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Perfiles de riesgo en estudiantes de educación media superior
Risk Profiles in Upper Intermediate Education Students
Revista Mexicana de Psicología, vol. 35, núm. 2, pp. 158-166, 2018
Sociedad Mexicana de Psicología A.C.



Recepción: 16 Septiembre 2017

Aprobación: 25 Mayo 2018

Financiamiento

Fuente: Universidad Nacional Autónoma de México

Nº de contrato: PAPIME DO303498

Resumen: En la actualidad, escasos estudios han informado de los perfiles conductuales de riesgo en estudiantes mexicanos del bachillerato. El estudio se llevó a cabo para detectar la variabilidad en el inicio de la participación de los adolescentes en 11 comportamientos de riesgo. Formaron parte del estudio 4,606 estudiantes provenientes de 5 planteles de bachillerato (57 % de sexo femenino y con una media de edad de 15 años). Mediante un análisis de clases latentes se detectaron 6 patrones conductuales: no participantes (43 %), peleoneros (28 %), transgresores normativos (12 %), transgresores vulnerables (9 %), transgresores interiorizados (4 %) y transgresores de amplio espectro (3 %). Los hombres y las mujeres tuvieron una probabilidad diferencial de pertenecer a cada uno de los grupos. Los resultados muestran que los comportamientos de riesgo evaluados no conforman un fenómeno unificado y resaltan la importancia de utilizar los perfiles de riesgo de los jóvenes para diseñar programas de prevención más eficaces.

Palabras clave: conductas problema, tipología conductual, conductas exteriorizadas, conductas interiorizadas, adolescentes.

Abstract: Currently, few studies have reported the risk behavior profiles of Mexican baccalaureate students. The study was conducted to detect the variability of the onset adolescents’ participation in 11 risk behaviors. The study enrolled 4,606 students from 5 baccalaureate schools (57 % female and with a mean age of 15 years). Six behavioral patterns were detected through a latent class analysis: Non-Participants (43 %), Fighters (28 %), Normative Transgressors (12 %), Vulnerable Transgressors (9 %), Internalizing Transgressors (4 %), and Wide Spectrum Transgressors (3 %). Males and females had a differential probability of belonging to each group. The results show that the risk behaviors assessed are not a unified phenomenon and highlight the importance of using youth risk profiles to design more efficacious prevention programs.

Keywords: problem behaviors, behavioral typology, externalizing behaviors, internalizing behaviors, adolescents.

En los últimos años, las autoridades educativas, de salud y de seguridad pública de diversos países han informado que los embarazos en adolescentes, la violencia en las escuelas, el consumo de sustancias adictivas y el comportamiento suicida tienen una alta prevalencia en las escuelas de educación media superior, lo que impone un alto costo tanto a los estudiantes como a sus familias, escuelas y la sociedad en general (Johnston, O’Malley, Miech, Bachman y Schulenberg, 2016). Por ello, las instituciones públicas han puesto en acción diversas estrategias de prevención orientadas a mitigar estos problemas (p.ej., Secretaría de Seguridad Pública, 2011).

Desde finales de los años setenta, se empezaron a estudiar de manera intensiva las relaciones que mantienen los comportamientos de riesgo durante la adolescencia. Derivado de los trabajos pioneros de Jessor y Jessor (1977) y de Donovan, Jessor y Costa (1988), múltiples investigadores han propuesto que la asociación entre las conductas de riesgo (consumo de alcohol, uso de mariguana, relaciones sexuales precoces y delincuencia) se puede explicar mediante una variable latente continua a la que se le identifica como “síndrome de conductas problema”. Este síndrome explica la tendencia de participar simultáneamente en una constelación de comportamientos que reflejan la disposición a comportarse de manera no convencional. La estructura unidimensional entre estos comportamientos se ha confirmado en poblaciones juveniles de diversos países (Vazsonyi et al., 2008). No obstante, al estudiar un conjunto más amplio de comportamientos, otros investigadores han propuesto constructos multidimensionales para explicar la asociación observada (Noel et al., 2013).

