En tiempos del Brexit quizá debamos recordar que dos de los principales y primeros impulsores de la unidad europea en la época en que se empezó a forjar esta idea, los tiempos de la Ilustración, fueron dos ingleses, William Penn y John Bellers. Presentaremos ahora la obra del último y luego la traduciremos. John Bellers (1654-1725) ha pasado a la historia por ser un importante escritor reformista. Hijo de cuáqueros y él también había modulado el inicial impulso hacia un interiorismo religioso con la preocupación por las reformas sociales. Fue amigo cercano de William Penn, cuáquero, fundador de Pennsylvania y también reformador social, quien firmó en su acta de boda3. Como Penn, escribió panfletos exhortando a practicar el cuaquerismo, por lo que fue perseguido, multado y arrestado.
Quizá no hubo ningún escritor que, en su época, tuviera tanta sensibilidad por los problemas sociales. Propuso, entre otras medidas, la abolición de la pobreza de las masas, una educación gratuita para todos, un sistema estatal de salud gratuito para los pobres, una reforma de las prisiones para que, más que para castigar, sirvieran para reformar y la abolición de la pena capital4. Llegó a ser miembro de la Royal Society. Las ideas de Bellers asombraron a Robert Owen, que decía que muchas de sus propuestas las había tomado de él. A través de Owen algunas ideas de Bellers también llegaron a impresionar a Marx, como, por ejemplo, el valor del trabajo frente al capital, la acumulación de dinero (Bellers decía que “los trabajos de los pobres son las minas de donde sacan su dinero los ricos”5) y la necesidad de educación para los pobres6. Podríamos considerar a Bellers precursor del socialismo y del estado del bienestar7.
Bellers conocía el plan de paz que Penn había escrito en 1693, titulado Un Ensayo para la paz presente y futura de Europa mediante el establecimiento de una Dieta, de un Parlamento o de unos Estados Europeos. Y quiso escribir su propio plan de paz, articulado en torno a novedosas instituciones europeas. En 1710 publicó Algunas razones para un estado europeo, la obra de la que presentamos traducción. En esa obra propuso la creación de un estado europeo mediante un parlamento, donde diputados venidos de toda Europa resolvieran los conflictos entre los países. También planteó la realización de un concilio de todas las confesiones cristianas que, respetando la diversidad religiosa, buscara los puntos comunes entre ellas, para que la religión no volviera a ser jamás causa de guerra.
A Bellers le afectó mucho la crueldad de la guerra en Europa y la llegada de 10.000 refugiados de Alemania a Gran Bretaña8. Su entorno temporal fueron las guerras por la supremacía en Europa entre Luis XIV de Francia y una alianza de países europeos formada, principalmente, por el Imperio germánico, Holanda e Inglaterra, guerras que se continuaron en la guerra de Sucesión española.
La obra tenía 7 partes. En la primera, dedicada a la reina Ana de Gran Bretaña, señalaba que el objetivo de su escrito era el establecimiento de una paz universal en Europa. Afirmaba que, al igual que la unión de Inglaterra, Gales, Irlanda y Escocia había acabado con las guerras entre ellas, lo mismo sucedería en Europa, si se hiciera un pacto entre todos los países y se creasen instituciones jurídicas para resolver pacíficamente todas las disputas.
En la segunda parte, dirigida a los parlamentarios de la Gran Bretaña, Lores y Comunes, les señalaba como meta lograr una paz perpetua en Europa. Para ello habría que mantener la coalición actual (la Gran Alianza), evitando divisiones mediante la creación de un tribunal que resolviera pacíficamente los conflictos entre los países. Luego se podría proponer a los países neutrales que se unieran y finalmente también a Francia. Les indicaba que era precisamente en los tiempos difíciles, como los de su época, cuando eran posibles los planes innovadores. Realmente, esa ha sido la historia de Europa, que ha dado pasos hacia su unión cuando más difíciles estaban las cosas, como después de las dos guerras mundiales9.
La tercera parte, dirigida a las Potencias de Europa, era la más importante y la más extensa. En es ella donde aparecía realmente la propuesta de Bellers. A Francia le exponía que los últimos veinte años de guerra le habían costado 440 millones de libras y 600.000 hombres. Incluso si hubiera ganado todas las batallas y hubiera conquistado todo lo que se proponía, no hubiera tenido, ni mucho menos, la riqueza económica y humana que le hubieran proporcionado ese dinero y esos seres humanos malogrados. Hubiera mejorado muchísimo el país si, en vez de perder en la guerra esos cientos de miles de personas y esos millones de libras, los hubieran invertido en palacios, hospitales, puentes, o en hacer navegables los ríos y aumentar la cantidad de sus pueblos.
A las potencias europeas les propuso crear una legislación europea y que se unieran en un solo estado. Aunque no desarrolla mucho la idea, por tres veces dice Bellers que su plan es para construir un estado europeo. El argumento que utilizó para ello era la siguiente: de la misma manera que había necesidad de crear estados, que englobasen pueblos y ciudades, para resolver pacíficamente mediante leyes las controversias de los individuos, también había necesidad de crear una unión entre los estados europeos para resolver pacíficamente los conflictos entre esos estados.
Decía que el plan podría empezar por los actuales miembros de la Gran Alianza contra Francia, pero que luego se deberían unir todos los estados europeos. Que tendría que ser un plan que respetase las diferencias entre los países. Propuso dividir Europa en 100 cantones y que cada uno de ellos enviase un representante al parlamento europeo. Esto podría interpretarse como una reforma en profundidad de las estructuras políticas europeas del momento, o simplemente como una manera de confeccionar ese parlamento, de modo que los estados pequeños fueran como un cantón y los grandes se dividieran, a efectos de contar su número de parlamentarios, en tantos cantones como la cantidad de su población lo permitiese10, alternativa que es la que parece más congruente con la literalidad del texto. Es de resaltar que la representación de cada estado en el parlamento europeo sería en proporción a su población, de modo que parece que los parlamentarios no representarían tanto a los reyes como a los ciudadanos. El proyecto hablaba de una confederación, un tribunal supremo y un parlamento, pero no especificaba mucho más. Sí indicaba que los conflictos ente países los debería resolver el parlamento por mayoría, y que la mayor parte del Senado, al no tener intereses en la disputa, se sentiría más inclinada a la parte que presentase mayores razones. Les sugería que era el momento propicio, porque nunca había habido en Europa guerras que ocasionaran mas pérdidas humanas y económicas, por lo que mucha gente estaba dispuesta a acabar con esa situación.
La cuarta parte estaba dirigida a los consejeros y ministros de las potencias europeas y en ella repetía algunos de los elementos que ya había presentado.
En la quinta parte, dirigida a las jerarquías eclesiásticas, ideaba en el campo de la religión, en paralelo al de la política, una institución a nivel europeo: un concilio europeo. Su objetivo habría de ser buscar el acuerdo y propagar el denominador común de las confesiones cristianas. Así se daría importancia a lo que unía a las confesiones cristianas y se relativizaría lo que las diferenciaba y dividía: los dogmas y las ceremonias eran las pequeñas cosas que dividían a los cristianos, señalaba, mientras que las acciones buenas (amar a Dios y al prójimo) eran lo esencial en la religión y aquello en lo que todas las confesiones concordaban. Afirmaba que se podían tener relaciones amistosas, aunque hubiera esas diferencias.
