Resumen: Desde el enfoque sociológico de los estudios de los movimientos sociales, el presente artículo presenta un análisis del activismo alimentario en la Ciudad de México. Se usa el marco analítico de la prefiguración política, característico de las investigaciones sobre los movimientos de base, primero presentaré un mapeo cualitativo de estas experiencias en cuatro grandes categorías en función de sus principales características. Sucesivamente, exploraré cómo estas experiencias se caracterizan por determinadas prácticas, valores y emociones, las cuales encarnan un determinado compromiso social por parte de sus protagonistas y superan la lógica costo-beneficio. El análisis se fundamenta en la investigación cualitativa de un trabajo etnográfico realizado en la Ciudad de México de septiembre de 2017 a septiembre de 2018, haciendo mayor énfasis en los significados y los impactos culturales de estas experiencias en los mismos protagonistas.
Palabras clave:activismo alimentarioactivismo alimentario,prefiguración políticaprefiguración política,movimientos de basemovimientos de base,Ciudad de MéxicoCiudad de México.
Abstract: This article presents an analysis of the food activism experiences in Mexico City from the social movements research. Using a political prefiguration frame, in the first part I will present a qualitative map of these experiences, which is constituted by four food activism categories. Successively, I will analyse how food activism practices are embedded with determinate values and emotions, and how it develops a social commitment overcoming the cost-benefit logic. My starting point is the result of a postdoctoral research and the ethnographic fieldwork carried out in Mexico City from September 2017 to September 2018.
Keywords: food activism, prefigurative politics, grassroots movements, Mexico City.
Voces y Contextos
Prácticas emergentes de activismo alimentario en la Ciudad de México*
Emerging Food Activism Practices in Mexico City
Como apunta Wilk: “la alimentación se ha incorporado desde hace tiempo entre los objetivos de los movimientos sociales en distintas partes del mundo; la alimentación es un símbolo potente de lo que aflige a la sociedad, es una forma de transformar cuestiones abstractas como las clases sociales o la explotación en una realidad material y visceral” (2006: 21-22). El activismo alimentario apunta directamente a los procesos de producción, abasto y consumo de alimentos que caracterizan el sistema actual. Los sujetos involucrados en esta actividad política reivindican a través de sus acciones a un sistema alimentario más democrático, sustentable, sano, ético, de mejor calidad y culturalmente apropiado. En la última década, se ha visto —sobre todo en Europa y Estados Unidos— por parte de las ciencias sociales un incremento de estudios en el campo del activismo alimentario (food activism) (Maye, Holloway y Kneafsey, 2007; Kneafsey, Holloway, Cox, Dowler, Venn, y Tuomainen, 2008; Goodman, 2003; Harvey, McMeekin y Warde, 2004; Rao, 2009, Counihan y Siniscalchi, 2014; entre otros). Las principales formas de activismo alimentario analizadas han sido el consumo ético y crítico (Pleyers, 2011), y el comercio justo (Carrier y Luetchford, 2012), las cadenas o redes alternativas de alimentos (Wright y Middendford, 2008), el consumo local (Pratt, 2007), las comunidades de apoyo a la agricultura (Winne, 2011) y los movimientos antiorganismos genéticamente modificados (ogm) (Williams-Forson y Counihan, 2011).
También los estudiosos de los movimientos sociales mostraron un particular interés en este fenómeno y en las innumerables experiencias de colectivos sociales autogestionados, de huertos urbanos, de redes de distribución de cadena corta, entre otras. Muchas de las cuales emergieron a la luz del así llamado Movimiento por la Justicia Global o Movimiento Alter-Globalización (Juris, 2008; Della Porta, 2007; Della Porta y Tarrow, 2005; Pleyers, 2010); movimiento que se caracterizó, entre otras cosas, por una fuerte oposición a los ajustes estructurales, la destrucción ambiental y la mercantilización de diversos aspectos de la vida cotidiana como la educación, la salud e, indudablemente, la alimentación (Wright y Middendorf, 2008), abrazando, por ejemplo, en sus demandas la justicia alimentaria (Gottlieb y Joshi, 2010).
