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¿Cómo estudiar emociones desde una sociología contextual y relacional?
Eduardo Osiel Martell Hernández
Eduardo Osiel Martell Hernández
¿Cómo estudiar emociones desde una sociología contextual y relacional?
How Can Emotions be Studied from a Contextual and Relational Sociology?
Iberoforum. Revista de Ciencias Sociales, vol. 3, núm. 2, pp. 1-23, 2023
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
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Resumen: A partir de reconocer la necesidad de un marco teórico relacional y contextual como sustento del estudio de la dimensión emocional de cualquier fenómeno sociológico, o la propuesta de una sociología de las emociones vinculada entre distintos niveles epistemológicos y situacional en su estudio, se presenta la reflexividad metodológica de dicha propuesta.

Así, surge el imperativo de encontrarle una aplicación metodológica a la propuesta de una sociología de las emociones basada en el estudio de las percepciones, experiencias y expresiones de las mismas; en el artículo se sustentan y justifican las nociones de metodología interna y externa del dato sensible, así como su estudio combinado como dos caras de una misma moneda que posibilita el análisis de la dimensión emocional de cualquier fenómeno sociológico.

Palabras clave: Emociones, relacionalidad, contexto, metodología interna, metodología externa.

Abstract: Recognizing the need for a relational and contextual theoretical framework to support the study of the emotional dimension of any sociological phenomenon, or the proposal of a sociology of emotions linked between different epistemological and situational levels in its study, the methodological reflexivity of this proposal is presented.

Thus, the imperative of finding a methodological application to the proposal of a sociology of emotions based on the study of perceptions, experiences and expressions of emotions arises; the article supports and justifies the notions of internal and external methodology of the sensitive data, as well as its combined study as two sides of the same coin that makes possible the analysis of the emotional dimension of any sociological phenomenon.

Keywords: Emotions, relationality, context, internal methodology, external methodology.

Carátula del artículo

Dossier

¿Cómo estudiar emociones desde una sociología contextual y relacional?

How Can Emotions be Studied from a Contextual and Relational Sociology?

Eduardo Osiel Martell Hernández*
El Colegio Mexiquense, A. C., México
Iberoforum. Revista de Ciencias Sociales, vol. 3, núm. 2, pp. 1-23, 2023
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Recepción: 27 Abril 2022

Aprobación: 25 Septiembre 2023

Publicación: 31 Diciembre 2023

Introducción: Una metodología emocional para la sociología

Este artículo tiene como objetivo desarrollar la reflexividad metodológica de una sociología de las emociones que se sustenta como epistemológicamente relacional entre biología y cultura (Martell y Caro, 2023), así como contextual en su estudio; ello debido a que el fenómeno emoción implica establecer una observación que, al mismo tiempo, se realiza mediante la cultura —con base en la doble hermenéutica (Giddens, 1987) o metodología interna— y la naturaleza —con base en una hermenéutica aliena o del silencio (Hitzer, 2015) en una metodología externa—.

El artículo se compone de cuatro apartados: en el primero, que corresponde a la introducción, se establece un panorama general sobre el tema; en el segundo se explican los antecedentes que posibilitan una reflexividad metodológica sobre el estudio relacional de las emociones; en el tercero, que corresponde a la discusión, se desarrollan los ejes argumentativos de la propuesta metodológica de estudio de las emociones desde las posiciones interna y externa; en el último, se presentan las conclusiones.

De índole meta-teórica (Ritzer, 2001), esta investigación está inmersa en el denominado giro afectivo de las ciencias sociales, el cual tiene por principal intención justificar el estudio sociológico de las emociones de manera central, construyendo marcos teóricos que den cuenta de las distintas epistemologías insertas en el fenómeno emoción.

Los giros afectivos invitan a un enfoque transdisciplinario de la teoría y el método que necesariamente invita a la experimentación para capturar el co-funcionamiento cambiante de lo político, lo económico y lo cultural, replanteando lo emocional como un cambio en el despliegue de la capacidad afectiva. (Clough y Halley, 2007, p. 3; traducción propia)

Se trata, en ese sentido, no sólo de legitimar el estudio de las emociones desde la sociología, sino de hacerlo reconociendo que éste —por la naturaleza ontológica del fenómeno emoción, que se conoce epistemológicamente mediante distintos niveles de aprehensión— justifica un acercamiento a la materialidad a partir del giro lingüístico adoptado en los últimos años en las ciencias sociales, pero sin tomar partida por ninguno de los dos elementos, sino observando su relacionalidad.

El término The Affective Turn fue utilizado como tal por primera vez por las sociólogas estadounidenses Patricia Clough y Jean Halley que lo tomaron como título de su libro publicado en 2007. El uso del término refiere al cuerpo de un trabajo que comúnmente se establece en contra de la orientación discursiva del construccionismo social. El argumento de Patricia Clough a favor de un giro afectivo es estructurado concienzudamente a través de un gesto que contrasta el “buen” afecto corporal con el “mal” discurso consciente del significado. (Enciso y Lara, 2013, p. 104)

Así, se desarrolla la reflexividad metodológica que posibilita el estudio de las emociones desde la sociología o, para decirlo con mayor precisión, se justifica la posibilidad de estudiar las emociones en cualquier fenómeno de la vida social al reconocer que cualquier hecho social tiene una dimensión emocional que puede ser examinada.

