Resumen: Teniendo en cuenta las lecturas contemporáneas sobre la literatura panameña y, especialmente, sobre Las Noches de Babel (1913) de Ricardo Miró, reviso hermenéuticamente las lecturas “románticas” realizas por críticos panameños que condenaron esta novela al olvido por desarrollarse en un espacio que, para ellos, no era esencialmente nacional y extranjerizante, como la Zona de Tránsito (que incluye la Ciudad de Panamá), donde se desarrolla el trama de la novela. Ahora bien, lo que pretendo demostrar aquí es que, precisamente, lo que hace Miró es proyectar una ciudad corrupta y denuncia el mimetismo y la superficialidad de las élites citadinas orientadas por gustos y estilos de vida hacia lo extranjero.
Palabras clave: modernidad, mimetismo, crítica, zona de tránsito, romántico.
Abstract: Taking into account the contemporary readings on Panamanian literature and, especially, on Las Noches de Babel (1913) by Ricardo Miró, I hermeneutically review the “romantic” readings made by Panamanian critics who condemned this novel to oblivion for being developed in a space that, for them, it was not essentially national and foreign, like the Transit Zone (which includes Panama City), where the plot of the novel takes place. Now, what I intend to demonstrate here is that, precisely, what Miró does is project a corrupt city and denounces the mimicry and superficiality of the city elites oriented by tastes and lifestyles towards the foreigner.
Keywords: reception, mimicry, criticism, Transit Zone, romantic.
Dossier
Las Noches de Babel de Ricardo Miró: recepción, mimetismo y crítica deuna novela de la Zona de Tránsito en Panamá
Las Noches de Babel by Ricardo Miró: modernity, mimicry and criticism of a novel from the Transit Zone in Panama
Recepción: 23 Mayo 2023
Aprobación: 28 Julio 2023
En el año 1957, el cuentista, novelista y ensayista panameño, Rogelio Sinán, que, según Seymor Menton, “es probablemente el literato más destacado de Panamá” (2001, p. 399), publicó un ensayo romántico que llevaba el significativo título de Rutas de la Novela Panameña. Aquí Sinán no hace una clasificación de novelas, mucho menos un catálogo de nombres, porque, según él, sería un “deslucido atentado contra la estética” (p. 103), pero lo que sí hace es una interesante composición histórica, geográfica y poética de la producción literaria panameña dividiéndola entre la ruta vegetal (longitudinal, la de la tierra, de la carretera panamericana) y la ruta mineral (transversal, la de la máquina, la de tránsito que se ha prestado al mercado mundial), y de este juego, contradictorio, podría comprenderse, según él, “la dinámica panameña” (p. 103).
De acuerdo con este esquema de Sinán, él habría colocado el texto de Ricardo Miró, Las Noches de Babel, publicada por entregas en el Diario de Panamá en 1913 (Miró, 1972, p. 104; Miró, 2002, p. 9), en la ruta mineral, la de tránsito, la transversal, dominada por los “medios de transporte (ferrocarril, canal y carreteras) en lo que todo está muy limpiecito, barnizado, “prohibido”. Esta ruta, que es como una infernal Babel de lenguas y de mezquinos apetitos, tiene para nosotros un carácter virtualmente extranjero” (p. 104). Sin duda, esta ruta, que nace al calor de la ruta transoceánica, una ruta que no correspondía con el paradigma romántico de nación, dio nacimiento a la moderna Ciudad de Panamá descrita por Miró:
La calles de la moderna Babel Interocéanica zumbaban llenas de una multitud heterogénea que hormigueaba, alegre y vocinglera, con aquel contento del pueblo trabajador en vísperas de una fiesta. Los coches, los tranvías y los automóviles pasaban cargados de hombres y que expresaban en sus rostros la alegría de vivir, y de vivir bien. De las puertas de la gran estación del ferrocarril brotaba una multitud cosmopolita y pintoresca, que se disgregaba por la gran explana que existe al frente, y precipitándose en tranvías y coches se repartía, tomando distintas direcciones. El Gran Hotel Internacional resplandecía, profusamente iluminado, y una orquesta de señoritas alemanas llenaba de animación los comedores. Después, a lo largo de la Avenida Central, los restaurantes y los comercios, todo lleno de gente, se sucedían en un desorden inquietante y febril que denotaba la fuerza y la vida de la joven ciudad que vigila la entrada del Océano Pacífico. De los alambres de los teléfonos y de la luz eléctrica” (2002 [1913], p. 15).
