Resumen: En un contexto de escasez, donde se estima que la población urbana a nivel mundial será del 66% para el año 2050, el proceso de urbanización de la pobreza se convertirá en uno de los retos más relevantes del siglo XXI. En América Latina, 113 millones de personas viven en asentamientos auto producidos y en Argentina, según la última actualización del Registro Nacional de Barrios Populares, cinco millones de personas habitan los 5.687 barrios populares del país. El objetivo de este artículo es analizar en qué medida las políticas públicas contribuyen o no a promover la justicia socioespacial, según la teoría crítica de Nancy Fraser, en los barrios populares coproducidos sobre la cuenca hidrográfica Matanza Riachuelo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entre los años 2016 y 2019. Los resultados muestran que, en la mayoría de los casos, las familias residentes en estos barrios son quienes más han trabajado por promover la justicia socioespacial. Sin embargo, estos esfuerzos no sólo no son reconocidos por la administración pública, sino que además se impide su representación en los espacios de toma de decisiones, así como se impiden las prácticas y políticas redistributivas.
Palabras clave: Coproducción, injusticia socio espacial, Argentina.
Abstract: In a context of scarcity, where it is estimated that the urban population will be 66% by the year 2050, the process of urbanization of poverty has become one of the most significant challenges of the 21st century. In Latin America, 113 million people live in self-produced settlements and in Argentina, according to the latest update of the National Registry of Low-Income Neighborhoods, five million people live in the country's 5,687 popular neighborhoods. This article aims to analyze to what extent do public policies contribute or not to promote socio-spatial justice, according to Nancy Fraser's critical theory, in co-produced low-income neighborhoods in the Matanza Riachuelo hydrographic basin in the Autonomous City of Buenos Aires between the years 2016 and 2019. The results show that, in the majority of cases, families residing in these neighborhoods are the ones who have worked the hardest to promote socio-spatial justice. However, these efforts are not only unrecognized by the public administration, but also their representation in decision-making spaces has been hampered, and the redistributive practices and policies impeded.
Keywords: Co-production, socio-spatial injustice, Argentina.
Artículos
(In)justicia socio espacial en los barrios populares coproducidos de la cuenca Matanza Riachuelo
Socio-spatial (In)Justice in the Co-Produced Popular Neighborhoods in the Matanza Riachuelo Basin
Recepción: 25 Octubre 2022
Aprobación: 29 Junio 2023
El proceso conocido como urbanización de la pobreza se está posicionando como uno de los desafíos más significativos del siglo XXI, dado el contexto de escasez de recursos y la proyección de una población urbana que alcanzará aproximadamente el 66% en el año 2050 (Acevedo et al., 2021). En este sentido, la Agenda 2030 propone la meta “11.1: de aquí al 2030, asegurar el acceso de todas las personas a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y asequibles y mejorar los barrios marginales” (Naciones Unidas, 2015). En América Latina, 113 millones de personas viven en asentamientos auto producidos (“Nueva Agenda Urbana”, 2017). En Argentina, según la última actualización del Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBaP) cinco millones de personas habitan los 5.687 barrios populares del país. A pesar de que el déficit de vivienda de 3.5 millones (Secretaría de Vivienda, 2019) revela una deuda pendiente con amplios sectores de la sociedad, esa deuda es mucho más acuciante y grave para con aquellos que ocupan las posiciones más desfavorables en la estructura social (Di Virgilio et al., 2019).
