Resumen: El artículo se propone demostrar cómo la urbanización contemporánea presenta una inflexión entre la metropolización producto de la revolución industrial y la metropolización asociada a factores de la globalización, al punto que cabría postular la existencia de una auténtica revolución urbana. Metodológicamente, se revisan algunos neologismos y descripciones relevantes que aluden al fenómeno, para identificar los que serían los atributos más reincidentes de los cambios metropolitanos. Los aportes del artículo se centran en el reconocimiento de la emergencia de unos nuevos territorios metropolitanos, relativos a las particularidades sociales, históricas y geográficas de cada territorio, en la descripción de sus rasgos determinantes y en el planteamiento de la necesidad de construir una nueva epistemología para estudiar la urbanización contemporánea.
Palabras clave:urbanizaciónurbanización,metropolizaciónmetropolización,globalizaciónglobalización,revolución urbanarevolución urbana,fragmentaciónfragmentación.
Resumo: O objetivo deste artigo é mostrar como a urbanização contemporânea apresenta uma inflexão entre a metropolização produto da revolução industrial e da metropolização associada a fatores da globalização, ao ponto que seria possível pensar que se trata de uma autêntica revolução urbana. Metodologicamente foi feita a revisão de neologismos e descrições relevantes que aludem ao fenômeno para identificar aqueles atributos mais reincidentes das mudanças metropolitanas. As contribuições do artigo focam sobre o reconhecimento do surgimento de novos territórios metropolitanos, relativos às particularidades sociais, históricas e geográficas de cada território, na descrição de suas características determinantes, bem como na consideração da necessidade de construir uma nova epistemologia para o estudo da urbanização contemporânea.
Palavras-chave: urbanização, metropolização, globalização, revolução urbana, fragmentação.
Abstract: The overall objective of this article is to show how contemporary urbanization presents an inflection between metropolization, product of the industrial revolution, and metropolization, product of factors associated with globalization, which would suggest a real urban revolution. Methodologically, the text reviews the most relevant new expressions and descriptions that refer to this phenomenon, to identify the recurrent attributes of metropolitan changes. The article´s contributions focus on the recognition of the emergence of new metropolitan territories with regards to the social, historical and geographical characteristics of each territory, on the description of their defining characteristics and on the need to build a new epistemology for the study of contemporary urbanization.
Keywords: urbanization, metropolis, globalization, urban revolution, fragmentation.
EJE II. LA GEOGRA fí A SOCIAL DE LA CIUDAD Y SU E x TENSI ó N METROPOLITANA
La metropolización afectada por laglobalización: reflexión epistemológica sobre la nueva revolución urbana*
A metropolização afetada pela globalização: reflexão epistemológica sobre a nova revolução urbana
Metropolization Affected by Globalization: an Epistemological Reflection on the New Urban Revolution
Recepción: 24 Marzo 2015
Aprobación: 28 Marzo 2016
TIPO DE ARTÍCULO: Artículo de reflexión sobre las ciudades que, en todo el mundo y particularmente en América Latina, viven una auténtica revolución urbana, producto de causas asociadas al fenómeno de globalización. Dicho fenómeno exige a los investigadores ajustar epistemologías y enfoques para abordar un objeto de estudio emergente.
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO: Martínez Toro, Pedro Martín. 2016. “La metropolización afectada por la globalización: reflexión epistemológica sobre la nueva revolución urbana.” Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía 25 (2): 77–105. doi: 10.15446/rcdg.v25n2.56907.
Este artículo tiene por objetivo discutir sobre los cambios urbanos de las metrópolis contemporáneas y sus regiones metropolitanas1, proponiendo la existencia de una ruptura entre la urbanización producto de la revolución industrial y la que emerge en el contexto y a propósito del fenómeno de la globalización2 y de la expansión del capitalismo neoliberal. Debido a estos cambios morfológicos, funcionales y estructurales de las regiones metropolitanas, probablemente, se está ante una nueva fase del proceso de urbanización: una auténtica revolución urbana que bien podría denominarse como metapolización, siguiendo a Ascher (1995). Lo anterior implica reconocer un cambio estructural en los procesos de producción del territorio metropolitano3 (esencia constitutiva)4 y en el territorio como producto social (esencia nominal)5.
Brenner (2013) propone que las categorías de análisis sean, en primer lugar, lo urbano como esencia constitutiva, abordando, antes que nada, los diversos procesos a través de los cuales se produce lo urbano; y, en segundo lugar, lo urbano como esencia nominal, centrándose en las propiedades sociales específicas o las morfológicas espaciales. Por ello, antes de centrar la reflexión en los cambios de la urbanización a partir de su ‘esencia nominal’, se abordará la ‘esencia constitutiva’, es decir, se centrarán las preocupaciones sobre los procesos de producción del territorio, en las causas que determinan los cambios urbanos.
En el mismo sentido, Capel propone pasar de la geografía de la urbanización y construcción de la ciudad a la geografía de los agentes urbanizadores y constructores (2013, 20). Esto supondría un giro importante en el ejercicio geográfico, muy en la línea de lo expuesto por Lefebvre (1974), sobre la producción del espacio, y de Santos (2000) y su teoría de la indivisibilidad entre el sistema de objetos y el sistema de acciones. Esta actitud permitiría reconocer el carácter de la revolución urbana y sus relaciones con el capitalismo neoliberal, en el contexto del fenómeno de la globalización.
Metodológicamente, se inicia con una aproximación a la noción de revolución urbana y se continúa con el reconocimiento del carácter de ruptura en la urbanización contemporánea frente a la ciudad que produjo la revolución industrial, proponiéndose la existencia de una auténtica revolución urbana. Posteriormente, se aborda la identificación y clasificación de algunos de los neologismos más relevantes que intentan ‘sujetar’ los atributos de la urbanización contemporánea.
Finalmente, a propósito del análisis de los neologismos, se realiza la caracterización de los rasgos constitutivos y nominales frente a los cambios metropolitanos recientes, reconociendo que la urbanización contemporánea y su emergente naturaleza con sus nuevos atributos requerirán de una nueva epistemología para su comprensión y análisis, debido a que la actual tiene el lastre de un objeto de estudio que se desmorona entre las manos.
La historia de la humanidad da cuenta de cómo los procesos de urbanización son dinámicos y se mueven al compás de los cambios en los factores tecnológicos, sociales, políticos, económicos o demográficos. Por proceso de urbanización se reconoce a la progresiva concentración en un lugar —asentamiento, aldea, ciudad o metrópoli— de la población, las actividades económicas y las innovaciones más destacadas de la sociedad en un momento dado, así como la difusión y expansión de estos procesos en su región.
Las grandes ciudades y sus territorios metropolitanos —con sus singularidades sociohistóricas y geográficas en el mundo entero— han comenzado a ser objeto de una transformación de tal magnitud y alcance. Algunos autores estiman que esta debería considerarse como la expresión de una nueva revolución urbana, donde tanto la morfología y el funcionamiento, como la propia apariencia de las ciudades que se había venido definiendo desde el comienzo de la revolución industrial, están siendo objeto de una radical mutación.