La dimensión emocional como una categoría de análisis que busca rebasar las dicotomías entre cuerpo y mente, estructura y agencia, expresión y experiencia, naturaleza y cultura, razón y emoción, así como eliminar el problema de cosificación y reificación de emociones. Del mismo modo se pretende reconocer la interrelación entre los elementos fisiológicos, cognitivos, lingüísticos y materiales de las emociones, conectados con la vida de la experiencia emocional de los sujetos y su variabilidad histórica y social. (López, 2019, pp. 15-16)

Dado que el conocimiento de las emociones —a pesar de ser fenómenos de estudio que existen en unicidad— implica distintas epistemes, desde la biología hasta la cultura colectiva y la psicología (Turner, 2009; Turner y Stets, 2005; Scribano, 2012 y 2013; López, 2019; Reddy, 2014; Hochschild, 1983), la reflexividad metodológica sobre su estudio se logra más apelando a tradiciones de investigación (Laudan, 1977) que a teorías específicas de las mismas.

Más que hablar de si existen diferencias relevantes entre etiquetas que en castellano a veces son sinónimos y en ocasiones no, siempre dependiendo de la teoría desde la cual se hable, pues “términos como sensaciones, sentimientos, afectos y emociones son frecuentemente usados de manera bastante difusa en las teorías de las emociones” (Turner y Stets, 2005, p. 284; traducción propia), se apela a las nociones epistémicas de percepción (García, 2019) —cuando las emociones son conocidas desde su vertiente fisiológica o mecánica no consciente—, así como a la experiencia individual y expresión colectiva (López, 2019) —cuando éstas se conocen desde la consciencia simbólica, ya sea verbal o corporal—.

Así, se toman como punto de partida los supuestos metodológicos de estudio de las emociones sustentados por Flam (2015), quien formula dos elementos centrales para discutir la posibilidad de este análisis desde la sociología: por un lado, la centralidad de la situación o contexto como espacio-tiempo de observación de lo sensible; por el otro, la articulación de las dimensiones epistemológicas —percepción, experiencia y expresión— para el estudio de las mismas. Lo anterior justifica su abordaje metodológico desde posiciones internas y externas que son complementarias.

Las metodologías internas y externas se justifican como parte de la reflexión metodológica de observación y estudio de las emociones a partir de reconocer sus principios epistemológicos, es decir, que las emociones se aprehendan tanto desde la fisiología o mecánica no consciente de las mismas —lo cual sustenta su observación externa— como desde la cultura y la psicología simbólica conscientes —lo cual avala su estudio interno o interpretativo—.

Con base en ello, se desarrolla la posibilidad de estudiar las emociones de manera combinada: mediante técnicas de investigación que contemplen la metodología externa, en la cual el actor no es consciente de que está siendo observado, pero comunica sus sensibilidades sobre todo como movimientos corporales o fisiológicos visualizados en su corporalidad y a través de descripciones imputadas por el sociólogo externo, así como mediante observaciones interpretativas, clásicas de las metodologías internas, en tanto las emociones también son conscientes para quien las siente.

En ese sentido, se sustenta que el acceso a los datos emocionales o la construcción de éstos con base en la sensibilidad del fenómeno de estudio, implica el reconocimiento combinado y relacional de dos metodologías de investigación que sean congruentes con la idea de que las emociones se conocen tanto en su consciencia y expresión colectiva, como en sus movimientos corporales no conscientes, haciendo uso tanto de la visualidad como de la textualidad, en lugares y tiempos situados.

Antecedentes. Emociones en contextos o situaciones

¿Qué son las emociones? y ¿cómo se les tendría que estudiar desde la sociología para observar de mejor manera su posición relacional de distintos niveles epistemológicos de conocimiento? Las emociones son el tono energético cognoscitivo y comunicativo del actor con su entorno y consigo mismo, el cual le ayuda a situarse temporal y espacialmente en el mundo en el que vive.

La emoción no es acción per se, sino que es la energía interna que nos impulsa a un acto, lo que da cierto “carácter” o “colorido” a un acto. La emoción, entonces, puede definirse como el aspecto cargado de energía de la acción, en el que se entiende que implica al mismo tiempo cognición, afecto, evaluación, motivación y el cuerpo. Lejos de ser presociales o preculturales, las emociones son significados culturales y relaciones sociales fusionados de manera inseparable, y es esa fusión lo que les confiere la capacidad de impartir energía a la acción. [...] Las emociones son aspectos profundamente internalizados e irreflexivos de la acción, pero no porque no conlleven suficiente cultura y sociedad, sino porque tienen demasiado de ambas. (Illouz, 2007, pp. 15-16)

Dicho tono energético cognoscitivo y comunicativo se encuentra presente en todo momento en la vida humana, biológica y culturalmente hablando, social en un sentido amplio: a veces es más intenso y se percibe ruidosamente; a veces es menos intenso y ni siquiera se nota; en algunos momentos es consciente y en ocasiones no; hay instantes en los que se le pone atención y otros en los que no. Ese tono energético siempre implica un cuerpo, ya sea como movimiento, como piel o como imagen, o de las tres maneras posibles.

