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Atravesar el estallido social: mujeres caminantes e incertidumbre en la ciudad de Santiago
Walking through the social outburst: Women pedestrians and uncertainty in Santiago
Revista INVI, vol. 36, núm. 101, pp. 109-148, 2021
Universidad de Chile. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Instituto de la Vivienda

Dosier


Recepción: 09 Octubre 2020

Aprobación: 18 Marzo 2021

DOI: https://doi.org/10.4067/S0718-83582021000100109

Resumen: Este artículo presenta relatos de mujeres que caminan cotidianamente por Santiago en el contexto del estallido social chileno (2019-2020). Este afectó diversas infraestructuras cruciales para el funcionamiento urbano, generando alta incertidumbre para las personas. Utilizando la técnica del viaje acompañado, el artículo explora las prácticas que las mujeres caminantes han desplegado para sortear este escenario incierto. Esto incluye monitorear el contexto inmediato y general; desarrollar formas de lidiar con nuevas formas de experimentar la propia vulnerabilidad, y establecer conexiones afectivas con otros habitantes de la ciudad a través del sentir politizado. Reconocer e incorporar las dimensiones adaptativas y afectivas del caminar, así como su capacidad de conexión con procesos políticos, invita a buscar formas de planificación que prescindan de la aspiración al control y la estandarización de los cuerpos y las prácticas.

Palabras clave: mujeres, movilidad, caminata, afectos, estallido social.

Abstract: This article presents accounts by women pedestrians in Santiago in the context of the Chilean social outburst (2019-2020). This affected diverse infrastructures crucial for the functioning of the city, exposing its inhabitants to uncertainty. By using the walking interview technique, this article explores the practices deployed by women pedestrians to negotiate this uncertain scenario. This includes monitoring their immediate and general contexts; developing ways of dealing with new forms of experiencing their own vulnerability; and developing affective connections with other inhabitants in the city through emotions of politicization. Recognizing the adaptive and affective aspects of walking, as well as its capacity to connect with political processes, opens the way to seek forms of planning that renounce traditional aspirations to control and standardize the bodies and practices.

Keywords: women, mobility, walking, affections, social outburst.

Introducción

«Oye, pero el día 18 de octubre cuando fue todo lo terrible de nuestro país, justo había ido al centro, y en un minuto se subió una turba de estudiantes, así bien exaltados, y los cabros saltaban los torniquetes y yo dije ¡chuta!, ¿qué les habrá pasado? No -dije-, deben estar celebrando que están terminando las clases (…). Pero al ver ese tumulto así, tan grande, como que me dio un poco de susto. Además yo soy chica, entonces dije: “me van a botar y quiero salir mejor” y me doy cuenta que está cerrada la reja del metro. Chuta, y había unos carabineros y les digo: “Por favor, ¿qué pasó, cómo salgo de aquí?”. “No señora, váyase caminando derecho, doble aquí”. Así, como por una parte de abajo del metro y salí bajo una galería. En pleno centro, en la Universidad de Chile. Pero no me di cuenta tanto qué estaba pasando. Ya, hice unos trámites, hice unas compras pero vi que la gente estaba toda extraña, no como... la gente toda hablaba una con otra. Ya, pero hice mis cosas y cuando ya me quise volver me doy cuenta que no hay metro en la Plaza de Armas ni hay metro en la Universidad de Chile. Y dije: ¡qué raro! Ya, voy a caminar a la Alameda mejor. Fui a la Alameda y no pasaban micros. -“No, ya, aquí camino no más, camino”. Y la gente decía: “¡Cuidado! ¡Las bombas lacrimógenas!” Y decía yo: “¿Qué está pasando?”. No entendía. Y ese día caminé, pero… yo creo que caminé 12 kilómetros». (Marcela, 71 años)

El 18 de octubre de 2019 se inició, junto con otros procesos (Caulkins et al., 2020; Garcés, 2019), una dramática transformación del territorio urbano de Santiago, afectando entre otras cosas la geografía de trayectorias y prácticas que toman lugar en él. Desde ese día, y tras continuos enfrentamientos entre manifestantes y carabineros, varias infraestructuras y dispositivos urbanos (calles, red de transporte público, semáforos, paraderos, horarios de atención, etc.), cruciales para el funcionamiento regular de la ciudad y la certidumbre de sus habitantes, fueron puestas en jaque y dejaron de funcionar. Adicionalmente, ciertas reglas de convivencia en el espacio urbano (espacios de cruce, horarios de caminata, identificación de tiendas abiertas y abastecidas, etc.) se desdibujaron y han sido continuamente renegociadas.

Diversas infraestructuras urbanas, que operan como formas de ordenamiento del territorio y de las prácticas que toman lugar en él, han sido inspiradas por una ideología moderna y buscan garantizar flujos regulares, usos predecibles, y prácticas estandarizadas en el espacio urbano (Ureta, 2014, 2015). Aunque la aspiración del proyecto moderno apunta a la instalación de infraestructuras que se vuelven “invisibles” al estabilizarse (Lampland y Star, 2009), múltiples casos de “fallo”, crisis, o colapso revelan que estas infraestructuras nunca configuran una estabilidad total ni permanente (Velho y Ureta, 2019). El estallido social vivido en Chile visibiliza la frágil estabilidad de diversas infraestructuras urbanas instaladas para configurar una geografía de la certidumbre basada en el gobierno y regulación de flujos y prácticas. A su vez, el estallido social ha revelado elocuentemente cómo el territorio no es solo soporte, sino también proyecto político en continua disputa, tal y como se ha observado en la apropiación de la Plaza de la Dignidad (Caulkins et al., 2020).

