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Comentario 1: La colonización de las costas patagónicas
Intersecciones en Antropología, vol. 19, núm. 2, pp. 76-79, 2018
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

Foro de Discusión



Mis comentarios son básicamente ampliatorios, ya que estoy totalmente de acuerdo con la propuesta de Zangrando. El trabajo presenta evidencias y argumentos convincentes acerca de los problemas que han obstaculizado el crecimiento de nuestro conocimiento de los comienzos de las ocupaciones litorales en la Patagonia.

BARRERAS ANALÍTICAS Y ETNOARQUEOLOGÍA

El aspecto más importante del trabajo de Zangrando es la identificación de barreras analíticas en la observación e identificación de testimonios sobre ocupaciones costeras. La existencia de estas barreras es una tangible realidad. Zangrando ha elegido, en su presentación, varias líneas de evidencia pertinentes, pero no ha desarrollado el aporte de la etnoarqueología. Creo que esta línea es importante porque sensibiliza acerca de la variedad de situaciones relacionadas con el uso de ambientes costeros que no se verifican necesariamente en las inmediaciones de la costa o que no requieren acumulaciones masivas de valvas. Ante todo, esta evidencia alcanza para criticar el modelo que en Europa muchas veces se denomina “Danish fishing-site model”, que sugiere que los sitios que explotan recursos marinos estarán ubicados sobre la propia costa, cerca de estos recursos (Grøn 2018: 194). Este modelo es bien conocido en Argentina, donde bajo otras denominaciones fue sustento de muchos trabajos a mitad del siglo XX (por ejemplo Menghin 1952) y que fue criticado y superado en los años 1980 (Borrero 1980; Orquera 1980, 1984-1985; Bate 1982).

Más allá de esto, la evidencia etnoarqueológica ilustra la importancia de variaciones en la conducta de descarte de moluscos. Se ha observado que las valvas que se depositan relativamente aisladas se fragmentan más que aquellas concentradas (Bailey 1983). Por su parte Godwin y Creamer (1984) han destacado casos etnográficos australianos de pequeños concheros que se forman a expensas de diversas actividades que, al no incluir reiteración ocupacional, están más expuestos a destrucción. Asimismo Morrison, analizando la formación de los famosos concheros de Weipa en Australia, preparó un modelo de formación, en el que las primeras ocupaciones implican pequeñas concentraciones de valvas de 1-2 metros de diámetro, que pueden superponerse o no, y que usualmente presentan mayor grado de fragmentación (Morrison 2013: 182). Mis propias observaciones al excavar en Punta María 2, en el norte de Tierra del Fuego, son concordantes con lo observado por Morrison, al mostrar que los depósitos inferiores no solo eran lentes aisladas de valvas muy fragmentadas, sino también que los restos óseos y líticos raramente estaban contenidos en dichas lentes, localizándose en los espacios intermedios.

El registro etnoarqueológico sobre el descarte de moluscos entre los Ambarra de la costa australiana mostró que muchas veces los moluscos se procesaban en el campo y sólo se transportaba a la base la carne de valvas de Batissa violacea y Crassostrea amara (Meehan 1982: 117). Existen observaciones similares en otros lugares del mundo (Cook 1946: 51; Heizer y Elsasser 1980: 89). Entonces, los patrones de descarte espacialmente variables deciden, en muchos casos, en qué lugares ocurrirán las acumulaciones que llamamos concheros, muchas veces localizadas lejos de la costa. Por otra parte, los loci depositacionales de lugares de consumo primario tienen visibilidad arqueológica prácticamente nula, con obvias implicaciones para la comprensión de la arqueología regional (Borrero 2013: 14-15). También existen situaciones en las que un mínimo de visibilidad permitió registrar casos de depositación de moluscos u otros restos marinos lejos de la línea de costa, como los de la cueva Franchti, Grecia (Farrand 1993: 87), la costa norte de Santa Cruz (Hammond y Zilio 2018) o el Campo Vocánico Pali Aike (Caruso Fermé et al. 2015). Todo esto valida los planteos de Zangrando acerca de que las discusiones entre ocupaciones de diferente edad -o diferente medio preservacional- deben ser ante todo tafonómicas. Por otra parte ratifican el potencial de considerar la extensión del rango espacial de las ocupaciones hacia el interior y la necesidad de no concentrar la búsqueda en grandes acumulaciones de valvas.