Childe habló de la revolución urbana, postulando cómo, hacia el 3000 A.C. —superando la revolución neolítica6 en Oriente medio— apareció un excedente social de producción relativamente alto, debido a la agricultura de regadío, motivando así la aparición de verdaderos centros urbanos: “luego, una segunda revolución convirtió algunos pequeños poblados de campesinos autosuficientes, en ciudades populosas, alimentadas por industrias secundarias y por el comercio, y organizadas regularmente en forma de estados” (1954, 131). Desde entonces, el término ‘revolución urbana’ se utiliza para designar diferentes momentos históricos en los que se suscitan eventos acelerados en la evolución de las ciudades. La denominada revolución industrial ha sido reconocida, extensamente, como un hito clave para explicar y localizar la evolución de la urbanización.
Los estudios evolutivos de la urbanización (Bielza de Ory et ál. 1993; Reissman 1970; Vinuesa y Vidal 1991) suelen hacer un paralelo entre las transformaciones de la humanidad y los cambios urbanos, enfatizando en el papel determinante de la revolución industrial en el proceso de urbanización; esta marcó un antes, un durante y un después en el tamaño de las poblaciones humanas, como también en la forma y las funciones urbanas. Así, por ejemplo, Leonard Reissman expone que:
[…] la ciudad antigua, la ciudad medieval y la ciudad industrial son, en efecto, fenómenos sociales completamente diferentes. La ciudad industrial es más que un simple lugar en el que existen factorías. Es la ciudad de nuestro tiempo, la respuesta a la revolución industrial, la residencia de la sociedad industrializada. (1970, 22)
En el mismo sentido, Vinuesa y Vidal describen las transformaciones urbanas asociadas a la industrialización:
[…] a partir de la segunda mitad del siglo XVIII comienzan a producirse importantes transformaciones sociales vinculadas a trascendentales avances tecnológicos. Este proceso supone entre otros hechos el paso desde unas estructuras feudales al sistema capitalista. Con enormes incrementos en la capacidad productiva, el nacimiento de la industria y la mejora de los transportes impulsan a la ciudad hacia la etapa de mayores transformaciones de la historia. (1991, 58)
Bielza de Ory et ál. reconocen, también, la emergencia del fenómeno urbano impulsado por la revolución industrial:
[…] en los últimos doscientos años se ha producido una explosión urbana paralela a la revolución industrial. El crecimiento de las ciudades se hizo con tasas nunca vistas en la historia de la humanidad y los modos de vida rurales van siendo sustituidos progresivamente por los de la ciudad. (1993, 82)
Los análisis evolutivos constituidos por continuidades, transiciones, rupturas y saltos, así como los procesos de urbanización, aceptan varias etapas marcadas por los cambios estructurales en la sociedad que, a propósito de la revolución industrial y sus grandes impactos en todos los órdenes, suelen ser sintetizadas genéricamente como la urbanización preindustrial, la urbanización industrial y la urbanización posindustrial.
La urbanización preindustrial comprende el origen de las ciudades con posterioridad a la revolución del periodo neolítico hasta el inicio de la industrialización en el siglo XIX, la urbanización industrial comprendería desde el inicio de la industrialización en el siglo XIX hasta la crisis económica de 1975 y la urbanización posindustrial iría desde 1975, momento de la crisis económica e industrial. Esta última produjo cambios que dieron lugar a un nuevo modelo económico y urbano, conocido como sociedad posindustrial, también llamada postfordista, asociada posteriormente a los fenómenos de la globalización. Martinotti, reconoce esta última inflexión de la urbanización: “si queremos comprender plenamente lo que está sucediendo en estos años, debemos aceptar el hecho de que la naturaleza de la urbanización contemporánea es profundamente distinta de la que ha dado vida a la ciudad industrial” (1990, 75).
Recientemente Ascher (2004) ha reutilizado el término revolución urbana, para designar un momento histórico de ruptura y novedad en la evolución urbana. Habla de tres revoluciones urbanas modernas: a) la ciudad del renacimiento europeo, durante los siglos XIII al XIX; b) la ciudad de la revolución industrial, en los siglos XIX y XX; y c) la revolución urbana, denominada neourbanismo, desde finales del siglo XX.
Ascher (2004) muestra cómo, desde la década de los ochenta, han evolucionado las costumbres de los ciudadanos y las formas de las ciudades en los medios, motivos, lugares y horarios de los desplazamientos, de las comunicaciones y de los intercambios; en los equipamientos y servicios públicos; en la tipología de las zonas urbanas; en las actitudes hacia la naturaleza y el patrimonio, etc. Igualmente, pondera y relaciona con los cambios de la urbanización la evolución tecnológica alrededor del teléfono móvil, los ordenadores portátiles o el internet, de gran importancia para la vida urbana contemporánea.
Según Ascher (2004) los cinco cambios que caracterizan esta tercera revolución urbana moderna: la metapolización, la transformación de los sistemas urbanos de movilidad, la formación de espacios–tiempos individuales, la redefinición de la correspondencia entre intereses individuales, colectivos y generales, y las nuevas relaciones de riesgo. El autor considera que la metapolización es un doble proceso de metropolización y de formación de nuevos tipos de territorios urbanos: las metápolis.
El cambio entre la segunda y la tercera revolución urbana moderna, según Ascher (2004), estriba en que la metropolización es concebida como el intento de concentración de las riquezas humanas y materiales en las aglomeraciones más importantes, en tanto que la metapolización —muy ligada a innovaciones en los medios de transporte, información y comunicación— va dejando su huella en todo el territorio, tanto en las grandes ciudades como en las de tamaño medio y pequeño, las cuales procuran tener buenas conexiones con las grandes aglomeraciones —próximas o distantes—, para obtener el máximo beneficio de su urbanidad.
La tercera revolución urbana moderna produce, en términos de Ascher (1995), la metápolis. Un neologismo que funciona como síntesis y que, si bien se define observando el caso de París, no se refiere a una ciudad específica: tiene un poco de todas y todas tienen algo de ella. La metápolis pretende nombrar aquellos fenómenos urbanos que sobrepasan la esencia y la escala de lo metropolitano, y se constituye como sistema matricial y poliédrico de enclaves en aglomeraciones urbanas hechas de espacios y relaciones múltiples, heterogéneas y discontinuas, cada vez menos vinculados por proximidades geográficas y que se expresan en diversas escalas con entidad.
Como suele suceder en los cambios de grandes ciclos históricos, lo nuevo convive y se superpone de manera inextricable con lo viejo, tanto que es posible tener al mismo tiempo concentración y dispersión, congestión y aislamiento, centralidades históricas y nuevas centralidades, cercanía y distancia o continuidad y ruptura con la metrópoli. Los cambios culturales, sociales, productivos, económicos y tecnológicos como el que atraviesa la humanidad, desde la década de los ochenta, sintetizados en el fenómeno de globalización, están produciendo cambios en los procesos de urbanización y en las estructuras territoriales, y la emergencia es diferenciada de regiones metropolitanas de nuevo tipo, según el país o la región que se analice.