De forma complementaria, en fechas recientes, se ha despertado un gran interés por entender cómo participan o se distribuyen los adolescentes en las diferentes constelaciones o subgrupos de comportamientos de riesgo que son frecuentes en esa etapa de la vida (Sullivan, Childs y O’Connell, 2010). Se han empleado diversas técnicas estadísticas —agrupadas bajo el nombre de aproximaciones centradas en las personas— para detectar subgrupos de individuos que comparten atributos entre sí. Bajo esta óptica analítica están, por ejemplo, el análisis de conglomerados y el análisis de clases latentes (Agresti, 2013).

Una técnica de la aproximación centrada en las personas que, frecuentemente, se usa para tipificar el comportamiento es el análisis de clases latentes (acl), que modela las relaciones entre las variables observadas suponiendo que su estructura de correlación la explica una variable latente categórica. En este análisis de agrupamiento se estima la probabilidad condicional de llevar a cabo los comportamientos, dada la membresía a un grupo específico, así como el tamaño de los grupos. En situaciones donde se desconocen las agrupaciones verdaderas, a diferencia de otras técnicas de agrupamiento, el acl estima probabilidades en lugar de calcular las distancias entre los casos, y la decisión del número de grupos en la población es menos arbitraria, ya que permite tener indicadores de ajuste para determinar el modelo que mejor ajuste a los datos (Monroy Cazorla, Vidal Uribe y Saade Hazin, 2009).

Bajo esta perspectiva analítica, Evans-Polce, Lanza y Maggs (2016) utilizando el acl estudiaron el consumo de sustancias adictivas en estudiantes universitarios. Los resultados indicaron la presencia de cinco subgrupos en la población: uno que agrupó a los estudiantes sin un consumo regular y cuatro grupos que variaron en el número de comportamientos en los que se declaró participación. Asimismo, informaron que ser hombre es un factor de riesgo y que, con esta técnica, se pueden detectar patrones de conductas que no se consideraban un riesgo en la población, tales como el consumo de productos alternativos de tabaco.

En esta misma vertiente de investigación, Sullivan et al. (2010) exploraron —en una población de adolescentes más jóvenes (16 años)— la participación en diversos comportamientos de riesgo. El acl les permitió detectar cuatro perfiles: los abstinentes (36.4 %), los experimentadores (36.4 %), los de alto riesgo en todos los comportamientos (21.7 %) y el grupo minoritario (5.4 %), que informó participar en todos los comportamientos menos en actividad sexual.

Considerando la misma aproximación centrada en las personas, Pedersen, Rømer Thomsen, Pedersen y Hesse (2017) utilizaron los datos de jóvenes de 18 a 25 años para probar que el acl se podía utilizar para valorar si un instrumento breve de autoinforme (seis preguntas que exploraron conductas exteriorizadas y seis interiorizadas) permitía distinguir subgrupos de riesgo en la población. En el estudio detectaron seis clases en las que la mayoría de los jóvenes conformaron la clase de menor riesgo (70 %), mientras que 30 % de los jóvenes se distribuyeron en clases de diferente nivel de riesgo. Consecuentemente, los autores sugirieron que el acl es una técnica útil para generar una tipología de riesgo cuando se tiene un universo reducido de variables.

La evidencia apunta a que no todos los adolescentes participan en todos los comportamientos que pueden comprometer su salud, desempeño y bienestar, lo cual podría indicar que el comportamiento de riesgo juvenil no es un fenómeno unificado que denota una variable latente continua con rangos de baja a alta desviación del comportamiento convencional. Por ello sugerimos que, para explicarlos, es factible incorporar una variable latente categórica que dé cuenta de los patrones conductuales presentes en la población.

Es importante señalar que, con frecuencia, los programas de prevención que se implementan se orientan a disminuir la prevalencia de un comportamiento particular. Sin embargo, los hallazgos empíricos recientes indican que los programas de prevención podrían ser más efectivos si se realizan de manera oportuna (cuando están iniciando) y toman en consideración los perfiles o conglomerados de comportamientos de riesgo más que las estrategias de atención aisladas para comportamientos específicos (Hale, Fitzgerald-Yau y Viner, 2014).

A pesar de la riqueza de información acumulada sobre las relaciones entre los comportamientos de riesgo, escasos estudios informan de los perfiles del inicio de comportamientos riesgo en estudiantes mexicanos del bachillerato. Ante este panorama, cabría preguntarse si los comportamientos de riesgo que tienen una alta prevalencia entre los adolescentes conforman un fenómeno continuo (Jessor y Jessor, 1977) o si, por el contrario, los adolescentes presentan diferentes perfiles de inicio.