ESPACIOS INUNDADOS

Por otra parte Zangrando desarrolla el problema de los antiguos espacios costeros que están hoy erosionados o bajo el agua. La importancia del tema ha sido reconocida hace mucho tiempo (Masters y Flemming 1983) y dada la dificultad de su resolución los desarrollos han sido lentos, lo que no implica que no hayan existido avances, algunos de ellos espectaculares. Un destacado ejemplo es el de los paisajes arqueológicos submarinos de Doggerland en una cota de ca. 80 isóbatas, que llevaron a postular que Gran Bretaña constituía el sector de tierras altas de un enorme espacio hoy inundado (White 2006: 548). Inclusive casos de hallazgos aislados de puntas de proyectil Suwannee y Clovis en la plataforma continental norteamericana han sido gatilladores de cambios en la interpretación de la arqueología supra-regional (Milanich y Fairbanks 1980: 35).

La magnitud del problema para nuestro continente la dan recientes estimaciones del espacio habitable en América del Sur durante el Último Máximo Glacial, con una cota del mar de -120 m: 17.549.700,10 km2, contra 16.997.376,43 km2 actuales (Gautney 2018: 170). Los casi 600.000 km2 de diferencia son significativos, especialmente para la vertiente del Atlántico al sur del continente, donde se manifiestan como potencialmente atractivas llanuras costeras. Para los tiempos en que registramos las primeras evidencias humanas en la Patagonia, buena parte de esas superficies ya estaban inundadas, pero aún quedaban expuestos extensos espacios. Muchas ideas de interés arqueológico pueden surgir a partir de estos datos, entre ellas que más allá del espacio perdido para ocupaciones humanas, la progresiva inundación de esas llanuras pudo crear, a partir de un cierto momento, una situación de empuje de las poblaciones humanas hacia el interior. Se puede decir que, aunque manteniendo una perspectiva paleogeográfica, estoy mirando esta historia al revés. En lugar de concentrarme en los potenciales sitios perdidos (una fuerte posibilidad), paso a preguntarme hasta qué punto los sitios antiguos que conocemos son resultado de ese fenómeno de inundación fini-pleistocena.