Es, en esta ruta, que Las Noches de Babel articula su narrativa en un país que, según Frauke Gewecke, “tuvo un desarrollo modernizante algo tardío” (2000, p. 169). Habría que discutir qué tan “tardío” fue ese desarrollo en un país que ya contaba en su “ruta de tránsito” con un ferrocarril desde 1855, incorporándose así a la <<tercera fase>> del capitalismo global (modernización y transformación de los medios de transporte y las rutas de tránsito) a partir de la segunda mitad del siglo XIX (Ette, 2002, p. 27). Pero, en efecto, la pregunta sería cuál fue el impacto verdadero de la entrada de Panamá en este “desarrollo modernizante” sobre la mentalidad, la cultura y las representaciones del país y aquí se le podría dar razón a Gewecke que este desarrollo es “tardío” si se le compara con otros centros culturales de las Américas como la Habana, Buenos Aires o México, atraso que, como veremos más adelante, fue también presentado por Miró en su novela. Ciertamente, como se lee en la cita de Sinán, esta ruta es designada como “una infernal Babel de lenguas y de mezquinos apetitos” y además “tiene para nosotros un carácter extranjero”. Pero, ¿a quiénes interpela Sinán con ese “nosotros”? Lo cierto es que, desde la primera página, de Las Noches de Babel, se muestra una ciudad que había acogido aparentemente, como suyo y propio, lo que implicaba pertenecer a un país por el cual ya estaba construyéndose un canal interoceánico y que tenía un impulso modernizante.2
Aquí, sin duda alguna, Gewecke tiene razón cuando afirma que esta “imagen dinámica de la gran ciudad” pertenece a cualquier urbe europea y que “refleja una decidida voluntad mimética por parte del autor” (p. 174), “una voluntad mimética”, cuya idea o representación de la modernización (tranvías, automóviles, ferrocarril, alambres de teléfono, luz eléctrica), en la gran ciudad, lo vemos definido por Simmel (1986) por la “intensificación de la vida nerviosa”, del citadino, del espíritu moderno en la ciudad.3 Pero, como afirma Gewecke también, es resultado de una “marcada voluntad de estilo que enfatiza ante todo lo sensorial” (p. 174). Con esta afirmación sobre lo sensorial se refiere al perfil modernista de la novela, un perfil que no se detiene solo en la estética y que le permite integrar y comparar esta novela dentro del corpus modernista.4 Y con respecto a lo mimético, esto no haría más que reforzar la opinión de Sinán sobre el carácter “virtualmente extranjero” de todo lo que pertenece a esta ruta, como cuando éste afirma –sin dejar de citar otro ensayo romántico, Panamá, país y nación de tránsito de Méndez Pereira (1987 [1946])– sobre la “psicología de pueblo de tránsito”, lo siguiente:
Podría pensarse en una psicología de amor al espectáculo callejero, es decir, una psicología de pueblo asomado a su balcón para ver el desfile del carnaval grotesco cuyas máscaras pasan al son de tamboriles con tal frecuencia que, por estar mirándolos el panameño ha descubierto el interior de su casa (p. 107).
