Editorial
Introducción: Apuntes sobre descolonización epistémica en el pensamiento comunicológico regional
La urgencia por avanzar en la consolidación de “otra comunicología posible” no obedece a un atomismo coyuntural, ni tampoco puede asumirse como pretensión exclusiva del campo de la comunicación. Esta agenda se suma a un proceso de diagnóstico sistemático, cuyo marco referencial debe, obligatoriamente, considerar las luchas anticoloniales de los “condenados de la tierra” (Fanon, 2001) y, posteriormente, los esfuerzos político-epistémicos que desde diversos campos del saber se vienen efectuado a través de un compromiso ético y praxeológico por la descolonización del conocimiento y del mundo.
Este diagnóstico ha logrado develar los perjuicios que trae consigo la reproducción alienada de modelos epistemológicos vinculados a la racionalidad moderna-colonial, cuyos dispositivos de producción y regulación del saber/ verdad/poder han operado a lo largo de la historia a partir de tecnologías de silenciamiento y anulación de las experiencias y saberes que, desde locus de enunciación periféricos y disidentes, se constituyen como formas otras de construcción, interpretación y transformación de la realidad.
Es que a decir de Boaventura de Sousa Santos “el pensamiento occidental moderno es un pensamiento abismal” (2010, p. 11), cuyas líneas divisorias configuran un universo fragmentado entre lo humano y lo sub-humano, con lo cual la heterogeneidad epistémica y vivencial se desvanece, prevaleciendo la imposición de una narrativa monotópica que ha logrado instalar los fundamentos de la teoría de la modernización occidental “como un modelo universal para la humanidad” (Morley, 2008, p. 64).
La razón moderna occidental ha permeado toda construcción cognoscitiva. Incluso, el campo de las ciencias sociales no ha quedado ajeno a este proceso. Inmanuel Wallerstein (2014) expone con claridad que las ciencias sociales, desde su génesis, se han estructurado en concordancia con los rasgos que definen a la racionalidad moderna y, por tanto, con la geocultura promovida por el eurocentrismo. Para Wallerstein, el carácter eurocéntrico de las ciencias sociales se explica a partir de cinco dimensiones: 1) la historiografía como relato legitimador de los centros hegemónicos del sistema-mundo moderno; 2) la conversión del provincianismo científico europeo en universalismo; 3) la concepción etnocéntrica de civilización; 4) el orientalismo, promovido como modelo de alterización de las poblaciones no-occidentales; 5) el progreso, en tanto sistema de desarrollo ejemplar y unívoco de las sociedades.
En su conjunto, las dimensiones presentadas por Wallerstein dan cuenta que la consolidación de la ciencia social moderna se debe a la auto-afirmación de la ego-cultura dominante (moderna-blanca-occidental-colonial-capitalista, entre otros epítetos posibles de sumar) y la deslegitimación de toda “otredad” posible, de todo sistema cognoscitivo que no replique o que ose confrontar las bases de la modernidad-colonialidad.
Seamos claros, la modernidad, al ser leída desde el eje de la colonialidad, se visualiza como un marco civilizatorio estructurado a partir de dinámicas de clasificación y jerarquización de las poblaciones (Mignolo, 2003), siendo el conocimiento uno de los elementos centrales a considerar al momento de ejercer el control y la exclusión del “otro” (Quijano, 1992). Empero, la dominación epistémica busca camuflarse bajo el manto de la neutralidad, de modo de despolitizar la primacía que poseen los “saberes expertos” de la modernidad (Giddens, 2011) por sobre los “saberes sujetos” (Foucault, 1996).1 Por ello, a contracorriente de esta pretensión neutralizadora, lo que debe primar al momento de proyectar una agenda de trabajo que apueste por la descolonización epistémica es identificar “la forma como se articulan los saberes modernos con la organización del poder, especialmente las relaciones coloniales/imperiales de poder constitutivas del mundo moderno” (Lander, 2000, p. 13-14).
Este esfuerzo no ha estado ajeno de la problematización epistemológica desarrollada por el pensamiento comunicacional latinoamericano. Conscientes que la configuración disciplinaria de la comunicación ha estado anclada a las directrices del paradigma dominante de los Mass Communication Research impulsados desde Estados Unidos y, posteriormente, por los insumos de las teorías y metodología diseñadas al interior de Europa, diversos pensadores de la región han insistido, desde hace ya décadas, en el necesario “desprendimiento” de los esquemas teóricos, conceptuales y metodológicos procedentes del Norte-Global.
