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“Proyectos de Paz del Siglo de la Ilustración” (I. Saint-Pierre y Rousseau: planes de paz perpetua, Unión Europea y Naciones Unidas)
A lo largo de la historia generalmente se ha visto al abad de Saint-Pierre como un hombre de bien, que era un representante de la iglesia y de la nobleza francesa, que pretendía algunas pequeñas reformas y que planteó un utópico plan de paz pretendiendo crear una especie de Unión Europea. Esta típica y tópica visión deja de lado hechos históricos y textos de nuestro autor que lo hacen uno de los principales personajes de la Ilustración en la primera mitad del siglo XVIII3. Empezaré por presentar un retrato algo más ajustado a la realidad, para después hablar de sus planes de paz perpetua y de su relación con Rousseau.
Nació en la baja Normandía en 1658 y era de familia noble. Su padre administraba justicia y él le acompañaba en esas tareas desde los 15 años. Y con 18 años, después de la muerte de su padre, él seguía ejerciendo de árbitro de paz en conflictos entre particulares. Pasado el tiempo, decía que esa función jurídica no sólo le incitó a ocuparse de las reformas de sistema legal francés, sino también le había ayudado a tener conciencia de la necesidad de establecer un arbitraje de paz entre estados. En el rito de la confirmación cambió su nombre de “Charles-François” por el de “Charles-Irénée” (“eiréne” significa paz en griego). Una cierta fragilidad física le impidió la carrera militar y le encaminó a la carrera eclesiástica, pero le interesaba mucho más el estudio de las ciencias que el de la teología. Pronto sus inquietudes derivaron hacia la política. Gracias a su origen noble llegó a ser desde 1695 capellán de la duquesa de Orleans, cuñada del Luis XIV y madre del que sería regente a la muerte del “Rey Sol” (1715) hasta la mayoría de edad de su bisnieto Luis XV (1723). Desde esa posición, además de dedicarse a sus amadas obras de beneficencia, accedió a un palco privilegiado para ver de cerca el funcionamiento de la política.
En el mismo año fue elegido miembro de la Academia francesa, de la que sería presidente hasta en 3 ocasiones, gracias al apoyo de su compatriota normando Fontenelle, y eso que todavía no había escrito ningún libro: en la Academia había una lucha entre “antiguos” y “modernos” y se vio en él un posible adalid de los modernos. Perteneció también al círculo del Duque de Orleans, en el que depositaba sus esperanzas de cambios sociales y políticos, sobre todo en el periodo de 1715 a 1723, en el que fue regente de Francia. Pero no hubo los cambios esperados. No estaba claro si el regente y su círculo querían enmendar la política de Luis XIV volviendo a los antiguos privilegios de los nobles o limitar el poder real en un cierto sentido democrático, o probablemente una mezcla un tanto confusa de las dos cosas al mismo tiempo.
Fue en este tiempo cuando se convirtió en un escritor prolífico de ensayos sobre reformas sociales de todos los temas posibles: impuestos, carreteras, consejo del rey, ortografía, educación de niñas, policía, mendicidad, simplificación de los procesos judiciales, matrimonio de los sacerdotes…
Algunos de sus ensayos habían suscitado recelos, y su ensayo de 1717 sobre los impuestos levantó ampollas, sobre todo por las críticas que dedicaba a Luis XIV. Pero con la publicación en 1718 de su Polysynodie, en la que proponía que cada ministerio fuere regido por un consejo cuyos consejeros fueran electos, y en la que criticaba fuertemente el absolutismo y el belicismo de Luix XIV4 el conflicto estalló. Fue expulsado de la Academia. Él no quiso rectificar y pedir perdón, sino que preparó un discurso para defender sus ideas, pero no le dejaron pronunciarlo. No se permitió elegir a nadie para su sillón, de modo que el vacío representase el castigo de la expulsión. Posiblemente también con ello se quisiera dar un aviso al regente, que no protegió a Saint-Pierre, quizá para no granjearse más problemas, quizá porque sabía que Saint-Pierre iba bastante más lejos que lo que él pretendía con sus reformas políticas. Ni siquiera a su muerte, 25 años más tarde, se le perdonó: no se hizo su elogio fúnebre, como era preceptivo. Fue D’Alembert, que fue elegido secretario perpetuo de la Academia en 1772, quien quiso hacerle justicia y en 1775, más de 30 años después de su muerte, pronunció el Elogio del abad de Saint-Pierre.
Pero la expulsión perpetua de la Academia no le paró; al revés, se sintió con renovadas fuerzas para seguir en su misión y lo hizo promoviendo un nuevo foro para difundir sus propuestas de reforma; así participó en la fundación en 1720 de un club de debate político, según la moda de los clubs ingleses, el Club de l’Entresol, que quizás se pensaba que sería el germen de una futura Academia de las Ciencias Políticas. Pero no duró mucho, pues fue cerrado en 1731 por primer ministro, el cardenal Fleury: el gobierno y algunas cancillerías extranjeras estaban alarmados por las críticas políticas que allí se expresaban. Entonces enfocó sus esfuerzos hacia la participación en los salones, como el de Madame Geoffrin, que fue uno de los más importantes en el periodo de floración de la Ilustración, pues lo visitaban D’Alembert, Diderot, Grimm, Helvétius, d’Holbach o Hume. A partir de los años 30 el salón más importante para Saint Pierre fue en de Madame Dupin, que también fue frecuentado por Voltaire, Fontenelle, Rousseau, Montesquieu, Buffon… Saint Pierre fue su guía y consejero y fue ella, como veremos, la que impulsó a Rousseau a escribir sobre los proyectos de paz de Saint Pierre.
Todo este relato es necesario para entender que Saint-Pierre no era un representante del Antiguo Régimen con sueños teóricos utópicos que no cambiaban nada. Es verdad que no tenía la potencia filosófica revolucionaria de un Voltaire, Diderot o Rousseau, pero quería someter todo a la luz de la razón y, desde luego, lo que quería era proponer proyectos prácticos de cambio político y social. Tenía, pues, una vertiente práctica que no tenían los filósofos de la Ilustración, pero que era esencial en otros productos tan esenciales de ésta, como la Enciclopedia.
Y en este marco es en el que tenemos que entender su proyecto más querido: un plan de paz universal y perpetuo. Ya tenía ideas para construir una paz perpetua en 1707. En 1711 hizo una versión impresa de su plan para un círculo interno. En 1712 ya difundía pruebas de imprenta de la obra que se publicaría en 1713 con el nombre de Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe. Así que sus ideas no surgieron, como a veces se ha dicho cuando el cardenal Polignac quiso llevarle en 1713 como secretario a las negociaciones de paz de Utrecht, sino antes. Por supuesto que allí intentó difundir sus ideas e incluso a algunos negociadores les había enviado su prueba de imprenta en 1712.
Así se gestó la publicación de su plan de paz en 1713 en 2 gruesos volúmenes bajo el título de Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe. Fue traducido al inglés en 1714 y Saint-Pierre añadió un tercer volumen en 1717; después publicó resúmenes del proyecto cada cierto tiempo, en 1729 y 1738, para que no cayera en el olvido. Los escritos de Saint-Pierre sobre su plan de paz fueron un auténtico best-seller en el siglo XVIII, pues hubo, al menos, 32 ediciones durante ese siglo. Y eso que eran voluminosos y de pesada lectura, pues repetía frecuentemente las mismas ideas: creía que las cosas se aprendían a fuerza de repeticiones. Se cuenta que en una de las ocasiones en las que se le achacó que esos escritos eran pesados y repetitivos, él le retó al acusador a ver si era capaz de señalar una idea que se repitiera en exceso. Cuando su interlocutor puso varios ejemplos, Saint-Pierre le contestó entonces que viera cómo su procedimiento era tan bueno que había hecho que él pudiera recordar esas ideas tan interesantes. La mayoría de los más de 35 planes de paz del siglo de la Ilustración abarcan a lo sumo unas decenas de páginas, pero el de Saint-Pierre en su primera y principal versión, unas 800. Esto hace que para leerlo sea un tanto necesario tener una selección, como la que presentamos.
Él sabía que mucha gente le ridiculizaba diciendo que sus ideas eran “el sueño imposible de un visionario”. Pero su plan, decía, no estaba basado en idealizaciones del género humano, sino en los que consideraba eran los análisis más realistas de las pasiones humanas y de la situación política de su tiempo. Por eso, aunque alguna vez pensó que su plan se podría realizar en poco tiempo, en otras ocasiones afirmó que habría que esperar 200 años. Después de ese tiempo hemos visto algo de lo que él proyectaba, incluso con los mismos nombres que él utilizaba: “Unión Europea” y “Naciones Unidas”.
El plan era crear un parlamento mundial al que cada estado enviara 4 miembros, con lo que los estados pequeños quedarían igualados con los estados poderosos. Este parlamento resolvería los conflictos entre los estados y debería tener un poder militar suficiente para imponer sus sentencias a cualquier estado. Como muestra de su realismo y ante algunas críticas, en las versiones definitivas de su plan restringió estratégicamente el proyecto sólo a los estados cristianos de Europa y garantizaba el status quo de las casas reales europeas, no sólo frente a las reivindicaciones de las vecinas, sino, esto hay que subrayarlo, contra los intentos interiores de derrocamiento y contra las revoluciones5.Pero habría que decir que lo importante de Saint-Pierre no fueron todas y cada una de las propuestas que hacía, sino sólo algunas y, especialmente, ser un detonante decisivo para que se pusieran en la agenda intelectual los temas de la paz perpetua, la construcción política europea y el cosmopolitismo político.
El proyecto de Saint Pierre fue muy comentado. Generalmente se decía que era “los sueños de un hombre de bien”, aunque a veces incluso se le ridiculizaba abiertamente, como hizo Voltaire en un epigrama 17256:
No hace mucho tiempo, del abad de Saint Pierre
se me mostraba un busto tan perfecto
que no supe si era carne o piedra,
tan al detalle el escultor había copiado sus rasgos.
Por tanto, quedé perplejo y estupefacto
creyéndome caer en confusión;
enseguida dije de repente:
“esto no es más que una imagen;
el original diría alguna tontería”.
Quizá fue mediante Rousseau como las ideas de Saint-Pierre adquirieron una resonancia más positiva. La historia es que el abad Mably y Madame Dupin tenían interés por difundir las obras de Saint-Pierre unos 10 años después de su muerte y pensaron que Rousseau, que decía sentir veneración por él, podía hacer algunos resúmenes de sus voluminosas obras y hacerlas accesibles al público. Pero el abad había sido un escritor muy prolífico y Rousseau no estaba dispuesto pasar mucho tiempo haciendo resúmenes. Así que eligió las dos obras que consideraba más interesantes, el proyecto de paz y la Polysynodie. Enseguida vio que tenía reparos a algunas ideas de los escritos de paz de Saint Pierre, y como no podía dejar de expresarlos, pero le parecía mal hacerlo en el resumen que le habían encargado, preparó dos obras, un resumen y un juicio crítico. También previó los problemas que podría haber con la censura del gobierno y pensó, en consecuencia, publicar sólo el resumen: al fin y al cabo a él no podrían perseguirlo, porque las ideas eran de Saint-Pierre y él sólo había hecho un resumen. Así que publicó en 1761 Extrait du Projet de Paix Perpétuelle y se guardó el juicio crítico, que se publicaría después de su muerte como Jugement sur le Projet de paix perpétuelle. Se hicieron ya en 1761 varias ediciones del resumen, una de ellas era una traducción al inglés, que luego se reeditó seis años más tarde; publicó enseguida otra traducción en alemán; también algunas partes del Resumen se editaron en una antología de textos de Saint Pierre de 17757. Podríamos decir que Rousseau quedó unido a Saint Pierre en el imaginario de los intelectuales hasta final de siglo en cuanto al proyecto de paz y su importancia en la agenda filosófica.
En el Resumen alababa el proyecto de Saint Pierre diciendo que era el proyecto más grande, bello y útil que había concebido el espíritu humano8. Pero incluso en el Resumen Rousseau no podía resistirse a decir su propia opinión. No pensaba que el plan de Saint Pierre fueran sueños utópicos, pero su análisis de los políticos, afirmaba, no era certero: los príncipes no eran seres que, como decía Saint-Pierre, buscasen siempre su propia utilidad (pues entonces verían que nada era más útil para ellos que tener un pueblo rico y en paz, lo que les reportaría a ellos mucho más honor, riquezas y felicidad que las guerras), sino seres dominados por pasiones que obraban muchas veces en contra de su propia utilidad y beneficio. Eran insensatos y pasionales.