No existe un único modelo de ciudad industrial y mucho menos de ciudad globalizada. Son grandes las diferencias y matices según el modelo de ciudad que se observe, ya que los procesos económicos y urbanos no se llevaron a cabo al mismo tiempo ni de la misma manera e intensidad en todos los países, puesto que no partieron de las mismas realidades geográficas, históricas, demográficas, urbanas, sociales, o económicas. Se reconocen diferencias marcadas entre los modelos de la ciudad norteamericana, la europea y la latinoamericana7 (Martínez 2015). Desde finales de la década de los setenta, casi todos los países latinoamericanos cambiaron a un nuevo paradigma económico, basado en el neoliberalismo, y se percibe la fuerte influencia de la globalización (Bähr y Borsdorf 2005).
La formación de la denominada ciudad industrial o el territorio urbano, producto de la revolución industrial, está marcado por el modo de producción y consumo en masa, denominado fordista, donde el cuarteto coche, frigorífico, aspiradora y lavadora fue fundamental. De acuerdo con Ascher (2004, 26), su importancia radica en que hizo posible el trabajo femenino asalariado, la compra semanal y la prolongación de las distancias en los desplazamientos cotidianos.
Los atributos espaciales de las ciudades que vivieron y se transformaron con la industrialización referidos a la estructura, la morfología y la funcionalidad, son la concentración demográfica en unos pocos centros urbanos sobresalientes en su región y su expansión en ‘mancha de aceite’ de manera compacta, con una estructura metropolitana donde los centros menores de la red urbana se interrelacionan unidireccionalmente con la metrópoli, y el orden centro–periferia organiza las relaciones interurbanas de su área de influencia. El paso de pequeños núcleos urbanos a metrópolis y su configuración en grandes áreas metropolitanas se explica como modelo general, desde el impacto diferenciado de los procesos de industrialización en la urbanización. Herbert y Thomas (1990) distinguen cuatro etapas en el proceso de formación de áreas metropolitanas (figura 1).

El primer estadio es el preindustrial, cuyas características son la de un pequeño núcleo urbano relacionado con su entorno rural. El segundo estadio es el industrial, donde se dispone de un núcleo urbano que crece de manera compacta por efecto de las fuerzas centrípetas, las cuales generan la doble fuerza de atracción del nuevo empleo industrial del centro urbano y de expulsión de las tierras rurales, por el declive de la producción agrícola, especialmente, siguiendo los ejes de comunicación con la región. El área metropolitana incipiente constituye el tercer estadio: allí aparecen escasas relaciones entre los núcleos satélites y la ciudad central. El cuarto escenario es el de conurbación o área metropolitana consolidada, con un protagonismo de los centros urbanos satélites que, además de relacionarse con la metrópoli, presentan crecientes relaciones y un avance del espacio conurbado entre ellos, pero manteniendo una estructura metropolitana radial y monocéntrica, liderada por el núcleo central.
La ciudad se convirtió, durante las primeras tres cuartas partes del siglo XX —de manera diferenciada según el contexto y el momento— en una unidad socioterritorial con potencialidad para garantizar las economías de aglomeración tecnológica y de escala como mercado, capaz de soportar la creación, difusión y absorción de modernidad y, consiguientemente, de ser nudo socioterritorial de modernidad, hasta producir en algunos lugares de singular desarrollo las extensas, complejas y articuladas metrópolis y megalópolis (Gottmann 1961). La sociedad urbana nació con la industrialización (Merrifield 2011, 103), una fuerza que destruyó la intimidad interna de la ciudad tradicional de origen medieval, renacentista o colonial, y que dio lugar a la gigantesca ciudad industrial, reemplazándose a sí misma.
Según Lefevbre (1989, 17), la industrialización se ha negado a sí misma, hasta tal punto que ha producido algo cualitativamente nuevo, patológico, necesario económica y políticamente: la urbanización planetaria. Absorbidos y arrasados por la urbanización, los territorios rurales se han convertido en parte integral de la producción posindustrial y de la especulación financiera, donde continuamente se amplían las fronteras, incluso de manera virtual y discontinua en las nuevas redes de las Tecnologías de la Información y la Comunicación — en adelante, TIC—, con el fin de aumentar las plusvalías y el capital acumulado.
La industrialización generó la urbanización y los procesos metropolitanos expansivos que acaban de describirse, poniendo valor a los modelos relacionales de centro–periferia y a las áreas de influencia, y expansivos en mancha de aceite y conurbación. Entonces, cabría preguntarse, frente a los posibles cambios en los rasgos de la metropolización producto de la industrialización: ¿qué relaciones existen entre globalización y urbanización? Y, ¿qué efectos ha generado este fenómeno en los territorios metropolitanos?
Se destaca, en múltiples escenarios y por numerosos autores, la privilegiada posición de las metrópolis contemporáneas para servir de soporte al fenómeno de globalización y como nudo en las redes de comunicación e información de manera diferenciada, pero, sistemáticamente, a escala mundial. Así, se constituyen en los lugares idóneos para soportar los procesos globalizantes, debido a que ofrecen las mejores condiciones sociotecnológicas de competitividad regional y nacional. Lo anterior ocurre, debido a que proporcionan economías de aglomeración y disponen de mejores condiciones de acceso a la información y asimilación tecnológica, facilitando la difusión territorial desde su capacidad de inserción a los circuitos y redes de información regional: economía de posición, localización y relación.
A partir de las nuevas condiciones tecnológicas, productivas y económicas, las metrópolis contemporáneas —a su medida y a su tiempo— vienen a cumplir nuevas funciones en el mundo globalizado (Borja y Castells 1997; Klink 2001; Scott 2001) las cuales tienen a escala global repercusiones en la estructura interna de las ciudades, en sus áreas de influencia metropolitana y regional, y en sus relaciones con el sistema nacional y mundial de ciudades. La globalización exige, a escala planetaria, una competitividad territorial de las metrópolis y el reforzamiento de su carácter concentrador y polarizante, aspectos que ya se valoraban regionalmente en los procesos de metropolización8, pero que, ahora, en aquellas relaciones cada vez más multi–escalares que determinan nuevos agentes y recursos en la producción y explotación del territorio, promueven territorializaciones ‘desancladas’ de las inercias centrípetas metropolitanas tradicionales. Según Krugman (1996, 1997), los gobiernos de las regiones metropolitanas deben reconocer que, para la adecuada inserción en la economía global, estas deben dejar de depender pasivamente de las fuerzas macroeconómicas y microeconómicas que se ponen en movimiento por la globalización, siendo cada vez más conscientes de las posibles ventajas competitivas, basadas en las ventajas comparativas de sus territorios.
Las ciudades de América Latina han sido valoradas en distintos rankings de competitividad global. Por ejemplo, la revista Fortune (Borden 2000) construyó un ranking de las Best cities for business (‘las mejores ciudades para hacer negocios’) por regiones: Norteamérica, Europa, Asia y América Latina. Para el caso de América Latina, que ocupa lugares intermedios en el ranking total, se encuentran en orden jerárquico las ciudades de Buenos Aires, San Juan, Ciudad de México, São Paulo y Santiago de Chile, aunque muy distantes frente a las ciudades de Europa, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda.
