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TERROIR Y TERRITORIO: CASOS DE LA PEQUEÑA VITIVINICULTURA EN EL CENTRO SUR DE CHILE
TERRITORY AND TERROIR: CASES OF SMALL-SCALE WINE PRODUCTION IN THE CENTRAL SOUTH PART OF CHILE
Urbano, vol. 23, núm. 42, pp. 112-123, 2020
Universidad del Bío Bío

Artículos


Recepción: 11 Mayo 2020

Aprobación: 12 Noviembre 2020

DOI: https://doi.org/10.22320/07183607.2020.23.42.09

Resumen: La vitivinicultura es parte del paisaje chileno: en tres valles perviven formas socioecológicas tradicionales de vitivinicultura, cuyas prácticas representan formas hacer y saber que cuestionan y negocian con los procesos de la gran industria. En el presente artículo se expone el trabajo realizado con cinco organizaciones en los valles de Marga-Marga, Lontué e Itata, a través de entrevistas y cartografía social, con el fin de relevar los conflictos socioterritoriales, las prácticas productivas y económicas de los pequeños productores y sus estrategias de inserción de mercado. En definitiva, la sostenibilidad de estas experiencias se juega en recuperar el gusto por un vino local, de sabores diversos, arraigados en las condiciones de los territorios.

Palabras clave: Vitivinicultura campesina, Chile, paisaje, terroir, socioecología.

Abstract: Wine production is part of the Chilean landscape. In three valleys, traditional socioecological forms of wine production still prevail, practices that represent ways of doing and knowing that question and negotiate with large industry’s processes. Work was made with five organizations in the Marga-Marga, Lontué and Itata valleys, through interviews and social cartography, revealing the socio-territorial conflicts, productive and economic practices of small-scale producers and their market insertion strategies. The sustainability of these experiences looks to recover the taste for local wine, different flavors, ingrained in the conditions of the territories.

Keywords: Peasant wine production, Chile, landscape, terroir, socioecology.

INTRODUCCIÓN

La vitivinicultura es parte del paisaje del centro y centro Sur de Chile. Pese a la hegemonía del agronegocio, ha sido posible encontrar, en tres valles, la pervivencia de formas tradicionales de vitivinicultura, sustantivamente distintas a la producción industrial. Nos acercamos a ellas bajo la pregunta de cómo han pervivido en un paisaje crecientemente agroindustrial, y si sus prácticas pueden representan respuestas a problemas socioambientales contemporáneos. Nuestra hipótesis es que los vinos campesinos -y su construcción local del terroir- constituyen formas de hacer y saber que cuestionan, pero también dialogan, con los procesos hegemonizados por la gran industria vinitificadora, representando, asimismo, ejercicios locales de sustentabilidad socio-ecológica. En su conjunto, el documento comenta, específicamente, la literatura nacional sobre la producción vitivinícola, la cual ha estado enfocada en su historicidad y actuales procesos económico-políticos, describiendo los procesos de estandarización, concentración y orientación a mercado externo de la industria (sobre todo el trabajo de Lacoste, Castro, Briones y Mujica, 2015; Lacoste et al., 2016; y otros autores que se revisan en el capítulo siguiente). Estos estudios, sin embargo, no profundizan en la cuestión de la pervivencia y condición de la vitivinicultura campesina en contextos donde predomina la agroindustria. De igual forma, el texto dialoga con la bibliografía especializada respecto a la relación entre agricultura campesina y agroindustria (Goodman y Watts, 1997; Van der Ploeg, 2010; entre otros), como también con la abocada a los procesos de transición hacia formas más integrales de producción (Goodman, Dupuis y Goodman, 2011; Escobar, 2016).

El artículo se apoya en el FONDECYT REGULAR Nº 1190020 “Comunalización y Heterogeneidades Económicas: espacio de diálogo en torno a casos en el centro sur de Chile” que trabaja con cinco organizaciones: Cooperativa Vitivinícola Marga-Marga en el Valle del mismo nombre; la Cooperativa Caupolicán, en el Valle de Lontué, y las organizaciones COPABIO, Viñateras Bravas del Itata y Ecoparra, en el Valle del Itata. La labor aquí expuesta consistió en observar, a partir de las herramientas conceptuales de la ecología política y la sociología rural, tres casos de producción vitivinícola, para describir los problemas socioterritoriales que ellos enfrentan, como también las apuestas socioecológicas y estrategias económicas que les han permitido pervivir en un contexto adverso; apuestas que, creemos, representan caminos posibles para una vitivinicultura sustentable. En este marco, el texto contribuye a problematizar una actividad tradicional que ha sido invisibilizada detrás de la gran industria del vino, como también -a partir de la documentación de sus prácticas- a la discusión por formas de producción agroecológicamente más sustentables.

ANTECEDENTES DE LA VITIVINICULTURA EN CHILE: AFRANCESAMIENTO, CONCENTRACIÓN Y GLOBALIZACIÓN

La vitivinicultura chilena se remonta a tiempos coloniales (Townsend y Tiefenbacher, 2011) cuando tempranamente destacan productos territorializados, como vinos asoleados de Cauquenes y Concepción (actual valle del Itata) y los pajaretes del Huasco y Elqui (Muñoz, 2012). Ambos vinos, finos, licorosos y dulces, de menor volumen y mayor precio, se ajustaban a las necesidades de pequeños productores que, debido al mal estado de las rutas, tenían dificultades llevar sus vinos a centros urbanos (Lacoste et al., 2016). Hasta el año 1880 estos vinos fueron muy valorados, sin embargo, luego de la Guerra del Pacífico, su posición en el consumo de elite fue desplazada por productos importados -jerez y oporto- favorecidos por menores aranceles y por el consumo ostentoso de postguerra (Lacoste et al., 2016). Distinto fue el caso del conocido como “pipeño” -vino a granel, de uva país, molienda a pie, fermentación en lagares abiertos y conservación en pequeños barriles de madera - y de la “chicha” -de menor tiempo de fermentación-, que se consolidan como productos de acceso popular y espacio productivo de las pequeñas viñas (Lacoste et al., 2015).

Los vinos tradicionales fueron objeto de intervención por parte de la Sociedad Nacional de Agricultura que promovía el paradigma enológico francés. El pipeño fue inferiorizado al describírsele como “un vino bruto” (Lacoste et al., 2015, p. 90). Las grandes viñas introdujeron cepas, cubas de roble, tecnología francesa y trajeron enólogos, como René F. Le Feuvre, profesor de la Quinta Normal de Agricultura, cuyo lema era “hacer de Chile la Francia de América del Sur” (Briones, 2006, p. 126). Sus esfuerzos estandarizaron la producción, desplazando en el mercado interno los vinos tradicionales. Las políticas industrialización sustitutiva de importaciones luego de la Segunda Guerra Mundial, promovieron que estas grandes viñas ocuparan la demanda nacional. A partir del golpe de Estado de 1973, en el marco de reformas liberalizadoras, la industria se volcó a la exportación: para 1999 Chile exportaba el 80% de su producción y el año 2004 se empinaba como quinto productor mundial. Ello, condujo a una nueva oleada modernizadora y fuertemente concentrada que incentivaría el encadenamiento entre la viñatería campesina y la gran industria como proveedores de uva (Crowley, 2000). En 1995, la normativa aceptaría la vinificación de uva de mesa (Ministerio de Agricultura, 1995), con lo cual entran al mercado uvas de cepas no viníferas, incluso desechos de fruta, deprimiendo los precios pagados a los proveedores (Letelier y Bustos, 2015). Para el año 2014, la superficie total de vides viníferas alcanzó 137.593 hectáreas. Las exportaciones, para el año 2017 alcanzaron USD 1.520,2 millones, concentradas en tres empresas (Lima, 2015). Ello contrasta con que 64% de la producción de vid se desarrolla en predios menores a 5 hectáreas, mayoritariamente ubicados en los Valles Maule e Itata. Es decir, la concentración de la exportación se basa en una vitivinicultura a pequeña escala vinculada a la gran industria a través de intermediarios que acopian uvas y vino de productores pequeños.