Bellers pensaba que la guerra era contradictoria con el cristianismo y que la glorificación de la guerra era una cosa pagana. Además, según él, debía reinar la tolerancia en las cuestiones religiosas, lo que sería un medio capital para evitar una parte importante de las guerras. La religión había de difundirse mediante el consejo y la caridad, nunca mediante la violencia y la fuerza. La violencia religiosa, además, no servía para que alguien alcanzara la fe, sino solo para que esa persona repitiera las palabras que el que lo violentaba quería oír. Por otra parte, esta manera de proceder iba contra la prosperidad, señalaba, como mostraban las diferencias entre los casos de Holanda, donde la tolerancia promovía la riqueza y la prosperidad, y el de España, donde el rigorismo religioso había causado miseria y pobreza.
Pero Bellers no sólo hablaba de la tolerancia desde el punto de vista del cristiano, en cuanto que el cristianismo era una religión de amor y no de violencia, sino que, yendo más lejos, proponía la libertad de conciencia e incluso, de algún modo, la separación de iglesia y estado, cuando señalaba que la religión debía ser sólo objeto de consejo, mientras que aquellas acciones que eran necesarias para el bien de la sociedad humana debían ser impuestas.
En la sexta parte hacía un resumen del “Gran designio” de Enrique IV de Francia para establecer una paz perpetua en Europa. Maximilien de Béthune, duque de Sully (1560 - 1641) fue un fiel ministro de Enrique IV de Francia. Después de muerto su amigo el rey y ya retirado de la política, en sus Memorias de las sabias y reales economías de estado de 1638 atribuía a Enrique IV un gran proyecto de paz, lo que se conoció durante mucho tiempo en Europa como “le grand dessein”, proyecto que hablaba de construir una unidad política europea. Mas este complejo libro, compuesto de recuerdos, cartas o transcripciones de documentos, tuvo una difícil y laboriosa gestación: había hasta cuatro redacciones previas a la que Sully publicó en 1638. Y después de su muerte, algunos editores encontraron otros manuscritos que utilizaron para nuevas ediciones. Esto explicaría que podamos encontrar versiones distintas, e incluso contradictorias, del proyecto de paz. Por otra parte, en su afán de atribuir ese plan a Enrique IV, parece que Sully desfiguraba la historia e incluso utilizaba documentos falsos. Quizá Enrique IV quiso crear una gran alianza europea para frenar el poder de los Habsburgo, pero puede ser, más bien, que la idea de ampliarla hasta crear una confederación continental fuera de Sully. Las Memorias fueron muy difundidas, traducidas al inglés y utilizadas por el preceptor de Luis XIV, Hardouin de Péréfixe, en su obra de 1661 Histoire du roi Henry le Grand11. Bellers en su obra se refiere tanto a las Memorias de Sully como a la Histoire de Péréfixe, aunque más específicamente a esta última obra. En la Conclusión apelaba a la universalidad del género humano pareciendo incluir también a rusos y turcos en su proyecto de paz. Acababa la obra con una llamada a todos los que tuvieran ideas similares, para que las hicieran públicas. Quizá también esta idea de la importancia de la difusión pública del proyecto de paz fuera lo que estaba presente en la división de esta misma obra de Bellers, que tenía partes dirigidas a la Reina de Gran Bretaña, a los Lores y a los Comunes, a las potencias de Europa, a los cancilleres y ministros de los estados europeos y a la jerarquía eclesiástica. Por eso mismo, mencionaba los proyectos de Enrique IV y de Penn y afirmará en 1714, en su obra An Essay towards the improvement of physic, que conocía la traducción al inglés de la obra de Saint-Pierre de 1713 Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe12. Como en otros proyectos de paz de la época, la creación de una cierta opinión pública transnacional era esencial, lo mismo que lo sigue siendo hoy, aunque la situación sea diferente.
JOHN BELLERS, Algunas razones para un estado europeo13, propuesto a las potencias de Europa, mediante una Garantía Universal y un Congreso Anual, Senado, Dieta o Parlamento, para dirimir cualquier disputa sobre las obligaciones y derechos de Príncipes y Estados de ahora en adelante. Con un resumen del plan formado por el Rey Enrique IV de Francia sobre el mismo tema. Y también una propuesta de un Concilio General o Asamblea de todas las diferentes confesiones religiosas de la Cristiandad (no para disputar sobre aquello en lo que difieren, sino) para sentar los principios generales sobre los que están de acuerdo: por lo que se verá que pueden ser buenos súbditos y vecinos los que tienen diferentes maneras de entender el camino hacia el cielo; con la finalidad de impedir riñas y guerras internas, cuando las guerras externas hayan terminado. Y sobre todo, tened caridad ferviente entre vosotros mismos: ya que la caridad cubrirá multitud de pecados (1 Ped 4, 8).
[I] A ANA, REINA DE GRAN BRETAÑA
Gran Princesa:
Las Coronas ya tienen suficientes preocupaciones en el mejor de los casos, a las que se añaden no pocos peligros provenientes de enemigos reconciliados, así como de malentendidos con los aliados. Por tanto, no hay nada más oportuno, en esta coyuntura, que conocer qué recursos pueda haber para prevenirlos, lo que ha dado ocasión a este escrito acerca de una garantía general, el establecimiento de la paz universal de Europa y, más especialmente, en la monarquía británica, en manos de la reina, cuyo suave gobierno y ternura para sus súbditos asienta su trono en sus corazones, y su prudencia y sabiduría para con sus aliados se ven coronadas con la fama en aquellas cortes.
Aumentará en gran manera la seguridad de su corona y la paz de las naciones, y será un gran logro para la gloria de la reina [II], si desea usar su empeño, además de para la unión de Escocia (que durante mucho tiempo se ha intentado en vano), también para unir a las potencias de Europa en un acuerdo pacífico. Por medio del cual los reinos y los estados pueden crear entre sí una Jurisdicción legal tal que todas las futuras disputas puedan resolverse pacíficamente de acuerdo al Contrato Original que harían, de la misma manera que los reinos Sajón, Galés, Escocés e Irlandés están ahora felizmente unidos en un gobierno, evitando el derramamiento de mucha sangre humana, que antes fue vertida en disputas, como sucede ahora en varias partes de Europa. Eso se puede prevenir para el futuro y ése es el vigoroso deseo y el presente esfuerzo de estas Razones para un estado europeo, humildemente presentadas a la reina por su devoto súbdito, quien ruega que la paz de Dios y la protección de sus santos ángeles estén con Ella y el Espíritu de alegría en lugar de su actual luto; y que, después de un largo y próspero reinado en la tierra, tenga la seguridad y la garantía de la gloria en el gozo completo y la corona eterna en el cielo.
John Bellers
[III] A LOS LORES Y COMUNES DE GRAN BRETAÑA REUNIDOS EN EL PARLAMENTO
Los ríos de sangre cristiana y la gran cantidad de dinero que han sido gastados para conseguir la esperada paz son el más poderoso argumento en favor de la necesidad de que la paz, cuando se alcance, se convierta en perpetua, si es posible. ¿Quién puede ser más consciente de la felicidad de la paz que vosotros mismos, nacidos con la pesada carga de la guerra?