La firma transnacional de tarjetas de crédito MasterCard (2008) elaboró el ranking de ciudades que funcionan como centros mundiales de comercio, a partir de indicadores de competitividad como: marco legal y político, estabilidad económica, facilidad para hacer negocios, flujo financiero, centro de negocios, creación de conocimiento y flujos de información y habitabilidad. Así, se ubicó en primer lugar, entre las ciudades de América Latina, a Santiago de Chile, y en el puesto general n.° 53; Ciudad de México en el n.° 54; São Paulo en el n.° 56; Bogotá en el n.° 62; Buenos Aires en el n.° 63; Río de Janeiro en el n.° 65 y Caracas en el n.° 75. Las tres primeras ciudades, en su orden, son Londres, Nueva York y Tokio —ciudades globales de Sassen (1991)—.
Mercer (2015) realizó un estudio reciente de calidad de vida entre el 2010 y 2015, donde fueron evaluadas 218 ciudades en 39 factores de competitividad, siendo algunos de ellos: políticos, económicos, medio ambiente, seguridad, salud, educación, transporte, servicios públicos, entre otros. Las ciudades de América Latina se ubicaron, para el 2015, en los siguientes lugares: Montevideo n.° 78; Buenos Aires n.° 91; Santiago de Chile n.° 93; Panamá n.° 95; San José n.° 106, Brasilia n.° 107, Monterrey n.° 109, Asunción n.° 114; Rio de Janeiro n.° 119; São Paulo n.° 120; Lima n.° 124; Ciudad de México n.° 126; Manaos n.° 127; Quito n.° 129; Bogotá n.° 131 y la Ciudad de Guatemala en el n.° 150. Las diez primeras ciudades están localizadas en Europa, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda, siendo la primera Viena, la segunda Zurich y la tercera Munich.
Algunos autores, como Scott (2001), han observado que las nuevas funciones y competencias metropolitanas que exige la globalización, se desarrollan paralelamente con los cambios en los marcos macro y microeconómicos que han estado ocurriendo en Europa y Estados Unidos desde la década de los ochenta, y en Latinoamérica desde mediados la década de los noventa aproximadamente. Como consecuencia del impacto de estos procesos de reestructuración económica, las regiones metropolitanas han asumido un número, cada vez mayor, de nuevos desafíos en el ámbito del desarrollo económico regional y de la competitividad territorial y, con estos, los impactos territoriales colaterales.
Esta nueva función de las áreas metropolitanas no surgió de súbito. Por un lado, desde la década de los setenta en adelante, los gobiernos nacionales de países como Inglaterra, Estados Unidos y Chile se fueron apartando cada vez más de la tradicional gestión macroeconómica keynesiana, orientada a obtener el pleno empleo (Martin 1997). En el contexto de una economía internacional cada vez menos regulada y caracterizada por la presencia de flujos masivos de capital financiero internacional, se presentó una tendencia gradual hacia la desregulación y liberación del comercio impactando sobre el planeamiento público (clasificación y calificación del suelo), y dejando en manos del sector privado —por múltiples caminos— la configuración metropolitana.
Para Borja (2005, 3), la revolución urbana contemporánea es el ‘urbanismo de la globalización’ que, aunque no es la traducción directa de la globalización en el territorio, viene causada por un conjunto de factores tecnológicos, económicos, políticos, sociales y culturales asociados a la globalización. Hoy la ciudad ya no es lo que era, debido a aspectos estructurales como el desarrollo de las nuevas tic, la revolución del computador personal y del internet, y la masificación del auto privado y la telefonía móvil. Ello ha modificado las relaciones espacio–tiempo, permitiendo desarrollar diversas actividades: profesionales, de ocio o cultura, de educación, de consumo; sin depender de una localización rígida.
En la territorialización de las emergentes e impactantes relaciones funcionales entre las economías local y global, a muchas ciudades se les ha caracterizado como globales o en procesos de adaptación a procesos globalizantes9. Estas relaciones se centran en incrementos de flujos financieros internacionales, inversión extranjera directa, innovaciones tecnológicas, empresas multinacionales, acuerdos de libre comercio, desregulaciones de los mercados nacionales, entre otros, y se expresan, territorialmente, en localización de infraestructuras y equipamientos que las soportan.
El creciente papel que juegan las empresas multi y transnacionales para la toma de decisiones sobre territorializaciones en lo relacionado con clasificación y calificación del suelo, localización de infraestructuras y equipamientos, edificaciones, etc., se sustenta hoy en la forma como el capital financiero es más dominante que el productivo, y nómada más que sedentario. Las importantes decisiones que afectan los procesos de producción del territorio se han externalizado de este, haciendo vulnerable la gestión democrática en favor del interés general, al tiempo que ha obligado a las administraciones a entrar en una carrera competitiva para atraer inversiones, actividades emblemáticas, turistas, etc.
La gobernabilidad de las regiones urbanas en la globalización neoliberal se convierte en un difícil y urgente desafío (Borja 2003). A nivel macro, se evidencia la debilidad del Estado–nación frente a agentes económicos globales; y, a nivel micro, se encuentra la fragilidad de las políticas públicas frente al poder económico y político de la empresa privada, especialmente para los gremios de la construcción e inmobiliarios.
El incremento demográfico absoluto en el planeta, la concentración de la población en regiones metropolitanas, la revolución en las tecnologías de la información y de la comunicación, fundamentalmente, las tecnologías y técnicas de transporte y almacenamiento de bienes, información y personas; —en adelante, BIP—, los cambios en los procesos productivos y en los sectores que generan riqueza a las naciones, y una nueva fase capitalista de corte neoliberal y en contexto de la globalización, han propiciado nuevas formas de ocupación y uso del territorio (Ascher 1995; Corboz 1994; Indovina 1990). Según Amendola (2000, 35), estas transformaciones se asocian directamente a nuevas formas urbanas que han dado origen a una amplia proliferación de neologismos y metáforas en los últimos años, que se superponen a los de metrópolis, conurbación o megalópolis, de más larga tradición, y ponen de manifiesto las dificultades del lenguaje para proporcionar instrumentos capaces de describir adecuadamente la nueva urbe. El fenómeno de la urbanización contemporánea en regiones metropolitanas y la búsqueda por nombrarlo y describirlo, si bien fue debatido inicialmente en el mundo anglosajón desde la década de los setenta, se extiende desde finales del siglo XX por todo el mundo. Monclús (1998) ya reconocía que la proliferación de neologismos, para referirse a las nuevas realidades urbanas o metropolitanas, no se dirige exclusivamente a las ciudades anglosajonas y era sintomática de la percepción de esas transformaciones en toda la cultura urbanística europea desde la década de los noventa.
En este marco, se postula que la metropolización contemporánea plantea —por sus rasgos territoriales constitutivos y nominales— una auténtica transformación de los atributos de la metropolización a partir de la inflexión que ha supuesto el proceso de globalización neoliberal. Una muestra del alcance de esta transformación se expresa en la proliferación de neologismos, que se han ido formulando en estos últimos treinta años y que intentan superar los términos ciudad, metrópolis, área metropolitana, o megalópolis; dichos conceptos parecen haberse quedado obsoletos y anacrónicos en muchas regiones del mundo para dar cuenta de las nuevas realidades.
