Artículos de Investigación
Recepción: 17 Septiembre 2024
Aprobación: 29 Noviembre 2024
Resumen: Se analizan dos cuentos del libro El vengador (1973) de Gerardo de la Torre desde una perspectiva que permite hacer patente la representación de la violencia en dos vertientes: clase social y género desde las coordenadas teóricas de investigadores sociales latinoamericanos: Aníbal Quijano y Rita Laura Segato. Ambos cuentos, “Únete pueblo agachón” y “El vengador”, tienen como punto de partida el movimiento social de 1968; por tanto, no están escritos a partir de puntos de vista de estudiantes universitarios, sino de obreros del ámbito petrolero, lo cual permite una mirada crítica poco usual y distintiva del autor oaxaqueño. La lectura de los cuentos, a poco más de 50 años de su publicación, propone renovar el interés en la realidad de violencia retratada en la ficción y en la representación misma como objeto de estudio. Puede concluirse que la narrativa realista de Gerardo de la Torre echa luz sobre un mundo social desafiante en sí mismo y convierte el mundo de ficción en un referente para pensar la realidad con renovado interés.
Palabras clave: Narrativa, realismo, violencia sexual, ideología, clase social.
Abstract: Two short stories from Gerardo de la Torre’s book El vengador (The Avenger, 1973) are analyzed through the lens of violence representation in two dimensions: social class and gender. This analysis draws upon the theoretical frameworks developed by Latin American researchers Aníbal Quijano and Rita Laura Segato. Both stories, “Únete pueblo agachón” and “El vengador”, take the 1968 social movement in Mexico as their point of departure, offer a unique and critical perspective by focusing on the experiences of oil industry workers rather than college students. Reading these stories fifty years after their publication seeks to reignite interest in both the violent realities they depict and the act of representation itself as a significant object of study. The analysis concludes that Gerardo de la Torre’s narrative realism illuminates a society inherently in defiance, and that the world of fiction provides a valuable reference to re-examine our understanding of reality.
Keywords: Narrative, realism, sexual violence, ideology, social class.
Introducción
Escritor y obrero, Gerardo de la Torre (1938-2022) es autor de un corpus que abunda en experiencias llevadas a la ficción autobiográfica, así como en relatos inspirados en la prensa y en episodios de la historia nacional. De la Torre se distingue de los autores de su generación —catalogada dentro del movimiento de la Onda (Glanz, 2006)— porque, si bien incorpora elementos coloquiales del habla, situaciones cotidianas de la juventud y plantea estrategias narrativas de experimentación formal, evidencia las diferencias de clases sociales y sus personajes principales ya no son jóvenes de una clase media desencantada, sino obreros, taxistas, ladrones, vagos. Si bien más adelante su narrativa involucró otro tipo de personajes y tramas menos políticas, en este artículo nos centraremos en su segundo libro de cuentos El vengador; por ello, la importancia de distinguirlo de otros autores de la generación de la Onda.
A finales de los años sesenta, Gerardo de la Torre fue becario del Centro Mexicano de Escritores; se involucró en el movimiento estudiantil de 1968 y escribió la novela En la piel del viento, que finalmente se tituló Ensayo general (Joaquín Mortiz, 1970), la cual denuncia la corrupción de los líderes sindicales del ámbito petrolero. Con esa obra inaugura una línea temática: la participación de los obreros en los movimientos sociales.
En su siguiente novela, Línea dura (1971), el propio autor enuncia en una nota para la reedición de 2009 que “la guerrilla era una tentación romántica (luego del triunfo de los revolucionarios en Cuba y la muerte del Che en América del Sur), [y que pretendía] hacer una crítica juguetona de quienes creían en la viabilidad (y quizás en la indefectibilidad) del foco guerrillero” (De la Torre, 2009: 1990). En Línea dura, el protagonista termina declarando una chinampa de Xochimilco el “segundo territorio libre de América” (De la Torre, 2009:185). Curiosamente esta y no otra novela, quizás por su incursión en la parodia del lumpenproletariado, llamó la atención de José Revueltas, quien anota en sus llamadas evocaciones requeridas:
[...] se trata de un libro esencialmente “vacilador” en el estricto sentido, con todos su usos y derivaciones que tiene esa palabra en México. Luego pues, debemos comenzar por el sentido mismo de tal palabra y la muy vasta extensión de sus significaciones. “Vacilar…” ¿Qué es lo que constituye en México —fuera de todo diccionario— el “vacilón”, el “vacile”, la “vacilada”, lo “vacilador” y de dónde pudo extraer sus contenidos algo que en su origen no indica sino la duda, la perplejidad, la incertidumbre, el simple vacilar, la oscilación entre dos o más opciones y el equilibrio inestable que no se decide a caer en alguno de los puntos que lo rodean? (Revueltas, 1987: 203-4).