En América Latina y en México, el activismo alimentario se ha analizado principalmente desde los estudios rurales, la sustentabilidad y la ecología, haciendo mayor énfasis en la disputa de la tierra entre los movimientos sociales rurales y los agronegocios (Rosset, 2009 y 2013; Rosset y Martínez Torres, 2016), la práctica de la agroecología (Altieri y Toledo, 2011; Rosset et al., 2011; leisa, 2018) y la construcción de la soberanía alimentaria (Altieri y Nicholls, 2008; Ferguson et al., 2009; Escalona, Toledo y Morales, 2010), entre otros temas. Menor ha sido la atención dedicada a este fenómeno en los contextos urbanos, donde se ha dado particular atención al rol de consumidor urbano (Salgado Sánchez, 2015; Pineda Tapia, Díaz Viquez y Pérez Hernández, 2014; Salgado Sánchez y Castro Ramírez, 2016) y a la potencialidad de la agricultura urbana (Pérez Rodríguez, Delgado Morales y Bernal Negrete, 2016; Cruz, 2016; Palmisano, 2018; Cruz Hernández y Sánchez Medina, 2001).
Desde los estudios de los movimientos sociales y de la acción colectiva —enfoques que caracterizan este texto—, la academia latinoamericana se ha centrado en analizar de forma muy profunda los movimientos campesinos e indígenas y su evolución hacia una reivindicación de una soberanía y autonomía alimentarias, gracias también a la amplia e importante tradición de estudios sobre las luchas campesinas e indígenas presentes en América Latina. Como apuntan Bartra y Otero (2008), los movimientos por la soberanía alimentaria se han entendido como la continuación de la lucha por las tierras y el territorio. Luchas que después del levantamiento de las comunidades zapatistas en Chiapas en 1994 y los movimientos trasnacionales de protestas antineoliberales que caracterizaron el inicio del nuevo milenio, como La Vía Campesina, tuvieron la capacidad de imponer en la agenda internacional temas como la soberanía alimentaria, la reforma agraria y la biodiversidad (Foro Internacional para la Soberanía Alimentaria, 2007), además de dar vigor y visibilidad a las luchas campesinas e indígenas en distintos puntos del planeta (Bové y Dufour, 2001; Moyo y Yeros, 2008; Otero, 2004; Bartra y Otero, 2008; Rosset, 2003, entre otros). De forma diferente, entre los analistas de la acción colectiva latinoamericana, las experiencias de activismo alimentario que han emergido en las zonas urbanas no han sido reconocidas como actores colectivos capaces de tener una incidencia política, una identidad colectiva e impactos culturales y biográficos y, por lo general, han sido prácticas enmarcadas en una lógica de coste-beneficios.
El presente artículo quiere contribuir desde el enfoque del estudio de los movimientos sociales a la comprensión del activismo alimentario que se desarrolla en la Ciudad de México. Utilizando el marco analítico de la prefiguración política, característico del estudio de los movimientos de base (grassroots movements). Primero, propongo un mapeo cualitativo de estas experiencias en cuatro grandes categorías en función de sus principales características. Sucesivamente, exploraré cómo estas experiencias se caracterizan por determinadas prácticas y valores, las cuales encarnan un determinado compromiso social por parte de sus protagonistas y superan la lógica costo-beneficio. Esta segunda parte del análisis pretende dialogar con la literatura de las otras disciplinas citada anteriormente sobre el activismo alimentario en América Latina, en este caso haciendo mayor énfasis en los significados y los impactos culturales de estas experiencias en los protagonistas. El análisis se fundamenta en la investigación cualitativa de un trabajo etnográfico realizado en la Ciudad de México de septiembre de 2017 a septiembre de 2018.