Así, las grandes tendencias de la vitivinicultura nacional pueden resumirse en: (1) una larga trayectoria que se remonta a tiempos coloniales; (2) tendencia al afrancesamiento de cepas y estilos de vinificación, liderada por grandes viñas y programas de gobierno, y dinamizada por un consumo europeizante; (3) segmentación entre la pequeña producción campesina, que privilegia la uva país y sigue métodos tradicionales; y la vitivinicultura industrial de gran escala, concentradora y homogeneizadora, ambos segmentos encadenados, de forma desigual, a través de intermediarios; y (4) una creciente integración con el mercado internacional.

MARCO TEÓRICO

MUNDOS RELACIONALES, TERROIR Y ECONOMÍAS CAMPESINAS

Teóricamente, concebimos el territorio a partir de algunas herramientas conceptuales de la ecología política y la sociología rural; en particular las categorías de co-construcción socionatural y el análisis de economías campesinas. El vino, como pocos productos, refleja el ensamblaje sociomaterial que lo subyace. Suelo y clima, saberes, prácticas y cultura material se expresan en el aroma, textura y sabor: el terroir, término francés que viene a aludir al terruño. En los últimos años, algunos autores (Escobar, 1996; 2010; Latour, 1991) han graficado la interdependencia, co-construcción y coevolución, entre lo social y lo natural, entendiendo que las entidades naturales, tecnológicas y humanas están ligadas gracias a complejas interrelaciones. A priori, estas interrelaciones son simétricas y constituyen el mundo que habitamos (Callon y Law, 1997; Murdoch, 2001; Latour, 2004). De esta manera, naturaleza y cultura no aparece en oposición binaria y tampoco se asume la existencia de una sola naturaleza. Por el contrario, la diversidad de discursos y prácticas humanas se expresan en diversas socionaturalezas -incluso diversas ontologías-, conectan actores y procesos en agencias distribuidas y relacionales (Escobar, 2016). Desde esta visión, las cosas y los seres son sus relaciones.

El paisaje, y su expresión organoléptica -el terroir- son ejemplos de esta enacción coordinada. El paisaje es la relación entre aspectos naturales, históricos y culturales que refleja la identidad del grupo que lo construye colectivamente (Duhart, 2011) y el terroir sintetiza sabor y lugar, esto es, una combinación de características ambientales (suelo, clima, altura, exposición solar, drenaje, pendiente etc.) y culturales (tradición, saberes, técnicas, herramientas y procedimientos) que, en su interrelación, producen sabor y calidad: el producto representa y vende el lugar (Kaldjian, 2009). Como tal, puede tratarse de un ensamble constructivista o estar atrapado en una prisión fundamentalista.

Para superar el esencialismo, Kaldjian (2009) señala que ‘terroir is there, but it is not there’ (p. 250), existe solo en tanto construcción o agencia colectiva para la experimentación, diseño y circulación de comunes socio-naturales.

El terroirse expresa en las diversas denominaciones de origen como ejercicios de atribución de calidad socialmente construidas (Zhao, 2005). Este ejercicio puede ser problematizado por su silencio respecto a cuestiones laborales -y de derechos- (McIntyre, 2017) y por el ocultamiento de relaciones sociales menos visibles: un mismo territorio puede albergar diversos ensamblajes socioambientales –más y menos justos y sostenibles- que quedan ocultos bajo la apelación territorial. En Chile, los vinos de la agricultura campesina están crecientemente apelando a identidades territoriales diferenciadas para visibilizar sus valles y cepas, mientras la gran industria del vino ha identificado en las denominaciones de origen un nuevo nicho de mercado.

Terroir es entonces diferencia. Según Escobar (2016), frente a la homogeneización moderna, podemos observar espacios alternos como las economías campesinas –con sus propias racionalidades y prácticas– que representan ejercicios de diferencia ontológica y económica. Chayanov (1975) las describió en los albores del siglo XX, como espacios organizados por las necesidades del ciclo familiar, y capaces de usar en forma eficiente los recursos socioecológicos disponibles. Para los enfoques modernizantes, dichas prácticas están “relegadas a lugares remotos en la historia” (Van der Ploeg, 2010, p. 39), sin embargo, crecientemente se reconocen en estas prácticas como claves para la sobrevivencia y adaptación del campesinado. El mismo autor (2010) define la “condición campesina” -en viejos y nuevos campesinos- centrada en dos conceptos: autonomía -flexibilidad, movilidad e independencia- y coproducción entre ser humano naturaleza -interacción continua y transformación mutua-. Su proceso de producción es así una totalidad que recrea y mejora los recursos naturales y sociales, ampliando el patrimonio natural, genético y cultural, en base al conocimiento socioecológico del territorio, el aprovechamiento intensivo de los recursos, estrategias de pluriactividad, reciprocidad, flexibilidad, y control de riegos. Los casos aquí analizados -mezcla de familias tradicionales e hijos de campesinos que retornan desde experiencias urbanas, y nuevos habitantes rurales- constituyen precisamente esos nuevos campesinos descritos por Van der Ploeg que construyen autonomía en un proceso de transformación mutua con su territorio, desde un espacio de diferencia económica (Gibson-Graham, 2006).

METODOLOGÍA

El enfoque de esta investigación fue cualitativo y se concretó en la aplicación de dos técnicas: entrevista individual y cartografía social participativa. La entrevista es un ejercicio conversacional abierto y flexible, que recoge el discurso de informantes, con sus puntos de vista emergentes. Se llevaron a cabo 26 entrevistas con dirigentes y productores vitivinícolas en los tres valles. En ellas se discutió acerca de las características productivas, económicas y culturales de la actividad, su contexto y sus proyecciones. Junto a ello, se desarrollaron 4 cartografías sociales: dos en el valle del Itata, una en Lontué y una en Marga Marga, que fueron elaboradas a través de un trabajo participativo con asociados de las principales organizaciones de viñateros. Cada una, comenzó con el establecimiento de acuerdos con líderes locales para definir objetivos, imágenes, escalas e íconos de la cartografía. Luego, se efectuaron dos sesiones cartográficas: la primera de ella trabajó el territorio presente, vivido por sus habitantes. En ese sentido, se identificaron los puntos de referencia económicos, las potencialidades productivas y los conflictos socioespaciales. En la segunda sesión, el mapa fue presentado y validado, y se trabajó en relación a la imaginación de futuros territoriales deseados y posibles, bajo la forma de mapas de sueños. Subsecuentes instancias de validación permitieron profundizar la información en debate y diálogo colectivo. Los mapas fueron re-trabajados como productos artísticos, para subrayar el carácter subjetivo y hablado del proceso cartográfico y para devolver a las comunidades un producto gráfico atractivo y útil a sus propios procesos (ver figuras 1, 2, 3 y 4)[1]. Las entrevistas y las discusiones de los procesos de cartografía social fueron grabadas, transcritas y sujetas a análisis de contenido. La totalidad de las afirmaciones de este documento, se sustentan en dicho ejercicio de análisis.


Figura 1
Mapa Cooperativa Caupolicán.
Una versión ampliada y desagregadas de este mapa fue publicada en Cid-Aguayo (2019) Versión completa del Atlas en: http://otraseconomias.cl/atlas-ilustrado-territorios-rurales/.


Figura 2
Mapa Cooperativa Marga Marga.
Una versión ampliada y desagregadas de este mapa fue publicada en Cid-Aguayo (2019) Versión completa del Atlas en: http://otraseconomias.cl/atlas-ilustrado-territorios-rurales/.


Figura 3
Mapa Ecoparras.
Una versión ampliada y desagregadas de este mapa fue publicada en Cid-Aguayo (2019) Versión completa del Atlas en: http://otraseconomias.cl/atlas-ilustrado-territorios-rurales/.


Figura 4
Mapa COPABIO y Viñateras Bravas del Itata.
Fuente: Una versión ampliada y desagregadas de este mapa fue publicada en Cid-Aguayo (2019). Versión completa del Atlas en: http://otraseconomias.cl/atlas-ilustrado-territorios-rurales/.

RESULTADOS

LOS OTROS VINOS CHILENOS: CASOS DE ESTUDIO

La vitivinicultura chilena conforma un escenario de disputa entre una industria estandarizada, fuertemente concentrada y en expansión, y tendencias a la diversificación de la producción, como la reciente revaloración de productos patrimoniales (Lacoste et al., 2015) y de comercio justo (Malo y Mori, 2003). Aparecen así otras formas de hacer vino que construyen otros paisajes, de las cuales se releva acá tres experiencias: en los valles del Itata, Lontué y Marga Marga.

