechar los nexos revolucionarios para obtener puestos en el nuevo gobierno, se involucraron intensa y paulatinamente en labores políticas y culturales, primero desde el gobierno revolucionario y después, en organismos contrarios a éste. En efecto, después de una breve, pero significativa estancia en España y Francia, la joven pareja, que se había ido becada por el gobierno carrancista para fortalecer la formación artística de Siqueiros, regresó a México en 1921. José Vasconcelos, el titular de la recién creada Secretaría de Educación Pública, lo contrató como muralista y así fue como empezó a participar en el proyecto artístico y cultural nacionalista. Muy pronto, desde esta actividad, ambos se vincularon a otros artistas e intelectuales socialistas y anarquistas de la Ciudad de México con los que terminaron participando de manera activa y apasionada en el controvertido e inestable Partido Comunista de México a partir de 1924. De esta manera, desde el nacionalismo revolucionario, intentaron junto con otros más, transitar hacia el internacionalismo proletario planteado por la URSS, con la convicción de que era el camino correcto para transformar las condiciones sociales y económicas del país.
Sólo a través de una búsqueda exhaustiva aquí y allá, en diferentes archivos y con huellas e indicios que al principio carecían de sentido, se logró armar el rompecabezas de la participación de Graciela Amador en el Partido Comunista de México. En otros trabajos se ha documentado ya lo complicado que ha sido saber acerca de las mujeres del partido, sus acciones, sus funciones, su relación con los grupos de la sociedad, con los demás camaradas y con sus compañeros de vida. Con Graciela Amador la cuestión se dificultó aún más por la fuerte presencia y personalidad de David Alfaro Siqueiros. En los archivos oficiales del PCM, del gobierno, en los testimonios y en las historias de los mismos comunistas, Graciela siempre estaba a la sombra, silenciosa y olvidada.
Fue así, uniendo palmo a palmo las piezas del rompecabezas, que se reveló algo esencial en ella: Graciela Amador había militado en el PCM apasionadamente, como muchos de los integrantes de esa época, de una manera peculiar: callada, pero expresándose a través de la música, la escritura y la práctica editorial. Los demás, organizaban, daban discursos, participaban en mítines, pregonaban, denunciaban. Ella escribía, fabulaba, colaboraba en periódicos y organizaba su pequeño mundo para luchar a su manera. A pesar de haber escrito en diferentes etapas de su vida, corridos, comedias, farsas, cuentos breves, ensayos y posteriormente, sus memorias entre guiones de televisión y teatro en la última etapa de su vida, no se conoce su producción literaria, no es reconocida como escritora y ella misma no se veía como tal, en muchas ocasiones usó seudónimos o no firmaba sus textos. Sólo en algunas publicaciones hemos encontrado referencia a ella presentando su faceta literaria: Raquel Tibol publica en 1967 una selección de sus corridos y cuentos breves prologados por Juan de la Cabada (1967)3 ; Jorge Fuentes Morúa (1999) escribe un ensayo en el que señala una influencia significativa de los cuentos de Graciela Amador en la novela de José Revueltas (1999) e Iván Denegri escribe sobre el talento de fabular de Graciela Amador:
(…) como jugando, contando cosas donde la fábula no oponía fronteras a la verdad, combinando con maravillosa sabiduría, para dar un producto de naturaleza literaria de inmenso valor emotivo, siempre poblado de datos ciertos y nombres que por su importancia calificaba y jerarquizaba (…) Graciela era toda fantasía pero también toda veracidad (1972, p. 14).
Además del valor literario que estará pendiente analizar de su obra completa, se pueden distinguir claramente una correspondencia entre los diferentes momentos de su vida y su militancia con sus estilos de escribir. En la primera época, de 1924 a 1926 aproximadamente, Graciela era la administradora, no oficial, de El Machete, órgano de difusión del PCM, tenía una dependencia ideológica y personal marcada con respecto a Siqueiros y no tenía un trabajo de organización con sectores populares, escribió obras de teatro y corridos con fuerte contenido ideológico; en una segunda etapa de militancia de 1927 a 1929, en la que ella debió ser más independiente y trabajó organizando sindicatos de mineros y grupos de mujeres campesinas, escribió en El Machete y en 130 un número importante de cuentos breves como un recurso para describir o narrar las formas de vida y situaciones cotidianas en los pueblos mineros y de circunstancias insólitas en los trenes en los cuales viajaba.
