Resumen: Este artículo explora los procesos mediante los cuales se deshace un hogar. A partir del caso Chaitén, se problematiza cómo el orden neoliberal colonial-patriarcal atraviesa cuerpos y territorios produciendo malestar, privatizando derechos y deseos. En este artículo se presentan relatos de mujeres que fueron sorprendidas, con la inhabitabilidad de sus hogares, por una política habitacional errática tras la erupción del volcán Chaitén. A través de estrategias metodológicas cualitativas, se exploraron dos trayectorias: la de quienes han retornado a Chaitén y la de quienes se establecieron en Puerto Montt. Los resultados develan los procesos de deshacer hogar como un movimiento dinámico que cobija diversas expresiones, tensiones y atravesamientos: para quienes retornan se busca restituir un vínculo, desde relatos de alivio y libertad, que se tensiona al entrecruzarse con las restricciones de la incertidumbre y precariedad habitacional. Su retorno es una necesidad anclada en el sufrimiento de un hogar que no se pudo deshacer. Para quienes no retornan, la experiencia de tensión es tramitada resistiendo, a partir de una insistencia en cumplir con un plano impuesto, produciendo un sostenimiento de la permanencia que configura un sentir melancólico. Se discute sobre alternativas de recuperación teniendo como horizonte la interdependencia socio-ecológica y el lugar del Estado en garantizar condiciones de dignidad.
Palabras clave: Cuerpo-territorio, deshacer hogar, psicología ambiental, reasentamiento, reconstrucción.
Abstract: This article explores the processes by which a home is unmade, problematizing how the neoliberal colonial-patriarchal order crosses bodies and territories, producing discomfort, privatizing rights and desires. This article presents the stories of women who were taken by surprise by the uninhabitability of their homes due to an erratic housing policy after the eruption of the Chaitén volcano. Two trajectories were explored through qualitative methodological strategies: those who returned to Chaitén, and those who settled in Puerto Montt. The results reveal the processes of undoing a home as a dynamic movement that includes diverse expressions, tensions, and traversals: for those who return, the aim is to restore a bond, based on stories of relief and freedom, which are tensioned when intertwined with the restrictions of uncertainty and housing precarity. Their return is a need anchored in the suffering of a home that could not be unmade. For those who do not return, the experience of tension is processed by resisting, from an insistence on complying with an imposed scheme, producing a permanence that configures a melancholic feeling. Alternatives for recuperation are discussed, taking as a horizon the socio-ecological interdependence and the place of the State in guaranteeing conditions of dignity.
Keywords: Body-land,, environmental psychology, home unmaking, reconstruction, resettlement.
Dossier
Entramando cuerpos, hogares y territorios: exploraciones sobre el deshacer hogar de mujeres chaiteninas
Interweaving Bodies, Homes, and Territories: Explorations on the Home Unmaking of Chaitén Women
Recepción: 17 Febrero 2023
Aprobación: 06 Julio 2023
En mayo de 2008, en la Patagonia chilena, el volcán Chaitén entró inesperadamente en erupción. Más de cuatro mil personas que residían en la ciudad, ubicada a aproximadamente 10 km del volcán, fueron evacuadas. El Río Blanco que circundaba Chaitén se desbordó producto de la acumulación de cenizas volcánicas, inundando y generando un nuevo cauce que actualmente atraviesa la ciudad, dividiéndola en dos sectores: norte y sur. Frente a la incierta evolución de la amenaza, el gobierno declaró zona de catástrofe, determinando inhabitabilidad de todo el Chaitén urbano. Diversas decisiones gubernamentales y acciones comunitarias ocurrieron en los años siguientes: el pago de bonos individuales para que las y los habitantes encontrasen una nueva solución habitacional lejos de la zona, el plan para la construcción de una nueva Chaitén en otra ubicación -Santa Bárbara-, protestas y acciones colectivas para la reconquista de la ciudad por parte de sus habitantes, el congelamiento del plan de una nueva Chaitén y, finalmente, el permiso de habitabilidad. En 2011, la ciudad fue refundada nuevamente en su misma ubicación, permitiendo solo la habitabilidad del sector norte de la división generada por el nuevo cauce del Río Blanco. El plan de relocalización en Santa Bárbara es emblemático en la historia reciente de Chile, ya que implicó la planificación de una ciudad modelo, diseñada de forma proactiva para la gestión del riesgo. Una de las pistas que interpretan su falencia se refiere a la asincronía entre Estado, academia y comunidad (Rodríguez et al., 2016), dejando en evidencia “cómo actores con temporalidades e intereses de diverso contenido no han podido materializar una acción compartida” (p. 79). Tras este proceso errático (Tapia, 2015), no todas las personas habitantes del Chaitén de antes retornaron. Diversas personas se reasentaron en otras localidades, especialmente en la Región de Los Lagos. Según datos del último censo, la población disminuyó en un 29,39%, de 7.182 habitantes el 2002, a 5.071 habitantes el año 2017 (Instituto Nacional de Estadísticas [INE], 2017). Según Larenas et al. (2015), los principales destinos de desplazamiento fueron Dalcahue, Quellón, Castro, Puerto Montt, Futaleufú y Palena. De estos destinos, Puerto Montt es la localidad más distante de Chaitén (aproximadamente 240 km) y con mayor población (más de 245.000 habitantes) (INE, 2017).
Mediante la Ley Chaitén (Ministerio de Bienes Nacionales, 2009), las y los residentes de Chaitén pudieron vender sus propiedades al Fisco, y con ello, asentarse en una nueva localidad. Si bien en los destinos de reasentamiento escogidos individualmente por cada familia se implementaron algunas estrategias estatales para la adaptación de las personas desplazadas, tales como becas y cupos para estudio de niñas y niños, programas de capacitación y reconversión laboral, Berroeta et al. (2017) identifican que, al evaluar los niveles de apego al lugar social y espacial, identidad de lugar, sentido de comunidad y satisfacción residencial en las personas desplazadas de Chaitén que actualmente habitan en Alerce, Puerto Montt, sus niveles en el barrio actual son muy inferiores a los niveles informados con Chaitén en el pasado. Comparando con personas que vivieron otros desastres en Chile, como Constitución, Dichato y Tocopilla, las personas desplazadas de Chaitén son el único grupo que presenta niveles tan inferiores en el presente.