El Valle del Itata se corresponde con una zona tradicional de vitivinicultura campesina que se remonta a la producción jesuita colonial en la hacienda de Cucha-Cucha. Ledesmas (2018, cit. en Henríquez, 2018) señala que en la zona se cultivan 26 variedades distintivas de carácter patrimonial, tales como país, moscatel, cargadora y san francisco. El Censo Agropecuario (2007) registra más de 5.000 productores de menos de 5 hectáreas de propiedad y 1 hectárea de viñas. La lejanía geográfica y la estructura de pequeña propiedad salvaguardó una vinificación tradicional, vinos pipeños y asoleados, en los márgenes de los procesos de modernización y afrancesamiento de la gran propiedad del valle central. Actualmente, la producción sigue protagonizada por pequeños productores, organizados en diversas asociaciones. En particular, este estudio contempló tres organizaciones: CopaBio, EcoParras, y Viñateras Bravas del Itata. Solo algunos productores hacen efectivamente vinificación doméstica y colectiva con diversos grados de tecnificación, y su inserción en mercados es diversa: venta de uva a grandes empresas, producción de vino a granel para su venta directa y producción embotellada de vinos premium.

En el Valle de Lontué, Provincia de Curicó, la Cooperativa Caupolicán es una experiencia de asociatividad entre productores campesinos, herencia del proceso de reforma agraria, cuyo propósito es, según afirma la dirigente de la Cooperativa Caupolicán, “protegerse mutuamente contra los vaivenes del mercado y conseguir precios justos, sostenibles y regulares”[2] .. Desde el año 2009, respaldada por una red de apoyo público-privada, Caupolicán vinifica en forma colectiva, siendo certificada como Organización de Pequeños Productores de Comercio Justo, lo que les ha permitido exportar a Europa. Hoy, la Cooperativa, se compone de 13 socios y 5 socias que en su conjunto trabajan 84,5 hectáreas.

La Cooperativa Vitivinícola del Marga-Marga es una producción vitivinícola asociativa situada en los bordes del Valle de Casa Blanca, región de Valparaíso, que agrupa a 7 familias. Esta cooperativa busca incrementar el número de socios, recuperar productivamente las viñas, recomponer prácticas productivas y oficios tradicionales y reposicionar el vino natural como algo propio.

PROBLEMAS SOCIOTERRITORIALES EN LOS CASOS DE ESTUDIO

Todas las experiencias analizadas relatan un conjunto de problemas socioterritoriales transversales. Primero, el rol de gran industria vitivinícola, un “gigante egoísta”, en palabras de algunos dirigentes. La pequeña producción ha mantenido una articulación –a través de intermediarios- con la gran industria del vino, vendiéndole uva y mosto, la cual ha crecido a medida que la industria ha copado el mercado de vinos económicos (en cajas de tetrapack), desplazando a la venta de vinos a granel. Las condiciones de esa relación han sido problemáticas: en valle del Itata, por ejemplo, en los años 90, las empresas pagaron excelentes precios, llevando a muchos productores a abandonar la vinificación y especializarse en la venta de uva, lo que habría llevado al desuso de pipas, toneles y barricas que se dañaron por desuso: “se abrieron”. Luego de ello, el precio de la uva bajó al punto de no permitir pagar los costos de producción ni posibilitar el retorno al antiguo oficio. En Marga-Marga, además, dada la vecindad con plantaciones de vinicultura industrial, los relatos denuncian el amplio uso de pesticidas que afecta su producción ecológica y, desde luego, el establecimiento de un cerco comercial industrial que margina a los pequeños productores orgánicos. En el Valle de Lontué, la gran industria vitivinícola compite con las pequeñas viñas en el mercado del trabajo y de servicios de transporte, encareciendo los costos de la cooperativa.

Una segunda problemática en este contexto, lo constituyen las diversas dinámicas de expulsión territorial. La industria forestal de especies introducidas es la gran productora del paisaje en los Valles del Itata y Marga Marga. No solo ocupa extensas superficies de terreno y se le atribuyen prácticas de acaparamiento de tierras, sino también se le culpa de la disminución de agua en napas y de la biodiversidad local; lo que afecta el terroir del vino. Según los productores, la cercanía a plantaciones de eucaliptus imprimiría un sabor mentolado al vino y las emisiones de las empresas papeleras dañarían su calidad. Además, la forestería se asocia también a episodios de incendios masivos -en los años 2011 y 2016- que reportan importantes pérdidas en el monto y calidad de producción anual de uvas, y daños permanentes, como la quema de bodegas y la pérdida de parronales centenarios.

En el Valle de Marga-Marga, la expansión urbana sube el precio del suelo y ejerce presión sobre los predios vitivinícolas. En el Valle de Lontué, las dinámicas de expulsión vienen dadas por la competencia entre viñas y cultivos de exportación como las cerezas por el terreno, la mano de obra y servicios de transporte. Más recientemente, también la industria vinera estaría ejerciendo presión territorial, en el contexto de cambio climático y de patrimonialización de cepas. El cambio de patrones temperatura y precipitaciones estaría haciendo más atractivos valles australes, tradicionalmente menos apreciados, y la revalorización de cepas -país, cinsault y moscatel- hacen atractivos los centenarios parronales campesinos.

Además de los conflictos con actores que presionan y desplazan la viñatería campesina, el debilitamiento y empobrecimiento de las comunidades rurales disminuyen su capacidad de vinificación. El envejecimiento de la población y la emigración juvenil privan a las unidades productivas de ayuda para ciertas labores como desmalezado y cosecha; y se asocian la pérdida de oficios y saberes asociados como la tonelería y el manejo de arado de un caballo. De especial relevancia es la pérdida de infraestructura de vinificación observada en los tres valles. En Itata, ésta ha sufrido envejecimiento por desuso y daños asociados a terremotos: “con dos años que no se usen las cubas, éstas se abren y no sirven más”[3]. Como resultado, solo algunas familias vinifican a escala comercial, y se ven obligados vender uva a la gran empresa. La cooperativa Caupolicán externaliza los servicios de vinificación, lo que no solo es oneroso, sino que dificulta la trazabilidad y el control del proceso. De igual modo, la Cooperativa Marga Marga arrienda infraestructura y bodegas, sacrificando autonomías.

Finalmente, el Estado es señalado como un actor problemático en varios sentidos. En términos regulatorios, los productores consideran insuficientes las herramientas para regular la posición monopsónica de las grandes viñas como compradoras de uva. En términos de incentivos, los apoyos a infraestructura -bodegas y cubas- se perciben insuficientes, y las asesorías técnicas, poco pertinentes y homogeneizadoras. Observan que “los técnicos hacen vino a punta de químicos”[4] - y son irrespetuosos del conocimiento y prácticas diferenciales campesinas. Se percibe así que el Estado favorece la gran industria, facilitando el acceso a materia prima de bajo costo, a través de encadenamientos productivos.

VITIVINICULTURA Y PRODUCCIÓN SOCIOECOLÓGICA DEL TERRITORIO: ECOPOLÍTICA TRANSFORMADORA

Los tres valles relevados en esta investigación representan una propuesta de vitivinicultura de pequeña escala, sostenible y campesina en territorios atravesados por conflictos. En este apartado nos centraremos en sus prácticas para producir una vitivinicultura sostenible y un territorio social, económica y ecológicamente diverso, equitativo y sustentable.

En cada valle la vitivinicultura se beneficia de condiciones ecológicas favorables que producen su distintividad, y en Marga-Marga la presencia de bosque esclerófilo y la influencia costera que regulan temperatura y humedad para una maduración lenta, originan vinos de sabores frutales y acidez equilibrada. En el Valle de Lontué, la importante amplitud térmica favorece el desarrollo de cepas blancas. En el Valle del Itata, los ejercicios de cartografía social mostraron cómo pequeñas variaciones en la topografía dan lugar a vinos diferenciados. Sectores más altos, soleados y de mayor drenaje, producen vinos que denominaron como “rojos”, “licorosos”, de alta graduación alcohólica, espesos, muy secos o muy dulces; y valles bajos, de menor exposición solar, más humedad e influencia costera, permiten vinos “verdes”, “frescos”, “frutales” y “livianos”[5]. El conocimiento del territorio mostró ser tan íntimo que en las cartografías se identificaron laderas específicas donde se generan ciertos vinos. Los viñateros reconocen así la relación territorio y terroir, y sus prácticas productivas apuntan a recrear y mejorar ese paisaje.