La pasión con la que se entregó al trabajo revolucionario en ese periodo, estuvo en gran medida alimentada por la relación que llevaba con su compañero de vida y de lucha, Alfaro Siqueiros. Cuando este se enamora de Blanca Luz Brum, una uruguaya que conoció en el Congreso Sindical Latinoamericano en Montevideo (Brum, 2002), Graciela tuvo que romper abruptamente con esa relación hacia finales de 1929; su militancia se vio afectada por esta ruptura durante un tiempo y en consecuencia la escritura de sus cuentos breves se interrumpió.
Graciela Amador empezó a escribir de nuevo, cuando inició sus Memorias en los años cuarenta después que superó las consecuencias del divorcio y logró volver a participar de manera importante en labores educativas y culturales:
Estábamos en 1930. Yo daba clases de música en una escuela universitaria. Trabajaba por las tardes con grupos infantiles y en la noche con obreros y estudiantes. Tenía a mi cargo 108 niños y aproximadamente 60 alumnos adultos. Había sufrido una delicada operación y mi cuerpo lloraba a la par que mi alma. Yo divido mi vida en dos etapas. Aquel año acababa de morir y al mismo tiempo surgía débilmente a la vida; mi yo se defendía del dolor y luchaba por encontrar un nuevo sendero. En 1930 di por bien concluida la primera etapa. Sepulté para siempre el optimismo con que venía navegando desde mi infancia y aprendí con los ojos abiertos al dolor, cómo es la amarga verdad de la vida […] así como los convalecientes van entrando poco a poco a la vida, yo, con mi fardo de dolor sentí súbitamente la obligación de volver a vivir […] nací nuevamente, pero ahora no soy la misma: ingenuidad, confianza, pasividad, se quedaron allá en el camino que antes recorría; y con mis nuevos ojos que escudriñan y siempre adivinan pude ir marchando de las tinieblas a la luz […] La primera risa libre que brotó de mis labios me sobrecogió ¡Yo sabía reír a grandes carcajadas sonoras! ¡Yo sabía cantar y bailar! y mover con mi alegría a quienes me rodeaban! […] Cruzaba por mi segunda juventud; abastecida de experiencia pero sin el rictus de los que mucho han vivido; yo jugaba con mi vida y la modulaba entre mis manos. Quise querer y supe seleccionar entre todos a mi nuevo cariño. Era así como lo necesitaba: humilde y bueno, un cariño lleno de paz. Yo venía de guerrear y ahora necesitaba besos en la calma [...] (Amador, s.f.a, s.p.).
Para sepultar ese pasado y al mismo tiempo revivir, Graciela Amador, recurre a una nueva estrategia: en sus memorias narra su vida en familia cuando era niña en Zacatecas, la forma en cómo vivieron la revolución mexicana; viajó en los mismos trenes que Venustiano Carranza para ir hacia Veracruz, conoció formas de vida nuevas entre balaceras y organización para atender revolucionarios heridos, niños huérfanos y mujeres. Fue testigo de anécdotas y acontecimientos sobre los diferentes grupos revolucionarios, asimismo describe la vida cotidiana en tiempos de guerra, qué sucedió con sus hermanos en la lucha armada, las características de los padres y su relación con el pueblo (Amador, s.f.f, s.p).
Ligado con lo anterior, relata cuándo y cómo conoce a Siqueiros, su enamoramiento, las estrategias que utilizaron para defender su amor frente a sus padres, su viaje a Europa, su vida de pareja en los diferentes momentos, las relaciones contradictorias entre escenas de celos, prohibiciones, encierros y la libertad que fue ganando para el trabajo político y su vida de “camaradas” (Amador, 1948a; 1948e).
Recrea las diferentes etapas que vive el partido comunista en un contexto político posrevolucionario cada vez más tenso; la ruptura de las relaciones de México con la URSS y las consecuencias de trabajo clandestino para los comunistas; cómo se alteró su vida cotidiana: las anécdotas para sobrevivir, los matrimonios socialistas en los auditorios de Guadalajara, y su trabajo intenso en la organización con los mineros, en sindicatos y centrales obreras. Sus viajes a la Unión Soviética, su análisis sobre la sociedad rusa y la mexicana. El ambiente selecto de artistas e intelectuales revolucionarios y el entorno de los trabajadores mineros, su miseria y vida cotidiana, sus estrategias para sobrevivir, los cambios y las permanencias en las relaciones de pareja en medio de organización obrera, huelgas y enfrentamiento con el Estado. A través de sus páginas se mencionan con familiaridad amigos de la pareja como Pancho Villa, Emiliano Zapata, el Dr. Atl, Venustiano Carranza, Diego Rivera, Frida Kahlo, Saturnino Herrán, José Vasconcelos, Amado de la Cueva, Ramón López Velarde, Javier Villaurrutia, Pablo Picasso, Plau Klee, entre otros. (Amador, s.f.c; s.f.d; s.f.e).