Pero si al autor de Los días terrenales y Los errores, como sostiene el crítico Evodio Escalante, le interesaban, sobre todo, “las capas donde acaso la opresión capitalista muestra efectos más profundos y devastadores” (Escalante, 2014: 62), los ámbitos de la prisión, el café de chinos, el local de un viejo prestamista, las bodegas de un barco, así como personajes de cuerpos deformes y tullidos, De la Torre se decanta por el retrato del mundo social que le era más familiar: los talleres de la refinería, las cantinas frecuentadas por un proletariado mal que bien conforme con sus condiciones de vida en términos materiales. Por otra parte, aun cuando su situación de vida fuera relativamente cómoda, a menudo, se trata de personajes que desean y trabajan en una transformación social. Curiosamente, al tiempo que en su ficción se decidió por el realismo social, de forma personal el autor abandonó la vida obrera. En 1971, renunció a su trabajo en el taller de máquinas de la refinería de Azcapotzalco y comenzó a dedicarse a la escritura de forma profesional.
Durante esos años de intensa actividad política De la Torre concibió el proyecto de narrativa con el cual obtuvo una beca en el Centro Mexicano de Escritores y cuyos cuentos conformarían El vengador; publicado, finalmente, en 1973. Varios años más tarde, en 1980, publicó la novela Muertes de Aurora, en la que retomó vivencias personales, como la muerte de su esposa Yolanda Ramírez, algunas facetas del duelo y la participación en el movimiento estudiantil, pues llevadas a un plano de personajes ficcionales, se ofrecen ante el lector en una doble intención: la de la épica de los obreros que se unen a un movimiento social amplio para reclamar libertades, democracia y justicia; y la tragedia encarnada en la muerte del personaje de Aurora como consecuencia de las complicaciones de salud en su primer y único parto, al igual que la muerte de manifestantes en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
Más adelante, en 1992, De la Torre publicó una novela más en la que el movimiento del 68 vuelve a ser motivo de escrutinio, aunque ya no como tema central, sino como la referencia de la juventud pasada que se examina desde la edad madura, tal como lo sugiere el título mismo: Los muchachos locos de aquel verano. Con esa obra se cierra el ciclo que el investigador Adrián Flores Barrera ha denominado la tetralogía del petróleo (2002).
Para efectos de este artículo, interesa específicamente trabajar a partir de dos cuentos de El vengador en los que De la Torre se dedicó de manera explícita a crear versiones ficcionales a partir de los hechos relacionados con el movimiento estudiantil del 68; acontecimiento clave en la historia reciente de México. Tanto en los cuentos seleccionados de El vengador como en la novela Muertes de Aurora, referido para contextualizar por su importancia en el corpus narrativo del autor, De la Torre ofrece un universo de ficción en el que los personajes centrales participan del movimiento social de 1968 y en ellos puede apreciarse una perspectiva ideológica única en la que destacan: por un lado, una noción de clase social muy trabajada que va de la mano de una afinidad con el socialismo y, por otro, una expectativa de transformación social a partir del movimiento liderado por los estudiantes. También sobresale, enfáticamente a la luz de una mirada crítica actual, un retrato muy acusado del machismo que atraviesa de forma transversal a la sociedad mexicana, especialmente durante esos años sesenta. En conjunto, el corpus seleccionado para este artículo ofrece una visión única del México de su tiempo desde la narrativa de ficción.
Clases sociales y género en dos cuentos de El vengador
El libro de cuentos El vengador es un volumen de narrativa que, al igual que muchos otros incluidos en la serie El voladorde la editorial Joaquín Mortiz, destaca entre las publicaciones de los años setenta al tratarse de un conjunto de propuestas que experimentan con juegos de voces, así como con estructuras temporales y otros aspectos formales. El comentario de la cuarta de forros presenta la obra como:
Un libro de relatos que pone en evidencia las contradicciones crecientes de nuestra sociedad enajenada. Las desigualdades económicas; la frustración política; la corrupción de gobernantes y líderes; la sensación creciente de la injusticia que nos rodea; el aparente conformismo, en espera sólo de un detonador para transformarse en rebeldía; el humor, como una de las limitadas vías de escape en la represión; todos estos elementos son, en la narrativa del autor, una vía para expresar su ira y su deseo de un mundo mejor. Pocas obras calan, como ésta, en lo profundo del proletariado y el lumpen mexicano actuales (De la Torre, 1973).
Puede agregarse que en El vengador se observa, como característica común, la búsqueda de estrategias narrativas novedosas y una intención clara por plasmar testimonios de un mundo social que solía ser desdeñado como tema en la literatura de esos años. La herencia de autores estadounidenses y europeos, principalmente, así como el tratamiento minucioso de la prosa que se practicaba en los talleres de Juan José Arreola enriquece un imaginario que recrea ámbitos de la vida de una capital cambiante en un contexto de crecimiento poblacional del entonces Distrito Federal.
En los relatos que conforman el volumen hay una intención evidente de violentar el orden cronológico de las historias, ya sea mediante la irrupción de escenas que provienen de la memoria o la fantasía, o deliberadamente en un afán de seguir el tren de pensamiento de un narrador proclive a la libre asociación de ideas. También, se puede percibir la intención de recrear estrategias cinematográficas en la manera de relatar los hechos a fin de lograr un ritmo que enfatice el suspenso. Las voces narrativas de los cuentos, a menudo, exponen las posibilidades lingüísticas propias del ámbito social de los personajes (juegos de palabras, caló local, vocablos propios de la época).
