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Mario Martín Gijón: Un segundo destierro. La sombra de Unamuno en el exilio español. Ed. Iberoamericana- Vervuert-Ayuntamiento de Bilbao, Madrid, 2018, 354 pp.
Íker Martínez Fernández
Íker Martínez Fernández
Mario Martín Gijón: Un segundo destierro. La sombra de Unamuno en el exilio español. Ed. Iberoamericana- Vervuert-Ayuntamiento de Bilbao, Madrid, 2018, 354 pp.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 21, núm. 42, pp. 659-662, 2019
Universidad de Sevilla
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RESEÑAS Y DEBATES

Mario Martín Gijón: Un segundo destierro. La sombra de Unamuno en el exilio español. Ed. Iberoamericana- Vervuert-Ayuntamiento de Bilbao, Madrid, 2018, 354 pp.

Íker Martínez Fernández
UNED, España
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 21, núm. 42, pp. 659-662, 2019
Universidad de Sevilla

La obra que pretendo reseñar a continuación es de difícil clasificación. Por un lado, estamos ante el trabajo de un académico que utiliza el instrumental propio del historiador de las ideas. Por otro, se nos presenta un contenido heterogéneo sustentado por un enfoque sumamente original. No resulta extraño por tanto que haya sido merecedora del XVIII Premio Miguel de Unamuno 2017 del Ayuntamiento de Bilbao al mejor ensayo en lengua castellana de entre los presentados a concurso. En los dieciséis capítulos que la componen, rematados por una “Postdata personal” en la que el autor explica cómo surgió su interés por la obra del escritor vasco que concluyó finalmente con la escritura de la obra, Mario Martín Gijón, pacense de Villanueva de la Serena y profesor de la Universidad de Extremadura, presenta la historia de la recepción del pensamiento unamuniano en una España que quedó preterida injusta e injustificadamente durante tantos años: la de los exiliados que desarrollaron el grueso de su producción intelectual en Europa y América Latina durante la dictadura franquista. La heterogeneidad del contenido viene dada, en consecuencia, por la gran cantidad de autores -pensadores, poetas, novelistas o dramaturgos- que desfilan ante los ojos del lector.

Su originalidad reside en que el libro no es únicamente un ensayo sobre la recepción de Unamuno, sino que esta se utiliza como punto de partida para el estudio de dos aspectos de extraordinario interés para el pensamiento español actual. El primero trata de dar cuenta de la singularidad y productividad de un modelo, en este caso la obra del pensador vasco, como una cepa a partir de la cual van surgiendo, como si de fructíferas ramas se tratasen, debates entre exiliados que contribuyeron a generar una suerte de españolidad alternativa a la que la dictadura promovía oficialmente. Dicha españolidad, difusa por la diversidad de sus aportaciones, permitió sin embargo una reflexión acerca de la tradición común. Como muestra Martín Gijón en la obra, Unamuno se convirtió en un referente -tanto por su rechazo como por sus adhesiones- que canalizó muchos de los temas en torno a dicha reflexión. El segundo aspecto de la obra que me parece no solo interesante sino imprescindible en nuestro panorama cultural actual es la labor de recuperación de textos y de intelectuales desconocidos, me atrevería a decir que no solo por el gran público, y que el autor presenta con una profundidad y detalle que genera en el lector un estado de ánimo que fluctúa entre, por un lado, la seducción y el profundo interés y, por otro, el espanto al tomar conciencia de la magnitud de lo ignorado. Trataré de explicar con más detenimiento cada uno de estos dos aspectos.

Sirviéndonos de una expresión que Eugenio Imaz utiliza en su “Miguel de Unamuno”, publicado en 1944 en Cuadernos Americanos, y con la que el autor abre el capítulo V, la figura de Miguel de Unamuno se convirtió para los intelectuales españoles en el exilio en un “Sócrates español”. La analogía resulta muy pertinente, pues, como es sabido, la muerte de Sócrates no solo fue un acontecimiento para la filosofía, sino el inicio de una serie de discusiones acerca de la forma de interpretar la herencia de su magisterio. Aunque Platón pareció triunfar sobre otros intérpretes del pensamiento socrático –como Jenofonte, por ejemplo–, el periodo helenístico no fue sino un escenario en el cual las distintas escuelas de filosofía disputaban por el mensaje del padre de los filósofos. Algo similar sucedió con la figura de Unamuno entre los pensadores del exilio, pues el filósofo bilbaíno pasó a convertirse en una suerte de paradigma que manifestaba multitud de problemas y tensiones objeto de reflexión en ese momento. De la lectura de la obra de Martín Gijón es fácil reconocer a Unamuno como un triple referente: por un lado, de español; por otro, de intelectual y escritor total y, por último, de exiliado político.