En este contexto complejo, y tras un proceso inicial de desplazamiento forzado producto de la evacuación, nos preguntamos: ¿Por qué algunas personas deciden retornar a Chaitén, y otras no? ¿Por qué algunas personas no han podido desvincularse de Chaitén y otras sí? ¿Cómo pudieron desvincularse aquellas personas que no han retornado? ¿Cómo se dan los procesos de desvinculación subjetiva con un lugar para lograr hacer hogar en otra vivienda, barrio o ciudad? ¿Qué es lo que se deshace que permite rehacer hogar en otra ubicación? ¿Cómo el conocer estos procesos de desvinculación permite entender las falencias de la gestión de la recuperación, desde una dimensión subjetiva?
Para responder a estas preguntas, abordaremos la noción de hogar. Desde las ciencias sociales, su conceptualización es diversa y desarrollada desde múltiples disciplinas. Según Blunt y Dowling (2006), el hogar es más que un lugar o una casa, es también una idea y un imaginario espacial que está constituido de sentimientos de pertenencia, deseo e intimidad, así como puede estar atravesado por el miedo, la violencia y la alienación. El hogar es material y simbólico, y se conforma en un permanente proceso de creación y comprensión de las formas de habitar y pertenecer, de prácticas de hacer y deshacer hogar. Es, por lo tanto, un “objeto de estudio desafiante y polisémico … compuesto por multiplicidad de dimensiones, que conviven de manera simultánea y resultan sugerentes para muchas disciplinas” (Besoain et al., 2022, p. 1).
El campo de estudios del hogar recientemente ha sido explorado desde los estudios feministas, promoviendo una reinterpretación de las tradiciones anteriores, problematizando y planteando la naturaleza generizada de los espacios. Según Besoain et al., las perspectivas feministas han permitido “la emergencia de una noción más compleja de hogar, que problematiza los imaginarios domésticos occidentales y comprende al hogar como un lugar de esferas que se intersectan, desafiando los binarismos privado-público” (Besoain et al., 2021, p. 24). En esta línea, Ossul-Vermehren (2018) propone expandir la noción de hogar de la geografía feminista hacia una comprensión política de resistencia de la vida cotidiana, planteando que tanto la materialidad del hogar como la construcción de un proyecto de vida se hacen posibles desde prácticas reproductivas, productivas y comunitarias.
Estudios recientes (Baxter y Brickell, 2014; Bertolani y Boccagni, 2021; Byrne y Sassi, 2022; Cheshire et al., 2019; Lancione, 2017; Nowicki, 2018; Paul, 2022) han criticado la fijación en la comprensión del hogar al priorizar el estudio en torno a cómo se crea un hogar. En palabras de Massey (1992), el hogar es una construcción abierta y en movimiento. En ese sentido, nos inscribimos en la reivindicación de analizar el hogar en el dinamismo de sus movimientos, lo que implica explorar no solamente los procesos de hacer hogar, sino también los de deshacer hogar (Baxter y Brickell, 2014). Esta discusión se asocia a recientes avances en la psicología ambiental en torno al concepto de apego al lugar (Di Masso et al., 2019), comprendiendo estos vínculos socioespaciales como un fenómeno que transita entre la fijación y el flujo, lo que abre nuevas preguntas sobre cómo las movilidades afectan y reconfiguran los significados sobre el espacio y, en ese sentido, en cómo las personas responden a estas dinámicas para construir, mantener y adaptar sus identidades.
Considerando lo anterior, el presente artículo explora los procesos mediante los cuales se deshace un hogar, considerando los aportes construidos por la geografía feminista (Baxter y Brickell, 2014), y la psicología ambiental en torno al concepto de apego al lugar (Di Masso et al., 2019). Estos aportes operan como antecedentes relevantes facilitando una perspectiva socioespacial situada en contextos complejos como la relocalización.
Para esto reflexionamos a partir del caso de la erupción del volcán Chaitén, en la Patagonia chilena, y las diversas historias de vida de personas que fueron sorprendidas con la expulsión de sus hogares, calificados como inhabitables por procesos de intervención de una política habitacional errática que perduró durante más de diez años de su ocurrencia. Específicamente, hemos trabajado con mujeres que habitaban Chaitén durante la erupción del volcán y que después de esta realizaron dos trayectorias: algunas retornando a Chaitén; las otras, estableciéndose en Alerce, Puerto Montt. A partir de estas trayectorias, exploramos los modos de deshacer hogar de estas mujeres y el lugar del género en estos procesos.
Para responder esta pregunta, es relevante comprender en primera instancia qué entendemos por hogar. El término hogar lo conceptualizaremos como un campo en permanente disputa (Besoain et al., 2021; Massey, 1992). En este sentido, las formas en que las personas configuran relaciones con su hogar albergan una pluralidad de significados asociados a la relación persona-ambiente. Lo anterior comprende valores e interpretaciones producidas, negociadas, reconstruidas y ensambladas tanto por personas como por comunidades, en un movimiento que invariablemente involucra relaciones de poder, conflictos y significaciones políticas (Manzo et al., 2021; Pinto de Carvalho y Cornejo, 2018).
El hogar se construye desde el movimiento, siendo constantemente creado y recreado a partir de vivencias y prácticas cotidianas (Massey, 1992). Esta comprensión, que prioriza el movimiento, implica un avance teórico importante en el campo de la psicología ambiental, ya que supone una relación entre los vínculos socioespaciales y las prácticas de movilidad. Esto implicaría que la movilidad no niega la importancia del apego a un lugar, ni necesariamente genera una ruptura vincular, sino que puede generar reconfiguraciones. Di Masso et al. (2019) plantean que este reconfigurar se basa en una interrelación, desde un tránsito entre la fijación y la fluidez. Esta comprensión dinámica tiene implicaciones prácticas importantes, especialmente en un contexto de crecientes procesos migratorios y desplazamientos. El entendimiento del apego al lugar como un vínculo flexible que puede adaptarse, abre múltiples preguntas sobre los modos en que éste se reconfigura y sobre cómo el movimiento puede orientarse al bienestar de las comunidades frente a cambios.