Por otra parte, el estilo y la manera de contar cada cuento cambian a partir de la naturaleza del tema. En “El sapo”, por ejemplo, se suprimen muchos signos de puntuación, así como los guiones de diálogo y toda la narración está conformada por un largo párrafo que comienza en la página 124 y termina en la 132. Se logra así un ritmo ágil, aunque complejo, de seguir en la lectura. En “Última toma, Mr. Tomkin”, se recrea la atmósfera de un set cinematográfico en el que los distintos involucrados están en proceso de filmar una escena. La narración transcurre de forma interrumpida imitando, un poco, el estilo de escritura de un guion, así como evocando imágenes sueltas como si al tiempo que leemos estuviéramos delante de una pantalla viendo lo que ocurre y, por tanto, las descripciones son mínimas.
Las vidas cotidianas de los personajes de estos cuentos suceden esencialmente entre talleres, fondas, pulquerías, multifamiliares, calles desoladas, zonas oscuras de la ciudad, en medio de las cuales acontecen diversas prácticas de opresión política y cultural de la sociedad. Con dicho trasfondo social, se explica la dichosa ira que señala el texto de la contraportada.
Cuando en una entrevista en 2008 se le preguntó si en algún momento era su intención denunciar una situación social, aclara:
No, lo que pasa es que nadie hablaba de estas cosas, la clase obrera era algo que no se podía tocar en la literatura, no tenía sentido. No había que hablar de eso, ¿cómo hablar de obreros, del trabajo? En la literatura mexicana, quiero decir; porque en otras literaturas es distinto. Yo no intenté denunciar nada, simplemente ponía a los personajes a rodar por el mundo y así eran. El corrupto de la novela Ensayo general contra el no corrupto, pues eran dos características que diferenciaban a los personajes. Pero así lo decían: la denuncia de la corrupción sindical. Pues no, no andaba yo tratando de denunciar, sino de mostrar ese mundo (De la Torre, 2008).
Al parecer, a De la Torre le molestaba esa carga jurídica que tiene el término denuncia. Sin embargo, sí puede desprenderse una intención de enunciar un microcosmos social, lo cual implica un posicionamiento político, como lo deja ver más adelante en la misma entrevista el propio autor refiriéndose al conjunto del libro:
También hay cuentos de ladrones, por los que se muestra cierta simpatía a veces. Por los desheredados, por los fregados, por los perdedores de la Tierra, finalmente. Todos los amores son frustrados, todas las aventuras acaban mal (De la Torre, 2008)
De la Torre anota en dicha entrevista que hay cuentos incluidos en el libro, tales como: “Cómo explicárselo a mamá” y “A los ojos de Dios”, que están exentos de referencias evidentes a las diferencias de clase; si bien los personajes son también seres sufrientes, padecen alguna pérdida, viven con remordimiento o culpa o les duele algo en la profundidad de su ser. Entonces, concluye: “yo no veo nada de denuncia en todo esto” (De la Torre, 2008). Podríamos agregar que, de todas formas, las condiciones de desigualdad son patentes en esos relatos, pues, aunque no se explicita una queja deliberada, una intención evidente de señalar la iniquidad, se ofrece un desvelamiento de la opresión de los desfavorecidos del orden social. Finalmente, los relatos de El vengador son útiles para hacer una lectura de situaciones de violencia allí representadas, con independencia de las pretensiones del autor.
Son dos los cuentos que interesa destacar en este artículo para evidenciar, por un lado, las diferencias de clase; y, por otro, la desigualdad de género. “Únete pueblo agachón”, dedicado a Elena Poniatowska, es esencialmente el recuento de la participación de un minúsculo grupo de obreros petroleros en el movimiento de 1968. Deseosos de ser parte de la aglomeración conformada en buena medida por estudiantes, los trabajadores evocan su presencia en una de las marchas.
Dos, tres, diez, quince petroleros y una manta improvisada a última hora, en la que se leía:
PETROLEROS SECCIÓN 35
Tímidos, intimidados, con su manta todavía sin desplegar, los petroleros entraron a la plaza del Carillón. Jóvenes y más jóvenes. Estudiantes y más estudiantes. Retratos del Che, de Ho Chi Min, de Vallejo. Banderas rojas y negras. Cartulinas pintadas con los letreros más extraños y fuera de lugar: ‘Todos somos judíos alemanes’, ‘La imaginación al poder’, ‘Prohibido prohibir’… ¡Claro, algunos lemas de la Revolución de Mayo! Y un ambiente parecido, sobre todo entre los universitarios.
Los petroleros iban de un lado para otro, sin encontrar su lugar. Veían a los muchachos politécnicos serios, medio apantallados por los alegres y politizados universitarios, que echaban porras al Che, que gritaban: “Copulación revolución, copulación revolución, copulación revolución”.
̶ ¿Crees que alguna de esas chavas quiera copular con nosotros? ̶ preguntó Rendón.
̶ Con nosotros quieren hacer la revolución, pero copulan solamente con sus novios universitarios.
̶ No digan pendejadas, dejen sus prejuicios anti-estudiantiles.
De algún modo, los petroleros se sentían más cercanos a los politécnicos. Tal vez porque estos (de la ESIME, de Físico-Matemáticas, de Economía) eran los que hacían los mítines en la refinería (De la Torre, 1973: 95-96).