De esta forma, las Memorias de Graciela Amador son una estrategia narrativa que muestra una construcción permanente de identidad subjetiva en una colectividad. Sus recuerdos personales se inscriben y son posibles en el marco de las prácticas de recordar, interpretar y transmitir propias de una memoria colectiva de los comunistas. Por tanto, es indispensable trascender la lectura de dichas narrativas como fuente histórica solo para aclarar sucesos o completar acontecimientos de la época que ella vivió; es igualmente preciso entender el contexto histórico en el que fueron construidas. Amador narra los hechos que le son significativos ya en los años cuarenta y con ello pretende analizar sus experiencias, reflexionar su pasado y así reconstruirse. No obstante, su relato tiene también la intención de hacerlo público, de abrir sus vivencias y sus representaciones y con ello, contribuir a la construcción de la memoria colectiva, aunque ello implique un proceso más complejo y más a largo plazo de lo que ella misma imaginara.
Llegando a este punto, es posible pensar, a la manera de Joan Scott, que tales Memorias aportan también significativamente a la elaboración de preguntas más puntuales -quizá como hilos conductores de una reflexión más crítica- sobre las formas en cómo se van delimitando las diferencias entre los sexos y cómo el género “está operando, cuáles son sus resonancias, qué procesos pone en juego, qué tipo de transgresiones y oposiciones son posibles” (Scott, 2017, p. 3).
El amor como posibilidad y como cruz en tiempos de revolución
En efecto, la narrativa de Amador en los años cuarenta tiene características distintas a las que tuvo cuando ella era militante activa del PCM en las décadas anteriores, no sólo en el género literario, sino en las condiciones y circunstancias históricas y personales. Como hemos analizado líneas arriba, las Memorias permiten adentrarse a procesos más finos que dan cuenta de las motivaciones, los intereses y las formas en que se construyen y reconstruyen las relaciones entre los sexos. Desde este lugar privilegiado, de las Memorias de una mujer comunista, es posible comenzar a vislumbrar estas formas específicas de redefinición de las diferencias entre los géneros; de aproximarse a las motivaciones y condiciones que en su caso particular la llevaron a participar; lo que significó para ella como mujer romper con los moldes establecidos y animarse a ser comunista, a sus vivencias como escritora, como amiga y novia de intelectuales y artistas, a escribir en órganos comunistas, así como a realizar actividades novedosas y excitantes en las primeras décadas del siglo XX. Justamente, como plantea Markowitsch (2012), la particularidad de este tipo de narrativa es que se refieren:
(…) a recuerdos de vivencias autobiográficas, a sucesos que, en un viaje mental por el tiempo, llamamos de vuelta en nuestro pensamiento, a vivencias de las que normalmente también efectuamos una valoración –contemplándolas, en retrospectiva, como alegres, tristes, vergonzosas o de otro carácter,-. Se trata de vivencias de las cuales recordamos bien las circunstancias, es decir el contexto, y para la que nuestro pensamiento sincrónico –esto es importante- debe reunir elementos emocionales y cognitivo racionales, para presentar de nuevo (re-presentar) el recuerdo (pp.17-18).
Como hemos visto, es desde principios de los años cuarenta cuando su narrativa se vuelca más autobiográfica, detonada por su ruptura amorosa, pero es hacia finales de la década que decide publicar, al menos una parte. El primer párrafo del conjunto de sus memorias que da a conocer en una revista nacional, inicia con una aclaración para ella inevitable, que le permite posicionarse desde el amor arrancado a la fuerza:
Conocí a Siqueiros el 6 de enero de 1918. Nos enamoramos locamente, y el 5 de agosto del mismo año, estábamos casados frente a un Juez del Registro Civil. Nuestros familiares se oponían a tal unión; los míos jamás la han perdonado, en cambio, soy para los suyos la mejor hermana y fui para su padre una hija consentida. Hubiese vivido con David más allá de la muerte, pero vengo de una raza que sabe cumplir lo que promete, y nuestra promesa mutua fue la mutua fidelidad; David rompió ese pacto y hube de abandonarlo aunque nuestro corazón, que era uno solo, se rompiera en pedazos. Falta fue suya por haber confundido el amor con un pasatiempo (Amador, 1948a, p.70).