El Jugement sur la paix perpétuelle no fue publicado hasta 1782, después de la muerte de Rousseau, quizá por el miedo que tenía a los problemas que le podían causar la difusión de estas ideas o quizá porque pensase que estas ideas necesitaban más tiempo para ser mejor perfiladas. En esta obra había una alabanza general a Saint Pierre y a su obra, pero en general el tono era crítico. El problema principal del plan del abad, decía, era señalar la voluntad de los príncipes como la vía de acceso para construir las instituciones europeas que habrían de traer la paz. Pero éstos, guiados por la ambición, confundían, según Rousseau, su interés real (que sería la paz) con su interés aparente (sentirse sin ninguna atadura, ni de las leyes ni de instituciones europeas por encima de ellos); tenían, pensaba el ginebrino, un exceso de la pasión del amor propio. En una de las hojas sueltas de un borrador que Rousseau había escrito acerca de Saint-Pierre aparecía la siguiente anotación: “Hubiera sido un hombre muy sabio [Saint-Pierre], si no hubiera tenido la locura de la razón. Parecía ignorar que los príncipes, como los otros hombres, no se rigen más que por sus pasiones y no razonan más que para justificar las estupideces que ellas les hacen hacer”9.
Este exceso de amor propio llevaba a los príncipes a buscar fundamentalmente dos cosas: extender su dominio hacia afuera y hacerlo más absoluto dentro. El proyecto de paz de Saint Pierre no favorecía, como era obvio, el primer objetivo, pues, extendiendo la paz por el continente europeo, detenía para siempre las ansias expansionistas; pero tampoco ayudaba al segundo, pues una tal institución europea que ponía justicia para mantener la paz, parecía decir Rousseau, por su propia naturaleza defendería a los súbditos frente a la tiranía de los príncipes10, aunque Saint-Pierre afirmaba que el Consejo Europeo defendería el status quo de los príncipes frente a los deseos de cambio de sus súbditos. Al filósofo ginebrino le parecía que la propia lógica de la Confederación europea, que tenía como objetivo la felicidad de los ciudadanos, no sólo no debía garantizar el poder mal empleado de los príncipes contra sus súbditos, sino que, al revés, tenía que defender a los ciudadanos contra la tiranía de los gobernantes. Por eso, creía, los príncipes no tenían ninguna voluntad de crear la confederación. Se preguntaba: “¿hay acaso un solo príncipe que no sintiera indignación al verse obligado a ser justo no sólo con los extranjeros, sino también con sus propios súbditos?”11. Para Rousseau éste era el principal punto débil de Saint-Pierre. Pensaba el ginebrino que no se debía proponer un plan de paz que fuera contra el pueblo o pudiera ser utilizado contra la voluntad del pueblo. Saint-Pierre no se había percatado de que las mismas resistencias que tenían los príncipes para que hubiera un estado de derecho, que protegiera al pueblo de su absolutismo, eran las que tenían a un proyecto de paz perpetua mediante una confederación de estados, que limitase su poder. Si se pensaba que el motor de la política son las voluntades (pasionales) de los príncipes, entonces había que concluir que éstas no permitirían ni que hubiera un tribunal por encima de ellos, ni que el pueblo quisiera determinar su actuación.
Uno esperaría que Rousseau expusiera unos mecanismos más democráticos y más a favor del pueblo para construir esas instituciones europeas. Pero la obra se acaba inesperadamente con un final sorprendente, tan del gusto del estilo paradójico de Rousseau:
Admiremos un proyecto tan bello, pero consolémonos de no verlo realizarse, pues no se podría hacer más que por medios violentos y temibles para la Humanidad. No se ve cómo se puede establecer ligas federativas de otra manera que por revoluciones. Y de acuerdo con este principio, ¿quién de nosotros osaría decir si esta liga es algo a desear o a temer? Ella haría quizás más mal de una vez que el que podría evitar por los siglos12.
En textos posteriores Rousseau abandonó la idea de una gran federación. El ideal estaba en vivir en naciones pequeñas, que conformaban el carácter y los hábitos morales del pueblo y le inspiraban un ardiente amor a la patria, en las que podía haber una democracia sin tiranía, que siempre se daba en las naciones grandes. En todo caso, estaría bien que esas pequeñas naciones se confederasen para contrarrestar el poder de las grandes. Pero no desarrolló mucho más esas ideas.
Ya que las críticas de Rousseau a Saint-Pierre, como hemos dicho, no pudieron ser conocidas hasta 1782, fecha de la publicación de su Juicio sobre la paz perpetua, y, además, esta obra fue apenas conocida, la figura de Rousseau quedó ligada durante mucho tiempo a la de Saint-Pierre como si tuviera sus mismas ideas. En los textos que hemos traducido, algunos párrafos seleccionados de dos obras de Saint-Pierre y el Jugement de Rousseau completo, creemos que se puede ver la riqueza de esa confluencia entre los dos pensadores, que fue tan importante para los planes de paz, la construcción de una Unión Europea y la creación de instituciones políticas cosmopolitas.
Antología de textos de SAINT-PIERRE
1. Hace aproximadamente cuatro años que, después de haber acabado un primer esbozo de un Reglamento útil al comercio interior del Reino, sabedor por mis propios ojos de la extrema miseria a la que los pueblos son reducidos por los grandes impuestos, conocedor de diversos informes sobre las contribuciones excesivas, sobre revueltas, incendios, violencias, crueldades y muertes que sufren todos los días los desgraciados habitantes de las fronteras de los Estados cristianos; en fin, afectado muy sensiblemente por todos los males que la guerra causa a los soberanos de Europa y a sus súbditos, he tomado la resolución de penetrar hasta las primeras fuentes de ese mal y buscar con mis propias reflexiones si esta calamidad estuviera tan ligada a la naturaleza de los gobiernos y de los soberanos que no tuviera remedio de ninguna manera, y me he puesto a profundizar en este asunto para descubrir si fuera imposible encontrar algunos medios practicables para terminar sin guerra todas los conflictos futuros entre los soberanos y para lograr así la paz perpetua entre ellos (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. de Simone Goyard-Fabre, París, Fayard, 1986, pp. 9-10).
2. Yo reflexionaba sobre si los soberanos no podrían encontrar alguna seguridad suficiente en cuanto al cumplimiento de promesas mutuas mediante la creación entre ellos de un Arbitraje perpetuo y descubrí que si las 18 principales autoridades supremas de Europa, para conservarse en el gobierno, para evitar la guerra entre ellos y para procurarse todas las ventajas de un comercio perpetuo de nación a nación, quisieran hacer un Tratado de Unión y un Congreso perpetuo, más o menos sobre el mismo modelo de los 7 estados de Holanda, los 13 de Suiza o los estados de Alemania, y formar la Unión Europea teniendo en cuenta lo que hay de bueno en estas uniones, sobre todo en la Unión Germánica, compuesta de más de dos cientos estados, los más débiles tendrían seguridad suficiente de que el gran poder de los más fuertes no podría dañarles, que cada uno guardaría con exactitud las promesas recíprocas, que el comercio no sería nunca interrumpido y que todos los desacuerdos futuros se resolverían sin guerra por la vía de árbitros, seguridad que no se puede jamás encontrar sin esto (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., pp. 11-12).
3. En el segundo esbozo el proyecto abarcaba a todos los Estados de la Tierra. Mis amigos me han hecho tener en cuenta que, aunque en los siglos siguientes la mayoría de los soberanos de Asia y África pidan ser recibidos en la Unión, este enfoque parece tan lejano y tan lleno de dificultades, que arroja sobre todo el proyecto un aire y una apariencia de imposibilidad que espanta a los lectores y lleva a algunos a creer que la ejecución del plan, incluso aunque se limitase sólo a la Europa Cristiana, sería imposible (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., p. 18).
4. Sin los beneficios de la sociedad cualquier hombre [por rico que fuera] viviría como un salvaje, sin ninguna seguridad ni para sus bienes, ni para la conservación de su familia, ni para su vida misma, que estaría siempre en peligro de ser atacada de improviso y de ser segada por aquel con quien tuviera cualquier disputa. No habiendo ninguna ley que asegurase sus bienes económicos, tendría que luchar todos los días contra la necesidad en una inquietud perpetua por su subsistencia y la de su familia, como sucede entre los salvajes. No he querido mostrar más que un solo aspecto: que es infinitamente más ventajoso a todo hombre estar en sociedad permanente con sus semejantes que no estar. De ahí he concluido que a los soberanos cristianos les faltaría un bienestar infinito en tanto que no hicieran entre todos una sociedad permanente, para dar al más débil una seguridad suficiente contra el más fuerte, para prevenir los principales puntos de disputa entre ellos, para tener un medio infalible de repartir justicia sin guerra con respecto a las pequeñas diferencias restantes y para tener seguridad suficiente en cuanto a la continuación del comercio entre todas las naciones cristianas (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., pp. 34-35).
5. He mostrado que no habrá jamás ninguna seguridad suficiente para el cumplimiento de los tratados de paz y de comercio en Europa mientras que el que no los cumpla no pueda ser obligado por una fuerza suficiente a cumplirlos, y que no encontraremos esta fuerza suficiente mientras que no haya una Sociedad permanente entre todos los Estados cristianos (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., p. 35).
6. Me parece que he demostrado en el primer Discurso que ni los tratados ni el equilibrio han sido protección suficiente para asegurar a Europa contra las calamidades de la guerra, que de esa forma los soberanos cristianos permanecerán siempre atormentados por guerras perpetuas, que no pueden ser interrumpidas más que por dos tipos de acontecimientos. En primer lugar, por tratados de paz, o más bien por treguas, bastante cortas, que no proporcionarían ninguna seguridad suficiente en cuanto a su cumplimiento. En segundo lugar, por una caída de alguna casa real, cuya ruina no hace más que preceder en algún tiempo la de todas las que reinan hoy.
He mostrado también en el segundo Discurso mediante ejemplos consistentes que se puede emplear una protección suficiente contra la guerra. Se trata del establecimiento de una Sociedad permanente, compuesta por todos los soberanos cristianos, representada en un Congreso permanente por sus diputados para regular sin guerra por una mayoría de tres cuartos los desacuerdos que se vayan produciendo y las condiciones del comercio. Por todo lo que se ha dicho de manera detallada, he mostrado lo que podríamos poner en práctica de la mejor manera. Voy ahora a profundizar en los motivos que pudieron determinar a los antiguos soberanos a formar sus sociedades [el Cuerpo Germánico o los Estados Suizos o los Estados Holandeses] y pueden, consecuentemente, determinar a los nuestros a formar la Sociedad Europea.
Estos motivos son las ventajas que nuestros Soberanos deben sacar de ello. Así, para demostrar la propuesta que hace el autor de este Discurso [Saint Pierre], bastará comparar las ventajas de los Soberanos cristianos en la situación presente del sistema de guerra casi perpetua con las que tendrían en el sistema de la paz inalterable. Pues si, al repasar todas las ventajas de uno y otro sistema y contrastando las ventajas de uno con las de otro, muestro claramente que las ventajas son mucho más grandes y mucho más numerosas en el sistema de la paz, la sola comparación suministrará una perfecta demostración de la proposición (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., pp. 95-96).
7. Si dos Casas Reales pudiesen darse mutuamente una seguridad suficiente de que su acuerdo se cumpliría sin guerra, solamente durante ciento cincuenta años, las dos tendrían como provecho neto lo que resultaría de ceder las dos en aumentar su territorio a costa del otro mediante la guerra. Ahora bien, sólo estos dos factores de la continuación del comercio y del ahorro en el gasto militar podrían fácilmente enriquecer el doble a cada uno de los Estados y a cada una de las dos Casas Reales, como lo mostraremos seguidamente. ¿Podrían esperar más mediante el éxito de una guerra de ciento cincuenta años? En el sistema de la guerra, cada Casa Real arriesga con perder todo para alcanzar el doble arruinando a la otra, mientras que, en el sistema de la paz, ni la una ni la otra arriesgan nada, para alcanzar esa misma ganancia doble y ninguna tiene que arruinar a la Casa Real vecina (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., pp. 99-100).