No puede pasar inadvertida esa diferencia entre “universitarios” y “politécnicos”; la cual evidenciaba que, incluso entre quienes accedían a la educación superior, pertenecían a distintas categorías. Más adelante, en el mismo relato, se despeja cualquier duda del clasismo. [L]“os muchachos del Poli eran más nuestros, eran como menos de Polanco, de la Narvarte, de San Ángel y más de la Popular, de la Industrial, de Peralvillo” (De la Torre, 1973: 101).
El otro asunto que interesa anotar es el entrecruzamiento del prejuicio de clase con la referencia del género. Cuando uno de los personajes obreros pregunta si alguna de las estudiantes estaría dispuesta a interactuar sexualmente con uno de ellos y el otro le contesta contundente: “con nosotros solo quieren hacer la revolución, pero copulan solamente con sus novios universitarios” (De la Torre, 1973: 96), se deja ver ese claro punto de encuentro de dos de los elementos que Aníbal Quijano nombraría una “malla de relaciones de explotación/dominación/conflicto”, los cuales se articulan en torno de la disputa por elementos como: “el sexo, sus productos y la reproducción de la especie” y “la subjetividad” (Quijano, 2000).
Por lo tanto, los personajes obreros del cuento hacen patente la manera de relacionarse en términos sociales de dos estratos diferenciados: estudiantes y trabajadores de la industria petrolera. En la dinámica social, no habría lógica en suponer que un miembro de un grupo y del otro pudieran tener un intercambio sexual, pues para la potencial estudiante interesada en hacerlo no hay una ganancia en ascensión, prestigio ni demás categorías subjetivas. No obstante que en una situación como el movimiento social de 1968 sucediera que, al igual que unos meses antes en Francia, las luchas de estudiantes y proletarios hallaran coincidencias a partir de una coyuntura específica.
De ese modo, y siguiendo un tono irónico en el cuento, la consigna “únete pueblo” no predica en los hechos una verdadera unión entre clases, pues, dentro de la dinámica de la manifestación, los organizadores no esperaban que los adherentes de extracto más humilde se unieran al frente, sino a la parte postrera de la marcha.
Al llegar a la glorieta de Tíber, los contingentes se detenían, esperaban a que alcanzara el próximo cruce el que iba adelante de ellos y entonces arrancaban a todo correr gritando Che Che Che Guevara, Che Che Che Guevara. Después de consumida la energía antiyanqui en la carrera frente a la embajada, gritaban Únete pueblo – Únete pueblo – Únete pueblo. Parte del pueblo, dos o tres personas, intentaron sumarse a uno de los grupos que invitaban, pero fueron rechazados violentamente. ¿No que únete pueblo? Sí, únanse, pero a la cola. En cierto modo era simbólico: los estudiantes a la vanguardia y el pueblo a la cola. El pueblo siempre a la cola, el pobre pueblo jodido, hambreado, humillado día y noche (De la Torre, 1973: 100-1).
Así, el cuento “Únete pueblo agachón” muestra una forma de relacionarse dentro de la sociedad mexicana que, lejos de idealizar el movimiento de 1968, enfatiza en los detalles de un relato que tiende a ser unificador. Sí, estudiantes, proletarios, amas de casa, personal de salud, artistas y demás grupos de sectores que podrían identificarse dentro de la llamada sociedad civil, o bien como grupos específicamente articulados en torno a un criterio político más definido, coincidieron en las manifestaciones en aras de una transformación social con objetivos principales compartidos; no obstante, la unidad del movimiento era, sin lugar a duda, efímera.
El otro cuento del libro que refiere los acontecimientos del verano de 1968 lleva por título “El vengador”. A diferencia de “Únete pueblo agachón”, el cual usa la estrategia de la evocación en un procedimiento parecido al de Rulfo en “Acuérdate” (Rulfo, 1992), hace una propuesta de relato única que solo puede explicarse en un contexto de la experimentación propia de la vanguardia de los años sesenta y setenta; por ejemplo, párrafos que concluyen sin signo de puntuación, diálogos incrustados en medio de descripciones en los que a menudo se obvia al emisor, interrupciones de pasajes como cortes de una secuencia cinematográfica, cuyas estrategias lo sitúan en ese contexto generacional mencionado al principio.
Además, se plantean las inquietudes en torno a la desigualdad social, solo que aquí el protagonista emprende acciones deleznables con la supuesta intención de restituir la dignidad de la clase obrera. En la ya citada entrevista de 2008, De la Torre comenta sobre las implicaciones políticas del relato:
Lo conté [“El vengador”] a ras de tierra, desde abajo, pero yo sí era una gente con conciencia, había andado ya en la militancia política, en las confrontaciones de clase, en el sindicato y las confrontaciones políticas en el Partido Comunista. Pero, entre los personajes sólo hay uno que tiene conciencia de clase, de pertenencia, los demás viven sus vidas como la gente en general, sin mayor preocupación que tener para vivir (De la Torre, 2008).
