Resumen: El concepto marxista de fetichismo nos ayuda a entender como los regímenes liberales, tanto de carácter productivo como de naturaleza consumptiva, construyen un mundo de objetos circulantes que aparecen divorciados de los contextos en los que se produjeron. Lo mismo se puede decir de la transcripción cuando esta se externalizada y es consumida —cual que dato primario— por los grupos de investigación. En el artículo se discute la importancia de la transcripción en el proceso de investigación. En primer lugar, se atiende su relevancia en la dimensión analítica y como parte de las preocupaciones metodológicas para evitar la pérdida de continuidad en la transformación de la oralidad en documento primario. Se analizan los problemas derivados de mercantilizar la transcripción en los contextos de externalización del trabajo de campo. En segundo lugar, se contextualiza el trabajo de transcripción en el proceso artesanal de la investigación cualitativa y se incide en las posibilidades que brinda para realizar un análisis continuo del proceso de investigación. En último lugar, el artículo discute la dimensión ética que contiene la transcripción literal como proceso a través del que se devuelve, en forma de escucha, el tiempo a las personas que ofrecieron su palabra a la investigación.
Palabras clave:cualitativismo críticocualitativismo crítico,transcripcióntranscripción,metodología cualitativametodología cualitativa,escuchaescucha,interpretacióninterpretación.
Abstract: The Marxist concept of fetishism helps us to understand how liberal regimes, both productive and consumptive, construct a world of circulating objects that appear divorced from the contexts in which they are produced. The same can be said of transcription when it is outsourced and consumed as a primary data by research groups. The importance of transcription in the research process is discussed in the article. First, we take into account its relevance in the analytical process and as part of the methodological concerns to avoid the loss of continuity in the transformation of orality into a primary document. We analyze the problems derived from commercialization of the transcription in the contexts of outsourcing of the field work. Secondly, the work of transcription is contextualized in the artisanal process of qualitative research and it focuses on the possibilities it offers to carry out a continuous analysis in the research process. Finally, the article discusses the ethical dimension of the literal transcription as a process through which we return the people that offered they time and they word to the research in the form of listening.
Keywords: critical qualitative, transcription, qualitative methodology, listening, interpretation.
Artículos
El fetichismo de la transcripción: Cuando el texto pierde el lenguaje analógico
The fetishism of transcription: when the text loses its analogical language
Recepción: 11/12/2016
Aprobación: 04/12/2017
La acción significativa es un objeto para la ciencia sólo bajo la condición de un tipo de objetivación equivalente a la fijación del discurso por la escritura (Ricoeur 1971: 536).
Frente al análisis en vivo o las transcripciones instrumentales, la transcripción literal es una práctica fundamental para la investigación cualitativa (Davidson 2009), especialmente si el objeto de la investigación es el análisis sociológico de los discursos (Conde 2009). Sin embargo, poca o ninguna atención se le ha dado al proceso de transcripción que, en principio, se presenta como un trabajo banal y mecánico.
Como veremos a lo largo de estas páginas, no solo tener la transcripción de los relatos es importante, sino que el propio proceso de obtención del texto puede ser considerado como uno de los procesos fundamentales dentro de la investigación cualitativa. Los precursores que proponen este tipo de análisis —pertenecientes a lo que se ha convenido en denominar la corriente del Cualitativismo Crítico de Madrid— planteaban que el trabajo de la transcripción debía realizarse por las propias investigadoras, sobre todo por aquellas que llevan a cabo el trabajo de campo. Así lo relata, por ejemplo, Alfonso Ortí (1984), quien al describir qué se debe hacer con los discursos generados en los grupos de discusión plantea que: "Esta discusión es grabada, mediante un magnetófono, y transcrita mecanográficamente para su posterior análisis (semiológico o motivacional) por el mismo investigador (preferentemente) que ha dirigido la reunión de grupo" (Ortí 1984: 209).
Las razones que explican la necesidad de la transcripción literal responden, siguiendo a Conde (2009), a una doble perspectiva. En primer lugar, desde un punto de vista pragmático facilita el trabajo de las investigadoras. La lectura y el trabajo con la transcripción permiten realizar acotaciones, ir anotando lo que evoca la lectura, posibilita leer varias partes del texto de forma simultánea para comparar qué se dice en uno y otro momento. Bajo el punto de vista metodológico, tener la transcripción es básico para poder hacer el trabajo de análisis de las asociaciones, de los desplazamientos, de las tensiones, de los giros, de las propias expresiones producidas en el grupo. En segundo lugar, desde un punto de vista más teórico, el paso de lo oral a lo escrito comporta una importante transformación del material de partida de la investigación (Alonso 1998; Callejo 2001). Este hecho supone aspectos negativos, dado que dicha transformación implica una pérdida de información, transformando algunas de las funciones referenciales y metalingüísticas del propio lenguaje (Jakobson 1975). El paso de lo oral a lo escrito conlleva un empobrecimiento de la riqueza de lo hablado y del conjunto de dimensiones que constituyen la interacción comunicativa. Existen elementos de la gestualidad, de las entonaciones, los actos del lenguaje vinculados al contexto específico de la conversación que se pierden. Perdemos, en palabras de Watzlawick, Helmick y Jackson (1985), parte del plano de la relación o, en palabras de Bateson (1984), parte del nivel conativo. Lo oral se convierte así en escrito, contraparadoja que sirve precisamente para que fluya lo oral, pero que presenta no solo problemas metodológicos de transcripción, sino también de cambio de tipos lógicos de comunicación (Alonso 1998), como veremos luego en otro apartado. No obstante, nuestro punto de partida es que esta pérdida no es tan exagerada cuando la analista es a la vez quien transcribe la grabación. Si son las investigadoras quienes realizan la transcripción se da una continuidad entre los sujetos que están en el momento de la interacción comunicativa y en la posterior conversión de esta interacción en un corpus de datos cualitativos primarios. Así, en el momento de la lectura activa de este corpus, el texto se nos presenta narrado en voz en off por los sujetos, las voces y sus matices son perfectamente identificables y no hay un desvanecimiento tan grande de la oralidad transformada en texto.