Aunque existe un consenso relativo sobre las características de los asentamientos humanos informales, las definiciones exactas de los asentamientos “informales” - “formales” y la frontera entre ellos siguen siendo confusas (Durand Lasserve y Royston, 2002). La informalidad tiende a asociarse con un problema del uso de la tierra y, por lo tanto, a menudo se maneja a través de intentos de restaurar el orden en el paisaje urbano o de llevarlo al redil de los mercados formales (Roy, 2005). Sin embargo, es una forma de entender la informalidad desde el status quo y, por lo tanto, es la forma de quienes deciden y gestionan el territorio. Un determinado barrio con características particulares relacionadas con la tenencia de la tierra, la planificación urbana y la vivienda podría considerarse formal o informal, según el contexto local y las interpretaciones de la autoridad pública (Durand Lasserve y Royston, 2002). Más aún, existe una tendencia a pasar por alto la importancia de las relaciones y de los juegos de poder entre los actores urbanos que definen y redefinen cada vez más los límites entre lo aceptable y lo no aceptable, lo legal y lo no tan legal (Herrle y Fokdal, 2011).
Basile y Ehlenz (2020) rescatan la posición de los académicos poscoloniales que explican a la informalidad como un compendio de prácticas y operaciones urbanas, que operan fuera de las políticas impuestas y los modelos económicos establecidos. En este sentido, conforman un modo de urbanización distinto, descartando así las caracterizaciones dicotómicas sobre la materia. Así, la denominada informalidad no es sólo la presencia de los pobres ni la ausencia de ley (Varley, 2013). La informalidad se convierte en una cuestión política, relacionada con la posición que ocupan las comunidades de bajos ingresos en el espacio físico y socio-político, y su relación por tanto con las estructuras de poder (Álvarez de Andrés et al., 2019).
Jacob (2019) destaca que prácticas como la autoconstrucción y la coproducción del espacio se han venido dando en Latinoamérica durante al menos las últimas cinco décadas, debido a la incapacidad del Estado y el mercado para resolver las necesidades de la población. En esta línea, la Conferencia Hábitat III y la Nueva Agenda Urbana en la Declaración de Quito sobre Ciudades Sostenibles y Asentamientos Humanos para Todos (“Nueva Agenda Urbana”, 2017) sugiere a la coproducción como una praxis fundamental para generar ciudades más inclusivas y con mejores condiciones de vida. Un barrio que se autoconstruye a partir de los saberes y experiencias tradicionales de los propios pobladores, para lograr satisfacer sus necesidades de habitar, es lo que se denomina barrio popular autoconstruido (Zuluaga Giraldo y Grisales Vargas, 2018). Sin embargo, en la medida en que se incorporan al proceso diferentes actores y conocimientos, se convierte en una práctica de coproducción (Watson, 2014). La coproducción del espacio se trata de un proceso colaborativo, silencioso y prolongado en el tiempo que, se sugiere, podría ser una forma de innovar en las transformaciones urbanas (Alfaro d’Alençon et al., 2018). Además, conforma una herramienta poderosa en la medida que desafía y resiste frente a la idea de ciudad moderna de los planificadores y políticos (Zapata Campos et al., 2022).
Definir a los barrios populares coproducidos como territorios de pobreza no sólo da origen a políticas públicas para los gobiernos (Abufhele, 2019), sino que los coloca en una posición donde para mejorar sus condiciones, dependen de los favores otorgados a cambio de apoyo político, en lugar de ser una cuestión de derecho (Devas, 2001). En este sentido, Goetz (2016) señala que estas técnicas paternalistas y disciplinarias tienen como objetivo la manipulación del comportamiento, el control social y una reducción de las responsabilidades del Estado en relación a una población estigmatizada. Cuando estos espacios coproducidos son (o amenazan con volverse) componentes permanentes del paisaje urbano, los discursos para descalificarlos se intensifican. Bourdieu sostiene que:
El barrio estigmatizado degrada simbólicamente a los que lo rodean y quienes, a su vez, lo degradan simbólicamente ya que, desprovistos de todos los elementos necesarios para participar en los distintos juegos sociales, no comparten sino su común excomulgación (Bourdieu, 1993, p. 261).
Asignar etiquetas simbólicas que la sociedad vincula con el menosprecio afecta de manera negativa la situación social de los descalificados, sus oportunidades e impiden que éstos ejerzan de manera plena sus derechos políticos (Zuluaga Giraldo y Grisales Vargas, 2018). Así, independientemente de si los sujetos se identifican o no con tal identidad, residir en un barrio popular coproducido los habilita como objetivo de determinado tipo de política (Abufhele, 2019) que tiende a desempoderarlos y a excluirlos.
