Reseñas
FIGUEROA SARRIERA Heidi. Imaginarios de sujeto en la Era Digital. Post(identidades) contemporáneas. 2017. Ecuador. Ediciones CIESPAL. 188pp.. 978-9978-55-161-5 |
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Subjetividad en la Era Digital
Desde hace ya algunos años, se advierte en el ámbito académico de América Latina un creciente interés por las profundas transformaciones que supone el advenimiento de las llamadas Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. En este sentido, debemos celebrar el interesante trabajo teórico que nos presenta la doctora Heidi J. Figueroa Sarriera en su libro Imaginarios de sujeto en la Era Digital. Post(identidades) contemporáneas.
La línea de pensamiento de la doctora Figueroa parece articularse a partir de dos vectores. En primer lugar, aborda los nuevos modos en los que se está formando la subjetividad en nuestros días, a la luz de las íntimas relaciones entre sujeto y tecnología –específicamente, el lugar del cuerpo y la subjetividad en los estudios de tecnocultura (p. 18)–. En segundo lugar, hay una aguda .epistemo-crítica. de la investigación contemporánea en psicología, en cuanto al “lugar del cuerpo como concepto en algunos discursos psicológicos” (p. 19).
Resulta muy interesante y sintomático el talante crítico que exhibe nuestra autora, pues da cuenta de una crisis que excede, con mucho, su disciplina y que –en última instancia– está atravesando a todas las ciencias sociales en nuestro continente. Nuestra autora señala: “ A la psicología [...] le ha sido difícil asumir el desarrollo de los artefactos digitales en cuanto a su rol en el proceso de construcción de subjetividades que aparece ligado a las formas de pensar y habitar el mundo” (p. 18).
De hecho, reconoce dos vertientes en la literatura psicológica que le impiden a esta disciplina una comprensión de lo tecnológico. Primero, la visión de la tekhné como pura “externalidad” y, segundo, una “patologización” de la relación sujeto-tecnología (p. 176) Este tipo de lecturas al uso le otorgan una tremenda pertinencia a la pregunta que plantea la doctora Figueroa, de manera tan enfática como nítida: “¿Cuáles son los asuntos medulares asociados a la relación entre la construcción de la identidad, las fronteras corporales, la agencia y eso que llamamos ‘lo social’?” (p. 18).
Uno de los modos de comprender la cultura en las ciencias sociales, en la actualidad, es como una “entidad semiótica” (Geertz), de manera que la cultura resultaría ser un sistema interrelacionado de soportes de significación y comunicación; esto es, un “régimen de significación”. Como tal, muestra dos ámbitos bien diferenciados: en primer lugar, una “economía cultural” que prescribe los modos de producción, distribución y consumo de bienes simbólicos en un momento histórico dado. En segundo lugar, toda cultura nos ofrece un “modo de significación”, lo que quiere decir una cierta configuración histórica de “lo sensible”, un cierto “reparto de lo sensible”, como afirma Rancière. El “modo de significación” se fundamenta en tres grandes conceptos, a saber: el sensorium (un modo de percepción sensorial, definido por Benjamin), el habitus (esquemas fundamentales de percepciones, pensamientos y acciones, correspondiente a Bourdieu) y, ciertamente, el imaginario histórico social (rituales, emblemas y mitos construidos socialmente, tal y como estableció Castoriadis).
El libro de la doctora Figueroa resulta ser una aproximación psicosocial, tan sutil como perspicaz, a los “modos de significación” en la era digital. En un diálogo razonado con teóricos de la talla de Merleau-Ponty, Castoriadis y Vigotsky, nos invita a pensar lo tecnológico ya no como mera prótesis o externalidad, sino en toda su radicalidad: “Esto implica reformular la relación cuerpo-tecnología-subjetividad para asumir el aparato tecnológico, no como externalidad, sino como parte constitutiva de un mismo proceso” (p. 39). El concepto de “embodiment”, apunta, precisamente, en esta dirección.
En efecto, en la actualidad asistimos a una verdadera “convergencia tecno-científica” en donde “la logística”, la capacidad de almacenamiento de datos, las “telecomunicaciones”, la posibilidad de transmitir datos de manera instantánea y el “orden simbólico” mismo, están transformando los cimientos funda- mentales de nuestra cultura. Este fenómeno de alcance mundial nos obliga a pensar la tecnología, ya no como un mero apéndice de lo social, sino de manera radical como el sustrato constitutivo de la conciencia, exteriorización e industrialización de la memoria y del imaginario en una era de “hiperindustria cultural” orientada a públicos hipermasivos.