8. [….] todo el que tiene algo que temer es dependiente. Y el que tiene mucho que temer está en un estado de gran dependencia. Así verdaderamente se puede decir que todos los Soberanos, por muy independientes que se los imagine, están en un estado de dependencia muy real unos de otros, porque tienen mucho que temer realmente unos de otros y que una Casa Real está en relación de dependencia en proporción a la fuerza de otras Casas Reales y de sus Ligas defensivas, y esta dependencia es sobre todo más grande para el Soberano que está en la vía de la fuerza, cuya Casa Real está en un peligro continuo de ser derrocada totalmente por uno o muchos enemigos que se convertirán en más fuertes; este Soberano no depende de nadie para tomar las armas, pero, después de haberlas tomado, depende del éxito y éste depende de la fuerza de sus enemigos.
Que se pondere, por el contrario, lo que puede temer en el sistema del arbitraje y se verá que como tiene mucho menos que temer de sus árbitros que lo que tiene que temer de sus enemigos, estará en una independencia13 mucho mayor en el sistema del arbitraje que en el sistema de la fuerza (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., p. 119).
9. Es claro que si ellos [los soberanos] pudieran encontrar un medio para no tener que temerse nunca, salir de la mutua dependencia sería para ellos una gran ventaja. Como el príncipe más poderoso de Europa puede encontrar o encontrará siempre Ligas tan poderosas como él, si pudiera encontrar un medio de no tener nada que temer ni de estas Ligas ni de ninguno de sus miembros, es claro que saldría del estado de dependencia de hecho, que es siempre muy duro y opresor. Ahora bien, este medio no se podría encontrar nunca en el sistema de la guerra, donde cada uno no tiende más que a la fuerza y a los hechos consumados; por el contrario, se encuentra fácilmente en el sistema de la sociedad y de la paz, donde no se seguirán otras vías que las de la justicia y el derecho, donde nadie tendría que temer nunca nada de otro, porque todos estarían bajo la protección de la Sociedad (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., pp. 122-123).
10. Siendo estas ventajas [las que proporcionaría si se siguiera este Proyecto de paz] tan grandes y evidentes, ¿es necesario ser muy sabio y razonable para decidirse a firmar un Tratado que, se mire por donde se mire, es tan ventajoso para todas las partes? ¿Acaso es necesario tener un espíritu muy sublime y una razón exenta de pasiones? ¿No es, por el contrario, este sistema concordante con las pasiones más comunes? ¿No están a nuestro favor los grandes temores y esperanzas? Yo no requiero un soberano perfecto, pero si lo fuera, tanto mejor: el amor por el bien público y el celo por la justicia lo pondrían de nuestro lado; si él no es perfecto, si incluso es injusto, con tal de que desee aumentar sus ganancias y de que dure mucho su Casa sobre el trono, él estará también a nuestro favor. Si ama la admiración, soñará con ser el bienhechor de sus pueblos y de todas las naciones y no el azote del género humano. Si le gustan los edificios, los muebles y tener de todo, estaría también a nuestro favor. Si es devoto de la virtud o si se da a los placeres, también está a nuestro favor. Este sistema tiene con qué contentar a todos los tipos de personas y sin paz ninguna persona, sea del tipo que sea, podría jamás, de ninguna manera, vivir colmada (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., p. 156).
11. Con respecto a los mahometanos que son vecinos de Europa, los tártaros, los turcos, los tunecinos, los libios, los argelinos y los marroquíes, se me dice que no sería conveniente darles voz en el Congreso e incluso que ellos no lo aceptarían. Pero la Unión, para mantener la paz y el comercio con ellos y librarse de tener que estar armada contra ellos, podría hacer un Tratado con ellos con las mismas seguridades [que el Tratado europeo] y conceder a cada uno de esos pueblos tener un representante en la villa de la paz (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., pp. 160-161).
12. Lo que es más importante para un soberano es poder gobernar sus estados con la mayor facilidad, es decir, con más autoridad, de manera que aumentando la felicidad de sus súbditos pueda aumentar la suya propia. Para esto es preciso que tenga seguridad no sólo de que la Unión no pondrá ningún obstáculo en esto, sino incluso que le ayudará con sus recursos a someter a los espíritus rebeldes y a crear las instituciones que él piense convenientes a su propia utilidad y a la de sus pueblos, de modo que la Unión no intervenga jamás en juzgar la conducta de un soberano, sino solamente en apoyar siempre su voluntad. Los soberanos concordarán de buen grado en este artículo tanto cuanto tienen interés en aumentar su autoridad sobre sus súbditos. Cada soberano tendrá tanta más seguridad cuanto el cuerpo de la Unión observe siempre exactamente este artículo, en tanto que los estados monárquicos serán dos tercios de la Unión y los estados republicanos, por otra parte, no tendrán ningún interés en oponerse a este aumento de autoridad: pues, si, por una parte, tienen que temer que muchos príncipes muy sabios en el futuro gobiernen muy amablemente, de manera que los súbditos mismos de las repúblicas quieran establecerse en esta monarquía, por la otra, esas repúblicas tienen que esperar que muchos príncipes poco hábiles deteriorarán, por sus gobiernos odiosos, su mismo estado de tal manera, que muchos súbditos de estos monarcas querrán irse con sus riquezas y sus talentos a los estados republicanos (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., p. 163).
13. Propongo a Utrecht como villa para la Asamblea. No la propongo, sin embargo, más que provisionalmente, porque no estoy seguro de que no se pueda encontrar, considerando todos los aspectos, otra que convenga más a la Unión. Pero, a decir verdad, no conozco ninguna en el presente que tenga tantas ventajas para ser preferida.
1. Una ciudad de Holanda me parecía preferible, pues los holandeses, de todos los pueblos de la Tierra son lo que más se dedican al comercio y los más entendidos en él; ¿acaso la ciudad de la paz puede estar mejor situada que entre el pueblo más apacible de todos los pueblos y el más interesado en la conservación de la paz?
2. Si esta ciudad estuviera dentro de una monarquía o en la frontera de dos monarquías, sería menos libre y el Congreso tendría que temer más ser disuelto en un momento por un monarca turbulento e insensato […]
11. No hay ninguna nación cristiana en donde se encuentre, tanto entre los sabios como entre el pueblo, una mayor disposición a tolerar las otras religiones que en la nación holandesa. Hay que estar de acuerdo en que la tolerancia es una cualidad estimable en una religión falsa, porque tolerar como ciudadanos a los que tienen la dicha de ser verdaderos fieles es tener un proceder honesto, y no es una pequeña ventaja para la ciudad de la paz que su pueblo y sus magistrados estén, por lo general, dispuestos a tolerar con bondad y humanidad a los que son considerados como herejes (Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe [1713], en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit., pp. 198-200).
14. […] no sólo la Convención del Arbitraje Europeo es muy posible, sino que incluso es imposible a la larga que los gobernantes no se determinen finalmente a convenir un arbitraje permanente para regular sus controversias futuras, cuando se den algunas coyunturas favorables en las diferentes crisis de los estados y cuando les lleguen a ser familiares estas reflexiones saludables sobre las inmensas ventajas de una política general.
Por eso, no me contento con decir que este Tratado es muy factible, que esta Institución es muy practicable, que es muy posible. Sostengo, por razones […] fundadas en la naturaleza misma de los hombres que es absolutamente imposible que no se realice un día. La única cosa que no está clara es el momento en que se realizará, pero me atrevo a decir que este tiempo está más cerca de lo que se cree (Projet de Traité pour rendre la paix perpétuelle entre les Souverains chrétiens, Utrecht, Schouten, 1717, en Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe, ed. cit, pp. 694-695).
ROUSSEAU, Juicio sobre el Proyecto de paz perpetua14
El proyecto de paz perpetua, siendo por su objeto el más digno de ocupar a un hombre de bien, fue también de todos los del abad de Saint-Pierre aquél que él meditó durante más tiempo y el que él persiguió con más obstinación, pues difícilmente se puede llamar de otra manera este celo de misionero que no le abandonó jamás en esta cuestión, a pesar de la evidente imposibilidad de éxito, el ridículo al que se entregaba cada vez más y los disgustos que tuvo que soportar sin cesar. Parece que este espíritu sano, únicamente atento al bien público, medía los cuidados que ponía en las cosas sólo por el grado de su utilidad, sin dejarse jamás desalentar por los obstáculos ni pensar en el interés personal.
Si alguna vez una verdad moral fue demostrada, me parece que es la de la utilidad general y particular de este proyecto. Las ventajas que resultarían de su ejecución, ya para cada príncipe, ya para cada pueblo, ya para Europa entera, son inmensas, claras e incontestables. No se puede encontrar nada más sólido y más exacto que los razonamientos por los que el autor las establece. Realizad su República europea sólo durante un año y eso será bastante para hacerla durar eternamente: todo el mundo podría experimentar el provecho que causaría en el bien común. Sin embargo, estos mismos príncipes que la defenderían con todas sus fuerzas si esta República europea existiera, se opondrían de la misma manera a su realización e impedirían inevitablemente su establecimiento, de la misma forma que impedirían que se desvaneciera si existiera. Así, la obra del abad de Saint-Pierre sobre la paz perpetua parece inútil para construir la paz y superflua para conservarla. Es, pues, una vana especulación, diría cualquier lector impaciente. ¡Pero no!, es un libro sólido y sensato, y es muy importante que exista.
Comencemos por examinar las dificultades de los que no juzgan las razones mediante la razón, sino con el criterio de los hechos, y que no tienen nada que objetar a este proyecto sino que no ha sido realizado. En efecto, dirán sin duda, si sus ventajas son tan reales, ¿por qué, pues, los soberanos de Europa no lo han adoptado? ¿Por qué descuidan su propio interés, si este interés les ha sido demostrado tan claramente? ¿Acaso podemos pensar que rechazan, además, los medios de aumentar sus rentas y su poder? Si este proyecto fuera tan bueno para esto, como se pretende, ¿es creíble que fuesen menos devotos de este proyecto que de todos los que les extravían desde hace tanto tiempo, y que prefiriesen mil recursos engañosos a un provecho evidente?
Sin duda esto es creíble, si se supone que su sabiduría es igual a su ambición y que ven tanto más sus ventajas cuanto las desean con más fuerza, en vez de pensar que el mayor castigo de los excesos de su amor propio es que recurren siempre a los medios que llevan al amor propio a la exageración y que el ardor mismo de las pasiones es casi siempre lo que las hace desviarse de su meta. Distingamos, pues, en política, como en moral, el interés real del interés aparente. El primero se encontraría en la paz perpetua, lo que se demuestra en el Proyecto. El segundo se encuentra en el estado de independencia absoluta que aparta a los soberanos del imperio de la ley para someterlos al imperio de la suerte, siendo semejantes a un piloto insensato que, para dar muestra de un vano saber y ejercer su autoridad sobre a sus marineros, preferiría navegar entre peñascos durante la tempestad que mantener firme su barco mediante el ancla.
Toda la ocupación de los reyes o de aquellos a los que encargan sus funciones concierne a dos únicos objetivos: extender su dominación hacia afuera y hacerla más absoluta dentro. Toda otra consideración, o se refiere a alguna de esas dos, o no les sirve más que de pretexto. Así son la consideración del bien público, o del honor de los súbditos, o de la gloria de la nación, palabras eternamente proscritas en el gabinete del gobierno y tan groseramente empleadas en las leyes públicos, que no preludian jamás más que disposiciones funestas, de modo que el pueblo gime de antemano cuando sus señores le hablan de sus cuidados paternales.
Que se juzgue, de acuerdo con esas dos máximas fundamentales, cómo los príncipes pueden recibir una propuesta que choca directamente contra la primera y que no es apenas más favorable a la segunda. Pues se comprende bien que el gobierno de cada estado queda tan determinado por la Dieta europea como sus límites y que no se puede dar garantía a los príncipes frente a la revuelta de sus súbditos, sin garantizar al mismo tiempo a los súbditos frente a la tiranía de los príncipes, pues de otra manera la institución no podría subsistir. Ahora bien, yo pregunto si hay en el mundo un solo soberano que, limitado así para siempre jamás en sus proyectos más queridos, soportase sin indignación la sola idea de verse forzado a ser justo, no solamente con los extranjeros, sino incluso con sus propios súbditos.