Para la siguiente investigación me he apoyado en una definición amplia de activismo alimentario, que incluye las distintas formas de “disconformidad y resistencias practicadas por activistas políticos, agricultores, restauranteros, productores y consumidores. Con el objetivo común de controlar o realizar un cambio en la producción, distribución y posibilidad de elección de los alimentos” (Counihan y Siniscalchi, 2014: 7). Esto me ha permitido incluir una serie de proyectos (como las categorías 1 y 2 en este texto, véase tabla 1) que difícilmente encontrarían lugar en el campo analítico de la acción colectiva.
Estos tipos de experiencias en el contexto urbano durante las últimas dos décadas han señalado dos importantes aspectos; primero, que también en las ciudades y las periferias urbanas existe una verdadera crisis alimentaria caracterizada por el hambre y la malnutrición y, por supuesto, con las asimetrías sociales que caracterizan los espacios urbanos (Álvarez Enríquez y Delgado Ramos, 2014; Sawers, 2011). Segundo, también desde los contextos urbanos existen actores sociales que promueven otro paradigma de producción y consumo de los alimentos, además son actores capaces de crear nuevas “geografías alimentarias alternativas” (Whatmore, Stassart y Renting, 2003). Es decir, es un tipo de activismo que va más allá de la lógica costo-beneficio y donde se experimentan o se anticipan en el presente los aspectos deseados y reivindicados de una sociedad futura caracterizada por la justicia socioeconómica, otra relación con la naturaleza, la ética y el respeto a la vida y la salud humana, entre otros.
Este aspecto resulta particularmente importante a la hora de proponer un marco interpretativo adecuado para el análisis de estas experiencias. Como han señalado los resultados de otras investigaciones sobre el activismo alimentario y el consumo crítico (Landman, 1993; Jarosz, 2007; Lyons, Lotus Desfours y Amati, 2013; Pleyers, 2017), éstas son experiencias que se caracterizan por el hecho de que los protagonistas vinculan el cambio social a las acciones prefigurativas en la vida cotidiana, al desarrollo de las relaciones sociales, a las experiencias vividas y a la importancia de la dimensión local. También es un tipo de activismo que se caracteriza por una búsqueda de coherencia entre la acción (cultivar la tierra, la transformación de los productos, la distribución) y sus valores (respeto por la naturaleza, solidaridad, confianza), un compromiso que, por lo tanto, tiene un carácter prefigurativo en los valores y performativo en las prácticas.
El marco de la “prefiguración política” se adapta en este escenario social donde los participantes de estas experiencias expresan sus fines políticos por medio de sus acciones y las alternativas que ellos mismos desarrollan. El término prefiguración política se refiere a una orientación política basada en las premisas de un movimiento social o de una experiencia de protesta que está esencialmente moldeada por los medios empleados por los protagonistas (Yates, 2014). Estas experiencias sociales hacen sus mejores esfuerzos para elegir las estrategias y prácticas que incrustan o “prefiguran” el tipo de sociedad que ellos mismos reivindican y proponen. La relación medios-fines no se estructura solamente a partir del compromiso asumido por cada sujeto, sino que la orientación prefigurativa se desarrolla también alrededor de valores, creencias y emociones morales (Gravante, 2015).
Si en la aproximación clásica de los movimientos sociales, las vanguardias revolucionarias se proponían conquistar las estructuras de poder e implementar cambios revolucionarios en nombre de las masas, de un sindicado o de un partido político. En la aproximación prefigurativa los movimientos sociales intentan crear una nueva sociedad “en la cáscara de la vieja”, desarrollando formas contrahegemónicas de interacción incrustadas en el deseo de transformación social. En este sentido, la estrategia prefigurativa se basa esencialmente en el principio de la acción directa, es decir, en la implementación directa de los cambios auspiciados más que en las demandas de estos cambios. Para Carl Boggs, ejemplos de estos tipos de experiencias son los movimientos anarquistas y la respuesta sindicalista a las primeras etapas de industrialización y burocratización de Europa. Otros ejemplos que señala ese mismo autor son la Comuna de París de 1871, los comités revolucionarios en Rusia, Italia y Alemania después de la Primera Guerra Mundial y los colectivos y comunidades anarquistas en la guerra Civil Española (Boggs, 1977).