En ese sentido, el deshacer hogar es definido como aquel proceso en que “los componentes materiales y/o imaginativos del hogar son involuntaria o deliberadamente, temporaria o permanentemente disueltos, dañados o incluso destruidos” (Baxter y Brickell, 2014, p. 134). Se deshace un hogar no solamente en situaciones de domicidios1 (Porteous y Smith, 2001), guerras, desastres y crisis climática, en que la destrucción o amenaza física de la casa es evidente, sino que es también un proceso simbólico y subjetivo, que está presente en las trayectorias biográficas de todas las historias con el hogar, en un continuo y permanente estado de hacerse, deshacerse y rehacerse (Lancione, 2017).
Uno de los procesos que genera profundos cambios en los vínculos socioespaciales y provoca el deshacer hogar, es el desastre (Berroeta et al., 2021). Tras los últimos desastres ocurridos en Chile se ha puesto en escena la problematización de la insuficiencia de aproximaciones positivistas y tecnocráticas (Berroeta et al., 2017; Sandoval et al., 2015; Tapia, 2015), basadas en estrategias principalmente de construcción y autoconstrucción de viviendas en el mismo lugar de origen, y de subsidios individuales para la compra de una nueva casa. Estas se basan en soluciones reactivas, priorizando reconstruir infraestructuras a partir de estrategias individuales, e invisibilizando la necesidad de recuperar vínculos a un nivel colectivo junto al territorio.
En este marco, y siguiendo la crítica que realizan Fernández et al. (2020), a la crisis generada por los desastres se superponen las configuraciones territoriales extractivistas que crean condiciones de vidas precarias, exponiendo a las poblaciones a más riesgos y vulneraciones de derechos, profundizando desigualdades propias de la realidad latinoamericana y su modo de vida antropocéntrico, patriarcal, colonial, clasista y racista (Lander, 2019).
Desde una crítica a estos abordajes, se enfatiza los procesos de recuperación liderados por comunidades afectadas para garantizar la reproducción de la vida, desde un enfoque crítico y reflexivo, que busca problematizar las estrategias centradas en capitalizar económicamente la crisis. En este sentido, y en convergencia con la economía feminista (Pérez-Orozco, 2012), explorar la relación persona-ambiente en el contexto de la recuperación post desastre, debería poner al centro del debate el cuidado, aspecto generalmente invisibilizado, buscando entender las iniciativas y reacomodaciones que emergen de la crisis, y el rol de las colectividades para pensar y configurar los territorios (Fernández et al., 2020).
A partir de lo anterior, la recuperación implica una articulación en red, en clave territorial-comunitaria, que los procesos con énfasis en la reconstrucción a menudo no priorizan. Explorar la complejidad de los sentidos y prácticas con que se habita un hogar -incluyendo los procesos de deshacer hogar- busca hacer visible dimensiones simbólicas y materiales que, cuando olvidadas, pueden conducir a fracasos en políticas habitacionales, indicando la presencia de malestares y contrasentidos como, por ejemplo, la reivindicación y el retorno a habitar a una localidad en riesgo (Pinto de Carvalho y Cornejo, 2018).
El paradigma dominante que prioriza reconstruir por sobre recuperar, se enmarca bajo un determinado orden político. En el contexto chileno, este orden es neoliberal, patriarcal y colonial.
Segato (2016) plantea que el orden patriarcal colonial moderno está marcado por una privatización del espacio doméstico y su otrificación y marginalización, lo que implica violencias varias para las mujeres. Junto a ello, la política neoliberal también incide directamente en la construcción de afectos, especialmente en la producción de sufrimiento psíquico (Safatle y Dunker, 2020). Araujo (2022) plantea que, como consecuencia del modelo social y económico inspirado en las premisas del neoliberalismo presentes en la sociedad chilena, los vínculos sociales son atravesados por un circuito de desapego y desvinculación, generando un aflojamiento de los vínculos sociales y de la vida común. En esa dirección Segato (2016) explica que:
la tristeza que impregna la sociedad chilena es frecuentemente asociada por la propia gente al efecto de precariedad que ese modelo le imprime a la vida, en un sentido del término precariedad que lo desvincula de la idea de pobreza o carencia, para significar con precisión precariedad de la vida vincular, destrucción de la solidez y estabilidad de las relaciones que arraigan, localizan y sedimentan afectos y cotidianos. La experiencia de intemperie y desprotección se apodera así de una nación (Segato, 2016, p. 100).
Este desapego, o precariedad de la vida vincular, hace visible el rol de las emociones desde su estatuto político y cultural (Pérez y Gregorio, 2020). Es un complejo escenario que favorece ciertos valores y normas que sean adecuadas para el desarrollo económico (Larraín, 2001), invisibilizando la importancia de la profunda relación de las emociones con el hogar y a la vez con el cuerpo, en cuanto espacios que albergan, encarnan y agencian sentimientos de pertenencia y resistencia.
Para entender la relación entre sentimientos de pertenencia y cuerpo, desde el urbanismo feminista se propone poner al centro del análisis las relaciones patriarcales, comprendiendo las ciudades como un enclave del orden colonial-patriarcal, especialmente sobre los cuerpos de las mujeres, niñas y adolescentes, visibilizándolo a partir de los usos productivos, disciplinadores, individualistas y homogeneizadores priorizados en el diseño de las ciudades (Collectiu Punt 6, 2019; Fenster, 2005). Este diseño normativo de configuración androcéntrica prioriza ciertas experiencias frente a otras, concibiendo la ciudad para una población entendida como universal -masculina, blanca, hetero-normada, adulta- invisibilizando necesidades de sujetos no privilegiados y, por lo tanto, reduciendo la experiencia de los cuerpos femeninos a la inseguridad, al miedo y al temor.