Hagamos notar que, como sostiene Bernard Stiegler: “La tecnología digital permite reproducir cualquier tipo de dato sin degradación de señal con unos medios técnicos que se convierten ellos mismos en bienes ordinarios de gran consumo: la reproducción digital se convierte en una práctica social intensa que alimenta las redes mundiales porque es simplemente la condición de la posibili- dad del sistema mnemotécnico mundial”.1
Es interesante destacar el valioso trabajo de la doctora Figueroa pues, si desde el punto de vista comunicacional ha irrumpido un nuevo sujeto –a saber, “el usuario”, en tanto componente funcional de un sistema red–, no es menos cierto que: “El ejercicio de pensar la dimensión psicosocial de las subjetividades emergentes en el cruce de modos de vida atravesados por el desarrollo de tecnologías digitales supone el retorno del cuerpo como objeto de estudio” (p. 173). La relación del cuerpo con la tecnología es, ya de por sí, problemática y, en el límite, puede ser entendida como algo abyecto o siniestro (Unheimlich, en palabras de Freud). La relación humano-tecnología en el contexto de las tecnologías digitales guarda una estricta relación con la cuestión del “control”.
Habría que tener presente que la noción de “control” ha mutado a través de los distintos momentos históricos. Pues, tal y como nos recuerda Stiegler, utilizando el concepto de Gilbert Simondon “proletarización”, en el sentido de “servidumbre”, y teniendo en mente aquello que ya Gilles Deleuze llamaba “sociedades de control”, escribe: “Las sociedades hiperindustriales que crecen sobre las ruinas de democracias industriales conducen a la proletarización total: después de la pérdida del saber-hacer en el siglo XIX de la mano del maquinismo industrial, luego de la pérdida del saber-vivir en el siglo XX a causa de los medios de masas, el siglo XXI trae la pérdida de los saberes teóricos, llamado integral que posibilita la tecnología digital, los frutos más sublimados de la idealización y de la identificación, que son las teorías, se consideran obsoletos –y, con ellas, incluso el método científico”.2
El libro de la doctora Figueroa abre muchas ventanas, lo que convierte a su obra en un trabajo muy rico y complejo, su apuesta metodológica se asocia a una mirada transdisciplinar; entendiendo que “El prefijo ‘trans’ presupone simultáneamente entre, a través y más allá de las fronteras disciplinares” (p. 80). Así, a la hora de pensar el self, comparte la llamada Teoría del Actor Red (Law & Hassard, 1999), según la cual: “[...] la construcción del self está atada a dispositivos de poder que discursivamente construyen la materialidad social y por consiguiente, eso que llamamos persona. Esto es lo que ha sido llamado ontología semiótica o discursiva” (p. 82).
Además de esto, la obra cumple una clara función epistemocrítica –y, sin duda, política– respecto de la psicología como disciplina y práctica profesional: “La psicología ha sido melindrosa a la hora de ubicarse teórica y metodológica- mente dentro de esta complejidad. Esto, en parte, por su compromiso profesional con la producción de categorías identitarias y su consabido vínculo con la producción de sujetos ‘aptos’ para el engranaje social intersectado por los intereses del capital y el Estado” (p. 83).
Este compromiso profesional de la psicología ha arrastrado a esta disciplina, según nuestra autora, a una relación cuasi esquizoide, paradojal y doble vinculante: “Mientras colabora con la producción de una cierta visibilidad de la imagen eufórica de ‘los usuarios’ de las nuevas tecnologías o de los ‘operadores’ de las mismas, a tiempo parcial y flexible, otorga menos visibilidad a las ubicaciones reales de estos cuerpos dentro de las redes sociales, económicas, políticas, raciales, étnicas y de género” (p. 83).
El libro de la doctora Figueroa es, también, una agenda para la investigación psicosocial. Más allá de los prejuicios tecnofóbicos y de cualquier euforia tecnofílica, el pensamiento de nuestra autora se abre hacia la fenomenología y las miradas sociosemiótica y cognoscitiva contextual como una manera de superar una disciplina que “ha quedado rezagada a la hora de conceptualizar el cuerpo y la subjetividad en una relación más íntima y orgánica con los aparatos tecno- lógicos” (p. 11).
En conjunto, Imaginarios de sujeto en la Era Digital. Post(identidades) contemporáneas, no solo es un texto muy lúcido y contemporáneo sino que, al mismo tiempo, instala un “horizonte de comprensión” profundamente crítico, inquietante y provocador; virtudes todas propias, hoy en día, de un pensamiento genuino que inaugura nuevas sendas para la reflexión y el debate.
Notas