Aun así, la transcripción literal debe incluir todos aquellos elementos antecedentes y del contexto que puedan contribuir a su interpretación, así como todas las incidencias no verbales (Ruiz 2009), para llegar a interpretar los silencios y las emociones asociadas al relato. Para ello, el relato no debe escribir-se, sino escuchar y reescribir el relato. Es por esto que quizá el aspecto más destacable de que sean las propias investigadoras quienes protagonicen el proceso de transformación de lo oral a texto, es que el trabajo de transcripción abre las puertas al análisis e interpretación del discurso, configurándose como una de las primeras tareas analíticas. Cuando el texto toma el lugar de la palabra, la aspiración referencial empieza a pasar a segundo plano, frente a la materialidad de lo que se ha dicho. Más allá de que se quiera decir una cosa, una vez dicha, esta cobra peso y vida propia, pudiendo poner de relieve unas nuevas dimensiones de sentido que no estaban previstas en la voluntad de quien lo ha pronunciado. “Y es precisamente esta autonomía relativa del texto, su materialidad, lo que permite abrir y desarrollar las tareas de análisis e interpretación de los discursos expresados en dicho texto y, al mismo tiempo, permite acotar y controlar tanto la posible voluntad consciente de los interlocutores de la investigación, como la subjetividad de los investigadores en los procesos de análisis e interpretación del mismo” (Conde 2009: 92-93). Captar e interpretar la materialidad de lo expresado por los sujetos son tareas que, desde nuestro punto de vista, mejoran considerablemente en la medida en que forman parte de un proceso continuo. La continuidad depende de que sean las mismas personas quienes conduzcan y ejecuten todo este proceso. Y como veremos a lo largo de este artículo, la traducción de los discursos no textuales a una forma textual, la transcripción, constituye ya una primera parte del análisis textual y contextual y, al mismo tiempo, es una parte fundamental para la interpretación de discursos (Ruiz 2009). Tanto es así que Lapadat y Lindsay (1999) afirman que el análisis empieza durante el proceso de transcripción. En tercer lugar, cabe destacar la dimensión ética de la transcripción cuando esta se realiza por parte de las personas que investigan y que comprenden el proceso como un fenómeno social total: el proceso supone devolver, a través de la escucha, el tiempo a las personas que participaron en la investigación y ofrecieron su palabra.
Por último, recuperamos la distinción entre comunicación analógica y digital y sus implicaciones para el análisis de los discursos dada la importancia de la dimensión connotativa o modal del lenguaje analógico.
La externalización del proceso de transcripción entronca con el concepto de fetichismo de la mercancía en clara referencia al hecho de que la gente consume sin tener ningún conocimiento del contexto de producción de aquello que consume. Tal y como explicaba Marx (1984), a primera vista una mercancía parece una cosa obvia aunque su análisis demuestra que es “un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface necesidadeshumanas, o de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del trabajo humano (...) Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de sus productores.” (Marx 1984: 105-106).
Cuando la transcripción se externaliza pasa por el mismo proceso que cualquier objeto que muda a mercancía: sale del contexto de la investigación social y pasa al ámbito de las relaciones de producción. El valor de la transcripción se fija en función del tiempo de trabajo necesario para producirla.
En las relaciones sociales de producción tiene lugar, sin embargo, un fenómeno de inversión, una ilusión mediante la cual se presenta la relación entre productores bajo la forma de una relación social entre cosas, una relación entre los mismos productos del trabajo de las personas como si fueran entidades independientes de quien las ha creado. De este modo, la mercancía, en lugar de revelarnos las condiciones sociales en las que ha sido producida, las oculta y se presenta ante las personas como si su valor surgiera de dentro de ella misma. Para entender este fenómeno, sostiene Marx (1984), hay que ir a las neblinosas comarcas del mundo religioso, donde los dioses aparecen dotados de vida propia, como seres autónomos provistos de atributos, cuando en realidad dichos atributos han sido otorgados por la propia sociedad.
De igual modo, mediante la ocultación de las condiciones y relaciones de producción de la investigación, el corpus discursivo de las investigaciones emerge como si se hubiera creado solo: la voz ha pasado a escribirse de manera autónoma en las páginas en blanco, el texto ha tomado, autónomamente, el lugar de la palabra. La transcripción pasa a tener vida propia. Una vez la transcripción muda a mercancía, deja de haber relación entre el trabajo que hacen las personas y el fruto de su trabajo: el corpus de análisis. Esta separación queda reflejada en el informe final de la investigación. El análisis carece de las huellas mnémicas que deja este proceso, a menudo considerado como un trabajo banal, mecánico e insignificante.