Desde ‘World City’ (Hall 1966), hasta ‘Ciudad Neoliberal’ (Hidalgo y Janoschka 2014), entre muchas otras acepciones, aparecen neologismos de todo tipo que documentan los esfuerzos que se vienen desarrollando en pos de la descripción y caracterización de los rasgos y de las tendencias que estarían marcando las mutaciones de la ciudad y el tránsito hacia los territorios urbanos del futuro. Según Sainz:
Todos —los neologismos— ellos pretenden referirse a ese conjunto de estructuras físicas que ocupan territorios cada vez más amplios cuyo orden no se llega a percibir recurriendo a las lógicas de formación de la ciudad compacta tradicional y que sin embargo constituyen eso que se podría denominar con toda propiedad la “ciudad contemporánea”; si es que el término “ciudad” puede seguir sirviendo para dar razón de lo urbano hoy, pues una parte del problema actual se encuentra en la falta de términos precisos, que acaba provocando su empleo en sentido analógico o figurado, cuando no puramente metafórico. (2006, 209)
La diversidad de neologismos parciales, pero sintomáticos, pretende sujetar la realidad resbaladiza que emerge, describiendo y nombrando el proceso contemporáneo de crecimiento urbano expandido, así como las múltiples y complejas conexiones y flujos de geografía variable, de tipo reticular. Se trata de conceptos anclados en la ciudadanía, la cual se desarrolla sobre el territorio con importantes consecuencias y retos para el gobierno y la planificación del territorio metropolitano. Si bien son incompletos y no prescriben un modelo universal de la ciudad, estos términos son útiles para propiciar el debate sobre el carácter, las causas y consecuencias de las mutaciones de la urbanización contemporánea.
Los múltiples y variados términos formulados pueden entenderse como el intento sintético de descripción de procesos singulares y novedosos en las mutaciones urbanas en lugares específicos y no como formas distintas de llamar lo mismo. Si bien algunos aspiran a formulaciones universales, en su mayoría, fueron concebidos ‘mirando un territorio específico’ y fundamentalmente enfocados a los emergentes territorios metropolitanos que, aunque se generen —con matices— en todos los continentes, no son un patrón genérico sino excepcional de la urbanización contemporánea10.
Aunque estos neologismos pueden contener elementos comunes, no son exactamente sinónimos, pues no se refieren al mismo fenómeno; incluso, se hallan distantes en el tiempo de su enunciación y en el espacio, en los lugares que describen. Así, se encuentran los siguientes: “exópolis”, referida a Los Ángeles (Estados Unidos) por Scott y Soja (1996); “ciudad difusa” a Milán (Italia) por Indovina (1990); “metápolis” a París (Francia) por Ascher (1995); “metroplex” a Dallas–Fort Worth (Estados Unidos) por Meltzer. (1984); “periferias metropolitanas expandidas” a México D.F. (México) por Aguilar (2002); “ciudad región global” a São Paulo (Brasil) por Jacobi (2007); “Urban Village” a Seaside (Florida, Estados Unidos) por Gans (1962); o “ciudad neoliberal” por Hidalgo y Janoschka (2014), que designa a todas las metrópolis insertadas de manera diferenciada en la globalización neoliberal, a partir de los casos de Santiago de Chile, Buenos Aires, Ciudad de México y Madrid.
A continuación, se revisan algunos de los neologismos más relevantes para clasificarlos entre los que se centran en la esencia nominal de los cambios metropolitanos y que se dedican a describir, parcialmente, atributos de carácter morfológico, funcional o social de las regiones metropolitanas. También, se revisarán aquellos que se enfocan en la esencia constitutiva buscando la comprensión de los procesos de producción del territorio. Esto permitirá discutir sobre los rasgos territoriales emergentes y sus causas.
Inicialmente, se recogen algunos de los términos que resaltan el carácter externo y distanciado de los nuevos desarrollos urbanos, enfatizando en el abandono sistemático de la actividad residencial de los centros urbanos consolidados, en busca de mayores zonas verdes y lejos de la congestión y contaminación creciente del centro. El carácter distintivo y nuevo no reside solo en el hecho de que estos emplazamientos se encuentran al margen de la ciudad tradicional, sino también en la relación constitutiva con las nuevas tecnologías y en la diversidad estructural de sus modalidades organizativas (tabla 1).

Una consecuencia del ‘éxito’ de estos asentamientos dispersos, que emergen en el suburbano de ciudades en todas las latitudes, son los problemas derivados de su gestión y la contradictoria densificación y congestión. Concebidas, inicialmente, como ciudades dormitorio mono–funcionales, subsidiarias de la metrópoli, paulatinamente, han visto aparecer malls, polígonos industriales, universidades y colegios en sus proximidades, a tal punto que han descentrado el mercado de trabajo y los servicios de la metrópoli, enfatizando en el debilitamiento de las clásicas relaciones centro–periferia y urbano–rural.
Los neologismos intentan describir cambios en la trama urbana, las densidades de ocupación del suelo, la extensión de la urbanización, la velocidad del crecimiento sobre nuevas áreas periféricas y suburbanas de la metrópoli, así como la aparición de equipamientos de servicios en zonas sin urbanizar y en términos administrativos diferentes al de la metrópoli, generando nuevas centralidades y cambios en el sentido de los flujos residenciatrabajo y residencia–servicios (tabla 2).

Los términos que describen la aparición de aglomeraciones funcionales como regiones urbanas o metropolitanas policéntricas, con varios centros urbanos de distinto tamaño y con sus propias áreas de influencia interactuando entre sí, donde no se cumple ya la ley rango–tamaño de las tradicionales áreas metropolitanas polarizadas por una metrópoli, se describen en la tabla 3.

Terminando con los neologismos basados en la esencia nominal, se continúa con aquellos que describen la aparición del fenómeno urbano ubicado a mitad de camino entre la exageración —al punto que parece ficción— y el revelamiento de los más revolucionarios atributos de la evolución del fenómeno urbano. Se trata de la ciudad que parece levar anclas del medio físico, en una configuración territorial que va y viene entre el espacio material y el virtual.
Partiendo de la ciudad potenciada por las TIC, ofrecen una versión metafórica, describiendo una ciudad virtual, a–geográfica, que adquiere atributos de vida urbana: vecindad, conversación, accesibilidad e instantaneidad. Méndez (2007) plantea que estas metáforas suponen la eliminación del espacio por el tiempo como resultado del exponencial desarrollo de las TIC, y que difuminan la realidad metropolitana en un territoriored compuesto de flujos materiales e inmateriales, en el que las conexiones alcanzan en ocasiones una escala mundial. Más allá de las exageraciones, que hablan de des–territorialización del fenómeno metropolitano, se reconoce la emergencia de re–territorializaciones interescalares del tipo global–local, que vienen a cambiar las relaciones cotidianas de los ciudadanos con la región metropolitana y a modificar los agentes y sus recursos en la producción del territorio (tabla 4).

Los neologismos cuya descripción se refiere a la esencia constitutiva de la urbanización contemporánea y que buscan dar comprensión de los procesos de producción del territorio, nombran los cambios metropolitanos a partir de las causas que los determinan, identificando el cambio a la nueva era postfordista o neoliberal liderado por el capitalismo neoliberal y su vehículo en el fenómeno de globalización, como causa de los cambios espaciales de la urbanización contemporánea. Inicialmente, se encuentran los términos enfocados al capitalismo y a sus agentes, instrumentalizando a las regiones metropolitanas para ampliar mercados (escenarios de inversión) en la lógica de sus intereses y, convirtiendo a sectores importantes de estas, en enclaves adecuadamente conectadas en la globalización. Lo anterior tiene como consecuencia una región metropolitana contradictoria, segregada, inequitativa, congestionada e insostenible ambientalmente, con territorializaciones gestionadas desde obsoletas estructuras administrativas de índole municipal (sub–metropolitano): expansión de las infraestructuras, de los equipamientos y dotaciones de servicios sociales (tabla 5).

