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Las caravanas migrantes como estrategia de movilidad y espacio de protección, autonomía y solidaridad para los adolescentes centroamericanos
Valentina Glockner Fagetti
Valentina Glockner Fagetti
Las caravanas migrantes como estrategia de movilidad y espacio de protección, autonomía y solidaridad para los adolescentes centroamericanos
Migrant Caravans as Strategy of Mobility and Space of Protection, Autonomy and Solidarity for Central American Youth
Iberoforum. Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana, vol. XIV, núm. 27, pp. 145-174, 2019
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
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Resumen: El presente artículo ofrece una reflexión basada en la experiencia de dos adolescentes de 17 y 15 años de edad que, viajando con la caravana centroamericana, fueron detenidos a finales de 2018 por agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) y trasladados a un albergue gubernamental en la ciudad de Hermosillo. El texto busca cumplir dos objetivos centrales: el primero, dar cuenta de sus experiencias de movilidad como parte de la segunda gran caravana migrante que transitó por México en 2018, así como de las distintas estrategias de protección, socialización, comunicación y resistencia que les fue posible desarrollar como miembros del éxodo migrante. Con ello se busca reflexionar sobre lo que las caravanas nos permiten aprender acerca de la capacidad y la participación de los adolescentes en estas nuevas estrategias de movilidad, las cuales revelan importantes arenas para el ejercicio de la agencia y la solidaridad colectiva. En segunda instancia, se busca ofrecer una reflexión sobre las implicaciones y el papel que académicas, activistas y miembros de la sociedad civil jugamos al establecer un proceso colaborativo para defender el derecho a migrar de estos dos adolescentes.

Palabras clave:niñez y adolescencia migranteniñez y adolescencia migrante,adolescentes migrantes no acompañadosadolescentes migrantes no acompañados,detención de adolescentes migrantesdetención de adolescentes migrantes,derecho a migrarderecho a migrar,agenciaagencia.

Abstract: The article offers a reflection based on the experience of two boys aged 17 and 15 who traveling with the Central American caravan through Mexico, were arrested by immigration agents and transferred to a government shelter in the city of Hermosillo, in the northwest part of Mexico. The text seeks to present an account of their mobility experiences, as well as of the different strategies of protection, socialization, communication and resistance they were able to develop as members of the caravan. The aim is to reflect on what caravans allow us to learn about the participation of adolescents in new mobility phenomenons such as this, and on what this tells us about the exercise of agency and collective solidarity.

Keywords: migrant children and adolescents, unaccompanied (im)migrant adolescents, detention of (im)migrant adolescents, right to migrate, agency.

Carátula del artículo

Las caravanas migrantes como estrategia de movilidad y espacio de protección, autonomía y solidaridad para los adolescentes centroamericanos

Migrant Caravans as Strategy of Mobility and Space of Protection, Autonomy and Solidarity for Central American Youth

Valentina Glockner Fagetti
El Colegio de Sonora, México
Iberoforum. Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana, vol. XIV, núm. 27, pp. 145-174, 2019
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
Introducción

El presente artículo ofrece una reflexión basada en la experiencia de Norman y Edilson,[1] dos adolescentes de 17 y 15 años de edad que viajando con la caravana centroamericana fueron detenidos a finales de 2018 por agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) para ser trasladados a la estación migratoria de Hermosillo y luego a un albergue gubernamental. El texto busca cumplir dos objetivos centrales: el primero, dar cuenta de sus experiencias de movilidad como parte de la segunda caravana migrante que transitó por México en 2018, así como de sus distintas estrategias de protección, socialización, comunicación y resistencia frente a los procesos de detención y posible deportación. Con ello se busca reflexionar sobre lo que las caravanas nos permiten aprender acerca de la participación de los adolescentes en estas nuevas estrategias de movilidad, las cuales nos revelan importantes arenas para el ejercicio de la agencia y la solidaridad colectiva. En segunda instancia, se busca ofrecer una reflexión sobre las implicaciones y el papel que académicas, activistas y miembros de la sociedad civil jugamos al establecer un proceso colaborativo para defender el derecho a migrar de Norman y Edilson.

Dada la proximidad temporal tanto de los sucesos documentados como de la presencia de las caravanas migrantes en la región de estudio, se presenta un texto de tipo etnográfico, cuya finalidad no es ofrecer conclusiones finales ni establecer un análisis determinante, sino explorar líneas de reflexión que se consideran importantes para entender la relación entre las caravanas como estrategias de movilidad, y la agencia y participación de los adolescentes que las integran.

Nota metodológica

El proceso de acompañamiento y defensa de Norman y Edilson tuvo lugar desde mediados de noviembre de 2018, cuando dos autobuses de la caravana fueron detenidos por el INM a las afueras de Hermosillo, y hasta los primeros días de enero de 2019, cuando, finalmente, pudieron llegar hasta la frontera de Sonora-Arizona para presentarse ante los oficiales del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos y solicitar refugio como menores migrantes no acompañados en necesidad de protección internacional. Después de pasar un periodo de cuatro y dos meses, respectivamente, en un albergue para menores migrantes no acompañados en la ciudad de Houston, Texas, ambos se encuentran actualmente reunidos con sus familiares en Estados Unidos para continuar con el proceso de cortes migratorias y solicitud de refugio.

La documentación que llevé a cabo con Norman y Edilson mientras ellos se encontraban en santuario en una iglesia de la ciudad formó parte del proceso de denuncia y defensa que fue posible sostener sólo gracias a la enorme y vital solidaridad, contactos, asesoría y apoyo de una amplia red de activistas de organizaciones civiles y religiosas, colegas académicos, amigos, familiares, abogadas pro bono, estudiantes y jóvenes en ambos lados de la frontera de Sonora y Arizona, así como en otras ciudades de México. Esta red se formó de manera solidaria y espontánea para responder a su necesidad de ayuda y defensa. En determinado momento, este valioso apoyo se tradujo también en ayuda económica, cuando el hermano de 19 años de Edilson fue atacado nuevamente por las maras y estuvo expuesto a morir. En esa ocasión, la atención y solidaridad de una red de personas involucradas directa e indirectamente en el proceso de tránsito de la caravana migrante y que estaban prontas para ayudar, fue crucial para reunir dinero que pudimos enviar a la familia de Edilson en Honduras y contribuir en el tratamiento de su hermano, quien como consecuencia del ataque perdió un riñón y quedó con serios problemas de movilidad en las piernas. Se presenta un documento como éste desde la convicción de que es necesario producir formas de documentación que posibiliten la construcción de una memoria del presente sobre temas emergentes, cruciales y “urgentes” para los cuales quizás no tenemos todavía todas las herramientas analíticas necesarias, como es el caso de las llamadas caravanas migrantes. Sin embargo, es fundamental idear estrategias para registrar los saberes, las voces, la participación y el protagonismo de niñas, niños y adolescentes como actores fundamentales y con experiencias enormemente complejas y diversas dentro de fenómenos y dinámicas migratorias emergentes como las caravanas. Esto se vuelve todavía más importante en el contexto de los violentos regímenes de control migratorio actuales que, con toda intención de atemorizar y castigar a las poblaciones migrantes, se centran en la detención, separación y deportación de miles de niñas, niños y adolescentes en situación de movilidad forzada. En consonancia con estos planteamientos, recupero la propuesta epistemológica y metodológica de Alicia Re Cruz (2018), acerca de que en una era en la que las políticas migratorias ponen en riesgo la vida y la seguridad de migrantes y refugiados, la antropología debe servir como un instrumento para la construcción de justicia social. Es en este marco de trabajo y de apuesta política desde la academia que el testimonio cobra una enorme relevancia como herramienta para revelar “la subordinación y opresión sistemática, al mismo tiempo que da forma a la voz revestida de agencia y de resistencia” (2018: 206).

Asimismo, este esfuerzo de documentación surge de la convicción de que es imperativo desmontar los prejuicios disciplinarios que todavía sostienen que es necesario mantener intactas las fronteras entre el quehacer académico y el “activismo”, y porque creo que es fundamental que quienes trabajamos con niñas, niños y adolescentes migrantes (NNA), y como hacen ya muchos colegas desde otros campos (Leyva Solano et al. 2015), produzcamos formas concretas de conjuntar críticamente nuestra labor académica con las tareas propias de la defensa de los derechos humanos de los migrantes. La antropología pública y la investigación-acción son importantes plataformas para la construcción de propuestas y arenas de encuentro para trabajar en una cercanía crítica y muy necesaria con la sociedad civil, las familias, las comunidades y las instituciones gubernamentales.