Si se celebraran tantas sesiones del Parlamento para encontrar un medio aceptable para alcanzar una paz perpetua, como se han celebrado para conseguir paces transitorias, ese tiempo estaría bien empleado. Pero espero que muchas menos sesiones consigan esa paz perpetua.
Es muy necesaria una garantía entre los actuales países confederados, en el sentido en el que vuestra Asamblea de agosto se dirigió a la Reina; sin embargo, una garantía general para toda Europa resultará mucho más efectiva [IV], ya que pudiendo sacar beneficio de ella todos los príncipes y estados, todos considerarán que es de su interés mantenerla inviolada, con aquellos artículos adicionales del Acuerdo que puedan hacerla más duradera de lo que son las garantías en general.
Ahora bien, considerando los intentos y el peligro que puede haber de debilitar (dividiéndola) la confederación actual, que se podría debilitar especialmente si surgieran disputas entre los aliados actuales sobre el honor de los príncipes, los límites de los países o el comercio de sus súbditos, etc., propongo humildemente como recurso, por eso, que por medio de suficientes acuerdos entre los actuales confederados se establezca un tribunal supremo para dirimir sus futuras querellas sin sangre. Tal jurisdicción parece más necesaria que ninguna otra barrera contra el mayor enemigo público, pues es la unidad entre los estados lo que los mantendrá fuertes y estables para conservar sus posiciones o barreras de defensa exterior.
Mientras, por falta de tal jurisdicción para extinguir esas chispas pequeñas, Holanda puede llegar a creerse de nuevo en la necesidad de buscar la alianza y protección de Francia y algunas ciudades fronterizas pueden cambiar de bando, como hicieron en Flandes a la muerte del difunto Rey de España, de lo que puede surgir [V] una nueva guerra más fatal que la presente, que es lo que intenta impedir este ensayo. Y, usando las mismas palabras que el Rey Enrique IV de Francia y sus asociados dirigieron al entonces Rey de España sobre el mismo Designio, diré que: “es sagrado, pío, generoso, glorioso y provechoso a toda la Cristiandad”.
El Consejo de Estado en Holanda en el preámbulo a su último Estado de la Guerra declara que el poder de Francia es tan formidable y que las anteriores barreras y garantías han sido tan insuficientes contra las pretensiones de esa Corona que los otros príncipes y estados no pueden asegurarse frente a sus invasiones sin una Liga y unión mutua que hay que desear e intentar siempre para la paz, en imitación de la unión llamada Foedus Sacrum, constituida entre el Emperador y la República de Venecia contra los turcos.
Teniendo en cuenta las potencias a las que atañe, cuanto antes se pueda establecer, mejor; las presentes dificultades y desánimos las harán más deseosas de fusionarse [VI] y unirse, mientras que ser un tanto puntilloso en las ceremonias y el honor en tiempos de paz puede convertirse en un serio obstáculo. Las diversas provincias de Holanda, así como los cantones de Suiza, fueron más fácilmente y firmemente establecidas y fortalecidas al unirse en tiempos peligrosos.
Si los actuales aliados empiezan este plan entre sí y luego invitan a todas las Potencias neutrales, arrastrarán a la paz más rápidamente y con más inclinación a la misma Francia, por lo que ese reino cosechará la bendición de una paz duradera, como el abuelo de su actual rey ya había propuesto anteriormente.
Lo que me ha llevado a escribir sobre este tema ha sido el amor por el bienestar de mi país (como lo fue cuando escribí diversos ensayos sobre los pobres) y por el bien de la Humanidad en general, por la unidad y no por la división, por la paz y no por la guerra. Así que espero vuestra interpretación favorable, si alguna expresión aquí pudiera parecer no demasiado comedida.
El único Dios, Sabio, Omnipotente y Eterno, os proteja e incline vuestros corazones a buscar, y os dé la habilidad de alcanzar, la paz y la felicidad, vuestra y de vuestra posteridad, y de toda Europa, en éste y en todos los tiempos venideros. Amén.
John Bellers
[1] ALGUNAS RAZONES PARA UN ESTADO EUROPEO A LAS POTENCIAS DE EUROPA
Sois los vice-reyes del gran Rey de los Cielos y la Tierra, ante el que debéis responder del buen gobierno de los muchos millones de vuestros compañeros en la existencia y súbditos.
Vuestro rango entre los mortales es alto y honorable y en la medida en que cumpláis la voluntad del Superior, el Señor Soberano de todas las Naciones, será glorioso vuestro premio en los Cielos.
Donde los súbditos son gobernados en paz, muchas y grandes son las bendiciones para el príncipe y el pueblo; mas la opresión y la guerra tienden a la pobreza y la ruina de ambos.
Supongamos que esta guerra desde 1688 ha costado a la corona francesa
12 millones de libras esterlinas al año.
[2] En 20 años suma............................................ 240 millones
El interés al 6% de 12 millones en 20 años .. 200 millones Lo que hace la suma total de........................................................ 440 millones
Además de esto han perdido al menos 30.000 hombres cada año, lo que hace 600.000 hombres en 20 años. Si pensamos que cada hombre vale 200 libras y que cada hombre y su descendencia pueden añadir 10 libras cada año durante 20 años, tendremos un valor de 120 millones.
Cada hombre anualmente produce 10 libras al comprar o gastar, según el siguiente cómputo:
Para la corona por aranceles, impuestos 0’50
Para la renta por viviendas o tierras .............. 2’50 o más Para telas............................................................................... 2’50
Para comida.......................................................... 4’50
En total 10’00 cada año
Lo que en 20 años supone 200 libras, pues donde no hay hombres, no puede haber dinero, ni mujeres, ni niños, ni reino, sino una tierra sin habitantes. De lo cual se podría deducir que 440 millones (además de las pérdidas en hombres) en 20 años darían 22 millones de renta al año, lo que es 4 o 5 veces más que las rentas normales de la Corona de Francia en tiempos de paz. Por tanto, si las rentas de 4 o 5 veces más hubieran venido por una conquista, teniendo en cuenta ese gasto que produce la guerra, no hubiera habido una gran ganancia. Y los 600.000 hombres muertos serían el doble o el triple del número que Francia tiene ahora en el ejército. Además, habría que contabilizar los muchos miles de refugiados, cuyos problemas provocan espanto en los países extranjeros.
¿Qué suma de riquezas, fuerza y honor para la Corona de Francia habrían brindado tal cantidad de hombres y tan extraordinaria [3] suma de dinero, si hubieran sido empleados en mejorar el país, en vez de ser desperdiciados en la guerra? Tal fuerza y riqueza habría agrandado las ciudades, los pueblos y las aldeas, y habría convertido las tierras sin cultivar y los bosques en jardines y viñedos, doblando casi el valor del reino. ¿Qué colonias, provincias, o incluso un reino, podrían haber creado tal cantidad de hombres, si hubieran poblado América? Allí las tierras quieren habitantes y los campos fructíferos quieren ser cultivados. Aquellos oscuros rincones del mundo quieren la luz del evangelio de la paz.