Transformada en mercancía, la transcripción es vista como un objeto transparente y mecánico que produce una representación precisa de las grabaciones. Este supuesto positivista considera a las transcripciones como textos autorizados que mantienen ciertas verdades (Tilley y Powick 2002). Se olvida, de esta manera, que la transcripción está realizada por una persona que selecciona e interpreta desde su propia subjetividad. La transcripción reemplaza la grabación y es considerada, a menudo, como el principal dato primario en buena parte de los trabajos cualitativos. De acuerdo con Poland (2008), la traslación de la rica textura de la experiencia vivida a la prosa escrita supone un proceso interpretativo que se subestima sistemáticamente. Por lo tanto, la transcripción no es sólo una fase de preparación de los datos: es un trabajo interpretativo que se produce en las primeras fases del análisis. Como tal, la transcripción requiere la misma atención a la reflexividad y el rigor que otros componentes del análisis (quizás más, en la medida en que la transcripción implica la producción de la materia prima sobre la cual se basa el trabajo analítico subsiguiente).
Tilley y Powick (2002) han examinado el uso de transcriptores contratados, sobre todo en relación a la fiabilidad de las transcripciones y su análisis. Los autores critican lo que denominan el realismo ingenuo. Este tipo de realismo, que está plenamente incorporado en la epistemología subyacente a muchas investigaciones, no se cuestiona la posibilidad de un transcriptor objetivo que haga caso omiso de las complejidades de la transcripción que, bajo su parecer, se asemejan más al trabajo de traslación que al de transferencia. Por el contrario, según el principio de transferencia, la transcripción es un acto interpretativo del cual surgen temas analíticos y teóricos que son inherentes a cualquier forma de representación (Mischler 1991). Por lo tanto, el proceso de transcripción exige la práctica prolongada y la sensibilidad hacia las diferencias entre el discurso oral y los textos escritos. La naturaleza incorpórea y descontextualizada de los textos debe tenerse en cuenta durante los procesos posteriores de análisis (Brinkmann 2008). En este sentido, Duranti (2006), haciendo una analogía con el mito de la caverna de Platón: afirma que las transcripciones son como sombras proyectadas en las paredes.
Dunaway (1984) analiza la transcripción como un reflejo superficial de la vida que se pretende captar en la investigación. La distancia entre el transcriptor y el entrevistador en el campo es tan grande que las diferencias en la visión del mundo pueden desaparecer cuando las palabras se forman en letras en la página. “Un falso sentido de participación se puede crear en el lector de las transcripciones. Los lectores podrían pensar que reciben toda la información de la entrevista; en realidad, están tan cerca como el espectador de televisión que ve una selva tropical en la pantalla y se supone que posee la experiencia. Al final, la lectura de la transcripción podría parecerse a la famosa analogía de la caverna de Platón habitantes que toman sombras en la pared para el rico mundo de tres dimensiones de la experiencia directa” (Dunaway 1984: 117).
Por consiguiente, los procesos de transcripción implican juicios y análisis que dan prioridad a algunos fenómenos (por ejemplo, la superposición de voces) y restan importancia a otros (por ejemplo, el acento regional) (Potter 2008). Así mismo, los procesos de transcripción dejan constancia de las formas dialectales empleadas por los sujetos. Hecho que nos habla y revela parte de los contextos sociohistóricos de nuestras poblaciones de estudio.
Podemos ilustrar esta última cuestión con una investigación que trataba sobre las representaciones sociales, discursos medioambientales y discursos agrarios en el Parque Natural de la Albufera y al Parque Natural del Delta del Ebro. El proceso de transcripción nos sirvió para dar cuenta de los procesos migratorios entre las dos zonas de humedales. Muchos de los verbos utilizados en los discursos provenientes de la gente del Delta se conjugan en formas dialectales valencianas.
“(...) vulldir, a vore, problemes hi ha igual (Entrevista empresari, Amposta)”1
El hecho de transcribir mientras se ha elaborado el trabajo de campo nos ha permitido captar esta cuestión. Como se observa en el breve fragmento, la sutilidad del elemento discursivo que despierta la atención podría haberse pasado por alto si la transcripción hubiera restado oralidad a la escritura y habría sido más difícil de captar si entrevista (la situación comunicativa) y transcripción hubieran sido realizadas por distintas personas. Por tanto, vemos que cuando la transcripción muda a mercancía sufre un doble efecto descontextualizador. Por una parte, su externalización oculta las condiciones sociales en las que esta fue creada. Por otra parte, se pierde contexto situacional y contexto sociohistórico en el que los discursos se desarrollan y producen (Requena 2014).
Todo el misticismo del mundo de las mercancías, toda la magia y la fantasmagoría que nimban los productos del trabajo fundados en la producción de mercancías, se esfuman de inmediato cuando emprendemos camino hacia otras formas de producción (Marx 1984).