Sus propuestas productivas pasan por recuperar de cepas tradicionales que provienen incluso de la época colonial, tales como País, Moscatel de Alejandría, Torontel, Italia, San Francisco y Cargadora, Tintorera o Cinsault, Pastilla del Belloto, Rosa de Curtidilla, Rosa Frutilla, Blanca Italia y Cristal; todas ellas, invisibilizadas por la estandarización de la gran industria. Algunos de estos ecotipos han coevolucionado con su territorio alcanzado tal rusticidad que son resistentes a sequías y plagas, haciendo superfluos muchos agroquímicos. Ello se expresa en la elaboración misma de los vinos naturales, pues las uvas capturan la microbiota ambiental, volviendo innecesaria la adición de levaduras, de manera que el vino refleja la diversidad biológica del lugar.

La venta de uva y vino permite a estos pequeños productores obtener autonomía y sostenibilidad económica para dinamizar un sistema productivo complejo. En ese escenario, es estratégica la recuperación de prácticas tradicionales que hagan posible disminuir la dependencia a insumos externos, usualmente caros. Es central, en este punto, la búsqueda y el cuidado de vides con mayor resistencia y formas tradicionales de producción, relevantes para la reproducción socioecológica del territorio. Por ejemplo, el uso de podas como abono ayuda a enriquecer los suelos; el desmalezado por la vía de arado de un caballo (en lugar del uso de glifosato) cuida el suelo, fomenta la existencia de flora y fauna acompañante, y lo rotura para un mejor aprovechamiento de las aguas lluvias: “donde hay viñas aradas, están mejor las napas” [6]. Estas prácticas tradicionales son resignificadas desde nuevos lenguajes: se habla de agroecología, prácticas biodinámicas, a la vez que se comprende “el espíritu del vino”[7]; estos procesos, que no son homogéneos, constituyen un horizonte común. En términos más generales, la producción de uvas constituye una frontera a la expansión forestal, urbana y de monocultivo hortofrutícolas. La rentabilidad que esta ofrece permite a los pequeños productores conservar su tierra y mantener su forma de producción; previniendo su venta a forestales, o bien, como parcelas de agrado y desarrollos urbanos.

Existe también un esfuerzo de recuperar formas tradicionales de vinificación, en diálogo con formas modernas. Frente a la enología afrancesada de la gran industria, que coloniza sabores e involucra productores pequeños mediante transferencia tecnológica, estos viñateros recomponen prácticas y oficios perdidos. Sus prácticas de vinificación transitan desde aquellas estrictamente tradicionales -molienda a pie, lagares de cuero, maduración en pipas-, a otras modernas, para crear en palabras de los viñateros: .vinos honestos, puro jugo de uva, sin aditivos químicos, correcciones enológicas ni agua”, en oposición a los métodos propios de los enólogos de la industria que “transforman el agua en vino” y producen vinos estandarizados “que saben siempre igual”. Se espera que el vino .se haga a la antigua… apisonándolo”, “un vino de campo”, que “sepa al lugar y al año en que se hace” y que “evolucione en la botella”; ajenos así al manejo intervenido y externo de expertos que “fabrican vino” según modas enológicas[8]. Cada familia que vinifica, practica y resguarda un vino con identidad y autoría.

Por último, es relevante notar los procesos de asociatividad y cooperación de estas experiencias. Todas ellas tienen una historia de cooperación informal, “vueltas de manos[9]” en podas, vendimias y problemas comunes; y, recientemente, viven un ciclo de cooperativismo que formaliza estas prácticas. Ecoparra constituye un ejercicio de acopio y vinificación colectiva para mejorar los precios del vino a granel. Copabio, Viñateras Bravas y Marga Marga son también ejercicios de asociatividad simétrica entre productores. La Cooperativa Caupolicán, creada en 2018, se cimienta en la experiencia de dos asentamientos de la Reforma Agraria, con una historia de vecindad y reciprocidad, así como sectores de “bienes comunes” en uso: medialuna, iglesia, cancha de fútbol, posta y escuela.

ESTRATEGIAS ECONÓMICAS PARA PARTICIPAR EN EL MERCADO

El acceso a mercados es crítico para estas experiencias, pues la distribución está concentrada por grandes empresas y el nicho de consumo local es reducido. Los ejercicios descritos despliegan una variedad de estrategias para ello, que se detallan a continuación:

1. Estrategias de confrontación a la industria sobre el precio de la uva. Las organizaciones viñateras presentan estrategias políticas para denunciar y confrontar las prácticas de monopsónicas de la industria con los proveedores de uva. En particular, se apela a las normas de competencia del marco regulatorio vigente; la Federación de Viñateros, ha hecho presión política con demostraciones callejeras -tales como la destrucción y el regalo de uvas y de vino- y levantado demandas a la Fiscalía Nacional Económica por abuso de posición dominante. Así también, se denuncia el contexto regulatorio que permite la adición de un porcentaje de agua en el vino y el uso de vides de mesa.

2.Estrategias de agregación y centros de acopio autónomo. La venta de uvas y vino a granel de forma individual impide a los productores mejorar su posición de mercado. Ecoparras, Copabio y la Cooperativa Caupolicán constituyen centros de acopio para generar un poder de venta capaz de obtener mejores precios con la industria, los proveedores y el mercado externo.

Estas estrategias requieren un alto de grado de confianza y sistemas control interno, pues son vulnerables a fraudes intra-organizaciones, como la entrega de uvas o vino de menor calidad o gradación alcohólica.

3. Desarrollo de vinos de autor. Este es el camino seguido por varios productores -en forma individual y colectiva- en Itata y Marga Marga, para valorizar el cultivo agroecológico y la vinificación artesanal como un producto de terroir. Estos vinos se comercializan por contacto directo y en festividades para minimizar intermediarios y construir relaciones directas. Esta estrategia, tiene como límite el tamaño de los mercados locales, en palabras de un viñatero: “estamos inundando el mercado de botellas”[10]. El desafío es, de esta forma, construir un nicho específico de lo patrimonializado y natural. Una muestra de esta estrategia está dada por las “catas sociales” que organiza la cooperativa Marga-Marga para acercar al consumidor a la producción de vino local.

4. Exportación especializada. Las dificultades del mercado interno llevan a algunas organizaciones a la exportación en mercados de nicho de vinos naturales o de comercio justo. La Coordinadora Nacional de Comercio Justo facilita un canal comercial con una cooperativa Inglesa que compra vino a granel, embotella y comercializa en destino con su propia marca. La estrategia exportadora permite a las organizaciones ampliar el mercado y obtener mejores precios pero, a la vez, es percibida -por alguno de los dirigentes- como contraria al desafío de reducción de huella ecológica y densificación de las economías locales.

Cada una de estas medidas involucra un ejercicio de asociatividad y de organización política de los mercados para posibilitar la entrada de productores menores. No obstante, esta variedad de estrategias refleja distintos posicionamientos políticos. La primera, apela a la organización política y a los fundamentos del mercado demandando justicia desde sus propias reglas. Los centros de acopios tienen un carácter menos político, no se oponen a la industria, sino que apelan a la agregación económica, aspirando a construir capacidad de negociación y liderazgo en costos a través de coordinación horizontal entre productores para enfrentar a poderes oligopsónicos de compra de uva. El camino más cercano a la construcción de autonomía es promover nichos específicos que valoren el terroir, como lo hace la cooperativa Marga Marga y algunos viñateros del Valle de Itata.