Esto, si bien implica supeditar los objetivos de investigación o documentación a los fines y necesidades de la defensa, bienestar y protección de las NNA migrantes, es justamente ahí donde yacen también el potencial y la relevancia epistemológica y metodológica de un quehacer académico como éste. En el caso del presente ejercicio en concreto, en primer lugar, se privilegiaron la privacidad y el anonimato de los dos adolescentes, por lo cual se omiten detalles que podrían ponerles en riesgo a ellos, así como a quienes participamos en el proceso de defensa, y se privilegiaron las necesidades que ellos y sus familiares determinaron como primordiales. El ejercicio de documentación surgió como parte del ejercicio de defensa y en este caso está orientado a destacar la participación y el protagonismo de los adolescentes en la caravana, así como a dar cuenta de su capacidad de agencia, y las herramientas, oportunidades y posibilidades que esta estrategia migratoria les brinda a los adolescentes no acompañados.

En segundo lugar, el ejercicio de documentación busca dar cuenta de formas de violencia y sujeción que, aun cuando los adolescentes tienen derecho a la protección internacional, al empleo de alternativas a la detención y al principio universal de la no devolución, se siguen produciendo y reproduciendo al interior de las instituciones del Estado. Uno de los objetivos a posteriori de este ejercicio de documentación es establecer espacios de interlocución con los actores del Estado con los que ya nos encontramos trabajando con el fin de avanzar en dos vías: por una parte, hacia la descriminalización de las caravanas migrantes como estrategias colectivas que tienen causas sociales, políticas y económicas claras. En segunda instancia, avanzar en el reconocimiento y la comprensión de los distintos protagonismos y procesos de agencia que niñas, niños y adolescentes construyen y ejercen dentro de éste y otros flujos migratorios.

Una de las limitantes de este artículo es que permite mostrar con mayor profundidad solamente la experiencia de dos adolescentes varones, pues el acceso a las adolescentes mujeres que viajaban en la caravana y que también fueron detenidas fue imposible, dado que ellas no lograron salir del albergue gubernamental. En futuros ejercicios será muy importante recuperar sus experiencias y saberes, pues ciertamente existen cruciales diferencias de género en las posibilidades de movilidad y uso de los múltiples recursos disponibles. Otro aspecto fundamental a tomar en cuenta y que este artículo no aborda es la experiencia de los y las adolescentes de la comunidad LGBTTTIQ+, quienes conformaron un contingente nutrido y con una importante agencia política dentro de la primera caravana de 2018.

Los testimonios y el trabajo de documentación que aquí se presentan están enmarcados también en una experiencia más amplia que se remonta a inicios de 2018, con la llegada de la primera caravana migrante a la ciudad de Hermosillo.

Preludio caravanero

Hasta el 13 de octubre de 2018 migrar hacia los Estados Unidos había sido siempre una posibilidad para Norman,[2] de 17 años de edad. Una posibilidad que en ocasiones parecía atractiva, pero no necesariamente apremiante, pues él la sabía extremadamente peligrosa. Su vida de adolescente de clase media en una familia de provincia en Honduras, donde tenía acceso a educación, tiempo libre con sus amigos y a comodidades que suelen estar fuera del alcance de la mayoría de los jóvenes, hacía contrapeso a la idea de migrar y permitía postergar la decisión. Hasta que tuvo que enfrentarse a un par de intimidaciones e intentos de reclutamiento por parte de los güirros (muchachos) de la mara que controla su barrio.

[Antes de la caravana] sí había pensado salir, pero no estaba tan apresurado para venirme, pues estaba estudiando y todo, pero ya con eso que pasó, ya no tuve de otra que, pues, dejar la escuela y venirme en la caravana (Testimonio de Norman. Hermosillo, enero de 2019).

A Norman lo habían ido a buscar ya varias veces a la escuela para intentar forzarlo a introducir droga. Había llegado a esta escuela pública unos meses antes, pero había sido imposible pasar desapercibido; su condición de clase, su habla, su capital social y los conocimientos que traía al aula lo delataban. “A este güirro ya se le acabó la plata y vino a dar aquí, a la escuela de barrio”, decían sus compañeros. Los mareros lo siguieron cuando dejó la preparatoria pública para volver a la escuela privada donde asistía originalmente. Una tarde, cerca de ahí, lo sentenciaron. Si no estaba dispuesto a vender para ellos, entonces se tendría que unir a un grupo que robaba coches. Le avisaron que al día siguiente irían a buscarlo para “marcarlo” (tatuarlo).

Norman había estado escuchando incesantemente durante los días anteriores los anuncios de que una caravana de migrantes se estaba formando para cruzar hasta México y luego atravesar el país para alcanzar la frontera con los Estados Unidos. Lo había escuchado en la radio, en la escuela y en voces de los vecinos, pero, sobre todo, el mensaje era omnipresente en las redes sociales: Facebook y WhatsApp. Todos hablaban de eso. Algunos de sus compañeros habían incluso cambiado sus perfiles de WhatsApp para anunciar que se marchaban con la caravana que saldría en los días siguientes. Otros ya ni siquiera habían completado el proceso de inscripción en la escuela y no habían asistido a clases esa semana. Norman recuerda haber percibido un cierto aire de urgencia y euforia en el ambiente.

El día que le avisaron que lo marcarían para unirse a la mara, Norman entró en su casa, tomó una mochila, guardó un par de mudas de ropa, una gorra, los dos celulares que poseía, sus audífonos, una batería de respaldo y otras pertenencias. Le avisó a su papá que iría a visitar a su madre, que se encontraba en una ciudad vecina cuidando de su abuela y le pidió dinero con el pretexto de entregárselo. En casa le preguntaron a qué hora volvería y él respondió que no tardaría. En vez de dirigirse a casa de su abuela, Norman se dirigió a la Gran Central Metropolitana de San Pedro Sula. “En el camino yo veía señoras que entraban a sus casas, apagaban todo, cerraban y se salían con su maleta y sus hijos de la mano”. Cuando llegó a la central, le impresionó la cantidad de personas ahí reunidas. El ambiente de júbilo y de expectativa era ahora tangible. Esa misma madrugada la caravana de migrantes centroamericanos partió de San Pedro Sula con dirección a la frontera entre Guatemala y México.

Dos años antes de esta caravana, en la zona costera de Omoa Cortés, Honduras, Edilson dejó su casa para salvar su vida y se dirigió hacia la frontera con Guatemala. Fue el día en que miembros de la mara que querían saldar cuentas con su hermano, que entonces tenía 17 años, mataron a su papá. Él tenía 13 años. Por un periodo de casi dos años, Edilson se escondió con su hermano mayor en Guatemala, trabajando en todos los oficios que pudo encontrar: carpintero, herrero, cargador en el mercado, panadero y pescador. Cuando hacia finales de 2018 escuchó las noticias de que la caravana migrante ya se encontraba en Ciudad de Guatemala y avanzaba hacia la frontera con México, Edilson y su hermano ya tenían un par de meses temiendo que las maras estuvieran cerca de encontrarlos. Los habían visto en el barrio donde vivían y rondando sus lugares de trabajo. No lo pensaron mucho; unirse a la caravana era la única forma de cruzar a México sin ser identificados por los miembros de la pandilla que vigilan las fronteras en Centroamérica. Al día siguiente él y su hermano abordaron un autobús que les permitió alcanzar a la caravana que ya se aproximaba a la frontera entre Guatemala y México. Dos semanas después de que se unieron al éxodo migrante, el hermano, de 19 años, que había sido amenazado inicialmente y que había retornado a Omoa, fue atacado por la mara, recibió seis balazos que estuvieron a punto de acabar con su vida, lo hicieron perder un riñón y la movilidad parcial de una pierna.

Sin conocerse con anterioridad, sin saber que compartían el mismo éxodo, y que más adelante se convertirían en compañeros de una intensa experiencia en la que habrían de conjugarse los incipientes esfuerzos institucionales por proteger a niños, niñas y adolescentes migrantes y las manifestaciones más violentas de un modelo de gestión migratoria que castiga y criminaliza a los migrantes en su tránsito por México, Norman y Edilson viajaron juntos durante varias semanas como parte de la caravana de alrededor de tres mil migrantes que ingresó en México por la frontera sur el 19 de octubre de 2018.

Contexto de la migración de niñas, niños y adolescentes centroamericanos en tránsito por México

Desde que Barack Obama declarase una “crisis de niños migrantes no acompañados” en la frontera sur de su país en 2014, la migración de niñas, niños y adolescentes centroamericanos se ha mantenido como un tema más o menos constante en la agenda mediática y el interés público. No obstante, las dinámicas, rutas y estrategias migratorias que hacen posible el tránsito y el éxodo infantil y adolescente han sido lábiles y se han transformado considerablemente. Si bien excede a los objetivos de este artículo dar cuenta de los diversos componentes que conforman este tránsito y sus cambios a lo largo de los últimos años, es importante mencionar dos elementos clave: la puesta en marcha del Programa Frontera Sur, pocos días después del anuncio de Obama sobre la “crisis de menores migrantes”; y la segunda “crisis” de separación de familias en la frontera, provocada por las políticas de “cero tolerancia” del actual presidente Donald Trump.