Este orden político que construye afectos, prácticas y modos de habitar, puede incidir también en los procesos de deshacer hogar, favoreciendo un movimiento que, al no acoger la complejidad simbólico-material, puede verse retenido, produciendo experiencias de malestar. Siguiendo la pista de investigaciones sobre la política habitacional chilena y sus procesos de subjetivación neoliberal, Ducci (1997) ya observaba cómo la implementación de los programas de vivienda en Chile ha tenido consecuencias sociales graves, como la falta de sentido de pertenencia, la generación de procesos de desconfianza y falta de solidaridad. También Besoain y Cornejo (2015), identifican que la política de vivienda chilena se configura desde lógicas de privatización de los modos de vida y del deseo, en que la priorización de la capacidad individual invisibiliza el espacio social y político, teniendo como consecuencia una producción de subjetividad sacrificial donde se valora el consumo privatizado, manteniendo procesos de fragmentación social. En la misma dirección, Hidalgo y Janoschka (2014), al reflexionar sobre la ciudad neoliberal, identifican dinámicas urbanas y territoriales atravesadas por un sistema mercantilizado y consumista que promueve la privatización, la gentrificación y la segregación socioterritorial del espacio.
Entendemos que habitar un hogar se posibilita en tanto existe un cuerpo que habita y un sujeto que lo habita. El cuerpo y la constitución subjetiva del sujeto desde un paradigma intersubjetivo y relacional nos permiten comprender la construcción de la experiencia de cuerpo desde, con y a través de las relaciones que éste sostiene. Según Jaimsky (2014), el cuerpo es originariamente relacional, es decir, el cuerpo se construye y constituye subjetivamente a partir de un inter-juego de factores complementarios en constante interacción. Esta dimensión “relacional” supone un espacio vincular sostenido por un entramado de interacciones, de cuidados físicos y afectivos, un "vivir con" que implica una participación activa en el mundo de la intersubjetividad (Jaimsky, 2014).
Esto nos permite comprender el cuerpo como un escenario tanto simbólico como real de los sedimentos y marcas de los movimientos e intercambios relacionales establecidos entre el sujeto y el mundo que habita. Según Dodds (2011), el entramado relacional como dimensión constitutiva del cuerpo, debiera comprenderse desde una relación diádica aún más primaria: aquella existente entre el ser humano y la (madre) Tierra. El autor sostiene que, además de reconocer la inextricable interdependencia humana con la red ecológica del planeta, habría que ampliar la comprensión de lo “relacional” y de conformación subjetiva, hacia una inclusión del entramado de vínculos y apegos establecidos con los seres y comunidades no-humanas habitantes de esta tierra, como animales, territorios, ríos, montañas, entre otros (Dodds, 2011).
Este planteamiento nos lleva a cuestionar la estrecha y disputada relación entre hogar y familia (Besoain et al., 2021), frecuentemente disociada de la red ecológica antes mencionada. En Chile, la familia se basa principalmente en la noción conyugal en cuanto modelo normativo que ordena relaciones consideradas “normales y naturales”. Basado en el sistema matrimonial, los lazos consanguíneos y en los roles de género, este modelo tiene implicaciones en la vida social chilena, entre ellas, en la forma en que las políticas públicas comprenden lo que conforma un hogar (Pinto de Carvalho et al., 2023): presencia de jefatura de hogar, convivencia de pareja con hijos/as, matrimonio y vivienda común (Olavarría, 2014). Esto implica un peligroso escenario que determina implícitamente una forma adecuada de vivir, que puede marginalizar y amenazar la diversidad de formas de hacer hogar, familia y sus lazos afectivos (Gorman-Murray et al., 2014).
Desde la idea de familia antes mencionada, se torna relevante reflexionar sobre la constitución de una familia, y a cómo la idea de familia en la línea del ecofeminismo y la corresponsabilidad se amplía desde supuestos que reconocen que la vida en la naturaleza, que incluye a seres humanos y no-humanos, se sostiene por medio de la cooperación, el cuidado mutuo y el amor (Mies y Shiva, 2014). Desde un paradigma interrelacional, o como denomina Escobar (2014), desde una ontología relacional, el territorio emerge necesariamente de los vínculos relacionales entre el mundo humano y no humano -naturaleza, animales, montañas, ríos-. Por lo anterior, se podría establecer una articulación con la noción de cuerpo-territorio propuesto por la geografía feminista latinoamericana (Haesbaert, 2020), desde la idea de cuerpo territorializado. Esta noción nos invita a comprender los cuerpos en relación con territorios vivos e históricos, habitados por heridas, memorias, deseos y, al mismo tiempo invita a mirar a los territorios como cuerpos sociales que están integrados a la red de la vida (Cruz Hernández, 2016).
Esta propuesta, desarrollada principalmente desde movimientos feministas e indígenas de Latinoamérica, propone la noción del cuerpo como “primer territorio” a través del cual podemos reconocer y sentir los territorios que habitamos (Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, 2017). De este modo, las emociones encarnadas en los territorios se materializan de manera directa en el cuerpo y, específicamente, en el cuerpo de las mujeres. Así sucede con la tristeza, la humillación o la angustia de la violencia, la explotación y la pérdida de la autonomía, entendiendo “el cuerpo como un territorio político para defender” (Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, 2017, p. 20).
En este sentido, los procesos de deshacer hogar como movimiento relacional de desvinculación subjetiva, son comprendidos desde una noción de subjetividad ampliada hacia una interdependencia socio-ecológica primaria y constitutiva de ser-con: habitar y ser habitados por el territorio. Así, movimientos relacionales de desvinculación y de deshacer, apuntan no sólo a procesos de deshabitar un determinado territorio/hogar, sino que también a cómo esos cuerpos siendo-con territorio, son des-habitados. Esta idea de cuerpo territorializado, ligado a la idea de construcción y sedimentación de afectos, propio del desapego y precariedad vincular de la política neoliberal (Safatle y Dunker, 2020), nos lleva a cuestionarnos respecto a cómo estos cuerpos transitan, resisten y a la vez sedimentan estas desvinculaciones.