La referencia a Unamuno incita en los pensadores del exilio una reflexión sobre el carácter del ser español y de lo que España es y puede llegar a ser como comunidad política en la que reside un conflicto no resuelto. Desde lo que Martín Gijón denomina “mirada amorosa” de María Zambrano (Cap. I), en referencia a un texto de la filósofa malagueña acerca de Unamuno, pasando por el “asombro del español ante su historia” (p. 49) de un joven Ferrater Mora, que inclina su mirada hacia la obra unamuniana para retomar filosóficamente el problema de España, hay en el pensamiento del exilio una obsesión por reivindicar un problema de identidad que se personifica en la figura del pensador vasco y su filosofía trágica, agónica, en “guerra civil” constante consigo mismo y con el otro. Modelo del español que se define trágicamente, Unamuno habría captado a la perfección, a juicio de los exiliados, un supuesto espíritu español y lo habría convertido en vivencia concreta y militante. De ahí que el pensador vasco pueda verse igualmente, no solo como el prototipo del homo hispanicus, sino como el paradigma del intelectual comprometido con los problemas de su tiempo, angustiado por los irresolubles conflictos de una época de decadencia histórica. Es en este sentido como Unamuno es reivindicado como filósofo existencialista precursor de Heidegger, e incluso llega a ser comparado por Segundo Serrano Poncela con Jean Paul Sartre (p. 110). La atracción por Unamuno, tanto como su impugnación en tanto que filósofo, fue un referente necesario al que enfrentarse y con el cual medirse, pues remite en último término a una figura ineludible para el pensamiento. Dicho en palabras del autor: “En el exilio se convirtió en una obligación moral afrontar el legado de Unamuno, que era visto, en primer lugar, como un legado filosófico” (pp. 95-96). Unamuno es finalmente el modelo que define la dignidad del exiliado. Los intelectuales expatriados tras la guerra tuvieron muy presente el angustioso exilio -forzoso primero y voluntario después- del filósofo vasco en Fuerteventura, París y Hendaya entre 1924 y 1930. El título del capítulo IV de la obra, conscientemente ambiguo (“Recuerdos de Unamuno en el exilio”) evoca esta relación tan especial que solo podía entablarse con alguien que había experimentado penurias similares a las que ellos sufrían en aquel momento.

Pero si Unamuno fue una referencia para el pensamiento en el exilio, fue porque las producciones de los exiliados habían alcanzado, casi desde el primer momento, un dinamismo notable. Martín Gijón elabora un auténtico elenco de obras, casi todas de corte filosófico o de crítica literaria, dedicadas a Unamuno. Algunas de ellas han alcanzado cierta fama y resultan hoy todavía accesibles, como la que le dedican María Zambrano, Ferrater Mora, Eduardo Ortega y Gasset -quien curiosamente reivindica a Unamuno frente a Ortega, su hermano- o Carlos Blanco Aguinaga; otras continúan inéditas, aunque podemos leer de ellas interesantes reseñas que el autor nos ofrece como resultado de su labor investigadora, como Unamuno y Francia,de Jerónimo Chicharro de León (pp. 182 y ss.), o el prólogo a una frustrada antología de César M. Arconada escrito en 1948 y titulado “Cincuenta años de literatura española” (pp. 223 y ss.). En ellas y en otras en las que el tratamiento de la figura del vasco resulta mucho más tangencial, los intelectuales del exilio deambularon desde la profunda admiración (véase el capítulo XVI “El último unamuniano”, en referencia a José Bergamín) a la decepción (es el caso de Juan Marichal) o incluso el desprecio (el Unamuno sofista del anarquismo, el traidor al vasquismo del nacionalismo vasco o el “Unamuno, sombra fingida” de Ramón J. Sender).

Siempre en relación directa o indirecta con los temas a los que acabo de aludir, Unamuno se convierte en el protagonista o el antagonista de dichas obras. De esta manera, el libro en su conjunto consigue generar en el lector la sensación de penetrar en un auténtico clima intelectual del que parecemos ser en cierto modo partícipes. Todo un logro que no se ve menguado por la abundancia, casi hipertrofia, de temas y autores tratados en el libro. Ya se sabe que allí donde está el riesgo se halla también la salvación, y el riesgo de tedio ante tan abrumadora enumeración resulta sin embargo conjurado por la titánica labor de recuperación textual y humana que se presenta ante nosotros.

Un par de detalles ilustrarán lo que quiero decir: Martín Gijón no hace excesivas reflexiones de conjunto y analiza las obras de los exiliados en su más estricta individualidad; además, cada vez que introduce un autor nuevo, lo hace indicando el lugar y su fecha de nacimiento. Ninguno de estos factores aligera la lectura de un texto cuya temática es de por sí suficientemente compleja y, digamos, prolija. Sin embargo, sospecho que en tal configuración el elemento ético ha primado sobre el estético: cada intelectual exiliado merece un espacio y una dedicación exclusiva, algunas líneas en las que se hable solo de él; una cuestión de respeto, más aún si tenemos en cuenta que sobre algunos de ellos las referencias que podemos hallar fuera de esta obra son mucho menos que escasas. De la misma manera, el detalle sobre el lugar y fecha de su nacimiento y muerte no trata de ser un apunte erudito, sino la muestra de dos hechos que se explican por su mera enunciación: por un lado, que los exiliados procedían de todos los lugares de la geografía española y, por otro, que nuestro país sufrió una desoladora “fuga de cerebros” después de la guerra civil, pues la gran mayoría de los intelectuales exiliados jamás regresó, bien porque la muerte les alcanzó antes que a Franco, bien porque hallaron en otros países la tranquilidad suficiente para desarrollar su proyecto vital después de la muerte del dictador.

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