El amor es el centro motriz de Graciela Amador, no sólo de la relación con Siqueiros o la búsqueda de estrategias para enfrentarse con su familia con tal de vivir con él y seguirlo a todas partes; también el amor la lleva a relacionarse con la cultura revolucionaria, a colaborar intensamente en el órgano comunista El Machete y a su militancia más directa con hombres y mujeres de las minas de Jalisco hacia finales de los años veinte, así como a buscar la identidad con los camaradas comunistas. Lo hizo desde su enamoramiento, siempre en un segundo plano, en silencio, en calidad de colaboradora de Siqueiros, con una convicción propia, pero que no se podía concebir separada de sus motivos personales, de sus afectos más profundos:
filas, para que ella luchara con enternecedor heroísmo, sufriendo con nosotros todas las privaciones y amarguras de aquella época, la más dura para quienes verdaderamente abrimos una brecha llena de fe y de optimismo, soñando con un mundo mejor: época en la no era posible la demagogia, porque nadie pagaba nuestros lirismos marxistas, porque aún no se había instituido el “chambismo oficial-, época en la que actuábamos por convicción y sin esperar francamente la gloria eterna. y yo, a ser sincera, seguí el camino político de David por amor a él y confieso que sin su entusiasmo y su decisión inquebrantables no hubiera sido una exaltada revolucionaria como lo fui en aquella época (Amador, 1948d, p.50)
Esta aseveración franca, sin rodeos, que hizo décadas después, cuando ya no militaba activamente, deja planteada un asunto importante en torno a la representación de hombres y mujeres en su relación con la participación política. La conexión entre amor y convicción política, aún más, enamorarse y ser integrante del PCM, era una cuestión que quizá para las mujeres no se daba de forma separada y así lo reconocían. Se constituyó en una cuestión medular; como un motor para avanzar y sostenerse en la vida cotidiana.
Para los hombres, en cambio, significaba debilidad o desviación de las cuestiones fundamentales. Simplemente no se hablaba de cuestiones personales o sentimentales porque eso significaba caer en “desviaciones pequeño-burguesas”; no se debía perder el tiempo en cuestiones fútiles. Aunque en realidad para ellos también fuera importante y en muchos casos era el móvil fundamental para cambios trascendentales en la vida política del partido, o para movimientos que sus militantes hacían, esto no se reconocía abiertamente. Sobre todo, para los dirigentes y militantes más recalcitrantes del PCM, estas circunstancias no debían suceder; no debían aceptarse, sin embargo, por azares del destino, o por la conjunción de varios factores, sucedían. José Revueltas, en varias de sus novelas, presenta situaciones que exponen este asunto a través de sus personajes; para poner sólo un ejemplo hablaremos de “Fidel”, uno de los personajes más controvertidos de Los días terrenales, que negaba siempre la importancia de los sentimientos:
[...] Aquella actitud de Julia lo había alterado y su cerebro se negaba a disciplinarse. “Sin embargo, ¿por qué dar una importancia tan grande a estas cosas?”, se dijo con amargura. “Nada es eterno, todo cambia, todo se transforma”, más románticamente que estoicamente. Sería de un sentimentalismo tonto creer en la duración permanente del cariño. Ése era un asunto para las novelas de folletín (Pero, ¿y Lenin y Krupskaya? ¿Se habrían amado siempre, se habrían sido mutuamente fieles todo el tiempo?) “¡Qué ideas estúpidas! ¿Por qué preocuparse de esas tonterías de fidelidad o infidelidad, si lo que importa es la Causa?”). No obstante le dolía en carne viva la idea de perder a Julia [...] (Revueltas, 1992, p. 81)
Probablemente no era algo que sólo le sucediera a Graciela, o a Fidel y Julia, los personajes de Revueltas; el lenguaje, los símbolos y la práctica contradictoria entre el decir y el hacer, fueron construyendo la militancia comunista de hombres y mujeres al punto de ir negando los sentimientos, los afectos, la vida cotidiana y las iniciativas que intentaran algo distinto al dictado y al dogma. La construcción de la identidad en torno a la negación del otro y de los afectos fue algo que acompañó al lenguaje y la práctica de las y los comunistas; argumentando que la lucha de clases era lo único importante, se niegan otras cuestiones fundamentales en la vida de las personas. Joan Scott ha sido muy sugerente para pensar estos procesos de los militantes desde las categorías de género y clase, en especial los procesos complejos y contradictorios de formación de identidad. En un estudio que hace sobre los obreros en Inglaterra afirma:
[…] para que los individuos puedan identificarse como miembros de un grupo, para que puedan actuar colectivamente como tales, es preciso que existan previamente conceptos como el de clase. Todo tipo de conceptos se crea por contrastes y oposiciones […] La diferencia sexual es invocada como un fenómeno “natural” y como tal, goza de una posición privilegiada, aparentemente fuera de cualquier tipo de enjuiciamiento o crítica […] El género llega a estar tan implicado en los conceptos de clase que no hay forma de analizar el uno sin el otro” (Scott, 1989, pp. 129-130).
