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Agricultura urbana, bienestar subjetivo y actitudes ambientales en el colectivo Agroarte. Estudio de caso en la comuna 13, Medellín 1
Deisy Vanesa Molina Posada; Luz Adriana Muñoz-Duque; Astrid Natalia Molina Jaramillo
Deisy Vanesa Molina Posada; Luz Adriana Muñoz-Duque; Astrid Natalia Molina Jaramillo
Agricultura urbana, bienestar subjetivo y actitudes ambientales en el colectivo Agroarte. Estudio de caso en la comuna 13, Medellín 1
Urban agriculture, subjective wellbeing and environmental attitudes in Agroarte collective. Case study in commune 13, Medellín
Revista Virtual Universidad Católica del Norte, núm. 56, pp. 89-108, 2019
Fundación Universitaria Católica del Norte
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Resumen: Los colectivos de agricultura urbana orientados al desarrollo comunitario sustentable han crecido en Colombia, pero su contribución al bienestar ha sido poco estudiada en el país. En concordancia, este estudio propone describir el bienestar subjetivo y las actitudes proambientales, asociadas a la agricultura urbana en el colectivo Agroarte, en Medellín. La metodología se fundamentó en un estudio de caso cualitativo, a través de observación y entrevistas semiestructuradas. Los resultados muestran que la percepción de bienestar no ocurre sólo por la agricultura, sino también por la apropiación de espacios públicos y el fortalecimiento de lazos comunitarios. Además de los afectos positivos asociados a trabajar la tierra, la satisfacción con la vida está relacionada con aportar al cuidado ambiental y lograr incidencia política. La favorabilidad hacia la agricultura urbana se articula con otras actitudes proambientales, cuyo eje es el valor de la vida. Se concluye que el bienestar asociado a Agroarte ocurre por la restauración emocional, facilitada por la conexión con la naturaleza, y por constituir un escenario de socialización alternativo a la violencia. La agricultura urbana es una práctica de iniciación al cuidado ambiental y la participación comunitaria, detonando el interés de implicarse en otras formas de participación y cuidado.

Palabras clave: Actitudes proambientales Actitudes proambientales, Agricultura urbana Agricultura urbana, Bienestar subjetivo Bienestar subjetivo, Psicología ambiental Psicología ambiental.

Abstract: Groups of urban agriculture oriented to sustainable community development have grown in Colombia, but their contribution to well-being has been little studied in the country. In agreement, this study proposes to describe the subjective well-being and pro-environmental attitudes associated with urban agriculture in the Agroarte collective in Medellin. The methodology was based on a qualitative case study, through observation and semi-structured interviews. The results show that the perception of wellbeing does not happen only for agriculture but also for the appropriation of public spaces and the strengthening of community bonds. In addition to the positive feelings associated with working the land, satisfaction with life is related to contributing to environmental care and achieving political advocacy. The favorability towards urban agriculture is articulated with other pro-environmental attitudes whose core is the value of life. The conclusions indicate that well-being in Agroarte is understood by emotional restoration, facilitated by the connection with nature, and by constituting an alternative socialization space to violence. Urban agriculture is an initiation practice to environmental care and community participation, triggering the interest to be involved in other forms of participation and care.

Keywords: Pro-environmental attitudes, Urban agriculture, Subjective wellbeing, Environmental psychology.

Carátula del artículo

Artículos de Investigación

Agricultura urbana, bienestar subjetivo y actitudes ambientales en el colectivo Agroarte. Estudio de caso en la comuna 13, Medellín 1

Urban agriculture, subjective wellbeing and environmental attitudes in Agroarte collective. Case study in commune 13, Medellín

Deisy Vanesa Molina Posada
Universidad de Antioquia, Colombia
Luz Adriana Muñoz-Duque
Universidad de Antioquia, Colombia
Astrid Natalia Molina Jaramillo
Universidad de Antioquia, Colombia
Revista Virtual Universidad Católica del Norte, núm. 56, pp. 89-108, 2019
Fundación Universitaria Católica del Norte

Recepción: 09 Febrero 2018

Aprobación: 23 Abril 2019

Introducción

La preocupación por el cuidado del medio ambiente ha tenido diversas expresiones en los últimos años. Ya con el Informe Bruntland (Asamblea General de las Naciones Unidas, 1987), comenzaba a utilizarse el término desarrollo sostenible, para hacer referencia a un modelo socioeconómico y ambiental alternativo, orientado a satisfacer necesidades presentes, sin impedir con ello que generaciones futuras puedan saciar las suyas. En 1992, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, Río de Janeiro, el término comenzó a extenderse y a asociarse con un compromiso de cambio en los modos de vida, en respuesta a problemas ecológicos antrópicos (Novo, 2009). Estas iniciativas instan al compromiso de protección medioambiental a través de conductas sostenibles, como acciones proecológicas, consumo frugal y comportamientos relacionados con altruismo y equidad (Corral y Domínguez, 2011). Pese a estas recomendaciones, las problemáticas socioambientales persisten en los entornos urbanos: expansión de la urbanización, reemplazo de áreas verdes, eliminación de bosques, generación de grandes volúmenes de basuras, incremento del consumo de agua, inadecuado tratamiento de aguas residuales (Bazant, 2011), y crecimiento en el consumo de combustibles fósiles (Klein, 2015). A su vez, el aumento de la contaminación genera impactos sobre la salud: enfermedades respiratorias, cáncer, obesidad, hipertensión, estrés, ansiedad, depresión, problemas de sueño (Ballesteros, 2011).

En respuesta a los daños provocados por el crecimiento urbanístico, se ha visto la necesidad de implementar alternativas promotoras de desarrollo sostenible. Una de ellas es la agricultura urbana –AU–, consistente en el uso de espacios urbanos para sembrar plantas, con fines de alimentación y ornamentación, para consumo propio o para la venta, con repercusiones frente a la escasez de alimentos y la inseguridad alimentaria actual en muchos países (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura – FAO, 2014). Esta práctica representa una forma de producir alimentos, un aporte a la sostenibilidad medioambiental y un espacio para estrechar lazos interpersonales, aprovechar el tiempo libre y desarrollar comunidad (Richter, 2013). Además, estos cultivos pueden construirse con materiales reciclados, lo cual repercute en el cuidado del medio ambiente y en la percepción de estar contribuyendo con una buena causa (Navas y Peña, 2012).