El caso de Luis Ramiro Beltrán (2014) es emblemático al respecto. El pensador boliviano fue pionero en establecer críticas sustanciales en torno al funcionalismo-positivismo que estructura a los estudios comunicacionales anglosajones. Para Beltrán, el paradigma dominante de la comunicación posee un sustrato ideológico que imposibilita el desarrollo democrático de las sociedades al anular el carácter dialógico y participativo del proceso comunicacional; además de dar cuenta que la concepción predominante de la comunicación responde a un determinismo tecnológico que posiciona a los instrumentos mediáticos por sobre la complejidad social, histórica y cultural que media todo fenómeno comunicacional. Con base a estas inquietudes, Beltrán convoca a que el campo comunicacional latinoamericano logre regímenes de autonomía, de modo de superar el imperialismo epistémico al cual ha estado supeditado.
Estas observaciones no son apuntes marginales. Autores como Pasquali (2009), Martín-Barbero (1991) y Marques de Melo (2009) concuerdan e insisten en la concreción de un giro epistémico, apelando al diseño de un pensamiento local, autónomo y liberador que logre contribuir a la comprensión y transformación del mapa comunicacional latinoamericano.
A lo anterior, cabe adicionar los análisis económico-políticos que han logrado evidenciar las condiciones desiguales que estructuran el escenario mediático de Latinoamérica, caracterizado por una concentración aberrante de la propiedad de medios, como resultado, principalmente, de la ausencia −o precariedad− de políticas nacionales e internacionales de comunicación que apuesten por la democratización y el derecho a la comunicación de los pueblos (Becerra y Mastrini, 2011).
Hace un poco más de cuatro décadas, estas temáticas fueron el centro de interés del Seminario sobre “La investigación en Comunicación en Latinoamérica”, realizado en San José de Costa Rica y organizado por el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL). En este espacio se acordó afianzar un proceso de teorización e investigación concordante a los condiciones materiales y simbólicas que estructuran el campo comunicacional de la región. Una de las premisas centrales de la propuesta apunta a que la teoría social no puede mantenerse bajo el prisma totalizador que ha sostenido el quehacer científico producido desde los centros hegemónicos:
La teoría de la comunicación y la metodología de la investigación elaboradas en los centros metropolitanos, no siempre corresponden a la realidad y a las necesidades de investigación de los países atrasados y dependientes, no obstante lo cual se aplican, indiscriminadamente, a las situaciones de la región, con resultados obviamente inadecuados y a veces distorsionantes. su uso ha sido inducido bajo el supuesto de que la teoría social es universal y de que su validez desborda el marco de los espacios culturales y de los procesos históricos (CIESPAL, 1973, p.13)
El plan de ruta propuesto en este Seminario, celebrado el año 1973, obedece a una política científica que entiende la función estratégica que cumplen las intersecciones entre los diversos campos que componen el mundo social. Para reconstituirse, es perentorio que el campo disciplinario entre en diálogo directo con las políticas institucionales en materia de comunicación; y con las propias praxis de los agentes sociales, quienes son los encargados, en definitiva, de hacer de la comunicación un espacio de experiencia compartida y de lucha por la dignidad, la justicia social y la emancipación.
Pero a pesar de las redes de solidaridad, compromiso y trabajo, hemos sido testigos que la mutación paradigmática del campo comunicológico no ha logrado posicionarse con la fuerza esperada. Dos posibles explicaciones. Por un lado, las regulaciones en la producción y distribución de conocimiento que impone el modelo postfordista, en el cual la construcción de saberes se ve sometida a las lógicas acumulativas del capitalismo cognitivo, contexto en el cual la producción de plusvalía está siendo transferida a la fuerza laboral inmaterial e intelectual (Hardt y Negri, 2005), subsumiendo el trabajo científico a una lógica instrumental y desarrollista. Por otro lado, a pesar de los avances que se han efectuado en torno a la promulgación de políticas de comunicación democráticas e interculturales, la tendencia a la concentración sigue siendo la piedra de tope para re-estructurar el ecosistema hiper-mediático, situación que oblitera el potencial generativo y transformador de la comunicación al superponer la rentabilización de capitales que se logra gestionar por el sector de las industrias culturales (Zallo, 2011).