Las trayectorias y formas de convivencia en el espacio urbano fueron desdibujadas y renegociadas constantemente en este nuevo contexto de incertidumbre, asemejándose a los modos en que las mujeres experimentan cotidianamente la tarea de enfrentarse a territorios que no fueron planificados para ellas. Utilizando la técnica metodológica del viaje acompañado, este artículo recoge relatos de mujeres que viven en Santiago y que realizan viajes cotidianos a pie, explorando cómo un fenómeno transformador y difícil de predecir, como el estallido social, afecta y es afectado por prácticas cotidianas que toman lugar en la vía pública. El artículo describe las tácticas que las mujeres desarrollan para lidiar con escenarios de incertidumbre, ilustrando la agencia que ellas tienen sobre el territorio y las conexiones afectivas que desarrollan con el proceso político. El material presentado muestra que la disputa por los territorios y el uso politizado del espacio urbano no se juega solamente en las manifestaciones abiertamente políticas (marchas, tomas, enfrentamientos con la policía, etc.), sino que también en los modos micropolíticos de constituir certidumbre y estabilidad de manera situada y contingente.

Explorar las prácticas de las caminantes en este contexto de crisis social resulta útil para entender cómo sus tácticas cotidianas compensan la falta de certidumbre y predictibilidad causadas por el desajuste o desactivación de ciertas infraestructuras y servicios urbanos. Estas narrativas demuestran que las prácticas adaptativas de caminata son, además, modos de vincularse políticamente con un territorio en reconfiguración.

Mujeres que reconfiguran el territorio

Históricamente, los patrones de planificación y diseño urbano modernos se han basado en principios de regularidad y estandarización funcional del comportamiento individual, manifestándose en infraestructuras materiales o sistémicas que proveen control y predictibilidad. Estas infraestructuras, pese a su aspiración estandarizadora, no funcionan homogéneamente para todos los habitantes de la ciudad. La ideología moderna de planificación y ordenamiento territorial asume al cuerpo masculino como neutro, y favorece prácticas que no necesariamente corresponden a las que otros sujetos desarrollan en su vida cotidiana. Esta desarticulación entre el modelo moderno y la realidad diversa de las corporalidades que habitan el territorio produce formas de incertidumbre que las personas se ven obligadas a resolver por su cuenta, muchas veces transgrediendo los usos esperados o normados de la ciudad. Las mujeres enfrentan cotidianamente estas formas de incertidumbre.

La planificación urbana moderna conlleva ejercicios de poder y favorecimiento de ciertos sujetos en la ciudad. Según diversas fuentes (Frisch, 2002; Hayden, 1981; Sandercock y Forsyth, 1992), la planificación oprime ciertos grupos dependiendo de su clase, género, etnia u orientación sexual. Los valores de la tradición moderna han estado al centro del desarrollo de la arquitectura y urbanismo occidentales, y se expresan en estándares de diseño y gestión que favorecen conductas y formas regulares, funcionales y productivas (Buzzi, 2017). Su búsqueda por la universalización de corporalidades (en su forma y capacidades) y prácticas (mono-funcionales, individuales, segmentadas) ha invisibilizado las diferencias de género que existen en la ciudad.

Investigadoras feministas han analizado las diferentes experiencias de uso del espacio público entre hombres y mujeres (McDowell, 1983), focalizándose en generar investigación desde y para entender las prácticas de las mujeres en el espacio público. A pesar de ser distintas entre sí, dependiendo del lugar y los contextos individuales, las mujeres realizan prácticas multifuncionales -a veces compartidas con otros-, ejercen labores de cuidado en el espacio público y tienen una percepción diferente de la seguridad (Bondi y Rose, 2003; Day, 1999, 2000; Jirón y Gómez, 2018; Koskela, 1997; Pain, 1997; Vaiou y Kalandides, 2009). No considerar estas prácticas al planificar las ciudades hace que las mujeres experimenten múltiples barreras físicas, sociales, económicas y simbólicas que dan forma a su vida cotidiana (Greed, 1994; Kern, 2020), sometiéndolas a constantes instancias de incertidumbre.

En la literatura existente, al describir la relación de las mujeres con la ciudad, se sobreponen dos perspectivas. Por un lado, su invisibilización en la planificación las hace ver la ciudad como un espacio de restricciones y limitaciones; por otro lado, la ciudad puede entenderse también como “un espacio cambiante que puede ser apropiado” (Wilson, 2001, p. 83). Esta última perspectiva se vincula con las prácticas cotidianas, en cuanto recursos micropolíticos que desarrollan tácticas de resistencia a lo planificado y de apropiación territorial (Certeau, 2007). En este sentido las mujeres, transgrediendo lo normado, se apropian del espacio urbano y generan sus propias dinámicas de certidumbre (Vaiou y Lykogianni, 2006).