CONCLUSIONES

En suma, la vitivinicultura conforma un escenario hegemonizado por la agroindustria, pero que también se halla en disputa. Los “otros vinos chilenos” representan espacios de sustentabilidad socioecológica y económica territorial que subsiste en un espacio de tensiones. La expansión urbana, forestal y hortofrutícola y la gran industria del vino y sus dinámicas comerciales construyen un panorama problemático. La pequeña vitivinicultura enfrenta el manejo unilateral de los precios de la uva, un modelo centrado en la productividad y diversas formas de presión territorial y económica. A ello responde con propuestas productivas basadas en procesos de recuperación patrimonial de ecotipos y prácticas tradicionales y con una relación sustentable con su territorio basada en una coevolución entre la comunidad humana, el lugar, la cepa e incluso la microbiota local. Se hacen así esfuerzos por recuperar oficios campesinos, mantener un sistema productivo de bajos insumos externos y una forma de entender la producción que prioriza la construcción de territorio. Estas experiencias se enfrentan a un consumo de vino que ha sufrido fuertes procesos de colonización, que marginan los vinos más rústicos o populares, apelando a recuperar el gusto por un vino local, de sabores diversos y resultado de la interacción de las condiciones naturales y los territorios. Pese a que no todas estas experiencias son cooperativas formales, la asociatividad -formal e informal- es clave. Su participación en los mercados -central para su supervivencia-involucra un ejercicio de asociatividad que busca incidir en la organización social de los mercados. Ésta, se realiza desde estrategias que expresan distintos posicionamientos políticos, apelando a la movilización social, la agregación económica y la construcción de autonomía a través de la construcción de nichos.

Estas experiencias invitan a reflexionar sobre la coevolución entre un ecoterritorio, las prácticas campesinas -de cultivo de uvas y elaboración de vino-, las cepas tradicionales -especialmente la uva país-, y un complejo bacteriano -que habita en las cepas, en el lugar y en las manos y pies de sus productores-, que produce la fermentación característica, haciendo innecesaria la adición de levaduras. Hay aquí propiamente la síntesis de un terroir basado en condiciones ecológicas favorables y prácticas productivas que cuidan y reconstruyen dicho paisaje (como el cuidado del suelo con prácticas de arado manual y abono natural, y el cuidado de bosques), y en reproducir las cepas tradicionales que han coevolucionado con su lugar. Este ensamblaje -de prácticas, cepa, territorio y bacterias- permite la construcción de estrategias que disminuyen las múltiples dependencias de las economías campesinas -a la deuda, al Estado, a los insumos, al precio de la uva, etc.- y soñar con estrategias de autonomía. Este ensamblaje favorece también la existencia de un territorio de diferencia, donde la producción de uvas y la elaboración de vino constituyen una frontera, tanto a la expansión homogeneizadora de las forestales en el Itata como a la expansión urbana en Valparaíso.

Cerramos este documento revisitando nuestra hipótesis de que estas iniciativas contribuyen a la diversidad, equidad y sustentabilidad ecológica. Las historias presentadas son múltiples ejercicios de diversidad: de cepas, de técnicas, de sabores e, incluso, microbiológica. Representan la posibilidad de salvaguardar otros modos de vivir y producir los territorios, frente a homogeneización de las industrias que pugnan por ellos. Representan, asimismo, historias de sustentabilidad en el uso de los recursos territoriales, adaptado a situaciones de escasez hídrica y dedicado a la conservación del suelo. Finalmente, contribuyen a la mantención de la vieja y nueva agricultura familiar campesina, densificando economías locales y reivindicando el precio justo al productor.

Sus vinos son de un terroir único, que contienen en su sabor y textura, las trazas de un proceso socionatural que sintetiza una relación respetuosa y coproductiva con el entorno y una tradición cultural que aprende, se adapta y coevoluciona con su territorio. En este sentido, dialogan con la creciente tendencia de acceder a productos más naturales, de producción ética e identidad territorial, donde lo que antes era considerado atrasado, ahora se considera valioso. Ello encarna una oportunidad para estos productores, pero también un posible espacio de conflicto con la vitivinicultura industrial, en la medida en que -como lo ha demostrado la trayectoria de otros productos de nicho- a partir de una imitación minimalista o enteramente simulada de las prácticas tradicionales, la vitivinicultura industrial puede ocupar estos nichos de demanda, sin beneficiar directamente a los productores. Existe así un renovado riesgo de colonizaciones simbólicas y materiales por las cuales la industria hace uso de denominaciones de origen y genera productos en cuya etiqueta se atribuyen como propias las prácticas, procesos y saberes tradicionales de la pequeña vitivinicultura. Se hace relevante aquí abordar estratégica y éticamente la cuestión de vincular efectiva y sistemáticamente productores locales y consumidores sensibles a estos procesos. Al respecto, ha habido ejercicios de experimentación de visitas directas de consumidores organizados a las viñas, catas sociales y las llamadas catas clandestinas realizadas en casas de consumidores estratégicos.

INTRODUCTION

Wine production is part of the landscape of central and central southern Chile. Despite the hegemony of agro-business, we have found in three valleys, traditional forms of wine production that continue to survive, ones that are substantially different to industrial production. We approached them with the question of how they have survived in an increasingly agroindustrial landscape, and whether their practices can represent answers to contemporary socioenvironmental problems. Our hypothesis is that peasant wines, and their local construction of the “terroir”, constitute forms of doing and knowing that question, but also dialog with the processes hegemonized by the large wine production industry, representing local exercises of socioecological sustainability. The document, as a whole, dialogs specifically with the local literature on wine production, which has been focused on its historicity and current economic-political processes, describing the industry’s processes of standardization, concentration and the foreign market focus (especially the work of Lacoste et al., 2015 and 2016 and other authors that we review in the following chapter). However, this literature does not go into depth on the matter of survival and condition of peasant wine production in contexts where agroindustry predominates. Broadly speaking, the text dialogs with the literature regarding the relationship between peasant agriculture and agroindustry (Goodman & Watts, 1997; Van der Ploeg, 2010, among others), and also with the literature on transition processes towards more comprehensive means of production (Goodman, DuPuis and Goodman, 2011; Escobar, 2016).

The text is supported by the FONDECYT REGULAR N°1190020 project “Communalization and Economic Heterogeneities: space for dialog about cases in central-southern Chile” that works with five organizations: The Marga-Marga Winemakers Cooperative in the Valley of the same name: the Caupolican Cooperative, in the Lontué Valley, and the organizations COPABIO, Viñateras Bravas del Itala and Ecoparra, in the Itata Valley. The text, starting from the conceptual tools of political ecology and rural sociology, observes three cases of wine production, describing the socioterritorial problems they face, as well as their socioecological targets and economic strategies that have allowed them to survive in an adverse context, and that we believe represent possible goals for sustainable wine growing. Overall, the text contributes to problematize a traditional activity that has been made invisible behind the large wine industry, and also, starting from the documentation of their practices, contributes to the discussion about more agroecologically sustainable means of production.

BACKGROUND OF WINE PRODUCTION IN CHILE: FRANCIZATION, CONCENTRATION AND GLOBALIZATION

Chilean wine production goes back to colonial times (Townsend & Tiefenbacher, 2011) when early on, territorialized products stood out, like the asoleados of Cauquenes and Concepción (currently the Itata Valley) and the pajaretes of Huasco and Elqui (Muñoz, 2012). Both wines, fine, spirituous and sweet, with lower volume and higher prices, adjusted to the needs of small producers which, due to the poor roads, had difficulties taking their wines to urban centers (Lacoste et al., 2016). Until 1880, these wines were highly valued; however, after the Pacific War, their position amid elite consumption was displaced by imported products, Jerez and Port, favored because of lower tariffs and due to the ostentatious consumption of the post-war period (Lacoste et al., 2016). The case of pipeño, bulk wine, from the pais grape variety, ground by foot, fermented in open winepresses and conserved in small wooden barrels, and chicha, with less fermentation time was different. These are consolidated as products accessible to the working classes and the production space of the small vineyards (Lacoste et al., 2015).

The traditional wines were subject to the intervention by the National Agricultural Society that promoted the French enological paradigm. Pipeño was played down, describing it as “a brutish wine” (Lacoste 2015: 90). The large vineyards introduced varieties, oak vats, French technology and brought in enologists, like René F. Le Feuvre, professor of the Quinta Normal de Agricultura, whose slogan was “making Chile the France of South America”. Their efforts standardized production, displacing the traditional wines in the national market (Briones, 2006). The import substitution industrialization policies after the second world war, promoted that these great vineyards covered domestic demand. After the Coup d’état in 1973, in the framework of the liberalizing reforms, the industry did an about turn to exports: by 1999 Chile exported 80% of its production and by 2004 was the fifth largest producer in the world. This led to a new modernizing and strongly concentrated wave that would encourage the connection of peasant wine production and the larger industry as grape providers (Crowley, 2000). In 1995, the regulations would accept wine production of table grapes (Ministry of Agriculture, 1995); with this the grapes of non-wine production enter the market, even fruit waste, bringing down the prices paid to suppliers (Letelier & Bustos, 2005). By 2014, the total surface area of wine production vines was 137,593 hectares. Exports for 2017 reached US$1,520.2 million, concentrated in three companies (Lima, 2015 Itata Valleys. That is to say, the concentration of exports is based on a small-scale wine production linked to the large industry through intermediaries that stores grapes and wine from small producers.