Es fácil también comprender que, de un lado, la guerra y las conquistas y, del otro, el progreso del despotismo, se ayudan mutuamente; que a un pueblo de esclavos se le toma a discreción dinero y hombres para subyugar a otros; que la guerra proporciona a su vez un pretexto para impuestos indebidamente exagerados y otro, no menos engañoso, para tener grandes ejércitos a fin de mantener al pueblo a distancia. En fin, cada uno ve suficientemente que los príncipes conquistadores hacen, al menos, tanto la guerra a sus súbditos como a sus enemigos y que la condición de los vencedores no es mejor que la de los vencidos. “He vencido a los romanos -escribía Aníbal a los cartagineses-, enviadme tropas; he sometido a Italia a tributo, enviadme dinero”. Esto es lo que significan los Te Deum, las fogatas en señal de reconocimiento y el júbilo del pueblo por los triunfos de sus señores.
En cuanto a las disputas entre un príncipe y otro, ¿se puede esperar someter a un tribunal superior a unos hombres que se atreven a jactarse de no tener su poder más que por su espada y que no hacen mención del mismo Dios más que porque está en el cielo? ¿En sus querellas los soberanos se van a someter a vías jurídicas, cuando todo el rigor de las leyes no ha podido nunca forzar a los particulares a admitir esta salida jurídica en sus querellas? Cualquier caballero ofendido desdeña poner una denuncia ante el Tribunal de los Mariscales de Francia, ¿y pretendéis que un rey la ponga ante la Dieta Europea? Hay además esta diferencia: que el caballero peca contra las leyes y expone doblemente su vida, mientras que el rey no expone apenas otra cosa que a sus súbditos y usa, al tomar las armas, un derecho reconocido por todo el género humano y del que pretende no tener que dar cuentas más que a Dios.
Un príncipe que pone su causa en manos del azar de la guerra no ignora que corre riesgos, pero está menos impresionado por estos riesgos que por las ventajas que se promete, pues teme mucho menos a la fortuna que lo que espera de su propia sabiduría. Si es poderoso, cuenta con sus fuerzas; si es débil, cuenta con sus alianzas. A veces le es útil, con respecto al interior del Estado, purgar los malos humores, debilitar a los súbditos indóciles y soportar incluso fracasos, pues el político hábil sabe sacar ventaja de sus propias derrotas. Espero que se tenga en cuenta que no soy yo el que razona así, sino el sofista de la Corte, que prefiere un gran territorio y pocos súbditos, pobres y sumisos, al imperio inquebrantable que dan al príncipe la justicia y las leyes sobre un pueblo feliz y floreciente.
Es también por el mismo principio por el que se refuta el argumento sacado de la suspensión del comercio, de la despoblación, de los trastornos de las finanzas y de las pérdidas reales que causa una vana conquista. Es un cálculo muy defectuoso evaluar siempre en dinero las ganancias o las pérdidas de los soberanos: el grado de poder que tienen en mente no se cuenta por los millones que se posee. El príncipe hace siempre sus proyectos en círculo: quiere la autoridad para tener riqueza, y riqueza, para ejercer la autoridad. Sacrificará sucesivamente una y otra para adquirir aquella de las dos que le falte; pero sólo por el fin de llegar a poseer al fin las dos al mismo tiempo es por lo que las persigue separadamente, pues para ser el dueño de los hombres y las cosas es preciso que tenga a la vez el poder y el dinero.
Añadamos, finalmente, respecto de las grandes ventajas que para el comercio deben resultar de una paz general y perpetua, que se trata de bienes en sí mismos ciertos e incontestables, pero que siendo comunes a todos, no serán reales para nadie, teniendo en cuenta que tales ventajas no se notan más que en la comparación y que uno, para aumentar su poder relativo, no debe buscar más que bienes exclusivos.
Sin parar de estar engañados por la apariencia de las cosas, los príncipes rechazarían, pues, esta paz, cuando pesasen sus propios intereses; ¿qué será lo que pasará cuando sean sus ministros, cuyos intereses son siempre opuestos a los del pueblo y casi siempre a los del príncipe, quienes juzguen una cuestión pesando sus propios intereses? Los ministros tienen necesidad de la guerra para convertirse en necesarios, para poner al príncipe en apuros de los que no pueda salir sin ellos y para perder al estado, si es preciso, antes que su propio puesto; tienen necesidad de la guerra para vejar al pueblo bajo el pretexto de necesidades públicas; tienen necesidad de la guerra para colocar a sus protegidos, ganar en los mercados y hacer en secreto mil odiosos monopolios; tienen necesidad de la guerra para satisfacer sus pasiones y derribarse unos a los otros; tienen necesidad de la guerra para apoderarse del príncipe, sacándole de la corte cuando se forman intrigas peligrosas contra ellos. Perderían todos sus recursos con la paz perpetua. ¡Y el público no deja de preguntarse por qué, si este proyecto es posible, ellos no lo han adoptado! Y no se ve que no hay nada imposible en este proyecto, si no es el que sea adoptado por ellos. ¿Qué harán pues, para oponerse a él? Lo que siempre han hecho: lo convertirán en ridículo.
Tampoco debemos creer con el abad de Saint-Pierre que, incluso con la buena voluntad que los príncipes y los ministros no tendrán jamás, es fácil encontrar un momento favorable a la realización de este sistema, pues sería necesario para esto que la suma de los intereses particulares no superarse al interés común y que cada uno creyera ver en el bien de todos el mayor bien que pudiera esperar para sí mismo. Ahora bien, esto demanda una concurrencia de sabiduría en tantas cabezas y una concurrencia de conexiones en tantos intereses, que no se debe apenas esperar del azar la coincidencia fortuita de todas las circunstancias necesarias. Sin embargo, si esta coincidencia no tiene lugar, no hay fuerza que pueda suplirla y entonces no es ya cuestión de persuadir, sino de obligar, y ya no hay que escribir libros, sino reclutar tropas.
Así, aunque el proyecto fuera muy sabio, los medios de realizarlo muestran la simplicidad del autor. Se imaginaba buenamente que no era preciso nada más que reunir un congreso, proponer sus artículos e ir a firmarlos, y que todo sería hecho. Convengamos en que, en todos los proyectos de este hombre honesto, él era capaz de ver bien los efectos de las cosas cuando éstas fueran establecidas, pero los medios para establecerlas los juzgaba como un niño.
Solo quisiera, para probar que el proyecto de la República cristiana no es quimérico, nombrar a su primer autor: pues ciertamente Enrique IV no era un loco, ni Sully un visionario. El abad de Saint-Pierre se apoyaba en la autoridad de estos grandes nombres para renovar su sistema. Pero, ¡qué diferencias hay en cuanto al tiempo, las circunstancias, lo propuesto, la manera de hacerlo y su autor! Para entenderlo, echemos una mirada a la situación general de las cosas en el momento escogido por Enrique IV para la realización de su proyecto.
La grandeza de Carlos V, que reinaba sobre una parte del mundo y hacía temblar a la otra, le había hecho aspirar a la monarquía universal con grandes medios para el éxito y grandes talentos para emplearlos. Su hijo, más rico y menos poderoso, persiguiendo sin descanso un proyecto que no era capaz de realizar, no dejó de causar continuas inquietudes a Europa, y la Casa de Austria había adquirido tal ascendiente sobre las otras potencias, que ningún príncipe reinaba con seguridad si no estaba a buenas con ella. Felipe III, menos hábil todavía que su padre, heredó todas sus pretensiones. El pavor de la potencia española tenía todavía a toda Europa amedrentada y España continuaba dominando más por la costumbre de mandar que por el poder de hacerse obedecer. En efecto, la revuelta de los Países Bajos, la provisión de armamentos contra Inglaterra, las guerras civiles en Francia, habían agotado las fuerzas de España y los tesoros de la Indias. La Casa de Austria, dividida en dos ramas, no actuaba con el mismo concierto y, aunque el emperador se esforzaba en mantener o recuperar en Alemania la autoridad de Carlos V, no hacía más que alejar de sí a los príncipes y fomentar ligas que no tardarían en eclosionar y que estuvieron a punto de destronarlo. Así se preparaba desde hacía tiempo la decadencia de la Casa de Austria y el restablecimiento de la libertad común. Sin embargo, nadie osaba a aventurarse a ser el primero en cortar el yugo y a exponerse él solo a la guerra. El ejemplo del mismo Enrique IV, que había salido indemne de tan mala manera, desanimaba a todos los demás. Además, si se exceptúa al duque de Savoya, demasiado débil y demasiado subyugado para emprender nada, no había entre todos los soberanos un solo hombre inteligente en situación de formar y sostener la empresa. Cada uno esperaba el tiempo y las circunstancias para encontrar el momento de romper sus cadenas. Ese era en líneas generales el estado de cosas cuando Enrique formó el plan de la República cristiana y se preparó a realizarlo; un proyecto muy grande y admirable en sí mismo, del que no quiero empalidecer su honor, pero que, teniendo por motivo secreto la esperanza de debilitar un enemigo temible, recibía de este presente motivo una fuerza que hubiera difícilmente sacado de la sola utilidad común.
Veamos ahora qué medios había empleado este gran hombre para preparar una tan alta empresa. Consideraremos que el primero es haber visto bien todas las dificultades del proyecto, del tal suerte que, habiendo formado este proyecto desde su infancia, lo meditó durante toda su vida y reservó su realización para su vejez, conducta que prueba primeramente este deseo ardiente y sostenido, que sólo así puede vencer los obstáculos en las cosas difíciles y, además, esta sabiduría paciente y reflexiva que allana los caminos después de un largo trabajo a fuerza de previsión y de preparación. Pues hay mucha diferencia entre las empresas necesarias, en las que la prudencia misma quiere que se deje algo al azar, y aquellas que sólo pueden ser justificadas por el éxito, pues no teniendo necesidad de hacerlas, no se las ha debido intentar más que a tiro hecho. El secreto que guardó profundamente durante toda su vida hasta el momento de su realización era todavía tan esencial como difícil en un asunto tan importante, donde el concurso de tanta gente era necesario y cuando tantas personas tenían interés en impedirlo. Parece que, aunque hubo puesto a la mayor parte de Europa en su bando y aunque se hubo unido con los más poderosos potentados, no tuvo más que un solo confidente que conoció el plan en toda su extensión y que, por una suerte que el cielo concedió al mejor de los reyes, este confidente fue un ministro íntegro. Así, sin que nadie filtrase nada de estos grandes planes, todo marchaba en silencio hacia su ejecución. Dos veces había ido Sully a Londres; el proyecto era compartido por el rey Jacobo; el rey de Suecia se había comprometido también; la liga con los protestantes de Alemania estaba preparada; se tenía seguridad de la contribución de los príncipes italianos, y todos concurrían al gran fin sin poder decir en qué consistía, como los obreros que trabajan separadamente en las piezas de una nueva máquina de la que ignoran la forma y la función. ¿Qué es lo que favorecía este movimiento general? ¿Era la paz perpetua que nadie presentía y de la que pocos se preocupaban? ¿Era el interés público que no es nunca el interés de nadie? El abad de Saint-Pierre hubiera podido esperarlo, pero realmente cada uno no trabajaba más que por su interés propio, que Enrique había tenido el mecanismo secreto de saber mostrarles a todos bajo una faz muy atrayente. El rey de Inglaterra tenía que librarse de las continuas conspiraciones de los católicos de su reino, todas fomentadas por España. Encontraba además una gran ventaja con la emancipación de las Provincias Unidas, emancipación que le costaba mucho sostener y que lo ponía cada día en vísperas de una guerra que temía o que él prefería hacer de una vez con todos los otros, a fin de librarse de ella para siempre. El rey de Suecia quería asegurarse la Pomeracia y poner un pie en Alemania. El Elector Palatino, entonces protestante y jefe de la Confesión de Ausburgo, había echado el ojo a Bohemia y tenía la misma intención que el rey de Inglaterra. Los príncipes de Alemania tenían que reprimir las usurpaciones de la Casa de Austria. El duque de Savoya obtenía Milán y la corona de Lombardía, que deseaba con ardor. El mismo Papa, cansado de la tiranía española, estaba en la misma partida, teniendo en vista el reino de Nápoles, que se le había prometido. Los holandeses, mejor pagados que los demás, ganaban la seguridad de su libertad. En fin, además del interés común de debilitar a la potencia orgullosa que quería dominar por todo el mundo, cada uno tenía un interés particular, muy vivo y muy tangible y que no era contrapesado por el temor de sustituir un tirano por otro, porque se había convenido que las conquistas serían repartidas entre todos los aliados, excepto Francia e Inglaterra, que no podían quedarse nada para ellos. Esto era suficiente para calmar a los más inquietos respecto de la ambición de Enrique IV. Pero este sabio príncipe no ignoraba que no reservándose nada para sí, sin embargo, ganaba más que ningún otro. Pues, sin añadir nada a su patrimonio, le bastaba con dividir el del único que era más poderoso que él, para llegar así a ser él mismo el más poderoso. Y se ve muy claramente que, tomando todas las precauciones que podían asegurar el éxito de la empresa, no olvidaba aquellas que debían darle la primacía en el cuerpo que quería instituir.