El Estado, a través de sus políticas, programas e intervenciones territorializadas, constituye un importante motor de diferenciación socioterritorial, habilitando o limitando las posibilidades efectivas de las familias para responder a sus exigencias de la vida cotidiana. El resultado de estas relaciones entre la producción de desigualdades y las políticas públicas es una secuencia de encuentros y desencuentros entre las intervenciones estatales, sus beneficiarios y los efectos de estas intervenciones sobre el territorio y la sociedad. Álvarez de Andrés et al. (2015), ponen de manifiesto la falta de neutralidad en las intervenciones llevadas a cabo por las administraciones locales, a menudo condicionadas por otros intereses, como pueden ser las posibles plusvalías generadas por estos barrios informales, lo que lleva a promover procesos de desalojo para la formalización de los mismos. En esta línea, Goetz (2016) destaca que un abandono prolongado por parte del Estado puede generar no sólo una justificación para la demolición y relocalización de los habitantes de los barrios coproducidos, sino que reduce, además, la probabilidad de oposición por parte de los mismos habitantes y de la opinión pública hacia un proyecto de renovación urbana.
Las estructuras espaciales son, en este sentido, la expresión palpable de las relaciones de poder y desigualdad que construyen y reproducen las estructuras y jerarquías del mundo social (Marcos y Mera, 2021). Un grupo que carece de poder político y financiero es el menos probable que prevalezca dentro del sistema de toma de decisiones (Marcuse et al., 2009) y gran parte de una ciudad puede ignorar las regulaciones de planificación y el Estado puede ignorar sus propias leyes cuando lo considere conveniente, pero solo ciertos reclamos se consideran ilegítimos (Roy, 2011).
En este marco, la propuesta de Fraser (2012) resulta de interés para analizar las tres esferas de la justicia. En primer lugar, si las jerarquías institucionalizadas de valores culturales son las que vetan la posibilidad de interactuar en términos de paridad, las personas padecen de una desigualdad de estatus o ausencia de reconocimiento. En segundo lugar, las personas pueden verse impedidas a participar, ya que las estructuras económicas les niegan los recursos necesarios para vincularse con los demás como pares; en este caso, sufren de una injusticia distributiva. Finalmente, frente a reglas de decisión que les niegan la igualdad de voz y voto en las deliberaciones públicas y en la adopción de decisiones democráticas, los afectados sufren de una injusticia política o representación fallida (Fraser, 2008). El campo de lo político en este sentido proporciona el escenario en el que se desarrollan las luchas por el reconocimiento y las distribuciones. Aquí se establecen los criterios de pertenencia social y, por lo tanto, se determina quién cuenta con el reconocimiento y legitimidad para ser considerado como miembro. En esta línea Marcuse et al. (2009) proponen que para revertir la tendencia actual que excluye la justicia social de los objetivos de la política urbana, es necesario cambiar estas estructuras, para que así las demandas de equidad ya no sean marginadas. Appadurai destaca la necesidad de:
una política de reconocimiento desde abajo en la cual la condición de pobreza pase de la abyección a la subjetivación ... convirtiendo los sitios de vergüenza en dramas de inclusión y permitiendo a los pobres abrirse paso hacia la esfera pública y a la ciudadanía visible. (Appadurai, 2001).
Desde este posicionamiento, en este trabajo se propone analizar en qué medida las políticas públicas implementadas en los barrios populares coproducidos sobre la cuenca hidrográfica Matanza Riachuelo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entre los años 2016 y 2019, han contribuido o no a promover la justicia socioespacial según la teoría crítica de Fraser (2008).
El artículo se estructura como sigue: primero, presentación del método; segundo, análisis del caso; y, finalmente, resultados, discusión y conclusiones.