Leyendo esta cita no es difícil preguntarse si Sinán tenía conocimiento (o había leído) Las Noches de Babel, porque su ensayo de 1957, que está signado a la usanza nacionalista de la época como “panameño”, contiene múltiples referencias directas o indirectas a aquella novela de la “ruta de tránsito” (Babel, balcón, ferrocarril, carnavales, espectáculo y calle) sin mencionarla una sola vez entre sus líneas. Y esta no mención u olvido del texto novelado de Miró, por el ensayo de Sinán, es cónsono con la línea histórica, dominada además por la poesía, género per excellence de la ciudad letrada de un país emergente en búsqueda de su identidad nacional, como puede verse en Roque Javier Laurenza (1933), en Guillermo Andreve (1940) y en Elsie Alvarado de Ricord (1961), entre otros, de no haberse detenido en la producción novelística del país que ya contaba para 1930, a pesar de su poco conocimiento, difusión y recepción, de un número considerable de textos novelados como lo muestra Barría Alvarado (2003) en 154 años de novela en Panamá.5 Pero, en efecto, hay que decir que Sinán era cuentista y novelista y su ensayo iba dirigido precisamente a darle una respuesta al estrechismo nacionalista de movimiento ruralista, a pesar de haber declarado la Zona de Tránsito como “virtualmente extranjero”.
En aquella época quien proponía el ruralismo era Ramón H. Jurado, donde lo rural, “las zonas campesinas”, debería convertirse en la “base de la nacionalidad” (1978 [1953], p. 60). Este autor, que planteaba con la novela y el cuento una “vuelta al campo”, pendula entre llamar novela o intento de novela a Las Noches de Babel, pero es claro que para él esta novela pertenece a esa Zona de Tránsito, a lo que él llama el período de la huida que va de 1901 a 1930, donde la literatura, el país, “vivió conscientemente de espaldas de la nacionalidad” (p. 43).
Muy difícil lo tenía la novela panameña. Y más lo tenía si se articulaba en el espacio urbano y denominado de la Zona de Tránsito para poner pie dentro de la ciudad letrada, como puede observarse en las observaciones románticas de Rodrigo Miró (1972) sobre Demetrio Korsi con Escenas de la vida Tropical y sobre Joaquín Beleño con Luna verde y de Baltasar Isaza Calderón (1957) sobre Sinán con su novela Plenilunio.6 Y Las Noches de Babel, desde su primera página citada más arriba, huele a extranjería, a cosmopolitismo, a lo no-panameño. Es, según Rodrigo Miró, un ensayo o un intento de novela, sin embargo, no deja de hacer un buen resumen al decir de la misma: “Miró nos había dado Las Noches de Babel, mezcla de reportaje y novela policial, visión cinematográfica de la vida de la ciudad por los días en que finiquitaba la obra del Canal (1972, p. 262).
No obstante, dentro de este contexto histórico de fundamentación y nacionalismo político y cultural, una mirada menos sesgada por el prejuicio del nacionalismo y la distancia con respecto a lo urbano, habría descubierto que la novela misma del bardo reafirma paradójicamente una frase de Rodrigo Miró que ha determinado por generaciones enteras de panameños su aproximación a la literatura nacional: “La zona de tránsito ha estado siempre, sin remedio, destinada a ser instrumento de los otros: de pueblos para quienes constituía el complemento lógico de su comercio exterior, de hombres que encontraron en ella el sitio ideal para sus proyectos de lucro rápido y fácil” (Miró, 1947, p. 160). Esta frase entraría muy bien para definir el espíritu de Las Noches de Babel, pues si una lectura menos estrecha de lo nacional hubiera sido posible entre los críticos literarios románticos, se habría permitido entonces con mucha probabilidad reconocer el potencial crítico de la novela con respecto a la Zona de Tránsito, las costumbres y vidas citadinas miméticas y, sobre todo, la corrupción de las élites, pues lo que hace Miro es, precisamente, querer mostrar y denunciar la decadencia humana de esa Zona de Tránsito, una Zona alejada de aquel paisaje bucólico, campestre y campesino, que sería el marco de su próxima novela, Flor de María (1922), donde el personaje principal, “después de haber viajado tanto” por Europa (p. 11), encuentra el amor de su prima “oculta en un pobre aldea de su país” (p. 11).