Desde la experiencia familiar de Graciela, las diferencias entre los sexos eran algo natural; el padre culto e inteligente, proveedor de una familia numerosa. No solamente eso: benefactor y bondadoso en el medio. La madre talentosa para atender a toda la prole, dedicada a las labores del hogar, colaborando gustosa en compartir sus bienes; los hijos se crearían y fortalecerían en esos roles que les tocaba desempeñar naturalmente:
Nací de una familia burguesa. Fuimos veintidós, la mayoría hombres. Mis padres muy buenos, tenían esa bondad particular del que sabe distinguir la verdad en todas las cosas; sobre todo mi padre. Extraordinariamente culto e inteligente. Fue un Owen en su tierra natal repartiendo entre labriegos y mineros lo que en suerte tenía, ya fuera en el campo o en los ricos minerales zacatecanos. Era mi padre de una bondad infinita, siempre enseñando a repartir el pan de nuestra mesa. Mi madre, por su parte, contribuía gustosa trabajando sin descanso en quehaceres de aquel hogar que servía también de abrigo a estudiantes y parientes pobres. Cuántos hombres hoy útiles en el terreno de la ciencia fueron protegidos en sus primeros estudios por el brazo benefactor de “don Elías”. Mamá seguía dando hijos y cosiendo traseros desfundados de propios y extraños; pródigos ambos en energía y trabajo vivieron toda una vida diáfana que muchos hoy recuerdan con ternura (Amador, s.f.b, s.p.)
Enamorarse de Siqueiros, sin embargo, la coloca desde el principio en una circunstancia diferente a las mujeres de su clase: las “diferencias naturales” de sexo, empezó a transgredirlas para poder vivir con el hombre del que se enamoró: si bien era niña educada, sabía leer y tocar piano, no podía mantener la formalidad de las chicas burguesas de su edad; se intenta escapar y finalmente logra casarse a hurtadillas, después de una “huelga de hambre” en su propia casa como medida de presión para iniciar una aventura amorosa muy distinta a la propuesta por sus padres y hermanos:
Creo que el romance amoroso no tiene principio ni fin, época o mundo. Los seres van por la vida como semillas opacas y de pronto, se encienden. Así pasa el amor en todos los planetas. David y yo estábamos transparentes de luz. Tan sólo en una vez en esta vida se puede estar transparente de luz. Éramos dos átomos dentro de una inefable constelación y todo lo demás huía de nosotros. Igual valor sentimental en igual balanza. Las estrellas, las flores, los aromas, son pequeñas cosas que los poetas inventan para revestir el amor, pero los enamorados no las ven porque el volumen de su mirada ya está pleno. Pero mi familia nos bajó de esa realidad y llegó el momento de decidirnos, ¡todo antes de separarnos! [..]Sobre mi pobre ser cayó una terrible avalancha de amenazas proposiciones, convencimientos, ternuras...] lo peor eran las dulces ternuras de mi madre encantadora que prefería verme muerta a mal casada. Todos se olvidaban de nuestros corazones riendo o dogmatizando. En un arranque desesperado, David recurrió a su táctica militar: “me raptaría y huiríamos al Norte en medio de un gran tiroteo”. Pero aquella noche la pasé encerrada bajo siete candados. Entonces David tuvo una venganza melódica mandando tocar la Marcha Zacatecas, toda la noche, frente a mi ventana, y a los acordes de la esplendorosa banda militar, las chicas del barrio bailaban en la calle. Solamente yo, cautiva, lloraba mi desventura. Al día siguiente inventé un recurso: fui la progenitora de la huelga de hombre pro-matrimonio. Me propuse no probar bocado y así llegar hasta la tumba; al tercer día de aquella penitencia, mi madre cedió y nos casamos el 5 de agosto de 1918, ocho meses después de habernos conocido; tan sólo mi madre y los testigos, entre los que estaban los escultores Olaguíbel y Urbina, asistieron a nuestra más que democrática boda (Amador, s.f. c, s.p.).