Esta conexión de los individuos con el medio natural se advierte en sus actuaciones sustentables, orientadas al cuidado del medio físico y de las otras personas; situación que se ha asociado a sentimientos de felicidad, experimentados por quienes presentan comportamientos proecológicos, altruistas y equitativos (Corral, Mireles, Tapia & Fraijo, 2011). Al respecto, Amérigo, García y Sánchez (2013), y Amérigo, Palavecinos, García, Román y Trizano (2017) han estudiado las actitudes y conductas ambientales, en relación con un mayor bienestar emocional, evidenciando que existe una relación directa entre el afecto positivo y la incorporación de la naturaleza como parte del sí mismo, y que la ejecución de conductas proambientales está relacionada con una mayor satisfacción vital. Para autores como Corral, Tapia, Ortiz y Fraijo (2013) la conducta sostenible es un comportamiento virtuoso, que genera satisfacción, plenitud, felicidad y bienestar.

Además de estar asociada al comportamiento sostenible, la AU se muestra como una práctica con valor simbólico, que representa para sus practicantes un retorno a formas de vida tradicionales. En su investigación con población víctima de desplazamiento forzado y en condición de vulnerabilidad, Cantor (2010) halló que, más que beneficios económicos, la AU implica beneficios psicológicos, como sensación de tranquilidad y autonomía, así como remembranza de la vida rural, lo cual ayuda a resistir el medio hostil que la ciudad les representa. Al tiempo que supone recuperar la herencia cultural, la AU es vista como forma de resistencia al consumismo y un cuestionamiento a la lógica de mercado (Comassetto et al., 2013). Igualmente, puede contribuir al aumento de zonas verdes de una ciudad y a su embellecimiento; a propósito, se ha señalado que las personas que residen en zonas urbanas con gran cantidad de espacios verdes presentan mayor bienestar y menor estrés negativo, en contraste con las que habitan áreas con menos cantidad de estos espacios (White, Alcock, Wheeler & Depledge, 2013). El bienestar psicológico percibido por la conexión con la naturaleza es mayor en quienes tienen cierta sensibilidad a su belleza; además, en general, las personas prefieren más los espacios con elementos naturales (Zhang, Howell & Iyer, 2014).

En la ciudad de Medellín la AU se ha hecho presente desde actividades personales y domésticas, así como en proyectos institucionales que propician espacios de participación ciudadana, el trabajo comunitario y la buena utilización del tiempo libre, en beneficio de la naturaleza, la salud y la lucha contra el hambre y la pobreza (FAO, 2009). Estas iniciativas se sustentan en la concepción de la AU como una práctica que procura seguridad alimentaria y recuperación de la conexión con la naturaleza, lo cual conlleva beneficios no sólo a nivel físico, sino también mental (Amérigo et al., 2013), asociados con un sentimiento de bienestar en los ámbitos psicológico y social (White, Pahl, Ashbullby, Herbert & Depledge, 2013; Howell, Dopko, Passmore & Buro, 2011).

No obstante, la AU también está presente en Medellín como una manera de promover bienestar desde iniciativas comunitarias. Es el caso de Agroarte, colectivo creado en la comuna 13 de la ciudad, cuyos habitantes han vivido históricamente bajo condiciones de vulneración social y han sido víctimas de diversas formas de violencia urbana, perpetrada por bandas delincuenciales y operaciones militares estatales (Alzate, 2012); al mismo tiempo, han generado estrategias para rechazar y superar los daños, exigir la protección de sus derechos y trabajar en la reducción de desigualdades sociales en su territorio. Agroarte propone avanzar en esta vía desde el reencuentro con las raíces campesinas y el trabajo de la tierra como acción comunitaria de resistencia (Rendón, 2016). Así, la AU constituye, para el colectivo, una forma de reconexión con la naturaleza y de cuidado del ambiente urbano; su trabajo permite conjugar el interés por la protección ambiental y la construcción de experiencias de bienestar, en el marco de procesos comunitarios.

Partiendo de un reconocimiento de los juicios que las personas hacen acerca de “sentirse bien” con lo que realizan, así como de la satisfacción con sus vidas (Diener, 1984), y en el marco de un interés por la preocupación ambiental que expresan Schultz, Shriver, Tabanico y Khazian (2004), esta investigación tuvo como propósito describir las manifestaciones del bienestar subjetivo y las actitudes ambientales, en integrantes del colectivo Agroarte de la ciudad de Medellín.

El estudio del bienestar subjetivo surge de la reflexión sobre la insuficiencia de las dimensiones objetivas, como calidad de vida o datos demográficos, para explicar el bienestar (Díaz, 2001), y la diferenciación con el término felicidad, leído generalmente desde indicadores objetivos (Diener, 1984). Es necesario distinguir el bienestar subjetivo del bienestar psicológico y el social; el bienestar psicológico se relaciona con las aspiraciones en la vida, la autorrealización y las metas individuales (Chen, Jing, Hayes & Lee, 2013); el bienestar social se refiere a la valoración del entorno en el que se desenvuelve un individuo, tomando la interacción con otros y el contexto socio-histórico para definir su funcionamiento dentro de una sociedad (Blanco y Díaz, 2005). Así, hay que precisar que el bienestar subjetivo está asociado a la experiencia particular, que incluye una dimensión cognitiva, en la que la persona hace una valoración de su vida, en términos positivos (satisfacción con la vida); y una dimensión afectiva (balance entre afectos positivos y negativos). En la primera dimensión se compendian periodos largos de la vida, mientras en la segunda se abordan sucesos específicos (Díaz, 2001; Diener, 1984; García, 2002; Rodríguez y Goñi, 2011).

Al hablar de la subjetividad del bienestar, no se ignora la necesidad de condiciones objetivas, como la salud y la situación económica; no obstante, estas influyen en el bienestar, de acuerdo con la interpretación de cada persona acerca de este tipo de circunstancias. Esto se refleja en el hecho que las personas tengan reacciones tan distintas ante situaciones iguales o similares, pues están de por medio sus valoraciones y expectativas (Diener, Suh, Lucas & Smith, 1999). En la dimensión afectiva, son preponderantes las experiencias emocionales placenteras, ya sea durante un período determinado o por una predisposición de la persona a experimentar este tipo de afecto, que se considera independiente del afecto negativo (Diener, 1984).