Para alcanzar el objetivo de analizar los factores de la justicia socioespacial en las políticas públicas aplicadas sobre los barrios populares coproducidos en la Cuenca Matanza Riachuelo (en CABA), se definen a continuación tres categorías de análisis basadas en los factores de justicia identificados por Fraser (2008).
Reconocimiento: Capacidad de identificar intereses y necesidades que le son propias (Moreno Crossley, 2021) y que convierten al individuo en un sujeto de derechos con participación en los espacios de decisiones (representación) y en prácticas distributivas (redistribución). En la matriz de análisis se evalúa el reconocimiento a través de una variable dicotómica: ausencia o sustancial.
Redistribución: Prácticas y políticas que contribuyen al acceso sinérgico y equitativo a bienes materiales (vivienda) -V-; necesidades y características socioculturales (servicios sociales) -SD-; servicios domiciliarios -SS-; servicios urbanos -SU- y dominio -D-. La misma se evalúa según tres condiciones: ausencia, limitada y sustancial.
Representación: Capacidad de participación equitativa de todos los actores, y en particular de los afectados, en los espacios de toma de decisiones de los procesos que les afectan. Implica una capacidad de construir redes y espacios productivos y críticos, propiciando el aprendizaje entre agentes e instituciones y no una simple transferencia de necesidades (Lange Valdés, 2018). Se interpreta la representación a través de una variable dicotómica: ausencia o sustancial.
Dichas categorías se han sintetizado en la Figura 1 y se han aplicado de manera sistemática sobre el caso de estudio en dos etapas: punto de origen (previa propuesta política, anterior a 2016); propuesta política estatal; y consecuencias (2016-2019). Esto ha permitido extraer las conclusiones.
La investigación se ha llevado a cabo en tres fases: recogida de información sistemática, procesado de la información y extracción de conclusiones. Durante el desarrollo de la investigación se utilizaron métodos cualitativos y cuantitativos de análisis y técnicas de recolección de datos según las diferentes etapas y preguntas de investigación.
En lo que a recogida de información se refiere, se ha realizado una indagación sobre la situación de los 13 barrios populares coproducidos, con la revisión normativa en tres escalas:
En adición, se trabajó con fuentes secundarias muy diversas, desde informes de gestión de distintos organismos, entre ellos: RENABAP (2022), Consejo Económico y Social de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires [ CESBA] (2018), Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento [CIPPEC] (2023), BID (Acevedo et al., 2021), TECHO Argentina (2016), Defensoría del Pueblo (Bonfiglio y Márquez, s. f.), publicados entre el 2016-2023. Además, se analizaron trabajos académicos y 28 publicaciones en diarios o periódicos de tirada nacional (La Nación, Clarín y Página 12). Finalmente, se construyó un registro de la población que vive en los barrios populares coproducidos de la Cuenca Matanza Riachuelo a partir del Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP) y de los resultados del RAI (Relevamiento de Asentamientos Informales) realizado por TECHO Argentina y publicados en el año 2016. Resulta de interés destacar que la falta de información pública constituye una de las limitaciones más importantes. La ausencia de informes estatales indicando las etapas previstas y avances de obra, condiciona la evaluación de la política en tanto no hay parámetro para contrastar con lo percibido en el territorio.
En lo que concierne a la selección justificada del caso de estudio, este trabajo partió de un primer análisis de los barrios coproducidos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), donde reside el 7,2% de la población urbana de Argentina (Instituto Nacional de Estadística y Censos, 2010). De los 42 barrios populares coproducidos (TECHO Argentina, 2016), se identificaron aquellos que se encontraban afectados por un Plan en vigor en el periodo 2016-2019. Finalmente, para este artículo se seleccionaron, de los 13 que conforman la cuenca de Matanza-Riachuelo, los seis barrios, afectados por el Plan de Urbanización de Villas y Asentamientos Precarios en Riesgo Ambiental de la Cuenca Matanza Riachuelo, denominado Plan Ambiental (Figura 2).