Esta novela se desarrolla lejos de la Zona de Tránsito, cuando el país no estaba comunicado por carreteras, sino por vapores, y hay un salto al precapitalismo, a la estructura colonial, donde domina el alcalde y el cura, con una economía de subsistencia, sin la inmensa presencia de los negros antillanos, los trabajadores inmigrantes, descendientes de los esclavos del Caribe, en las ciudades principales, Panamá y Colón, conectadas con el tráfico de mercancías y gente del capitalismo global.7
En un país tan contradictorio y complejo como Panamá, ha habido varios intentos de representar o concentrar una identidad nacional en un autor en especial o en un tipo de género o subgénero literario ya sea con el “cosmopolitismo”, como lo intenta Seymour (2001), en la “novela canalera” como lo plantea Jaeger (2003) y el “ruralismo” como lo hace Jurado (1978 [1953]). En ese sentido, se tuvo que esperar hasta la edición del 2002, emprendida por Aristides Martínez Ortega, para que pudiera verse bajo otra óptica de recepción esta novela por entregas de Miró, cuando Figueroa Navarro nos llama la atención en el prólogo, al decir: “A veces, el optimismo de Ricardo Miró resulta ingenuo cuando pone en boca de sus personajes que el destino de Panamá será auspicioso porque se multiplican las inversiones de los norteamericanos y el oro yanqui hormiguea por doquier” (p. 10).
Aquí es necesario resaltar este “optimismo ingenuo” (que no es nada casual o personal de Miró), que desde el siglo XIX ya pregonan las élites panameñas, y es el que provocó reacciones tan fuertes como las expresadas en Roque Javier Laurenza, en Los poetas de la generación republicana (1933) y en el ruralismo de Ramón H. Jurado. Y este “optimismo ingenuo” está muy bien expresado en ese “mimetismo” metropolitano que, incluso, parece impregnar al poeta en su propia vestimenta y forma de ser cuando Guillermo Andreve, después de declararlo “nuestro gran poeta nacional”, lo dibuja, así:
Regó sus versos caprichosamente, como él mismo lo confiesa. Fue un bohemio del tipo más acabado. Curioso en su indumentaria muy barrio latino y en su modo de hablar, despectivo e hiriente; al par sagaz y chispeante. Fue Secretario de por vida de la Academia Panameña de la Lengua, a la que atendía con la misma despreocupación que a todo cuanto se le encomendaba (1970 [1940]).
Esta caracterización de Andreve sobre el diletantismo de Miró coincide con las observaciones de Gewecke sobre la voluntad mimética de presentar a la Ciudad de Panamá como una gran urbe y, además, en términos de estilo –sin dejar de reconocerle como un “destacado representante del Modernismo o >>postmodernismo<< panameño” (p. 170)– no deja de hacer la observación sobre la inconsecuencia, tanto en la psicología de los personajes como en la utilización del estilo indirecto tan propio de los modernistas en el género novelístico.8 Habría que agregar a estas correctas observaciones sobre las inconsecuencia o inconsistencia de la obra de Miró que la misma es, sin embargo, un buen ejemplo de intertextualidad literaria que se muestra, por ejemplo, en la caracterización de la reina de Carnaval, que pareciera que es adquirida de una lectura de Baudelaire sobre el “hombre de mundo” en El pintor de la vida moderna (1863) que se diferencia del “artista”, apegado a su paleta y a su Atelier, al decirse en la novela, lo siguiente: “Es una de nuestras señoritas más cultas, y ese cosmopolitismo que usted le nota se debe a que ha viajado mucho y se ha adaptado a todas las costumbres y todos los idiomas” (p. 23).