En cuanto a las actitudes, estas han sido definidas en términos de evaluaciones, afecto, cognición y predisposiciones conductuales (Olson & Zanna, 1993). Para Hogg y Vaughan (2010) la actitud es una disposición interna del individuo respecto a un objeto, que no puede ser observada directamente, sino a través de respuestas verbales u otros comportamientos. Se refiere a una valoración relativamente estable entre las distintas situaciones, y no a inclinaciones o sentimientos transitorios; además, un objeto de actitud se restringe a un objeto o evento al que se atribuye importancia social, constituyéndose en un problema al que los miembros de la sociedad deben responder, tomando una posición. Así las cosas, este estudio retoma el modelo tridimensional de las actitudes, que considera sus dimensiones afectiva, cognitiva y conductual: sentimientos o emociones provocados por el objeto de actitud; pensamientos, ideas, creencias sobre el objeto de actitud; y propensión a actuar de cierta forma, ante tal objeto. Desde esta perspectiva, las actitudes ambientales se definen como el conjunto de creencias, afectos e intención conductual que una persona sostiene, respecto a actividades o problemas relacionados con el medio ambiente (Fabrigar, Macdonald & Wegener, 2014; Schultz et al., 2004)

Método

Se hizo un abordaje descriptivo mediante un estudio de caso cualitativo, bajo la perspectiva del interaccionismo simbólico, el cual concibe al ser humano como constructor activo de significados, organizados en torno a procesos compartidos de interacción, y en los que lo psicológico y lo social no son realidades separadas (Pons-Diez, 2010). Desde esta lógica el ser humano orienta sus actos hacia las cosas en función de lo que estas significan; significados surgidos como consecuencia de la interacción social, y los cuales se manipulan y modifican mediante un proceso interpretativo constante (Blumer, 1981). Esto supone que los actores sociales son quienes construyen intersubjetivamente los significados otorgados a la AU, y estos dan lugar a valoraciones y acciones asociadas al desarrollo de actitudes proambientales y la percepción de bienestar.

El estudio de caso pretende ahondar en la comprensión de un fenómeno en un caso particular -individuo, grupo o institución- desde la perspectiva de los actores (Galeano, 2010). Su énfasis es comprender el fenómeno estudiado, en el marco de la complejidad del contexto tempo-espacial en el que se inscribe (Yin, 1994). Esta estrategia es útil para entender las dinámicas que operan en Agroarte, ya que, existiendo otros colectivos de AU en la ciudad, este tiene como particularidad su orientación al desarrollo comunitario y a la reconstrucción de los vínculos tradicionales con la tierra, sin limitar la AU a una forma de alimentación u ornamentación. Frente a esto, la elección para el estudio de las prácticas de AU en Agroarte responde también a la necesidad de cumplir con el principio de relevancia social para las comunidades participantes, y que el estudio ofrezca herramientas de conocimiento para avanzar en sus propias iniciativas.

La población que conforma Agroarte es de aproximadamente 20 personas, cuyas edades oscilan entre los 5 y los 70 años, provenientes de distintos barrios de la ciudad de Medellín y otros municipios cercanos. Aunque las observaciones se realizaron en el escenario más amplio de actividades de agricultura, para las entrevistas fueron elegidas, por conveniencia, cinco personas: dos mujeres y tres hombres, con edades entre los 19 y los 69 años. Los criterios de selección de los participantes fueron: ser mayor de edad, llevar por lo menos un año en Agroarte, asistir al menos una vez a la semana a las actividades del colectivo y desear participar en la investigación.

En la recolección de información se utilizó, como técnica principal, la entrevista semiestructurada (Hernández, Fernández y Baptista, 2010). También, se realizaron observaciones en distintos eventos del colectivo y hubo participación en la adecuación y mantenimiento de las huertas urbanas, lo que fue útil para la exploración inicial y la selección de participantes. Se realizaron aproximadamente veinte sesiones de observación y cinco entrevistas individuales. El contacto con los participantes se realizó inicialmente con un portero –persona que facilita el acceso al trabajo de campo– que hace parte de Agroarte. Luego, se procedió a visitar el colectivo e iniciar con la asistencia periódica (una vez por semana), en la cual se hizo observación general. Este proceso permitió identificar cinco personas representativas por su constancia en las actividades del colectivo; con ellas se realizaron entrevistas individuales que fueron grabadas y posteriormente transcritas, guardando fidelidad en los relatos. La información se analizó a través del método comparativo, con los procedimientos de categorización sugeridos por Strauss y Corbin (2002), a través de una matriz realizada en el software Excel.

El estudio siguió las consideraciones éticas consignadas en la Resolución 8430 de 1993, del Ministerio de Salud, y en la Ley 1090 de 2006, que rige el ejercicio de la psicología en Colombia, así como las propuestas por Galeano (2011) para la investigación social. Estos lineamientos se fundan en el deber de cuidar los derechos de los participantes y su bienestar. Para dar cumplimiento, las investigadoras realizaron un consentimiento informado.

Resultados

Los sentidos otorgados por los participantes del estudio a su vinculación con la AU en Agroarte se configuran alrededor de tres ejes: i) Agroarte como un escenario de construcción de comunidad, que da lugar a un sentimiento de pertenencia y al reconocimiento de la propia capacidad para generar cambios; ii) la implicación en las actividades de AU como generadoras de afectos positivos y como escenario de resignificación de la propia vida; y iii) la AU y la participación de Agroarte como prácticas de iniciación en la protección ambiental y la defensa de la vida.

Hacer comunidad desde la agricultura urbana

El marco general de la práctica de la AU en Agroarte es el desarrollo de la acción comunitaria. La AU significa una forma de resistir juntos a la violencia cotidiana y los daños a la vida, derivados de la mercantilización de la naturaleza: denuncian y actúan ante el aumento de la violencia en su territorio, el crecimiento de áreas urbanas, el cambio de uso de suelos y la pérdida de áreas verdes, que provocan que la tierra se cubra de cemento y pierda su función de albergar vegetación y crear vida. Así, la AU responde a una doble iniciativa: reclamar y recordar las vidas perdidas y proponer formas de vida en las que no prima el valor económico de la naturaleza, estableciendo una relación con ella más allá de la meramente funcional. El desarrollo de “otras formas de vida” tiene eco en el privilegio de la construcción comunitaria y la consolidación del sentimiento de pertenencia, de ser parte de una familia, sobre el uso utilitario de recursos territoriales para beneficio individual.

(…) Acciones creadas por personas de la sociedad civil que se juntan a través del arte y de la agricultura para generar como un movimiento, unos pensamientos también profundos de los territorios y como una forma de decir lo que no estamos de acuerdo, como avivar también la chispa de la memoria y del juntarse con el otro y la otra. (entrevistado A).

El desarrollo de la experiencia de comunidad implica que la AU transforma un territorio social más que un espacio físico, por ello los participantes aluden a la necesidad de reconocer y defenderlos espacios que son públicos y que pertenecen a todos, para promover la labor colectiva. La vinculación a acciones de denuncia, protesta y exigibilidad de derechos frente a distintas formas de vulneración de la vida –como la violencia recurrente y la expansión sin límite de la urbanización– se cimienta sobre el reconocimiento y apropiación de los espacios comunes, a través de las prácticas de siembra. Esta apropiación no se refiere a la mera ocupación o la tenencia de títulos de propiedad; implica la identificación, el establecimiento de vínculos afectivos con el espacio y las acciones cotidianas de/para su uso y transformación:

Cómo se transforma el espacio donde yo siembro, en vez de ser un lugar ahí baldío, lleno de basura, cómo se vuelve un lugar donde hay unas plantas que la gente empieza a cuidar, de las que la misma comunidad se apropia. (entrevistado R).