El enfoque de la prefiguración política, en buena parte de su historia, fue asociado solamente a la primera fase que caracteriza el estadillo de una rebelión o el inicio de un movimiento social, así como crítica Arendt (1963). Desde los años sesenta, este acercamiento teórico ha sido más claro y articulado, identificándose en más de una etapa o aspecto con la emergencia de los nuevos movimientos sociales (Melucci, 1985, 1996). De hecho, ahora podemos distinguir una tendencia prefigurativa en distintos y diversos movimientos sociales como los movimientos feministas (Harris y King, 1989), los autónomos y anarquistas (Katsiaficas, 1997; Leach 2009; Yates, 2014), los movimientos pacifistas (Lakey 1968; Epstein 1991) y por supuesto los movimientos en contra de los procesos de neoliberalización (Della Porta et al. 2006; Pleyers, 2010), entre otros.
De esta manera, es posible observar que la organización y la práctica de determinados movimientos sociales alcanzan a anticipar o representar un “mundo alternativo” en el presente, como si ya existiera. La política prefigurativa tiende a involucrar una serie de prácticas alternativas y adicionales a las actividades que se desarrollan en los grupos, como la organización horizontal y antijerárquica, la toma de decisiones por consenso, la acción directa, la práctica del hazlo tú mismo, es decir, el do it yourself (diy), proyectos autoorganizados y autosustentables, etcétera. Además, la política prefigurativa pone en evidencia cómo la vida cotidiana se transforma en una dimensión política (Epstein, 1991; Franks, 2003; Pleyers, 2010; Yates, 2014). En particular, la política prefigurativa hace emerger un proceso de crear alternativas políticas “aquí y ahora” (Maeckelbergh, 2011). A pesar de su utilidad para comprender determinadas experiencias sociales, gracias al hecho de que las teorías de los movimientos sociales han puesto en su centro de análisis al actor racional y a las organizaciones institucionales, las experiencias de movimientos prefigurativos han sido muchas veces menospreciadas o consideradas como casos anómalos en los estudios de los movimientos sociales. Esto ha llevado a un debate disperso y una aplicación puntual, sin nunca poder llegar al grado de una teoría sólida capaz de comprender la viabilidad de determinadas estrategias prefigurativas direccionadas al cambio social.
A pesar de estas dificultades, el marco de la prefiguración política sigue siendo apropiado para analizar el activismo de base, es decir, el tipo de experiencias consideradas en esta investigación. Un activismo donde los protagonistas vinculan el cambio social con acciones prefigurativas en sus vidas cotidianas. El centro del compromiso para quien promueve estas experiencias es la coherencia entre las estrategias de acción directa y sus valores como el respeto por la naturaleza, la solidaridad, la confianza y el apoyo mutuo. Un compromiso que, por lo tanto, tiene un carácter prefigurativo en los valores y las creencias. Resulta que el componente prefigurativo es un marco interpretativo extremamente útil para comprender estas experiencias, definidas en la literatura de los movimientos sociales como movimientos o activismo de base (grassroots movements) en contraposición a los movimientos sociales más estructurados en términos de organización, recursos y redes (véase Della Porta y Diani, 1997). Estas experiencias sociales hacen sus mejores esfuerzos para elegir las estrategias y prácticas que incrustan o “prefiguran” el tipo de sociedad que ellos mismos reivindican y proponen. Existen varias investigaciones sobre distintas experiencias de activismo de base, tal como el activismo alimentario (Winnie, 2011; Pleyers, 2017), el activismo de base que alimentó el movimiento antiglobalización (Players, 2010; Maeckelbergh, 2009), el activismo de grupos autónomos (Yates, 2014; Poma y Gravante, 2017a y 2017b), el activismo digital (Gravante, 2016), el activismo de colectivos feministas (Poma y Gravante, 2017c) y el activismo defensa del territorio (Poma, 2018; Poma y Gravante, 2016), entre otros.