Además, sus preparativos no se limitaban a formar ligas temibles en el exterior, ni a contraer alianzas con sus vecinos o con los de su enemigo. Interesando a tantos pueblos el debilitamiento de la primera potencia de Europa, no olvidaba ponerse en situación de convertirse él mismo en el primer potentado de Europa. Empleó quince años de paz en hacer preparativos dignos de la empresa que meditaba: colmó de dinero sus cofres y sus arsenales los llenó de artillería, de armas y de municiones. Dispuso recursos en mucho más de lo normal para las necesidades imprevistas. Pero hizo sin duda más que todo esto, pues gobernó sabiamente sus pueblos, arrancando de manera suave todas las semillas de división y poniendo un orden tan bueno a sus finanzas que éstas pudieran nutrir todo sin apretar a sus súbditos, de suerte que, tranquilo dentro y temible fuera, se vio en situación de armar y mantener sesenta mil hombres y veinte barcos de guerra, de salir de su reino sin dejar la menor fuente de desorden y de hacer la guerra durante seis años sin gastar sus rentas ordinarias, ni aumentar en un céntimo los impuestos.
A tantos preparativos para la dirección de esa empresa añadid el mismo celo y la misma prudencia que habían formado tanto su ministro como él mismo. En fin, estando a la cabeza de expediciones militares un tal capitán, mientras que su adversario no tenía nada más que oponerle, ¿vais a pensar que algo de lo que podía augurar un feliz éxito le faltaba? Sin haber adivinado su intención, Europa, atenta a sus inmensos preparativos, esperaba el efecto de estos con una suerte de espanto. Un ligero pretexto iba a comenzar esta gran revolución; una guerra, que debía ser la última, preparaba una paz inmortal, cuando un acontecimiento, cuyo horrible misterio debe aumentar su terror, vino a desterrar para siempre la última esperanza del mundo. El mismo golpe que cortó los días de este buen rey sumergió a Europa en eternas guerras de las que no debía esperar ver el fin. Sea lo que fuere, estos son los medios que Enrique IV había concentrado para formar la misma institución que el abad de Saint-Pierre pretendería hacer con su libro.
Que no se diga que, si su sistema no ha sido adoptado, es porque no era bueno; que se diga, al contrario, que era demasiado bueno para ser adoptado. Pues el mal y los abusos, de los que tantas gentes se aprovechan, se introducen por sí mismos; pero lo que es útil al público, no se introduce más que por la fuerza, teniendo en cuenta que los intereses particulares son casi siempre opuestos a él. Sin duda la paz perpetua es actualmente un proyecto muy absurdo; pero que nos den un Enrique IV y un Sully, y la paz perpetua volverá a ser un proyecto razonable. O más bien, admiremos un proyecto tan bello, pero consolémonos de no verlo realizarse, pues no se podría hacer más que por medios violentos y temibles para la humanidad. No se ve cómo se puede establecer ligas federativas de otra manera que por revoluciones. Y de acuerdo con este principio, ¿quién de nosotros osaría decir si esta liga es algo a desear o a temer? Ella haría quizás más mal de una vez que el que podría evitar por los siglos.
Grabado del taller de Alberto Urdaneta para el Papel Periódico Ilustrado, 1887
Ensayo sobre la situación actual de los Estados colombianos-1.
Por Florentino González (1805-1874)
Desde que la revolución francesa, despertando á los pueblos del adormecimiento de que yacían bajo el despotismo de los monarcas, los puso en la vía de su regeneración, el mundo entero ha experimentado una ajitación saludable, en medio de la cual se han discutido i sancionado los sanos principios de gobierno; i la libertad, la civilización i las mejoras de todo jénero han hecho progresos asombrosos. Los tronos de los monarcas han sido rodeados sucesivamente de la representación popular; i los Reyes, gobernando con los consejos de la democracia, al mismo tiempo que han consultado los intereses de la sociedad, han robustecido su poder, fundándolo sobre la única base sólida que puede reposar: la soberanía del pueblo.
Allá en Europa, la transicion de la monarquía á la democracia se efectúa conservando á las tradiciones su prestijio y las apariencias de su poder; i sin embargo esta transición no se hace sin oscilaciones peligrosas, sin que la jeneracion que funda el porvenir para la que la ha de suceder tenga mucho que sufrir.
Acá en América, la transición aparentemente se ha efectuado de una manera repentina. A la monarquía sucedió la democracia en el nombre, i empezamos á hacer ensayos e las prácticas democráticas, quitando su prestigio a los nombres que representaban las tradiciones, pero dejando á estas su funesta influencia sobre la sociedad. Cambiaron los nombres de los gobernantes, pero el Estado que se llamó República fue gobernado realmente con las instituciones monárquicas de sus antiguos dominadores. Se han hallado en contradicción, por consiguiente, los nombres con las cosas, las ficciones con la realidad; i la sociedad desconcertada ha buscado en vano la mejora que el cambio efectuado prometia.
En Europa, pues, el pueblo ilustrado ha introducido en el Gobierno las prácticas democráticas bajo el nombre de la monarquía, i en América han continuado las prácticas monárquicas bajo el nombre de la democracia.
Esta ha sido una decepción, en Europa para los Reyes, en América para los pueblos.
Mas una decepcion no puede durar largo tiempo. Los Reyes i los pueblos se ha apercibido de ella, i ha empezado una lucha, que no terminará hasta que no desaparezcan las ficciones, i los gobiernos representen la verdad.
Vamos a llegar á la mitad del siglo 19, del siglo de las reformas, del siglo en que empiezan a desaparecer las rutinas consagradas por el tiempo, i el entendimiento humano se eleva sobre lo que existe para buscar con sus inmensos recurso una mejor existencia futura. El mundo entero está en movimiento, el clamor por las reformas es general; ha llegado el dia en que se ha reconocido que las cosas no deben continuar como están solo porque así han existido. Se acerca la época en que de establecerse el reinado de los principios de la verdad, mas temprano para los mas cuerdos, mas tarde para los que pretendan fundarlo con la violencia.
Contemplemos, pues, la situacion de las Repúblicas colombianas, i veamos con la calma reflexiva de la imparcialidad i la prudencia lo que nos conviene hacer, para llegar mas pronto al fin que se proponen estas sociedades.
La Nueva Granada, Venezuela i el Ecuador componian la gloriosa Colombia. La Nueva Granada, con una poblacion homojénea, digna de tener una participación activa en todos los actos del gobierno democrático, porque los intereses de sus habitantes son iguales, se dio una Constitucion democrática que, por medio del sufragio, proporcionó á todos los granadinos aquella participación. Venezuela, con una poblacion heterójenea, cuyos miembros no pueden tener intereses iguales, se dio tambien una Constitucion democrática, i concedió con ella una participacion igual en el gobierno á las diferentes clases de que se compone aquella poblacion. El Ecuador avasallado por un extranjero, se dio, bajo la influencia de esta, instituciones que consagraron el ilotismo de la clase indígena; i dando parte en las elecciones á los antiguos señores de ella, estableció una verdadera oligarquía.
He aquí el punto de partida de las tres naciones colombianas. ¿Cuál es la influencia que lo hecho entonces ha tenido n su carrera política i en el estado en que se encuentra, i que convendría que hicieran para mejorar su condicion?
En los gobiernos democráticos, la mayor ó menor estension (sic) del voto en las elecciones es de una influencia inmensa en la suerte de la sociedad. El sufragio es todo en la democracia moderna; porque el sufragio es el que encarga á ciertos hombres del cuidado de gobernar á los demás. Así es, pues, que una constitucion será mas ó menos democrática según que amplie ó restrinja el derecho a votar.
En Venezuela la Constitucion concede el derecho de sufragio con una mui grande extension. Venezuela tiene una poblacion compuesta de dos razas enemigas, de las cuales la una oprimió á la otra por largo tiempo. La raza que fué oprimida está en mayoría en aquél país, i goza del derecho de sufrajio por la constitución. Es, pues, evidente que con el tiempo había de triunfar en las elecciones, i llamar al poder hombres que representasen sus opiniones é intereses. Mas como esta opiniones i estos intereses están en contradiccion con los de la raza que se halla en minoría, esta ha concebido temores de que, si no se hace un cambio en las instituciones, la minoría venga á ser oprimida, tal vez degollada por la mayoría. Quieren, por consiguiente, los unos que se restrinja el derecho de sufrajio, i resisten los otros tal innovación.
He aquí la cuestion de principios que divide a Venezuela, he aquí el origen de la calificación de Oligarcas o Demócratas entres sus habitantes.
¿Quién tiene la razón? En un país en que se han planteado instituciones democráticas, que conceden una participacion mui extensa en los negocios públicos á todos los habitantes, no hai duda que la mayoría tiene razón en oponerse á que se le limite esta participacion. Su oposicion es evidentemente justa, i no hai razones para disputarle el derecho de mantenerse en el uso de lo que posee. Si, pues, esta participacion es perjudicial, culpa es de los que fundaron las instituciones, que la dan á individuos que no pueden tenerla con ventaja de toda la sociedad.
En efecto, creo que al sancionar la Constitucion venezolana, los ilustres republicanos que la formaron, seducidos por su amor á la libertad, no consideraron con atencion que las instituciones que fundaban, buenas para un pueblo homojéneo, podían prepara funestas catástrofes en una nacion de poblacion heterojénea. Apercibiéronse de ello dentro de poco, i usando de la habilidad inherente a la ilustracion de la clase que fundó aquel Gobierno, han procurad neutralizar la influencia que las disposiciones consagradas en la Constitucion podían tener contra aquella clase. De aquí la proteccion decidida que se ha dado a la inmigracion, de aquí las ventajas que se han concedido a los extranjeros de raza caucasa que se establecieran en el pais.
Como entre los hombres de la minoría se hallaban los militares de mas nombre, las capacidades científicas i políticas, i la jente de fortuna, á pesar de que otra raza se hallaba en mayoría, el poder público siempre recayó en las notabilidades de la minoría. Estos hombres han usado de él indudablemente de una manera ventajosísima para aquella tierra. Débese á su ilustracion i patriotismo e que Venezuela haya llegado al grado de prosperidad que habia alcanzado en 1845; i seria una injusticia vituperar su conducta.
A los hombres que han tenido el poder en sus manos, desde 1830 hasta 1846, se debe la abolición del diezmo, del monopolio del tabaco, i de los derechos diferenciales; la libertad de cultos, la fundacion de un régimen municipal, el arreglo de la administracion de justicia, el sistema monetario, la libertad de exportacion, la inmigracion i tantas otras medidas que han dado reputacion, honor i gloria a Venezuela entre las naciones civilizadas.
Decir que los hombres de la raza de la minoría, que han tenido el Gobierno en sus manos no han procurado el bien de aquella sociedad, i no han hecho todo lo que era posible para sus adelantos, seria desconocer las verdades mas evidentes, seria no querer ver con la luz del día. Ellos llenaron su mision con honor i patriotismo; i bajo la influencia de las buenas medidas que dictaron es que la clase proletaria, la clase que habia vivido oprimida, se ha ilustrado, ha empezado á enriquecerse, i con los medios que le dan esta ilustracion i esta riqueza sostiene hoy sus pretensiones. Debe al buen gobierno de aquellos hombres el hallarse en situacion de hacerse vale, i no deberia desconocerlo para recompensarlos con una ingratitud.
No pretendo que los hombres que gobernaron hasta 1846, no hayan cometido faltas. Han incurrido en algunas mui graves, que introdujeron una escision entre ellos mismos.