Estos seis barrios (Villa 21-24, Lujan, Villa 26, Lamadrid, El Pueblito y Agustín Magaldi) contaban con un total de 15.785 familias distribuidas en barrios de hasta 500 familias (escala pequeña a mediana) y un barrio de más de 1.501 familias (escala macro). Estos barrios populares coproducidos son objeto de un proceso de relocalización que será analizado a lo largo del documento.
Seguidamente se presenta el análisis de los casos, para finalmente pasar a la extracción de conclusiones.
A continuación, se desarrolla un resumen del origen de los barrios populares coproducidos en Argentina como marco contextual del caso de estudio. Luego se describe la situación de partida (2016) de los seis barrios coproducidos y, finalmente, se presenta el plan ambiental y sus consecuencias (2016-2019).
Las villas (barrios populares coproducidos) en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) surgieron a partir de la década de 1930 como una modalidad popular de acceso al suelo urbano (Arqueros Mejica et al., 2011). Esta modalidad se reforzó con el retorno de la democracia en 1983, cuando los sectores populares retornaron a la ciudad. Bajo este marco, se pueden identificar tres lineamientos en cuanto a políticas dentro de CABA: políticas orientadas a la erradicación de las villas (desde el surgimiento hasta finales de la dictadura militar), políticas de radicación de las villas en su barrio de inserción, a partir de la Ordenanza 39753 y, finalmente, políticas de urbanización (o re-urbanización) a partir de la sanción de la Ordenanza 44873/91 (CESBA, 2018).
A pesar de que estas prácticas urbanas cuentan con más de 90 años sobre el territorio, no es hasta el año 2017 que se conforma, a partir del Decreto 358, el primer Registro Nacional de Barrios Populares. Desde un movimiento entre vecinas y vecinos de los barrios populares que contó con el acompañamiento de organizaciones sociales como CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular), CCC (Corriente Clasista y Combativa), Barrios de Pie, TECHO Argentina y Cáritas, se reúne toda la información sobre estos barrios populares y se la vuelca en una base de datos de acceso público (CIPPEC, 2023). Este registro reconoce una situación, hasta el momento invisibilizada, sobre la presencia de los barrios populares coproducidos; mapeando e identificando las familias que viven en ellos y sus condiciones de vida (Acevedo et al., 2021). En el mismo año se sanciona, además, la Ley n.º 27453 (2018) de regularización dominial que, en su última actualización del 2022, suspende los desalojos por 10 años dentro del territorio argentino.
Este marco normativo pone en evidencia una lucha por parte de los habitantes de los barrios coproducidos por un reconocimiento en el campo de lo político, proporcionando un escenario en el que se desarrollan las luchas por la representación y redistribución.
El caso abordado comprende seis barrios populares coproducidos: Villas 21-24, Lujan, Villa 26, Lamadrid, El Pueblito y Agustín Magaldi, ubicados sobre los márgenes de la cuenca hídrica Matanza Riachuelo (Figura 3). Esta cuenca, según el informe Blacksmith Institute (2007) es de las áreas urbanas con mayor contaminación de la Argentina y se estima que se encuentra entre las 30 áreas más contaminadas del mundo (Ryan et al., 2017). La cuenca posee una superficie aproximada de 2.400 km2, con un ancho medio de 35 km2 y una longitud de aproximadamente 75 km2. El área de influencia incluye a 14 municipios provinciales (las Comunas 4, 7, 8 y 9 de CABA) y cuenta con alrededor de 11 mil industrias y cinco millones de habitantes (Ryan et al., 2017). En particular, se observa que la ocupación se intensifica en la denominada cuenca baja, donde se concentran los residuos industriales y la proliferación de basurales ilegales. En el marco de este escenario, quienes más sufren las repercusiones de esta degradación ambiental son los menos favorecidos de la sociedad, que frente a la imposibilidad de acceder a una vivienda formal, autoconstruyen sus viviendas en los terrenos costeros (Basile y Ehlenz, 2020).