Thus, the major trends of domestic wine production can be summarized into: (1) a long background that harks back to colonial times; (2) a trend towards the francization of varieties and wine production styles, led by the large vineyards and government programs, and dynamized by a Europeanizing consumption; (3) segmentation between the small peasant production, that privileges the pais grape and follows traditional methods; and the industrial large scale industrial wine production, concentrator and homogenizer, both segments linked, unequally, through intermediaries; and a (4) growing integration with the international market.). This contrasts with that 64% of vine production takes place on sites under 5 hectares, mainly located in the Maule and

THEORETICAL FRAMEWORK

RELATIONAL WORLDS, TERROIR AND PEASANT ECONOMIES

We see the territory starting from some conceptual tools of political ecology and rural sociology, in particular the categories of socio-natural co-construction and the analysis of peasant economies. Wine, like few products, reflects the socio-material pairing beneath it. Soil and climate, knowledge, practices and material culture are expressed in the aroma, texture and taste: the terroir. In recent years, some authors (Escobar, 1996, 2010; Latour, 1991) have modeled the interdependence, co-construction and coevolution between the social and the natural, understanding that natural, technological and human entities are linked in complex interrelations. A priori, these interrelations are symmetric and constitute the world we live in (Callon & Law, 1997; Murdoch, 2001; Latour, 2004). In this way, nature and culture do not appear as binary opposites, nor is the existence of a single nature assumed. On the contrary, the diversity of human discourses and practices are expressed in diverse socio-natures, even diverse ontologies, they connect players and processes in distributed and relational agencies (Escobar, 2016). From this vision, the things and the beings are their relations.

The landscape and its organoleptic expression, the terroir, are examples of this coordinated enaction. The landscape is the relationship between natural, historic and cultural aspects, reflecting the identity of the group that collectively builds it (Duhart, 2011), and the terroir synthesizes flavor and place. This, a combination of environmental (soil, climate, altitude, sun exposure, drainage, slopes, etc.) and cultural characteristics (tradition, knowledge, techniques, tools and procedures) which produce flavor and quality: the product represents and sells the place (Kaldjian, 2009). As such it can be a constructivist ensemble or be trapped in a fundamentalist prison. To overcome essentialism, Kaldjian (2009) states that, ‘terroir’ is there, but it is not there’ (p. 250), it exists only as a construction or collective agency for the experimentation, design and circulation of socio-natural commons.

Terroir is expressed in the different denominations of origin as exercises of the attribution of socially built quality (Zhao, 2005). This exercise can be made problematic by its silence regarding work matters, and laws (McIntyre, 2017) and due to the hiding of less visible social relations: a same territory may house diverse socioenvironmental ensembles, more and less fair and sustainable, that remain hidden under the territorial appeal. In Chile, the wines of peasant agriculture are appealing more and more to differentiated territorial identities to make their valleys and varieties visible, while the large-scale wine industry has identified in the denominations of origin, a new market niche.

Therefore, terroir makes a difference. For Escobar (2016), facing modern homogenization, we can see alternative spaces like the peasant economies, with their own rationalities and practices, that represent exercises of ontological and economic difference. Chayanov (1975) described them at the dawn of the 20th century, as spaces organized by the needs of the family cycle, and able to efficiently use the available socioecological resources. For the modernizing approaches, said practices are “relegated to remote places in history” (Van der Ploeg, 2010, p. 39); however, in these practices there is an increasing recognition as keys for the survival and adaptation of country folk. Van der Ploeg (2010) defines the peasant condition, in old and new peasants, focused on two concepts: autonomy – flexibility, mobility and independence – and coproduction between being human nature – continuous interaction and mutual transformation-. Their production process is, in this way, a whole that recreates and improves the natural and social resources, expanding the natural, genetic and cultural heritage, based on the socioecological knowledge of the territory, the intensive use of the resources, and strategies of pluri-activity, reciprocity, flexibility and risk control. The cases analyzed, mix of traditional families and children of country folk who return from urban experiences, and new rural inhabitants, constitute the new peasants described by Van der Ploeg who build autonomy in a mutual transformation process with their territory from a space of economic difference (Gibson-Graham, 2006).

METHODOLOGY

The research approach was qualitative, applying two techniques: an individual interview and participative social mapping. The interview is an open and flexible conversational exercise, that collects the discourse of informants, with their emerging points of view. 26 interviews were made with wine producers and leaders in the three valleys. These discussed about the productive, economic and cultural characteristics of the activity, their context and their projections. Alongside this, 4 social maps were developed: two in the Itata Valley, one in Lontué and one in Marga- Marga, which were prepared through a participative work with members from the main wine production organizations. Each one, began by establishing agreements with local leaders to define goals, images, scales and icons of the map. Then, two mapping sessions, the first works with the current territory, lived by its inhabitants. For this, the economic points of reference, the productive potentialities and the socio-spatial conflicts are identified. In the second session, the map is presented and validated, and work is done regarding the imagination of future desired and possible territorialities, using a form of dream map. Subsequent validation sessions allowed taking the information deeper through collective debate and dialog. The maps were reworked as artistic products to underline the subjective and spoken nature of the mapping process and to give back to the communities an attractive and useful graphical product for their own processes (see Figures 1, 2, 3 and 4)[11]. The interviews and discussions of the social mapping processes were recorded, transcribed and subject to content analysis. All the statements of this document, are based on this analysis exercise.


Figure 1
Caupolican Cooperative Map.
An broader and broken down version of this map was published in Cid-Aguayo (2019) Full version of the Atlas in: http://otraseconomias.cl/atlas-ilustrado-territorios-rurales/.


Figure 2
Marga Marga Cooperative Map.
An broader and broken down version of this map was published in Cid-Aguayo (2019). Full version of the Atlas in: http://otraseconomias.cl/atlas-ilustrado-territorios-rurales/.


Figure 3
Ecoparras Map.
An broader and broken down version of this map was published in Cid-Aguayo (2019). Full version of the Atlas in: http://otraseconomias.cl/atlas-ilustrado-territorios-rurales/.


Figura 4
COPABIO and Viñateras Bravas del Itata Map.
An broader and broken down version of this map was published in Cid-Aguayo (2019). Full version of the Atlas in: http://otraseconomias.cl/atlas-ilustrado-territorios-rurales/.

RESULTS

THE OTHER CHILEAN WINES: CASE STUDIES

Chilean wine production is a scenario of dispute between a standardized, greatly concentrated and expanding industry, and trends towards the diversification of production, like the revaluation of heritage products (Lacoste et at., 2015) and fair trade (Malo & Mori, 2003). In this way, there are other ways of making wine that build other landscapes; of which we reveal three experiences here in the Itata, Lontué and Marga Marga Valleys.

The Itata Valley is a traditional peasant wine production area that harks back to the colonial Jesuit production in the Cucha-Cucha Hacienda. Ledesmas (2018, in Henríquez, 2018) points out that in the area, 26 different heritage varieties are grown, like pais, muscatel, cargadora and San Francisco. The Farming Census (2007) registers more than 5,000 producers with less than 5 hectares of property and 1 hectare of vines. The geographic distance and the small property structure safeguarded a traditional wine production of pipeño and asoleado wines, on the margins of the modernization and francization processes of large-scale properties in the central valley. Currently the production continues to be led by small producers, organized into different associations. In particular, we work with three organizations: CopaBio, EcoParras and Viñateras Bravas del Itata. Only some producers effectively make domestic and collective wine production with differing degrees of technification, and their insertion in the markets is diverse: grape sales to large companies, bulk wine production for its direct sale and premium wine bottling production.

In the Lontué Valley in the Province of Curicó, the Caupolican Cooperative is an associativity experience between peasant producers, inherited from the agrarian reform process, whose purpose is to mutually protect themselves against the ups and downs of the market and to obtain fair, sustainable and regular prices[12]. Since 2009, supported by a public-private support network, Caupolican produces collectively, being certified as a Fair-Trade Small Producers Organization, which lets them export to Europe. Today, the Cooperative, comprises 13 male and 5 female members which together work 84.5 hectares.

