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Naturaleza, espacio social y paisaje
Política y Cultura, núm. 53, pp. 219-223, 2020
Universidad Autónoma Metropolitana

Diversa. Reseña de libros

El libro Paisajes multiversos. Reflexiones en torno a la construcción del espacio social, retoma la discusión del paisaje en las ciencias sociales desde diferentes propuestas teóricas, organizadas en cinco apartados y 16 textos. Debido a la diversidad de temas y lo limitado de este espacio, comentaré algunos de ellos a partir del problema de investigación y del enfoque teórico-metodológico que proponen.

Al recurrir al concepto de multiverso, el libro se distancia de la idea newtoniana del espacio, en la que éste se encontraba dado de manera inmutable, como el gran marco de acción de los seres humanos. Pero también hay un distanciamiento de la ideología positivista que dio prioridad al tiempo lineal. Dentro de esta visión, las sociedades humanas habían progresado, desde el salvajismo del hombre primitivo hasta la civilización europea. Aunque parezca redundante, nunca está de más recalcar la visión eurocéntrica y reduccionista de esta concepción.

El plural del título, Paisajes multiversos, hace referencia a los paisajes rurales o urbanos, constantemente construidos o modificados por los seres humanos en su praxis social, es decir, en una relación dinámica con el tiempo, pero sin priorizar el concepto de tiempo sobre el de paisaje, porque el concepto moderno de tiempo responde a las necesidades de la producción capitalista.

En la construcción de los Paisajes multiversos entran en juego las dinámicas histórico-culturales, las relaciones económicas, de poder, pero también de resistencia; las construcciones simbólicas e ideológicas de los grupos en el poder a partir del concepto de lo nacional, pero también las de identidad y resistencia de quienes habitan o dan significado al territorio o al barrio.

Un ejemplo actual de estas dinámicas histórico-culturales han sido las marchas feministas y de grupos organizados de mujeres en protesta por los feminicidios y la violencia de género, que el 25 de noviembre de 2019 tomaron las calles e hicieron pintas en monumentos históricos como el Ángel de la Independencia. Por medio de esta praxis social, un grupo con demandas específicas incorporó un monumento histórico símbolo de lo nacional a sus propios símbolos de resistencia.

Edith Kuri Pineda, en “Espacio, identidad colectiva y memoria” (pp. 51-68), explica que “la dinámica constitutiva de toda identidad va acompañada de una construcción simbólica que se corporeiza en un sentido de pertenencia a un grupo social o a un lugar determinado” (p. 57). Esta explicación llevó a preguntarme, ¿cómo se genera sentido de pertenencia en un lugar como Ecatepec, paisaje habitado y deshabitado al mismo tiempo, espacio dormitorio para los trabajadores y las trabajadoras que pasan muchas horas fuera del barrio dejando a niños, niñas y jóvenes solos y desprotegidos durante largos periodos?, ¿en qué medida el abandono, voluntario o involuntario del espacio público, pone en riesgo a la colectividad?

En el texto “Paisaje social y naturaleza creativa. El lugar donde sale la vida misma” (pp. 127-156), Gabriela Contreras Pérez propone que el paisaje, “como espacio vivido es desde el sitio mismo un espacio social constantemente modificado y, sobre todo, interpretado” (p. 130). Alejarse de la visión romántica del paisaje como mero objeto de contemplación, permite a la autora dar cuenta de la complejidad de las relaciones económicas, políticas, sociales y culturales de las poblaciones del municipio de San Juan Parangaricutiro antes y después del surgimiento del volcán Paricutín en 1943.

Como ejemplo de lo anterior, Gabriela Contreras señala que en la lucha por la tierra entre pueblos agraristas y cristeros a fines de la década de 1920, además de los conflictos económicos y políticos, también cobraron relevancia las diferencias culturales entre algunas tenencias donde la autoridad de la Iglesia católica no había sido históricamente predominante y aquellas otras que insistían en obtener recursos para financiar las fiestas patronales.

Paisajes multiversos propone reflexiones teóricas y metodológicas, pero también estudios de caso concretos, como “La configuración del espacio en Tlatelolco” (pp. 181-201), de Alejandra Toscana Aparicio y Alma Villaseñor Franco, quienes retoman la categoría de paisaje desde la geografía cultural, para explicar cómo en la construcción del Centro Urbano Presidente Adolfo López Mateos Nonoalco-Tlatelolco, se concretó la noción estatal del México moderno a partir del proyecto arquitectónico de Mario Pani. Señalan las autoras que al incluir la Plaza de las Tres Culturas en el diseño del multifamiliar, este importante arquitecto del México moderno convirtió a Tlatelolco en “un guardián de la memoria” y “de la historia nacional y local” porque integró “las raíces indígenas, el legado español y el mestizaje” (p. 197).

Sin embargo, en la medida en que sus habitantes se fueron apro-piando del espacio y lo han vivido y significado, también se ha convertido en memoria del ’68 y del sismo del ’85; en paisaje del cambio social y político que vio el surgimiento de la sociedad civil organizada.

Otro estudio de caso lo constituye el texto de Beatriz Canabal Cristiani y Nemer E. Narchi titulado “Zona lacustre del sur de la Ciudad de México: la conservación de un paisaje único” (pp. 205-225). Para estos autores, la conservación de la producción agrícola chinampera en Xochimilco no sólo resulta fundamental para la sobrevivencia económica y cultural de los pueblos originarios de la zona, sino también para la propia viabilidad de la Ciudad de México en su conjunto, para que todos sus habitantes “tengan espacios verdes de recreación, puedan obtener productos cercanos y de temporada, alimenticios, medicinales y de ornato y, sobre todo, para que se alimenten los mantos freáticos” (p. 216).