Francia es un gran país, con un buen clima; está muy poblado con gentes muy civilizadas, industriosas e inclinadas a todo tipo de artes y ciencias. Tiene un príncipe que es un gran impulsor del saber. ¡Qué feliz sería esa nación con las ventajas que tendría de su relación con sus vecinos y qué brillantes serían los rayos de su monarquía, si no estuvieran nublados por la guerra en el exterior y las austeridades que sufren sus disconformes súbditos! El aumento de los hombres sabios cantaría sus elogios y la tranquilidad de sus súbditos aumentaría su número. Pero, por el contrario, esos métodos que destruyen a los súbditos o reducen sus libertades, arrojan sobre la memoria de tal príncipe el odio, en vez del honor, y las nubes, en vez del resplandor.
Y lo que ha sido una pérdida para Francia, también lo ha sido para el resto de reinos y países de Europa (que están en las mismas circunstancias), en proporción a los hombres y al dinero que han gastado. Para un príncipe sería mucho más glorioso construir palacios, hospitales y puentes, o hacer navegables los ríos, y aumentar la cantidad de sus pueblos, que derramar la sangre humana como si fuera agua, para invadir a sus vecinos. El honor de nombrar un gobernador o un vice-rey para una provincia o un reino será equivalente al riesgo, al gasto y al cuidado en obtenerlo (si es que se consigue) y, además, al gasto y cuidado que debe en parte ser continuado para impedir sorpresas de vecinos celosos.
[4] PROPUESTA
Para la próxima paz general debería establecerse una Garantía Universal y un Congreso Anual, Senado, Dieta o Parlamento, por todos los príncipes y estados de Europa, tanto enemigos como neutrales, unidos como un solo estado, con renuncia a todas las reivindicaciones de unos sobre otros, con tantos otros acuerdos como sean necesarios para que sea vigente una ley europea; y así, en la paz, se debería debatir más amigablemente y explicar mejor cualquier artículo oscuro, y prevenir cualquier disputa, que podría, de otro modo, producir una nueva guerra en esta época, o en las venideras. Mediante este procedimiento todo príncipe y estado tendrá toda la fuerza de Europa para protegerle en la posesión de lo que disfrutará en la próxima paz.
Pero, entre tanto, interesa a los actuales aliados empezarlo entre ellos; ahora bien, estando Europa bajo diversas formas de gobierno y siendo cada país apto para juzgar mejor su propia forma, requerirá tiempo y consideración entre las potencias concernidas producir un plan tal que convenga a las disposiciones y circunstancias de todos ellos.
Los diversos métodos usados por las Dietas alemanas, la Unión de las Provincias de Holanda, los Cantones de Suiza, la naturaleza de las Garantías en el modelo de Enrique IV, y el Foedus Sacrum entre el Emperador y Venecia, han enseñado que los príncipes soberanos y los estados pueden unirse ya (para proteger una paz general), manteniendo sus derechos soberanos en el interior.
Teniendo en cuenta todo ello, propondré una idea encaminada hacia este gran plan, a saber, que Europa se divida en 100 cantones o provincias iguales, o tantas que permitan a cada príncipe soberano y Estado enviar por lo menos un miembro al Senado; y que cada uno de los cantones haga una leva [5] de
1.000 hombres, o dinero, o barcos de igual valor o precio, en caso de alguna necesidad pública (o cualquier otro número que pueda ser considerado mejor). Y por cada 1.000 hombres, etc., que cada Reino o Estado tiene que recaudar, ese Reino o Estado tendrá derecho a enviar un miembro a este Senado europeo, cuyos poderes y reglas deberían formarse primero en un contrato original entre sus jefes.
Por medio de ese contrato los príncipes y estados de Europa pueden dirimir todas las controversias entre sí, sin sangre ni ataques, e impedir la irrupción de tan mezquinas aventuras, como son las consecuencias de la guerra, sabiendo que cada hombre perteneciente al Senado tiene uno, dos o tres mil hombres para apoyar lo que él defiende allí.
Ésta es la razón por la que los miembros del Senado debieran estar en proporción a la fuerza del país al que representan. Así el fuerte no puede rehusar a asociarse con el débil para preservar la paz pública. Y, aunque la conquista va generalmente del lado del más numeroso y fuerte, nadie puede esperar que una sentencia por la espada sea más ecuánime que la que dé tal Senado, ni tampoco tan justa.
Esta Asamblea, pues, debe proceder mediante argumentos basados en la razón y la justicia (y no mediante espadas), y la mayor parte del Senado, al no tener intereses en la disputa, se sentirá más inclinada a la parte que presente mayores razones, pues en tiempos de paz los más grandes monarcas deben reconocerse súbditos de la soberanía de la razón. Pero en la guerra esa soberanía de la razón es destronada y despojada por el fuego y la espada, y alcanzada por la peste y el hambre, y por todos los otros males que pueden caer sobre los mortales, ya que entonces la cuestión no es dónde está la justicia, sino dónde se puede hacer los mayores daños y destrozos a sus enemigos.
Si consideramos ahora a Europa como un solo gobierno, todos los reinos y estados pueden tener limitado el número de tropas y barcos de guerra que pueden mantener, de manera que no puedan invadir a sus vecinos. Sin esto, la paz puede ser muy poco más que una tregua, si es algo más que un armisticio. Además del peligro de sorpresas repentinas, hay que tener en cuenta que la multitud de tropas, que cada estado mantendría para vigilar a sus vecinos, les dejará el tercer año de la paz (si dura [6] tanto la paz) en una situación de menores gastos que los que tendrían el primer año de la guerra, considerando los gastos de esas numerosas tropas, a lo que hay que añadir el interés que tienen que pagar por las grandes deudas en las que esta guerra les dejará.
Como el mantenimiento de la paz es de la mayor importancia, tanto para el príncipe como para el pueblo, nada de lo que sea necesario para tal unión puede considerarse demasiado como para que un príncipe no se sacrifique por ello.
El deseo ilimitado de los monarcas de invadir a sus vecinos no es para ellos más privilegio de lo que sería para sus súbditos tener libertad para destruirse mutuamente, lo que es reducir la tierra a un desierto.
Y, como hay necesidad de hacer leyes en pueblos y ciudades para preservar los derechos y propiedades de sus habitantes resolviendo pacíficamente sus controversias, por las mismas razones (y también para defenderse contra sus enemigos comunes) es necesario juntar condados y provincias constituyendo reinos y estados. Así también
las ventajas serían las mismas y aún mayores para los reinos y estados de Europa, si una tal unión pudiera establecerse por ellos para decidir sobre cualquier controversia que pueda surgir entre ellos. Y así en el futuro podría haber un punto final a la efusión de sangre cristiana, que ha sido a menudo derramada por ofensas poco importantes.
En cualquier posible tratado que se firme, sea el de los Pirineos, el de Westfalia, el de Münster, Aix le Chapelle, Reswick, el Tratado de Repartición14 o cualquier otro, siempre habrá algún príncipe o estado se queje. Estos tratados no pueden reparar a la gente que ha sido arruinada y destruida por la guerra, ni tampoco a los príncipes a los que esos hombres pertenecían. Cuanto más tiempo continúe la guerra, las heridas serán mayores, pues los combates siempre destruyen a más gente de la que favorecen, y los derechos, tanto de los príncipes y como del pueblo, se preservan mejor en la paz.
Por consiguiente, el mejor medio que puede ofrecerse es un acuerdo tal que impida añadir por causa de la guerra más daños a los ya irreparables del pasado, acuerdo en el que las controversias actuales sean dirimidas de la mejor manera, en el mejor tiempo y en las mejores circunstancias posibles.