El cuerpo imagen es un indicador del proceso de cómo “veo que me ven”. Por su parte, el cuerpo piel señala el proceso de cómo “siento-naturalmente” el mundo; y el cuerpo movimiento es la inscripción corporal de las posibilidades de acción. (Scribano, 2013, pp. 28-29)

El “cuerpo imagen” sería la expresión colectiva; el “cuerpo piel”, la experiencia individual, y el “cuerpo movimiento”, su percepción no consciente. El “cuerpo emoción” siempre es social (Scribano, 2012 y 2013), entendido como biológico, psicológico y cultural a la vez y en todas direcciones; por ello está presente en todas las dimensiones de la sociedad, y todo fenómeno sociológico tiene una dimensión emocional que puede ser estudiada (López, 2019).

Si vamos a entender la sociología de las emociones, debemos reconocer que los encuentros y las fuerzas que las impulsan están incrustados en unidades corporativas y categóricas de nivel meso que, a su vez, están incrustadas en dominios institucionales y sistemas de estratificación dentro de sociedades enteras y quizás incluso del sistema de sociedades [...]. Por el contrario, las emociones que se despiertan en los encuentros pueden apuntar a un rango relativamente pequeño de objetos potenciales: uno mismo, otro(s), encuentro, unidad corporativa, unidad categórica, dominio institucional, sistema de estratificación, sociedad y sistema de sociedad. (Turner, 2007, pp. 75-76; traducción propia)

Las emociones son inherentes a todas las dimensiones del estudio social y se encuentran presentes en cualquier acción o hecho social —más allá de suponerlas en algún lugar específico— al ser ontológicamente un mismo fenómeno, pero conocidas en distintos niveles de aprehensión epistemológico. El estudio sociológico de las emociones permite reconciliar esos niveles como una síntesis común, donde la sociedad ya no es vista sólo como una construcción cultural o como una determinación biológica; éstas posibilitan entender lo social como una reconstrucción permanente que siempre tiene un punto de partida y llegada común en la corporalidad, tanto fisiológica como simbólica.

Ambas perspectivas son correctas en este sentido; las emociones surgen a causa de la activación de los sistemas corporales que surgen alrededor de los sistemas endocrino, musculoesquelético, nervioso autónomo y neurotransmisores (Turner, 2000). Pero esta excitación es bastante constreñida por la estructura cultural y social. Además, la experiencia y expresión de las emociones biológicas es producto del aprendizaje. Como individuos adquirimos la cultura emocional de una sociedad; en ésta se desarrollan aprendizajes para saber qué emociones son apropiadas en qué tipos de situaciones y cómo estas emociones deben ser sentidas y expresadas. (Turner y Stets, 2005, p. 285; traducción propia)

Si bien las emociones existen en una unicidad, aquí se sustenta que éstas son conocidas a partir de dos grandes epistemes. Por un lado, las percepciones ligadas a lo no consciente (García, 2019; Massumi, 1995); esa “intensidad que es calificable como un estado emocional, y este estado es estático-temporal y ruidosamente narrativo” (Massumi, 1995, p. 86; traducción propia) o, en palabras de Reddy (2014), las líneas de investigación que se enfocan en la dimensión fisiológica no consciente de lo sensible:

Me refiero a las líneas de investigación derivadas de la psicología experimental, por un lado, y de la neurofisiología, por otro, cuya unión ha sido posible gracias a las tecnologías de imagen cerebral y otros avances metodológicos. En estos campos relacionados, ahora es posible estudiar fenómenos clásicos de la psicología experimental como los efectos de preparación, el efecto Stroop, la carga cognitiva, la percepción subliminal y la automaticidad mientras se mapean las activaciones cerebrales de los participantes. (Reddy, 2014, pp. 41-42; traducción propia)

Por otro lado, también se conocen mediante las “experiencias que las han originado y a las expresiones que han generado” (Delgado et al., 2018, citado en López, 2019, p. 11), es decir, las experiencias que los actores tienen de sus emociones a partir de ser conscientes de éstas, así como las expresiones colectivas que realizan con base en ellas; lo que Reddy (2014) define como los métodos interpretativos de estudio de las emociones:

Por humanista me refiero a una academia cuyos compromisos epistemológicos dictan la confianza en el método interpretativo. Por método interpretativo me refiero a cualquier método que intente explorar el significado, la intención o las dimensiones significativas del lenguaje, el texto o la acción. Los humanistas no persiguen la explicación de los fenómenos personales como mecanismos, cadenas de causa-efecto o algoritmos; el supuesto es que las personas son flexibles, en un grado muy significativo, y que su flexibilidad se logra mediante la reflexión y se manifiesta en un comportamiento intencional llamado acción. (p. 41; traducción propia)

En estas dos grandes tradiciones de investigación (Laudan, 1977),[1] se encuentran sustentados los estudios teóricos de las emociones desde la sociología; la gran mayoría están inmersos en los segundos, si bien también existen teorías que retoman los primeros (Scribano, 2012, p. 99; Turner y Stets, 2005, p. 23).