The Marga-Marga Wine Production Cooperative is an associative wine production on the fringes of the Casablanca Valley, in the region of Valparaíso, that groups 7 families. This cooperative looks to increase the number of members, productively recover the vineyards, overhaul productive practices and traditional trades and reposition natural wine as their own.

SOCIO-TERRITORIAL PROBLEMS IN THE CASE STUDIES

All these experiences narrate a set of cross-sectional socio-territorial problems. First, the role of large wine production, a “selfish giant” in the words of some leaders. Small production has maintained an articulation, through intermediaries, with the large-scale wine industry, selling them grapes and must, which has grown as the industry has cornered the cheap wines market (in tetra pack boxes), displacing the sale of bulk wines. The conditions of this relationship have been problematic. In the Itata Valley, for example, in the 90s, the companies paid excellent prices, leading many producers to abandon wine production and specialize in grape sales, which would have led to abandoning the casks, tubs and barrels, damaging them because of this: “they opened up”. Later the grape price fell to the point of not covering production costs and without a possibility to return to the old trade. Also, in Marga-Marga, given the proximity to the industrial wine production plantations, the stories report (1) a widespread use of pesticides that affect their ecological production; and (2) the industrial commercial enclosure for the small organic producers. In the Lontué Valley, the large-scale wine production industry competes with small vineyards in the labor and transport service market, increasing the cooperative’s costs.

A second element, are the diverse dynamics of territorial expulsion. The forestry industry of introduced species is a large producer of the landscape in the Itata and Marga-Marga Valleys. Not only do they occupy extensive areas of land, but land monopolization practices are also attributed to them, as well as blaming them for the drop in underground water levels and in local biodiversity, affecting the terroir of the wine. According to the producers, the proximity to eucalyptus plantations would imprint a minty flavor on the wine and the emissions of the paper mills would damage their quality. Forestry is also associated to major fires in 2011 and 2016, which report significant losses in the amount and quality of the annual grape production, and permanent losses, with the burning down of wineries and the loss of centennial vines.

In the Marga-Marga Valley, urban expansion increases land prices and exercises pressure on wine production lands. In the Lontué Valley, the expulsion dynamics are provided by competition between vineyards and export crops like cherries for the land, labor and transport services. More recently, the wine production industry would also be exercising territorial pressure, in the context of climate change and the heritage process of varieties. The change in temperature and rainfall patterns could be making the traditionally less appreciated southern valleys more attractive and the revaluation of the pais, cinsault and muscatel varieties, make the centennial peasant vines more appealing.

Apart from the conflicts with players who pressure and displace the peasant wine trade, the weakening and impoverishment of rural communities reduce their wine production capacity. The aging and emigration of the young, deprive productive units of help for certain tasks like weeding and harvesting; and these are related to loss of trades and knowledge associated to barrel-making and horse-drawn ploughing. Particularly relevant is the loss of wine production infrastructure seen in the three valleys.

In the Itata, this has suffered from aging due to disuse and damage associated to earthquakes; “two years of not using the casks, they open up and are of no use”[13]. As a result, only some families produce on a commercial scale, and are forced to sell grapes to the large companies. The Caupolican cooperative outsources wine production services, which is not only troublesome, but also complicates traceability and control of the process. The Marga-Marga Cooperative also leases infrastructure and wine cellars, sacrificing autonomy.

Finally, the State is pointed to as a problematic player in several ways. In regulatory terms, producers consider the tools to regulate the monopsonic position of the large vineyards as grape buyers as insufficient. In terms of incentives, support for infrastructure, cellars and casks, is considered insufficient, and the technical advice, not really pertinent and homogenizing. They see that “the technical staff make wine from chemicals" [14] and disrespect the differential knowledge and practices of the peasants. So, it is perceived that the State favors large industry, facilitating access to raw materials at low costs, through the production chains.

WINE PRODUCTION AND SOCIOECOLOGICAL PRODUCTION OF THE TERRITORY: TRANSFORMATIVE ECOPOLITICS

The three valleys represent a small scale, sustainable peasant wine production proposal in territories traversed by conflicts. In this section, we will focus on their practices to produce a sustainable wine production and a socially, economic and ecologically diverse, balanced and sustainable territory.

In each valley, wine production benefits from favorable ecological conditions that produce their distinct aspects. In Marga-Marga, the presence of sclerophyllous forests and the coastal influence that regulates temperature and humidity for a slow maturation, results in wines with fruity flavors and balanced acidity. In the Lontúe Valley, an important thermal amplitude favors the growing of white varieties. In the Itata Valley, the social mapping exercises showed how small variations in topography have produced differentiated wines. Higher, sunnier sectors with greater drainage, provide wines denominated as “reds”, “spirituous”, with a high alcoholic content, thick, very dry or very sweet; and low valleys, with less sun exposure, more humidity and coastal influence, permit “green”, “fresh”, “fruity” and “light” wines[15]. The knowledge of the territory showed being so intimate that on the maps, specific slopes where certain wines are produced, were identified. The wine-makers in this way acknowledge the territory and terroir relationship, and their production practices aim to recreate and improve this landscape.

Their production proposals look to recover traditional varieties that even come from the colonial period, like Pais, Moscatel de Alejandria, Torontel, Italia, San Francisco and Cargadora, Tintorera or Cinsault, Pastilla del Belloto, Rosa de Curtidilla, Rosa Frutilla, Blanca Italia and Cristal, all made invisible by the standardization of large industry. Some of these ecotypes, have co-evolved with their territory, attaining such a rusticity that they are resistant to droughts and plagues, making many agrochemicals superfluous. This is expressed in the elaboration itself of the natural wines, as the grapes capture the environmental microbiota, making the addition of yeast unnecessary, in such a way that the wine reflects the biological diversity of the place.

The sale of grapes and wine allows these small producers to obtain autonomy and economic sustainability to dynamize a complex production system. The recovery of traditional practices that allow reducing the dependence on external, usually expensive supplies, is strategic for this. The search and care of vines with greater resistance and traditional forms of production, relevant for the socioecological reproduction of the territory, is key in this point. For example, the use of pruning as fertilizer allows enrichening the soils; weeding using a horse-drawn plough (instead of using glyphosate) looks after the soil, it allows the existence of accompanying flora and fauna, and breaks it up to make better use of the rainwater: “where there are ploughed vineyards, the aquifers are better" [16]. These traditional practices are resignified from new languages: they speak of agroecology, biodynamic practices, while at the same time, the “spirit of the wine" [17] is understood. These processes, which are not homogeneous, constitute a common horizon. In more general terms, grape production constitutes a frontier to forestry, urban and fruit and vegetable single crop expansion. The profitability that it offers allows small producers to keep their land and maintain their form of production; preventing selling it to forestry companies, for summer houses or for urban development.

There is also an effort to recover traditional forms of wine production, in dialog with modern forms. Facing a French influenced enologist from the large-scale industry, who colonizes flavors and involves small producers through technology transfer, these winemakers recover lost practices and trades. Their wine production practices transit from strictly traditional, milling by foot, leather winepresses, maturation in casks, to modern, to create in their words: “honest wines, pure grape juice, without chemical additives, enological corrections or water” compared to the industry enologists that “transform water to wine” and produce standardized wines “that always taste the same”. It is expected that the wine “is made in the old-fashioned ways… stepping on it”, “a peasant wine”, that “tastes of the place and the year it is made” and that “evolves in the bottle”. Thus, away from the intervened and external handling of experts that “manufacture wine” following enological methods[18], each family that produces, practices and safeguards a wine with identity and authorship.

Finally, it is relevant to note the processes of associativity and cooperation of these experiences. They all have a history of informal cooperation, “paying back favors”[19] in pruning, wine harvests and common problems, and recently experience a cycle of cooperativism that formalizes these practices. Ecoparra constitutes an exercise of collective gathering and wine production to improve bulk wine prices. Copabio, Viñateras Bravas and Marga Marga are also exercises of symmetric associativity among producers. The Caupolican Cooperative, created in 2018, is founded on the experience of two Agrarian Reform settlements, with a history of neighbors and reciprocity, as well as sectors of “common goods” in use: corral, church, football pitch, rural hospital and school.