Considerando el recorrido anterior, a continuación se presentarán las estrategias metodológicas y principales resultados obtenidos a partir de la exploración de los procesos de deshacer hogar de mujeres chaiteninas y sus diversas historias de vida que fueron sorprendidas con la expulsión de sus hogares, calificados como inhabitables por procesos de intervención y políticas habitacionales erráticas, producto de una erupción volcánica y que ya se mantienen más de diez años tras su ocurrencia.
Se realizó una investigación cualitativa, utilizando el método biográfico, con mujeres que han regresado a habitar Chaitén y con mujeres que se desplazaron y actualmente habitan Alerce, Puerto Montt. Se trabajó desde una metodología cualitativa, considerándola una actividad situada que consiste en una serie de prácticas interpretativas que “hacen el mundo visible y lo transforman” (Denzin y Lincoln, 2005, p. 48), realizando una investigación de diseño metodológico analítico-relacional de lógica exploratoria y comprensiva. Se trabajó desde el método biográfico (Bertaux, 2010), entendiendo que las prácticas humanas están sostenidas a un contexto social e histórico, de sujetos/as que son al mismo tiempo producto, actor y productor de su experiencia e historia (De Gaulejac, 1999).
Se utilizó como técnica de producción de datos los relatos de vida (Bertaux, 2010). Con el objetivo de incorporar la reflexividad en el proceso investigativo, también se implementaron dispositivos de escucha (Cornejo et al., 2017), particularmente notas del/la transcriptor/a, reuniones de interanálisis y cuadernos reflexivos realizados por la investigadora.
Se trabajó en total con 17 mujeres participantes: siete habitantes actuales de Chaitén sur y 10 habitantes actuales de Alerce, Puerto Montt. Todas ellas habían sido habitantes de Chaitén antes de la erupción. Se realizó un muestreo intencionado a partir de informantes clave y estrategia de bola de nieve (Patton, 2002).
Las estrategias de análisis buscaron identificar la pluralidad de experiencias, sus quiebres, divergencias y resistencias desde un análisis temático (Braun y Clarke, 2006). Estas estrategias se basan en la intencionalidad analítica (Cornejo et al., 2017), situándose durante todo el proceso analítico desde un compromiso con la reflexividad y la escucha polifónica.
Para resguardar la voluntariedad de participación se utilizaron documentos de consentimiento informado. El uso de los datos fue consentido por las participantes y aprobado por el Comité de Ética de la Universidad de Valparaíso. Para resguardar el anonimato de las participantes se utilizan seudónimos.
Las experiencias narradas por las mujeres participantes dan cuenta de una diversidad de expresiones, tensiones y atravesamientos que constituyen su proceso de deshacer hogar. En este artículo organizamos estos relatos en tres temas:
Los relatos hacen visible la presencia del cuerpo como un primer territorio afectivo, sensible y carnal, que habita y es habitado de manera particular por el territorio. Un cuerpo territorializado en el cual los sentidos y las experiencias corporales vividas y cotidianas cobran una relevancia fundamental a la hora de relatar los múltiples vínculos entre la persona, su hogar y el territorio.
Entendiendo el cuerpo como un espacio que sostiene y es sostenido por los intercambios vinculares establecidos entre el sujeto y el mundo que habita, los movimientos -tanto emocionales como físicos- generados por la erupción del volcán, pusieron en tensión los cuerpos en relación, trayendo consigo síntomas. Así, el cuerpo y sus síntomas aparecen como testimonios de una desarticulación, presentando distintas formas en la expresión de estos movimientos, es decir, identificando ciertas diferencias en los síntomas y sentires según aquellas personas que deciden retornar a Chaitén sur y aquellas que habitan Alerce.
Se observa que se hace explícito el proceso corporal y sintomático del movimiento de deshacer hogar en aquellas mujeres que retornan a habitar Chaitén sur, configurando un sufrimiento que desde ahí articula el porqué del retorno:
Me vine para acá porque ese año se abrió el colegio. Y yo feliz, o sea, yo vivía con crisis de pánico en Achao, vivía mal (Fernanda, 31, Chaitén sur).
Porque él era campesino, y aquí, no, no, él estaba como un león encerrado, no hubo caso y nosotros ya veníamos medios débiles (Enriqueta, 58, Alerce).
Porque nosotros siempre hemos sido del campo y pueblo chico, entonces mucho vehículo, mucho perro, mucho ruido, mucho todo, que yo soy muy sentida, yo siento todo en la noche. Entonces todo eso me molestaba y no dormía bien y andaba mal, y era que lloraba (Rosa, 57, Chaitén sur).
Los movimientos y tensiones relacionales y emocionales que implican la desarticulación del hogar parecieran ser un elemento en común, trayendo consigo una variedad de efectos y sentires, sin embargo, parecieran haber diferencias en cómo -y, sobre todo, hacia dónde- se encauza. En los relatos de las mujeres residentes de Alerce se evidencian expresiones sintomáticas y corporales del deshacer hogar, en tanto aparecen nociones de “caos”, “ahogo”, “arrancar”; sin embargo, el proceso de elaboración pareciera ser distinto: la decisión es permanecer, sostener y no retornar, aunque desde un sentir melancólico:
Mi esposo se complicó de salud, a mí me dio depresión y a él le dio por tomar, así de simple, o sea no se preocupaba de nada, pasaban los días, fue un caos ese tiempo ... Cuando primero llegué acá, voy a ser honesta yo no pude estar en Alerce, sabe que yo me ahogaba, era una cosa de llorar y llorar y me tenía que ir a Puerto Montt, sentarme en el mar para estar libre, porque me sentía ahogada. Esta cuestión fue como que me pusieron una capa de cemento en el cuerpo (Liset, 50, Alerce).
Cuando llegué acá llegué muy deprimida porque yo no, nunca tuve el valor de volver a Chaitén, y quizás me hubiera hecho bien, no lo sé, ya no se hizo, pero llegué acá muy deprimida, muy bajoneada, muy triste (Amanda, 24, Alerce).