Por si hiciera falta aclararlo, el personaje con conciencia de clase que menciona De la Torre en la entrevista está inspirado en sus propias vivencias. De todo el libro, es el que más se le asemeja, pues se trata de un joven militante de izquierda que empieza a decepcionarse de las posibilidades concretas de transformar la realidad mediante algún tipo de acción política, lo cual hace aún más impactante el vuelco hacia su acción vengativa contra la burguesía. Es el personaje con conciencia de clase; el compañero que ha leído a Marx, a Engels, a Lenin y a Veblen; se distingue del grupo de trabajadores porque lee, porque es capaz de articular una explicación acerca de las desigualdades y la opresión; concluye una buena noche que su misión es vengar a los jóvenes de la matanza del 2 de octubre, a la clase obrera mexicana, al proletariado en sí, como antes lo había hecho Eldrige Cleaver, el escritor militante de Panteras Negras, violando a las hijas de la burguesía como represalia contra toda su clase.
Al igual que en “Únete pueblo agachón”, en “El vengador” se asoma un cierto sexismo; se hace evidente la perspectiva sobre las mujeres como objetos, mercancía de la cual los vengadores de la clase trabajadora deberían disponer para su propio consumo como una manera de contrarrestar su lugar de opresión en la dinámica de clases.
La historia puede resumirse de la siguiente manera: en una tarde de octubre de 1969, un grupo de varones jóvenes bebe cerveza en las instancias de una vecindad de una colonia popular en la Ciudad de México. Entre sus temas de conversación banales y anecdóticos, aparecen elementos típicos de la interacción competitiva entre varones de una sociedad machista: las borracheras, el futbol, las prostitutas, las novias. En un momento se comenta algo con respecto a las “rubitas”, “niñas de gestos, pasos y ademanes seguros”. Se discute la posibilidad de que alguno de ellos consiguiera casarse con una muchacha de la clase alta, y hacen énfasis en lo rica y rubia. Qué pasaría si Carrillo, que trabaja como taxista, a diferencia del resto que son obreros de la refinería, incluido el narrador, lograra ligar a una de las chicas bien que abordaban a veces su taxi.
¡Puta, que si me casaba! Pero, ¿tú crees que ella se iba a casar conmigo, con un pinche ruletero jodido? ¿Por qué no? Así sucede en las películas de Pedro Infante. Carrillo no decía más. Su mirada se sumergía tal vez en un mundo de ilusiones creado no por la imaginación sino por las pantallas televisoras y kilómetros de celuloide. ¿Por qué no? (De la Torre, 1973: 23).
El narrador deja muy claro que, si bien comparte con sus compañeros muchas vivencias y lo une a ellos una solidaridad amistosa desde la infancia, él se diferencia del resto porque lee y reflexiona más allá de los tópicos. Advierte: “Trabajaba como ellos, con las manos, pero yo no le veía sentido a mi trabajo” (De la Torre, 1973: 25). Por lo demás, se menciona que él milita en “el partido” y, por el contexto, podemos suponer que se trata del Partido Comunista. Él sabe de explotadores y explotados, mientras que los otros atribuirían al azar o la casualidad el hecho de vivir en condiciones de pobreza. “Muy bien, habría podido decirles, el destino o la suerte hacen que éste o el otro lleguen a banqueros, pero ¿qué los sostiene en ese lugar? Su dinero. ¿Y de dónde sale ese dinero?” (De la Torre, 1973: 25).
El personaje incluso fantasea de pronto con la idea de convencer a sus congéneres de participar en acciones revolucionarias: “abstraje la voz de Néstor, la puse en otras situaciones, comencé a imaginar a Néstor hablando en un mitin de obreros revolucionarios [sic] poder, partido, patria, pueblo, los hombres explotados que levantan la cabeza, dicen basta y se lanzan a la lucha” (De la Torre, 1973: 27). Pero, enseguida, vuelve de la fantasía y concluye que es un “lunático” por imaginar esa situación, ya que nunca llegarían siquiera a poder desglosar minuciosamente los elementos básicos del régimen capitalista.
Al final, esa noche en que la juerga sigue por varias horas, el narrador revela únicamente al destinatario del texto (el lector potencial) que visitó junto con Valerio, compañero de la refinería, la plaza de las Tres Culturas el día 2 de octubre de 1969, un año después de los acontecimientos de sobra conocidos, donde se encontraron con madres, hermanas, novias, viudas de las víctimas: “Venían en grupos de dos y tres, enlutadas, silenciosas, algunas arrastrando niños, y todas con veladoras y flores en las manos. Varios policías, con los fusiles tendidos como barreras, se adelantaron para detenerlas, pero un sargento los hizo retroceder” (De la Torre, 1973: 31). Unas líneas más adelante, aparece el que quizás sea el único momento en que se deja atisbar el profundo dolor del narrador-protagonista con respecto a todo el tema del 2 de octubre.
No eran los velos negros ni las holgadas ropas negras ni las veladoras depositadas en la terraza ni la tarde húmeda y gris ni el llanto sofocado, sino los rostros amarillos, los cenicientos rostros inmóviles y apagados de madres, hermanas, novias y esposas que en aquella hora, en aquel sitio contenían toda la tristeza y todo el odio del mundo (De la Torre, 1973: 32).
La narración adquiere una tonalidad más oscura a partir de este punto, pareciera que una vez que se invoca ese odio no hay vuelta atrás. El narrador y protagonista explica también que los policías pisotearon gladiolas y rosas, y apagaron las velitas en la plaza. “ ̶ Qué poca madre ̶ dijo Valerio ̶ . Sí, y lo peor es que no podemos hacer nada” (De la Torre, 1973: 32), replica el amigo, nuestro protagonista.