Bajo este contexto, el objetivo del presente estudio fue detectar, en alumnos de primer ingreso al bachillerato, patrones de riesgo que indicaran el inicio de los siguientes comportamientos: consumo de alcohol, tabaco, mariguana, cocaína o tranquilizantes, relaciones sexuales sin protección, comportamientos violentos, consumo de pastillas para quitar el hambre, uso de laxantes o diuréticos para bajar de peso e inducción del vómito con la intensión de controlar el peso corporal, así como el comportamiento suicida.

Método

Participantes

Participaron en el estudio 4,606 estudiantes de cinco escuelas públicas de educación media superior ubicadas en la Ciudad de México. Al momento de la evaluación, los participantes estaban inscritos en el primer semestre, pero aún no iniciaban las clases. La muestra tuvo un 57 % de estudiantes de sexo femenino. La edad de los participantes osciló entre 14 y 21 años, con una media de 15 años. En cuanto al nivel socioeconómico, 60 % de los adolescentes se clasificó en un nivel medio, 14 % en un nivel bajo y 26 % en un nivel socioeconómico alto.

Procedimiento

Los datos fueron recolectados por medio de una herramienta de autoinforme denominada Sistema de Evaluación Integral para Alumnos de Primer Ingreso (Monroy, Tanamachi, Zúñiga, Aguilar y Bouzas, 2000). Para el presente estudio se consideró la sección denominada “Estilo de vida”, que exploró tanto las conductas que se asocian a la promoción de la salud, como las que la comprometen. Se consideraron como objeto de medición, 11 variables dicotómicas que indicaban el inicio de los comportamientos de riesgo.

Las sesiones de aplicación del instrumento se llevaron a cabo durante la primera semana de clases, con un aforo de aproximadamente 100 estudiantes en los espacios designados. Las autoridades del plantel citaron a los estudiantes seleccionados en la muestra en horarios específicos para que realizaran la evaluación como parte de los trámites de ingreso. Se brindó la oportunidad a los estudiantes que no quisieran contestar el cuestionario para que abandonaran el recinto, ninguno se negó.

Antes de que los alumnos contestaran el cuestionario se les informó sobre los objetivos del proyecto de investigación, de la instancia académica a cargo del proyecto y de las fuentes de financiamiento. De igual modo, se estableció un acuerdo de confidencialidad del manejo de la información de cada estudiante. Los estudiantes no recibieron remuneración económica, sin embargo, se les ofreció y entregó un informe, en el que se dio retroalimentación sobre las fortalezas y los problemas detectados, y mencionó diversas alternativas de solución.

Medidas

Las 11 conductas de riesgo evaluadas son las que estudios nacionales e internacionales han señalado como prevalentes en poblaciones de adolescentes (p.ej., Instituto Mexicano de la Juventud, 2012; Johnston et al., 2016). Para el análisis de los datos, se utilizaron variables dicotómicas de cada conducta de riesgo en las que se preguntó si el estudiante había iniciado la participación en los comportamientos.

En las conductas de consumo de sustancias adictivas, las preguntas consideraron dos respuestas: “Nunca las he consumido” o “Las he consumido al menos una vez en mi vida”. Este grupo de comportamientos incluyó el consumo de alcohol, tabaco, mariguana, cocaína, así como tranquilizantes.

En cuanto a relaciones sexuales, informaron si alguna vez habían tenido prácticas sin utilizar condón; en torno a las peleas, si habían participado, en al menos una ocasión, en riñas en las que se presentaron golpes. Respecto a las prácticas nocivas de control de peso se averiguaron preguntando si los estudiantes habían realizado en más de una ocasión los siguientes comportamientos: consumo de laxantes o diuréticos, consumo pastillas para quitar el hambre o si se habían inducido el vómito. El comportamiento suicida se consideró como ocurrencia, cuando el estudiante informó haber tenido uno o más intentos de quitarse la vida en alguna ocasión.

Análisis de datos

Para determinar los perfiles de riesgo presentes en la población se utilizó la técnica de acl, mediante el programa Latent Gold, versión 3 (Vermunt y Magidson, 2003). Esta técnica matemática modela las relaciones de un conjunto de variables observadas, y propone que una variable discreta no observada (variable latente) explica las relaciones entre las variables observadas (manifiestas). Para cada modelo se estimó la probabilidad que tenía cada uno de los participantes de pertenecer a una de las clases latentes (grupos), así como la probabilidad condicional de dar una respuesta, dada la pertenencia a la clase (Monroy Cazorla et al., 2009).