Dicha apropiación ocurre cuando los otros, inicialmente no implicados, se reconocen en su pertenencia a un espacio y unas formas de vida compartidas, y toman conciencia de su propia capacidad para influir en sus entornos cercanos. Agroarte ofrece la posibilidad de liberar, de influir y transformar los espacios públicos comunitarios; permite el desarrollo de familiaridad y potencia interacciones entre miembros del colectivo y otras personas del barrio, con lo que da lugar a procesos de cohesión. Pero este ejercicio de transformación de los espacios comunitarios supone que la participación de estos permita, al mismo tiempo, una forma de transformarse.

Sentirse bien sembrando: las plantas y la reflexión sobre la propia vida

El bienestar subjetivo que representa el proceso de AU en Agroarte puede considerarse en dos sentidos; por un lado, se vincula con los afectos positivos que ofrecen los momentos de siembra, cuidado de las plantas y trabajo de la tierra para el cultivo; por otro lado, se relaciona con la participación en el colectivo como posibilitador de cambio subjetivo.

Los participantes del estudio describen la experiencia de un impacto favorable durante el momento de trabajo con las plantas, que les proporciona experiencias emocionales agradables. Estas se expresan, por ejemplo, en la felicidad al cultivar plantas, relacionada con los cuidados que les ofrecen y con la estabilidad y el placer que ello les genera. La interacción con las plantas es valorada como agradable, porque constituye un momento de restauración emocional; la AU no da lugar a afectos negativos, por el contrario, el acto de cultivar les ayuda a tranquilizarse, distraerse, reflexionar, sentir libertad y dejar a un lado la preocupación, la ansiedad y la sensación de estrés. Los afectos positivos durante la interacción con las plantas se diferencian según estén en sus casas o hagan parte de un espacio público. En los espacios privados, se asocia más con un ritual para ganar tranquilidad y disfrute estético, y con una mayor percepción de control; mientras que, en los escenarios colectivos, la percepción de bienestar se entiende también porque la AU representa una experiencia de encuentro con los otros. El compartir esta práctica también les representa alegría, que destacan cuando se hace con personas que muestran un interés genuino en la AU. En estos momentos, prima el valor otorgado al encuentro y la interacción sobre el hecho mismo de sembrar o la estética de los espacios verdes en los cuales desarrollan sus actividades.

Cuando estoy en mi casa entonces ya estoy dispuesta a hablarle a la planta... pues, a hacer todo el ritual más bonito y con más dedicación (…) [el sembrar] es como un ritual. Hay veces en que se vuelve tan costumbre que no le pongo tanta atención (...) A veces, acá [en Agroarte], yo lo hago bonito y yo lo intento hacer con toda la energía del mundo, pero, a veces, las cosas no te dejan: hay cosas por acá, entonces te están llamando por acá, te están diciendo otra cosa por acá. (entrevistada L).

El trabajo con las plantas en la AU permite también experimentar la complacencia de producir sus propios alimentos y conocer su procedencia. Esto permite a los participantes ver el cambio que provocan en las plantas -en su apariencia, en los frutos que cosechan- como efecto de su cuidado, y sentir la satisfacción de estar sembrando en la ciudad, que no solía ser un espacio para la agricultura: “el hecho de uno decir “es que este es mi jardín y miren todo lo que lo he cuidado” pues, es una sensación de satisfacción total” (entrevistada L). Además del trabajo con las plantas, la percepción de satisfacción ocurre por la participación de otras actividades en el colectivo, que han influido positivamente en la transformación de las dinámicas vitales, incluyendo cambios en formas de pensar y actuar. El bienestar percibido se relaciona con la oportunidad que ofrece el colectivo de reflexionar sobre la vida, el propio lugar como ciudadanos y la conciencia sobre el deterioro medioambiental progresivo. Más que ser un acto de transformación del exterior, es un acto interno: “[la AU] genera también unas preguntas, una inquietud (...) En realidad, cuando vos vas a creer que vas a ir a sembrar, en verdad, te estás sembrando” (entrevistado A).

A pesar de implicar un proceso interno de reflexión, el cambio en la propia manera de comprender la vida no responde a un proceso solitario. Las actividades de AU funcionan también como un pretexto, invitan a reflexionar sobre sí mismos y sobre la relación con los otros. Los participantes disfrutan que esta labor sea realizada en compañía, que haya cooperación recíproca y que los resultados puedan ser disfrutados por todos, “porque es muy rico vos saber que se están haciendo cosas por otras personas y que, esas otras personas, están haciendo cosas por vos” (entrevistada L). El crecimiento de los vínculos también se da en el escenario familiar, en el que la participación de Agroarte propicia la unión entre sus miembros, al realizarla juntos:

(…) casi toda mi familia está vinculada con el tema [de la AU] (...) Yo, lo que hace que estoy con Agroarte a mí me ha cambiado mucho la vida (...) Yo era muy aparte de mi familia y ya nosotros somos como un apoyo entre nosotros. (entrevistada F).

La ocasión de conocer gente nueva y compartir con ellos promueve el proceso de construirse como persona e impacta en la transformación del vínculo con familiares y vecinos, propiciando en los participantes un reconocimiento de lo comunitario como escenario de desarrollo personal; les permite aprender nuevos conocimientos para repensarse en los ámbitos profesionales y laborales, considerar metas más altas en sus vidas, ampliar su red de apoyo, implicarse en estilos de vida más saludables y generar procesos de cooperación en beneficio de otros.

Tanto la generación de afectos positivos en el momento de la siembra como la posibilidad que ofrece de gestar cambios personales, permiten reconocer la AU como una fuente de bienestar subjetivo, asociada por los participantes a la salud en diversas dimensiones. Se ven beneficiados por la producción de alimentos sanos y la AU se propone como un espacio terapéutico que provoca emociones positivas y da la oportunidad de resignificar aspectos de la propia vida: “Es un revivir, es un hacer que la sangre fluya. Es decir (…) esto es, para mí, una terapia” (entrevistado H). Pero la AU da también la satisfacción de crear entornos saludables para la vida comunitaria, en tanto se desliza desde el trabajo con otros hacia el trabajo “por nosotros”, el fortalecimiento de vínculos y la protección de lo que es común: el medio ambiente, los espacios públicos comunitarios, la vida de los vecinos del barrio, la ciudad misma. Así, la satisfacción en la AU trasciende el acto de sembrar, cuidar y cosechar plantas, y se asocia, con frecuencia, a la construcción de formas distintas de vivir y ver el mundo, y a la reivindicación de los espacios públicos como propios.