No obstante, y a pesar del oscuro panorama que hasta ahora se ha esbozado, no podemos obviar la existencia viva de proyectos que persisten en la lucha por la descolonización de las fronteras epistémicas impuesta por la racionalidad moderna-colonial. Estamos convencidos que propuestas como las esbozadas por el pensamiento comunicacional latinoamericano nutren el debate intelectual sobre estos tópicos. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en el trabajo y compromiso intelectual del pensador brasileño José Marques de Melo, cuyos aportes a la sistematización y prospección de los estudios comunicacionales latinoamericanos se han convertido en referencias indiscutidas al momento de problematizar temáticas de esta índole. A partir de una síntesis de su obra, reconocemos, al menos, cuatro líneas de trabajo centrales para avanzar en la ruta de la descolonización del campo comunicacional:
Diseño y ejecución de agendas de investigación ancladas a las praxis concretas de comunicación. Así, los constructos teórico-metodológicos responderán de manera concreta a la realidad en estudio, desplazando la tendencia a la aplicación apriorística de universales abstractos.
Consolidar estatutos de autonomía a partir de una “desobediencia epistémica” que logre cuestionar los modelos conceptuales, procedimentales e ideológicos definidos en latitudes cuyos sistemas y procesos de comunicación se presenten diferenciados a los de los contextos locales de la región.
Imbricar el pensamiento comunicacional al carácter mestizo, popular y autóctono de la región, de modo que el pensamiento comunicacional se identifique con las matrices simbólicas que modelan la heterogeneidad identitaria del continente.
Avanzar en la enseñanza de la comunicación interrelacionando de manera significativa teoría y práctica, porque en el pensamiento de Marques de Melo las escuelas de comunicación deben cumplir un rol central en la ruptura de los estados de dependencia estructural (Maldonado, 2015).
Adicionalmente, es de suma relevancia tener conciencia del carácter interdisciplinario que da cuerpo al (trans)campo comunicacional, más aún cuando las herramientas conceptuales y metodológicas que han definido en gran medida a esta disciplina no permiten atender la complejidad de los fenómenos comunicacionales que se desarrollan en contextos marcados por políticas de subalternización, resistencias políticas e identitarias, luchas autonómicas, negociaciones simbólicas e innovadores procesos de apropiación social de los instrumentos tecnomediáticos que, en la actualidad, posibilitan el tránsito de los flujos informacionales en la denominada Sociedad Red (Castells, 2009).
Para Sánchez Ruíz (1997), la comunicación debe ser asumida desde su carácter interdisciplinar por dos motivos centrales. El primero, porque la comunicación no responde a un “campo disciplinar propio, sino [a] un dominio de estudio más o menos común, alrededor del cual se ha conformado nuestro campo socio- cultural” (Sánchez, 1997, p. 57); segundo, porque a través de la ejecución síntesis teóricas pertinentes con la realidad empírica se podrá “contribuir a cambiar la realidad” (Sánchez, 1997, p. 58).
En función del panorama presentado en torno a la razón colonial-imperial que ha dominado el escenario de la ciencia social y comunicacional; y los anhelos por concretar la descolonización epistémica del pensamiento comunicacional latinoamericano, emerge la inquietud de aportar al proceso de conformación de una comunicología latinoamericana fundada en el pensamiento crítico y descolonizador que se desarrolla en el Sur, entendido como espacio geopolítico y metafórico desde el cual emergen narrativas heterónomas, capaces de poner en valor la experiencia desperdiciada durante siglos por la racionalidad impuesta por la modernidad/colonialidad.
Dentro de los actuales debates en torno a la descolonización, se encuentran los aportes del giro decolonial latinoamericano o, en palabras de Arturo Escobar (2003), del “programa de investigación de modernidad/colonialidad latinoamericano”, constituido como un cuerpo argumentativo que ha sido capaz de poner en tela de juicios los mitos que sustentan a la modernidad eurocentrada a partir del análisis de la colonialidad del poder, en tanto sistema de clasificación y control de las poblaciones a escala societal, territorial, de género, epistémico y racial (Quijano, 2007).