A grandes rasgos, se puede decir que ambas políticas han exacerbado el régimen de detención y deportación de adultos y menores de edad que ya se venía aplicando tiempo atrás; que se ha colocado más presión sobre el gobierno mexicano para que sean sus autoridades quienes lleven a cabo las labores de detención y deportación; y que éstas han tenido un efecto desmedido en la población infantil y adolescente (Boggs, 2015; Castañeda, 2016). Las evidencias recabadas por los más importantes medios de comunicación y los periodistas de investigación muestran que las consecuencias de las violentas políticas de castigo y criminalización de la migración han tenido efectos desproporcionadamente duros en las niñas, niños y adolescentes migrantes y sus familias (Barry et al. 2018). Las cifras oficiales de este periodo dan cuenta no sólo de un aumento drástico en la cantidad de NNA centroamericanos que han dejado sus hogares solos y no acompañados para transitar por México; sino también que nuestro país ha respondido incrementando el número de detenciones y deportaciones.

Según las estadísticas de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación (Segob, 2016),

el flujo de extranjeros menores de edad presentados al Instituto Nacional de Migración muestra un incremento sistemático, desde 2010, sea en el grupo de 12 a 17 años o en el de menos de 12 años, cuyo monto se duplicó con creces entre 2011 y 2013.

Las estadísticas presentadas por el INM y la Segob (2016 y 2018) muestran que además de que se ha dado un aumento sostenido en el número de casos de detenciones y deportaciones desde México de niñas, niños y adolescentes (NNA) menores de 18 años desde 2010, este fenómeno experimentó un aumento récord en 2014, al pasar de 9,630 casos en 2013 a un total de 23,096. Esto es un aumento de 140%. Este aumento habría de repetirse en varios años sucesivos. Por ejemplo, en 2015 la cifra creció hasta alcanzar los 38,514 casos, es decir, 15,418 casos más respecto al año anterior, un aumento de 66% según las cifras oficiales. En 2016 también se volvió a dar un aumento que llegó a los 40,114 casos, la cifra más alta alcanzada hasta ahora y que representó un aumento de 1,600 casos respecto al año anterior. Esta tendencia se frenó en 2017, cuando descendió a cantidades menores a las de 2014, con 18,300 eventos registrados. No obstante, en 2018 se volvió a dar un repunte en la cantidad de eventos de NNA presentados ante autoridades migratorias, alcanzando los 31,717 eventos (Segob, 2018; Segob, 2016).

Las estadísticas gubernamentales muestran también que hasta 2016 los países del llamado “triángulo norte de Centroamérica”, Guatemala, Honduras y El Salvador, representaban 98% del total de menores migrantes extranjeros “presentados” ante las autoridades migratorias mexicanas (Segob, 2016), una dinámica que no ha perdido fuerza, pero que sí ha experimentado cambios importantes desde 2010. Por ejemplo, se destaca que durante 2015 el mayor número de NNA extranjeros detenidos por México eran de nacionalidad guatemalteca, mientras que en 2016 la presencia más relevante fue la de los NNA salvadoreños y en 2017, aunque la tendencia fue a la baja, nuevamente fueron los NNA guatemaltecos quienes ocuparon el primer lugar en las estadísticas. En cambio, fue en 2018 que los NNA hondureños superaron a los NNA de otras nacionalidades, pero apenas con una leve diferencia respecto al número de guatemaltecos, con 13,780 y 13,515 casos respectivamente.

Otra tendencia importante que es necesario mencionar es la proporción de NNA menores de 18 años que han viajado acompañados y no acompañados durante estos años. Según cifras oficiales presentadas por la Segob (2018), durante 2012 y 2013 se dieron las mayores cifras de NNA viajando no acompañados en su tránsito por México. Esto es sin la compañía de algún familiar o tutor adulto, o sin ningún acompañante adulto que pudiera acreditar legalmente algún tipo de parentesco o custodia. En ambos años, el porcentaje de NNA que fueron determinados como no-acompañados fue de 54.4% para 2012, y de 58.1% para 2013. A partir de entonces esa tendencia ha dado muestras de ir disminuyendo paulatinamente hasta alcanzar el nivel más bajo de NNA no acompañados en 2018, con un 32.8% del total de NNA extranjeros presentados ante el INM. En casi todos los años, el mayor número de NNA viajando no acompañados han sido guatemaltecos, seguidos por los hondureños.

Si bien no contamos con una explicación única y certera sobre qué podría estar contribuyendo a disminuir la cantidad de niñas, niños y adolescentes que viajan no acompañados, a partir de las observaciones en campo, se podrían señalar como posibles factores relacionados el efecto de desaliento sobre la migración infantil y adolescente no acompañada a raíz del endurecimiento de las políticas migratorias y las violentas prácticas de disuasión de la migración. Entre estas últimas se cuentan la suspensión del funcionamiento del tren La Bestia en ciertos tramos o la colocación de mallas, alambre de púas y otras barreras físicas en los puntos de abordaje, además del incremento de la vigilancia y el asedio por parte de guardias privados. Todas estas medidas desde luego han afectado también a la migración adulta y han añadido nuevos niveles de vulnerabilidad a toda la población migrante (Redodem, 2018).

También es posible decir que, aunque ha habido una disminución de los NNA migrantes no acompañados detenidos en México, se incrementó el flujo de familias con hijos menores de 18 años desde los países centroamericanos. Esto se puede pensar como resultado del recrudecimiento de las condiciones de extrema desigualdad y violencia que empujan al desplazamiento forzado a un número cada vez mayor de unidades familiares completas, y de que las familias están cada vez menos dispuestas a ver partir a sus hijos e hijas solos. Pero también se puede pensar a partir de la aparición de nuevas formas de movilidad que encuentran en la migración familiar una estrategia para incrementar las posibilidades de acceder a la protección internacional. Es precisamente en este contexto en el que la aparición y el auge de las movilizaciones multitudinarias y colectivas nombradas como “caravanas” y “éxodos” migrantes cobran todavía mayor relevancia.

La caravana como estrategia migratoria para niñas, niños y adolescentes

A pesar de no ser las primeras movilizaciones colectivas de migrantes centroamericanos, las caravanas de los años 2018 y 2019 han alcanzado una notoriedad mediática y política sin precedentes. En parte se debe a que estas caravanas convocaron a un número mayor de integrantes y conjuntaron liderazgos que han sabido usar los medios de comunicación. Pero también a las continuas reacciones del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien ha utilizado a las caravanas para justificar y promover su dura agenda antimigrante, captando aún más la atención de los medios de comunicación y la opinión pública.

Aquí nos interesa destacar la relevancia de las caravanas más recientes como una estrategia de movilidad particularmente relevante para niños, niñas y adolescentes que viajan acompañados, así como para los que viajan sin la compañía de familiares o tutores mayores de edad. Esta reflexión está basada en las experiencias de Norman y Edilson, pero también en las experiencias y testimonios de niños y niñas de entre ocho y 12 años de edad, y de varias madres que viajaban sólo en compañía de sus hijos pequeños, recopilados durante la estancia de las dos caravanas de gran tamaño que en 2018 transitaron por la ciudad de Hermosillo, en el estado de Sonora, México.

Durante 2018 hemos atestiguado la aparición y el tránsito de varias caravanas que comparten un componente particularmente relevante: están compuestas por un gran número de niñas, niños y adolescentes, una característica muy notable del fenómeno y que no pasó desapercibida para las distintas organizaciones civiles involucradas en el proceso de acogida y atención. Según conteos no oficiales realizados en Tapachula por organizaciones civiles y que circularon en ese momento por redes de apoyo e información se estimaba que NNA conformaban una tercera parte del grupo, y algunos referían que esta proporción era mayor. Más adelante, los medios de comunicación ofrecieron conteos que corroboraron este cálculo. Hacia finales de octubre la Casa del Migrante Saltillo refirió que de los 7,233 integrantes de la caravana, 2,377 eran NNA, es decir, una proporción del 33% (SinEmbargo, 2018). Asimismo, Unicef estimó que alrededor de 2,300 NNA viajaban en la segunda caravana de 2018 (efe, 2018). Por otra parte, a principios de este año, el INM dio a conocer que de las 8,247 personas que solicitaron la tarjeta de Visitante por Razones Humanitarias, 1,869 eran menores de edad, es decir, poco menos de 23% (Venegas, 2019).

La primera caravana que transitó y permaneció en la ciudad de Hermosillo a principios de 2018 evidenció que su relevancia como estrategia migratoria yacía no sólo en su visibilidad mediática, o en que ayudaba a resolver colectivamente las necesidades básicas de los migrantes como alimentación, hospedaje y protección, sino también en que se había convertido en crisol y potenciación de un fenómeno que, sin pasar desapercibido, ha venido transcurriendo durante los últimos años de manera soterrada y clandestina: el éxodo masivo de la juventud centroamericana, particularmente de sexo masculino (Varela Huerta, 2015).

