Diversa

Una de las primeras fotografías que encontramos al abrir el libro En los campos del norte, de David Bacon, nos sitúa muy temprano en un campo de papas operado por Cal Organic Farms, uno de los mayores productores de hortalizas orgánicas de California. Ese campo, situado en Lamont, al sur del Valle de San Joaquín, muestra a Beatriz Guzmán, una joven cubierta por varias capas de ropa, gorra, pañoleta y guantes, mientras espera a que le asignen surco. Ya tiene dispuesto el saco para recoger las hierbas que arrancará con sus manos, agachándose a ras de suelo e incorporándose una y otra vez, cientos de veces al día, durante... ¿seis, siete, ocho horas? En el instante de la fotografía son las 7:30 de la mañana y la temperatura alcanza los 26 grados centígrados. A media tarde subirá hasta los 42.
A la jornalera solitaria la circunda una planicie sin sombras, donde los surcos “son tan largos como un campo de futbol”. Unos refulgentes ductos de pevecé por donde corre agua de riego indican que lo que parece un yermo incandescente es en realidad un campo agrícola altamente tecnificado. El texto explica que el aire seco del lugar es de la peor calidad que se puede hallar en California, pero al menos no contiene residuos tóxicos. Aquí se cultivan saludables papas orgánicas, los agroquímicos están vedados y el deshierbe se hace a mano. Para ello han llegado miles de jornaleros, como Beatriz, desde el sur de la frontera. Ella llenará ese saco, que ahora cuelga ligero de su mano, hasta que pese alrededor de 18 kilos; lo llenará y lo vaciará una y otra vez durante toda la jornada a razón de nueve dólares la hora.
Hace cuatro décadas, Lamont y el Valle de San Joaquín eran bastiones de la United Farm Workers (UFW) –el sindicato fundado por César Chávez, Dolores Huerta y Larry Itliong–, de manera que el jornal agrícola de la región duplicaba el mínimo de California y en muchas ocasiones lo triplicaba, alcanzando entre 16 y 24 dólares la hora. Pero, desde mediados de la década de 1980, cuando la UFW perdió la mayoría de los contratos, las cosas volvieron a ser como antes, así que el jornal de Beatriz ronda entre 37 y 56% de lo que se pagaba en esos mismos campos a fines de la década de 1970. ¿Quién dice que no se puede volver al pasado?
Es un acierto que el libro de David Bacon comience con la imagen de Beatriz mientras aguarda a que le asignen surco: mirar su espera nos hace preguntarnos qué le aguarda, de dónde viene. La información citada desde luego “no está” en la imagen, por lo menos no literalmente: proviene del texto que la acompaña, pero la sabiduría visual de David Bacon hace sentir el denso iceberg de explotación y esperanza que le subyace. Innumerables acontecimientos llevaron a Beatriz hasta ese campo esa mañana de junio y David Bacon tuvo que estar ahí para registrar el momento. Ella llegó con la esperanza de un jornal que alcance; él con más de 30 años de acompañar las luchas de los trabajadores migrantes que llegan de México a la costa oeste de los Estados Unidos. Como los jornaleros que retrata, David Bacon fue obrero y organizador sindical durante más de 20 años y formó parte de UFW, de manera que tiene muy clara su posición como fotógrafo:
[...] para mí, la fotografía es un proyecto cooperativo. Cuando comencé a trabajar como fotógrafo y como escritor documentando las vidas de los migrantes y trabajadores agrícolas, estaba ya influenciado por la perspectiva de mi trabajo anterior como organizador sindical [...] portar una cámara se convirtió para mí en el medio para organizar y trabajar por la justicia.
David Bacon ha publicado entre otros libros Hijos del libre comercio, Communites Without Borders, Ilegal People: How Globalization Creates Migration and Criminalizes Inmigrants y El derecho a quedarse en casa. Durante más de una década ha colaborando con el Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB) y la California Rural Legal Assistance recogiendo testimonios y fotografías de migrantes mexicanos con el objetivo de denunciar su situación laboral, documentar la violación de sus derechos, y registrar su explotación sistemática y la precariedad de sus viviendas; pero también para que los propios migrantes, al analizar sus imágenes, reflexionen sobre sus experiencias compartidas, se organicen y fortalezcan sus luchas.
Para tomar fotografías como la que hemos descrito hay que ser un radical: no sólo era necesario estar ahí, al lado de Beatriz, sino estar de su lado. Contradiciendo la corriente de la fotografía que exige “distancia”, “objetividad” y hasta la invisibilidad del fotógrafo documental, la presencia de David Bacon en sus imágenes es evidente: no se oculta a quienes retrata. Su “fotografía cooperativa” requiere la confianza de sus retratados. Fotógrafo y retratados comparten la creación de la imagen y por ello la confianza de los migrantes mexicanos en el fotógrafo destaca en las imágenes, a diferencia de mucha fotografía supuestamente “comprometida socialmente” que literalmente “fusila” a los retratados sin misericordia.