Diversos estudios de género y movilidad urbana en América Latina evidencian las limitaciones de movilidad de las mujeres por factores de inseguridad, dependencia de otros y desigualdad en la movilidad desde una mirada interseccional (Quinones, 2020; Sagaris y Tiznado-Aitken, 2020; Soto, 2013). Jirón (2007) ha mostrado que las prácticas de movilidad son diferentes entre hombres y mujeres, y entre las mismas mujeres. Estas experimentan una movilidad más restringida que se exacerba en niveles socioeconómicos más bajos. Figueroa y Forray-Claps (2015) muestran las diferentes tácticas que producen mujeres que caminan cotidianamente por barrios populares para lidiar con la inseguridad que sienten en ciertos lugares o recorridos; por ejemplo, buscando compañía o modificando sus rutas. El miedo que experimentan las mujeres al moverse por la ciudad continúa siendo una de las mayores limitaciones que restringe sus comportamientos, vestimentas, horarios y hasta su independencia en el uso del espacio público (Pain, 1997). El estudio de Allen et al. (2017), sobre seguridad personal en el transporte público en Latinoamérica, indica que la mayoría de las mujeres han sido víctimas de acoso callejero y que muchas de estas experiencias han ocurrido caminando en trayectos hacia o desde el paradero del bus. Sin embargo, otras investigaciones muestran cómo las mujeres solucionan y lidian con la falta de certidumbre y el hecho de sentirse vulnerables en la esfera pública (Quinones, 2020; Ulloa, 2020). Koskela (1997) describe las tácticas corporales y de razonamiento que las mujeres usan para sobreponerse al miedo, para reclamar el espacio y desarrollar confianza en los lugares. Así como los estudios de movilidad y género ilustran limitaciones, también han revelado dimensiones de empoderamiento, agencia, subjetividad e identidad relacionadas a la movilidad (Jirón et al., 2020).

Es en ese sentido que una aproximación guiada por la teoría de los afectos (Anderson, 2009; Bissell, 2010) se torna relevante. Al explorar estas intensidades afectivas que aumentan o disminuyen la capacidad de los cuerpos para actuar (Deleuze, 1988), y para afectar o ser afectados por el mundo, se visibilizan conexiones entre cuerpos y materialidades mediadas por la experiencia corporeizada. Desde lo afectivo, las relaciones entre objetos, cuerpos, y ambientes permiten comprender cómo las mujeres lidian con el miedo y la incertidumbre mediante la conexión con otras personas o a través de una lectura en el territorio de los rastros materiales del proceso del estallido social.

Tolia-Kelly (2006) ha criticado la falta de atención a lo político por parte de la literatura sobre afectos. Aunque algunos autores han respondido a esta crítica explorado la dimensión afectiva de prácticas micropolíticas en la movilidad (Bissell, 2016), esta autora indica el riesgo de dejar de lado la crítica a formas universales de ordenamiento (centrales en la tradición moderna de planificación) al reforzar la separación entre lo micro y lo macro. Según Tolia-Kelly, desarticular esta separación requiere dejar de ver los cuerpos como meros objetos de significación y reconocerlos como entidades reales que se encuentran y conectan con las vicisitudes concretas de los procesos políticos, sintiéndolas y exponiéndose a ellas. Efectivamente, como se observa en los casos que presentaremos, las propiedades transpersonales de lo afectivo trascienden la necesidad de separar los “grandes” procesos políticos de las micropolíticas usualmente circunscritas a las prácticas cotidianas. Siguiendo a McCormack (2003), las prácticas cotidianas no son simplemente un sustrato sobre el que operan asuntos de poder político, sino que son poder político en sí mismas.

Metodología: el viaje acompañado

La técnica de investigación del viaje acompañado combina caminata, entrevista y observación. Esta metodología y otras similares, como el “sombreo” (Jirón, 2011), han sido especialmente recogidas y revitalizadas por los estudios sociales de movilidad (particularmente adscribiendo al “nuevo paradigma de la movilidad” discutido por Sheller y Urry, 2006). La técnica emerge de una búsqueda por desarrollar metodologías que no sólo sirvan para “capturar” lo móvil, sino que tornarse móviles ellas mismas (Büscher et al., 2011) y “acercar la metodología al participante” (Hein et al., 2008, p. 1270). Diversas metodologías basadas en la caminata (Springgay y Truman, 2018) han sido utilizados para dar cuenta de una visión diferente de la ciudad y abordarla desde otras perspectivas, incluyendo la participación ciudadana (Andersen y Balbontín, 2019), las relaciones con el paisaje, las relaciones sociales, mapeos y sentido de lugar.

El viaje acompañado (“go-along” en inglés) fue discutido inicialmente por Kusenbach (2003) como un método particular entre aproximaciones etnográficas tradicionales que busca relacionar lugares con experiencias personales en movimiento. Al acompañar a participantes en sus recorridos cotidianos realizando preguntas, escuchando y observando, el viaje acompañado permite revelar las percepciones y perspectivas de los participantes en toda su complejidad, observando prácticas espaciales y los vínculos entre persona y lugar, comprender así la manera en que se le otorga significado a los lugares desde las historias personales y explorando diversos patrones de interacción. Otros han reconocido su potencial para facilitar la construcción de una relación más simétrica entre investigadora y participante (Carpiano, 2009). Las propiedades del viaje acompañado permiten una aproximación inmersiva a las trayectorias y realidades cotidianas de personas diversas. El “estar-ahí” (Laurier, 2010) permite a la investigadora observar de primera fuente los elementos que inciden y organizan las movilidades de los sujetos. Así, la investigadora también se torna móvil y partícipe de un trayecto que la involucra en lo práctico y en lo corporal, generando conexiones efectivas.