Como definía Marx (1971), la artesanía es una actividad formadora. De este modo, Marx cargaba el acento en que el yo y las relaciones sociales se desarrollan a través de la producción de las cosas. El hecho de que las investigadoras transcriban forma parte de concebir la investigación social como un proceso artesanal. Sostiene Sennett (2009) que, en general, las personas que producen cosas no comprenden lo que hacen. En este sentido, se tiene que abrir una página nueva y esto lo podemos hacer preguntando (aunque las respuestas no sean simples) qué es lo que nos enseña de nosotros mismos el proceso de producir cosas. “Aprender de las cosas requiere preocuparse por las calidades de las telas o el modo concreto de preparar un pescado; buenos vestidos o alimentos muy cocinados pueden habilitarnos para imaginar categorías más anchas de ‘lo bueno” (Sennett 2009: 19). La gente puede aprender de sí misma a través de las cosas que produce.
La transcripción, en tanto que proceso artesanal, puede resultar de gran ayuda en el transcurso de nuestra formación como investigadoras. La escucha pausada de las voces que se pasan a texto implica pensar en cómo preguntamos en las entrevistas o cómo moderamos los grupos de discusión. Así, por ejemplo, en relación a la parte de nuestro trabajo como entrevistadoras, la transcripción entre otras cosas nos permite ver: si dejamos hablar a la otra persona; si dejamos tiempo de silencio para la reflexión o, contrariamente, lo prolongamos demasiado tiempo y acaba haciéndose incómodo; si intentamos que la conversación sea fluida o si hacemos de la entrevista una situación rígida; si empatizamos con la persona entrevistada y, lo más importante, si intentamos diluir la asimetría que implica la entrevista o, por el contrario, la acentuamos.
De la misma manera, la escucha pausada y el ejercicio de traducir las voces a texto permite una mayor conciencia de cómo hemos planteado el impulso inicial de los grupos. De este modo, por ejemplo, podemos saber si hemos lanzado la dinámica del grupo con un impulso que permite al grupo construir el objeto de la investigación de acuerdo a sus marcos de referencia más pertinentes. Siguiendo a Conde (2009), este impulso debe tener una doble característica. Por una parte, ser lo suficientemente general como para que el grupo pueda realizar de una forma abierta y relativamente libre su aproximación al objetivo de la investigación. Y por otra parte, tener una relación "indirecta"' con el citado objeto de la investigación, de modo que se pueda observar cómo el grupo va avanzado unos y otros temas, va deambulando por unos y otros lugares, conectando unos y otros argumentos, mostrando diferentes actitudes, manifestando diversos tipos de conflictos y realizando un conjunto de desplazamientos y cómo, a partir de dicha dinámica, va fraguando su aproximación singular al objeto de la investigación (Alonso 1998).
También el proceso de escucha que tiene lugar durante la transcripción sirve para dar cuenta de cómo ha sido la dinámica de la conversación en los grupos de discusión y, en consecuencia, sirve para ver si estamos asumiendo el tipo deseado de moderación. Saber si hemos sido capaces de generar una coordinación abierta y no directiva que permita al propio grupo ir configurando con sus rodeos e idas y vueltas, con sus asociaciones y desplazamientos, con sus saltos y retrocesos la trama narrativa base del análisis del discurso grupal (Conde 2009). En definitiva, saber si ese papel desemboca en una dinámica satisfactoria en la que el desempeño del trabajo colectivo tiene la virtud de transformar a los individuos que teníamos al principio en un verdadero grupo, aunque sea efímero (de Lucas 1995). Aprendiendo de nosotros a través de las cosas que producimos.
El verbatim que adjuntamos a continuación del estudio cualitativo 2926 del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS 2011) nos ilustra sobre cómo el hecho de tratar la transcripción como una mercancía tiene importantes consecuencias sobre la investigación y sobre nuestros propios procesos de formación como investigadoras.
M1: Yo creo que en parte (…)
Moderadora: Creo que va a ser un problema esto…
M1: En Castellano…
Moderadora: Es que soy de Santiago de Compostela…
(GD4 Profesionales Liberales y Trabajadores de Cualificación Universitaria, 35-50 años, Barcelona).
En primer lugar, debemos indicar que el grupo tuvo lugar en Barcelona. Los tres primeros puntos, encorsetados entre paréntesis, nos indican que el sujeto M1 está hablando en catalán. La Moderadora, ante este hecho, responde “creo que va a ser un problema”. Y, aunque no sabemos la tonalidad de voz que acompaño a ese mensaje, una cosa sí que tenemos clara: su contenido. Este tipo de intervenciones, por parte de otros asistentes, se repiten en el discurrir del grupo.
H3: hombre, algo de capacidad sí que pueden tener.
(…)
H2: castellano, castellano.
M1: ay, perdona…
(GD4 Profesionales Liberales y Trabajadores de Cualificación Universitaria, 35-50 años, Barcelona).