A partir de las observaciones de campo, cabe decir que dentro de la importante presencia de NNA en las caravanas destaca la presencia de adolescentes (mayormente entre los 15 y 18 años de edad) que viajaban sin la compañía de un familiar adulto, y la presencia de bebés de edades que van entre los meses de vida y hasta los dos y tres años de edad. Un elemento fundamental que revelaron ésta y otras caravanas fue la enorme relevancia de esta estrategia colectiva para posibilitar la movilidad de familias con hijos pequeños, pero sobre todo de madres y abuelas que tenían a su cuidado a uno o varios hijos o nietos de edades lactantes y hasta la adolescencia temprana. Si bien no se puede decir que este tipo de actores fueran un grupo mayoritario dentro del éxodo, las conversaciones y entrevistas realizadas señalaron a la caravana como una estrategia crucial que había hecho posible lo que de otra manera parecía impensable: la migración y la huida.

Un ejemplo es el caso de una abuela que tenía a su cargo a una niña de 9 años y dos niños de 4 y 11 años respectivamente, que había salido de El Salvador huyendo luego de que sus nietos quedaron huérfanos a causa del asesinato de su hija a manos de las maras. Ella refería que antes de la caravana nunca se habría imaginado que tendría el valor de migrar sola con sus tres nietos y que tampoco hubiera visto posible otra alternativa, frente a la imposibilidad de reunir dinero suficiente para costear el servicio de coyotes para todos. Como parte de las ventajas que la movilidad colectiva le había brindado, durante el trayecto, ella había formado una alianza con dos madres más que también viajaban con hijos pequeños. Una de ellas, una jovencita hondureña, había iniciado el éxodo embarazada y había dado a luz a su primer hijo semanas antes; la tercera viajaba con cuatro hijos, todos menores de 12 años, luego de que las maras incendiaron su casa y asesinaron a su marido.

La alianza conformada por estas tres mujeres al interior de la propia caravana les posibilitó construir un ejercicio de movilidad colectiva basado en la solidaridad, el cuidado mutuo y el apoyo que no habrían podido encontrar ni siquiera al interior de sus grupos familiares. Ellas se encontraron gracias a la caravana y dentro de ésta construyeron su propio ejercicio de colaboración y colectividad que les permitió cuidar de los niños, captar mejor los escasos recursos disponibles: información, medicinas, consultas médicas, alimentación, etcétera; poder hacer las largas filas de espera representando a todo el grupo y sin someter a los niños a ese desgaste ni ponerlos en riesgo de perderse. Incluso les posibilitó ser más visibles y, por lo tanto, reconocidas y cuidadas por el grupo más grande, así como por las decenas de grupos de voluntarios que funcionaron para movilizar ayuda. Su meta, como la de muchos otros integrantes, era llegar juntas a Tijuana para solicitar refugio en los Estados Unidos. Por su parte, niñas y niños de este grupo se refirieron a la experiencia de la caravana como un viaje que, si bien les generó cansancio y temor en algunos momentos, también fue una experiencia que les permitió hacer un grupo de amigos/as con los que pudieron compartir los buenos y los malos ratos, y jugar durante las horas interminables del trayecto. Los niños/as refirieron sentirse cuidados y protegidos por las otras madres y también por los integrantes del grupo mayoritario.

Otro caso similar fue el de dos hermanas salvadoreñas, una de ellas todavía menor de edad, que viajaban en la caravana con dos bebés y un niño de alrededor de 3 años de edad. Ambas venían huyendo de contextos de violencia doméstica y conflictos relacionados con las pandillas en su comunidad de origen. Para ellas la caravana había significado también la posibilidad de encontrar un grupo de mujeres y hombres jóvenes que les ofrecían acompañamiento y protección física y emocional. Lazos de amistad y noviazgo se habían formado a lo largo de un trayecto que ya se había prolongado por casi un mes. Cuando arribaron a la ciudad de Hermosillo, las hermanas descendieron del tren La Bestia visiblemente agotadas física y emocionalmente. Los dos bebés y el niño pequeño venían enfermos, con fiebres de más de 39º de temperatura y el mayor de ellos tuvo que ser hospitalizado durante varios días.

En el caso de Norman y Edilson, la experiencia de sentirse más seguros y acompañados en el contexto de la caravana también fue una constante en sus testimonios y reflexiones. El factor de la protección y seguridad que les ofrece la migración colectiva había sido crucial no sólo como detonador de la decisión de emprender el tránsito de manera autónoma. Para Norman, quien estaba a unos meses de cumplir 18 años y no tenía ninguna experiencia previa de movilidad, la caravana representaba una oportunidad idónea para intentar alcanzar la frontera siendo todavía menor de edad y así tener mejores posibilidades de acceder al refugio en los Estados Unidos. Cuando los primeros amigos que conoció durante el viaje empezaron a cambiar de opinión y decidieron no continuar el viaje, el hecho de venir en un grupo más grande le dio los ánimos necesarios para seguir. Aunque si bien esto en sí mismo no guarda una diferencia sustancial con las experiencias de otros adolescentes que en el trayecto forman alianzas con otros jóvenes, para Norman la caravana representaba algo más. Era la posibilidad de arribar a un destino con la seguridad, o una enorme posibilidad cuando menos, de acceder a valiosos recursos como hospedaje, baños y aseo personal, alimentación, atención médica, seguridad, etcétera. Para un joven de clase media, acostumbrado a ciertas condiciones de vida y con expectativas distintas posiblemente a las de la mayoría del grupo, emprender el viaje como parte de la caravana representaba una ventaja significativa.

Además de la sensación de acompañamiento y seguridad, para Norman fue igualmente importante el ambiente de entusiasmo y celebración que se vivía en el grupo de jóvenes con los que compartía el trayecto y sus vicisitudes. Él relató que desde los primeros días la solidaridad de otros jóvenes y madres con hijos adolescentes había sido crucial, permitiéndole disimular, e incluso olvidar, que él en realidad viajaba “solo”. Es decir, sin familiares y conocidos de confianza que lo acompañaran y cuidaran. Refirió que asociarse con una madre joven que viajaba con sus dos pequeños le permitió pasar como otro más de sus hijos y eso le dio varias ventajas, como evitar que en un retén le pidieran un documento de identidad propio, o que le permitieran usar los autobuses y el transporte que estaba destinado sólo a las madres con hijos cuando el trayecto a pie ya se hacía insoportable.

Yo hice un montón de amigos. Así cuando nos montábamos a los camiones veníamos platicando y ya al siguiente lugar donde la caravana paraba nos encontrábamos para ir a pasear con mis amigos de Costa Rica, de Guatemala, de México y como tres de Colombia (Testimonio de Norman. Hermosillo, enero de 2019).

Norman recuerda con particular júbilo la estancia en el albergue del estadio Jesús Martínez Palillo de la Ciudad de México, pues fue ahí donde permanecieron la mayor cantidad de días y le fue posible profundizar los lazos de amistad con un grupo de adolescentes de otras nacionalidades y edades que viajaban en la caravana como él para aventurarse a conocer la ciudad y trasladarse a conocer múltiples sitios turísticos. Sobre todo, estableció fuertes lazos de amistad, confianza y ayuda con un grupo de jóvenes activistas que visitaron el estadio durante esos días. Éste fue un factor crucial como parte de su estrategia migratoria cuando posteriormente fue detenido por agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) y escapó del albergue a donde lo habían trasladado, pues fue a través del contacto con estos jóvenes y sus respectivas redes que pudo enlazarse con quienes más adelante emprendimos el proceso de defensa y detención de la deportación.

La estancia en la Ciudad de México fue vital también por la cantidad de información que Norman pudo recabar a partir de su encuentro con los jóvenes activistas, quienes le detallaron sus derechos y le proporcionaron amplia información sobre el proceso migratorio, las instituciones mexicanas y la serie de recursos que podría utilizar en caso de ser detenido. Esta información no sólo amplió su perspectiva sobre las posibilidades que tenía de alcanzar la frontera y solicitar refugio, sino que cimentó su seguridad y le dio una capacidad de agencia que fue crucial más adelante, cuando tuvo que enfrentarse a la violencia de la detención y las intimidaciones de las autoridades migratorias, e incluso para negarse a firmar, contra todas las presiones, una orden de deportación que ya se encontraba en proceso sin su consentimiento.