Los neologismos que enfatizan en la ciudad desigual e injusta producida por los agentes del capitalismo neoliberal quienes —cooptando al Estado en su escala local y regional— imponen sus territorializaciones a costa de un territorio cada vez más violento, segregado y con alto grado de polarización social, se describen en la tabla 6.

Los siguientes neologismos postulan esencialmente que una de las peculiaridades del capital fijo12 es la de presentar una circulación que no está supeditada a los beneficios, sino que basta con que genere intereses, característica importante a la hora de entender cómo el proceso urbano se integra en las reglas de circulación del capital. Esta situación tiene distintas consecuencias como es la constante remodelación de la forma espacial de acuerdo con los dictados de la acumulación (tabla 7).

En su conjunto, estos términos —sin pretender contener todas las dinámicas espacio–temporales y los cambios absolutos— muestran elementos de la nueva realidad de la urbanización contemporánea y empiezan a dar pistas sobre sus características en diversos lugares del mundo. Por el origen de los análisis desde donde se postulan los neologismos, resulta inapropiado pretender que tales impactos sean iguales en todas partes, olvidando las particularidades de cada país, región o ciudad. Hay un reconocimiento de importantes cambios en forma, estructura y funciones metropolitanas que guardan similitudes en su expresión final para diversos territorios metropolitanos. Ello no implica afirmar que desaparecen los rasgos inherentes a la identidad básica de cada uno de ellos; por el contrario, existe evidencia acerca de que en virtud de estos procesos cada ciudad se transforma, preservando muchos de los rasgos consolidados a lo largo de su historia, y así distinguiéndose de otras ciudades de su mismo ámbito geográfico.
Se discute también la equivocada pretensión —parcial y escasamente sustentada— de acuñar un término o neologismo para etiquetar los nuevos estadios de la urbanización contemporánea o a la nueva ciudad que emerge exclusivamente desde las características nominales de un territorio y extrapolarlo como etiqueta a manera de una tipología, cobijando un grupo de ciudades como asimilables. En cambio, se considera que cualquier rasgo morfológico del territorio debe comprenderse en el marco de un análisis de los factores y agentes de su constitución.
Después de aceptar que se está frente a una revolución urbana, más que discutir los nuevos términos que intentan dar cuenta de la emergencia de nuevos rasgos de la urbanización, se postula cómo la discusión debe plantearse inicialmente en torno a la esencia constitutiva, es decir, la explicación de sus causas y, finalmente, la caracterización de la esencia nominal en la descripción de los rasgos espaciales de tales cambios territoriales asumidos en lugares concretos. Brenner (2013) expresa la necesidad de estudiar la esencia constitutiva de la ciudad neoliberal en el marco de las dinámicas del capitalismo contemporáneo, y no en un lugar específico, un territorio particular que expresa pero que no explica las transformaciones socioespaciales producidas por agentes del capitalismo a distintas escalas en un escenario de globalización. Complementando el planteamiento de Brenner, se cree que hay factores singulares en cada territorio que traducen —pudiendo, incluso, modificar —, el marco de causas generales en la expresión de rasgos particulares de la urbanización.
Es fundamental detenerse en las causas de los cambios y mutaciones urbanas a la luz de los nuevos fenómenos, pues comprender la naturaleza, las características, las capacidades, las relaciones interescalares y los intereses de los agentes y actores involucrados puede ayudar a explicar mejor la revolución urbana que está emergiendo. Dicha revolución no es la traducción directa de la globalización en el territorio, pero, más que nunca, está influenciada y determinada por el conjunto de factores tecnológicos, económicos, financieros, políticos, sociales y culturales que se vinculan a dicho proceso de globalización.
Este postulado parte de un marco teórico y conceptual estructurado en torno a tres ejes: los planteamientos de Lefebvre (1974) sobre la producción social del espacio; complementado con Santos ([1996] 2000) y su análisis sobre la globalización y el impacto en la producción del espacio; así como por la tesis de Harvey (1973, 1979, 2008) sobre la ciudad y sus procesos de metropolización como funcionales a la expansión del capital transnacional y su estrategia de acumulación por desposesión. Se coincide con Harvey (2005) en afirmar que el capitalismo contemporáneo encontró, en las áreas metropolitanas, su salvación para ‘mover’ el capital estático o con bajas tasas de ganancia. Propiciar el crecimiento metropolitano —a partir de políticas públicas urbanas flexibles de ‘dejar hacer’— le permitió encontrar contratos para sus firmas transnacionales en obras de infraestructuras de vías, servicios públicos y construcción de conjuntos residenciales que replican modelos de vida ajenos a las culturas locales, llevando implícita la idea de status social, al tiempo que vende más vehículos, seguros, gasolina y, por supuesto, generando condiciones para la aparición de grandes plataformas comerciales de capital transnacional.
Se aceptan los planteamientos de Marcuse y van Kempen (2001) y Veltz (1996, 2000), en cuanto a que casi todas las ciudades son ‘tocadas’ por la globalización, siendo relevante en este proceso la naturaleza y alcance de su influencia en el territorio, más que el lugar que ocupan en las jerarquías o rankings. En tal sentido, se podría discutir la manera de valorar y analizar la relación de la influencia de la globalización con los efectos territoriales y la manera de describir y comparar tales impactos.
Las regiones metropolitanas se han consolidado como “centros neurálgicos” (De Mattos 2001) en torno a los que se ha ido articulando la dinámica de acumulación, crecimiento y modernización de los distintos componentes de una economía en acelerado proceso de globalización. Como plantea Friedmann, las ciudades contemporáneas operan como “nodos organizadores” del capitalismo mundial, como articulaciones del flujo regional, nacional y global de mercancías, y como “puntos de apoyo” en el espacio de acumulación global de capital, iniciando la conformación de un sistema urbano mundial jerarquizado desde la década de los setenta. Este proceso debe ser entendido como un giro fundamental en la geografía del capitalismo mundial, “un fenómeno históricamente sin precedentes” (1995, 21–26). Tanto en términos de Amin y Thrift (1991) —que conciben las ciudades como nodos “neo–marshallianos”13 dentro de redes globales—, como Sassen (1991) y Thrift (1987) —que los identifican como espacios concentradores de sectores, como los servicios financieros de bancos, seguros y cadenas globales de mercancías, que promueven la ciudad global—, Scott y Soja (1996) visualizan las ciudades metropolitanas como ‘motores regionales de la economía global’, resulta claro que las metrópolis y sus territorios funcionales o áreas metropolitanas cumplen nuevas funciones en el mundo, las cuales, a escala global, pueden estar teniendo repercusiones en la estructura interna de las ciudades y sus áreas de influencia metropolitana, regional y en sus relaciones con el sistema nacional y mundial de ciudades.