David conoce a Beatriz Guzmán, conoce su historia, como conoce las de la mayoría de las personas que aparecen en su libro, donde a cada imagen corresponde un pie que da cuenta de nombres, lugares de origen, historias. No retrata, como otros periodistas, abstracciones sociales, sino personas concretas con nombre e historia.
David Bacon es seguidor confeso de las teorías del soviético Alexander Rodchenko, que en la década de 1920 proponía fotografiar a la gente y los asuntos cotidianos desde nuevos ángulos para sacudir la conciencia de los espectadores y liberarlos de la mirada convencional. No sólo recurre a los ángulos extremos, las composiciones en diagonal y los primeros planos, como proponía Rodchenko, sino que mira el mundo de los trabajadores migrantes mexicanos de una manera comprometida y afectuosa, distanciada de aquella que, en el mejor de los casos, sólo los ve como las víctimas del sistema capitalista.
En los campos del norte hay muchas fotos tomadas en los surcos. Frecuentemente David Bacon escoge un punto de vista contrapicado, colocándose muy cerca y a los pies de sus retratados. Llama la atención la forma en que esas jornaleras y jornaleros tratan a las plantas, con delicadeza y cuidado, exactamente al revés de como son tratados por las empresas que los contratan. Sus testimonios reiteran “somos seres humanos”. Lucrecia Camacho es contundente: “este trabajo no se lo deseo ni a mi peor enemigo”. En el libro hay una documentación sistemática de campamentos bautizados con ternura, como La Gallinita o La Chicania, donde coexisten chozas construidas con tablas de deshecho, plásticos o “lo que sea” y remolques y coches fugados de deshuesaderos convertidos en hogares. En una de estas imágenes un joven pulsa la guitarra traída desde la mixteca a un costado del tendido de tablas donde duerme, en otra una joven oaxaqueña barre el polvo a las “puertas” de su tienda de lona.
En el libro de Bacon, los jornaleros aparecen celebrando misas, tejiendo, cosiendo, cocinando, jugando basquetbol, viendo televisión, en bailes tradicionales, cantando, rapeando, practicando el piano eléctrico, actuando en videos de educación sexual o en obras de teatro que tratan temas de religión y drogas; derramando lágrimas, como Brenda Ramírez, que llora a su tío Gregg, asesinado a los 26 años. Fotos en las que familias completas se ponen sus mejores ropas y las prendas tradicionales de sus pueblos originarios para que David Bacon los retrate como a ellos les gusta verse. Hay muchos retratos individuales y de grupo, como el de la novedosa comunidad tejida por Humberto, originario de Zihuatanejo, Pedro, que proviene de Hermosillo, y Ramiro que ha llegado desde la selva Lacandona, quienes comparten un pequeño campamento, al que llaman su “techo”.
La única foto en la que aparecen flores es la de la cruz colocada a un lado de la carretera en las afueras de Lamont, donde perdieron la vida las trabajadoras agrícolas Flor M. Yoc, de 12 años, y Apolinaria Ruiz, de 42. Hay también muchas fotos de abrazos: de niños con sus padres, sus madres y sus hermanos; el de Mateo y Josefina Velasco... el de Ángela Ruiz y Claudia Díaz, quienes participan en Proyecto Poderoso, una iniciativa para eliminar la discriminación que sufren los trabajadores rurales homosexuales en California.
Finalmente aparecen las imágenes de los migrantes agrícolas en reuniones sindicales, discutiendo condiciones laborales; en marchas, como la de los 200 que caminan por el Valle de las Salinas exigiendo la legalización de los indocumentados; en huelga, como la que declararon los jornaleros contra Sakuma Farms, la productora de moras del estado de Washington, en protesta por el despido de un compañero.
La foto con la que cierra el libro muestra a seis niños que “realizan su propia protesta” sobre la cerca de un campamento. Los seis sonríen a la cámara: uno de ellos levanta el puño en señal de lucha y una pequeña alza una pancarta hecha con tablas en la que ha escrito “Justicia para todos”.
En los campos del norte reitera la lección: si todavía es posible un mundo mejor éste provendrá de los que aparentemente no tienen nada más que su fuerza de trabajo... y sus ilusiones, como esos nómadas que arrancan fresas al desierto.
Publicamos las fotos de David Bacon acompañadas de sus pies, tal y como aparecen en su libro, porque imágenes y textos forman piezas inseparables.
* David Bacon, En los campos del norte, México, Colegio de la Frontera Norte/Universidad de California, 2017.