Pese a que el viaje acompañado se realiza en un recorrido lo más natural posible para la participante (en rutas, días y horarios), el caminar con alguien, narrando el recorrido y sus impresiones es una situación social artificial. Es posible, sin embargo, capturar percepciones, emociones e interpretaciones que habitualmente no son compartidas (Kusenbach, 2003). En ese sentido, se asume que la dimensión natural de la experiencia es transformada y, como menciona Jirón (2011) respecto al sombreo, que la totalidad de la experiencia nunca podrá ser completamente aprehendida por la investigadora; la aproximación resultará siempre parcial, incompleta y en proceso.

Diversas investigaciones han recogido la técnica del viaje acompañado en un resurgir de los estudios de movilidad en Chile. Desde descripciones de movilidades cotidianas en Santiago (Imilan et al., 2015), movilidades archipelágicas en Chiloé (Lazo y Carvajal, 2018), en ciudades intermedias menores (Lazo y Riquelme, 2019), hasta movilidades mapuche en Temuco (Salazar et al., 2020). El énfasis de estas investigaciones ha estado en la descripción acuciosa de estas prácticas. Sin embargo, el involucramiento que produce la práctica compartida de investigadora y participante en desplazamiento conjunto por la ciudad permite ampliar la descripción a elementos de la vida cotidiana y relatos que desbordan la práctica-caminata misma. Las caminantes de esta investigación compartieron ideas, recuerdos, proyecciones y aprehensiones que hablan de su vida y su identidad. En este estudio, la caminata pasó de ser un objeto de análisis a convertirse en una plataforma practicada desde la cual la ciudad es sentida y observada por las caminantes (Certeau, 2007). Las decisiones tácticas y el conocimiento situado de las personas que caminan por el Santiago post-estallido revelan una atención al acontecer político que toma lugar en la ciudad.

Este artículo presenta hallazgos de una investigación cualitativa realizada por la autora principal (Pumarino, 2020) en enero de 2020 en Santiago de Chile. En ella, la autora realizó 15 viajes acompañados sobre rutas cotidianas que fueran realizados exclusivamente a pie con 16 mujeres1 de 12 comunas diferentes (figura 1) y edades de entre 23 y 71 años. El criterio de selección de las participantes estuvo orientado a maximizar la diversidad del grupo (en términos de edad, ocupación y estructura familiar) y de las caminatas (lugar, extensión y propósito). En cada instancia se registró el audio de la conversación y se fotografiaron lugares significativos para cada caminante. Adicionalmente, cada participante registró dos caminatas cotidianas realizadas en el transcurso de una semana en un diario de campo. Esto sirvió para complementar la experiencia con otras caminatas alternativas a la del viaje acompañado y para producir reflexiones sobre lo que implica esta práctica para cada caminante sin la interferencia de la investigadora.


Figura 1
Mapa de caminatas acompañadas.
Fuente: Pumarino, 2020

Navegando la incertidumbre: monitorear, sentirse desposeída y recuperar la calle

El estallido social visibilizó la fragilidad de diversas infraestructuras urbanas. Como Garcés (2019) relata, el estallido social en Santiago comenzó precisamente a través de la rebelión premeditada contra la infraestructura reguladora del sistema de pago de tarifas de Metro de Santiago, cuyo correlato material es la figura del torniquete. La resistencia contra éste y otros dispositivos de ordenamiento de las prácticas cotidianas fue central para la consolidación de un movimiento que se leía claramente como político.

Pese a que la atención del estallido social se focalizó en el lugar de manifestaciones masivas y recurrentes (la “zona cero” comprendida en el área que rodea Plaza Baquedano, rebautizada popularmente como Plaza Dignidad), los efectos de la agitación sociopolítica se vieron en prácticamente todas las áreas de Santiago. La ciudad se convirtió en un espacio donde las posiciones políticas se materializaron.

Entre octubre y enero, las rutas cotidianas de las caminantes del estudio se desarrollaron en un contexto de incertidumbre, que cambiaba diariamente a merced de cómo se desarrollaba el estallido social. En la mayoría de los casos, los paisajes urbanos por los que ellas transitaban se transformaron de manera temporal o permanente (figura 2). Rejas peatonales y paraderos rotos y quemados, calles cortadas por barricadas o carabineros, sectores con olor a lacrimógena, protecciones de zinc en algunos comercios, supermercados saqueados que permanecieron cerrados, carteles que tomaban posición política (“Somos PYME, apoyamos la causa”), semáforos sin funcionar, rayados y carteles en edificaciones, estaciones de metro cerradas, y la reconfiguración de prácticas de comercio ambulante componen una nueva y desafiante escenografía para los desplazamientos de estas caminantes.


Figura 2
Transformaciones en el paisaje urbano de las caminantes.
Fuente: fotografías de la autora.

Para algunas de ellas esto significó la modificación de sus rutas habituales, cambiando de calle de manera permanente o espontánea según los eventos que estuvieran ocurriendo. En ocasiones la temporalidad se modificó. Horarios en que caminar dejaba de ser una buena alternativa, días en que la situación se ponía peor. En algunos casos, surgieron nuevas rutas a raíz de la incertidumbre causada por el estallido. Algunas estaciones de metro cerraron y la frecuencia de los buses se volvió impredecible. Caminar fue una alternativa que tomaba más tiempo, pero que entregaba más certezas.