En el caso de Edilson, quien realizó el trayecto desde Guatemala hasta Tijuana acompañado de su hermano de 25 años, la caravana también había sido una oportunidad para conocer amigos de su edad y conocer ciudades que “nunca había visto”. No obstante, para él, la verdadera sensación de seguridad provenía de poder viajar junto con su hermano. Por eso, cuando agentes del INM lo detuvieron en Tijuana y lo separaron de su hermano, la sensación de vulnerabilidad e inseguridad fue extrema y repentina. Habiendo tenido que vivir durante casi dos años en Guatemala, pero sin reconocerse como migrante por haber guardado siempre un perfil bajo y un comportamiento discreto, para Edilson la experiencia de la caravana se convirtió también en una experiencia migratoria de mayores dimensiones e impacto, en la que migrar no era sólo una circunstancia de vida, sino que empezaba a ser también una condición identitaria. Con el ingreso masivo de la caravana en las ciudades fronterizas de Chiapas y la consiguiente respuesta de rechazo de algunos habitantes de los lugares que iban atravesando, Edilson aprendió por primera vez lo que significa ser migrante:

Para mí [ser] migrante es como ser un despreciado. Porque algunos lo desprecian a uno sólo por ser migrante. Sólo porque uno viene migrando te dicen qué anda haciendo éste aquí. Porque así me lo han dicho. A mí así me han dicho en Pijijiapan, en Ixtepec. Empecé a sentir eso cuando llegué a México. Es que yo estaba en la calle y sólo porque yo hablé como yo soy, hondureño, me dijeron que qué andaba haciendo aquí, que mejor me fuera a mi país (Testimonio de Edilson. Hermosillo, enero de 2019).

La caravana migrante como experiencia de encuentro, solidaridad y colaboración

A pesar de viajar en la misma caravana y haber transitado por los mismos lugares, las experiencias de Norman y Edilson fueron muy distintas. Por una parte, Norman, un chico de mayor edad, proveniente de un contexto de clase media, dueño de una personalidad extrovertida y muy seguro de sí mismo, poseía una impresionante red de contactos en Honduras, México y Estados Unidos; así como una hábil estrategia de comunicación a través de redes sociales que manejaba desde dos celulares. Parte de su confianza y ánimo durante el trayecto se debía a que él contaba con una hermana que vive en Estados Unidos desde hace varios años, quien estaba al tanto de sus planes y estaba dispuesta a patrocinar su petición de asilo al llegar a la frontera, aunque muchos meses después los planes fallaron y la estrategia tuvo que ser distinta. Las redes sociales y la constante comunicación con una gran cantidad de amigos en Honduras, México y Estados Unidos le permitieron a Norman estar en contacto permanente con su familia, sentirse acompañado, compartir las novedades del viaje y postear fotografías de los lugares que visitaba. En la perspectiva de Norman, el trayecto no tenía por qué ser un acontecimiento difícil o lleno de sufrimiento, el viaje en grupo permitía que hubiera diversión, charlas, espacios de confianza para desahogar angustias, recibir consejos y apoyo. En cada ciudad, pero especialmente en la Ciudad de México, él y su grupo de amigos encontraron la posibilidad de recorrer la ciudad y conocer sitios turísticos. Las selfies y postales para Instagram fueron muchas y variadas. Fue posible olvidar que se venía migrando y huyendo, para disfrutar el viaje también como un tránsito de aprendizaje y gozo con amigos.

Con los jóvenes activistas de los colectivos de defensa de derechos humanos y medios alternativos de comunicación, Norman no sólo encontró compañía y amistad, también visitó la ciudad y pudo saciar el hambre acumulada en días anteriores. Además, fue invitado a colaborar en la producción de contenidos periodísticos, mensajes de concientización y documentación fotográfica sobre la caravana que los jóvenes producían para sus organizaciones y medios de comunicación.

Con los chavos [del periódico digital], nosotros los ayudamos a tomar fotografías, les ayudamos a hacer entrevistas y ellos nos grababan, y a reportar lo que pasaba en la caravana […] Cuando ya nos fuimos, nos dieron sus teléfonos para que les fuéramos reportando lo que pasaba, mandándoles fotos [...] Ellos siempre nos están preguntando cómo estamos y de igual manera siempre ayudándonos. Todos los días estoy en contacto con ellos, con Mari y con Lalo. Les veníamos reportando cada lugar donde íbamos llegando, qué iba pasando con la caravana. Veníamos un buen grupito, como cinco. Pero ellos [sus compañeros adolescentes de la caravana] ya se cruzaron por Tijuana, contrataron un coyote (Testimonio de Norman. Hermosillo, enero de 2019).

Asimismo, las charlas con amigos de su edad a través de redes sociales fueron una constante y un elemento vital del viaje tanto para construir la fortaleza psicológica para continuar, como para construir la estrategia de movilidad. Los amigos de Norman en Honduras lo interrogaban continuamente sobre los pormenores del viaje, preguntando sobre la dificultad de caminar tantos kilómetros y cómo resolver las necesidades de alimentación, hospedaje y demás. Norman les compartía con gusto su experiencia y les daba ánimos para unirse a las siguientes caravanas y les comunicaba todas las estrategias aprendidas. Sus amigos que ya estaban viviendo en Estados Unidos lo animaban en los momentos más difíciles diciendo que todas las adversidades encontradas en el camino valdrían la pena al final, cuando ya se encontrara al otro lado de la frontera. Le contaban de su propia experiencia al cruzar el muro y le daban consejos sobre qué decir al entregarse a los agentes migratorios en Estados Unidos y solicitar refugio. Las conversaciones sobre qué decir y qué no decir en las entrevistas con los oficiales de migración y cómo sostener una sola versión de su “historia” a lo largo del proceso eran frecuentes y Norman tenía una interesante variedad de ejemplos. Amigos y primos en ambos países seguían su recorrido casi como si se tratara de un reality show, y Norman todos los días posteaba actualizaciones con los acontecimientos más importantes del recorrido.

Lejos de ser un comportamiento trivial, esta estrategia de presencia y comunicación a través de las redes fue fundamental para tener una preparación psicológica, obtener consejos prácticos, enterarse de distintas posibilidades en caso de que su plan original de llegar a la frontera y solicitar asilo en la garita llegase a fracasar, y en general para tener una idea más clara de lo que estaba por venir. Fue a través de un celular que logró mantener oculto que Norman se comunicó inmediatamente después de su detención a través de estas mismas redes sociales para dar aviso al grupo de jóvenes activistas que había conocido durante su estancia en la Ciudad de México. Éstos a su vez se movilizaron de inmediato para contactarse con colegas académicas y otros grupos de jóvenes defensores de derechos humanos en Hermosillo. Fue por este medio que un grupo de académicas, activistas y mujeres de la sociedad civil y organizaciones religiosas pudimos iniciar un proceso de defensa para evitar su deportación. De esto hablaré más adelante.

Por otra parte, Edilson provenía de un contexto totalmente distinto en una zona rural y de alta marginación en Honduras. Considerablemente más joven, tímido e inexperto, con menos capital social y redes de apoyo, sin celular propio ni otro medio de comunicación, él dependía casi totalmente de su hermano mayor para obtener información, planificar y construir cualquier estrategia futura. Por ello, su aprehensión y separación de su hermano mayor en la ciudad de Tijuana fue un duro golpe que lo dejó inseguro y atemorizado. Cuando llegó a las instalaciones del INM en Hermosillo después de un viaje de más de 10 horas en la “perrera” (nombre que dan las personas migrantes a los vehículos del INM), en las que apenas probó comida y no le permitieron siquiera ir al baño, a los oficiales no les costó mucho lograr que firmara su orden de deportación. Cuando de la estación migratoria del INM lo trasladaron al albergue gubernamental para menores migrantes, Edilson llegó sin ningún contacto o vínculo con el exterior. Para Edilson la comunicación con su familia y redes de ayuda era una tarea tremendamente más difícil. En su comunidad de origen, un barrio de pescadores en la periferia rural de Omoa, su madre, una señora mayor de edad sin ningún conocimiento sobre el uso de internet y las redes sociales había podido comunicarse con él sólo en contadas ocasiones vía telefónica cuando su hermano mayor la llamaba desde el celular de algún amigo caravanero. La hermana que vive con ella había perdido recientemente su celular y no podía comprarse otro con la tecnología necesaria para instalar WhatsApp. Edilson había perdido hacía tiempo el contacto con sus otras hermanas por medio de Facebook. Los únicos contactos con los que él contaba eran los números de teléfono anotados en un pedacito de papel de dos periodistas que lo habían entrevistado en la Ciudad de México y lo habían apoyado con dinero para continuar el trayecto. En realidad, fue su encuentro con Norman en el albergue gubernamental lo que posibilitó que Edilson tuviera acceso también a las redes de activistas y defensores.

La caravana de marzo 2018 como antecedente y contextualización

Antes de continuar con el relato de la experiencia de Edilson y Norman, es necesario retroceder en el tiempo hasta abril de 2018, cuando arribó a Hermosillo la primera caravana multitudinaria. Se trató de una caravana que en principio había estado conformada por alrededor de dos mil personas. Sin embargo, a Hermosillo arribaron solamente entre 800 y 900 personas. La llegada se dio a lo largo de dos días y los integrantes llegaron en camiones provistos por los líderes y organizadores del evento que estaban reservados para familias, mujeres, enfermos y niños; y transportados en el tren de carga que pasa por la ciudad.