En Baudelaire, a diferencia del artista, el “hombre de mundo” goza del público, se interesa por todo el mundo moral y político, es cosmopolita y viajero, y la novela Las Noches de Babel transpira, aunque muy ligeramente, este aire baudeleriano donde “la modernidad es lo fugitivo, lo transitorio, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable” (1962, p. 467). Siguiendo esta inter-textualidad de la novela, se podría también pensar que ese otro aspecto de la eternidad que Miró cree encontrar es el “ideal, ese ideal eterno”, que el personaje principal siente en su inquieta búsqueda del amor. Pero como acertadamente apunta Gewecke, a excepción de una figura exótica y oriental (siguiendo la línea orientalista del Modernismo), que no deja ver su rostro y descubrir así su identidad, las dos figuras femeninas principales (y las escenas que transcurren con ellas) son extremadamente cursis o difíciles de digerir por su superficialidad. También la intertextualidad se deja ver en la presencia de Dante con su capítulo V de la Divina Comedia (capítulo que por otra parte ha sido objeto de óperas) por el nombre de la heroína femenina de la novela, que es nombrada Francesca, y cuyo amante adúltero se llamaba Paolo en la historia real del siglo XIII.
Pablo, que en la novela es el detective bohemio, dandista y flaneur, no deja de ser tampoco un superego de Miró que descubre –de una manera muy interesante y verdaderamente bien logrado– todo el entramado criminal alrededor de su secuestrada Francesca (que recuerda, por otra parte, a la rubia Inés de Rubén Darío). Y esta intertextualidad se extiende no solo a libros, pasajes, personajes, sino también a paisajes, calles y barrios, como cuando la trama criminal transcurre en parte en el barrio exclusivo de Bella Vista,9 específicamente en la mansión Villa Florencia, que es un espacio dominado por el piano (instrumento tan caro a los modernistas), el mobiliario art-déco, la ópera y el ideal femenino, puntos del Modernismo y elementos todos que forman parte de un infierno dantesco en la Zona de Tránsito. Me parece que la falta de una verdadera “vida interior” del protagonista, que es un punto clave en la clasificación de Meyer-Minneman (1984) sobre las obras modernistas, es un punto que entra muy bien en el diletantismo e inconsistencia mironiana, a pesar de su mirada sagaz y crítica a ratos. Pero, en efecto, no se puede dudar de la voluntad de estilo de Miró, que es modernista, al descender uno de sus protagonistas de un barco de vapor, artefacto histórico de la modernidad capitalista en el siglo XIX.
Sin Las Noches de Babel, que es una obra de ese “ingenuo optimismo”, propio de un país que entra fascinado y deslumbrado por esa modernización capitalista que se opera bajo sus propios ojos, seguiría predominando la postura sobre el bardo Miró que escribiera Ismael García en su clásico texto Historia de la literatura panameña (1986 [1964]), así: “Yo lo definiría como Miró o la nostalgia, porque considero que ese combustible psíquico ocasiona toda la descarga emocional de su poesía (…) Miró es un poeta de obra muy breve, que solo tiene una nota: la nostalgia” (pp. 63 y 64). Esta posición, por supuesto, está demostrada en su clásico poema Patria que no deja de ser el medio por el cual se forja, según Espino Barahona, “el sentido y la identidad nacional” (recuperado el 10 de abril del 2023). Y lo nostálgico, el recurso de la nostalgia, se ha comprendido incluso como uno de los aspectos claves y propios para comprender las sociedades postcoloniales.10 Pero esta nostalgia, que puede leerse en el poema Patria, si bien no es posible encontrarlo en Las Noches de Babel, lo que sí se puede encontrar es el ritmo del verso 6 en la novela, prácticamente una transposición que es por lo demás una perfecta representación de ese “optimismo ingenuo”: “He ido por todas partes y he visto muchos carnavales, pero jamás vi una armonía tan perfecta entre el gobierno, la aristocracia y el pueblo” (p. 24).11 Esta frase es precisamente dicha por el granuja de la novela que es vuelta al revés por un personaje anónimo y que realiza una crítica de este “optimismo ingenuo”, justamente allí en uno de sus puntos más débiles y evidentes:
No, señor, yo no me puedo acostumbrar hacerles reverencias a los canallas. Usted ve aquí infinidad de individuos que todos sabemos que son ignorantes, estúpidos y rastreros, pues han saltado de partido en partido y han tenido todas las opiniones; que no tienen ningún prestigio porque el pueblo los desprecia, y sin embargo, todos los gobiernos los distinguen sin que nadie se explique por qué y se empeñan en darles un valor que todos sabemos que no tienen ni nunca podrán tener (p. 44).