Junto con los cambios materiales, aparecieron nuevas vicisitudes cotidianas: buscar un nuevo supermercado, frecuentar otros barrios, adaptarse a los horarios del comercio, cancelar actividades o caminatas, ir mejor preparadas en vestuario y en equipamiento -especialmente si caminaban con niñas o niños. El escenario de incertidumbre incitó nuevas dinámicas laborales y familiares; los nuevos ritmos dieron pie a una conexión más cotidiana en el ámbito familiar.

La caminata acompañada visibilizó diversas dimensiones asociadas a esta práctica, en donde la incertidumbre se volvió una constante. El conocimiento local y la repetición cotidiana de la caminata les permitió monitorear la situación política en las calles, posibilitando la emergencia de una relación personal y afectiva con la demanda social y requiriendo el desarrollo de tácticas para sobrellevar diversas situaciones. Caminar en este contexto les hizo incorporar un nuevo estado de alerta respecto a la vulnerabilidad de sus cuerpos en lugares públicos. Por último, atravesar distintos barrios de la ciudad les permitió generar nuevas conexiones afectivas al encontrarse con otros cuerpos y materialidades.

Monitorear el estado de las cosas

La técnica del viaje acompañado revela a la caminata como una práctica cotidiana que rápidamente se desborda a sí misma y establece conexiones pasajeras con otros eventos urbanos. Desde advertir un cambio en las materialidades locales de un cierto tramo del trayecto hasta la percepción general de una transformación en las “atmósferas” del lugar (Anderson, 2009; Bissell, 2010), la caminata se realiza a la vez que el entorno urbano es monitoreado.

En este estudio, las caminatas operaron como una plataforma desde la cual podía observarse el proceso político gatillado por el estallido social. Así, las caminantes de Santiago se encuentran con un paisaje de posibilidades inciertas que aparecen y desaparecen y que las ponen en la necesidad de transitar el complicado paraje que existe entre la decisión consciente y el hábito (Middleton, 2011). En este contexto cambiante, la adaptación y la improvisación se convierten, más que nunca, en herramientas que permiten a las mujeres caminantes la continuidad de lo cotidiano. Las caminantes logran producir, mediante un monitoreo constante de los cambios y permanencias en el entorno, formas de adaptación que compensan la ausencia de ciertas infraestructuras modernas orientadas al resguardo de la certidumbre.

El monitoreo que las caminantes hacen de su entorno les permitió, durante los meses del estallido social, tomar decisiones tácticas de adaptación a un contexto nuevo e incierto. En el periodo más álgido de la protesta, Rosa y Martha (cuñadas de 45 años) evitaban llegar hasta el final de su caminata deportiva juntas frente al supermercado “Jumbo” de El Llano en San Miguel. Sabían que en ese lugar se desataba el enfrentamiento entre manifestantes y carabineros y por redes sociales se informaban de cómo estaba la situación antes de partir: “Nosotras no llegábamos hasta aquí [el supermercado], como sabíamos... porque todo el tiempo en las redes te están diciendo donde están [los manifestantes]”. El uso de tecnologías digitales como herramienta para generar niveles mínimos de certidumbre fue común entre las participantes. La geografía de trayectorias posibles y/o seguras cambiaba para ellas continuamente y requería de actualización constante para poder continuar realizando viajes a pie. La labor de monitoreo de Rosa y Martha intersecta observar el acontecer político y el entorno urbano.

La caminata (con todas las fases que la anteceden y la suceden) es diseñada con el estallido social en mente, cuyo desarrollo es visible y “vivenciable” durante los trayectos mismos. Estar al tanto de lo que ocurre define la forma en que la caminata toma lugar y exige el desarrollo de nuevas tácticas. Ximena (48 años) y su hija de 8 años van marcando la ruta entre Santiago y Recoleta. En medio del puente peatonal de Huérfanos, la niña posa para una foto que Ximena toma con su celular y manda por Whatsapp a su pareja, que las espera en casa. Ximena explica:

“Entonces así al otro lado se sabe a dónde vamos. Ah… ya pasaron el puente. Cuando estaba más peludo… Cuando yo estoy en la casa me llega a la casa una foto de ella, ya sea de ida o de vuelta, y cuando estaba más complicado el tema de las protestas también a veces nos mandábamos la ubicación por Google Maps” (Ximena).

Alejandra (36 años), por su parte, pasa casi diariamente por la plaza central de Renca. Mientras caminamos, describe los cambios que ocurrieron el día anterior en el paradero de buses: “Aquí sacaron las rejas, el recipiente de vidrio que tiene los paraderos (...) los rompieron”. En la esquina siguiente, señala los semáforos que desaparecieron el día anterior: “entre martes y jueves”.