Pues, como nunca hubo más sangre derramada en Europa en cualquier otra guerra, ni hubo nunca tanto dinero gastado para hacer esta [7] esperada paz, sería completamente incomprensible renovar esta guerra de nuevo, con la expectativa de enmendar tan poderosa (y por tanto final) decisión, bajo la que
Europa estaría cuando se hiciera la paz general.
Felices serán los príncipes y estados que sean instrumentos en la consecución de tal paz para la Cristiandad porque, de la misma manera que les dará mayor seguridad a su gobierno aquí en la tierra, les dará la mayor seguridad de una corona eterna en la otra vida. “¡Paz en la tierra y buena voluntad para con los hombres!” fue la canción cantada por el coro de ángeles en el nacimiento del Salvador; de la misma manera una disposición pacífica es un modo de ser de todo el que quiera ser apto para su sociedad y de los reinos que lleguen a ser reinos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La paz de Dios sea con vosotros y su consejo os guíe y haga de la tierra, por medio de vosotros, el jardín del Edén; que el lobo more con el cordero y el leopardo con el niño, y que el león coma paja como el buey15 y que no pueda haber ningún destructor allí.
A LOS CONSEJEROS Y MINISTROS DE ESTADO DE LOS REINOS Y ESTADOS DE EUROPA
Como la paz da abundancia y riquezas a los estados que gozan de ella, así da también seguridad y honor a los príncipes y hombres de estado que los gobiernan. Pero como la guerra pone en peligro a las Coronas, así toda dificultad que las afecta conforma, si no derriba, a aquellos ministros que están a la cabeza, pues, sea su administración defectuosa o no, la gente los alaba o critica por sus éxitos, siendo estos la medida por la que la gente juzga las habilidades de los hombres de estado. Dando la paz riquezas a los príncipes, ellos pueden ser más libres para sus cosas favoritas y habrá más ocio para gozar de aquellos dones y ejercer aquellas facultades que conducen a la comodidad y la felicidad de su país. La cual se perdía cuando se gastaban los esfuerzos en burlar y arruinar a otros estados, situación en la que los ganadores mismos estaban a punto de quedar desechos con sus victorias [8], debido al gran gasto de sangre y dinero, y a la cantidad de deudas que las guerras les dejaban. La paz, una vez que se rompe, es raramente rehecha y hay que esperar hasta que las dos partes lo pasen mal, aunque normalmente aquel que está más cerca de la ruina es el primero que la pide.
Pero de la misma manera que la guerra es la mayor desgracia que sufren los mortales, la paz, junto con el trabajo y la virtud, trae toda la felicidad que este mundo puede dar a un país. Los jóvenes, mientras están sanos y fuertes, son capaces de muchos descarríos; pero cuando la edad, la enfermedad o la muerte viene, la consideración de haber hecho intentos vigorosos para establecer la paz entre los hombres y de hacer cosas buenas a los súbditos compatriotas les dará mayor tranquilidad de mente que todo el favor de los príncipes.
Como no puede haber un bien más universal que el éxito en establecer la paz entre cristianos y como vosotros habréis tenido una gran parte en hacerla posible, cuando se haya conseguido, así, en correspondencia a la fuerza de vuestros intentos, podéis esperar la recompensa de las promesas que pertenecen a los benditos hijos de la paz y caridad, en este mundo y en el que vendrá.
No hay que mencionar nunca esos héroes paganos, Alejandro, César o Aníbal, como modelos a ser imitados por los príncipes cristianos, pues sacrificaron la vida de miles de personas por su incansable ambición y honor; que sea el Sagrado Jesús, que se ocupó de hacer el bien, el ejemplo a imitar por todos los príncipes cristianos; lo que aumentará el número de sus súbditos y añadirá gloria duradera a sí mismos y una paz feliz para ellos y sus súbditos. Y aparte de los peligros provenientes de la guerra para los países y Coronas, los que mueren no conocen ningún éxito en la guerra: ¡quién sabe lo que pueden hacer los gritos de las almas de tantos miles que se ven obligados a la guerra y son destruidos por ella! Si ellos fueron llevados a la destrucción, todavía es peor que fueran llevados allí sin arrepentimiento. Y si murieron llegando al cielo, ¿no pueden gritar en voz alta como lo hicieron las almas bajo el altar? (Ap 6, 10)16.
[9] Se puede estimar que han sido destruidos por la guerra en estos últimos veinte años en Europa varios millones de hombres y que quinientos millones de libras han sido gastados, además de las viudas y los huérfanos que han sido abandonados a la angustia, y de las ciudades y países que han sido destruidos.
Puede que en mil o dos mil años, o menos, no haya tanta gente destruida por la guerra en Europa como la que ahora vive allí. Puede que en el gran día del Juicio Final, en el que las cosas más secretas serán visibles, y más aún las más públicas, no haya ningún crimen tan grave como ése de haber sido enemigo de acordar y establecer la paz de Europa que podría haber impedido la destrucción de tanta cantidad de cristianos. Puede que alguno de ellos fuera de vuestra posteridad o de un parentesco cercano y que, si no hubiera muerto en esas guerras, podría haberse convertido en un grande y honorable representante en un Senado Europeo de la Paz.
¿Qué consideraciones pueden ser más tremendas, poderosas o persuasivas a los hombres para que hagan sus mayores esfuerzos para impedir una tal acusación [de no haber contribuido a la paz] en ese día?
Otras épocas no han producido un momento más apropiado para tal empresa, porque los príncipes de Europa han estado pocas veces más cansados de la guerra que en el momento presente. Tampoco las circunstancias de los reinos y estados, para el establecimiento más firme de sus varios gobiernos, lo han requerido más que en esta época. El Imperio estará mejor asegurado contra las pretensiones de los franceses y turcos. Inglaterra, contra los intentos de Francia. Los franceses, contra los de sus vecinos. España, contra los de Francia. Portugal y Holanda, contra los de España. Suecia, contra las reivindicaciones de Dinamarca y Dinamarca, contra las de Suecia. Los cantones de Suiza, contra las reivindicaciones del Emperador. Los príncipes y estados de Italia, contra las pretensiones de sus poderosos vecinos [10]. Y también ayudará a impedir la renovación de esta guerra destructiva entre los polacos, los moscovitas y los suecos. Por medio de lo cual todos los príncipes y estados tendrán libertad para honrar a Dios con sus gobiernos, gozar de sus Coronas y dignidades con comodidad y aumentar sus rentas y súbditos, mucho más allá de todo lo que se puede adquirir con las guerras.
Pero, después de concluir el tema de las guerras en el exterior, ya que se da a menudo un reavivamiento de las hostilidades en el interior de los países a causa de la religión, voy a decir algo al clero de todas las confesiones, para calmar esos ánimos irreligiosos en el futuro, si eso se puede esperar.
Para hacer a un reino próspero, lograr que los hombres sean buenos súbditos de sus príncipes y amigos de sus vecinos, no haynecesidad de obligar a alguien a tener un credo, sino más bien hay que persuadir con caridad. Los países y estados que tienen mayor éxito son los menos severos en materia de ceremonias religiosas, mientras que los más rígidos son mucho menos poblados; Holanda es un ejemplo de los primeros y España, de los segundos.