Curiosamente en la Ficha técnica de esta investigación, sobre este grupo, en concreto, encontramos esta información:
“Como resultados no deseados, algunos grupos incorporaron un exceso de heterogeneidad ideológica que valoramos como negativa. Fue el caso del grupo de profesionales liberales y trabajadores de alta cualificación de Barcelona (GR4) (…). En el primero, la excesiva heterogeneidad ideológica en el eje nacionalista puso en cuestión la viabilidad misma del grupo. Aproximadamente hacia la mitad de la dinámica, la fracción no nacionalista catalana presente en el grupo optó por el silencio tras varios enfrentamientos de dureza con la fracción más catalanista”
No sabemos si las maneras de intervenir de la moderadora hubiesen cambiado este hecho. Tampoco sabemos si los individuos, finalmente, se hubiesen convertido en un grupo. Pero sí que podemos argumentar que el proceso de transcripción hubiese sido útil para reflexionar sobre qué efectos pueden tener ciertas intervenciones. En este sentido, creemos que el proceso de transcripción nos ayuda a tomar conciencia de que las investigadoras somos, como definía Jesús Ibáñez, “sujetos en proceso”, esto es, en palabras de Ángel de Lucas, “un sujeto que necesariamente modifica el proceso que observa y que se modifica a sí mismo al observarlo: modificaciones ambas que deben ser incluidas en el campo de la investigación” (de Lucas 1995).
Teniendo en cuenta estas consideraciones, el proceso de transcripción debería ser considerado como parte de las herramientas metodológicas esenciales, en la medida que nos ayuda a revisar aspectos del proyecto de investigación, tales como el guion de temas de la entrevista o el grupo. Cuando transcribimos podemos reflexionar sobre si el guion sigue el orden adecuado o si hay temas comprometidos que evocamos al inicio y no desembocan en un discurso fluido y/o provocan posiciones reactivas. Por ejemplo, en la investigación que hemos citado anteriormente, los procesos de transcripción revelaron que preguntar por el medio ambiente a los agricultores era ofensivo y producía acciones reactivas, puesto que el cumplimento de las normativas medioambientales es un coste más que se carga sobre las delgadas rentas agrarias subsumidas al capital y a su circuito asfixiante.
Además, los procesos de transcripción, en tanto que análisis preliminares, permiten ajustar si es necesario que insistamos más en algunos aspectos o si los guiones de nuestros grupos y entrevistas carecen de aspectos importantes, vinculados a los objetivos de la investigación, y que previamente no habíamos contemplado. Asimismo, el hecho de transcribir mientras abordamos el trabajo de campo nos sirve para ir interiorizando el discurso social sobre el tópico a investigar. Esto es clave para poder tener los conocimientos necesarios cuando entrevistamos o moderamos nuevos perfiles sociales semblantes u opuestos ya que podemos profundizar en los temas o formular preguntas desde terceros, repitiendo parte de los discursos que ya hemos escuchado e interiorizado.
Desde este punto de vista, la transcripción es muy útil para hacer un “análisis continuo” (Conde 2009). El concepto de "análisis continuo" en la investigación cualitativa alude a la intensa dialéctica que existe en este tipo de investigación entre los momentos del diseño y revisión de la documentación existente, la producción de la información y su análisis. Este análisis continuo extiende el análisis a todas las fases de la investigación, lo que ha llevado a algunos autores a hablar de la "omnipresencia del análisis" (Valles1997) en la investigación cualitativa. Así pues, siempre que el objetivo de la investigación sea el análisis de discursos, siguiendo a Conde (2009), pensamos que es muy aconsejable que la investigación cualitativa se desarrolle en un lapso de tiempo que permita "reinyectar" en los sucesivos grupos y/o entrevistas algunos de los elementos de análisis que hayan surgido en las primeras oleadas de trabajo de campo. En este aspecto, la transcripción es un proceso clave. La investigación cualitativa exige la consideración del análisis como un proceso continuo y retroactivo, en el que los resultados parciales posibiliten el rediseño y el enriquecimiento de los pasos posteriores de la investigación. De este modo, el análisis en la investigación cualitativa se enriquece con las informaciones procedentes del mismo proceso de contactación de las personas entrevistadas, del proceso de transcripción, así como de otras informaciones producidas en el transcurso del trabajo de campo.
La investigación cualitativa se erige desde este enfoque como un hecho social total (Mauss 1979). Esta concepción denota que todos los procesos que componen la investigación social cualitativa (que a menudo tienden a externalizarse) están implicados en forma simultánea e indisoluble. En suma, la transcripción y su artesanía nos ayudan a concebir el proceso de investigación como un hecho social total en el que cada parte es la expresión particular, pero unitaria, del todo que compone la investigación.
Esta atención escrupulosa de todas las voces que supone el proceso de transcripción nos da las pautas para aprender a escuchar. La escucha es la posibilidad de la construcción de lo narrado (Santamarina y Marinas 1994). Fraser (1990) nos recuerda que únicamente a través de la escucha encontramos la coherencia en el discurso. Pero debemos establecer una precisión: escuchar no es atender. La atención supone seleccionar en el discurso del otro aquello que pretendemos escuchar, aquello en lo que pretendemos centrar la tensión de la atención. “El término «escucha» expresa, en Freud, la atención flotante del analista en psicoanálisis. Es la contrapartida de la obligación para el analizado de decir todo lo que pasa por su cabeza: el analista tiene la obligación de sentir todo lo que pasa por la boca —y, en general, por el cuerpo— del analizado. Escucha es lo contrario de atención (una atención flotante es una no atención): el que atiende sólo puede sentir lo que espera sentir desde el horizonte de sus deseos y/o intereses, el que escucha puede sentirlo todo. «Yo no busco, encuentro» —decía Picasso.(…) El que atiende busca, el que escucha encuentra. Sólo se puede encontrar lo que no se puede buscar: porque, si lo pudiésemos buscar, ya lo habríamos encontrado. La posición de escucha expresa la máxima apertura posible del sujeto de la investigación” (Ibáñez 2005: 88).