Los barrios populares coproducidos del caso de estudio cuentan con una fuerte estructura organizativa que surge a partir de la cooperación entre los vecinos. Esta cooperación entre vecinos y otros actores urbanos ha permitido que coproduzcan las soluciones de infraestructura en los servicios domiciliarios y urbanos. Dentro de los barrios, el 45% no tiene conexión eléctrica a red pública de manera formal, la obtiene a partir de conexiones ilegales. Además, un 80% no tiene conexión a excretas y el 100% de los barrios no tiene acceso al agua a través de la red pública. En cuanto a los servicios urbanos, si bien se encuentran cubiertos en más del 56% por el Estado, más de un 20% son suplidos por acciones de los vecinos. En el 60% los equipamientos se encuentran a 1 km de distancia y el 17% cuenta con equipamiento deportivo dentro del barrio. Sin embargo, los hospitales y la comisaría son servicios que se encuentran hasta tres kilómetros desde las villas. Finalmente, en cuanto a la calidad de la vivienda autoconstruida, el 78% presenta materiales resistentes en techos y pisos, sin embargo, no cuentan con terminaciones. Existe hacinamiento crítico (más de tres personas por cuarto) en un 60% de las villas y un 40% presenta hacinamiento no crítico (dos a tres personas por cuarto). Por último, el 89% de las familias no cuenta con ningún tipo de documento que dé seguridad en la tenencia.
En el año 2004 los vecinos de la cuenca que vivían en Villa Inflamable1 y trabajadores de un hospital cercano, presentan una demanda en contra del Estado Nacional, la provincia de Buenos Aires, la ciudad de Buenos Aires, los 14 municipios que integran la cuenca y 44 empresas, por daños y perjuicios sufridos a causa del nivel de contaminación en el área (Ryan et al., 2017). En el año 2006, la Corte Suprema establece que los implicados en la causa deben dar respuesta a los afectados y crea la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR) como ente interjurisdiccional para la regulación, control y fomento de actividades con incidencia ambiental en la cuenca. En el año 2008, se desarrolla el Plan de Urbanización de Villas y Asentamientos Precarios en Riesgo Ambiental de la Cuenca Matanza Riachuelo, con el objetivo de dar respuesta a las familias afectadas por el proceso de relocalización planteado en la orden judicial. Posteriormente, frente a la movilización de los vecinos afectados que reclamaban transparencia y acceso a la información en los procesos de relocalización, la corte crea un cuerpo colegiado compuesto por cinco organizaciones gubernamentales y la Defensoría del Pueblo de la Nación para canalizar la participación ciudadana en el cumplimiento de la sentencia. Durante el año 2010 se inician las relocalizaciones, sin embargo hasta mediados del 2015, de las 2.527 familias censadas sólo 537 familias habían sido relocalizadas (Acta 19, 2016). En este proceso, no es hasta el año 2016, que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires hace públicas las relocalizaciones de las familias afectadas y su destino dentro de CABA, principalmente en la comuna 8. Los conflictos derivados de la gestión y apropiación de los recursos naturales ingresaron en una arena judicial, mientras que la dimensión social de esta problemática quedó invisibilizada (Merlinsky, 2017). Es más, los habitantes de la cuenca no participan en el juicio (Fainstein, 2018).
Para el año 2016, la fundación TECHO Argentina (2016) en un informe sobre el relevamiento territorial, estimaba que sobre el borde de la CABA residían 15.785 familias. El denominado “Plan ambiental” abordaba una solución de relocalización sólo para la población censada y afectada por la Orden Judicial, en concreto, para el 96% de la población de los barrios Lujan, Villa 26, Lamadrid, El Pueblito y Agustín Magaldi, y para el 9% de la población de la Villa 21-24. Se aborda en detalle la provisión de 1.334 viviendas para la Villa 21-24 y 656 viviendas para los cinco barrios populares coproducidos restantes. La propuesta de relocalización supone una mejora en las condiciones de servicios domiciliarios, calidad de la vivienda y dominio de la misma, sin embargo, no se precisan detalles sobre los servicios urbanos y sociales con los que cuentan las áreas de relocalización. Al 2019, se estimaban 566 relocalizaciones de las 1.837 propuestas, sin avances en cuanto al registro del dominio en las relocalizaciones efectivas (“Camino de Sirga”, s. f.).