La colonialidad, es el dispositivo que ha operado desde la “primera modernidad”, comprendida por Dussel (2002) como la experiencia de dominación, muerte y explotación impuesta desde la conquista y colonización de Abya Yala.
La propuesta del giro decolonial considera como referencias centrales los saberes subsumidos por la “colonialidad del saber”; las luchas por la liberación de los sujetos subalternizados; y el relevamiento de las coordenadas epistemológicas que desde Latinoamérica y otras latitudes del Sur han logrado situar el debate en torno al colonialismo interno, la dominación global, la dependencia estructural y el recambio en los procedimientos metodológicos para atender realidades marcadas por los efectos devastadores generados por la matriz colonial de poder.
Como parte de una agenda de investigación que inició el 2012, me he convencido del potencial que ofrece el diálogo disciplinario entre los estudios comunicacionales latinoamericano y el giro decolonial, cuya alianza, como estipuló hace pocos años Juan Carlos Valencia (2012), no se ha materializado. Los estudios comunicacionales no han sido capaces de reconocer los aportes que ofrece el giro decolonial para comprender las estructuras y prácticas comunicaciona- les presentes en la región; por su parte, el giro decolonial no ofrece indagaciones profundas sobre los fenómenos comunicacionales, y al momento de ofrecer lecturas sobre el fenómeno, tiende a situarse desde un reduccionismo epistémico que recuerda la crítica que Martín-Barbero realizó contra el pensamiento deterministas de la Escuela de Frankfurt.
En efecto, el propósito central del Monográfico que presenta la edición Nº 131 de Chasqui: Revista Latinoamericana de Comunicación, ha sido ofrecer un espacio para que autores de diversas latitudes presenten reflexiones epistemológicas, metateóricas e investigaciones empíricas, de corte interdisciplinario, cuyo centro de atención apunta al desciframiento de las dinámicas discursivas, identitarias, territoriales y económico-políticas a través de las cuales la colonialidad y la decolonialidad se enfrentan.
Los trabajos que reúne este monográfico dan cuenta que el mensaje de Chasqui fue escuchado de manera atenta en diversos territorios. La recepción de trabajos superó las expectativas. No obstante, es necesario realizar el siguiente alcance. La reciente apertura a este diálogo de saberes no logra, aún, ofrecer bases sólidas al momento de proyectar la articulación disciplinaria. Por otra parte, el uso de las categorías conceptuales provenientes del giro decolonial, carecen, en ocasiones, de operacionalizaciones que coadyuven al desciframiento de las realidades en estudio. Esta evaluación se socializa no con el fin de anular los esfuerzos de diversos investigadores, sino con la intención de fomentar la continuidad y rigurosidad que amerita esta línea de trabajo, que se inaugura como un eje estratégico para el campo comunicológico latinoamericano.
Respecto a los trabajos que conforman el Monográfico, el lector encontrará aportes relevantes para la descolonización epistémica del campo comunicacional. En su conjunto, estos escritos aúnan fuerzas para superar lo que Erick Torrico (2015) denomina como “comunicación occidental”.
Torrico (2015) establece que son once ideas las que sostienen el paradigma dominante de la “comunicación occidental”, destacando dos de ellas: la centralidad que ésta otorga a la comunicación mediada; y las carencias epistemológicas que han impedido dar solidez al campo disciplinario de la comunicación. Los lectores podrán constatar que este monográfico va tejiendo una red discursiva que apuesta por: priorizar la problematización epistemológica del campo comunicacional: avanzar hacia la comprensión de realidades comunicativas que trascienden la esfera mediática hegemónica; dialogar con los saberes subalternizados y con las coordenadas teóricas propuestas desde el Sur.
Chasqui, a través de este Monográfico, reitera su capacidad de posicionar en la agenda de los estudios comunicacionales temáticas que tributan a la actualización, criticidad y autonomía que requiere el campo y el pensamiento comunicológico de nuestra región. Es hoy una tarea ética y epistémica, que el complejo campo de nuestra inter-disciplina logre, por fin, la descolonización epistemológica que durante décadas se ha situado como un anhelo a concretar.