La expresión del cuerpo también se hace presente a partir del movimiento -como el caminar- que les permite habitar(se) y encarnar(se) en el territorio/hogar:
Y acá me gusta todo, o sea todo, la naturaleza… tú caminas tienes cerro, caminas tienes playa, caminas tienes río. (Alejandra, 45, Chaitén sur).
Se observa que las exigencias del deshacer hogar intervienen también esta relación territorial y corporizada. El caminar, las distancias, el factor de “pagar” y la relación con el territorio desde el cuerpo cambia:
Eso me costó porque todo era, no era cerca, nosotros acostumbrados allá de a pie nomás, ir al médico, ir a comprar todo (María, 70, Alerce).
Todo se paga, quieres ir al río, quieres ir a la playa, todo se paga. Allá no, allá estaba a la orilla del río por atrás de la casa que demorábamos cinco minutos o 10, íbamos a la playa y en 10 minutos estábamos a pie. Queríamos ir a los cerros, ver las lagunas que había, a pie lo hacía. Aquí no, aquí tienes que pagar todo, todo, todo (Rosario, 37, Alerce).
Las participantes relatan cómo el mundo no-humano está presente bajo distintas formas en los procesos de deshacer hogar. Aparecen como agentes activos y vivos en los entretejidos relacionales, personales, familiares y sociales entre las personas habitantes y el lugar:
Porque mi hijo pensaba en su perro y en su gata y en todos sus dibujos: volcán, lava, la playa y sus animales en la playa (Fernanda, 31, Chaitén sur).
Bueno, nosotros allá vivíamos alrededor de los volcanes, estaba el Corcovado, yo me crecí ahí, toda mi vida ahí. Mis abuelos tenían un fundo de animales y yo me crecí, o sea, crecimos nosotros, toda la familia ahí (Margarita, 62, Alerce).
En particular se observan dos agentes no-humanos que se repiten en las narrativas del habitar, como parte inherente del entretejido socio-ecológico: el agua relatada como río, el mar, y el volcán.
El río aparece como un ser que viene a hacer visible -desde la transformación real de la geografía del territorio-, una geografía psicológica y simbólica de la desarticulación y división. Lo anterior implica una materialización tanto geográfica espacial como psicosocial del territorio. Por otro lado, el mar aparece como un ser que “da vida” y hace recordar(se) del hogar:
Bajaba al centro de Puerto Montt, me iba a la plaza y de la plaza me tiraba a la costanera porque era como que necesitaba ver el mar, no sé por qué, es que allá nosotros teníamos el mar al frente, y era como que nos daba vida, no sé (Liset, 50, Alerce).
Yo funciono, pero daría mi vida por estar en Chaitén. Yo voy al campo a un lugar que es a 25 kilómetros de Chaitén, se va en vehículo hasta la misma playa. A mí me gusta ir ahí porque esa tranquilidad y mirar el mar. Eso lo que más echo de menos (María, 70, Alerce).
Acá la vegetación no hay un cerro no hay nada, nosotros allá estábamos acostumbrados a ver el mar, los cerros, los árboles, todas esas cosas y acá llegamos como que nos metieron en un cuartucho y yo me sentía ahogada (Liset, 50, Alerce).
El volcán aparece como una presencia omnipresente en las narrativas de vida de las mujeres, como un testigo histórico -al cual se le respeta- de las historias personales, familiares y comunitarias:
No podríamos vivir teniendo miedo a todas las cosas, porque tenemos que aprender a compartir, así como con el volcán, uno le tiene respeto (Alicia, 56, Chaitén sur).
La ruptura de la red vincular también se expresa por medio de narrativas nostálgicas y melancólicas asociadas a la ausencia de una comunidad no-humana que era parte de la cotidianidad y quehaceres de la vida:
Acá es todo cemento, no es lo mismo y las cosas que nosotros perdimos, yo dejé a mi hija allá sepultada. De repente me baja la nostalgia porque yo allá criaba mis pollitos, que mis chanchitos, tenía la playa al lado, y toda esa cosa, pero bueno, fue así nomás la vida y hay que seguir nomás adelante (Enriqueta, 58, Alerce).
En repetidas ocasiones se observa que el miedo aparece asociado al habitar en la ciudad, o más bien, al no habitar Chaitén. Esto se reafirma en tanto estas narrativas de miedo urbano sólo aparecen en las entrevistas de habitantes de Alerce. El miedo prepondera en las calles y en la ciudad, percibidas como espacios que promueven la delincuencia, la inseguridad y desprotección:
Uno se sentía asustado de todo. "La ciudad es peligrosa", "ten cuidado que andan delincuentes", "ten cuidado que alguien te puede seguir rumbo al colegio". Entonces tú, así como vengan a buscarme y vengan a dejarme, una cuestión terrible (Amanda, 24, Alerce).
Se vislumbra cómo las vivencias de confianza/desconfianza en un determinado espacio se entrelazan con los movimientos y dinamismos propios del habitar. La desconfianza e inseguridad prepondera y marca presencia en aquellas habitantes que buscan deshacer hogar para habitar la ciudad, haciendo alusión a que:
Allá en Chaitén todo queda abierto, quién va a entrar a robar, nadie, y aquí no y aquí los carabineros decían qué pasa con la gente de Chaitén que es muy confiada (Henriqueta, 58, Alerce).
También se distinguen movimientos en torno a lo privado/público asociados a esa misma inseguridad y pérdida de confianza en el habitar:
Para mí fue una pérdida de mi espacio personal, de mi privacidad, porque al llegar acá todo era: no, que no vayas al centro; no, que no te vayas a arrancar; no contestas el teléfono, te lo quito; porque había una sobreprotección por el miedo a lo desconocido (Amanda, 24, Alerce).
Allá tú podías dejar la casa abierta, le dejabas la casa encargada a un vecino. Vecino, voy a ir a andar tantos días, ¿le puede venir a poner agüita a mis plantas? El vecino iba y les ponía y la casa cuando tú volvías estaba igual. Entonces son cosas, costumbres que uno después tiene que dejarlas (María, 70, Alerce).