En la revolución industrial el capital instrumentalizaba la ciudad para multiplicarse, —produciendo en ella— y aprovechando el carácter concentrativo y consumista de la aglomeración y economías de escala. En la actualidad el capital utiliza la producción de la urbanización en sí misma —la ciudad y sus artefactos como mercancías— como su estrategia reproductora. Por ejemplo, gana importancia el papel del mercado inmobiliario y sus agentes como catalizador entre el fenómeno de la globalización y el carácter de los cambios de la urbanización reciente en todo el mundo.
Autores como Harvey (1973, 1979, 2008), Hall (1996), De Mattos (1999, 2001, 2003, 2007) y Abramo (2012) señalan el importante papel de los territorios metropolitanos en las dinámicas de la globalización, postulando lo estratégico que se han convertido, para el capital transnacional, al concentrar una importante y creciente injerencia en la dirección de las transformaciones urbanas. En gran medida, pero no exclusivamente, las recientes mutaciones metropolitanas como la segregación socioespacial, la fragmentación, la conurbación, el policentrismo, la zonificación, la difusión o la dispersión se relacionan con los procesos de globalización a través de las características del mercado inmobiliario y los procesos de ‘destrucción creativa’14que desencadenan (figura 2).
Al decir de Brenner (2013), una vez que el carácter ‘tipo unidad’ de lo urbano se entiende como un producto estructural de las prácticas sociales y de las estrategias políticas —dejando de lado la presuposición—, es posible colocar la investigación sobre urbanización y la destrucción creativa del espacio político–económico bajo el capitalismo, en el epicentro analítico de la teoría urbana. Lo que sostiene en mayor medida la problemática contemporánea de la urbanización no es la formación de una red mundial de ciudades globales o una única megalópolis universal, sino la extensión desigual de este proceso de destrucción creativa capitalista a escala planetaria, a la que se prefiere llamar ‘creación destructora’, pues, como su nombre indica, destruye ecosistemas, comunidades, estructuras históricas, memorias, mientras produce nuevas estructuras y formas generando utilidades para los inversores, de cualquier lugar del mundo.
Las dinámicas de urbanización evidencian que se está frente a auténticos y profundos cambios en las formas, ritmos, patrones, causas y efectos de la urbanización contemporánea. Un aspecto relevante del análisis de la relación entre el fenómeno de la globalización y los procesos de metropolización es la transformación morfológica y funcional de las metrópolis y sus áreas metropolitanas.
Factores asociados a la globalización han promovido lo que algunos autores han popularizado como ‘ciudad dispersa y difusa’, que no es otra cosa que la expansión del crecimiento urbano en nuevo suelo urbano tomado del suelo rural periférico hacia los centros urbanos. Dicho fenómeno se presenta para la construcción de un patrón de espacios residenciales de vivienda aislada en condominios cerrados, asociados a grandes plataformas comerciales en los nuevos suburbios.
Algunos autores, como el geógrafo norteamericano Berry (1976), hablan de cómo se estaría viviendo una desindustrialización absoluta y relativa que, como efecto, estaría produciendo una ‘contraurbanización’ en las grandes metrópolis y sus entornos. Berry suscitó el debate conceptual y metodológico en torno al concepto de la contraurbanización, entendiendo por tal “un cambio brusco en los modelos de poblamiento urbano en los países fuertemente industrializados” atribuyéndosele distintas causas que conducen a diferentes conclusiones (1976, 17).
Para Berry, esta fase de ‘contraurbanización’ no puede asimilarse a una simple dinámica de contra flujo al ocurrido en la industrialización de carácter rural–urbana, tratándose más bien, de la aparición de fuerzas centrífugas de la metrópoli a los suburbios y a la región próxima. Los espacios metropolitanos están marcados por el rasgo genérico de la contraurbanización (Berry 1976) o de la desurbanización (Sobrino 2003, 198), lo cual postula que la evolución del proceso urbano–metropolitano llevó a una serie de fases sucesivas relacionadas con las mutaciones técnicas y económicas, desde la centralización y el fuerte crecimiento de las etapas iniciales (periodo de urbanización), las ciudades habrían avanzado hacia una expansión periférica progresiva (sub–urbanización), acompañada por el declive de sus áreas centrales.
Martinotti (1990) se desmarca de la tesis de la desurbanización y de la contraurbanización, planteando que la disminución de la industria y de las principales sedes de las grandes empresas en los municipios metropolitanos centrales no forma parte de un proceso de desurbanización o contraurbanización, sino de la dinámica de transformación metropolitana hacia un territorio con estructura policéntrica descentralizada. Martinotti demuestra cómo, en alto porcentaje, la infraestructura y el empleo industrial se han “relocalizado” en áreas periféricas de las metrópolis centrales y en nuevas centralidades, pero vinculadas funcionalmente a ellas (1990, 114).
Berry (1976) y Martinotti (1990), entre otros, siguen dilatando las epistemologías congruentes con la ciudad de la revolución industrial para explicar los cambios recientes que, como se ha postulado, son de otra naturaleza y marcan una ruptura revolucionaria que amerita la renovación de las epistemologías de la urbanización. Ambas perspectivas siguen ancladas en la estructura metropolitana con sus relaciones centro–periferia. Incluso Martinotti (1990), que avanza en el reconocimiento de una estructura policéntrica, cae en caracterizarla como descentralizada de la metrópolis, cuando muchos de los desarrollos urbanos contemporáneos se entienden, fundamentalmente, como integrados a procesos planetarios y se desmarcan cada vez más de las relaciones de dependencia funcional de la metrópoli próxima.
Los nuevos territorios urbanos ya no se reducen a la ciudad central y su entorno más o menos aglomerado, generalmente conocidos como ‘área o zona metropolitana’. El territorio de la región metropolitana es ahora discontinuo, mezcla de zonas compactas con otras difusas, de centralidades diversas y áreas marginales, de espacios urbanizados y otros preservados o expectantes (Borja 2005): una ciudad de ciudades, en su versión optimista, o una combinación perversa entre enclaves globalizados y fragmentos urbanos precarios.
La concentración desigual de la riqueza, la innovación tecnológica, la localización industrial y de las plataformas comerciales multinacionales, han redundado en que, en su crecimiento, las respectivas manchas urbanas tiendan a encaminarse hacia una dinámica de “metropolización expandida” (De Mattos 2001), en la que progresivamente se van ocupando los pueblos y áreas rurales que encuentran a su paso, desbordando una y otra vez sus límites.
La revolución urbana producto del fenómeno de globalización ha propiciado la mutación de las regiones metropolitanas hacia un ‘territorio archipiélago’ con alta dualidad socioespacial; se trata de fragmentos de enclaves autosuficientes, adecuadamente conectados y relacionados multi–escalarmente frente a grandes áreas de exclusión y pobreza contrastantes (Ciccolella y Mignaqui 2009; Indovina 2006). Se configuran a escala regional como ‘archipiélagos territoriales’ y se expresan, funcionalmente, a escala planetaria, como ‘territorios–red’. Ejemplo de esto es la propuesta de Dear y Flusty (1998), quienes bautizan estas características como ‘keno– capitalismo’15; siendo un ‘urbanismo postmoderno’, poco preocupado por el conjunto urbano, con peculiaridades históricas, sociales o culturales, estrictamente interesado en las piezas del puzzle, y con una rentabilidad económica vinculada a su conectividad global, y a la seguridad del contorno (figura 3).