En la contienda de 1835 á 1836, aunque los vencedores, con pocas escepciones, tuvieron la moderacion de no derramar la sangre de los vencidos, no hubo en las transacciones que terminaron la lucha, toda la buena fé que debe garantizar á un Gobierno. A causa de esto, quedaron resentidos los caudillos de aquella reaccion militar; i aunque por lo pronto este resentidos los caudillos de aquella reacción militar; i aunque por lo pronto este resentimiento no tuvo ningun efecto, por el ostracismo á que fueron condenados los vencidos, mas tarde ha venido á producir sus resultados, porque siempre los hechos de esta naturaleza tienen consecuencias.
Restablecida la paz pública, los hombres de la raza que está en minoría continuaron por algún tiempo unidos, i el porvenir empezó a presentarse de nuevo con colores halagüeños. Mas el resentimiento causado por una destitucion volvió de nuevo á introducir la división. La víctima de esta destitución se proveyó de una imprenta, i empezó una compañía tipográfica contra la Administracion.
Para hacer con suceso la guerra, el caudillo de la oposicion llamó en su apoyo las pretensiones de la clase que está en mayoría, las proclamó con calor, i las adornó con los atavíos de la libertad y la democracia. Así empezó á prepararse la crisis presenta, cuyo término es mui difícil prever; así un ciudadano de la clase de la minoría preparó su ostracismo decretado por esta, i creo que ha preparado para mas tarde su suplicio, que decretará la mayoría á quien se adhirió.
Las pasiones enjendraron oposicion, i con pasiones talionaron los gobernantes. Estos, para reforzarse en el poder, favorecieron extraordinariamente a los hombres mas ricos i notables de la raza de la minoría, i escluyeron de sus favores á la otra clase. El dinero de los bancos, los empleos de lucro i de confianza fueron acordados á ciertas personas; i la sociedad venezolana se encontró perfectamente deslindada en dos clases que la componen, que todavía no se habían presentado luchando ostensiblemente. Un mal paso trae a otros, i el Gobierno i la oposición dieron muchos i mui falsos, hasta llegar a la época en que debiera decidirse la cuestión por medio de la elección del Presidente.
La oposicion i el gobierno redoblaron sus esfuerzos para obtener el triunfo, con el designio de que vinieran al poder hombres que reformase las instituciones de acuerdo con sus exigencias. Mas los partidos no se limitaron á luchar dentro del campo de la legalidad. La oposicion tomó las armas, i trató de hacer valer por medio de ellas sus pretensiones.
El peligro reunió temporalmente á todos los individuos de la clase de la minoría; i como la inteligencia, la fortuna i el valor estaban de su parte, triunfaron en pocos meses de sus adversarios, i la eleccion se hizo en el candidato que aquellos designaron. Se hizo esta eleccion pro la influencia de todo lo mas notable é ilustrado de Venezuela; i el candidato de la oposicion fué juzgado i condenado á muerte.
Este juicio es una mengua para la llamada clase oligarca, i este juicio es el principio de los desaciertos que han traido la crisis actual. Se condenó a muerte al caudillo de la oposicion fundando el fallo en los artículos que habia publicado en el periódico, i calificándolo como reo de rebelion por escritos que no fueron acusados como sediciosos cuando se publicaron, agregando únicamente ciertas circunstancias que no pueden calificarse como criminales.
El error de tal juicio fué reparado por el presidente, i el que esto escribe no dejó de tener alguna parte en esta reparacion, porque oportunamente escribió á Caracas acerca del disparate cometido por el juez, i sabe que sus reflexiones no dejaron de tenerse en cuenta.
La conmutacion de la pena de muerte fulminada contra el caudillo de la oposicion, irritó á la clase aristócrata, i desde luego empezó una oposicion violenta contra el Presidente.
Este, que se habia rodeado de ministros que eran aceptables á la aristocracia, se deshizo de ellos, i buscó los ajentes de la Administracion entre los resentidos por los sucesos de 1835 i 1836, i entre los que se habian adherido manifiestamente o con sus simpatías privadas á la última rebelion.
Creció el furor de la oposicion, i creció con el favor que el Presidente condecia á sus partidarios; i vino á suceder, que los que lo habian elevado formaron una banderia, i él formó otra con los rebeldes perdonados. Entónces, los resentidos de 1835 i 1836 se unieron al Presidente para vengarse de los que los habian proscrito; i ha venido a suceder que la raza que se halla en minoría en Venezuela, está acaudillando á la raza que está en mayoría, que, si triunfa, es probable que degüelle a sus caudillos, igualmente que a sus adversarios.
Los dos bandos pelean hoy sin razón, en mi concepto, i parece que no hai que esperar término á la lucha sino es por la fuerza.
Miéntras la mayoría, por la imprenta i por las elecciones, promovia que se le mantuviese en el derecho de tener participacion en el gobierno, la razón estaba de su parte, i podia haberla hecho valer. Mas desde que los que acaudillan esa mayoría han degollado a los Representantes del pueblo, porque usaban de un derecho que les da la Constitucion que pretenden defender, han perdido la razón i no pueden ya fundarse en otra cosa que la violencia. El atentado del 24 de Enero rompió los títulos de los que se llaman demócratas, i creó en la clase de la minoría el derecho de defenderse, i de buscar el establecimiento de instituciones que garanticen á todos los individuos de una Nación el goce de las ventajas sociales; pues si es cierto que una mayoría tiene el derecho de no dejarse oprimir por una minoría, también lo es que la minoría tiene el derecho de no dejarse degollar por la mayoría.
Esta es, en mi concepto, la cuestion actual. La mayoría se queja de que la minoría la ha oprimido; i para restablecerse en la posicion la que se cree con derecho por las instituciones democráticas, empieza por degollar á los miembros del Cuerpo lejislativo, que pertenecen á la clase que está en minoría.
La mayoría dice que se la quiere esclavizar, i que para ello se trama el cambio de las instituciones republicanas; i la minoría ha cometido la indisculpable falta de dar lugar á estas sospechas, con la acojida favorable que le dio al Jeneral Florez. Esta ha sido una debilidad imperdonable; pero comun á los partidos, que por consultar á los apuros del momento, se entregan en manos de quien mas tarde los ha de conducir á la perdicion. Siento que tal debilidad haya tenido lugar entre los hombre de distinguido talento i grande valer, porque es una mengua que Florez haya sido acogido con favor por jente en quien late un corazon americano. Verdad es que contrarios incurrieron en la misma falta, pues el Presiente i los de su séquito también fueron á rendir homenaje al héroe que viaja buscando quien le ayude á ser traidor.
Se verá, pues, que de una i otra parte ha habido errores i faltas, que los errores i las faltas han traido al fin la guerra civil, en que las dos clases en que se divide la poblacion de Venezuela luchan por el poder, i lucharán con un furor de que ha habido ejemplo en las contiendas anteriores.
¿Quiénes son los combatientes? De un lado la raza caucasa, ménos fuerte en número; pero mas poderosa en luces i riqueza. Del otro la raza africana acaudillada por algunos individuos de la otra raza, que serán degollados por los que los siguen el dia que les hayan proporcionado el triunfo. Estos son los hechos, velados hasta hoy en otras apariencias, pero patentes ya para los que examinan la cuestion con conocimiento de aquel pais.
Ahora bien, los hombres que han removido en la raza africana las pasiones democráticas, no pueden permanecer como caudillos de aquella raza. Su color desmiente las pretensiones que sostienen, su color predispone contra ellos á los individuos que les obedecen, su color es una prueba en el proceso de muerte que se sigue en esta contienda, como no tardara en decirlo el tiempo en la secuela de la desastrosa historia.
El hombre que ha dominado en aquel pais tantas situaciones dificiles ¿podrá dominar la presente? Creo que sí; mas para ello es necesario que ponga al abrigo de toda clase de sujestiones perjudiciales, i principal mente contra la que tenga por objeto cambiar las instituciones republicanas. En América no hai más Gobierno posible que la República, ni debe haberlo; porque la República bien establecida es el Gobierno con mas economía i mayores garantías consulta el bienestar de las sociedades, i si algunas monarquías prosperan, es porque han amalgado al trono las instituciones republicanas.
Verdad es que la situacijn presente es mas difícil que toda las que hasta ahora se han presentado. Pero mientras mas difícil sea ella, mayores razones tendrán los que la sufren para buscar los medios de ponerle término. Por consiguiente, si á los que se hallan divididos, si á los que buscan la proscripción de unos i la elevacion de otros, como medio para terminar la contienda, se les presenta algo que pueda reunirlos, es probable que depongan el furor que tan encarnizado se manifiesta, i se reunan en torno de los que los ha de salvar. Los principios son la única áncora de salud; ellos solos no son susceptibles de los diferentes matices que las pasiones dan á los bandos. Manténgase fiel á los principios el caudillo que ha emprendido reparar el ultraje hecho á la representacion nacional con el crimen del 24 de Enero, i el triunfo aunque tardío, será seguro. Las instituciones democráticas pueden conservarse en Venezuela, a pesar de la heterogeneidad de la poblacion.
Los principios están del lado de los que han desconocido los actos de un congreso diezmado por el asesinato, i que delibera bajo la cuchilla de los asesinos. Los principios no reconocen esta especie de legislatura, no admiten la tiranía velada con las formas de la libertad. No puede, pues, reconocerse el derecho de ser obedecido en el bando que acaudilla el Gobierno, i la insurreccion está lejitimada en los que lo han desconocido.
Más los que así se ha puesto en armas, guárdense de dañar su causa con la adopcion de medios reprobados para triunfar, guárdense de aceptar en sus filas á los que, prevaliéndose de lo extravíos de la democracia, los toman como pretesto para proscribir la República. Esto no haría mas que agravar los males, i justificar las violencias iniciadas el 24 de Enero.
Sigamos ahora con Ecuador en sus revueltas infructuosas, desde que un extranjero, engañándolo con las formas constitucionales, estableció en realidad una aristocracia militar, al frente de la cual gobernó á su arbitrio la Nacion.
En aquel país los beneficios del Gobierno republicano no han sido nunca gustados por el pueblo. La masa de la poblacion, de raza indígena, ha continuado en la misma condicion en que se hallaba bajo el Gobierno peninsular, i ninguna participacion ha tenido en los actos del Gobierno democrático, que solo existió en el nombre hasta 1845.
El jefe del Gobierno, rodeado por militares extranjeros, dispuso siempre á su agrado de las elecciones, i dictó las disposiciones legislativas á los representantes en cuya elección habia influido. No se hizo otra cosa que bastardear el Gobierno representativo, i tratar de mantener, bajo la apariencias de la libertad, la realidad de la tiranía.
Algunos ciudadanos jenerosos concibieron desde luego el designio de libertar á su patria de la opresión que sufria, i proporicionarle los beneficios del Gobierno republicano; mas sus esfuerzos terminaron en las catástrofes sangrientas de Quito, en que murió Hall, i de Miñarica, en que fué destruido el ejército popular.
El artero jefe de aquel Gobierno logró seducir al caudillo de la oposicion, i se vió al mismo hombre que había emprendido la defensa de los fueros populares al frente del gobierno, sosteniendo los atentados que habia combatido, i afianzando el poder del guerrero que habia escojido su nombre para matar la decepcion de los celos republicanos.
Gobernó un ecuatoriano por cuatro años; i entretanto que el nombre de este Ecuatoriano llamaba la atención pública i la adormecia en la confianza á los incautos, el astuto extranjero preparaba su vuelta al Gobierno y afianzaba su poder sobre un ejército que le era enteramente devoto.
Pasó el período de mando del Ecuatoriano, i el extranjero volvió a empuñar las riendas del Gobierno, dispuesto á efectuar un cambio absoluto en las instituciones que le asegurase una dominación permanente en el país.
Por sí i ante sí declaró caduca la Constitución que rejia, i anulado el Cuerpo lejislativo, i convocó una Convencion para que sancionase una nueva, cuyo proyecto tenia preparado.
Diéronle gusto sus criaturas por última vez, i se sancionó para el Pueblo ecuatoriano una Constitucion semimonarquica. Quedó por supuesto el extranjero á la cabeza del Gobierno creado, i creyó para siempre asegurada su dominación.