Una vez clarificado que el estudio de las emociones es necesariamente relacional debido a las condiciones epistemológicas de éstas, cabe justificar cómo aplicarlo a cualquier fenómeno sociológico sin dejar de lado algún nivel de su entendimiento. Es aquí donde se vuelve indispensable la noción de “situación” o “contexto sensible” para conjuntar en un mismo tiempo y lugar la posibilidad de observar lo biológico, psicológico y cultural de lo emocional (Robinson y Clay-Warner, 2008; Hochschild, 1975, 1983, 2008; Stearns y Stearns, 1985; Reddy, 2001; Rosenwwein 2006, 2016; García, 2019; Solana, 2020), pues cabe recordar que “cada teoría genera su metodología para conseguir su objetivo y hacer uso de técnicas” (Alonso, 1977, p. 17).

Esto se propone como una herramienta heurística para posibilitar el estudio de lo fisiológico y lo simbólico al mismo tiempo; se trata de situarse en unos estudios que “empezaron a desarrollar descripciones de la relación entre las emociones y la estructura social para documentar el proceso de normas y el manejo de emociones en diferentes dominios de lo social” (Robinson y Clay-Warner, 2008, p. 2; traducción propia).

Flam (2015) reconoce las dos dimensiones epistemológicas de las emociones antes descritas como parte de su propuesta metodológica contextual para estudiarlas sociológicamente: la física o biológica en las percepciones; la psicológico individual, y la cultural colectiva en las experiencias y expresiones.

En principio, las emociones tienen una dimensión física, cognitiva y expresiva (Kuzmics). Aunque, de estas tres, no todas son accesibles o visibles para un externo —dejando espacio para una interpretación—, es posible y necesario centrarse en estas dimensiones, interpretando y contextualizado las emociones para desarrollar o refinar las tesis específicas. (Flam, 2015, p. 4; traducción propia)

Para poder observar estas dos epistemes, es necesario un lugar y un tiempo común, una situación o contexto; se trata del “caso intermedio entre la institución y la interacción, la situación social que supondría una serie de elementos históricos y naturales compartidos, que colocan a los individuos en igualdad de circunstancias” (García, 2019, p. 43).

Por las condiciones epistemológicas del fenómeno emoción, retomando la propuesta de Solana (2020), “en lugar de armar mapas ontológicos binarios a partir de los cuales poder situar la fijeza y el cambio, es preferible que estas valoraciones surjan de la investigación de fenómenos sociales específicos” (p. 37). Si las emociones son epistemológicamente relacionales, su estudio en un contexto también debe serlo, ya que el contexto o situación permite observar en un mismo tiempo y espacio las dos dimensiones trazadas.

En cuanto a los elementos fisiológicos, podemos examinar la percepción sensible o intensidad:

Justamente no absorbe pulsos o estimulaciones discretas. Éste se llena de contextos. Se llena de voluntades y cogniciones que no son nada si no son situadas. La intensidad es asocial, pero no es pre social —esta incluye elementos sociales, pero mezclados con elementos pertenecientes a otros niveles de funcionamiento, y combinándolos de acuerdo con diferentes lógicas. (Massumi, 1995, pp. 90-91; traducción propia)[2]

Asimismo, es factible revisar las posibilidades conscientes de conocimiento de las emociones. Así lo reconocía ya la fundadora de la sociología de las emociones, Arlie Hochschild (1975), para quien “los sentimientos adquieren su significado sólo en relación con un contexto socio-histórico específico; este contexto puede ser primero entendido como un lugar en el mundo, una esfera —tal como la familia o la empresa—” (p. 288; traducción propia), condición que también es reconocida como válida para el estudio fisiológico de las emociones por la misma autora:

La emoción, por lo tanto, es nuestra experiencia del cuerpo leída como una acción potencial. Dado que el cuerpo se prepara para la acción de manera fisiológica, la emoción implica un proceso biológico. Por lo tanto, cuando nosotros gestionamos una emoción, estamos parcialmente manejando una disposición corporal para una acción anticipada, sea consciente o inconsciente, es esto por lo que el emotion work es “trabajo” y por lo cual la enajenación de una emoción es enajenación de algo de importancia o peso. (Hochschild, 1983, pp. 229-230; traducción propia)

Los contextos o situaciones se erigen como centrales para poder conocer emociones en su relacionalidad amplia, tanto desde una perspectiva fisiológica como desde una simbólica (García, 2019; López, 2011, 2019; Anderson, 2009; Scribano, 2012, 2013; Cena, 2015; Solana, 2020; Battezzatti, 2021; Collins, 2009; Flam, 2015). Ahora cabe discutir cómo esta herramienta de estudio de lo emocional permite obtener datos sensibles desde dos metodologías de observación: la mirada interna y la mirada externa.