A continuación, en el apartado de resultados se expondrán los hallazgos de la aplicación del enfoque de (in) justicia socioespacial: reconocimiento, representación y redistribución para los seis barrios populares coproducidos del “Plan ambiental”.
Para brindar una primera aproximación al análisis de reconocimiento, redistribución y representación aplicado al caso de estudio, en la Tabla 1 se resumen los resultados obtenidos para las dos etapas: Punto de inicio 2016, Plan Ambiental y sus consecuencias (2016-2019).
Reconocimiento: El análisis arrojó que la cooperación y organización entre los vecinos ha desempeñado un papel fundamental en la historia de los barrios populares auto-construidos y en la lucha por un reconocimiento de la sociedad y del mercado. En este sentido, cuando logran que el Estado reconozca sus derechos, este lo hace a partir de políticas habitacionales que dejan fuera al 91% de la Villa 21-24 y a las familias que no fueron censadas en el año 2010. Esta situación sugiere que el Estado no reconoce a las familias como sujetos de derecho, sino que más bien las estigmatiza a partir de una valoración negativa de las cualidades de las viviendas y del contexto inmediato en el que lograron dar solución a su problema habitacional.
Redistribución: El plan sólo aborda en detalle la provisión de 1.837 viviendas, que corresponde al 96% de la población de los barrios: Lujan, Villa 26, Lamadrid, El Pueblito y Agustín Magaldi; y al 9% de la población de la Villa 21-24. Se destaca que sólo mediante la estrategia de relocalización las familias acceden a la posibilidad de una vivienda propia, aunque las condiciones sean poco claras, las ubicaciones inciertas, los tiempos desconocidos y no haya certeza sobre la propiedad del suelo. En este sentido, existe una distancia que no es puesta en valor, entre las decisiones políticas, la implementación de las mismas y una falta de participación y de consulta de quienes viven en los barrios. Estas condicionantes se vuelven fundamentales frente a escenarios críticos como lo son el de 9.155 familias que viven, según la última actualización del ReNaBaP, en los seis barrios populares coproducidos de la cuenca Matanza-Riachuelo.
Representación: La denominada mesa de participación no cumplió con un rol informativo, ni consultivo, ni mucho menos colaborativo con decisiones vinculantes. Las relocalizaciones se realizaron muchas veces de manera individual, o en pequeños grupos bajo términos poco equitativos a partir del desempoderamiento de una comunidad estigmatizada.
Esta investigación ha analizado las tres esferas de justicia identificadas por Fraser (2008), donde se ha demostrado lo siguiente:
Las familias sufrieron el desarraigo de perder su centro de salud cercano, donde estaba su historia clínica, y también las escuelas de sus hijos. Además, las viviendas no son adecuadas: en dos años demostraron deficiencias de humedad, electricidad, caños que no fueron bien termofusionados, problemas de seguridad importantes, entre otras cuestiones (Ayuso, 2017).
Uno de los principales reclamos que hacemos desde la Defensoría tiene que ver con esos barrios olvidados. Por otro lado, hay vecinos que no quieren ser relocalizados y hay que ver qué tipo de soluciones habitacionales alternativas se les brinda (Ayuso, 2017).