A LOS OBISPOS, PREDICADORES17, CAPELLANES, PRESBÍTEROS, MINISTROS Y PROFESORES DE LOS REINOS Y ESTADOS DE EUROPA
Como sois contados como padres y patriarcas en los reinos y países donde vivís, que vuestros fuertes intentos de establecer la paz pública en Europa os aumenten el honor y la felicidad de ser estimados en los cielos como hijos de Dios. Vuestro principal trabajo es inducir a los hombres a la virtud y la caridad, de modo que, siendo la guerra lo que más las desafía, es lo más opuesto a vuestra profesión y, por tanto, deberías utilizar todo vuestro empeño contra ella, como si fuese vuestro mayor enemigo, pues las virtudes cristianas son más brillantes en la paz.
¿Cómo podrían los rayos del cristianismo tener alguna influencia en los turcos o en los infieles, cuando ven que, bajo la fachada de esta religión [11], quienes la profesan sienten las más ardientes animadversiones y odios, habiendo derramado, en las guerras de unos contra otros, mucha más sangre cristiana de la que fue derramada por el mayor de sus perseguidores paganos?
Si un hombre vive de acuerdo con la paz pública, su error en las opiniones no puede hacerle más difícil el cielo que la ofrenda de Caín cuando mató a Abel. Cuando las inmoralidades de un hombre o las violaciones de la paz le hacen culpable, la ley pública debe castigarle.
Muchos ejemplos han mostrado que diferentes maneras de pensar en religión no son inconsistentes ni con tener unas relaciones amistosas ni con ejercer un buen gobierno. La actual confederación y conferencia contra Francia es un buen ejemplo, pues se ve que católicos romanos y protestantes pueden unirse en búsqueda de una ventaja y de una seguridad comunes y, a pesar de sus diferentes principios y ceremonias religiosas, vivir en paz unos con otros.
Los distintos estados y principados, que tienen distintas confesiones religiosas, del Imperio, de los cantones de Suiza, así como de las diferentes confesiones en Holanda, han mostrado que se puede gozar de las propiedades y las tierras sin atentar contra el gobierno bajo el que se vive.
Protestantes y católicos romanos mantienen una firme amistad en el campo de la filosofía experimental. Malpighi, aunque italiano y médico del Papa, fue aceptado como un auténtico miembro por la Royal Society inglesa. Y los miembros de esta organización lamentan la interrupción de su correspondencia con la Académie Royal de París debido a la guerra.
Diversas órdenes religiosas de la iglesia de Roma, aunque difieren en sus costumbres y normas, están como un solo cuerpo bajo la misma cabeza, el obispo de Roma, y generalmente viven amigablemente en los mismos reinos y ciudades.
¿Por qué la caridad, la prudencia y el interés no habrían de unir también a todos los cristianos bajo la misma gran cabeza, Cristo Jesús (al que todos pertenecen), y convertirles en más diligentes para buscar aquellas cosas en las que concuerdan y así vivir en amistad, en vez de permitir que aquellas pequeñas cosas en las que difieren exageren las disputas y el odio?
[12] Es el amor a Dios con todas nuestras fuerzas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos lo que lleva a los hombres al cielo: “la fe, la esperanza y la caridad, pero la mayor de estas virtudes es la caridad” (I Cor 13, 15).
Los más sabios de los hombres tienen ante sí muchas más verdades que no conocen que las que conocen: “pues ahora vemos como a través de un cristal oscuro, pero en la otra vida veremos cara a cara; ahora sólo conocemos parcialmente” (I Cor 13, 12). Pues si la ignorancia lleva a un hombre de naturaleza buena y honesta a la condenación, ¿quién podrá salvarse? Fue más la malicia de los fariseos y el asesinato del Mesías, que la ignorancia, lo que los llevó a la ruina.
Un demonio puede aparecer como un ángel de luz y un Judas puede hacer suyo el nombre y todas las formas visibles de la mejor religión del mundo. Por tanto, una estricta conformidad a la mejor religión no hace bueno al hombre, porque ser bueno es lo que no pueden ser ni espíritus malignos ni hombres malvados.
Perseguir a alguien para forzarle a la conformidad en religión, además de inútil, es también algo que va, como el peor de los principios y prácticas paganas, contra la intención del cristianismo. Saquear a los hombres a causa de los principios de la religión no es sino ofrecer [a Dios] el robo como si fuera un sacrificio; y atormentar a los hombres hasta la muerte no es mejor que ofrecer [a Dios] sangre humana.
¿Cualquiera de las opiniones controvertidas es más anticristiana que los asesinatos, robos, violaciones, destrucciones de ciudades y países, que profanan el nombre de Dios, y todo tipo de maldades, que son los efectos comunes de las guerras? La guerra es generalmente la consecuencia de las persecuciones religiosas, que a menudo traen convulsiones, si no revoluciones, en los reinos y los estados: pues como el sufrimiento genera simpatía, así los que se sienten ofendidos son mucho más numerosos que los que sufren. Y cuando hay una multitud de descontentos, aunque sean de diferentes religiones, raramente faltará una cabeza que esté al mando: un Teckly, un Ragotzi o un Cavaliere18 serán encontrados fácilmente. Suiza, Holanda, Bohemia, Hungría y los Cevenois con muchos protestantes franceses en los ejércitos de los aliados son perfectos ejemplos de ellos. Que el verdadero amor quite las pasiones defectuosas y el interés excesivo y la Humanidad concordará naturalmente en hacer el bien unos a otros, como la cera calentada se une. Las solas diferencias de opinión, sin que hayan llevado a cometer acciones ofensivas, no hacen [13] a los hombres discrepar más que sus rasgos, como la estatura o el semblante. Podríamos decir incluso que todo hombre se diferencia mucho de sí mismo en todo, si comparamos cómo se es cuando se tiene 7 años y cómo, cuando se tiene 70.
La verdad es más fuerte y prevalecerá. Dejemos que sea oída imparcialmente. Pues la falsedad no puede nunca ser probada verdadera. Si removemos las pasiones que nublan a los hombres, la verdad será descubierta por su propia luz.
Imponer la religión sin que se alcance a entenderla no es llevar a los hombres al cielo. Los hombres no serán salvados en contra de su propia voluntad, ni pueden creer firmemente aquello de lo que no están convencidos. Allí donde las verdades son claras y entendidas, los que las conocen no difieren acerca de ellas. No hay necesidad de un potro de tortura para obligar a una demostración matemática ni para hacer que un artesano sea un buen trabajador. El tormento puede hacer a un hombre decir cualquier cosa, aunque aborrezca al mismo tiempo a sus perseguidores, pero no le abrirá a ninguna verdad. La pasión y el dolor traen nubes al entendimiento de los hombres, en vez de inteligencia. Pero haced que un hombre alcance a entender algo y no podrá dejar de creer aquello de lo que está convencido.
Las estrellas difieren en magnitud y gloria en el cielo, y también los hombres difieren en brillo e inteligencia en la tierra. En los cielos hay muchas moradas, pero los que tienen un carácter violento y cruel en la tierra no están en condiciones de adecuarse a ninguna de esas benditas moradas. No hay ningún hombre virtuoso en el infierno: el que vive en el amor, vive en Dios. Tampoco hay hombre de naturaleza malvada y cruel en el cielo, pues el demonio es su padre, aquél que fue un asesino desde el principio y que intentó destruir la creación, que Dios había hecho y los hombres buenos desean preservar.