Más, á la sombrea de la escasa libertad que se habia disfrutado en el pais, habian cundido las ideas republicanas, entre algunos habitantes de aquella tierra, i estos emprendieron dar libertad á su patria, i lanzar de ella al extranjero que los oprimia y á los que segundaban. El Jeneral Florez se condujo entonces con moderaciin, i dejando el poder, en virtud de un arreglo hecho con los revolucionarios, salió del pais con condición de no volver á él dentro de dos años. Los que los sostenian dispusieron de las armas, i un nuevo Gobierno puedo entonces constituirse sin grandes dificultades. La Constitución actual asegura á aquel pais el goce de una libertad racional i la práctica de principios del Gobierno democrático representativo.
Desgraciadamente el Gobierno que se estableció no supo usar de su poder con la moderacion debida; i anulado el pacto solemne, en virtud del cual el Jeneral Florez se habia separado del mando, i retirándose del pais, le cerró para siempre las puertas de su patria adoptiva, i le negó la pension que se le habia prometido. Este acto vituperable irritó al guerrero proscrito, quien fue a solicitar los medios de vengarse entre los mismos españoles á quines habia vencido en la guerra de la Independencia.
El Jeneral Florez, que con tanto acierto habia obrado evitando á su patria adoptiva los horrores de la guerra civil, no tuvo buen juicio de sufrir con resignacion patriótica el golpe que le daba el Gobierno del Ecuador, i se perdió para siempre yendo á buscar entre los europeos compañeros i recursos para una venganza que prentendia consumará costa de la independencia u libertad de todas las Repúblicas hispano-americanas. Su loca empresa tuvo el resultado que debía tener; pues no era posible que los intereses del comercio europeo, i los principios del derecho internacional, se sacrificasen por darle gusto á un general ambicioso i á una reina poco cuerda.
Mas el Ecuador ha tenido mucho que sufrir en consecuencia de la empresa de Florez. Ella mantenia vivas las esperanzas de sus partidarios, i en alarma constante al Gobierno contra las conspiraciones a que estas esperanzas debían dar orijen. A esto se agrega la falta de confianza en el Gobierno granadino que, sin fundamentos, ha manifestado el del Ecuador, i que ha contribuido mui poderosamente á mantener aquel pais en una situación insegura.
Así es, pues, el nuevo Gobierno del Ecuador se ha encontrado abrumado por inmensas dificultades, sin los medios suficientes para superarlas. No había estos medios, porque el hombre que durante 16 años tuvo la habilidad de conservarse en el mando, no tuvo ninguna para arreglar la administración civil i de hacienda. El nuevo Gobierno encontró un caos fiscal, en que el despilfarro, el robo i las dilapidaciones eran el sistema; i sin recursos pecuniarios tuvo que levantar ejércitos i prepararse para la defensa exterior, al mismo tiempo que desbaratar las tramas del interior.
En medio de tantas dificultades, se reunió, sin embargo, el Cuerpo lejislativo, i ha sancionado algunas leyes que establecen cierto órden en la administracion civil i fiscal. No son ellas modelos de combinaciones económicas admirables, ni arreglan con la perfeccion debida la administración; pero sí son ensayos benéficos que irán formando en aquel pais los hábitos de la administración legal. Esto es mucho en una tierra en que jamás hubo sombra de administracion, i en que los hábitos de desorden del Jefe de Gobierno eran imitados por sus agentes.
El Ecuador ha podido mantenerse tranquilo hasta ahora, i marchar con el órden constitucional establecido, i esto prueba alguna habilidad en los hombres que lo gobiernan, i disposición en el pueblo para sostener los principios constitucionales.
Si el Ecuador arreglase sus diferencias con Florez i este Jeneral, aceptando una pension honrosa, se retirase a vivir tranquilo en cualquiera pais extranjero, ó en su tierra natal, aquella República podria marchar en paz consolidando las instituciones republicanas, i mejorando con buenas leyes la condición de sus habitantes. Mas, ni el Gobierno del Ecuador da ningun paso para contentar al Jeneral Florez, ni este desiste de su designio de volver á dominar aquel pais procurando alcanzar este resultado por medio de las conspiraciones que fomenta desde el lugar en que reside. De esta manera, el Ecuador se mantiene en una situacion insegura, i su antiguo gobernante continúa dando el escándalo de querer volver á llamarse Jefe de un pueblo que lo rechaza, i que lo rechaza con toda la América; porque ningún pueblo americano veria con indiferencia, gobernando en cualquiera parte del continente, al hombre que viaja en busca de compañeros para traicionar las instituciones republicanas.
Creo que nuestra lejislacion tributaria i administrativa puede adoptarse allá, como acá, con las mismas ventajas, i que con su Gobierno puede hacer un gran bien al país, transplantando á él muchas de las mejores introducidas en la Nueva Granada, á favor de los conocimientos que nos ha proporcionado la práctica del Gobierno constitucional. El Gobierno granadino participa de esta creencia, i su apoyo moral estará siempre en favor de todo lo que pueda contribuir á mejorar la condición del pueblo ecuatoriano, i asegurar su integridad é independencia, ¡Quiera el Cielo que el Gobierno ecuatoriano se penetre de la sinceridad de estos sentimientos, i que saque de ellos el fruto que pueden producir cultivándolos!
No sé si en la reseña rápida que acabo de hacer de los principales sucesos que han señalado de los principales sucesos que han señalado la carrera política de Venezuela y el Ecuador, he juzgado con acierto los hombres i las cosas. Naturalmente debo haber cometido errores; no puede ser de otra manera cuando son ellos el patrimonio aun del discernimiento mas claro, i de la mas penetrante inteligencia. Sea lo que fuere, creo que las reflexiones consignadas en este escrito puede ser de alguna utilidad a los Colombianos, i por eso las publico. Por la misma razón doi a luz las que siguen, que se refieren principalmente a mi país.
Bogotá, esta capital enclavada en el corazon de los Andes, presenció los últimos esfuerzos del Gobierno de Colombia para mantener la integridad de la gran República, á cuyo nombre están asociadas las glorias de los mas notables guerreros que ha visto el continente americano. Aquí, al disolverse la famosa i anómala República, una catástrofe sangrienta entronizó por algunos meses la dictadura de un extranjero, que rodeado, como Florez, de valientes militares, pretendió, como él en el Ecuador, establecer su dominacion en la Nueva Granada. La sumision siguió á la catástrofe; mas en pocos meses la reaccion excitada por aquel escándalo, dio en tierra con los usurpadores, los lanzó del pais, i trajo consigo el establecimiento del Gobierno constitucional de 1832.
Proscrito viajaba en pais extranjero el granadino que habia gobernado á Colombia como Vicepresidente; i su patria lo llamó, para que viniese á ponerse al frente del Gobierno que acababa de crear. Yo hago una reseña de los sucesos políticos sin tocar con las personas; i aunque la memoria de mi amistad por el hombre ilustre que ya no existe, me induciría á consagrar pájinas en su elojio, nada diré de este personaje, ni tampoco de los otros hombres beneméritos, que en la época colombiana trabajaron por asegurar la libertad de su patria.
La primera administracion constitucional de la Nueva Granada se dedicó con patriótico tezon a plantear las instituciones que acababa de dar la Convención.
La Constitucion, bastante democrática, concedió al pueblo, por medio del sufragio, una gran participación en el Gobierno; mas arregló las relaciones entre los poderes públicos de una manera errónea; i no concediendo a Ministerio la facultad de proponer las leyes, privaba al Poder Ejecutivo de una intervención fructuosa en la confeccion de ellas, i al país de sistema i órden que naturalmente debe haber en una legislación preparada por los Ministros. La habilidad del Ministerio pudo solamente manifestarse por esta razón en las tareas administrativas; i en efecto, injusto seria el que negase á sus miembros una inteligente laboriosidad, i un espíritu de economía, que á veces llegó a rayar en mezquindad.
La administracion de hacienda se arregló, sino con la perfeccion que brilla en nuestro sistema actual, al menos de una manera menos mala que la antes conocida. Los conocimientos no habían hecho los adelantes á que debemos las mejoras actuales, i apenas pudo combinarse por nuestras capacidades fiscales una cosa parecida á la instruccion que dio el Gobierno español para el arreglo de la contabilidad en 1784, que jamás habia podido plantearse en la Nueva Granada. Esta instruccion era mejor que todo lo que aquí se habia conocido; i la Administracion logró plantearla en poco tiempo, gracias á la perseverante constancia que distinguia al Jefe que estaba á la cabeza de la Hacienda.
En la Administracion i en las Camaras legislativas figuraron en aquel tiempo los hombres mas liberales de Colombia; i es de estrañars que no se emprendiera entonces ninguna reforma vital que pusiese al pais en el camino para alcanzar la prosperidad que le prometen los principios. Solamente logró en aquel tiempo la abolición de la alcábala interna; i esto después de una lucha obstinada i de sérios disgustos con el Jefe de la Nacion.
Los hombres del Gobierno, que hacian profesion de los principios republicanos, querían que la Republica fuese en realidad con las instituciones monárquicas; i por una rara contradicción con las ideas de progreso que proclamaban, se esforzaban por conservar las rutinas coloniales. En la época la decision i e las resoluciones atrevidas, cuando el recuerdo de los males pasados inspira el valor para emprender buscar el bien en nuevas medidas, la Nueva Granada tuvo un Gobierno estacionario, que supo sacar todo el provecho posible de lo que existía, pero no le proporcionó algo mejor para el porvenir.
Fresca la memoria de los disturbios colombianos, humeando todavía la sangre de las víctimas inmoladas por la discordia, las animosidades nos dividian; i desgraciadamente los gobernantes, que habian sido hombres de partido, no supieron sobreponerse a las exigencias del que los había elevado.
La imprenta reveló desde luego el estado de los ánimos, i se empeño por medio de ella una lucha que escandeció las pasiones hasta la fiebre de la exaltación. Conspiraron algunos granadinos, acaudillados por un antiguo Jeneral colombiano, para destruir el Gobierno constitucional: la conspiracion fue descubierta i juzgados sus autores: i la plaza de Bogotá se manchó con la sangre de 17 individuos, que espiraron en el patíbulo de un crímen político. Mas tarde murió el caudillo de una manera que es mejor pasar en silencio.
Despues de la cruenta espiacion de aquel atentado, la contienda tipográfica continuó con mayor empeño, i á las dificultades que ella debía traer consigo, se agregaron también las desaveniencias internacionales, que produjeron el bloqueo de algunos de nuestros puertos, interrumpieron nuestro comercio, i tuvieron los ánimos en inquietud.
En medio de estos embarazos, aquella administracion tiene el mérito de haber observado estrictamente las leyes, de haber fomentado mui eficazmente la instruccion primaria, i de haber conservado la paz pública.
Este último fue causa de los demás de que gozo el país durante aquella Administracion, i a él se deben los progresos que entonces hizo, que no podian ser grandes bajo la influencia de las leyes que existian.
Durante el período de aquella Adminsitracion, caducó el tratado hecho con los Estados Unidos; i estableciendo nuestras leyes de aduana derechos diferenciales sobre lo que se importase en buque no estuviesen asimilados á los nacionales, quedó la Nacion inglesa en posésion del monopolio de nuestro comercio. Propúsose que se derogase la disposicion que establecia el derecho diferencial para evitar los males que a este error de nuestra lejislacion ha causado, i la Administracion se opuso á esta medida; falta que han cometido también las siguientes, hasta que la presenta la ha borrado consagrando en la tarifa los principios del comercio libre.
Las épocas de elecciones son siempre tempestuosas en los paises rejidos por un Gobierno representativo. La del fin del período de la primera Administracion le fue en sumo grado; porque el Presidente señaló el individuo en quien deseaba recayesen los votos para que le sucediera, i esto dio motivo a que la oposición hiciera esfuerzos de toda clase para triunfar.
Triunfó en efecto, i el pais vino á ser rejido por el hombre á quien ella habia proporcionado los votos. Yo no quiero estenderme en juzgar la Administracion del segundo período en todos sus actos, porque soi siempre mas severo con mis amigos que participan de la indulgencia de mis principios, y desconfío del juicio que formo de los que me han hecho mal.
Echemos, pues, un velo sobre los hechos de la segunda i tercera Administracion; dejaremos á la historia que los juzgue, i solo mencionaremos lo que se necesita para enlazar con lo pasado las ideas del tiempo presente.