Aprender a escuchar de manera dialógica es fundamental dentro de las investigaciones sociales cualitativas. Sostiene Ortí (2012) que el saber reflexivo de la escucha concreta entraña la respetuosa ética de la alteridad y ayuda a la comprensión de todas las razones y contextos ideológicos. Especialmente, ese ejercicio de escucha y comprensión concreta de la singularidad del otro, cuando se expresan de forma dialógica, son de gran utilidad para la praxis del análisis de la subjetividad colectiva.
Como mantiene Marinas (2005) la posición de quien escucha suscita o filtra, o incluso bloquea, el surgimiento de un discurso en el que quien habla diga algo. Es decir, que vaya más allá de la transmisión de los lugares comunes, del discurso estándar, o de la ideología dominante, para decir una palabra potencialmente llena. Las condiciones de esta palabra que pasa de su condición normal de “medio decir”, a una palabra que expresa plenamente el sentido de lo dicho, tiene que ver con el reconocimiento de tres factores. En primer lugar, la existencia de una dimensión inconsciente a la cual no se accede pero que hace ruido, filtra o bloquea el decir. En esa dimensión se actúa de una forma determinada según la capacidad de escuchar haciéndose cargo de —o denostando— lo que se oye. En segundo lugar, la relación concreta que se traba con quien escucha, que puede traer a la proyección de imágenes positivas o, por el contrario, aversivas. Y, por último, la escucha de quien habla de sus propias nociones o procesos preconscientes.
Atendemos las reglas relativas de la escucha “puesto que ella determina (…) el surgimiento de un discurso más verdadero y existencialmente encarnado, y no meras opiniones parciales ante los fenómenos que se investigan. (...) la mejor metodología que Freud encuentra es “escuchar con el inconsciente”, es decir no poner ciencia ni modelo entre lo que se está diciendo y el que escucha. (...). Esta es la capacidad de escuchar sin precipitarse a interpretar que interesa en los procesos de investigación social del discurso. Lo que trae a Lacan a felicitar a Balint (...) en alguno de sus casos famosos, en los cuales se permite decir a quienes hablan: “no lo entiendo”, antes de precipitarse a construir un cúmulo de abigarradas redes hermenéuticas” (Marinas 2005: 133).
Por lo tanto, “No comprendo: esto tiene que tener un sentido”, parece un buen consejo para la escucha y la interpretación. “Si investigamos no es tanto para verificar (un modelo, una hipótesis cerrada) sino para descubrir. Precisamente porque el material con el que tratamos es un material sensible que dice tanto de quien lo dice, como del que está construyendo al decirlo así o por quien está investigando en ese momento” (Marinas 2005:134). Esta actitud de escucha tiene que estar presente tanto en lo expresivo de quien lo ejerce como también en los complejos procedimientos de análisis y contextualización o recontextualización de lo narrado para el ejercicio de la interpretación (Santamarina y Marinas 1994). Por este motivo mantenemos que el ejercicio de transcripción es garante de la actitud de escucha permanente que requiere la investigación social cualitativa y, en concreto, el análisis sociológico de los discursos. Así, por decirlo de nuevo con palabras de Marinas (2005), la investigación cualitativa no busca tanto verificar una hipótesis como descubrir aquello que conforma el discurso de las personas investigadas. En la investigación cualitativa utilizamos unos “datos”, un material sensible.
La obligatoria escucha sin capacidad de respuesta que supone el ejercicio de la transcripción, también nos permite aprender a escuchar controlando el impulso que nos llevaría a intervenir. Cada entrevista y cada grupo de discusión son distintos entre sí, puesto que cada persona entrevistada y cada participante en los grupos son diferentes. Por tanto, si en el uso de programas informáticos de análisis estadístico podemos llegar a tener un cierto control, es difícil de partida pensar que se puede tener el mismo control en cada nueva interacción comunicativa. De este modo, la transcripción, en la medida que nos permite volver a escuchar y a revisar atentamente las interacciones, se configura como una herramienta formativa continua, que nos ayuda en la mejora de las habilidades necesarias para entrevistar y moderar grupos. De igual manera, este proceso, posibilita el aprendizaje de la escucha dialógica y a no hacer apresuradas interpretaciones de aquello que se ha dicho.
En suma, la escucha que supone la transcripción, permite empezar a entender las razones y motivaciones del otro y a entender su alteridad. Nos permite preguntar al acabar cada oración “¿qué le habrá traído a pensar esto?”. La transcripción nos invita a saber y entender la alteridad y conectar los procesos sociohistóricos y los habitus desde los que los sujetos emiten los discursos. De acuerdo con Ricoeur (1971), lo que entendemos primero en un discurso no es a otra persona sino un proyecto, es decir, el esbozo de un nuevo ser-en-el-mundo. Al vincular de este modo la referencia con la proyección de un mundo, la gran significación del lenguaje consiste en establecer la relación de las personas con el mundo. Si se suprime esta función referencial, sólo queda un absurdo juego de significantes errabundos. El discurso social sólo puede entenderse si atendemos a las “razones y lógicas prácticas” (Bourdieu 1997) que lo sustentan.