Los constantes cambios materiales que ocurren en el barrio de Alejandra le permiten constatar que las manifestaciones continúan, así como estimar su intensidad y carácter. Esto abre un espacio de conexión tangible entre la abstracta esfera de lo político y la realidad local de sus prácticas diarias. Este entrecruce permite, por ejemplo, que Alejandra vincule lo que ocurre en su calle con las respuestas institucionales, “porque siguen con las demandas que dicen que no se ha cumplido nada… siguen reclamando”. Al pasar por los lugares transformados y hablar de ellos, emerge también su posición política respecto al estallido social. Alejandra cree que la situación está peor, “va cada día peor porque, o sea cada vez [las manifestaciones] son más violentas poh”. Al pasar por la esquina de Domingo Santa María y Avenida Dorsal, ella comenta que “el semáforo nuevamente esta malo. Pienso en cuándo volveremos a la calma y podremos caminar tranquilamente, con todo funcionando correctamente”. Así, el deseo de Alejandra de “volver a la calma” se asienta sobre una doble dimensión que engloba, simultáneamente, su posición ideológica y el aspecto micropolítico de sus trayectos, organizándose en torno a infraestructuras urbanas relevantes, como los semáforos.

Mientras que para Alejandra estos elementos urbanos representan algo que ella desea que termine pronto, para Camila (25 años) significan algo muy diferente. Todos los días, Camila atraviesa la Alameda a la altura de La Moneda. Ella comenta que pasar por este punto le genera ansiedad: “el que [la avenida] no esté cortada, para mí, es un signo de ‘normalidad’ que no quiero que llegue”. En los trayectos de Camila, el hecho de que la Alameda esté o no cortada es recibido no sólo como un evento que afecta sus caminatas a nivel práctico (haciendo más fácil su cruce en algunos sentidos, y no en otros), sino que también remite a su conexión afectiva con un proceso político transformador del que ella se hace parte en estos pasajeros momentos de su ruta habitual.

Cuerpos vulnerables: “sentirse desposeída”

El estallido social hizo que las mujeres incorporasen nuevos estados de alerta en relación a las manifestaciones y otros eventos callejeros. El miedo ante la posibilidad de ser violentadas físicamente en lugares públicos es un elemento que ha sido explorado acuciosamente con respecto al problema del acoso callejero (Allen et al., 2017; Observatorio Contra el Acoso Callejero, 2015; Quinones, 2020). Este nuevo contexto ha dado lugar a enfrentamientos en la calle y casos de violencia policial que han concitado atención internacional, abriendo nuevos flancos de preocupación y formas de experimentar la propia corporalidad como vulnerable. Barricadas, desmanes, enfrentamientos de carabineros contra manifestantes y la real posibilidad de recibir una bomba lacrimógena o un balín en el ojo perfilaron un panorama que sometía a las mujeres caminantes a nuevas formas de sentirse vulnerables.

Este escenario restringió aún más la movilidad de las mujeres. Algunas participantes de este estudio preferían evitar ciertas salidas en las que sentían que, por la hora o el lugar, se exponían a un nuevo riesgo. Otras participantes recurrieron a la reconfiguración constante de sus rutas, mediante desvíos e improvisaciones, en respuesta a la ausencia de circuitos de regularidad y certidumbre que la ciudad ofrecía. Modificar la ruta forma parte del conjunto de tácticas que las mujeres movilizan para organizar sus trayectos (Figueroa y Forray-Claps, 2015; Koskela, 1997; Day, 1999), ahora utilizada para compensar por la falta de certidumbre que emerge en el contexto del estallido social.

Luisa (35 años) debe atravesar Plaza Dignidad para conectar dos lugares en los que trabaja, cercanos entre sí. Sus experiencias en la zona cero, durante los meses del estallido social, han reconfigurado su esquema de certezas y vulnerabilidades.

“Yo ya una vez me encontré con un contingente de pacos de frente, y yo iba pa'l otro lado muy distraída. Iba toda la gente corriendo pa’ atrás, y ahí sentí como… me sentí desposeída... puede aquí realmente suceder cualquier cosa… y ahí ese fue como el punto de inflexión y ahí dije no, no, no, yo no me puedo arriesgar. Si no tengo las herramientas ni las competencias ni las capacidades, no tengo nada”. (Luisa).

A partir de ese evento, Luisa experimenta su propia corporalidad como amenazada y vulnerable: “no soy ninguna heroína, no tengo fuerza, no corro rápido, me voy porque no tengo el temple necesario para enfrentarlo”, explica. Para enfrentar un posible evento como el que recuerda, toma desvíos significativos u otros medios de transporte,

“... porque ya después de las 7, incluso antes te diría... yo ya no cruzo por la plaza. Me voy en metro o me voy por detrás [rodeando Plaza Dignidad]. Por Rancagua pa’ arriba. No, no, no, porque es muy… son muchos riesgos (...)” (Luisa).

En su relato, Luisa asocia el “sentirse desposeída” con la ausencia de certidumbres (“aquí realmente puede suceder cualquier cosa”) y por esto formula una ruta alternativa para evitar los espacios que ella percibe como más inciertos y peligrosos en el contexto del conflicto.