Discusión. Las metodologías interna y externa de estudio de las emociones

Estudiar emociones —y con ello observar o construir datos sensibles— significa reconocer que las formas de mirar percepciones, experiencias y expresiones emocionales siempre están condicionadas por dos tipos de metodologías, las cuales ocurren en la situación y son observadas dependiendo de la atención que se ponga en ésta: una exterior, vinculada a la percepción emocional, en el caso de la observación del movimiento corporal no consciente del otro (Labanyi, 2010) o hermenéutica del silencio; y otra interior, implicada en un diálogo intertextual o doble hermenéutica (Giddens, 1987), con base en las emociones que el actor hace consciente y después le expresa al sociólogo.

La metodología externa, el lado fisiológico o mecánico no consciente de las emociones (Labanyi, 2010; Summers-Effler et al., 2002), tiene un límite evidente en la propia autoexperiencia consciente, pues uno mismo no puede observar su percepción: al hacerla consciente, ya la estaría experimentando. La metodología interna, en cambio, necesariamente implica reconocer que los actores son conscientes de sus propias emociones para después categorizarlas en una narrativa o mover sus cuerpos de acuerdo a una mecánica deseada (Bericat, 2002; Illouz, 2007); el límite aquí es entender que la experiencia y la expresión emocionales siempre están mediadas por otra persona.

En el caso de la primera mirada, Labanyi (2010) menciona lo siguiente:

No habiendo alcanzado la conciencia, no puede ser reprimida, es pre consciente. La intensidad es, en este sentido, “materia en movimiento”, en tanto mueve el cuerpo —bastante literalmente—; nos hace alejarnos corriendo de un oso que nos ha asustado, en ese medio segundo anterior a que llegue a ser consciente la sensación física del miedo, que al mismo tiempo hace posible la reflexión “estoy asustado”. (p. 225; traducción propia)

Puede pensarse que la metodología externa que se centra en los movimientos mecánicos y fisiológicos que los actores llevan a cabo en una situación sin tener consciencia de éstos no es posible de observar en auto- narrativas sobre las emociones; esto es un error pues, siguiendo lo que Hitzer (2015) denomina hermenéutica del silencio para la historia de las emociones, una traducción contextual de cuerpos en espacios y con fisiologías y anatomías determinadas, ello es posible; cabe recordar que la historia es una disciplina imposibilitada de ver cuerpos con los que el actor comparte espacio y tiempo: sólo puede observar los textos que se escriben sobre losmismos.

La autora llega a esta conclusión después de estudiar los escritos de personas que tuvieron cáncer y comprender que en éstos no siempre expresan las emociones de manera explícita, lo cual no significa que éstas no estén presentes, como supondría un análisis interpretativo interno, sino que hay cosas que, aunque no se digan explícitamente, también implican un tono cognoscitivo y comunicativo.

En este breve texto se ha demostrado que el tabú del cáncer plantea un particular desafío metodológico para la historia de las emociones, ya que acentúa el problema tan discutido de una posible distancia entre sentir como una experiencia interna y sentir como una expresión externa. El supuesto metodológico de que sólo los sentimientos que se comunican de alguna manera tienen importancia social es, en este contexto, particularmente problemático. Donde éstos no están disponibles —aunque podrían haber existido como una forma de práctica emocional—, las dudas permanecen […]. Una reconstrucción precisa del contexto es el requisito previo para abrir nuevos caminos que sean más relevantes para la historia de las emociones. Un enfoque basado en la “hermenéutica de silencio”, como sugiere Jan Plamper, es uno de esos caminos para abordar narrativas, lógicas y otras “perturbaciones textuales”. (Hitzer, 2015, p. 265; traducción propia)

Dichas “prácticas emocionales” (Hitzer, 2015) aluden a observaciones de la mecánica y fisiología corporal no consciente, a las cuales, si encuentran un límite en la visualidad humana convencional, se les pueden incluir elementos que aumentan los sentidos, añadidos tecnológicos que permiten ver lo que el ojo normal no puede, tal como propone García (2019) para acercar la sociología de las emociones a las neurociencias: se trata de incorporar “escaneos cerebrales y mediciones del sistema nervioso con la expresión verbal de la vivencia emocional y contrastar esto en diversas culturas” (p. 68).

Observar emociones en su dimensión no consciente siempre va de la mano con la posibilidad de reflexionar nuestros sentires de manera consciente; éstos no dejan de estar ligados a nuestros cuerpos e, incluso, muchas veces son modificables no sólo a nivel representacional, sino también fisiológico (LaPierre, 2005; Berding et al., 2022). Por ello, éstas también pueden ser vistas desde una metodología interna.