Frente a la incapacidad e inoperancia gubernamental para organizar la recepción y atención del éxodo, la ayuda humanitaria fue encabezada y sostenida principalmente por miembros de la Iglesia evangélica y la Iglesia católica de Hermosillo, con la colaboración de decenas de voluntarios de todas las procedencias y denominaciones, a los cuales durante las primeras horas y los días siguientes se fueron sumando instancias gubernamentales, empresarios, organizaciones privadas, organismos no-gubernamentales y hasta grupos de voluntarios religiosos de Phoenix y Tucson. Entre éstos se encontraba la Comisión Estatal de Derechos Humanos —que constó de un comité especial de observación y acompañamiento al contingente de la diversidad sexual que viajaba como parte de la caravana—, la Cruz Roja, el ayuntamiento, el Sistema DIF, la Procuraduría de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes.

La razón por la que ofrezco este recuento es porque esta “primera” caravana sentó antecedentes muy importantes en la ciudad en cuanto a la percepción y aceptación ciudadana e institucional que influyeron notablemente en la visión y la respuesta gubernamental a la que más adelante tendría que enfrentarse y sortear la “segunda” caravana de finales de 2018, en la que viajaban Norman y Edilson. La “primera” caravana, arribada en abril de 2018, logró extender durante casi un mes la estancia de alrededor de 350 de sus integrantes en la ciudad. Esto se debió tanto a una decisión estratégica del grupo convocante y organizador de la caravana, como a la posibilidad de contar con el apoyo de los líderes comunitarios y religiosos, en especial el padre Lezama, quien logró articular un notable despliegue de ayuda humanitaria, gracias a su liderazgo y larga experiencia en la ayuda a migrantes en tránsito.

En estas circunstancias, los organizadores del éxodo plantearon en una asamblea la posibilidad de presionar al INM para que concediera visas humanitarias y permisos de tránsito para que los integrantes que aún permanecían en la ciudad pudieran buscar empleo en ésta o trasladarse hacia Tijuana sin temor a ser detenidos. Para este fin se inició un plantón y una huelga de hambre frente a las oficinas del INM que duró varios días. Esta estrategia de protesta, junto con el hecho de que muchas familias e integrantes de la caravana permanecieron durante un tiempo más prolongado de lo previsto habitando las calles y las inmediaciones de las iglesias de las colonias Combate y San Luis, despertó las quejas de los vecinos y colocaron a la caravana en los medios de comunicación como un problema y un inconveniente para los habitantes de la ciudad (Carlin, 2018). La percepción negativa hacia la caravana y los migrantes centroamericanos se cristalizó días después en los dichos de la entonces alcaldesa de Hermosillo, Angelina Muñoz Fernández, quien declaró a los medios que “dándoles caridad y alimento [a los indigentes y migrantes] la gente los arraiga; el problema es nuestra generosidad” (López, 2018). Sus declaraciones fueron tan criticadas que días después la alcaldesa tuvo que emitir un comunicado para intentar clarificar lo que había tratado de decir, mas no precisamente para retractarse o cambiar de opinión.[3]

Los efectos de estas declaraciones se hicieron sentir de inmediato, o al menos así lo señalaron integrantes de las organizaciones civiles, líderes religiosos y defensores de derechos humanos, quienes afirmaron que a raíz de éstas había mermado la ayuda de la sociedad y empezaba a escasear la comida: “La gente estuvo muy solidaria, pero cuando se lanzó la voz de la presidenta, se calmó […] aunque ella rectificó que no era lo que había pedido, ya la gente no vino” (Paredes, 2018). La serie de acontecimientos aquí detallados: la estancia prolongada más allá de lo previsto de la caravana migrante en las calles de la ciudad y las quejas de los vecinos, la huelga de hambre y las protestas frente a las instalaciones del INM, las declaraciones de la alcaldesa, junto con la resonancia mediática que todo esto alcanzó, contribuyeron a crear entre algunos sectores de la población un ánimo de desconfianza y rechazo hacia estas formas de movilización. De manera que a finales de octubre de 2018, cuando la segunda caravana del año ingresaba por la frontera sur de México, la gobernadora Claudia Pavlovich y otras autoridades hicieron declaraciones acerca de que Sonora no estaba preparado para recibir tal cantidad de migrantes, nuevamente señalando el problema de la indigencia como una consecuencia de la migración indocumentada y, colocando el ojo de la preocupación pública hacia el bienestar y la “seguridad de los que están aquí, de nuestra gente” (Vásquez et al., 2018). Estas declaraciones contrastan fuertemente con los dichos de Célida López, quien había tomado protesta recientemente como presidenta municipal de Hermosillo, y que ese mismo día se reportaron en la prensa local. López aseguró: “Hermosillo recibirá la caravana migrante con los brazos abiertos”, e incluso adelantó que se contemplaría acondicionar el estadio de la ciudad como albergue (Vásquez, 2018).

Estas declaraciones fueron sólo una parte de un ambiente de ambigüedad y contradicción gubernamental respecto a la caravana migrante, donde cupieron las manifestaciones tanto de rechazo como de solidaridad y apoyo de la ciudadanía. Finalmente, lo que prevaleció fue lo que ahora se percibe como una estrategia coordinada y acordada entre los gobiernos de Jalisco, Sinaloa y Sonora para evitar el paso de las caravanas por las ciudades más importantes y con mayores recursos de estos tres estados. Para ello se les proveyó de autobuses que trasladaron a sus integrantes de la manera más rápida y discreta posible por sus estados, muchas veces sin hacer paradas para obtener alimentación o atención médica. Como muchos supimos a través de los medios, la coordinación en el traslado por esta enorme porción del país no fue eficiente ni respetuosa de los derechos humanos; por lo que los migrantes fueron abandonados a la intemperie en repetidas ocasiones, incluso durante más de dos o tres días, en regiones despobladas y remotas de los estados donde tendrían que esperar el relevo para el siguiente traslado. Sin acceso a alimentación, seguridad y salud, y alejados de los centros urbanos donde se encuentran las organizaciones de la sociedad civil con las mejores posibilidades de ofrecerles ayuda. Esto fue denunciado en repetidas ocasiones por reporteros y activistas que acompañaron el éxodo migrante (Gándara, 2018).

Yo sí sufrí en la caravana, oiga. Tuve que aguantar hambre, frío, sed, horas sin dormir. De Jalisco hasta Sonora y de Sonora hasta Tijuana son tres días de camión, y sin comer. Apenas una botella de agua traía. No traíamos nada de dinero y nos tocó aguantar hasta que llegamos a Tijuana y ahí nos dieron comida. ¡Nombre!, ahí se sentía el hambre, para no sentirla tanto, mejor me dormía en el bus. No nos tocó comida, iban de un solo golpe los buses, no nos tocó comer. Ya nos habíamos gastado todo el dinero que traíamos, yo no aguantaba ya (Testimonio de Edilson. Hermosillo, enero de 2019).

Este clima de animadversión hacia la caravana tuvo claras manifestaciones en Sonora, donde un aproximado de 1,500 personas, de las cuales se calculó que alrededor de una tercera parte eran menores de edad, tuvo que pasar tres noches a la intemperie y bajo un frío extremo en la región de Navojoa a mediados de noviembre, con un casi nulo acceso a agua y alimentos, y escasa protección y presencia oficial (Escobar, 2018; Imparcial, 2018; Redacción Tribuna, 2018). El 17 de noviembre, cuando algunos integrantes de la caravana empezaban a salir en camiones hacia la ciudad de Tijuana, a muchos de los cuales no se les permitió hacer paradas para recibir alimentación y atención médica, dos de los autobuses fueron interceptados y detenidos en las afueras de la ciudad de Hermosillo por personal del INM y con la colaboración de la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Sus ocupantes fueron trasladados a la fuerza y con uso de violencia a la estación migratoria de la ciudad de Hermosillo para iniciar el procedimiento de deportación (Camacho Servín, 2018). En uno de estos autobuses viajaba Norman. Después de haber hecho una fila de casi seis horas en Navojoa para poder subirse a uno de los autobuses que lo trasladaron a Tijuana, pero su trayecto sólo duró un par de horas.

Detención y resistencia a la deportación

Al igual que los colectivos de activistas presentes en el momento de la detención de los dos autobuses de la caravana por parte del INM, Norman denunció también un proceso de detención violento, con abuso de fuerza y golpes, mismo que nos llevó a un conjunto de activistas a interponer una denuncia ante la Comisión de los Derechos Humanos. Norman y Edilson sufrieron además constantes presiones y tratos intimidatorios por parte de la oficial de Protección de la Infancia del INM asignada a su caso. Ambos refirieron en repetidas ocasiones que esta persona ejercía distintas formas de presión sobre ellos, tanto para lograr que firmaran su deportación, como para convencer a Norman y a Luz, otra adolescente de 16 años, de desistir de la solicitud de refugio que habían tramitado con ayuda del personal del albergue para niñas, niños y adolescentes del DIF.