En la investigación que venimos comentando, el tiempo de escucha que nos otorgó el proceso de transcripción sirvió para entender y comprender que la ética medioambiental de los agricultores está mediada por el circuito alienante y asfixiante del mercado oligopólico al que están sometidos. Los discursos del campesinado señalan la imposibilidad de rehuir la subalternidad de una actividad condenada al ostracismo por el desarrollo económico y abocada a ser contaminante si quiere ser económicamente viable.
Por último, hay una serie de consideraciones éticas que se derivan también de la escucha que supone el proceso de transcripción. En primer lugar, otorgamos “respeto a los que han hablado, a los que han dado su palabra a la investigación” (Callejo 2012). Siempre que realizamos una entrevista o un grupo garantizamos el anonimato a los sujetos investigados, condición que se pierde cuando la transcripción muda a mercancía. Está claro que siempre podemos reconocer a las personas por su voz y la cosa se complica cuando los sujetos están grabados en vídeo. Y esta es una cuestión ética que pasamos por alto. La transcripción por parte de los propios investigadores e investigadoras supone mayor garantía de cara a mantener el anonimato y la confidencialidad de los sujetos que han colaborado en la investigación.
En segundo lugar, implica concluir un intercambio. Devolvemos un tiempo de escucha a quienes han dado su palabra a la investigación y, sobre todo, retornamos un tiempo de atención a su discurso, de atención a sus razones y alteridad. El ejercicio de transcribir presume responder a la contrapartida de la ya comentada obligación para el analizado de decir todo lo que pasa por su cabeza: el analista tiene la obligación de sentir todo lo que pasa por la boca (y, en general, por el cuerpo) del analizando. Transcribir supone escuchar y no atender. Si nuestro propósito como investigadores sociales es la “transformación emancipadora de la realidad social” (Ortí 2004: 398) no podemos obviar esta cuestión. Esta escucha de las razones del otro también es una devolución a la sociedad que investigamos y que intentamos transformar. Entender las razones y contextos nos permitirá transformar de manera emancipadora la sociedad que investigamos.
Cuando externalizamos la transcripción el intercambio continúa produciéndose. Pero para que ese intercambio se produzca hace falta un tercer elemento que medie entre las palabras que los sujetos dan a la investigación y el tiempo de escucha y atención flotante que les devolvemos. Este tercer elemento es el dinero, el capital, el valor y toda su función simbólica y fantasmagórica. Función que hará de la trascripción un fetiche, una mercancía.
Sostienen Cerdán, Gaya y Llobera (2001) que los estudios tradicionales sobre el análisis del discurso han dejado de lado todo un conjunto de actividades no lingüísticas directamente relacionadas con el lenguaje, que contextualizan y nos señalan el valor real de un acto comunicativo. Concibiendo la lengua como una actividad y no como el producto de una actividad, investigadores —entre ellos Bateson, Watzlawick, Mead y Hall— procedentes de diferentes campos —la lingüística, la etología, la antropología y la psiquiatría— proponen un concepto de comunicación que se entiende como un sistema o proceso complejo que integra otros sistemas semióticos en conexión con el lenguaje.
Toda comunicación implica un compromiso y define una relación, esto es, la comunicación no solamente transfiere información sino que a la vez impone conductas (Alonso 1998). Son las dos operaciones básicas de la relación comunicativa que Bateson (1984) presenta como dos planos complementarios: por un lado los aspectos conativos-relacionales y por otra los aspectos referenciales y de contenido. Esta distinción en la comunicación entre el plano del contenido —el vehículo fundamental del cual es el lenguaje— y el plano de la relación —el vehículo primordial del cual es la conducta no verbal— han mostrado ser muy útil para el análisis del proceso comunicativo y para la interpretación de los discursos sociales, entendiendo que el plano de la relación califica al del contenido y es, por lo tanto, una metacomunicación. O en palabras de Ricoeur (1971) podemos decir que una acción, a la manera de un acto de habla, puede ser identificada no solo con su contenido proposicional, sino también según su fuerza ilocucionaria. Ambos constituyen su contenido de sentido.
De acuerdo con Watzlawick, Beavin y Jackson (1985), la relación que existe entre los aspectos referencial y conativo es la siguiente: el primero transmite los “datos” de la comunicación, y el segundo, cómo tiene que entenderse esta comunicación. La relación también puede expresarse en forma no verbal, gritando, riendo o de otras muchas maneras. Y la relación puede entenderse claramente a partir del contexto en el cual la comunicación tiene lugar.