Si los credos debieran siempre ser el criterio de las propiedades, Europa debería estar despoblada, como América, y la gente ser tan bárbara como los indios, manteniendo sus resentimientos y deseos de venganza de una generación a otra.
¿Pueden los cristianos vivir pacíficamente con los turcos y los indios y no entre ellos, sin destruirse unos a otros? ¡Desgraciados hombres! Un enemigo ha sembrado seguramente estas cizañas en la Cristiandad, no a causa de la diferencia en cuanto principios, sino a causa de un modo de ser no caritativo ni cristiano.
[14] Habiendo dicho bastante de los daños que acompañan a las enemistades y las guerras, para impedir eso en el futuro, propongo un nuevo tipo de concilio general de todas las diferentes confesiones cristianas en Europa.
Las personas virtuosas y sinceras de todas las naciones son de la misma religión y las encontraremos en la reunión y la asamblea general reunida en el cielo para adorar y alabar a Dios y al Cordero (Ap 7,919). Dios no tiene acepción de personas. Aquél que en cada nación le tema y obre rectamente será aceptado por Él (Hech 10, 34). El que es hipócrita e irreverente será excluido. Es la integridad del corazón lo que acepta Dios, quien es el que juzga, y no el hombre. Todos los poderes de la tierra no pueden hacer sincero a un hombre por la fuerza, aunque hagan a millones de ellos manejables
PROPUESTA DE UN CONCILIO GENERAL DE TODAS LOS DIVERSAS CONFESIONES CRISTIANAS DE EUROPA, PARA QUE SE REÚNAN DISPUESTAS A AMAR A SUS VECINOS Y HACERSE EL BIEN MUTUAMENTE, MÁS QUE A ENFRENTARSE POR AQUELLO EN LO QUE DIFIEREN
I. Como primera cosa, deberían tomar en cuenta aquello en lo que las diversas confesiones religiosas de Europa están de acuerdo. Y entonces aparecerá claro que esos dos artículos esenciales de amar a Dios y al prójimo serán sólo dos, lo que, si todas las confesiones lo ponen en práctica, pondría eficazmente fin a todas las guerras y derramamientos de sangre por cuestiones religiosas. Y considerando que de la misma manera que un amor sincero hacia Dios hace merecer a cualquier hombre el cielo, así hacer el bien al prójimo da al hombre un derecho a una vida pacífica en la tierra.
[15] II. Si los hombres tuvieran que ser examinados de manera puntillosa en cuanto a sus ideas diferentes, con el mismo odio y acaloramiento con que se disputa generalmente con los que son considerados enemigos, se encontraría materia suficiente para que surgieran enemistades y animadversiones entre los amigos más íntimos e incluso entre los dos últimos hombres que estuvieran viviendo. Ya sabemos que había tres hombres en el mundo cuando Caín mató a Abel por la religión.
A la luz de esos dos artículos, el caso no deja lugar a dudas. La libertad de conciencia, para los amantes de la paz, tiende a hacer que los países florezcan por la paz; el rigor, por tener diferentes maneras de pensar respecto de la religión seguidas estrictamente, tiende a la miseria y a la ruina.
III. Si tal asamblea explicara todas las cosas en las que parece que se difiere, sucedería que todos ellos podrían tener la misma idea y la diferencia en muchas de las cosas en las que hay disputas sería mucho menor de lo que parece ser.
Por tanto, podría esperarse con la mayor razón que los miembros de tal asamblea estableciesen paz y amistad entre ellos mismos, aunque tuvieran diferencias en cuanto a la forma de la religión, lo que podría dar lugar a la paz y a la prosperidad de los príncipes y de los pueblos de Europa, donde ellos viven. Y al mismo tiempo, esforzarse por difundir y dar fermento a la Humanidad con los principios que son generalmente aceptados, de los que los siguientes forman parte:
Primero: creer que hay un Dios que creó todas las cosas y las preserva. Segundo: que Él es espíritu, omnipresente y que está en todos los sitios. Tercero: que Él debe ser adorado con un corazón humilde, sincero y limpio. Cuarto: que Jesucristo fue el Mesías enviado por Dios al mundo como su salvador.
Quinto: que los hombres deben vivir virtuosamente, máximamente dispuestos a la voluntad de Dios, a su propia salvación y felicidad, tanto aquí como en la otra vida.
[16] Sexto: que los hombres deben amarse y hacerse el bien unos a otros como querrían que los otros hicieran con ellos.
Hay otros muchos artículos que toda la multitud de los cristianos tiene, como los atributos de Dios y los deberes morales para con los hombres.
Una gran cantidad de experiencias ha enseñado que la causa explícita, o implícita, de mucha de la sangre derramada en Europa, ha sido no atender a las muchas cosas en que los cristianos concuerdan e imponer, por el contrario, aquellos pocos artículos, en los que ellos saben que difieren.
Si las diversas capacidades y disposiciones de la Humanidad hubieran sido debidamente consideradas y sólo hubieran sido impuestas las necesarias para el bien de la sociedad humana y, en cambio, lo referente al camino para el cielo no hubiera sido más que objeto de consejo e información, las vidas de muchos miles de personas se habrían salvado.
Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido (Jn 18, 36).
Aunque hablara las lenguas de los hombres y los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o como címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha (I Cor 13, 1-3).
[17] UN RESUMEN DEL MODELO PARA LA BUENA Y PERPETUA PAZ DE LA CRISTIANDAD, ESCRITO POR ESE GRAN PRÍNCIPE ENRIQUE IV DE FRANCIA, COMO [APARECE] EN LAS MEMORIAS DEL DUQUE DE SULLY Y EN LO PUBLICADO POR EL OBISPO DE RODEZ (QUE FUE TUTOR DEL ACTUAL REY LUIS XIV) EN SU VIDA DE ENRIQUE IV
I. Él creía que tenía que establecer en su propio reino una paz inconmovible mediante la reconciliación de todos los espíritus, tanto con él mismo como entre sí, quitando todas las causas de los resentimientos. Y que además era necesario elegir gente capaz y fiel que viera en qué podía ser mejorada su renta o el estado, y que le instruyeran también en todos sus asuntos, para que él mismo pudiera discernir lo realizable de las empresas imposibles. Otorgó un Edicto a los protestantes: las dos religiones podían vivir en paz. Dio orden de que se pagaran sus deudas y las del reino, contraídas a causa de los desórdenes de su época y las extravagancias de sus predecesores.
II. Hecho eso, se esforzó continuamente en unir a todos los príncipes cristianos buscando todas las ocasiones para extinguir los desórdenes y pacificar las diferencias existentes entre ellos. Empezó a convertir en amigos y asociados suyos a los príncipes y estados que parecían mejor dispuestos hacia Francia, como lo eran los estados de Holanda, de Venecia, Suiza y el cantón de los Grisones. Y también hizo lo posible por negociar con los tres poderosos reinos del norte, Inglaterra, Dinamarca y Suecia, y por discutir y resolver sus diferencias y, además, por obrar de la misma manera con los electores y los estados y ciudades imperiales. Y sondeó a los señores de Bohemia, Hungría, Transilvania y Polonia para saber si estaban de acuerdo con él.