Sin embargo, y pese a la declaración de Xochimilco como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1987 por la Unesco, las áreas rurales de la Ciudad de México han sufrido los embates de políticas urbanas neoliberales que las “han percibido como áreas vacías y anacrónicas que no había que conservar sino para la expansión del capital inmobiliario y el equipamiento urbano” (p. 213).

Paisajes multiversos también abre la puerta a “La función utópica en la construcción del espacio social” (pp. 85-104), título del texto en que Araceli Mondragón retoma a Ernst Bloch para recuperar la utopía, no como algo lejano e inalcanzable, sino como parte de la praxis social. Al retomar los conceptos de arquitectura, “en su dimensión espacial”, y de arquitectónica, “en su dimensión política” (p. 93), la autora explica que existe “un vínculo fundamental entre la arquitectónica, es decir, la construcción del universo simbólico, el sentido y las figuras fundamentales de las relaciones sociales y políticas en una época determinada, y las formas de construcción del espacio social, en general, y la arquitectura en particular” (p. 103).

Es precisamente en el estrecho vínculo que la ética y la estética mantienen con la arquitectura, donde se introduce lo sublime como posibilidad de instauración del orden político y del Estado moderno, como vimos con el ejemplo de Tlatelolco, pero lo sublime también permite que la “función política” se traduzca en “impulsos y deseos utópicos” que influyen “en la construcción del espacio social (pp. 101-102)”, como sucede en Xochimilco, pero también en los movimientos contemporáneos de resistencia que han llevado a los jóvenes a ocupar los espacios públicos en todo el mundo.

En “La imagen del otro. Poder y sentido en torno a la mirada” (pp. 69-83), René David Benítez Rivera explica la diferencia entre la vista y la mirada. Mientras que en el proceso evolutivo los seres terrestres perdimos capacidad de visión respecto a los peces, la mirada es una cualidad humana que no tiene que ver con la naturaleza. La observación constituye el punto de partida del método científico consolidado en el siglo XIX, capacidad que se ha incrementado con el desarrollo de la técnica, desde el telescopio y el microscopio, hasta la fotografía y el cine.

El desarrollo tecnológico, acompañado de la colonización africana durante el siglo XIX, convirtió a la mirada en un lugar (espacio) de poder para los europeos, como lo atestiguan las historias de Saartjie Baartman (La Venus Hotentote o Venus Negra) “y el caso de Julia Pastrana, la mexicana que también en el siglo XIX fue exhibida en Estados Unidos, Europa, y que finalmente terminó siendo momificada junto con su hija en el Instituto Anatómico de la Universidad de Moscú” (p. 77).

Otro espacio social de gran relevancia en México es la “Frontera norte: origen y permanencia de estereotipos, clichés y prejuicios ahí creados. Una mirada desde la historia y desde el imaginario cinematográfico” (pp. 319-337). En un diálogo con la New Western History, Isis Saavedra Luna explica la conformación de dicha frontera como un proceso en el que se conjugó la historia de la colonización española, el surgimiento del México independiente, la expansión estadounidense hacia el oeste y la situación particular de Texas, como ejemplo de los múltiples conflictos diplomáticos y militares que enfrentaron a México y Estados Unidos durante el siglo XIX.

En este contexto, la autora enfatiza el mito de la batalla de El Álamo, tema recurrente dentro del género cinematográfico del wéstern, el cual contribuyó a crear una imagen negativa de indios y mexicanos en la conciencia colectiva de los estadounidenses, “como pueblos rudos e incivilizados” (p. 332). El análisis de Isis Saavedra toma como punto de partida la historia de la frontera y el paisaje de las películas del oeste, pero se sitúa en un lugar menos tangible, es decir, en el espacio imaginario donde cobran forma los “estereotipos, clichés y prejuicios”.

Otra frontera menos presente en nuestro imaginario social es la que aborda Hugo Pichardo Hernández en “Paisaje y poder en las islas mexicanas: invasión y defensa del espacio insular” (pp. 157-179). Esta investigación hace referencia a los conflictos surgidos durante el porfiriato con empresarios estadounidenses, franceses y sus respectivos gobiernos para adjudicarse la posesión de tres islas mexicanas: Cayo Arenas, Isla de la Pasión y el Archipiélago del Norte, frente a las costas de California.

Mediante un sólido trabajo de archivo, Hugo Pichardo demuestra que en los tres casos el presidente Díaz se apoyó en la investigación de geógrafos e historiadores para construir los argumentos legales en defensa de dichos territorios. Aunque el resultado de los litigios se extendió hasta bien entrado el siglo XX y dependió de las circunstancias geográficas e históricas de cada isla, sin duda influyó en la delimitación del territorio marítimo actual del país.

Por último, Paisajes multiversos. Reflexiones en torno a la construcción del espacio social, como señala Cristina Pizzonia,

[...] retoma la idea de que la propia, densa y complicada red analítica sobre el espacio puede ser considerada “multivérsica”; en la medida en que incluye múltiples universos analíticos y dimensionales, aceptando desde esta visión la existencia de diferencias conceptuales que responden a distintas miradas y teorías construidas sobre el espacio, las cuales abonan creativamente a la investigación científica sobre el mismo (p. 45).

En un interesante ejercicio de síntesis, Cristina Pizzonia da cuenta de esta “densa y complicada red analítica” en el texto titulado “Filosofía, ciencia y espacio” (pp. 19-47), que abre las páginas de este libro, cuya atractiva lectura invita a la reflexión y al debate.



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