Las actitudes proambientales: la tierra y el cuidado de la vida

El interés por la naturaleza, la preservación de espacios verdes y el trabajo de la tierra son elementos motivadores de la participación en Agroarte, pero a la vez estos son potenciados a través de los conocimientos y reflexiones producidos en el colectivo, respecto a la defensa de medio ambiente. La valoración positiva de la vida, en sus diferentes formas, y el compromiso de generar acciones de cuidado constituyen el eje de significado que soporta la actitud positiva frente a las prácticas de AU y su relación con otras actitudes y comportamientos proambientales.

La valoración positiva de las prácticas de AU se soporta, en primer lugar, en el cuidado de la naturaleza. Los participantes manifiestan tener un agrado general por la naturaleza, sintiendo que deben conservar la unión con ella, pues esta relación con la tierra y las plantas es bien valorada. Consideran al planeta su casa y sienten con él una vinculación espiritual, por lo que ven en la AU una forma de mantener esta unión con la naturaleza y cuidar del planeta. Además, valoran negativamente la pérdida de espacios verdes en la ciudad y de la tradición agrícola:

Es que la ciudad ha olvidado. Esta ciudad la construyeron campesinos y campesinas y esta ciudad ha olvidado. ¿Qué impacto tenga [la AU]? Pues, a medida que recobremos nuestra historia como campesinos en un contexto hostil que es la ciudad. (Entrevistado A).

En segundo lugar, la favorabilidad hacia la AU responde al sentido de mantener vínculos tradicionales con la tierra, los cuales aseguran la alimentación y permiten el trabajo autónomo; rompiendo así con las cadenas de dependencia del mercado de alimentos: “En una huertecita de 50 por un metro usted saca cebolla, usted puede sembrar remolacha, lechuga y ahí tiene pa usted comer en una cuestioncita de un metro por (…)” (Entrevistado H). Y, en tercer lugar, el valor positivo otorgado a la AU en Agroarte se relaciona con la construcción colectiva de conocimientos sobre protección ambiental, que han favorecido la continuidad de las prácticas de siembra en sus casas y la toma de conciencia sobre su utilidad. Su interés es que esta toma de conciencia se pueda propagar compartiendo estos conocimientos con otros, como también por medio del ejemplo, lo que es fundamental en su compromiso de incitar a otros a actuar, pues creen que valorar la relación con la naturaleza, con la tierra, debe ser motor para avanzar en la formación de otros sobre problemas sociales y ambientales:

(…) para mí, es más importante el ejemplo, de mostrar y de crear la conciencia porque a la gente uno no le puede decir ‘¡haga, haga!’ porque la gente no va a entender las cosas de la misma manera que nosotros. (entrevistada F).

(…) Yo nací siendo tierra y todo mi trabajo de educación, como docente, yo lo enfoco al trabajo con la tierra; mi labor de hip hop yo la enfoco desde la tierra; mi labor de acción y con lo que me gano para comer y para sustentarme, todo tiene que ver con la tierra. (entrevistado A).

En este sentido, la práctica de la AU inicia con el propio trabajo de la tierra, la siembra y la cosecha, y los resultados dependen del compromiso y la constancia; pero se concreta en un segundo momento con la implicación de los demás miembros de la comunidad en el cuidado de las huertas y los espacios intervenidos. Esto se ve reflejado en la extensión de comportamientos proambientales hacia otros escenarios de sus vidas y otras personas de la comunidad, como una manera de generar un impacto positivo sobre su medio ambiente. Acciones como la preparación de compost, la separación de residuos, el reciclaje, el buen manejo del agua, la limpieza y recuperación de espacios, el uso de la bicicleta como medio de transporte y la reducción del consumismo, son valoradas por los participantes como indicios significativos de preocupación y protección ambiental, y son planteados como modelo de comportamientos deseables.

Sin embargo, los participantes no siempre ven coherencia entre las actitudes proambientales y las acciones dirigidas a la protección y transformación; por un lado, porque algunas personas privilegian los valores económicos y de reconocimiento social, por encima del desarrollo de un vínculo significativo de cuidado en las labores de siembra; por otro lado, debido a las fallas en el establecimiento de políticas públicas que impulsen la AU en la ciudad -no sólo en las laderas- y a la precaria divulgación de información sobre estas prácticas a través de medios de comunicación. Desde su perspectiva, el reto es que la AU pueda posicionarse en el resto de la sociedad, lo que podría contribuir a que en las ciudades se considere la importancia que tienen el campo y la agricultura como elementos de sostenimiento societal, ya que “si no se siembra, no se come” (entrevistado A). Aunque reconocen que los cambios propiciados por las prácticas de AU se dan inicialmente en pequeña escala, privilegiando lugares de la vida cotidiana en las comunidades, consideran que puede extenderse a otro tipo de prácticas proambientales que permitan un cambio mayor, en aspectos como la soberanía alimentaria, el mantenimiento de espacios verdes urbanos, y el reconocimiento de prácticas ancestrales más compatibles con la sostenibilidad ambiental.

Pero para el logro de este propósito es preciso comprender que la actitud positiva frente a la AU se soporta en una relación significativa con la tierra. El proceso de sembrar una semilla, cuidar el crecimiento de la planta y cosechar unos frutos, es entendido como una analogía de la vida del ser humano: “La agricultura hace acercar más la vida, entender las dinámicas de la vida desde una planta” (entrevistado A). El vínculo positivo con la naturaleza, el desarrollo de la agricultura como práctica generadora de alimento y autonomía, y la construcción conjunta de modos alternativos de relación, a partir de la apertura de espacios de formación y deliberación, tienen como eje de significación la generación y el cuidado de la vida que se condensan en la AU: “(…) uno, por lo general, sí siente que esté aportando a la vida. Eso es como la sensación más bonita que uno siente, y el hecho de decir ‘bueno es que estoy haciendo algo también por mí’” (Entrevistada L).

El desarrollo de experiencias emocionales positivas en las actividades de AU fortalece el vínculo con la tierra y favorece el reconocimiento del valor de la vida como núcleo del desarrollo de actitudes a favor del medio ambiente. Al mismo tiempo, la posición de cuidado de la naturaleza y de los espacios verdes comunitarios alimenta la satisfacción general con la propia vida.