Atravesar Plaza Dignidad caminando es una decisión que Luisa toma según los distintos días y horarios en que debe conectar sus dos lugares de trabajo, pero también en función de la situación política. Transitando cerca de la plaza, su caminata y el estallido se encuentran y generan un renovado sentido de propósito. En palabras de Luisa, “es para mí importante no olvidar, primero, los grandes costos que ha tenido para todos nosotros y que hay que mantenerse movilizados”. En sus caminatas, Luisa evidencia que el territorio es un proyecto político en permanente construcción y significación y que la ciudad es su soporte material (Caulkins et al., 2020). Su cuerpo y otros cuerpos presentes en el lugar son esenciales para contribuir a la lucha social y, pese a sus aprehensiones, Luisa reflexiona: “No tengo nada, pero como tampoco tengo nada en otros ámbitos, igual traigo mi cuerpo cada vez que puedo. Pa’ hacer masa digamos, cachai?”. El valor micropolítico de estar presente es el que la hace buscar los recursos necesarios para decidir cruzar Plaza Dignidad. Cuando lo hace, Luisa se fija en la hora y el día, se pone zapatillas para estar mejor preparada, intenta buscar compañía con amigos para sentirse más segura y lidiar con un escenario que vulnerabiliza los cuerpos.

Cuerpos conectados: recuperar la calle

El estallido social ha hecho evidente una nueva dimensión de la vulnerabilidad de los cuerpos, especialmente para las mujeres. Pese a ello, la acumulación de cuerpos en un mismo lugar, apoyando la misma causa, ha propiciado una conexión afectiva entre sujetos y materialidades, generando nuevas posibilidades de acción (Kemmer, 2019). Pensar en otras personas desconocidas y en lo que la situación sociopolítica pudiera estar significando para ellas fue recurrente en el discurso de las caminantes. Instancias de manifestación y de reconocerse al andar posibilitaron la emergencia de un sentir compartido en torno a la expresión política en la calle. Las participantes ponderan los beneficios y costos del estallido social en relación a otras que no son ellas; los que se encuentran en una situación económica vulnerable, los que tienen el paisaje urbano de Plaza Dignidad todos los días, los que no pueden venir a manifestarse porque viven lejos.

La sensación compartida de la movilización, de estar conectadas bajo un mismo sentir político, es experimentada por varias de las caminantes, especialmente las más jóvenes. Valeria (27 años) lo describe como un estado emocional “doble”, de simultánea preocupación y esperanza por el porvenir. Estas instancias de conexión micropolítica, entre individuos enlazados por sentires similares, pueden darse en el mutuo reconocimiento en la calle, o ser mediadas por materialidades que contienen y expanden conexiones entre cuerpos politizados:

“Como que al final, las rayas [en los muros] para alguien pueden ser feas, ¿cachai? Pero... al final yo siento que este es Chile, así es la gente, así es el chileno. O sea, de repente como apropiémonos [el pueblo chileno] de las calles pa’ sentir, para poder decir todo eso que la gente va pensando. Porque tú mirai a la gente y la gente viene seria, va mirando pa’ abajo o con la mirada perdida porque está todo el rato pensando en algo, cachai. Entonces creo que, que no sé, quizás para alguien son feas, pero para mí poder ver todos los días una pintura de repente es lindo...” (Pilar, 23 años).

Pilar vive en La Cisterna, y los primeros días del estallido iba a manifestarse a Plaza Dignidad. La vuelta era siempre incierta. La red de metro estaba en su mayoría inactiva, la frecuencia de los buses era intermitente y sus recorridos tenían múltiples desvíos. Ella relata que para volver de la manifestación llegaba hasta el paradero 18, estación de Lo Ovalle, y desde ahí tenía que caminar más de una hora hasta su casa. Siendo la última estación disponible, la salida de la estación “era como un éxodo de gente” que caminaba hacia La Cisterna. Aunque era tarde, Pilar no sentía miedo de caminar sola. Esta tranquilidad al caminar emergió, explica ella, gracias al estallido social. El proceso político, entendido en clave corporeizada y afectiva, se vuelve tangible y concreto en la forma en que Pilar siente que ahora puede caminar, junto a otras personas que comparten su sentir:

“El estallido social siento que, como que hizo que uno le empezara a ver la cara a la persona que estaba al lado. Como de hablar más en la micro, en el metro, como ser un poco más empático, tomar consciencia como esto de los privilegios que uno tiene por sobre otros. Entonces eso para mí también ha hecho que como que me sienta así como ‘¡Oh, ya! Recuperé la calle’. Y lo he hablado con harta gente, y harta gente me ha dicho como ‘oh, yo igual siento lo mismo’. De hecho, volví a caminar mucho más” (Pilar).

Resulta elocuente que, para Pilar, el proceso de emancipación política que ella identifica con el estallido social tome la forma concreta y cotidiana de “caminar más”. Más que una forma de producir certidumbre, caminar es para ella la práctica que se realiza con más fuerza cuando el futuro se presenta incierto y esperanzador. Conectados ante el desdibujamiento de las infraestructuras de planificación y ordenamiento de la vida urbana, los cuerpos caminantes recorren juntos la calle recuperada.

Conclusiones: Prácticas de adaptación en la ausencia de certidumbre

“Y acá esta buena la cruzada… Oooh, cruzar acá es como el orto, sobre todo además que veo que hoy día no hay nadie [risas]. Hoy día sí que estamos super bien, está buenísimo para cruzar. Deberían...ah, no, ya pasaron esos, cagamos. Bueno este es el ejercicio…, deberíamos cruzar allá en esa esquina. Bueno aquí generalmente están los pacos porque es la plaza... [Esperamos a cruzar la calle] Bueno, es toda una apuesta cachai, y esas son incomodidades que afectan el caminar porque suben tus tiempos, y porque uno además corre un riesgo. Cachai que alguien no pare… pero pienso que está bien, son los costos que tenemos que asumir con esta gran lucha” (Luisa).