Desde un punto de partida fisiológico, orgánico y biológico que no negamos, hemos llegado a una conceptualización más apta de las emociones en tanto conciencia y, por ende, en tanto comunicación, indicativas de la esencial comunicación que todos los seres vivos mantienen con su entorno. Unas veces, de fuera hacia adentro, como en el miedo, y otras, de dentro hacia afuera, como en la ira o en el llanto, las emociones son una parte más de la conciencia, y cumplen para el sistema de la persona, como ya indicara adecuadamente Sigmund Freud, respecto de la ansiedad, una función de señal (Bericat, 2002, pp. 124-125).[3]

Ello implica una doble hermenéutica, es decir, que, al tener las emociones una dimensión de su conocimiento desde la conciencia, pueden ser experimentadas y expresadas por quienes las viven, ya sea como vocabulario sensible o como mecánica corporal consciente; éstas después serán interpretadas por los sociólogos con sus propios vocabularios (Schutz, 1964).

De tal manera, los conceptos sociológicosobedecen a lo que llamo una doble hermenéutica […]. La sociología, no obstante, se ocupa de un universo que está constituido dentro de marcos de significados por los actores sociales mismos, y los reinterpreta dentro de sus propios esquemas teóricos, mediando el lenguaje corriente y técnico. Esta doble hermenéutica es de una considerable complejidad, puesto que su conexión no es meramente unívoca (como Schutz parece sugerir); hay un continuo “deslizamiento” de los conceptos construidos en sociología, mediante el cual se apropian de ellos los individuos para el análisis de cuya conducta fueron originalmente acuñados, y por consiguiente tienden a convertirse en rasgos integrales de esa conducta (modificando potencialmente, de este modo, su empleo original dentro del vocabulario técnico de la ciencia social). (Giddens, 1987, pp. 165-166)[4]

De acuerdo con Reddy (2001), las “emociones son lo más inmediato, la mayor autoevidencia y lo más relevante de nuestra orientación hacia la vida” (p. 3; traducción propia), es decir, son una articulación entre nuestra presencia material corporal en el mundo y la representación consciente que nos hacemos de ésta; es por ello que se les puede estudiar tanto desde una metodología externa como desde una interna: porque las emociones se conocen mediante ambos espacios de conocimiento.

Que se las estudie de manera consciente mediante una doble hermenéutica (Giddens, 1987) no implica dejar de lado su corporalidad fisiológica siempre presente; se trata más bien de “proponer el concepto de traducción, como un reemplazo del concepto post estructuralista de signo” (Reddy, 2001, p. 78; traducción propia), un concepto que ayuda a entender la metodología interna de las emociones como siempre situada en su sensación corporal.

En ese sentido, desde la metodología interna, parecería ser que dos cosas que se ven como contradictorias terminan por ser ciertas, pues “toda traducción es indeterminada” pero, a su vez, “sólo la repetición y la inducción reducen la indeterminación a niveles cognoscibles” (Reddy, 2001, pp. 80 y 83; traducción propia). Si bien es cierto que las emociones se traducen de manera consciente con base en una fisiología corporal, las maneras de nombrar esas traducciones tienen una construcción cultural e histórica.

Esto implica aceptar que las etiquetas con las que se nombran las emociones son muy importantes para estudiarlas desde una metodología interna: “debido a que veo palabras como cruciales en la vida emocional (y mi opinión aquí es secundada por algunos neuropsicólogos), yo gasto mucho tiempo en este libro descubriendo vocabularios emocionales, los cuales usualmente, presento organizados en tablas” (Rosenwein, 2016, p. 15; traducción propia). Si bien cabe reconocer su límite epistémico, estas palabras dan cuenta de traducciones verbales, culturales y conscientes, no de percepciones fisiológicas; es por ello que las palabras sí evidencian una emoción en un contexto cultural, pero también pueden ser sinónimos de una misma sensación en la situación descrita con dos palabras distintas.

Términos afectivos, como pasión, sentimiento, ánimo, emoción, sensación, los cuales no son tan específicos, pues son en realidad intercambiables, a veces como sinónimos y otras no, tal y como se usa normalmente en el lenguaje cotidiano, donde a veces decimos “sensación” y otras “emoción”, y nunca nos equivocamos, quienes se equivocan son los científicos que las clasifican. (Fernández, 2000, p. 14)

Éste es tal vez el principal límite epistémico en el conocimiento metodológico de las emociones desde una mirada interna: reconocer su límite histórico-cultural sin pretender que expresan una universalidad biológica; entender la impronta de las palabras como traducciones de las emociones situadas en contextos culturales e históricos sin caer en la apología de lo lingüístico ni en la determinación biológica.

Bien cabe seguir la recomendación de Reddy (2001), para quien “si existe un objetivo relevante de intensidad emocional, aparecerá un objetivo relevante de valencia emocional” (p. 23; traducción propia). Desde una metodología interna, las emociones están generalmente acompañadas —además de por palabras— por una valoración y una intensidad narrada, las cuales también son traducciones culturales e históricas de las percepciones fisiológicas cuando éstas se hacen conscientes, cuando se convierten en experiencias y expresiones.

Así, también es posible seguir una metodología externa en la narrativa en la que los actores traducen sus propias emociones. Como menciona Labanyi (2010), “analizar un texto literario en términos del affect significaría explorar los caminos mediante los cuales éste ofrece formas de conocimiento sobre el cuerpo” (p. 230; traducción propia); aquí se dirá de manera específica sobre el “cuerpo movimiento” (Scribano, 2013), sobre el cuerpo que es visto o leído sin tener consciencia de que se le está observando en su mecánica física y fisiológica no consciente.