[18] Éstas eran las disposiciones de su gran designio cuyo programa o modelo es el siguiente:
-Deseaba unir perfectamente a toda la cristiandad en un cuerpo que se llamaría la República20 Cristiana.
-Para cuyo efecto propuso dividirla en quince dominios o estados; es lo más que pudo hacer para convertirlos en estados de igual poder y fuerza, cuyos límites tenían que estar tan bien especificados, por el consenso universal de los quince, que ninguno pudiera saltárselos.
-Los quince dominios eran:
1. El Pontificado o Papado.
2. El Imperio de Alemania.
3. Francia.
4. España.
5. Gran Bretaña.
6. Hungría.
7. Bohemia.
8. Polonia.
9. Dinamarca.
10. Suecia.
11. Saboya o Reino de Lombardía.
12. La Señoría de Venecia.
13. La Comunidad italiana o los pequeños príncipes y ciudades de Italia.
14. Bélgica o Países Bajos.
15. Los suizos.
-Para regular las diferencias que pudieran surgir entre esos confederados y para resolverlas debería de establecerse un orden y una forma de procedimiento mediante un Consejo General compuesto de 60 personas, cuatro por cada
dominio, que debería establecerse en alguna ciudad en medio de Europa, como
Metz, Nancy, Collen u otras.
-Asimismo, deberían establecerse otros tres Consejos en tres sitios diferentes, cada uno de veinte hombres, que deberían hacer informes para el Gran Consejo.
-[19] Y mediante el acuerdo del Consejo General, que debería llamarse Senado de la República Cristiana, debería de establecerse un orden y regulación entre soberanos y súbditos para impedir, por una parte, la opresión y la tiranía de los príncipes y, por la otra, los tumultos y rebeliones de los súbditos.
-Debería asimismo recaudarse una cantidad de dinero y reclutarse una reserva de hombres, a los que cada dominio debería contribuir de acuerdo con la evaluación que hiciera el Gran Consejo, para la ayuda de los dominios fronterizos de los infieles frente a los ataques de éstos, es decir, para la ayuda de Hungría y Polonia contra los de los turcos, y de Suecia y Polonia contra los de los moscovitas y tártaros.
-En fin, por las protestas de todos sus asociados, dejó al Rey de España conocer su designio, junto con los príncipes de su Casa, y los conjuró por la sangre de Jesucristo a consentir en ese plan, como siendo santo, pío, caritativo, glorioso y provechoso para toda la cristiandad. Le presentaron también las ventajas que le hubiera proporcionado y se esforzaron por hacerle comprender que sería más rico, que tendría menos perturbaciones y viviría más
pacíficamente. Que en veinte años España, que era casi un desierto, sería repoblada y se convertiría en el estado más floreciente de Europa. Pero es difícil persuadir a aquéllos cuya ilimitada y malvadamente intrigante ambición les hace abrazar más bien quimeras que cosas sólidas y prefieren más bien poseer países vastos pero desiertos, que una extensión razonable pero bien cultivada y bien poblada.
Había establecido sus planes y hecho preparaciones con toda la diligencia imaginable durante ocho o nueve años; el programa, escribe el historiador, era tan importante que puede decirse que estaba concebido por una inteligencia más que humana.
[20] CONCLUSIÓN
Las juiciosas palabras de Enrique IV de Francia mostraron que era un príncipe de gran sentido y la multitud de dificultades a las que se sobrepuso mostraron que era un príncipe con gran coraje, pero nadie habla de la excelencia de su mente ni de su gran deseo de unir a la cristiandad.
Considero su exclusión de los moscovitas y otomanos como un cumplido21 a la Sede Romana. Porque nada hace a las naciones y a los pueblos más bárbaros que la guerra; por eso, la paz debe de ser el primer paso para hacer apta a la humanidad para la religión: la guerra es destrucción y obliga a los hombres a hacer aquellas cosas que en tiempo de paz considerarían crueles y horribles. Los moscovitas son cristianos y los mahometanos son hombres y tienen las mismas facultades y razón que los otros hombres; sólo quieren las mismas oportunidades y utilizaciones de sus entendimientos para ser hombres igualmente. Pero romperles la cabeza para meter sentido dentro de ellas es una gran equivocación y expondría demasiado a Europa a un estado de guerra; mientras que cuanto más lejos pueda extenderse esta Unión Civil, más grande será la paz sobre la tierra y la buena voluntad entre los hombres.
El obispo escribe, entre otras aclaraciones, que este rey Enrique se había ganado a todas las buenas plumas de la cristiandad, al haber elegido persuadir, más que obligar a la gente, pero no he visto nada sobre este tema, sino lo que aquel autor dijo y lo que había sido escrito por el eminente y buen caballero William Penn, Gobernador de Pennsylvania*. Pero si algún caballero conoce a algún otro autor que haya escrito sobre este tema, anunciarlo públicamente tendería a ilustrar aún más este gran designio y traería a la memoria otros muchos personajes de los diversos reinos y estados de Europa que contribuirían con su ayuda a tal día feliz en Europa.
John Bellers
¡Oh Tú, Santo y Glorioso Señor Dios del séptimo día! Tú, Gran Creador de todas las cosas, Altísimo y Santo, que habitas en la eternidad y vives en la Luz. Tú eres Omnipresente. Tú eres Glorioso en majestad e Infinito en sabiduría y poder. Tú eres Señor de los cielos y Rey de los santos, Señor de las innumerables huestes de los poderosos ángeles. Tú eres el Rey de reyes y tienes los corazones y las vidas de los príncipes en tus manos. Tú, que amparas a los hombres, da tu bendición a los príncipes de Europa mediante el conocimientode Tu Ser y haz que los reyes sean padres solícitos y que las reinas sean madres solícitas, de modo que puedan ser instrumentos en tus manos. Que los reyes del este puedan venir al resplandor de tu aurora22y que los oscuros rincones y chozas del Oeste puedan ser alcanzados por Tu luz. Que el conocimiento de Ti pueda aumentar y cubrir la tierra, como las aguas cubren el mar. Que la tierra pueda gozar de su día de descanso y que la Rectitud descienda como un poderosa arroyo. Que las naciones conviertan sus espadas en arados y sus lanzas en tijeras de podar23. Que el ruido de la guerra ya no pueda ser oído nunca más y que se haga Tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Y que cuando los príncipes, como gavillas de trigo completamente maduro, hayan acabado su carrera sirviéndote, Santo Dios, puedan cambiar sus coronas temporales por otras eternas y puedan juntarse con la innumerable e inmortal compañía de los santos y los ángeles, adorándote y gritando en alta voz: salvación, bendición, gloría, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a Ti que estás sentado en el trono junto al Cordero. Pues Tú, Señor, que vives y reinas en lo más alto de los cielos sobre todo y por encima de todo, estás más allá de toda expresión y de todo concepto de los hombres y de los ángeles, Dios bendito en Tu ser por siempre y para siempre. Amén. Amén.
CONTENIDOS
1. A la Reina Ana de Gran Bretaña
2. A los Lores y Comunes de Gran Bretaña
3. A las Potencias de Europa
4. A los Consejeros y Ministros de Estado
5. A los obispos, predicadores, capellanes y otros clérigos
6. Un resumen del modelo creado por Enrique IV de Francia
7. Conclusión
Notas
Notas de autor