Como una corriente de la conciencia que se hace al andar, el relato de Luisa entrelaza, en tiempo real, sus intentos frustrados y la observación del entorno; tareas inherentes al acto de cruzar una calle sin regulación. Comentarista de su propia caminata, Luisa lee, en voz alta y de forma simultánea, el entorno urbano inmediato y el proceso político del estallido social. En este artículo hemos presentado los relatos de mujeres caminantes en el contexto del estallido social en Santiago. Nuestro objetivo ha sido ofrecer una lectura de las adaptaciones prácticas y conexiones afectivas con el acontecer político en la ciudad, en el contexto de una urbe que vio desactivadas y/o colapsadas varias de sus infraestructuras de ordenamiento de flujos y de gobierno estandarizado de los cuerpos.

La ideología moderna, que ha guiado la planificación de infraestructuras totalizantes y estandarizadoras (que fallan y colapsan ante el estallido social y otros sucesos inesperados, como la pandemia de COVID-19), persigue formas de certidumbre basadas en el ordenamiento y regulación de las prácticas individuales. No obstante, estas prácticas -como los viajes a pie realizados por mujeres- no cesan de existir porque las infraestructuras que las regulan hayan sido desactivadas. Frente a un escenario cambiante, que no garantiza regularidad ni predictibilidad, las participantes de este estudio no replican las formas estandarizadoras de ordenamiento sino que producen soluciones adaptativas y no permanentes, propias de la realidad local de cada caminante. Así es como sortean cotidianamente el paisaje incierto, difícil, y vulnerabilizador de Santiago. Estos recursos de adaptación forman parte de una colección de herramientas prácticas que siempre han estado presentes en el quehacer cotidiano de las mujeres y que cumplen un rol no reconocido en el funcionamiento continuo de ciertas infraestructuras modernas.

Las tácticas de monitoreo y adaptación de las caminantes expresan un entrecruce de dos ámbitos. Revelan una conexión con la “lejana” esfera de lo político y también compensan, en lo práctico, por los desajustes y fallos de los dispositivos que fueron diseñados para garantizar el orden y la predictibilidad de la vida santiaguina. Sus prácticas producen alternativas y compensaciones que les permiten sortear la falta de certidumbre. De forma simultánea, sus respuestas se entrelazan con su propia conexión afectiva con el proceso político en curso (Barnett, 2008).

Las ciencias sociales, recientemente, han explorado la dimensión generativa de la movilidad cotidiana, reconociendo en ella un espacio para el desarrollo de micropolíticas (Martínez y Avilés, 2019; Rink, 2016). Entendidas como “transiciones de poder apenas perceptibles que ocurren en y a través de encuentros situados” (Bissell, 2016, p. 397), las micropolíticas del caminar son asociadas a la dimensión de lo subjetivo y al espectro de lo pre-reflexivo (Jensen, 2012). Mientras que la dimensión “automática” de las prácticas cotidianas de movilidad ha gozado de cierta atención (Middleton, 2011; Wylie, 2005), este enfoque arriesga reproducir una ficticia separación entre prácticas cotidianas y “grandes” procesos políticos. Las formas locales de adaptación que hemos presentado, particularmente en el contexto del estallido social, son expresiones vívidas de razonamiento táctico que se desarrollan simultáneamente a una toma de posición política que define, día a día, el destino del país.

La dimensión afectiva (Barnett, 2008; Tolia-Kelly, 2006) del encuentro entre Luisa y Camila y la Alameda cortada revela una conexión con el proceso político que se hace presente incluso desde el “automatismo” del viaje a pie. La ciudad transformada, que funciona a tropezones durante el desmantelamiento parcial de sus sistemas, deja espacio para atestiguar esta relación entre simples prácticas cotidianas (cruzar la Alameda) y la dimensión política del descontento en la calle. Para las caminantes, la incertidumbre como “nuevo” contexto no se revela ni como algo realmente nuevo, ni como algo intrínsecamente negativo.

Las prácticas que las caminantes despliegan para sortear un escenario infraestructural y políticamente incierto ofrecen luces para la emergencia de nuevos paradigmas de planificación, no enfocados en “solucionar” la necesidad de adaptación de las caminantes sino en aprender de ellas. Reconocer e incorporar las dimensiones adaptativas y afectivas del caminar, así como su potencial conexión con procesos políticos, invita a buscar formas de planificación que prescindan de la aspiración al control y la estandarización de los cuerpos y las prácticas. Formas de planificación que, como el caminar, emerjan en la práctica de observar el mundo en que se desenvuelven, pudiendo desarrollarse como diálogo con los haceres cotidianos de aquellas habitantes de la ciudad que navegan hábilmente la marea de la incertidumbre con aplomo y decisión.

Agradecimientos

Trabajo desarrollado en el contexto de tesis de Magister MPlan en City Planning en University College London 2018/2020. Estudios financiados por CONICYT, Magíster Becas Chile resolución exenta 7050/2018

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Notas

1 Una de las caminatas fue realizada con Rosa y Martha, dos mujeres que caminan juntas.
2 Chilean national law enforcement police.
3 One of the walks was done with Rosa and Martha, two women that walk together.
4 La Moneda Palace, headquarters of the Republic's Presidency.


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