ECONOMIC STRATEGIES TO HAVE A SHARE IN THE MARKET

Access to markets is critical for these experiences, as the distribution is concentrated by large companies and the local consumption niche is limited. The exercises described show a variety of strategies for this:

1. Strategies to confront the industry on grape prices: The wine-making organizations present political strategies to report and confront the monopsonic practices of the industry with the grape suppliers. In particular, they appeal to the competition regulations of the current regulatory framework; the Wine-makers Federation, have exercised political pressure with street demonstrations, like the destruction and gifting of grapes and wine, and have presented demands to the National Economic Prosecutor about abuse of a dominant position. They also denounce the regulatory context that allows the addition of a percentage of water in the wine and the use of table vines.

2. Strategies of addition and autonomous collection centers: The sale of grapes and bulk wine individually prevents the producers from improving their market position. Ecoparras, Copabio and the Caupolican Cooperative form collection centers to generate a selling power that is capable of obtaining better prices with the industry, suppliers and the external market. These strategies require a high degree of trust and internal control systems, as it is vulnerable to intra-organization fraud, like the delivery of grapes or wine of a lower quality or alcoholic content.

3. Development of signature wines: This is the route taken by several producers, individually and collectively, in Itata and Marga Marga, to add value to the agroecological crop and artisanal wine production as a product of terroir. These wines are sold directly and in festivities to minimize intermediaries and build direct relationships. This strategy has, as a limitation, the size of local markets, in the words of a winemaker “we are flooding the bottle market" [20]; the challenge is to build, in this way, a specific niche of the heritage, and natural. An example of this strategy is the social winetasting that the Marga-Marga cooperative organizes to bring the consumer closer to local wine production.

4. Specialized export: the difficulties of the internal market lead some organizations to export in natural wine or fair-trade niche markets. The National Fair-Trade Coordinator, facilitates a trade channel with an English cooperative that buys wine in bulk, bottling and selling them at their destination with their own brand. The export strategy allows the organizations to expand the market and obtain better prices but, at the same time, is perceived by some of their leaders, as going against the challenge of reducing the ecological footprint and densification of local economies.

Each one of these strategies involves an exercise of associativity and of political organization of the markets to allow the entry of fewer producers. However, this variety of strategies reflects different political positions. The first, appeals to political organization and market principles, demanding justice from its own rules. The collection centers have a less political nature, they do not oppose the industry, but rather appeal to economic addition, aspiring to building negotiation capacity and cost leadership by horizontal coordination between producers to face the oligopsony of grape purchasing powers. The closest space to the building of autonomy is providing specific niches that value the terroir, as the Marga Marga cooperative and some winegrowers of the Itata Valley have done.

CONCLUSIONS

Summarizing, wine production is a scenario hegemonized by agroindustry, but also one in dispute. The “other Chilean wines” represent spaces of territorial economic and socioecological sustainability that survive in a scenario of tension. Urban, forestry and fruit and vegetable expansion and the large wine industry and its commercial dynamics build a problematic setting. Small wine production faces the unilateral management of grape prices, a productivity-based model and diverse forms of territorial and economic pressure. They respond to this with productive proposals based on the heritage recovery of traditional practices and ecotypes and with a sustainable relationship with their territory based on the coevolution between the human community, the place, the variety and even the local microbiota. In this way, efforts are made to recover peasant trades, maintaining a production system with few external supplies and a means of understanding production that prioritizes building territory. These experiences face a wine consumption that has endured major colonization processes, that marginalize more rustic or working-class wines, appealing towards recovering the taste for a local wine, with diverse flavors and the result of the interaction of the natural conditions and the territories. Despite that not all these experiences are formal cooperatives, the formal and informal associativity is key. Their participation in the markets, essential for their survival, involves an exercise of associativity that seeks to influence the social organization of the markets. This is done through strategies that express different political positions, appealing to social mobilization, economic additions and building autonomy through the construction of niches.

These experiences call to reflect about the coevolution between an eco-territory, peasant practices of grape growing and wine production, the traditional varieties, especially the pais, and a bacterial complex, that lives in the varieties, in the place and in the hands and feet of its producers, that leads to the characteristic fermentation, making the addition of yeast unnecessary. Here we actually have the synthesis of a terroir based on favorable ecological conditions and productive practices that care for and rebuild said landscape (like the care of the land with manual ploughing and natural fertilizing practices, and the care of forests), and in reproducing the traditional varieties that have coevolved in the place. This ensemble of practices, variety, territory and bacteria, allows the construction of strategies that reduce the multiple dependencies of the peasant economies, to debt, to the State, to the supplies, to the price of grapes, etc., and dreaming with autonomy strategies. This ensemble also allows the existence of a territory of difference, where grape production and wine preparation constitute a frontier to the homogenizing expansion of the forestry companies in the Itata and the urban one in Valparaíso.

We close this document by revisiting our hypothesis that these initiatives contribute to ecological diversity, equality and sustainability. The stories presented are multiple exercises of diversity; of varieties, of techniques, of flavors and even microbiological. They represent the possibility of safeguarding other forms of living and producing the territories, facing the homogenization of the industries that fight for them. They represent stories of sustainability in the use of territorial resources, adapted to situations of water shortage, and dedicated to land conservation. Finally, they contribute to maintaining the old and new family peasant agriculture, densifying local economies and vindicating the fair price for the producer.

Their wines are from a unique terroir, that contain their flavor and texture, traces of a socio-natural process that synthesizes a respectful and co-productive relationship with the environment and a cultural tradition that learns, adapt and coevolves with its territory. In this way, they dialog with the growing trend of accessing more natural products, of ethical production and territorial identity, where what was previously considered backward, is now considered valuable. This represents an opportunity for these producers, but also a possible space of conflict with industrial wine production. This because, as the path of other niche products has shown, starting from a minimalist or entirely simulated imitation of traditional practices, industrial wine production can occupy these demand niches, without directly benefitting the producers. Thus, there is a renewed risk of symbolic and material colonization, through which the industry makes use of denominations of origin, and generates products under this label where the traditional practices, processes and knowledge of small wine production are attributed. It is relevant here to strategically and ethically address the matter of effectively and systematically linking local producers and sensitive consumers to these processes. In this regard, there have been experimentation exercises of direct visits of organized consumers to the vineyards, social winetasting, and the so-called clandestine winetasting held in houses of strategic consumers.

Agradecimientos

Este artículo se desarrolló en el marco del proyecto Fondecyt Regular N°1190020 “Comunalización y Heterogeneidades Económicas: espacio de diálogo en torno a casos en el centro sur de Chile” y Fondecyt de Iniciación: Nº11170232. Participaron como colaboradores en la redacción de este artículo Nelson Varroza Athens e Isidora Troncoso.

This article was developed within the framework of the Fondecyt Regular project N°1190020 “Communalization and Economic Heterogeneties: space for dialog about central-southern Chile” and Fondecyt Initiation: N°11170232. Nelson Varroza Athens and Isidora Troncoso took part as collaborators in the writing of this article.

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Notas

[1] Una versión ampliada y desagregadas de estos mapas fue publicada en Cid-Aguayo (2019).
[2] En entrevista realizada el año 2019.
[3] Dirigente de ECOPARRA, en entrevista del año 2019.
[4] Dirigente de COPABIO, en entrevista del año 2019.
[5] Entrevista dirigente de ECOPARRA, 2019.
[6] Entrevista dirigente de ECOPARRA, 2019.
[7] Entrevista dirigente Cooperativa Marga-Marga, 2019.
[8] Extractos de entrevista a dirigente de COPABIO, 2019.
[9] Entrevista dirigente Cooperativa Marga-Marga, 2019.
[10] Entrevista dirigente de ECOPARRA, 2019.
[11] An broader and broken down version of this map was published in Cid-Aguayo (2019).
[12] In interview made in 2019.
[13] ECOPARRA Leader, in interview in 2019.
[14] COPABIO Leader, in interview in 2019.
[15] ECOPARRA leader, in interview in 2019.
[16] ECOPARRA leader, interview in 2019.
[17] Marga-Marga Cooperative leader, interview in 2019.
[18] Extracts of interview with COPABIO leader, 2019.
[19] Marga-Marga Cooperative leader, interview in 2019.
[20] ECOPARRA leader, interview in 2019.


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