En el presente estudio, se utilizó como covariado para estimar la probabilidad de pertenencia a las clases el sexo de los estudiantes (hombre, mujer) y, como realizaciones de las 11 variables manifiestas, valores dicotómicos. El objetivo del modelaje fue encontrar la solución con el menor número de grupos que explicara la asociación de las 11 variables estudiadas. Para evaluar el ajuste de los modelos se utilizó la razón de verosimilitud estadística L², que valora el grado en que los parámetros esperados (estimados con la técnica de máxima verisimilitud) difieren de los observados. Se consideró los mejores modelos, los que ajustan a los datos, es decir, los que obtienen diferencias menores entre lo observado y lo esperado comparándolas contra el modelo de línea base (modelo con una sola clase).

Adicionalmente, para comparar los modelos se usó el criterio bayesiano de información (bic, por sus siglas en inglés), que permite elegir el modelo que balancea el mejor ajuste a los datos con una mayor parsimonia de parámetros. Como regla general, se ha recomendado que el modelo con el valor más bajo de bic es el mejor modelo, ya que además de tener un valor de máxima verosimilitud, es el más parsimonioso (Magidson y Vermunt, 2003; Muthén y Muthén, 1998-2012).

Resultados

Para determinar los perfiles de riesgo se valoraron modelos que incorporaban de una a siete clases. Las clases agruparon a los estudiantes que tuvieron probabilidades condicionales similares de llevar a cabo los comportamientos. Para cada modelo se revisó la reducción de las diferencias estimadas con L² y se calculó el porcentaje de reducción. Todos los modelos que incorporaron más de una clase latente redujeron el valor de L². La estimación del bic permitió detectar como el mejor modelo, el más parsimonioso, al modelo de seis clases latentes (grupos), el cual obtuvo el valor más bajo de bic y una reducción del estadístico L² de 23.78 % contra el modelo de una clase (modelo de línea base). Los resultados de los indicadores de ajuste de los modelos analizados se muestran en la tabla 1.

Tabla 1
Indicadores del ajuste del análisis de clases latentes para los modelos de 1 a 7 clases

Nota:bic = criterio bayesiano de información; L² = razón de verosimilitud; % reducción = porcentaje de la reducción del valor de L² del modelo evaluado contra el modelo de línea base.

El nombre de cada grupo se determinó de acuerdo con los comportamientos que obtuvieron las probabilidades más altas en cada clase latente. A efecto de facilitar el informe de los datos observados, se determinó arbitrariamente como “baja” una probabilidad de .00 a .19; “media” de .20 a .50 y “alta” de .51 a 1.00.

El tamaño de los seis grupos detectados se puede observar en la figura 1, donde también aparecen las etiquetas asignadas a cada grupo. El grupo que concentró el mayor porcentaje de la población fue el de los no participantes (43 %), mientras que el grupo que aglutinó al menor número de estudiantes (3 %) fue el de transgresores de alto espectro.


Figura 1
Distribución de los estudiantes por grupo

El primer grupo, no participantes, se caracterizó por tener baja probabilidad de participación en todos los comportamientos considerados. En el grupo de peleoneros se clasificó a 29 % de la población, el cual mostró una probabilidad media de haber participado en peleas en las que se presentaron golpes (.33) y probabilidades bajas en los demás comportamientos. Se le denominó transgresores normativos a la clase que agrupó a 12 % de los adolescentes que mostraron una probabilidad alta de consumir alcohol (.86) y tabaco (.68), de haber participado en peleas (.59), así como una probabilidad media de involucrarse en relaciones sexuales sin protección (.35).

Aunque todos los estudiantes que informaron haber iniciado los comportamientos contemplados tienen posibilidad de escalar y comprometer su salud y bienestar, se consideró que quienes informaron haber intentado suicidarse están en condiciones de mayor vulnerabilidad. Por ello, se denominó como transgresores vulnerables al grupo de adolescentes que mostró una probabilidad alta de consumir alcohol (.80) y tabaco (.72), así como una probabilidad media de participar en peleas en las que se presentaron golpes (.29) y de intentar quitarse la vida (.29). En este grupo se clasificó a 9 % de la población.