Discusión

El estudio permitió hallar que la práctica de la AU genera sensaciones de alegría, felicidad, satisfacción, orgullo, cariño y éxtasis; otorga satisfacción con la vida, en general, y en los dominios de trabajo, familia, ocio, salud, ingresos y vínculo con los demás. Esto se corresponde con investigaciones como la de Comassetto et al. (2013), en la cual se halló que, con la práctica de la AU, se experimentan placeres sensoriales y emociones positivas, además de satisfacción general con la vida, pues se le otorga a la actividad valor simbólico relacionado con las formas de consumo; se ve en ella un rescate de tradiciones y de conciencia social, y se produce un acercamiento o vuelta a la naturaleza. Esto es relevante, pues el contacto con entornos naturales genera beneficios, como restauración atencional y emocional, mayor en zonas rurales o costeras, pero también posible en zonas verdes urbanas, como las destinadas a la AU (Bertram & Rehdanz, 2015; White, Pahl, et al., 2013). Además, las actividades de AU contribuyen a la distracción de las personas y al alejamiento de situaciones problemáticas, por lo cual pueden sentirse más tranquilas y relajadas (Mejías, 2013); al igual, representan satisfacción personal y cierto sentido de orgullo por el trabajo realizado en los huertos. El efecto de restauración psicológica y liberación del estrés puede entenderse no sólo por las labores de cultivo, sino también por el disfrute estético de espacios verdes y el incremento de interacciones sociales que también propician afectos positivos (Aram, Solgi & Holden, 2019).

Más allá de los afectos positivos que reportan los entrevistados y que están referidos al momento mismo de la práctica de la AU, también aluden a beneficios de carácter interpersonal, al relacionar la AU con el fortalecimiento de lazos en la familia y con los vecinos, puesto que les facilita una percepción favorable del encuentro con el otro. Este refuerzo en las relaciones interpersonales se asocia con el bienestar subjetivo, pues quienes tienen una red amplia de amigos y familiares están más encaminados a un alto grado de bienestar, el cual ayuda a fortalecer los lazos con otras personas (Diener & Ryan, 2009). En los estudios realizados por White, Pahl, et al. (2013) y Mejías (2013) también se muestra que los ambientes naturales ofrecen beneficios a la salud, debidos, en parte, al hecho de promover el ocio y la actividad física, así como las interacciones sociales positivas. Estos aspectos se conjugan en la práctica de la AU, la cual, además de generar entornos naturales, también implica que las personas se muevan y fomenta el vínculo con otros individuos.

Como es visible en Agroarte, la familiaridad que se alcanza por compartir espacios verdes puede dar lugar al desarrollo de un fuerte sentido de pertenencia y a potenciar interacciones cívicas y reflexiones éticas sobre problemas comunitarios (Aram et al., 2019; Delia & Krasny, 2018). Así, la participación de procesos de AU puede potenciar la participación y compromiso de los miembros de una comunidad que se implican políticamente en la defensa y democratización de los espacios verdes públicos, a través de su apropiación, uso y transformación: “El conocimiento mutuo y la familiaridad son preponderantes como pautas de interacción en el espacio público comunitario (…) ofrecen oportunidades para reforzar la participación comunitaria y promover el sentido de comunidad” (Berroeta, Vidal y Di Masso, 2016, p. 76).

Lo propuesto por los autores es coherente con los hallazgos, en tanto que las prácticas desarrolladas en Agroarte tienen un fuerte sentido de participación e incidencia política; los objetivos del colectivo favorecen la promoción de la interacción entre las personas, la unión con el propósito de crear y poner en marcha proyectos comunitarios, y la extensión de la participación conjunta en el mejoramiento del espacio público. Al respecto, se ha señalado que cuando la práctica de la AU es promovida por grupos, como asociaciones, clubes o colectivos, es muy probable que, dentro de sus objetivos, se encuentre el desarrollo comunitario (Richter, 2013); y se ha evidenciado casos de mayor involucramiento en asuntos relacionados con la ciudad y valoración del ejercicio de nuevos papeles sociales (Ribeiro, Bógus y Watanabe, 2015). También Fernández y Morán (2012) exponen que con los huertos comunitarios se puede practicar la AU como una forma de generar sana convivencia y encuentro, siendo una herramienta que posibilita la construcción y mantenimiento de redes sociales. Este involucramiento de los miembros de Agroarte en las acciones políticas de transformación de su territorio puede entenderse, igualmente, por el desarrollo y fortalecimiento de proyectos colectivos que permiten las iniciativas de AU, pues además de mejorar los vínculos personales, potencian el trabajo en equipo, la solidaridad y la responsabilidad colectiva (Bellenda et al., 2018).

En este sentido, aunque en principio se puede pensar la práctica de la AU como un comportamiento proambiental –pues contribuye con la conservación de los recursos naturales-, también se puede concebir como una conducta altruista y equitativa, ya que, según es referido por los entrevistados, con su práctica se procura un impacto positivo hacia los demás y se aborda al otro como un igual. La preocupación por el otro, suscitada por la AU, se puede relacionar igualmente con el comportamiento sostenible, el cual, según Corral et al. (2011), incluye conductas proambientales, altruistas, equitativas y que implican un consumo moderado. En esta vía, las personas que tengan una orientación hacia la sostenibilidad están a favor, al mismo tiempo, de lo ecológico y lo social, y tienen una orientación hacia la política (Amérigo et al., 2017). Esto lo manifiestan los participantes cuando enfatizan en la importancia que tiene para ellos la práctica de la AU, en aras de ayudar con el cuidado del medio ambiente, pero también como una labor social, al transformar espacios que sirven para el encuentro y que generan bienestar a las comunidades.

En el caso estudiado, la decisión de vincularse a la AU ocurre cuando son impulsados e instruidos por un tercero. Debido a esto, la divulgación de información pertinente y de los modelos de trabajo en el colectivo son consideradas fundamentales para extender las prácticas de AU, con lo que la comunicación del conocimiento sigue siendo un aspecto central para el desarrollo de actitudes y comportamientos sostenibles (Corral et al., 2011; Spinzi et al., 2017). Sin embargo, una actitud favorable hacia el medio ambiente no necesariamente conlleva el desarrollo de comportamientos proambientales (Camacho y Jaimes, 2016); con mayor frecuencia la asociación positiva ocurre cuando las creencias que soportan la valoración positiva del cuidado ambiental se sustentan en aspectos específicos y no en creencias generales sobre la importancia del ambiente (Spinzi et al, 2017). A diferencia de lo propuesto por estos autores, en el caso de Agroarte, el posicionamiento de la creación y protección de la vida como valor central, y la necesidad de que la propia acción genere beneficios en la comunidad, pueden permitir entender la extensión de las actitudes y comportamientos hacia otras prácticas ambientalmente sostenibles.