Al tiempo que los amigos de la calle Mar del Norte continúan la borrachera en un lugar llamado Poza Rica, el protagonista del relato se retira. Al día siguiente se reúnen todos para desayunar y él miente excusando su propio desvelo porque supuestamente se quedó leyendo en casa. En realidad, ocurrió otra cosa, y es cuando cuenta lo que antes había referido como “lo de las noches”. Entonces sigue contando que una mañana en la refinería se halló a Valerio, quien llevaba consigo un tambache de propaganda de la corriente verde del sindicato; situación de la que habían hablado antes “con un poco de rabia o un poco de asco” (De la Torre, 1973: 34). Y habían acordado que no participarían en las elecciones, pues no era coherente con sus ideales hacerles el juego a los líderes charros. Pero esa mañana Valerio alegó que había decidido participar a partir de la promesa que le hicieron los del sindicato, la de convertirlo en delegado del departamento.
A la hora de la comida tienen una conversación que es el cierre de, al menos, una etapa de su relación. Valerio le espeta a su amigo: “Lo que pasa es que tú eres demasiado radical. Ya me convencí, hay que luchar desde adentro”. A lo que el narrador le replica con una pregunta simple: “¿Y Tlatelolco?” (De la Torre, 1973: 34).
De ahí concluye el narrador: “Cuando sonó el silbato para anunciar la vuelta a las labores, la amistad entre Valerio y yo había terminado. Es un hipócrita hijo de puta. Son mejores Chabelo, Carrillo, Néstor, el Guacho. Ellos, por lo menos, no se las andan dando de revolucionarios” (De la Torre, 1973: 34).
Sabiendo que ya no cuenta con Valerio, si bien él era el único al tanto del plan de “lo de las noches”, el narrador entra en acción en sus hazañas nocturnas vengativas, pues algo había que hacer para vengarse después de lo de Tlatelolco. ¿Tomar las armas? ¿Era esa realmente una opción? ¿Irse a la sierra?
En “El vengador”, De la Torre lleva al protagonista a rebasar los límites; y luego de desenmarañar las razones para su lucha social, luego de relatar la desilusión que le provoca al personaje que uno de sus más cercanos compañeros decida ceder ante las presiones de los líderes para integrarse al sistema corrupto del sindicato charro, después de describir y dejar clara la rabia que le provoca ver a las madres de muchachas y muchachos desparecidos el 2 de octubre de 1968 llorar su luto en una conmemoración en Tlatelolco, el dichoso vengador nos revela su plan de acción:
̶ A los ricos sólo los joden dos cosas: que les quiten su dinero o que se cojan a sus hijas, a las niñas bien, a las niñas de sociales. No podemos quitarles su dinero…
[…]
Entonces fui tan bruto que se lo dije, le expuse el plan, hay que hacer esto, de esta manera, ir aquí, allá, buscar
[…]
La motocicleta me la prestó Godínez. Con ella hacía sus cobros durante las mañanas, pero por las noches no quería ver aquella Islo deslucida y traqueteante. Préstamela Godínez. Llévatela, nomás ponle gasolina, porque no tiene ni gota. Cinco pesos de gasolina y me fui por Legaria hasta el periférico. Por el periférico a San Ángel y de San Ángel a la carretera de Cuernavaca, la vieja y sinuosa carretera. Noche de sábado (De la Torre, 1973: 40).
Y así, el narrador revela, finalmente, cómo encuentra a una pareja en un coche y luego de amagar al novio con una pistola, fuerza a la muchacha llamada Diana. Pero, como podría esperarse, la supuesta venganza no remedia nada, y el protagonista se obsesiona con esa primera y única víctima. “Pero no lograba odiar todo lo que quería. Sí, me subía el odio frente a los muchachitos y muchachitas que me despreciaban, pero yo buscaba un rostro, una carita blanca, llorosa aquella noche, quizá sonriente esta vez, una carita afligida y dulce…” (De la Torre, 1973: 43). Así, las acciones del protagonista y narrador contribuyen a victimizar a las mujeres doblemente, tanto por ser el elemento oprimido en una estructura de poder patriarcal como por convertirse en blanco de la venganza al ser los sujetos más vulnerables de la burguesía.
El narrador y personaje principal del relato reafirma la noción patriarcal de las mujeres como parte de la propiedad, seres sujetos a la voluntad; en este caso, de los padres burgueses, así como de los novios, potenciales maridos. En la siguiente cita puede observarse cómo opera para el personaje de Diana, personaje de la víctima, la lógica de la sumisión al poder patriarcal.