La sociedad sin el cuerpo no existe; observar emociones no conscientes en otros implica observar sus cuerpos en movimiento, tanto externamente en su mecánica como internamente en su fisiología. Algunas autoras, como la antropóloga Esteban (2004), proponen la observación del cuerpo como elemento central para estudiar la sociedad; en él se encuentran

procesos vitales individuales, pero que nos remiten siempre a un colectivo, que ocurren dentro de estructuras sociales concretas, y en los que damos toda la centralidad a las acciones sociales de los sujetos, entendidas éstas como prácticas corporales. El cuerpo es considerado, por tanto, un nudo de estructura y acción, el lugar de la vivencia, el deseo, la reflexión, la resistencia, la contestación y el cambio social, en diferentes encrucijadas económicas, políticas, sexuales, estéticas e intelectuales. (p. 54)

Aunque la autora no se refiere al cuerpo sólo en su dimensión no consciente, sino también experimentado y expresado, resulta interesante cómo introduce la necesidad de hacer añadidos tecnológicos a la observación de la corporalidad, tal como apunta García (2019), pero en un sentido complementario, pues “es posible que el mejor camino para ‘mostrar’ los cuerpos y por tanto no sólo ‘explicarlos’, sea utilizar técnicas visuales” (Esteban, 2004, p. 145).

García (2019) habla de escaneos cerebrales; Esteban (2004), de técnicas visuales, y Rosenwein (2016), de pinturas; es decir, las tres señalan la necesidad de introducir la imagen a la sociología para el estudio de las emociones y sus corporalidades, tanto fisiológicas como simbólicas; imágenes que, como menciona Soto (2012), nunca están solas, al igual que las emociones, y permiten ver lo emocional al llenarse de contextos.

Las imágenes siempre aparecen contenidas en marcos de tiempo y espacio. Y dichos marcos son los que se vuelven invisibles e incluso ajenos a la relación que establecen las imágenes y la sociedad. Es ahí donde radican las claves del desciframiento de las imágenes y no en las imágenes mismas. (Soto, 2012, p. 223)

Introducir las imágenes al estudio de la sociología de las emociones se puede entender como la incorporación de técnicas basadas en la fotografía y el video; cabe reconocer, como lo hace Harper (2012), que “fue la combinación de fotografía, inmersión en el trabajo de campo y narrativa en primera persona lo que permitió que la historia del proceso de investigación se integrara a la historia de la cultura” (p. 39; traducción propia); a fin de cuentas, las imágenes no sólo se encuentran en la fotografía, sino en los textos; lo importante, en todo caso, es reconocer el límite y alcance de esas imágenes para el conocimiento de lo emocional, ya sea desde una metodología interna o externa.

El observador puede sentir, por ejemplo, compasión, lástima o miedo —o una combinación de todas éstas—. Sin embargo, generalmente hablando, los barcos llenos tienen un potencial de evocar un sentimiento de amenaza y, por lo tanto, miedo. Dadas estas ambigüedades, es necesario proponer un marco teórico para proponer cómo una imagen concreta se relaciona con un linaje icónico y con un discurso más amplio más allá de la visualidad real. Esto permitirá un análisis de la emocionalidad por cada imagen particular. (Falk, 2015, p. 240; traducción propia)

Esto implica un límite en el uso de imágenes para la metodología emocional; éstas, sin un marco de referencia teórico y contextual desde el cual se puedan observar, son ambiguas (Falk, 2015). No es que por sí mismas hagan sociología: simplemente expresan una manera distinta de comunicar que también termina por ser tipificada, ya sea desde la metodología externa, la interna o ambas.

Las emociones son tonos cognitivos y comunicativos que delimitan y relacionan, al mismo tiempo, la metodología exterior con la interior y la interior con la exterior; son “tanto para el observador como para el actor una pista de una verdad subyacente, una verdad que había que desenterrar o inferir, una verdad sobre el yo frente a una situación” (Hochschild, 1983, p. 32). Su estudio implica, entonces, conocerlas de manera aliena e intertextual en un mismo tiempo y espacio, tal como propone el siguiente cuadro resumen.

Cuadro
Alcances y límites en la construcción del dato emocional

Fuente: Elaboración propia a partir de las metodologías revisadas

Para estudiar emociones en situaciones es necesario observar cuerpos como materialidades no conscientes de sí desde una metodología externa, al mismo tiempo que como pieles e imágenes desde una metodología interna, pues “las superposiciones helicoidales entre cuerpo imagen, piel y movimiento son el vehículo que permite pasar de las vivencias de los sentidos a los sentidos de las vivencias, como sensibilidades elaboradas y aceptadas socialmente” (Scribano, 2013, p. 29). Sólo desde la relacionalidad metodológica es posible ver la dimensión emocional de cualquier fenómeno social a cabalidad.