Desde luego es preciso advertir que el statu quo fue el sistema en los dos períodos á que aludimos, i que solo en la educacion se hicieron algunas reformas de importancia
Mas sí hai dos hechos sumamente notables de que aquellas Administraciones deben responder, i que como ahora están produciendo todavía malos efectos, debemos tomarlos en cuenta con imparcialidad i en la calma de la razon, para ver como arreglamos las cosas, de manera que cese el mal, o sea el menor posible. La cuestion Obando i la cuestión Jesuitas, he aquí las dos cosa graves en que me voi a ocupar. No es mi ánimo acriminar á los que exhumaron los huesos del Mariscal Sucre, en medio de una contienda para indagar el crímen que los sepultó en Berruecos, ni interpretar las intenciones de los que, contra el tenor de las disposiciones legales, trajeron á este pais la funesta Compañía de Jesús. Error hubo en entablar un juicio por un delito político olvidado por una amnistía, i error hubo en traer para moralizar el país, una sociedad que con su sistema de educacion, con sus máximas perniciosas, quebranta las facultades nobles del individuo, sofoca las afecciones jenerosas, i erije en sistema el espionaje i el chisme, i en deber la obediencia pasiva, convirtiendo al hombre en cadáver.
Perdonemos el error a los hombres que lo cometieron, que mucho tenemos que perdonarnos mutuamente todos los que alternativamente hemos tenido el poder en las manos en medio de nuestras deplorables contiendas. Lo que importa es que los hechos, fruto de aquellos errores, no tengan consecuencias funestas para el porvenir. Los hombres mismos que los cometieron deben cooperar a remediarlos.
Hoi se halla desterrado en pais extranjero el granadino á quien se ha perseguido por el delito cometido en la persona del Jeneral Sucre. Sus acusadores han publicado libros, que se han circulado por todas partes, con las pruebas que apoyan su acusacion. El acusado ha respondido en otros libros; i la prensa periódica de todas las Repúblicas hispano-americanas ha examinado el pro i el contra de la cuestion durante diez i nueva años. ¿Quién no ha formado ya su juicio sobre esta causa debatida con tanto interés por una i otra parte ¿A quién hace variar de opinion la sentencia favorable o adversa que pronuncie el tribunal? A nadie.
Seria, pues, este un juicio sin resultado moral sobre la opinion, sin provecho ninguno para la justicia; porque ¿cuál ventaja, en caso de una condenacion, de que al cabo de diez i nueve años de haberse cometido un homicidio, después de una espiacion dolorosa en la tierra propia i en la estraña, no solo en los culpables sino en los inocentes, de aplique á un hombre la pena homicidas? Yo no lo veo, i veo sí la ventaja de olvidar un crímen que se cometió por fanatismo político porque se creía que el hombre que fue la víctima seria un obstáculo para una transformación política que se estaba efectuando, i en que ninguna parte han tenido las animosidades privadas, ni el deseo de robarle, ni ninguna otra cosa que dé á este atentado el carácter de un delito comun.
Si se desea realizar la pretension de traer á juicio ante los tribunales granadinos este hecho ¿cuál es el resultado que él puede tener? Para los acusadores, la satisfaccion del deseo de calificar como criminal al acusado; para este i sus defensores, el deseo de desmentir á aquellos.
Sencillo seria esto, si se tratase de un reo comun i de un delinto sin trascendencia. Allá pasarían las escenas de la acusación i de la defensa en el recinto oscuro de un tribunal, i pasarían desapercibidas i sin ajitar á nadie. Pero no es este el caso. Se trata de la causa más célebre de América, se trata de la causa de un hombre en que tomará parte la Nacion entera divida en dos bandos. ¿Para qué? Para causarnos males, i nada mas. Es, pues, preciso no tratar de satisfacer ní a los que creen inocente al acusado, ni á los que lo creen culpable; i que, inaccesible á los deseos de los unos i de los otros, i consultando el bien de la patria únicamente, destruyamos de un solo golpe estas esperanzas, que no pueden realizarse de acuerdo con los interese del pais.
Sé yo que esta opinion no puede contentar ni al acusado del a muerte del Jeneral Sucre, ni tal vez á los que lo creen autor de ella. Pero yo no veo sino el bien de mi patria, i este bien lo encuentro en un olvido jeneroso de aquel crimen por medio de una amnistía que comprenda todos los delitos comunes i políticos cometidos hasta 31 de diciembre de 1830. Esta amnistía echará un velo sobre aquel atentado, i cesarán los huesos del mariscal Sucre de servir de bandera para las discordias intestinas.
Esta medida seguida del restablecimiento en su grado con la pension correspondiente al Jeneral acusado, terminaria los males que la cuestion está causando, i el acusado deberia permanecer como desterrarlo político mientras las circunstancias hiciesen peligrosa su presencia en el pais.
Así me parece que puede resolverse con ventaja esta cuestion. ¡Pluguise al Cielo que la de los Jesuitas tuviera una solucion tan fácil!
Que considero de suma i trascendente importancia este negocio, lo prueba mas suficientemente el haberme separado de la Administracion por haber esta contrariado abiertamente en las Cámaras lejislativa á la Compañía de Jesus. He sentido tener que obrar de este modo; porque prestaba con el mayor gusto mi cooperacion al Presidente de la Republica en la realizacion de importantes i liberales mejoras que ha concebido i promovido con empeño. Lamento que haya dado aquel paso, i aunque me veo obligado a censurarlo, no por eso me enrolo en las filas de la oposición sistemática.
No se crea tampoco que yo voi a pedir que se lancen los rayos con la proscripcion contra los padres Jesuitas; pues aunque condeno si perjudicial instituto, la proscripcion de los individuos no está de acuerdo con mis principios de tolerancia. Creo que deben tolerarse estos individuos; mas creo tambien que su instituto debe suprimirse, porque los principios de tolerancia no pueden estender á conceder el favor del Gobierno i de las leyes para que obre como corporacion publica una sociedad que por sus estatutos está destinada a crear en las naciones malos ciudadanos, i destruir en los individuos los sentimientos buenos i jenerosos.
Perentoriamente se ha demostrado por un Representante en una de las Cámaras legislativas, que es ilegal la existencia de la Compañía de Jesus en la Nueva Granada; porque, si es cierto que los Jesuitas como individuos pueden venir á este pais, es tambien cierto que el restablecimiento de una órden relijiosa no puede hacerse en la Nueva Granada sin una lei espresa del Congreso. ¿En donde está la lei? I si ella no existe, ¿con qué derecho se han fundado conventos, i se reciben en ellos novicios, i se dan lecciones de jesuitismo, que todo el mundo sabe lo que significan?
Creo que están infringiendo las leyes con este hecho, que esta infraccion debe cesar declarando suprimidos esos conventos, que se han planteado subrepticiamente bajo el nombre de colejios de misiones, i que los padres de la Compañía pueden quedarse viviendo en la Nueva Granada sin formar comunidad.
He dicho que la influencia de los Jesuitas es perjudicial en la sociedad, porque su sistema de educación es vicioso i absurdo. El niño en quien se revela una inteligencia precoz, en quien se descubre una enerjia moral que promete mucho, es un mártir en sus manos. En lugar de cultivar en él esas cualidades nobles, i de formarle el carácter de acuerdo con ellas, emplean toda la especie de recursos para quebrantar su alma, para limitar sus ideas al círculo estrecho que indican sus estatutos, i para reducir a un cadáver el ser independiente, que en vano lucha con noble altivez contra aquellos seres frios, que por haber abjurado de todos los vínculos que los ligaban á la sociedad jamás podrán formar miembros útiles de esa misma sociedad. Aquellas caras impasibles, aquellos ojos amaestrados á un mirar apagado ¿revelan por ventura otra cosa que el egoismo, la hipocresía i el hábito de ocultar toda especie de sentimientos? Con estos maestros es que se forma el hombre que recibe su educación de los Jesuitas. De sus labios oye constantemente que el hombre debe abstraerse de todo en este mundo, i si se consagra a su instituto, renuncia a su padre, a sus hermanos, i no conserva ninguna relación sino con los que se visten del mismo traje que él. Yo no hall que estos sean los hombres que pueden nutrir i cultivar las virtudes sociales, ni que tales maestros puedan crear ciudadanos útiles a la Nacion.
Me parece, pues, que el Gobierno, lejos de conceder ningún favor a la Compañía de Jesus, i limitándose a tolerar sus individuos, debiera hacer cesar sus establecimientos ilegales, i zanjar de ésta manera una cuestión que nos trae divididos, i causa ajitaciones i disgustos,
No creo que en nuestro actual estado haya otra cosa que nos embarace para seguir ocupándonos unidos en adelantar las mejoras empezadas.
De buena fé hemos emprendido destruir las instituciones monárquicas que heredamos de los Españoles i sostituirlas con leyes en armonía con la democracia; i desde que e
Esto se ha hecho, el pueblo contento i lleno de esperanzas, piensa solo en trabajar para gozar, i es inaccesible a las sugestiones de la rebelión.
El estado del pais es lisonjero, i promete un porvenir dichos para la Nueva Granada, si lo gobernantes siguen modelando su conducta con los principios de justicia, imparcialidad i tolerancia que generalmente han presidido en los actos de la presente administración.
Hoy tal vez no se aprecia la magnitud de los bienes que el pais ha recibido durante el actual periodo. Mas los resultados publicarán bien pronto la importancia de la estension dada al cultivo i exportacion del tabaco, del establecimiento de la navegación por vapor, de la apertura del canal de Cartajena, del arreglo del sistema monetario, de la reforma de la tarifa de la disminución del impuesto sobre los metales preciosos i su libre comercios, de la secularizacion del diezmo, de la libertad de cultos, de la franquicia del Istmo, i del orden introducido en la administracion de la hacienda i en la confeccion del Presupuesto nacional. Basta enumerar este conjunto de medidas, para honrar debidamente a los hombres que las concibieron i tuvieron valor en dictarlas.
La Nueva Granada se presenta en America como un modelo digno de imitarse, debido a la conducta fiel á los principios que ha seguido su Gobierno. Sigan por el mismo camino los que empuñen después el baston del mando, i la administracion será fácil para ellos, al mismo tiempo que será provechosa para la Nueva Granada.
Repasémos la historia de los años anteriores, i busquemos en ella la causa de las desgracias que hemos sufrido. La hallaremos en haber cometido la falta de no guiarnos por los principios, en las condescendencias con el espíritu de partido, Esto ha hecho que en este país, en lugar de un Gobierno alternativo, haya habido una proscricion alternativa de los partidos, i una lucha constante de los vencidos contra vencedores. No es esto lo que conviene, ni es de esta manera que se puede andar por el camino de la prosperidad.
Discutamos con calma las cuestiones que nos interesan, sin acriminaciones ni recriminaciones, sin calumniar las intenciones imputándoles designios siniestros. Un partido calumniado hace muchas veces por venganza lo que no ha pensado hacer por inclinacion. El que imputa conspiraciones da el primer paso para tramarlas. Estas calumnias, etas imputaciones prueban falta de razon para defenderse; son sugestiones del miedo, i el miedo es mui mal consejero. Debiera el Gobierno influir en que los que lo defienden no echaran mano de estar razones, si es que merecen tal nombre.
Confio en que estas reflexiones serán atendidas por el patriotismo, i examinadas con imparcialidad por mis conciudadanos. Su publicacion debe ser de alguna utilidad en estas circunstancias.
La guerra diezma la poblacion i destruye la riqueza en Venezuela; el Ecuador inseguro teme á cada momento oscilaciones peligrosas; la Nueva Granada se ocupa de elegir el hombre que nos haya de gobernar. Esta consideracion basta para que comprendamos lo delicado de nuestra situacion. Neutralidad absoluta con Venezuela, buenos consejos al Ecuador, i cordura en el manejo de los negocios internos, son las tres cosas que deben marcar nuestra política en las circunstancias presentes.
Bogotá 1º de mayo de 1848. Imprenta de J. A. Cualla.
Un tratamiento más extenso de algunas de las ideas de esta Introducción se puede encontrar en Francisco Javier Espinosa Antón: Inventores de la paz, soñadores de Europa. Siglo de la Ilustración. Madrid: Biblioteca Nueva, 2012 y en “Los proyectos de paz y el cosmopolitismo en la Ilustración”, en Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, 32 (2014), pp. 5-20, del mismo autor.