Haber empezado a infringir tales diferencias, no significaba, de ninguna manera una relación más equitativa o una conciencia de querer cambiar las cosas. Sin embargo, representó un paso hacia la re-construcción de su identidad como mujer en un mundo diferente al que ella misma imaginó; una identidad que durante una década estuvo bajo la sombra de su pareja; para después, desde su dolor y desilusión, aprender a diferenciarse con mayor conciencia de sí. Haber dado el paso de vivir, a cualquier precio con el hombre que amaba, en las circunstancias de cambio político e ideológico, la colocaba en un proceso de transformación personal que ella misma no se planteó, pero que sí experimentó.
Forjar una nueva sociedad sin cambiar las relaciones entre los géneros
Alejandra Kollontay adelantó –quizá la marxista más importante en enfrentar y defender una posición teórica de feminismo en el socialismo- (De Miguel, 2003, p.9), que la mujer debería romper, en un proceso largo, tanto de conciencia de sí como de transformación de la sociedad, con su dependencia moral y sentimental respecto al hombre: “Hasta ahora el contenido fundamental de la vida de la mayoría de las heroínas se reducía a los sentimientos de amor. Si una mujer no amaba, la vida se le aparecía tan vacía como su corazón”. (Citado por De Miguel, 2003, p.11).
Desde esta condición de dependencia, si bien Graciela Amador dio un primer paso, frente a su familia, en la relación con Siqueiros la reforzó durante los diez años que vivió con él, aceptando sus diferencias, justificándolas, al punto de aceptar esta condición como su cruz, que debía soportar encierros, celos, imposiciones y mentiras:
Cuánta semejanza en nuestro pensamiento y tan distintos físicamente! Yo era fina y delicada. Hablaba quedo, era tímida y trataba de ocultar mi pasión. David, en cambio, era fuerte y exaltado, alegre, parlanchín y ostentoso. Apretaba mi cabeza y me besaba ruidosamente frente a todos. Más j ay! descubrí algo que fue el martirio de mi vida con él: tenia celos de los pasajeros, de los camaristas y de todo ser que pasaba a mi lado: yo tenía un tipo exótico que se acentuaba más entre razas europeas: hoy me halaga confesarlo pero entonces me hizo sufrir horriblemente. Más de una vez David me dijo para acallar mis lágrimas: “¡pobre de ti el día que no te cele!” […]Museos y conciertos, pero nuestro amor crecía al punto de hacernos daño. Cada vez yo más enclaustrada y cada vez su amor más excitable. Llegué ni a mirar a sus compañeros de trabajo, ni a cruzar palabra con los vendedores de frutas o leche de cabra. Todo lo arreglaban los criados. Mi vida era él y daba la mía por su tranquilidad. Aprendí a bajar los ojos frente a los hombres y a hablar discretamente con las mujeres. Aprendí a pensar en voz alta porque no se tomará a traición mi silencio. Mientras él dibujaba, yo Ieía, mientras él estaba ausente yo hacía técnica en el piano. Por las noches salíamos juntos y subíamos la montaña, mi brazo apoyado en su brazo. Nos rodeaba la Naturaleza y el cielo regaba sus estrellas sobre nuestro pelo (Amador, 1948b, pp. 48, 49). […] Al cambiar de casa yo cambie de prisión; con esto recuerdo las veces que a él lo cambiaron de celda en la Penitenciaría. Por lo menos, mi nueva celda era asoleada, muy parecida a la que él ocupó hace poco, cuando el lío de Trotsky y a donde lo fui a ver en dos ocasiones. La orden seguía hitleriana: ¡usted no me sale! las mujeres en su casa y los hombres en la calle. […](Amador, 1948b, p.48).