Las mujeres participantes relatan narrativas de poder, extracción, pérdida y normatividad de un orden político que se personifica de diversas formas:
Hemos tenido, de verdad, yo, muchos dolores de cabeza con eso, el gobierno se hace el loco (Fernanda, 31, Chaitén sur).
Se distinguen narrativas asociadas a un atravesamiento político que desarma el habitar, en un despojo material y simbólico:
Empiezan a desarmar casas con máquinas, casas buenas, eso fue lo más triste. Que llegaran y dijeran: oye, fuera. Era igual que tropa de animales (Elena, 56, Chaitén sur).
El rol de lo político, personificado en personas y sus cargos estatales, actúa determinando social y simbólicamente un modo de habitar y de deshacer hogar. De esta forma, el riesgo es un factor definido unilateralmente y de forma incompleta por las autoridades, impactando los modos de vivir y las prácticas cotidianas de las mujeres chaiteninas:
Hoy en día estamos viviendo, como se dice, aún todavía en la incertidumbre en el lugar que yo estoy, porque para las autoridades no es habitable porque todavía hay como un grado de riesgo (Adriana, 40, Chaitén sur).
Entonces, cuando dicen que nosotros estamos bajo riesgo, bajo peligro, y cuando hablan de habitabilidad, yo siempre le he dicho: la gente da la habitabilidad, cada uno ve cómo habita en su espacio, cómo lo arregla, cómo lo mejora y nosotros hemos mejorado el sector sur (Fernanda, 31, Chaitén sur).
Esta determinación política de un modo de deshacer hogar también se hace visible en clave patriarcal, incidiendo y reproduciendo roles de género que estas mujeres identifican en forma de violencia económica:
El gobierno igual no se dio cuenta y dio todo a nombre de la pareja; el titular era el hombre. ¿Entonces qué pasaba? Que los gallos venían a buscar el bono y se tomaban la plata. El mío se tomaba la plata, con suerte recuperaba para el arriendo y ni un peso. Y dónde iba a trabajar no había pega, entonces era muy difícil. Yo siempre dije ¿por qué no dejaron la plata a nombre de la mujer? (Liset, 50, Alerce).
La experiencia de estas mujeres chaiteninas nos permite pensar los procesos de deshacer hogar como un movimiento dinámico que cobija diversas expresiones, tensiones y atravesamientos. En sus relatos se visibilizan algunas formas de tramitación, en las que se destacan especialmente dos: En primer lugar, para quiénes retornan a Chaitén sur, se configura la necesaria búsqueda de restituir un vínculo, desde relatos de alivio, felicidad y libertad de retornar, sin embargo, esta necesidad de restitución se tensiona al entrecruzarse con las restricciones vividas por la incertidumbre habitacional y la precariedad de los servicios básicos. El retorno es una necesidad descrita y anclada en el sufrimiento de un hogar que no se pudo deshacer; y en segundo lugar, para quienes no retornan a Chaitén, la experiencia pareciera tramitarse resistiendo a ello, a partir de una insistencia en cumplir con un plano normativo impuesto, produciendo un sostenimiento de la permanencia en Alerce y configurando desde allí un sentir melancólico.
Morales Martínez et al. (2017) sugieren que los sentires melancólicos se asocian a una sensación de pérdida ilocalizable, que fragiliza los vínculos interpersonales. El sentir melancólico alude a la pérdida, pero no necesariamente del objeto mismo, sino que del vínculo establecido entre el sujeto/cuerpo y aquello perdido. Así, entendiendo los cuerpos y sujetos como construcciones relacionales, la falta -y el deshacer- del hogar amado, no sólo es narrado como una pérdida de aquello, sino que también como una pérdida de una parte de sí mismo que fue a su vez des-hecha. Estos vacíos y sentires atraviesan los cuerpos de las mujeres chaiteninas dejando síntomas: dolores, achaques, ansiedades y angustias, como marcas testimoniales de la falta de un vínculo cuidado y constitutivo.
Estos sentires melancólicos son también descritos por Besoain y Cornejo (2015) como un retraimiento y un repliegue al hogar privado que se producen a propósito de políticas habitacionales que priorizan entregar viviendas, olvidándose del sujeto que las habita, y de los deseos que habitan estos sujetos. Son estrategias de gestión que expresan y producen tensiones. El neoliberalismo, el colonialismo y el patriarcado son actores fundamentales en la producción de estas tensiones, visibles como sufrimiento, debilitamiento social y tristeza (Araujo, 2022; Safatle y Dunker, 2020; Segato, 2016).
Los sentires se narran en muchos de los casos como emociones que se experimentan al transitar por ciertos espacios, haciendo visibles las diversas categorías sociales que nos atraviesan y se interseccionan entre sí. Esto hace visible que las relaciones con el espacio no son naturales, neutrales o iguales para todas las personas, sino que están condicionadas por los usos, prácticas y emociones experimentados ahí (Pérez y Gregorio, 2020). Por lo tanto, la pertenencia, o el sentirse fuera de lugar, son sentimientos que se construyen con base en los usos que se hacen de los espacios que permiten que ciertos cuerpos se apropien, sientan confianza e intimidad y que otros no, sintiendo miedo, temor y extrañamiento. Una de las principales fuentes del malestar presente en los relatos de estas mujeres chaiteninas se relaciona a la vivencia de la ciudad como espacio amenazante. Ello implica la ausencia de Chaitén junto a los diversos seres que componen esa red vincular ecológica (mar, río, volcán, animales, montañas, etc.), lo que para Escobar (2014) compone la ausencia del sentipensar con la tierra. Tradicionalmente, estos seres no humanos que componen la red son entendidos como seres subyugados por la especie humana, concepción que ha implicado la crítica ausencia analítica del rol de estos seres en la matriz vincular que seres humanos construyen con un lugar en particular.