Frases como estas son coherentes con respecto al “optimismo ingenuo”, con ese optimismo de primer grado de una sociedad tradicional que toma la forma y el protocolo por el contenido mismo. Y como esta frase es punzante, incluso, por su extrema actualidad, no deja de ir al centro de una república cuya modernidad,12 entendida como un proceso sociocultural y económico que transforma la sociedad tradicional, no logra ir más allá de la familia y de los lazos parentales, del clientelismo y de la ausencia de meritocracia. Y como esta frase va al centro crítico de esta problemática (que se muestra por la acción de los personajes), se revela así el barniz de pretendidas y nuevas prácticas sociales que cubre el pacatismo, la mojigatería y el provincialismo más descarnado de la élite panameña, orientada y moldeada por el mimetismo más exacerbado. Y según este “desarrollo modernizante algo tardío” a que hacíamos referencia en el primer apéndice, esta élite no logra conformar, por lo tanto, ni una verdadera sociedad que sea digna incluso de llamarse como tal como muy bien se reconoce en la novela: “No señorita, aquí hay grupos de familia, de parientes, que forman un círculo para divertirse y nada más. Pero no una sociedad constituida como la de todas las ciudades del mundo” (p. 93).
Esta consciencia del atraso es manifiesto en Las Noches de Babel. Aquí, como se afirma en la novela, no hay una sociedad como en la Habana o en San José, donde había cronistas sociales que vivían medianamente de su oficio de periodistas. Es una consciencia doblemente frustrada porque se sabe que ese “optimismo ingenuo” solo afecta a la capa superficial sin que realmente cambie el carácter pueblerino y provincial de la sociedad y de las élites. Solo es necesario un ladrón, secuestrador y estafador, Enrique de Picardelli, cuya admiración por su supuesta riqueza nace “porque gasta mucho” (p. 21), para que logre a base de su buen parecido y artimañas pretender a la hija de un nuevo rico, “que se había labrado una enorme fortuna rápidamente” (p. 73). Pero este granuja, que no es más que el espejo sobre el cual se proyecta la granujería de la élite, proviene precisamente del extranjero, es un argentino de origen italiano, que deslumbra a sus pares con su estilo “sport” y la promesa de “grandes negocios” (p. 20). Una lectura fácil afirmaría que esta élite es víctima de este granuja, pero el mismo solo pudo tener éxito en el campo abonado de ese “optimismo ingenuo”, nacido en el seno de una élite llena de trajes suntuosos, de automóviles de lujo, de champán y de matrimonios arreglados.
Si para Doris Sommer (1990), el amor ha actuado en la novelística latinoamericana como una narrativa de nación en el período romántico de fundamentación de los Estado nacionales en el siglo XIX, podría afirmarse que Las Noches de Babel es justamente lo contrario con respecto a la fundamentación de la nación a través del amor y, por lo tanto, fue irrecuperable para el discurso romántico de nación en el siglo XX, especialmente, por la crítica literaria representada por Miró, García e Isaza Calderón en el transcurso de la segunda mitad del siglo XX. Y, en efecto, este “ingenuo optimismo” de la novela, que es además una orientación bien pragmática hacia la riqueza fácil y rápida, no permite concesiones a la idea romántica de nación del siglo XIX como está planteada en las novelas de aquel período descrito por Sommer. Y el narrador acentúa esta distancia con respecto a ese ideal cuando pone en boca de la hija de un nuevo rico, cuyo origen de su riqueza es completamente desconocido, lo siguiente: “casarme yo con un panameño... decía Tina lastimosamente” (p. 73). Para darle, incluso, un poco más de relevancia a esta figura, debe decirse que, a pesar de ser ella el resultado del mito mestizo de nación, “hija de un castellano de pura sangre y de una legítima chola” (p. 73), ni su propio padre pretende casarla con ningún miembro de la élite panameña. El mito romántico y mestizo de nación no alcanza a cubrir ese “ingenuo optimismo” que no se escapa de una observación dura y certera sobre la trayectoria de esta jovencita, realizada por el narrador:
En Tina se manifestaba aquella insolencia agresiva de las personas que cambian de posición pecuniaria de la noche a la mañana, sin estar preparados para el cambio, y que denota siempre un desequilibrio notable entre el rango social y la cultura intelectual… Tres o cuatro años en colegio de los Estados Unidos y de Europa le habían dado cierto barniz espiritual, que a poco de profundizarse, quedaba al descubierto lamentablemente, y luego algunos viajes, de recreo por las principales ciudades del Viejo Mundo completaron su educación y le dieron aquel aire distinguido que le daba prestigio a sus sombreros y trajes, y que la hacía pasar por una reina de belleza y elegancia. Y así era como Tina, sosa y trivial como muchas de nuestras mujeres, fundada en sus millones, tenía terribles altiveces que habían puesto en torno de ella un círculo agresivo que nadie se atrevía a franquear (p. 73).