Por otro lado, en ninguno de los casos, las familias fueron consultadas sobre las tipologías de las viviendas, características constructivas, preferencia de ubicación o condiciones de financiación: “A la señora de enfrente la relocalizaron en el complejo Padre Mugica, en Lugano, porque su hijo tenía asma por la contaminación. Está muy decepcionada: es muy feo a donde se fueron, la casa se cae a pedazos” (Ayuso, 2017). Del mismo modo, tampoco participaron en los procesos de adjudicación de las obras, ni accedieron a información sobre los proyectos técnicos asociados. La propuesta de redistribución de gobierno se ha ejecutado independientemente de la presencia o ausencia de la mesa de participación de los vecinos. En este sentido, un escenario con ausencia de reconocimiento y representación ha anulado cualquier posibilidad de cambio en la respuesta redistributiva.
En el contexto de una creciente escasez de recursos y una proyección de que la población urbana mundial alcanzará el 66% para el año 2050 (Acevedo et al., 2021), el fenómeno conocido como urbanización de la pobreza se perfila, si aún no lo es, como uno de los desafíos más apremiantes del siglo XXI. En América Latina, 113 millones de personas viven en asentamientos auto producidos (“Nueva Agenda Urbana”, 2017). En Argentina, según la última actualización del Registro Nacional de Barrios Populares, cinco millones de personas habitan los 5.687 barrios populares coproducidos. Según Rodríguez et al. (2015), existen distintas lógicas para acceder, habitar y reproducir la ciudad del Sur Global. La primera obedece a la lógica del mercado, principalmente para la obtención de ganancias. Por otro lado, la lógica del Estado que se enfoca en una racionalización de los recursos públicos y, finalmente, la lógica de la necesidad de miles de excluidos que buscan la producción de un servicio urbano fuera del mercado legal.
Este artículo aborda cómo lo informal es una cuestión política que va más allá de una imagen estigmatizadora de precariedad (Álvarez de Andrés et al., 2019), es un compendio de prácticas y operaciones urbanas funcionales que contrarrestan y traspasan las fronteras impuestas y los modelos económicos jerárquicos (Cruz, 2012). En este marco, Fraser (2012) sostiene que no es posible solventar problemas de injusticia sin antes ser capaces de distinguir cuál de las tres esferas predomina. En primer lugar, si las jerarquías institucionalizadas de valores culturales son las que les vetan la posibilidad de interactuar en términos de paridad, las personas padecen de una desigualdad de estatus o ausencia de reconocimiento. En segundo lugar, las personas pueden verse impedidas de participar, ya que las estructuras económicas les niegan los recursos necesarios para vincularse con los demás como pares (en este caso, sufren de una injusticia distributiva). Finalmente, frente a reglas de decisión que les niegan la igualdad de voz y voto en las deliberaciones públicas y en la adopción de decisiones democráticas, los afectados sufren de una injusticia política o representación fallida (Fraser, 2008).
Bajo este marco, surge la necesidad de analizar en qué medida los procesos promovidos por los distintos actores sobre los barrios populares coproducidos están promoviendo procesos de justicia socio- espaciales. En este trabajo se examinó, desde ese enfoque, la situación de los barrios en el punto de inicio y el denominado plan ambiental con sus consecuencias en seis barrios populares coproducidos de CABA entre 2016-2019, bajo el enfoque de los factores de justicia propuestos por Fraser (2008). De la información recogida y analizada a partir del marco analítico elaborado se concluye que existe:
Aunque los resultados expuestos se derivan de casos de estudio específicos, vinculados a un contexto determinado, se pueden esperar resultados similares en casos con contextos semejantes. El artículo contribuye a mostrar que la justica socioespacial está excluida de los objetivos de la política urbana y la necesidad de que, frente a este panorama, las demandas de equidad ya no sean marginadas. En este sentido, si se busca afirmar un derecho diferente a la ciudad y si se va a construir una versión “diferente del proceso urbano”, entonces, es a través de las luchas urbanas específicas que se forjará cualquier nueva concepción (Marcuse et al., 2009).
Este artículo surge como resultado parcial de la investigación doctoral “Injusticia socio espacial urbana en el contexto del Sur Global” realizada en la Universidad Politécnica de Madrid