Visto que el enfoque principal de la pesquisa era dar mayor importancia a los procesos de interacción social, el diseño de la investigación se fundamentó en una dimensión cualitativa, puesto que es una dimensión que privilegia la narración y, con ello, una comprensión del significado que los mismos actores dan de una determinada realidad (Della Porta, 2014). El trabajo de campo se realizó de septiembre de 2017 a septiembre de 2018 con el objetivo de trazar un primer mapa cualitativo de las experiencias de activismo alimentario en la Ciudad de México. Se trata de un mapa enfocado en encontrar las características intrínsecas de estas experiencias, como el tipo de participantes, el nivel informal de organización, las prácticas propuestas, la capacidad de red, entre otros, más que en localizar el número de experiencias presentes en la ciudad. Paralelamente a este trabajo se ha realizado la elección de los sujetos de estudio y dados los pocos trabajos sobre este fenómeno social, se ha seguido la propuesta de Yin para este tipo de situaciones de utilizar un enfoque descriptivo de caso, es decir, una aproximación centrada en las características definitorias de los casos investigados (Yin, 2009).
La técnica principal de recolección de datos ha sido la observación participante. Esta ha permitido conseguir informaciones de cómo las personas interpretan los diferentes aspectos de sus actividades, además de permitir el desarrollo de relaciones de confianza con los diversos protagonistas de estas experiencias. Esta técnica en la presente investigación se ha caracterizado por los siguientes elementos: a) observar en profundidad en los lugares principales donde se desarrolla este tipo de actividades; b) observar de forma sistemática y regular todas las realidades involucradas, y c) participar en eventos, talleres y proyectos promovidos por las experiencias consideradas. Estos datos han sido asociados a un análisis de los folletos y documentos explicativos distribuidos por los mismos organizadores, además de una etnografía digital de las experiencias que disponen de página web o de un perfil en las redes sociodigitales, principalmente Facebook. Por último, para analizar la relación entre prácticas y valores con los datos obtenidos a través de la observación participante, he realizado una serie de entrevistas con algunos de los protagonistas. El objetivo de las entrevistas ha sido comprender el significado que los individuos atribuyen al mundo externo y a su propia participación en él, la construcción de su identidad colectiva y sus emociones (Della Porta, 2010).
El trabajo de campo me ha permitido definir algunos de los patrones más importantes, los cuales han sido sistematizados según el tipo de colectivos, las características de la producción/distribución, el tipo de trabajo, las características de los productos, la relación productor/consumidor y la relación con el ambiente. Además, he intentado categorizar otras variables, por ejemplo, las ideologías políticas (desde la revolucionaria hasta la conservadora) que se reflejan con esas prácticas.
El resultado ha sido la distinción de estas experiencias en cuatro grandes categorías a partir de su proceso de organización, sus prácticas y sus valores principales. Este último elemento resultó fundamental en el proceso que caracteriza la segunda parte del análisis más que en el propio mapeo. Respecto a la escala de acción, me he centrado en experiencias que tienen como punto de referencia un escenario local (generalmente un barrio o colonia), es decir, un activismo alimentario centrado en revitalizar y recuperar el sistema alimentario local. Por lo tanto, de este mapeo he excluido colectivos o movimientos con alcance nacional o global como pueden ser el activismo en contra del maíz transgénico o del aceite de palma, el activismo para los derechos del consumidor, el movimiento para el derecho de los animales, el activismo climático, entre otros.