Por su parte, el grupo de estudiantes transgresores interiorizados agrupó a 4 % de la población, que se caracterizó por mostrar alta probabilidad de involucrarse en prácticas nocivas para bajar de peso: uso de laxantes/diuréticos (.81), uso de píldoras para reducir el apetito (.75) y vómitos inducidos (.72). Adicionalmente, obtuvieron una probabilidad media de involucrarse en peleas en las que se presentaron golpes (.31), consumir tabaco (.30) y alcohol (.28), así como probabilidades bajas de haber tenido relaciones sexuales sin protección (.19), haber intentado quitarse la vida (.13) y haber consumido tranquilizantes (.13).

Como se mencionó, el grupo de transgresores de amplio espectro conglomeró sólo a 3 % de la población, pero es el grupo de mayor riesgo y se caracterizó por obtener alta probabilidad de consumir cocaína (.86), mariguana (.85), alcohol (.73) y tabaco (.72), de tener relaciones sexuales sin protección (.61) e involucrarse en peleas en las que se presentaron golpes (.60). Además, mostraron tener una probabilidad media en el uso de tranquilizantes (.31), intentos de suicidio (.27) y consumo de laxantes o diuréticos (.25). La probabilidad de que se realicen los comportamientos de riesgo considerados se muestra en la figura 2, para cada uno de los subgrupos.


Figura 2
Probabilidad de realizar los comportamientos, dada la membresía al grupo

Al estimar las probabilidades de pertenencia a la clase dado el género (ver figura 3), se observó que los hombres tienen mayor probabilidad de ser miembros de los grupos de peleoneros (98 %), transgresores normativos (85 %) y transgresores de amplio espectro (65 %). Por el contrario, las mujeres tuvieron una mayor probabilidad de pertenecer a los grupos de no participantes (98 %), transgresores vulnerables (99 %) y transgresores interiorizados (56 %).


Figura 3
Probabilidad de pertenecer a un grupo, dado el género de los estudiantes

Discusión

Se realizó el presente estudio para detectar, en los estudiantes que ingresan al bachillerato, los perfiles de riesgo que dieran cuenta del inicio de la participación en 11 comportamientos que pueden comprometer su desempeño, salud y bienestar. Los resultados del acl realizado apuntalan la presencia de seis grupos de adolescentes con patrones conductuales que indican un riesgo potencial diferenciado.

No obstante la variabilidad en la participación en los comportamientos de riesgo, se identificó el hecho de que en los tres grupos donde se presentó alta probabilidad de consumir alcohol y tabaco también se presentaron probabilidades sustantivas de participación en peleas y la práctica de relaciones sexuales sin protección. Este hallazgo es concordante con los datos de múltiples investigaciones que informan de la alta asociación entre estos cuatro comportamientos (Donovan, Jessor y Costa, 1988; De Looze et al., 2015; Vazsonyi et al., 2008). Sin embargo, mientras que los estudios mencionados proponen la presencia de una variable latente continua para explicar la asociación entre las variables, nuestro trabajo de investigación incorporó una variable categórica para explorar la presencia de diferentes perfiles conductuales en la población bajo estudio.

Los perfiles de riesgo detectados son consistentes con los resultados que informaron Evans-Polce et al. (2016), Pedersen et al. (2017) y Sullivan et al. (2010), acerca de que la asociación de los comportamientos de riesgo se puede explicar mediante una variable latente categórica que detecta una variabilidad que va desde clases que agrupan a los abstinentes hasta grupos de alto riesgo. En nuestro estudio también se detectó la presencia de grupos con comportamientos extremos: uno de ellos (no participantes) agrupó a 43 % de los estudiantes, quienes tienen alta probabilidad de no estar involucrados en ninguno de los comportamientos considerados y estuvo conformado mayoritariamente por mujeres; el otro grupo, los transgresores de amplio espectro, en el que se encuentra 3 % de la población, se conformó por un número importante de adolescentes del sexo masculino quienes informaron haber realizado, en al menos una ocasión, todas las conductas de riesgo, excepto haberse inducido el vómito y tomar pastillas para quitar el hambre.