Íbamos a esa fiesta, pero a Rolando se le ocurrió detenerse, porque nos queremos mucho, sí, besos, y sí, me acaricia las piernas y los senos y no, nunca me he acostado con él, hasta después de casarnos, si no, pierden interés, te dejan, siempre me ha respetado, claro, bueno, eso no tiene nada de malo, no pasa nada, caricias, besos, es de los mejores alumnos de su grupo, me interesa su dinero porque hay que vivir bien, yo también tengo, bueno, mi papá, pero no va a mantenernos, ¿verdad?, tiene veinte años, yo dieciocho, estudio periodismo, en la Femenina, de algo me servirá, claro, vamos a casarnos, gran fiesta y todo, sí, vamos a salir en todos los periódicos, es buena gente, no me maltrata, no me grita, y no, no creo que ande con otras, si quiere puede hacerlo, es hombre, tiene necesidades, y como no puede acostarse conmigo ya buscará, pero no, no sé, no me consta, si me constara me haría tonta, ¿para qué pelear por pequeñeces?, soy celosa, pero en otro sentido, si anduviera con alguna de mis amigas, pero es incapaz (De la Torre, 1973: 39)
El novio en cuestión podría buscar en otro lado la interacción sexual, mientras que ella tendría que mantenerse virgen para el matrimonio. Al menos, así se esperaría. Dentro de las categorías que analiza Rita Laura Segato en Las estructuras elementales de la violencia, se identifica la situación del cuento dentro de la segunda: “como una agresión o afrenta contra otro hombre también genérico, cuyo poder es desafiado y su patrimonio usurpado mediante la apropiación de un cuerpo femenino o en un movimiento de restauración de un poder perdido para él” (Segato, 2003: 32). El personaje principal del relato, anónimo, por cierto, que se autodesigna vengador de la clase obrera y específicamente de la afrenta que implicó la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco, estaría buscando restaurar el daño mediante la violencia contra las hijas de los burgueses. Segato, siguiendo a Ken Plummer, quien analiza la violación, según explica la autora brasileña, como un problema de la sensación de pérdida de control en la masculinidad, anota que la violación “puede comprenderse como una forma de restaurar el estatus masculino dañado” (Segato, 2003: 37). Lo que es más:
En rigor de verdad, no se trata de que el hombre puede violar, sino de una inversión de esta hipótesis: debe violar, si no por las vías del hecho, sí al menos de manera alegórica, metafórica o en la fantasía. Este abuso estructuralmente previsto, esta usurpación del ser, acto vampírico perpetrado para ser hombre, rehacerse como hombre en detrimento del otro, a expensas de la mujer, en un horizonte de pares, tiene lugar dentro de un doble vínculo: el doble vínculo de los mensajes contradictorios del orden del estatus y el orden contractual, y el doble vínculo inherente a la naturaleza del patriarca, que debe ser autoridad moral y poder al mismo tiempo (Segato, 2003: 38).
El ensayo de Segato, que deriva de una investigación en la que entrevistó a varios violadores dentro de una prisión en Brasil, llega a una interesante conclusión: la existencia de un “mandato de masculinidad”, según el cual los hombres serían sexualmente agresivos por la
[...] presencia de interlocutores en las sombras, a los cuales el delincuente dirige su acto y en quienes éste adquiere su pleno sentido. Y el mandato expresa el precepto social de que ese hombre debe ser capaz de demostrar su virilidad, en cuanto compuesto indiscernible de masculinidad y subjetividad, mediante la exacción de la dádiva de lo femenino. Ante la imposibilidad de obtenerla por conducto de procedimientos amparados por la ley, aquellas presencias fuerzan al hombre a arrancarla por medios violentos. La entrega de la dádiva de lo femenino es la condición que hace posible el surgimiento de lo masculino y su reconocimiento como sujeto así posicionado. En otras palabras, el sujeto no viola porque tiene poder o para demostrar que lo tiene, sino porque debe obtenerlo (Segato, 2003: 40).
El mandato de la virilidad que expone Segato en las líneas recién citadas puede verse de forma contundente como una de las motivaciones del personaje principal de El vengador, quien se justifica a sí mismo siempre desde esa supuesta posibilidad de obtener el poder, precisamente a partir de la violación de muchachas burguesas. Desde la óptica del joven obrero que desea contribuir a la transformación de las condiciones de vida de sus congéneres, la violación que lleva a cabo no se trataría de un acto individual aislado, sino de un gesto que contribuye como un paso en la estrategia más amplia de vengar a las y los estudiantes que fueron violentamente reprimidos, de últimas, por un gobierno y una fuerza pública que ejercen el poder en favor de una encumbrada burguesía.
En un momento en que el protagonista está a punto de hallar a la víctima para llevar a cabo su venganza, recuerda una charla con Valerio y la posibilidad de que lo delatara, al tiempo que vuelve a exhibir su odio, ahora expresado contra el propio Valerio por no ser cabal, consecuente:
¿Y si Valerio llega a rajarse, si es un soplón? No, posiblemente ya había olvidado aquella plática, aquellos esfuerzos sensibleros, o cobardes, que hizo para disuadirme. No, mi amigo, de ninguna manera, qué culpa tienen las pobres, las pobrecitas, son como cualquier otra muchacha, qué te parecería si a tu novia. Imbécil, almita pequeñoburguesa. No, mi amigo, imagínate que te cae la tira, por una cosa así, sin sentido, inofensiva, qué iban a pensar. Qué iban a pensar las buenas familias burguesas y pequeñoburguesas y obreras y campesinas, claro. Y de esto se sigue que no, mi amigo, ya me convencí, hay que luchar desde adentro. Desde adentro de la vagina, almita estúpida. Seguramente Valerio ya olvidó aquella conversación, así como ha olvidado Tlatelolco y el dos de un año después. Seguramente. Y yo cumplía una misión (De la Torre, 1973: 36).