El resultado es un mapa cualitativo constituido por las siguientes cuatro categorías:
Su sustento económico se fundamenta en proponer un menú semanal diferente cada día, o en la venta de diferentes tipos de productos a precios accesibles, por lo general panes y dulces hechos por ellos mismos. En sus productos elaborados intentan recuperar la cultura gastronómica tradicional mexicana como el mole artesanal o el uso de quelites, amaranto, etcétera, y al mismo tiempo experimentar con elementos innovadores como el tofu, el seitán, las algas; siempre con el objetivo de que la comida conjugue el placer y la salud. Su componente social se manifiesta, además, en sus precios accesibles, también en las temáticas que sus actividades abordan y donde muchas veces se hibridan entre ellas. Los talleres de sexualidad femenina, de bordado, de preparación de quesos y leches veganos, de cervezas artesanales, de autodefensa femenina, entre otros se intercalan y a veces se yuxtaponen con charlas sobre el feminismo, la poesía, la comida oaxaqueña, el zapatismo, la masturbación, los presos políticos, las luchas en defensa de territorio, el baile. Se organizan a través de asambleas de socios o miembros de los colectivos y por lo general buscan el consenso. Aunque con dificultad, persiguen una coherencia entre sus prácticas y sus valores.
Otra característica de estas experiencias es que ningún participante se mantiene de los proyectos, por lo que el autoempleo no está presente. El dinero recolectado durante los eventos se invierte en la experiencia misma, ya sea en cubrir los gastos de las huertas o en la promoción de otro evento. La dedicación de los miembros no es de tiempo completo y la entrada y salida de los miembros es frecuente, aunque existe un grupo de “aficionados” que participa desde el inicio del proyecto o se incorporan y participan durante un periodo largo. Son proyectos que se organizan por asambleas, algunos se constituyen como asociación civil mientras que otros quedan organizados como colectivos informales. Reparten la carga de trabajo de forma equitativa, aunque tienden a organizar distintos grupos que se ocupan de una tarea en particular como el vivero, la siembra, la irrigación u otros trabajos comunitarios.
Además de poner en contacto a pequeños productores con el consumidor urbano, son proyectos que promueven la representación social que está detrás de cada producto y el significado del alimento para sus pequeños productores y para la sociedad mexicana, por ejemplo, el maíz, protagonista central en muchos eventos públicos organizados por estos colectivos.
En estas experiencias hay una estrecha relación entre valores y prácticas. Sus prácticas nos indican también qué futuros alternativos desean para la Ciudad de México, como recuperar la relación con la naturaleza, la sustentabilidad en las prácticas cotidianas, un nuevo tipo de movilidad, la ética y justicia en todo tipo de intercambio.
Las cafeterías o las cocinas son gestionadas por una parte de los colectivos, los cuales se ocupan de preparar la comida para los eventos, mantener las relaciones con los pequeños productores, hacer la compra, la limpieza, etcétera. A pesar de que la práctica alimentaria no es el centro de sus actividades, resultan ser experiencias que ponen en cuestión el actual sistema de producción/consumo neoliberal, reivindicando continuamente alternativas posibles al consumo de carne, al desperdicio de productos alimenticios, a los productos procesados, entre otros. Por lo general no hay una profesionalización en quien prepara la comida, y esta tarea es vista más como un proceso colectivo de aprendizaje e intercambio con el objetivo final de producir un menú nutritivo para los participantes del evento del espacio social.
Considero estos aspectos sumamente importantes, ya que la sociedad dentro de la que se desenvuelven dichas raa es una sociedad donde el trabajo del campesinado está menospreciado y mal pagado, el trabajo infantil normalizado, el control estatal sobre la calidad de los productos ausente y delegado a las grandes industrias de la alimentación, y la relación con la naturaleza deteriorada. Por un lado, las raa son lugares importantes de encuentro donde los productores ofrecen productos orgánicos y de calidad, producidos de manera sostenible, espacios que dan una importancia particular a la salvaguarda de la cultura gastronómica y a la biodiversidad de los cultivos. Por otro, representan espacio donde se está construyendo otra narrativa social: una narrativa inclusiva, respetuosa de las diferencias y de los otros seres vivientes además de los seres humanos.
Estas cuatro categorías nos presentan un abanico de experiencias distintas que podemos sistematizar (véase la tabla 1) en función de cómo se organizan, qué prácticas alimentarias reivindican y qué temáticas sociales abordan en sus actividades.