Cuando nos bajaron del bus no nos bajaron de una manera correcta, sino que nos bajaron diciéndonos catrachos, hijos de pu…, que bájense, y nos golpearon. Yo me sentí mal en realidad porque a los que venían conmigo los golpearon bastante. A mí no me golpearon porque yo les dije que era menor de edad y que estaba filmando, que no me tocaran porque iban a tener problemas. De ahí cuando llegamos a migración que nos tenían encerrados, me sentí mal porque a cada ratito me estaban mandando a llamar para que firmara la deportación y yo les decía que no, y al ratito me volvían a llamar. Una mujer de migración me dijo que, si no pensaba firmar eso, me iba a quedar encerrado allí quién sabe cuánto tiempo. Yo le dije que sí porque sabía que la cosa iba a ser así, que lo hacían para intimidarme, y ya luego me mandaron al lugar para menores y allí sí me sentí bien porque lo tratan bien a uno. Cuando comenzaba a sentirme mal es cuando llegaban los de migración al lugar de menores porque lo metían a una oficina con ellos y allí ellos hacían lo que querían con nosotros. Se ponían a decirle a uno que firmara la deportación y todo eso. En el lugar de menores lo tratan bien a uno, pero cuando llegan los de migración ya cambia la cosa completamente.

Cuando estábamos en migración ahí nos tenían en un cuarto, ahí tenían los colchones y ahí estábamos todos, y sólo salíamos a un cuarto a comer y ya nos volvían a meter al cuarto. Ahí estábamos encerrados. No me dijeron mis derechos, pero gracias a dios tengo unos amigos que son periodistas de la Ciudad de México y yo había conversado con ellos y ellos me habían explicado todo eso y por eso es que ya venía algo informado. Porque si no, sí me hubieran intimidado en migración y hubiera firmado la deportación. Pero no, en migración no nos explicaron nada de eso, que teníamos derecho a refugio ni nada de eso. Sólo firmen la deportación.

[El día que] me llevaron al albergue [para menores de edad] sólo me dijeron que agarrara mis cosas, y yo les pregunté que pa' dónde me llevaban y no me dijeron nada. Sólo me treparon a la perrera y ya de ahí fue cuando miré que me llevaban para el lugar de menores. En el albergue me recibieron bien, todo el personal estaba afuera, me abrazaron, me preguntaron el nombre, me fueron a enseñar las instalaciones, me dieron de todo, la cama, después me dieron comida. Ahí me sentí bien. Había una muchacha ahí que sí me explicó todo, que uno podía pedir refugio porque era menor de edad, pero que sí tardaba un buen proceso, pero que no sabía cuánto tiempo porque nunca habían tenido un caso así porque los que llegaban de migración ya llegaban con la deportación firmada. Ya sólo iban allí por mientras salía el vuelo de ellos. Pero sí me explicaron bastante, y un psicólogo también nos iba a explicar todo eso. Nos tenían un psicólogo siempre a las cinco de la tarde, nos explicaba de todos los peligros de migrar y eso. Sí, nos sentíamos bien allí.

Seguido los de migración que llegaban a intimidarnos. Yo había hecho para pedir refugio, pues para ganar tiempo, para que no me deportaran porque a mí y a mi amiga ya nos habían comprado el boleto para regresarnos a Honduras sin que nosotros firmáramos ninguna deportación. Entonces un día sábado llegaron los de migración y nos dijeron “el lunes se van a ir todos para su país”, y cuando miramos que el lunes ya llegaron a traerlos a todos y nos dijeron “¡y ustedes qué piensan!, ¿y sus maletas?”, yo les dije que no me iba a ir, “¿pero por qué si ya tienes el boleto?”, me dijeron. Entonces yo le dije: a mí no me va a gritar porque yo no firmé ninguna deportación y no tenía por qué comprar el boleto. Entonces me llamaron a mí y a mi amiga y nos metieron en una oficina y llamaron al consulado de Honduras y el hombre del consulado nos regañó, dijo que éramos unos malcriados.

La persona de migración llegaba a decirnos que el refugio era una cosa seria, que no nos podíamos arrepentir, pero pues nosotros [lo hicimos] para ganar tiempo, porque no querían que nos regresaran. Pero un día mi amiga me propuso que mejor sí nos regresaran a Honduras, y que al llegar nos regresáramos rápido de vuelta, entonces fue allí cuando dijimos que sí, que mejor cancelábamos el refugio para hacer eso. Pero cuando les dijimos eso los de migración nos dijeron que, aunque canceláramos el trámite, nos iban a regresar a Honduras hasta dentro de dos meses y medio porque los boletos estaban muy caros ahorita. Entonces nos llevaron al albergue y la mujer de migración llegó de nuevo con unos papeles para que los firmáramos y para mandarlos a la Comar, y entonces nos regañó porque nos dijo de una manera bien brusca que ella nomás estaba perdiendo su tiempo con nosotros. Entonces yo le dije que, si perder su tiempo era, pues, el trabajo, que para qué trabajaba entonces. Y ahí pues más se enojó conmigo porque yo le respondía. Pero a mí no me gustaba la manera en que nos decía las cosas. Y de ahí agarró los papeles bien enojada y se fue, pero al siguiente día ya teníamos planeado con mi amiga escaparnos. Pedimos el refugio para ganar tiempo y poder escaparnos y alcanzar a la caravana (Testimonio de Norman. Hermosillo, enero de 2019).

La experiencia de Edilson fue distinta a la de Norman. Edilson fue detenido el 25 de noviembre en la ciudad de Tijuana, el día en que un grupo nutrido de integrantes de la caravana que se había trasladado a la garita de El Chaparral para hacer llegar sus demandas de protección internacional fue confrontado y agredido por las autoridades mexicanas y oficiales de la Border Patrol que habían establecido un cerco.

Yo ya estaba en Tijuana, yo ya había llegado allá, pero un día nos habíamos separado de la caravana con mi hermano. Nos pidieron papeles y como no traíamos, nos llevaron. Entonces nos dicen [personal del INM]: “pues ya van deportados”, ¡y nosotros decepcionados de tanto que habíamos sufrido! Habíamos sufrido frío, hambre y calor. A mí me dice el de migración: “¿vos no venís con tu madre? Y le digo que no. “Ah, entonces te vas a ir para Hermosillo”, me dice. Y entonces me trajeron para acá en una de esas perreras. No me dieron comida, ni agua, ni dejaron que miara yo. Aguantándome las ganas de mear ahí en migración. Aguanté como doce horas. Aguanté hambre y sed, ¡y vaya calor que estaba haciendo en esa camioneta! Vine a comer y me dieron un poquito de agua. Yo les dije: ¿por qué me separaron de mi hermano? Porque no venís con tu madre. Pero era mi familia, le dije yo. Y ¿dónde está él ahorita?, me preguntaron. Pues está en Tijuana, ¿por qué me separaron de él? Pues ya te vamos a enviar para un albergue, me dijeron los de migración. Sí me enviaron para allá al siguiente día, sí me recibieron bien las muchachas. Hasta el siguiente día comí ahí, me dieron de comer y agua.

Entonces ahí me hicieron una entrevista y todo. Al siguiente día llegó la muchacha de migración y me la dio, me dice: firma aquí. Entonces bien maleada conmigo, me dijo: firma aquí, que no tengo tu tiempo. Entonces yo con miedo firmando porque no sabía lo que estaba firmando, no me dejaba leer. No, no leás, me dijo. Firmá, eso, ligero. ¿Qué es? Una deportación. Firmá ligero, me decía. Y entonces yo firmé. Ya a la semana me dijeron que tenía que esperar meses ahí metido, como que fuera uno delincuente que tiene que estar ahí metido. Ni a la calle lo dejan salir a uno, ni respirar, aunque sea poquito aire, se sentía malo uno, bien feo de estar encerrado. Bien deprimido se siente uno de estar encerrado ahí. Entonces, yo decidí escaparme porque no podía estar ahí dos meses sólo para que me deportaran. Al fin no me explicaron nada de eso, sólo me dijeron firma la deportación. No me explicaron nada, si podía pedir refugio o algo. Primero me dijeron que en quince días me iban a deportar y después me dijeron que en dos meses. Yo no podía estar tanto tiempo ahí (Testimonio de Edilson. Hermosillo, enero de 2019).

Aunque Norman y Edilson refirieron siempre que el trato en el albergue gubernamental del DIF había sido muy bueno y amigable, éste no había sido suficiente para frenar las constantes intimidaciones por parte de la oficial de Protección a la Infancia del INM. Por lo tanto, frente a la frustración de sentirse encerrados, sin acceso a la información y a los recursos que los jóvenes con los que habían estado en contacto podrían ofrecerles, y ante la imposibilidad de encontrar otra forma de resolver su deportación, los dos adolescentes tomaron la decisión de escapar del albergue.