Estos sentipensares se iluminan cuando logramos visibilizar la dimensión relacional de estos cuerpos-territorio. Lo que nos invita a reflexionar: ¿Qué pasa cuando esa relación se ve intervenida, o desviada? ¿Cómo responde el cuerpo a estos desvíos? Esta interconexión relacional constitutiva entre cuerpo y territorio nos posibilita comprender los síntomas en claves territoriales y cómo estos aparecen (y desaparecen) en los cuerpos en variadas formas de angustia, dolores, afecciones, estados afectivos, etc. Son señales o marcas de las fluctuaciones, intervenciones y desregulaciones del entramado vincular y relacional, o incluso, marcas territoriales del habitar (y/o del des-habitar) del sujeto en la Tierra/mundo (Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, 2017; Haesbaert, 2020).
Según la invitación de Di Masso et al. (2019) a pensar el apego al lugar como un vínculo flexible que puede adaptarse, se hace necesario cuestionar los modos en que éste se reconfigura y cómo el movimiento puede orientarse al bienestar de las comunidades frente a cambios. A partir de esta investigación atestiguamos que, en el plano subjetivo, la desvinculación de un hogar puede ser un proceso que no se cierra del todo, y que genera movimientos, desplazamientos y retornos. Este proceso de deshacer pareciera transitar entre la fluidez con la posibilidad de elaboración y creación de un nuevo hogar, y la rigidez con que diversas expresiones, tensiones y atravesamientos obstaculizan la posibilidad de elaboración y desvinculación. La experiencia de estas mujeres chaiteninas nos permite comprender que lograr deshacer hogar pareciera implicar lograr asentarse en un espacio en el que existan condiciones de dignidad, se sienta acogedor, y en el que se establezcan sentimientos de pertenencia y hogaridad. En este caso, estas reconfiguraciones se anclan y se construyen especialmente a partir de redes y de la reciprocidad de la relación con seres humanos, no-humanos y la naturaleza: son tramas de cuidado que tejen un vínculo entre el cuerpo, el hogar y el territorio.
En este artículo presentamos una investigación que buscó explorar aquellos procesos mediante los cuales se deshace un hogar, considerando los aportes construidos por la geografía feminista (Baxter y Brickell, 2014) y los desarrollos de la psicología ambiental en torno al concepto de apego al lugar (Di Masso et al., 2019). Para ello trabajamos con mujeres que experimentaron la erupción del volcán Chaitén y que realizaron dos trayectorias: algunas, retornando a Chaitén; otras, estableciéndose en Puerto Montt. Estas trayectorias nos han permitido comprender los procesos de deshacer hogar como un movimiento relacional entre el cuerpo y el territorio. Este movimiento relacional implica tensiones, las cuales se pueden llegar a tramitar de distintas formas. Una de las formas que hemos observado en este caso es el presentar síntomas, entendidos como testimonios de ese movimiento relacional. Estos síntomas responden a una individualización del malestar, a un testimonio de la separación y fragmentación del vínculo entre personas y territorios y a los diversos componentes que atraviesan esa relación. Esta forma retenida de experimentar el deshacer hogar implicó una diversidad de malestares para las personas chaiteninas, muchas de las cuales aún siguen presentes, habiendo pasado ya más de diez años de la erupción volcánica. Esto da cuenta de cómo el abordaje desde un modelo de desarrollo neoliberal patriarcal-colonial, centrado en la entrega de soluciones habitacionales, relega a un segundo plano las dinámicas relacionales que construyen habitabilidad y que, por tanto, no considera los modos en que se deshace un hogar.
Planteamos que una forma alternativa de tramitar este movimiento relacional implicado en el deshacer hogar es mediante cuidados y reciprocidad, en que, aunque exista la tensión y el sufrimiento implicados en la pérdida y el deshacer, se posibilite un sostenimiento afectivo y vincular de contención y cuidados por y desde un tejido que involucra personas, la naturaleza y los seres no humanos: Una red que nos cobije e incluya a todos los seres.
Este planteamiento pareciera particularmente desafiante bajo lógicas del neoliberalismo patriarcal-colonial, en el que la dominación en clave antropocéntrica mercantiliza las relaciones con estos otros seres. En este sentido, el malestar experimentado en el caso de Chaitén hace directa referencia a una transgresión que no se refiere al volcán mismo, sino que a la experiencia de relación con un modelo de desarrollo que despoja, desmantela y restringe, gestionando emociones y cuerpos a través de propiedades.
Es sabido que el neoliberalismo se rige bajo una fuerte ideología de la propiedad privada y la acumulación, asociando la producción de subjetividad a la conquista de una vivienda propia (Donoso y Arrau, 2021; Rolnik, 2015). En este sentido, no es de sorprender que, cuando el foco está puesto en la gestión de propiedades, sin dar cuenta de lo vincular (establecido en la relación cuerpos-hogares-territorios) se producen tensiones y malestares. Esto nos lleva a afirmar que deshacer un hogar es un movimiento que no puede ser reducido a la pérdida material específica, sino que implica cobijar la destrucción de una serie de significaciones y dimensiones asociadas a procesos subjetivos, intersubjetivos, espaciales y no humanos de la relación cuerpo-territorio. Por lo anterior, las políticas de reasentamiento o relocalización no pueden obviar las emociones ni el cuerpo, debiendo facilitar las condiciones para que las tensiones del deshacer hogar se puedan tramitar y se puedan llegar a reconfigurar en un lugar digno.
Es así que entendemos que el rol del Estado en estos movimientos vinculares debería ser el de posibilitar las condiciones para que las comunidades sean agentes de su transformación, permitiendo un fluir del caminar relacional. Esto implica abarcar la necesidad de cuidados y reciprocidad de este entramado, es decir, facilitando espacios y recursos para que las comunidades sean cuidadas y cuiden, extendiendo también redes de protección a seres no humanos y a los ecosistemas. En este sentido, consideramos que es responsabilidad del Estado garantizar condiciones de dignidad para que el tejido comunitario pueda restaurar los quebrados vínculos de hogaridad, en un horizonte de interdependencia socio-ecológica. En línea con los planteamientos de Segato (2016) y Escobar (2014), defendemos que, en un contexto de precariedad de la vida vincular, el camino es relacional y con la tierra.