Este esquema nos indica también que propuestas como el vegetarianismo, el veganismo, o la (re)apropiación de productos tradicionales, o la misma cultura de producción de los alimentos orgánicos son interpretadas de forma radical, es decir, más que una moda o estatus social, son prácticas que reflejan una determinada ética y respeto hacia quienes producen, cocinan y consumen y a la naturaleza misma, donde los medios son coherentes con los fines. Es decir, las prácticas de autodeterminación alimentaria de estos grupos y colectivos urbanos se caracterizan por una política prefigurativa, aspectos sobre los cuales reflexionaré en el siguiente apartado.
El marco analítico propuesto permite enmarcar las prácticas de estas experiencias como un acting out de sus valores y emociones, desafiando de esta forma las normas del actual sistema dominante en términos de interacciones sociales e identidad colectiva. La construcción de “su comunidad” resulta ser un rol central para comprender el compromiso político. Un compromiso político donde se incluye no sólo la cuestión alimentaria sino también el género, la sexualidad, la raza, entre otros. Este proceso permite articular la protesta política y la vida cotidiana con las creencias, los valores y el deseo de ser coherentes con estos últimos.
Por ende, promover y reivindicar el consumo de determinados alimentos o formas distintas de producir y distribuir la comida se transforma en una expresión política de lo cotidiano y moldea una identidad política resiliente. Una identidad que, por un lado, sirve para fortalecer el “nosotros” y al mismo tiempo sirve para construir un “ellos”. En términos sociológicos, el círculo del nosotros se enriquece de una serie de prácticas y valores que emergen de forma antagónica con el sistema alimentario convencional, y que en nuestra investigación podemos condensar en la tabla 2.
Para finalizar, el marco interpretativo de la prefiguración política permite ver cómo el activismo alimentario constituye una nueva forma de acción política capaz de promover otro paradigma sobre la producción y el consumo de los alimentos. Un activismo que no solamente es capaz de crear nuevas “geografías alimentarias alternativas”, sino que permite la emergencia de una nueva identidad colectiva caracterizada por el redescubrimiento de la soberanía alimentaria (Forno, Grasseni y Signori, 2013). Aspectos que, en los protagonistas, abren un abanico de posibilidades y deseos en oposición al imaginario del poder y del actual sistema neoliberal.
La propuesta de aproximarse al activismo alimentario a través de la acción colectiva y la prefiguración política ha permitido la distinción de las experiencias de activismo alimentario en la Ciudad de México en cuatro categorías. A pesar de los límites de la presente investigación, este resultado puede ser un primer punto de partida para investigaciones futuras que quieren profundizar en estos tipos de experiencias. Y eventualmente ampliar y enriquecer esta primera “geografía” del activismo alimentario con otros territorios que no han sido tomados en cuenta por parte del autor. Segundo, el enfoque utilizado ha permitido comprender el tipo de compromiso que fundamenta estas experiencias. Un compromiso que no emerge desde la lógica costo-beneficio, sino de la búsqueda de coherencia entre prácticas, valores, estrategias y objetivos. Este proceso de politización de la vida cotidiana permite a los protagonistas redefinir la forma de ver el mundo, además de hacer emerger la necesidad de buscar prácticas alternativas en las cuales los medios son coherentes con los fines: por ejemplo, los procesos y las estrategias para tomar decisiones y organizarse. La prefiguración incluye también imaginar la construcción de alternativas, vinculadas con las actividades de la vida cotidiana.
En conclusión, el mapeo cualitativo presentado en este texto permite ver cómo el activismo alimentario, a pesar de ser un fenómeno emergente en el estudio de los movimientos sociales en México, es constituido por una constelación de múltiples experiencias que con sus prácticas intentan de una forma u otra oponerse al modelo actual de producción, abasto y consumo de alimentos, y al mismo tiempo proponen prácticas de soberanía alimentaria desde los territorios urbanos. Respecto al marco analítico utilizado, la prefiguración política resulta un enfoque muy oportuno cuando se analizan experiencias de base incrustadas en la vida cotidiana, pues permite destacar los procesos de micropolítica del cambio social, y eventualmente indicarnos qué futuros alternativos hay para nuestras ciudades.