Pocos días después de la detención de los dos autobuses en Sonora, una abogada dio inicio a un proceso legal para hacer valer el amparo colectivo que un juez federal había emitido días antes como parte de la estrategia de defensoría de los NNAA integrantes de la caravana de la Oficina de Defensoría de los Derechos de la Infancia (ODDI), junto con la Clínica de Personas Refugiadas Alaíde Foppa del Departamento de Derecho de la Universidad Iberoamericana.[4] Este recurso fue muy valioso para detener temporalmente la deportación tanto de Norman y Edilson como de otros tres adolescentes integrantes de la caravana. Sin embargo, luego de que dejaran el albergue, el amparo fue ignorado por las autoridades del INM y los demás adolescentes fueron deportados. A pesar de la aplicación de distintos recursos legales ante el INM, y a pesar de haber presentado quejas ante la CNDH por las violaciones de derechos humanos cometidas contra ellos por el uso de violencia, la separación familiar y la intimidación, el INM nunca accedió a concederles visas de tránsito por razones humanitarias. Afortunadamente, gracias al proceso de defensa colectivo ambos adolescentes pudieron finalmente llegar a la frontera con Estados Unidos y solicitar protección internacional. Los testimonios de Norman y Edilson confirman lo que organismos nacionales internacionales de derechos humanos ya han documentado con amplitud: que los funcionarios del Estado mexicano son uno de los principales obstáculos para que niñas, niños y adolescentes puedan acceder al refugio, las visas humanitarias y la protección internacional (HRW, 2016; Ceriani Cernadas, 2012).

Acercándonos al cierre del texto, es importante enfatizar algunos puntos de la reflexión. En primer lugar, este ejercicio de documentación ha buscado presentar a Norman y Edilson no como dos perfiles o extremos opuestos, situados en los extremos de la población que hoy compone al éxodo migrante centroamericano, sino como dos casos que ilustran las graves condiciones de violencia y vulnerabilidad que han sido ampliamente documentadas (Unicef, 2018; Camargo, 2014), de las que vienen huyendo; y que deciden rechazar porque permanecer en sus países representa resignarse a una vida de asedio y oprobiosa desigualdad como postula Varela: niñas, niños y adolescentes “huyen del juvenicidio que representa quedarse” (Varela Huerta, 2015). Los testimonios aquí presentados nos permiten ver que la niñez y la juventud en Centroamérica están bajo un asedio permanente que alcanza, si bien de maneras distintas y en diferentes proporciones, a todos los estratos sociales. Los casos de Norman y Edilson también nos permiten ver que es vital comprender las diferencias en el acceso a los recursos, las redes, la comunicación y las estrategias migratorias que están asociadas a la condición de clase, género, educación, origen étnico, familia de origen, etcétera.

Sus testimonios nos permiten ver a la migración no sólo como un proceso de resistencia a la violencia y la desigualdad que tiene concreciones espaciales específicas (Álvarez Velasco y Glockner Fagetti, 2018), sino también como un proceso de construcción de la autonomía y la agencia que no sólo debe pensarse como supeditado a la movilidad o a la huida. En este sentido, hemos querido mostrar aquí a la caravana migrante como una estrategia y una herramienta de movilidad para niñas, niños y adolescentes cuya relevancia va más allá de la migración. Nos permite reconocer asimismo distintos procesos de construcción de protagonismo y agencia en los que el ejercicio de la autonomía, la socialización, la solidaridad y la comunicación a través de los espacios físicos y virtuales, cobran una relevancia única para los actores sociales infantiles y adolescentes. Permitiéndoles acceder a otras posibilidades de protección, comunicación, aprendizaje y defensa de sus derechos, pero también de los sueños y planes que se han construido para el futuro. Siendo la agencia un proceso y una cualidad relacional, es decir, construida en estrecha interacción con los otros y con el entorno a lo largo del tiempo (Madhok, 2013), estos elementos son de suma importancia para entender las dimensiones en las que las caravanas migrantes constituyen nuevos espacios para la participación, la autonomía y la agencia infantil y juvenil en contextos de movilidad. Asimismo, a la caravana como un espacio de socialización, aprendizaje y construcción de redes, es posible añadir también el papel que la pertenencia a la caravana tuvo como elemento para la construcción de una identidad común y de estrategias de solidaridad entre Norman y Edilson, quienes no sólo construyeron juntos planes para evitar su deportación, sino que se convirtieron en un importante sostén mutuo durante el duro y prolongado proceso que tuvieron que atravesar antes de llegar a la frontera, y aun después de entregarse a las autoridades fronterizas estadounidenses para hacer frente a más de dos meses de detención en Texas.

Reflexiones finales

Una reflexión en torno a la importancia de un esfuerzo de documentación, acompañamiento y defensa como el que aquí se ha presentado debe ser en primera instancia un ejercicio autocrítico. Es decir, dirigido a examinar las razones por las cuales, habiendo decenas de miles de niñas, niños y adolescentes (in)migrantes y en tránsito por nuestro país, ha sido la coyuntura de las caravanas migrantes la que ha impulsado y hecho posible que muchas(os) de nosotras(os) nos involucremos en acciones concretas de colaboración, visibilización, documentación y defensa de sus derechos. Pero también dirigido a entender por qué para muchas(os) de nosotros que ya realizábamos desde antes este tipo de acciones, la caravana ha representado una circunstancia más apremiante y favorable para emprender acciones que contaron con la solidaridad y el apoyo eficaz e inmediato de decenas de personas y organizaciones listas para actuar e intervenir de las maneras más diversas posibles. ¿Tiene que ver con esto el hecho de que las caravanas han tenido como contexto y consecuencia un enorme impacto en términos de visibilidad mediática y reacción política? ¿Cómo podemos producir estrategias similares para la visibilización y defensa de NNA migrantes en otros contextos de vulneración de derechos, como es el caso de los NNA jornaleros, indígenas, desplazados internos y deportados, por mencionar sólo algunos? Más aún, ¿cómo podemos sostener un esfuerzo como este que al término de 2018 y durante los meses ya transcurridos de 2019 empieza a debilitarse a medida que las fuerzas de individuos, familias y de la sociedad civil organizada merman y se agotan?

En ese sentido, las caravanas son oportunidades para construir aprendizaje sobre las viejas y nuevas posibilidades para crear condiciones más favorables para una labor académica que tiene, o debería tener, un compromiso más allá de las dinámicas y los espacios meramente disciplinarios y científicos. No obstante, sería ingenuo y presuntuoso pretender que al participar en una serie de eventos encaminados a la visibilización de las violencias y las desigualdades de poder que desde el Estado se cometen contra NNA migrantes se están trascendiendo los límites entre la academia y el activismo organizado.

Hace falta todavía mucho trabajo para establecer rutas firmes de trabajo para que nuestras experiencias, saberes, recursos y quehaceres académicos colaboren en la construcción de objetivos, espacios y ejercicios comunes con actores de las organizaciones de la sociedad civil y gobierno preocupados por la defensa de los derechos de NNA migrantes, incluido el derecho al territorio y el derecho a migrar. En la antropología de la infancia y la migración hay mucho por hacer para crear espacios de diálogo y trabajo para que esto sea posible pues, como sucede en otros campos y temas, aquí también las relaciones entre academia, instituciones gubernamentales y sociedad civil están signadas por las desigualdades de poder, la desconfianza y la falta de comprensión mutua. Pero también cada vez más por un reconocimiento de la importancia del diálogo y la colaboración.

Coincido con Re Cruz (2018) en la preocupación de que, frente a las prácticas vigentes de castigo y criminalización de la migración forzada e irregular, la antropología debe revisar críticamente sus parámetros éticos y epistemológicos. Me sumo a su llamado respecto a la necesidad de construir “una gramática diferente, donde las emociones puedan tener lugar en la producción de conocimiento, y donde se pueda dar cabida a la conexión humana con los testimonios de aquéllos con quienes trabajamos” (Re Cruz 2018: 224).

Material suplementario
Referencias bibliográficas
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Notas
Notas
[1] Los nombres reales han sido cambiados para proteger la identidad de los adolescentes. También se omiten algunos detalles del proceso de migración y defensa por cuestiones de seguridad.
[2] Todos los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los individuos y los colectivos.
[3] https://www.youtube.com/watch?v=MXxKa4jCd-Q.
[4] Véase Redacción Animal Político (17 de noviembre de 2018). Juez mexicano prohíbe deportar a menores de edad que viajen en caravana migrante. Animal Político. Recuperado de https://www.animalpolitico.com/2018/11/juez-prohibe-deportar-ninos-migrantes.
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