Esta relación de dominación no era exclusiva de esta pareja en el ambiente de los comunistas, es quizá una de las más abiertas y conocidas por los textos de Amador, pero ya hemos visto en el trabajo de investigación más amplio, formas más sutiles de dominación y sujeción en la que hombres y mujeres trabajaban incansablemente por una sociedad sin clases, por una sociedad transformada, y al mismo tiempo reforzaban los roles de dominación y sumisión en su vida cotidiana, tanto en su vida de pareja, como en la militancia partidista.
Principalmente en el periodo de mayor enfrentamiento con el Estado, con la práctica política comunista, de agitación, organización y propaganda, que ostensiblemente era de oposición, en contra de lo establecido, la única tiranía que querían derribar los comunistas era la de la burguesía; la dominación del hombre hacia las mujeres no constituía, o no lo concebían como un problema social y por tanto no se podía plantear el problema desde esa perspectiva. De esta forma, se reforzaban o se buscaban nuevos mecanismos para la construcción de la dominación masculina como algo normal, como un hábito diario, como un hábito insoslayable. Este proceso reforzaba la invisibilidad de la diferencia sexual. Ser comunista era concepto universal y desde esa perspectiva hombres y mujeres como militantes, luchaban contra la injusticia y la explotación, pero quienes definían la línea central de cómo luchar eran los hombres, como una cuestión natural derivada de esta invisibilidad. Se construía y se reforzaba a través de la práctica y del lenguaje de los comunistas una doble moral; una para las mujeres y otra para los hombres.
Esto es lo que denunció Alejandra Kollontay una y otra vez en congresos socialistas. Los hombres y mujeres que pretendieran transformar a la sociedad deberían hacer conciencia que en las sociedades modernas y capitalistas de principios del siglo XX, se expresaba de diversas formas un problema muy grave que acosaba a la inteligencia, a la razón y al corazón de la humanidad: una doble moral, una para los varones y la otra para las mujeres (De Miguel, 2003, p.13). Los marxistas, insistía Kollontay, no podían seguir sosteniendo que los problemas del amor y de la sexualidad fueran problemas de la “superestructura” que se solucionarían automáticamente cuando ésta, la base de la sociedad, se transformara. Era necesario luchar desde ese instante en todos los frentes, en los núcleos de obreros, de trabajadores y de todas las clases, para lograr modificar la psicología de la humanidad. Era preciso que hombres y mujeres marxistas hicieran conciencia de este problema con el fin de forjar a la par “la mujer nueva” y “el hombre nuevo”. De otra manera no tendría caso seguir defendiendo el derecho de las mujeres a amar, en una relación más libre, sin “ataduras”, si no se trabaja también en el plano psicológico, en un plano de la subjetividad en ambos géneros, para también forjar un “varón nuevo” (De Miguel, 2003, p. 13).
La cita de Kollontay que destaca Ana De Miguel, es muy pertinente para el caso que nos ocupa:
¿Acaso la psicología del hombre de hoy está realmente dispuesta a admitir el principio del amor libre? ¿Y los celos, que arañan incluso a los espíritus mejores? ¿Y ese sentimiento, tan hondamente enraizado, del derecho de propiedad no sólo sobre el propio cuerpo, sino también sobre el alma del compañero? ¿Y la incapacidad de inclinarse con simpatía ante una manifestación de la individualidad de la otra persona, la costumbre bien de ‘dominar’ al ser amado o bien de hacerse su esclavo? ¿Y ese sentimiento amargo, mortalmente amargo de abandono y de infinita soledad que se apodera de uno cuando el ser amado ya no os quiere y os deja? (2003, p.15).
En efecto, en las Memorias de Gachita Amador, se alcanzan a notar estos elementos de la psicología de los hombres, aceptada por las mujeres, en este naciente partido comunista mexicano; esta definición de las diferencias de género basada en los celos como prueba del amor que el hombre le tiene a la mujer; el derecho de propiedad del cuerpo y del alma de la camarada; la incapacidad de reconocer el talento, las necesidades, el derecho de decidir de la compañera de vida; la costumbre de dominar al ser amado y de aceptar esa esclavitud como parte del proceso natural del amor y, finalmente el sentimiento doloroso de abandono y de absoluta soledad cuando él se encuentra otro amor y decide dejarla de amar.