Conclusiones. Una metodología emocional externa-interna, relacional y contextual

Las emociones son conocidas, de acuerdo con la sugerencia de las propias condiciones epistemológicas del fenómeno emoción, mediante dos grandes metodologías de investigación: una externa, vinculada a la percepción no consciente de la fisiología y mecánica de las mismas; y una interna, relacionada con la consciencia interpretativa de éstas que los actores experimentan y expresan, y que posteriormente el sociólogo interpreta.

El estudio de las emociones en cualquier fenómeno social es posible mediante artefactos textuales y visuales: el lenguaje de los textos e imágenes ligado a las percepciones no conscientes tiende a ser preferentemente descriptivo y externo, a diferencia de los textos e imágenes ligados a experiencias y expresiones que son generalmente evocativas e internas, aunque siempre existen límites y alcances relacionados en estas metodologías complementarias.

Cabe concluir en ese sentido que “el proceso de investigación mismo está emocionalmente estructurado en tanto los sujetos investigados y los investigadores interactúan mediante sus emociones” (Kleres, 2015, p. xviii; traducción propia). Es por ello que escapar de las emociones en la socialidad y en el proceso de investigación es imposible; éstas están presentes todo el tiempo y, como tal, cabe reconocer de qué manera se les estudia desde la óptica de la dimensión emocional de cualquier fenómeno social —si bien el investigador está inmerso en sus propias emociones y las de los otros actores cuando estudia, conoce y comunica—.

El investigador puede, por lo tanto, ganar acceso al entendimiento emocional en el campo, pero, a diferencia de las personas bajo observación, también se beneficia de las experiencias culturalmente específicas de su propio campo al crear un espacio interpretativo, una distancia con el lugar para la reflexión. (Bergman, 2015, p. 127; traducción propia)

Pues del “conocer quién creó, quién reprodujo y quién recreó las imágenes —así como conocer a qué audiencias fueron dirigidas—, se asiste a la reflexión empática y al proceso de distancia crítica” (Flam y Doerr, 2015, p. 230; traducción propia). Tanto la empatía como la distancia son emociones; en ambos casos, el investigador siente y ese sentir como sentido y sentimiento está presente en su proceso de investigación; lo que cabe es reconocerlo y gestionarlo para los objetivos de ésta.

La metodología que surge como imprescindible para conocer la dimensión emocional (López, 2019) de cualquier fenómeno social es, entonces, una que combina las miradas externas e internas en un momento y situación común; una metodología relacional y contextual de estudio de las emociones como propia de una sociología de lo sensible que reconoce la particularidad epistemológica del fenómeno de estudio.

El empleo de las metodologías interna y externa de manera relacional implica el uso de medios textuales y visuales para el estudio, siempre y cuando se reconozcan los alcances y límites de dicho conocimiento producido contextualmente, sustentado en la tipificación de la fisiología o mecánica no consciente como percepción, así como en la verbalidad o mecánica consciente como experiencias y expresiones emocionales para cualquier fenómeno social de la vida humana.

El modelo de la sociología de las emociones propuesto en este artículo estuvo basado en la investigación doctoral que el autor realizó en El Colegio Mexiquense, A. C., titulada “Entre originarios y avecindados: intensidades, emotions works y comunidades emocionales en Ecatepec de Morelos”; en ésta fue plausible combinar las metodologías externa e interna del fenómeno sensible en seis unidades de análisis del municipio mexicano.

Si bien hubo un obstáculo en la aplicación de la metodología, pues no en todos los casos se obtuvieron imágenes y narrativas por igual, sí se logró producir una sociología de las emociones que incluyera la dimensión fisiológica de las mismas en los estudios culturales, tal como se pretende con el giro afectivo; se reconoce aquí que la operación de la metodología propuesta es una posible vía de investigación a desarrollar en el futuro.

Material suplementario
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Notas
Notas
[1] “En resumen, una tradición de investigación proporciona un conjunto de directrices para el desarrollo de teorías específicas. Parte de esas directrices para el desarrollo constituyen una ontología que especifica, de manera general, los tipos de entidades fundamentales que existen en el dominio o dominios dentro de los cuales se insertan las tradiciones de investigación. La función de las teorías específicas dentro de la tradición de investigación es explicar todos los problemas empíricos en el dominio ‘reduciéndolos’ a la ontología de la tradición investigadora” (Laudan, 1977, p. 79; traducción propia).
[2] Las itálicas aparecen en el original.
[3] Las itálicas aparecen en el original.
[4] Las itálicas aparecen en el original.
Notas de autor
* Doctor en Ciencias Sociales por el Colegio Mexiquense, A.C.; sus principales líneas de investigación versan sobre sociología de las emociones y teoría sociológica, retos y pers-pectivas teórico-metodológicas para el estudio de emociones, afectos, cuerpos y sensibi-lidades. Sus últimas dos publicaciones son “Más allá de la cultura y la biología, hacia una sociología relacional de estudio de las emociones” (2023), en coautoría con Nelly Rosa Caro Luján, y “Entre la marginalidad y la pobreza. La modernización del municipio de Ecatepec desde su dimensión sensible” (2022).
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Alcances y límites en la construcción del dato emocional

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