PRODUCTIVIDAD COSTERA

En cuanto a la paradoja resultante de contrastar la alta productividad de los ambientes costeros con la demora en utilizarlos, hay matices que servirán para complejizar su investigación. No es que descrea de la importancia de la línea de costa como atractor de poblaciones, pero sí pienso que un conocimiento de la variación en su potencial colabora para identificar los loci más atractivos (Fa 2008). No se debe olvidar que la colonización de la costa es, para cazadoresrecolectores terrestres, una historia de costos adicionales. Esto es así porque, más allá de ofrecer recursos, su utilización implica entre otras cosas reposicionamientos, reorganización social y cambios tecnológicos. En otras palabras, no basta con que la costa constituya un lugar atractivo, también debe ser requerido para justificar cambios costosos. Dentro de dicho marco, debe considerarse todo aquello que haría más atractiva la costa. Importantes factores son, además del espacio mismo, la disponibilidad de materias primas líticas, materias primas óseas y recursos animales (principalmente grasa) (Speth y Spielmann 1983; Scheinsohn 2010; Charlin y Pallo 2015). Dentro de esta discusión deben destacarse factores de localización con distribuciones pautadas, como las zonas de upwelling (Yesner 1980). Estos son lugares donde pueden concentrarse condiciones adecuadas para suscitar innovaciones en estrategia y en tecnología, como quizá ocurrió para un sector patagónico ante la situación de vicariancia generada por la formación del estrecho de Magallanes (Borrero 1989). Interesa que estas condiciones se produjeron bastante tiempo antes de los primeros registros de ocupaciones litorales patagónicas. Aun otorgando suficiente tiempo para que eventuales cazadores terrestres comiencen a reconocer la nueva geografía y sus recursos, parece muy largo el lapso hasta que se registran las primeras ocupaciones. Un elemento que deberá ser tenido en cuenta para este y otros casos de productividad costera, es que en varios sectores de la costa dicha productividad ha variado a través del tiempo. En el sector central del estrecho de Magallanes pasó de relativamente baja durante el Holoceno temprano -como función de la baja salinidad- a valores más altos con posterioridad a 8500 años AP, llegando a una situación en que “higher marine bioproductivity was at least partially related to the Holocene marine transgression” (Aracena et al. 2015: 119). Esto creó cambiantes condiciones de atracción de la costa y conduce a reconsiderar las implicaciones de la formación del estrecho y de la transgresión holocena sobre el uso de ambientes litorales en general y sobre la aparición y difusión del modo de vida canoero en particular. Una pregunta es, ¿en qué momento se generaron ambientes atractivos en aquellos sectores costeros que carecían del incentivo creado por la existencia de una barrera -en sí misma una condición gatilladora de cambios- y de las ventajas del upwelling?

De alguna manera el estrecho de Magallanes conecta ambientes caracterizados por tremendas diferencias, que van desde profundidades de 30-50 m al este, con grandes intermareales y costas secas, a profundidades de + 900 m al oeste, con un intermareal limitado y con costas muy húmedas. Viene al caso recordar la importancia registrada de la tectónica en el sector occidental del Estrecho de Magallanes (Winslow y Prieto 1991). La evidencia allí existente de playas levantadas durante el Holoceno significa que se agregó espacio ocupable, en tanto que otros sectores se hundieron. Si consideramos la costa del Pacífico, debe comentarse el caso del sitio paleontológico Quintero, en la costa de Chile central, a unos 13 metros de profundidad, con una fauna depositada en condiciones subaéreas con dataciones finipleistocenas (Carabías et al. 2014). Sobre esta base, parece posible armar un modelo de búsqueda de ocupaciones bajo condiciones subaéreas para las costas occidentales. Zangrando presenta elementos que apuntan a búsquedas semejantes para las costas orientales. Entonces, importa destacar las diferencias entre los dos océanos que rodean la Patagonia, que presentan alguna relación con la deriva continental. Las costas orientales de América, al corresponder al borde de arrastre del continente concentran su productividad en estuarios y otros sectores localizados pero cuentan con limitados sectores de upwelling (Yesner 1996: 70). En contraste, las costas occidentales, en el borde de avance del continente abundan en situaciones de upwelling. En otras palabras, la costa oriental es comparativamente menos rica que la occidental. De todas maneras para América -más allá de Quintero o Haida Gwaii (Fedje y Christensen 1999; Cartajena et al. 2013)- es menos abundante la evidencia sumergida obtenida en las costas del Pacífico comparada con las del Atlántico, lo que ha sido atribuido a la estrecha plataforma continental, al vulcanismo y la alta energía costera, todos factores que afectan la preservación (Faught y Gusick 2011; Carabias et al. 2014). Otros factores preservacionales de enorme importancia han sido registrados por Reyes y coautores (2017) en los archipiélagos occidentales. El disponer de toda esta información afecta positivamente nuestras estrategias observacionales.

Todo esto configura situaciones que seguramente deberán resolverse a la luz de las sugerencias metodológicas de Zangrando, es decir combinando una perspectiva paleogeográfica, con una estrategia observacional que no se concentre en montículos de valvas y que tenga en cuenta espacios alejados del litoral. La dificultad principal que presenta un problema es su identificación. Esa tarea ya está cumplida.

REFERENCIAS CITADAS

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