Cumplir con una misión es casi como si el personaje fuera un soldado regido por órdenes superiores, acaso las de esos “interlocutores en las sombras” que menciona Segato (2003: 40), como si dichas voces sombrías le dictaran al “vengador” el camino hacia conseguir una victoria para las clases oprimidas.
Conclusiones
Se puede pensar en el libro de cuentos El vengador como una obra de realismo social que ofrece visiones de diversas formas de opresión y sufrimiento y, por tanto, violencia. Es un tipo de narrativa heredera de esa corriente autoadscrita por José Revueltas como literatura del “lado moridor”.
El vengador es un libro provocador que, a cincuenta años de su publicación, invita a cuestionar y a criticar la tradición de la narrativa social en México. No se trata solamente de ficciones que son en sí mismas críticas de una realidad desigual (manifiesta en varios planos, de los cuales aquí nos hemos centrado en el género y la clase social), sino que muestran una perspectiva contemporánea, cuyo objeto de análisis permite estudiar la violencia representada en una dimensión literaria.
En los dos cuentos expuestos puede percibirse un ejercicio de la violencia como práctica cotidiana en una esfera social determinada. En ambos casos, el referente es la lucha social de izquierda y, paradójicamente, en ese ámbito, los sujetos que ejercen la violencia llegan a justificarla como algo válido y consecuente dentro de un entramado colectivo inicuo. ¿Existe una lucha social por la igualdad que no manifieste a su vez la evidencia de otras desigualdades y violencias al interior de los propios sujetos colectivos que luchan? La pregunta, si bien surge a partir de la lectura de estas ficciones realistas que critican el mundo social del cual emergen, es un punto de partida para volver a dicho mundo con renovados ojos críticos y pensar formas distintas de articular la realidad, sin embargo, rebasa las pretensiones de este artículo.
Al igual que en buena parte de la narrativa de José Revueltas, los personajes y las tramas de los cuentos de Gerardo de la Torre fungen un papel simbólico como representación de una realidad en la cual la ficción no es un mero testimonio, sino una invitación a la reflexión por parte de los lectores.
Si en “Únete pueblo agachón” De la Torre apuesta por un retrato casi periodístico de la participación de los obreros petroleros en el movimiento del 68, en “El vengador” cede ante las posibilidades de la ficción y ofrece un relato tan cruel como verosímil que muestra una faceta muy oscura de la lucha de clases. Se trata, sin duda, del cuento más oscuro y violento de los reunidos en el libro, aunque, a su vez, es el texto de mejor factura narrativa. En “El vengador”, los personajes masculinos reproducen la violencia de la que son objeto mediante la opresión y vejación de las mujeres. El supuesto vengador queda, entonces, como un enclenque victimario que no solo no resuelve una situación, sino que la agrava.
“Únete pueblo agachón” y “El vengador” ofrecen perspectivas únicas sobre el movimiento social de 1968, pues se centran en sujetos colectivos pertenecientes a un sector de la clase proletaria muy concreta: los obreros de una refinería de Petróleos Mexicanos. Al mismo tiempo, brindan una visión social de dinámicas que trascienden el movimiento como tal, y dotan de sentido a las consignas y estrategias políticas de dicho movimiento. Finalmente, los meses del verano de 1968 son un parteaguas a partir del cual se articulan ambos textos para mostrar una visión del mundo y, a la par, cumplen con su objetivo: contar historias conmovedoras e inquietantes.
Referencias:
De la Torre, G. (1973). El vengador. México: Joaquín Mortiz.
De la Torre, G. (2008). Comunicación personal.
De la Torre, G. (2009). Línea dura. México: Secretaría de Cultura del Distrito Federal. [1971]
Escalante, E. (2014). Una literatura del “lado moridor”. México: Fondo de Cultura Económica.
Flores-Barrera, A. (2002). El alcohol como poética en la tetralogía de los petroleros de Gerardo de la Torre. Ponencia en simposio de la Universidad de Texas en El Paso.
Glantz, M. (2006). Onda y escritura: jóvenes de 20 a 33. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. [1971]
Quijano, A. (2000). “Colonialidad del poder y clasificación social”. Festschrift for Immanuel Wallerstein. Journal of World Systems Research, vol. VI, núm, 2, verano-otoño, edición especial, parte 1, Estados Unidos, pp. 342-386.
Revueltas, J. (1987). Las evocaciones requeridas II. Obras completas 26. México: Era.
Rulfo, J. (1992). El llano en llamas. México: Fondo de Cultura Económica. [1953]
Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes.
Ficha del autor:
Jesús Nieto Rueda
Licenciado en Sociología por la UNAM y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona. Se ha dedicado a la docencia en educación media y superior. Ha publicado reseñas, artículos de investigación y de divulgación en diversos medios académicos y periodísticos. Sus principales temas de investigación son la cultura mexicana de los siglos XX y XXI, con énfasis en literatura y música. Recientemente, compiló y prologó la antología de poemas Obra soñada de Francisco Cervantes, editada por la Secretaría de Cultura de Querétaro en 2024. En la actualidad, es becario posdoctoral del Conahcyt en el Departamento de Estudios Culturales de la Universidad de Guanajuato, Campus León.