En este contexto, la práctica de la AU se relaciona con la toma de conciencia con respecto a la situación social, en términos de la violencia, la seguridad alimentaria, prácticas de consumo neoliberal, la pérdida de tradiciones y valores, y conductas que atentan contra el medio ambiente. Cuando esta toma de conciencia es liderada desde organizaciones civiles locales, promueve la autogestión, la participación democrática en el uso del territorio y la producción de alimentos libres de pesticidas y agroquímicos, así como su adquisición a un precio justo (Moreno, Jiménez y Hernández, 2018). Siguiendo a Vázquez (2013), algunos ejercicios de AU pueden ser considerados, incluso, como prácticas políticas de construcción de soberanía alimentaria, la cual, a diferencia de la seguridad alimentaria, cuyo énfasis es el acceso a los alimentos y el nivel de ingresos de las familias para conseguirlos, pone en el centro del debate a productores y consumidores, así como al derecho de los pueblos a producir sus propios alimentos, contextual y culturalmente adecuados, independientemente de los intereses de los mercados internacionales.

Quienes practican la AU se valoran como ciudadanos más conscientes y comprometidos con su comunidad, y expresan un orgullo a nivel social, mostrándose como ejemplo para otros (Comassetto et al., 2013). El ganar un reconocimiento por acciones de tipo proambiental puede ser una motivación externa para continuar con la AU. Este tipo de consecuencias tiene el inconveniente de que no aseguran la continuación de la conducta una vez removido este refuerzo, mientras que las consecuencias internas (como el bienestar obtenido) generan una incorporación de estas conductas al convertirse en motivación intrínseca (Corral et al., 2011). Además, los comportamientos proecológicos pueden tener una influencia en la autoimagen, ya que facilitan la percepción de ser personas amigables con el medio ambiente, y, al hacerlo de manera voluntaria, las emociones suscitadas son más positivas; asuntos que pueden constituirse en motivos para involucrarse en este tipo de comportamientos (Venhoeven, Bolderkijk & Steg, 2016). Lo que sostiene el desarrollo de esta práctica es la búsqueda de bienestar (Comassetto et al., 2013); a pesar de haber recibido una atención positiva por la realización de conductas proambientales y por las actividades en el marco del colectivo, los participantes de Agroarte refieren como más importantes las emociones positivas que les generan y la satisfacción que sienten al ver los resultados.

Si bien la motivación en la práctica de la AU no estriba en factores externos, como el impulso de las instituciones locales, sino que es de tipo interno, por el bienestar que representa para sus practicantes (Cantor, 2010), el apoyo institucional sería de ayuda para extender el conocimiento, especialmente para quienes inician con la AU o la desconocen. En esta vía, la importancia de los colectivos comunitarios radica en ofrecer espacios comunes para compartir intereses y desarrollar conciencia sobre problemáticas ambientales que les atañen. Así, para el caso, la AU actúa en una doble vía: las actitudes en favor del medio ambiente facilitan la práctica de la AU, pero esta también extiende la preocupación hacia el medio ambiente y fomenta otras conductas proambientales. Además, las iniciativas de AU pueden favorecer la inclusión social, mediante la implementación de estrategias educativas y de participación que redunden en comunidades más resilientes (Dinis, Marques, Santos & Martins, 2018), por lo que su implementación desde escenarios de política pública puede ser favorable para el desarrollo comunitario.

Por otro lado, la AU constituye una práctica para la recuperación de la historia campesina y el reconocimiento del campo, en un contexto de expansión sin precedentes de la vida urbana. Quienes practican la AU tienen cierta imagen ideal del agricultor como un ser noble que trata de redimir valores perdidos en la sociedad por medio de su oficio, a través el cual muestra preocupación por el medio ambiente, el bienestar propio y el de los demás (Comassetto et al., 2013; Ribeiro et al., 2015). Si bien la figura del agricultor se puede tomar como modelo a seguir, no se trata de poner al campo por encima de la ciudad; esta también puede ser vista como un escenario que promueve el aprendizaje y la socialización (Páramo, 2007). Dentro de una percepción de la ciudad como fuente de anonimato, inseguridad y estrés, agravada por el descuido del espacio público y donde se privilegia lo instantáneo y la indiferencia hacia los demás, se hace necesaria una transformación social del espacio, que puede darse por medio de su apropiación (Moser, 2003; Vidal y Pol, 2005). Así, la AU constituye una forma de apropiación de los espacios comunitarios para el encuentro, el sustento y la acción ciudadana; los espacios públicos y los predios abandonados son dotados de sentido y transformados a partir de las de huertas, que potencian el sentido de comunidad y la participación en acciones de cuidado de la vida, las cuales retan las lógicas del desarrollo urbano actual.

Fernández y Morán (2012) también muestran cómo el tomarse espacios abandonados o deteriorados, le permite a la comunidad ser partícipe en la transformación de estos, evidenciando la importancia de darle un giro al urbanismo, para que se fomente la apropiación del espacio público y se desarrollen entornos urbanos autoconstruidos por quienes los habitan. La promoción de procesos de apropiación del espacio público, por parte de las comunidades, precisa, al mismo tiempo, del desarrollo de apego al lugar, de identidad de lugar y sentido de comunidad, de modo que la implicación de los actores comunitarios supere la participación instrumental y tienda a procesos democráticos de transformación urbana (Berroeta et al., 2016). A través de las prácticas de AU, como ocurre en el caso de Agroarte, es posible transformar espacios percibidos como inseguros, peligrosos o desagradables, en espacios que faciliten el esparcimiento, la socialización y la generación de experiencias estéticas agradables. El incremento de las zonas verdes, a su vez, también incentiva la apropiación del espacio público, pues las personas sienten particular afinidad por los atributos naturales de los ambientes, y buscan, allí, ocio y contacto social (Aram et al., 2019; Páramo, 2007). La experiencia emocional de un lugar se da a partir de la atribución de un significado, por lo cual los sentimientos agradables o de inseguridad y miedo hacia un sitio, se fundamentan en el significado que se le otorgue, y guían la relación y el intercambio que mantienen las personas con el espacio concreto (Corraliza, Berenguer y Martín, 2007; Berroeta et al., 2016).

La AU está igualmente relacionada con la construcción significativa de aprendizajes en entornos educativos y terapéuticos, a partir de la articulación de conocimientos profesionales con saberes populares acerca de las plantas, su cuidado y sus propiedades, pero también las destrezas en educación ambiental (Herrera, 2017). La AU abre el diálogo entre distintos actores y saberes, favorece la multiplicación de estos saberes, y permite el reconocimiento de las capacidades de las comunidades (Fernández y Morán, 2012; Ribeiro et al.,2015). Delia y Krasny (2018) proponen que las organizaciones que impulsan la educación ambiental por medio de la AU pueden contribuir con el desarrollo positivo, por ejemplo, de la juventud, pues estos espacios potencian la conciencia crítica y el liderazgo, cuando sus promotores incentivan no solo el interés por la naturaleza, sino también por sí mismos, por los otros y por la generación de un impacto en la propia comunidad.