Bajo esta observación, por lo demás muy sociológica del narrador en tercera persona, que, por otra parte, está muy lejos de ser mimética, es imposible reconciliar la construcción de nación con la romántica representación del amor que salta sobre clases y razas. En efecto, para acentuar esta superficialidad de este “optimismo ingenuo”, es el granuja por quien se decide Tina (y también su padre) en detrimento final de su fama y su ostentosa posición social que se caracteriza por el consumo ocioso, propio de una clase rentista, patrimonial y acostumbrada a los golpes de suerte (o de desgracias) que ofrece la Zona de Tránsito. Es así que Las Noches de Babel podría interpretarse, en parte, como la apuesta al mejor postor que mantiene una élite por la repentina y milagrosa riqueza que le confiere la Zona de Tránsito, pero lamentablemente la novela termina perdiéndose en el diletantismo, el mimetismo y en la superficialidad de Miró al dejar que su personaje principal, el bien logrado detective, que, por cierto, no sabemos qué ocupación tiene o cómo se gana la vida (muy propio de su perfil de dandy), pierde su fuerza con ese inverosímil y cursi amor por Francesca que denota la inmadurez literaria de quien ha pasado a la historia como el poeta de la patria.
A pesar de las deficiencias estructurales o los vacíos del drama que puedan encontrarse en Las Noches de Babel, la novela es un texto pionero de la literatura panameña por dibujar la modernidad y la modernización en Panamá en la Zona de Tránsito, una Zona impregnada por el Canal de Panamá, que implicó la llegada al país de cientos de miles trabajadores extranjeros y especialmente del Caribe anglófono. Sin embargo, esta obra fue prácticamente olvidada por los críticos literarios que no la consideraban y, al mencionarla, como Rodrigo Miro, hijo del poeta y novelista, apenas se detenían en ella, por no ser parte del paradigma romántico de nación. No obstante, una mirada más detenida, lejos de este paradigma, habría descubierto que precisamente lo que pretende la novela es una crítica del mimetismo, la superficialidad y la corrupción de esa Zona, donde primaba el pecunio, el arribismo de los granujas y la superficialidad de las élites urbanas.
Acerca de la persona autora: Luis Pulido Ritter. Panameño. Doctor en Sociología por la Universidad Libre de Berlín. Su tesis de doctorado Los Dioses del Caribe abandonan el Museo (1999) fue un estudio comparativo y transdisciplinario de la literatura haitiana y cubana entre los años 20 y 30 del siglo XX. Fue Agregado Académico de la Embajada de Panamá en Alemania. Es investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena, Panamá, y de la Universidad Santa María la Antigua, además, miembro de Sistema Nacional de Investigación, de la Academia Panameña de la Lengua, y es profesor de extraordinario de la Facultad de Humanidades e investigador en el Instituto de Estudios Nacionales de la Universidad de Panamá.
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