Es importante señalar que 24 % de los estudiantes se encuentra en alguno de los tres grupos donde la probabilidad de consumir alcohol y tabaco es alta: transgresores normativos, transgresores vulnerables y transgresores de amplio espectro. Algunos investigadores han sugerido que el consumo de alcohol y tabaco son los primeros eslabones de una cadena secuencial que puede llevar a consumir drogas ilegales (Kandel y Kandel, 2015), por lo que se deben tomar medidas preventivas con el fin de que dichos comportamientos no escalen o den lugar a transiciones conductuales que exacerben el riesgo.

Otro resultado relevante es que, en casi todos los subgrupos de riesgo, se observó una probabilidad de media a alta dentro del comportamiento de participación en peleas en las que se presentaron golpes. La prevalencia de este comportamiento violento en la población estudiada es similar al informado por una agencia oficial de atención a la salud de Estados Unidos, la cual encontró que, a nivel nacional, 24.7 % de los estudiantes refirieron haber participado en una pelea física, al menos una vez durante los 12 meses previos a la encuesta (Kann et al., 2014).

Por otro lado, estudios recientes han enfatizado que el uso de laxantes y diuréticos, así como pastillas para reducir el hambre, colocan a los individuos en una situación de alto riesgo de dañar su salud, más aún si consumen alcohol y tabaco (Baker, Metzger y Bulik, 2016). En este estudio, la evaluación de las prácticas nocivas de control de peso brindó evidencia del consumo de estas sustancias asociadas a los desórdenes alimenticios que, aunado con la presencia de intentos suicidas, convierte a la población que presenta dichas conductas en un grupo que se debe atender de manera inmediata (Benjet, Méndez, Borges y Medina-Mora, 2012).

Finalmente, es importante destacar que el grupo de transgresores de amplio espectro es minoritario (3 % de la población), conformado en su mayoría por estudiantes del sexo masculino, quienes refirieron participar en casi todas las conductas de riesgo evaluadas. Estos adolescentes deberían ser un grupo prioritario de atención, ya que el riesgo podría escalar con facilidad, dificultando todavía más el control y atención del cuadro conductual.

Dado que el estudio se realizó para detectar el inicio de la participación de los estudiantes en los comportamientos de riesgo evaluados, se consideraron respuestas dicotómicas para indicar presencia o ausencia de los comportamientos, lo cual puede generar una sobrestimación. En estudios subsecuentes se podrá analizar el punto de inicio y su progresión en el tiempo.

En suma, los hallazgos empíricos del presente estudio muestran la variabilidad en el inicio de los comportamientos de riesgo que se presentan en la adolescencia temprana. Consideramos que la información sobre los perfiles de riesgo que se presentan en los estudiantes del bachillerato resulta esencial para tomar acciones oportunas para proveerles de la atención que requieren. Especialmente, se sugiere la detección y atención inmediata de los estudiantes que conforman los grupos con probabilidad media y alta de llevar a cabo comportamientos suicidas, así como a los que se agrupan en la clase de transgresores de amplio espectro.

En coincidencia con Hale et al. (2014), nuestros resultados sugieren la utilidad potencial de considerar que los perfiles de riesgo sean un elemento que oriente el diseño de programas de prevención. En estos programas se abordarían los comportamientos que concurren en los grupos de riesgo, tomando en cuenta las diferencias que se presentan por género.

El hecho de definir perfiles descriptivos del inicio de los comportamientos de riesgo es, sin duda, una información relevante para que las autoridades educativas, los tutores de grupo y los docentes puedan no sólo atender de manera oportuna sino también ajustar el diseño de sus estrategias de prevención. Dichas acciones seguramente redundarán en una mejora del desempeño académico, a la par de superiores condiciones de salud y bienestar de los estudiantes, y del propiciamiento de una convivencia más sana y productiva dentro de la comunidad escolar.

Agradecimientos

Esta investigación se llevó a cabo con recursos del programa papime DO303498 de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Referencias

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Notas de autor

Dirigir correspondencia a: Lucía Monroy Cazorla. Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México, Laboratorio 25, Edificio D; en Av. Universidad 3000, Colonia Copilco-Universidad, Delegación Coyoacán, Código Postal 04510. Correo electrónico: luchiam@gmail.com

Información adicional

Citación: Monroy Cazorla, L., Palafox Palafox, G., & Bouzas Riaño, A. (2018). Perfiles de riesgo en estudiantes de educación media superior. Revista Mexicana de Psicología, 35(2), 158-166.



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