El reconocimiento de estos espacios de saber colectivo se relaciona también con el sentido espiritual que es otorgado a la AU, por permitir una conexión con la naturaleza y una vuelta a la unidad con la tierra. Esto sugiere que las actitudes ambientales están fuertemente basadas en valores de tipo biosférico, en los que la naturaleza es importante por sí misma, y de la cual el ser humano hace parte y no está por encima (Stern & Dietz, 1994). Este sistema axiológico alternativo fundamenta una crítica abierta al modelo socioeconómico neoliberal, que privilegia la idea de la separación hombre-naturaleza y la relación de explotación sobre esta última. Las actitudes ambientales generan efectos benéficos si la naturaleza se toma por su valor intrínseco –y no en su sentido instrumental-, favoreciendo la relación entre la incorporación de la naturaleza como parte del sí mismo y el afecto positivo (Amérigo et al., 2013), lo que permite entender, en parte, el bienestar subjetivo que manifiestan los integrantes de Agroarte con la práctica de la AU.

Lo referido anteriormente da cuenta de la pertinencia de la AU como una actividad que genera beneficios, más allá de la producción de alimentos y la ornamentación. Si bien estos dos aspectos eran los objetivos de la AU en sus orígenes, en la práctica contemporánea de la AU una definición que enfatice solo en ellos resulta reduccionista, en tanto la producción de alimentos y la obtención de ingresos son complementos y no los propósitos principales (Cantor, 2010; Comassetto et al., 2013; Fernández y Morán, 2012; Richter, 2013). Esto se ve expresado en Agroarte, colectivo en el que la AU puede ser significada como un fenómeno de moda, con la pretensión de obtener reconocimiento por una preocupación ambiental no siempre auténtica, o como oportunidad de garantizar el sustento económico y la soberanía alimentaria; pero su sentido se condensa principalmente en la oportunidad de ser una experiencia personal de contacto con la tierra y compromiso con la vida, para que desde allí se reafirme la necesidad de recuperar saberes ancestrales campesinos y apropiar los espacios comunitarios para resistir ante la violencia. La AU como acción de protección de la vida, permite destacar su carácter político y su potencia para generar procesos colectivos de denuncia y exigibilidad de derechos. Este sentido político trasciende entonces los usos instrumentales de la AU para privilegiar su carácter de demanda social y su pretensión de retar la lógica del mercado actual (Comassetto et al., 2013; Richter, 2013).

Conclusiones

La práctica de AU produce una sensación de bienestar subjetivo, ya que, al momento mismo de la práctica, genera afectos positivos y disminución de afectos negativos. Esta percepción de bienestar puede entenderse, no solo por los beneficios que conlleva en términos de la producción de alimentos y la ornamentación, sino por el establecimiento de vínculos afectivos con la tierra y la actividad de siembra, el disfrute de los espacios verdes, la percepción de autonomía, la creación y fortalecimiento de redes sociales y la potenciación de sentido de comunidad y participación ciudadana. El trabajo de la tierra a través de la AU trasciende su carácter instrumental, en aras de constituir un espacio de encuentro y reconocimiento del propio poder para la acción.

El inicio de la práctica de la AU se facilita cuando previamente hay actitudes favorables hacia el medio ambiente. A su vez, el desarrollo de afectos positivos y la contribución a la satisfacción general con la vida durante la AU, potencia la extensión de actitudes proambientales y contribuye al cambio actitudinal, necesario para avanzar en la generación de comportamientos ambientalmente sostenibles. En este sentido, promover actitudes proambientales a partir de la AU, así como la vinculación de estas con experiencias de bienestar subjetivo, constituye una estrategia importante para contribuir al desarrollo sostenible desde los escenarios comunitarios.

Es importante considerar que, en el caso de Agroarte, el valor de la vida y la extensión de su cuidado constituyen un punto articulador entre compromiso ambiental y percepción de bienestar subjetivo. La expansión del cuidado de la vida -desde las plantas hasta las vidas humanas y los entornos comunitarios- es el valor que debe ser reposicionado en los discursos y prácticas de desarrollo sostenible; especialmente si es entendido más allá de la sostenibilidad económica para comprometerse con el cuidado de aquello que sostiene la continuidad de la naturaleza y de la vida humana como parte de ella. Esto significa reevaluar el vínculo de explotación con la naturaleza, pero también significa reconocer el lugar de las comunidades en los procesos de cambio.

Las experiencias subjetivas de bienestar y la expansión de la preocupación ambiental y las acciones de protección están fuertemente vinculadas con las acciones colectivas en el escenario comunitario. La AU puede tener importantes consecuencias positivas para un desarrollo urbano participativo y la realización del derecho a la ciudad, al facilitar la apropiación de los espacios, lo cual contribuye a su transformación y mejoramiento. Los resultados del estudio pueden tornarse en un aporte para el diseño de espacios verdes urbanos que promuevan un vínculo afectivo positivo de las personas con sus entornos y favorezcan el desarrollo de actitudes proambientales. Considerando, con la psicología ambiental, que el desarrollo sostenible está asociado a cambios actitudinales y comportamentales, y a la participación e incidencia política de las comunidades en los problemas socioambientales que les atañen, estudios como este ponen de manifiesto que las personas -en su cotidianidad y a través de prácticas como la AU- interrogan las lógicas meramente económicas del desarrollo y apuestan por modos de desarrollo social que no se contrapongan a la vida. Así las cosas, ampliar la concepción del desarrollo desde la AU puede constituirse en una estrategia de formación y trabajo comunitario a potenciar por profesionales y decisores.

Material suplementario
Información adicional

¿Cómo citar el artículo?: Molina Posada, D. V., Muñoz-Duque, L. A. y Molina Jaramillo, A. N. (enero-abril, 2019). Agricultura urbana, bienestar subjetivo y actitudes ambientales en el colectivo Agroarte. Estudio de caso en la comuna 13, Medellín. Revista Virtual Universidad Católica del Norte, (56), 89 – 108

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Notas
Notas
[1] Artículo derivado del proyecto de investigación “Bienestar subjetivo, actitudes ambientales y agricultura urbana en el colectivo Agroarte de la ciudad de Medellín”, realizado entre 2015 y 2016. El trabajo se enmarca en la línea de investigación Psicología social y ambiental del Grupo de Investigación Psicología, Sociedad y Subjetividades, de la Universidad de Antioquia. Astrid Natalia Molina Jaramillo y Luz Adriana Muñoz-Duque, agradecen a COLCIENCIAS, ente financiador de su proceso de formación doctoral (Convocatoria 647 de 2014).
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