Es cierto que los militantes marxistas del controvertido Partido Mexicano, como la mayoría en otros países, rehusaron a aceptar, o siquiera reflexionar, sobre estos planteamientos feministas de Alejandra Kollontay. Se juzgaron como desviaciones pequeñoburguesas y por tanto inaceptables por la mayoría de los líderes comunistas y socialistas. Sin embargo, el conflicto clase-sexo-género se vivió en la vida cotidiana, se expresó teóricamente o a través de memorias, en diferentes partes del mundo a lo largo del siglo XX sin que hubiera condiciones de posibilidad para su análisis y reflexión teóricas.
Discusión final
Las narraciones ventana, son veneros que podríamos seguir explorando para analizar más a fondo y de manera interdisciplinaria los intrincados problemas de lo personal-social-colectivo. Para el conocimiento de una realidad, o al menos de la que podemos alcanzar a entrever, De Certau (2011), argumenta la importancia de la subjetividad, y con ello de las narrativas literarias, como elemento central del saber histórico. Cuando se confiesa el afecto, asevera, se accede o se reaprende “un lenguaje olvidado por la racionalidad científica y reprimido por la normatividad social. Enraizado en la diferencia sexual [este lenguaje] aún circula, disfrazado en los sueños, las leyendas y los mitos” (De Certau, 2011, p. 53). Añadiríamos, que deambulaba fuertemente, además de los mitos y leyendas, en los discursos y en las prácticas de los comunistas de las décadas de los veinte. En el lenguaje que construyeron los primeros comunistas, lo subjetivo, el afecto, los sentimientos, no podían expresarse abiertamente: eso significaba traicionar a la causa de luchar por el pueblo, o bien, implicaba alejarse de la objetividad científica del marxismo.
A través de las Memorias de Graciela Amador, también fue posible distinguir que no obstante las inflexibles relaciones de poder, las mujeres empezaron a desplegar estrategias poco visibles hasta el día de hoy. La defensa de sus ideales, el amor y las rupturas de roles fueron estrategias que le permitieron vivir una experiencia como comunista y que en los últimos años de militante pudo desplegar. Conquistó una independencia para viajar sola, trabajar con mineros, utilizar sus recursos literarios y musicales y participar de una manera más intensa por la construcción de un mundo mejor. Quizá antes de la separación forzada, ya el cambio de Gachita se estaba dando paulatinamente. La redacción de sus memorias, la insistencia de publicarlas sin permitir censuras, el acto de publicar una parte y quemar el manuscrito definitivo, el reconstruir sus afectos y continuar escribiendo otros géneros literarios, constituyen estrategias para su autonomía y construcción como mujer comunista.
Las memorias de Amador, lejos de plantear cuestiones de política o de cultura marxista, registran las relaciones entre hombres y mujeres en un marco más amplio buscando construir una nueva sociedad en la que el proletariado alcanzara el poder y se terminaran las injusticias y la explotación. Al relatar los acontecimientos de los procesos personales significativos revela también rasgos de la cultura comunista que construían hombres y mujeres en la vida cotidiana y que contrastaban con el discurso ideal de un mundo nuevo: infidelidades, violencia entre camaradas, discriminación, desconocimiento, celos, dependencia económica y sentimental, imposiciones, desigualdad, exclusión, etc. Una cultura muy alejada de los imaginarios hombres y mujeres nuevos en la cual no se reconocía la desigualdad de derechos, la falta de oportunidades ni la necesidad de trabajar por las problemáticas específicas de las mujeres trabajadoras y campesinas.
Si bien es cierto que Amador no se refería a estos rasgos de forma crítica o reflexiva, en su narrativa expone las contradicciones y la doble moral características de los militantes comunistas, tanto en su vida cotidiana, como en sus costumbres, respecto al amor, a los roles de hombres y mujeres y a sus relaciones en la militancia. Cuestiones que denunció abiertamente su contemporánea rusa Alejandra Kollontay en el movimiento internacional comunista en torno a la “cuestión femenina” y a la “Mujer Nueva”. De esta manera, a través de sus Memorias, aporta elementos importantes para problematizar y poner sobre la mesa un debate sobre las relaciones problemáticas entre el comunismo y feminismo en la primera mitad del siglo: discusión que, desde aquel entonces, primera mitad del siglo XX era indispensable, y que no obstante se fue aplazando por falta de interés o capacidad de sus militantes.
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Notas
Notas de autor
Información adicional
Como citar este artículo: Cueva, M. L. (2017). Filias y rupturas de una comunista: Las Memorias de Graciela Amador en el PCM, 1924-1940. Revista Tesis Psicológica, 12(2), 12-31.