Queda consumado el modelo de ‘burbujas’ y ‘túneles’ —en diversas escalas— en el que se reestructura la ‘metápolis’ —los nodos metropolitanos y la nebulosa planetaria en conjunto— al conectar los fragmentos en relaciones de múltiples escalas, agentes e intereses con canales de distinta índole. Ello coincide con las características que describe Borja (2005) del modelo de desarrollo urbano característico de la era de la globalización como de ‘urbanización difusa y discontinua’, materializado primordialmente mediante ‘productos urbanos’ constitutivos de enclaves o parques temáticos mercantilizados, en contraste con áreas degradadas o marginales.
Esta urbanización se desarrolla en una sociedad que enmarca sus políticas públicas en el neoliberalismo, dirigida por agentes capitalistas que se nutren de los conflictos sociales para vender un ‘territorio mercancía’, organizado por shopping centers, parques empresariales o tecnológicos, redes de autopistas y el contraste dramático entre barrios precarios y conjuntos residenciales cerrados exclusivos de las ‘áreas de excelencia’, cuyas diferencias y calidades de localización, estarán fijadas en la relación distancia–tiempo a los nodos de centralidad, a las características ambientales, paisajísticas y de emplazamiento, así como por la provisión de equipamientos, dotaciones y servicios públicos. El acceso a los derechos a la ciudad es limitado a partir de las asimétricas capacidades de rentas de una sociedad con grandes brechas, promoviendo la segregación socioespacial y la inequidad social.
Con lo que se desarrolla una urbanización del territorio regional insostenible ambiental y socialmente, con aceleradas tasas de crecimiento de las áreas construidas dispersas y de baja densidad que no se corresponden con las tasas absolutas y relativas del crecimiento demográfico municipal y metropolitano. La anterior circunstancia agota el suelo disponible y demanda expansión de redes, consumo de enormes volúmenes de agua potable, energía, combustibles y alimentos, al paso que se valoriza lo nuevo urbanizable con lo que ganan plusvalías los propietarios especuladores. Las territorialidades y territorializaciones expresan estos rasgos territoriales que viven las grandes metrópolis en el mundo y de los cuales no escapan las ciudades de América Latina (tabla 8).

No cabe duda que las ciudades cambian rápido, más rápido que el corazón de un hombre, parafraseando a Baudelaire (2009), quien, en la década los sesenta —en plena reconstrucción (modernización) de París por el Barón Haussman y bajo el reinado de Napoleón III—, presentaba un retrato memorable del flâneur como el artista–poeta de la moderna metrópolis que ve cambiar la ciudad delante de sus ojos: “El viejo París terminó (la forma de una ciudad cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal)” (Baudelaire 2009, 175). Igualmente, es cierto —como dijera Borges en su cuento El indigno— que la ciudad cambia más rápido de lo que puede asimilarse: “La imagen que tenemos de la ciudad siempre es algo anacrónica. El café ha degenerado en bar; el zaguán que nos dejaba entrever los patios y la parra es ahora un borroso corredor con un ascensor en el fondo” (Borges 1970, 6).
En esa resistencia al cambio, producto de la dificultad de asumir las novedades en relación con la experiencia, la ciudad mutó en metrópolis, está en áreas metropolitanas y megalópolis y, probablemente, en la actualidad, se asiste a la aparición de las —metápolis—. Estos cambios se presentan sin que se pueda tomar una plena conciencia de lo que implican como desafíos para la sociedad, para el planeta entero y para las disciplinas que se ocupan de su estudio, las que deberán consolidar nuevos cuerpos teóricos para su abordaje. Al tenor de lo anterior, se propone realizar un análisis paralelo de las características de los cambios en cada región metropolitana de América Latina, desde las esencias constitutivas y nominales, preguntadas por los cambios entre el escenario previo y el momento actual, identificando las circunstancias de la inflexión. Así, pueden ser comprendidos mejor los cambios, sus causas y la manera como se expresan en cada territorio concreto (tabla 9).

La ciudad y la sociedad urbana en todo el planeta parecen vivir, desde la década de los ochenta, con la intensificación del fenómeno de internacionalización económica y mundialización cultural, mutaciones en la forma, la funcionalidad y la estructura de las regiones metropolitanas y en las relaciones de los ciudadanos en el territorio. A tal punto son los cambios en los rasgos territoriales de la ciudad, que el listado de neologismos propuestos para nombrar —relativa y parcialmente— el hecho urbano contemporáneo, no hace sino crecer, evidenciando que nociones como ciudad, metrópolis e, incluso, megalópolis, así como tantos otros, son insuficientes para referirse a los rasgos territoriales que la metropolización contemporánea asume en ciertos lugares.
Una inflexión en la urbanización que permite interpretar la revolución urbana, a la luz de los cambios morfológicos y funcionales, como un proceso que ya no puede ser descrito simplemente, como crecimiento descontrolado desde la metrópoli hacia su periferia. El territorio metropolitano se ha extendido para cubrir un espacio regional en forma de archipiélago, que además se encuentra conectado con una red de interdependencia de ámbito global.
En la escala regional el territorio archipiélago se expande sobre un creciente número de jurisdicciones políticoadministrativas, con atributos como la fragmentación y la dispersión de los conjuntos residenciales cerrados de apartamentos o casas aisladas, junto a la proliferación estratégica y planificada, de nuevas centralidades de servicios y comercio, dispersando las actividades residenciales, el consumo y el empleo, promoviendo la segregación socioespacial. En la escala planetaria los lugares adaptados adecuadamente en el archipiélago regional, se constituyen en nodos conectados y sistémicos a una red global de interacciones de todo tipo. En conjunto, esta estructura y su funcionamiento configuran la ‘metápolis’.
Si bien se podrían identificar ‘grandes rasgos territoriales’ semejantes, en un conjunto de regiones metropolitanas de similar tamaño demográfico y escala funcional, no se debería pretender forzar la definición de modelos universales absolutos que den cuenta de las mutaciones de la urbanización. Las características geográficas, históricas, socioeconómicas, infraestructurales, institucionales y demográficas de la metrópoli, la región y el país —del caso estudiado— afectarán los factores, el carácter y los atributos de la urbanización.
La metropolización organizada en relaciones de centro–periferia y, espacialmente, en áreas y regiones metropolitanas jerarquizadas por un núcleo dominante y claros contrastes urbano–rurales, constituye un cuerpo teórico en crisis para explicar la urbanización contemporánea que, sin embargo, continúa dominando el imaginario urbano de los investigadores, de los medios de comunicación, de los ciudadanos y de los gobiernos. Las características funcionales, estructurales y morfológicas de la región metropolitana emergente —que podría identificarse como ‘metápolis’ en formación— ya no encajan en el anterior modelo analítico de la urbanización, precisándose de una nueva epistemología para analizar y comprender tal despliegue territorial. Desde allí se postula que, más que persistir en el intento de identificar y describir las esencias nominales presentes en la mayoría de neologismos reseñados, se debe profundizar en los análisis de los procesos constitutivos de la urbanización contemporánea, agenciados desde la globalización neoliberal y, a partir de ello, construir esta nueva epistemología o cuerpo teórico que permita su comprensión.