Siguiendo a los autores anteriormente citados, podemos poner unos ejemplos para entender mejor estos planos. Si una mujer A señala el collar que lleva otra mujer B y pregunta: “¿Son auténticas esas perlas?”, el contenido de su pregunta es una demanda de información acerca de un objeto —la perlas. Pero, al mismo tiempo, también proporciona su definición de la relación entre ambas. La forma en que pregunta (en este caso, sobre todo los aspectos relativos a la prosodia) indicarían una cordial relación amistosa, una actitud competitiva, relaciones formales, etc. B, por otra parte, puede aceptar, rechazar o definir, pero, de ningún modo —ni siquiera mediante el silencio— puede dejar de responder al mensaje de A. Como Goffman (1959) señaló, la información que se da en off pude ser tan importante como la que se comunica intencionadamente. Pero debe notarse que el ejemplo de interacción nada tiene que ver con la autenticidad de las perlas, sino con sus respectivas definiciones de la naturaleza de su relación, aunque sigan hablando sobre perlasLa capacidad para metacomunicarse constituye no sólo condición sine qua non de la comunicación eficaz, sino que también está íntimamente vinculada con el complejo problema concerniente a la percepción del yo y del otro. Es posible construir mensajes, sobre todo en la comunicación escrita, que ofrecen indicios metacomunicacionales muy ambiguos.
Si toda “comunicación tiene un aspecto de contenido y un aspecto relacional hay que suponer que las dos maneras de comunicación no sólo existen lado a lado, sino que se complementan entre sí en cada mensaje. Asimismo, hay que suponer que el aspecto relativo al contenido se transmite en forma digital, mientras que el aspecto relativo a la relación es de naturaleza predominantemente analógica” (Watlawick, Beavin y Jackson 1985: 65).
En la comunicación humana, es posible referirse a los objetos de dos maneras totalmente diferentes. Los podemos representar por un símil, tal como un dibujo, o bien mediante un nombre. Estos dos tipos de comunicación —uno mediante un parecido autoexplicativo y el otro, mediante una palabra— son equivalentes a los conceptos de las computadoras analógicas y digitales, respectivamente. “¿Qué es, entonces, la comunicación analógica? (...) el término tiene que incluir la postura, los gestos, la expresión facial la inflexión de la voz, la secuencia, el ritmo y la cadencia de las palabras mismas y cualquier otra manifestación no verbal que el organismo es capaz de reproducir, así como los indicadores comunicacionales que inevitablemente aparecen en cualquier contexto donde tiene lugar una interacción” (Watzlawick, Beavin y Jackson 1981: 63). Por lo cual para la observación de la pauta es pertinente fijarse en los dos lenguajes, ya que son manifestaciones pragmáticas observables (Bateson 1985).
De acuerdo con Alonso (1998), podemos aseverar que el conocimiento puesto en juego en la investigación cualitativa es fundamentalmente analógico: se forma por una relación, por una negociación del sentido, basado en la flexibilidad del lenguaje humano y en la posibilidad de construir homologías que se despliegan como parecidos de sentido. Lo digital está definido por la prescripción del sentido por la reducción de toda connotación a la denotación, por la reducción de toda homología de la cual se desprende, de manera discontinua, de la cifra. Sin embargo, el lenguaje analógico trabaja con magnitudes continuas, de difícil traducción o transposición contextual, de múltiples sentidos, de temporalidad existencial y plagado de derivas connotativas. En lenguaje analógico no hay equivalentes para elementos de tan vital importancia para el discurso como “sí... después” y la expresión de conceptos abstractos resulta tan difícil, si no imposible, como en la escritura ideográfica primitiva, donde cada concepto sólo puede representarse por medio de una similitud física. Además, “el lenguaje analógico carece del negativo simple, esto es, de la expresión “no”. Por ejemplo: hay lágrimas de tristeza y lágrimas de alegría, el puño apretado puede indicar agresión o control, una sonrisa puede transmitir simpatía o desprecio, la reticencia puede interpretarse como discreción o indiferencia, y hay que preguntarse si todos los mensajes analógicos no tienen esta calidad curiosamente ambigua, que recuerda al Gegensinn der Urworte (sentido antitético de las palabras primarias) de Freud” (Watlawick, Beavin y Jackson 1981: 67).
La investigación social cualitativa es un conocimiento analógico sobre los lenguajes analógicos sociales y, como analógico, es imperfecto, borroso, pero genera mapas: construcciones metafóricas que nos ayudan a ordenar y a hacer inteligible nuestra realidad comunitaria (Alonso 1998). Lo analógico es complementario a lo digital pero la investigación social corre el peligro de perder su sentido si sólo acude a la digitalización. "Los seres humanos se comunican tanto digital como analógicamente. El lenguaje digital cuenta con una síntesis lógica sumamente compleja y poderosa, pero carece de una semántica adecuada en el campo de la relación, mientras que el lenguaje analógico posee la semántica, pero no una sintaxis adecuada para la definición inequívoca de la naturaleza de las relaciones (Watlawick, Beavin y Jackson 1981). Bateson demostró que los movimientos intencionales y los signos de estado de ánimo de los animales constituyen comunicaciones analógicas para definir la naturaleza de sus relaciones. De hecho, puesto que la comunicación se centra en aspectos relacionales, comprobamos que el lenguaje digital carece casi por completo de significado.
Por todo ello, en la transcripción se tienen que incluir todos aquellos elementos antecedentes y del contexto que puedan contribuir a su interpretación así como todas las incidencias no verbales (Ruiz 2009). En consecuencia, para poder conservar parte de lo que comunicamos con el lenguaje analógico, es muy importante que la transcriptora y la analista sean la misma persona.
Por ejemplo, la transcripción es de gran utilidad para entender por qué motivo se producen los silencios: emoción, reflexión, reactividad a la situación, dificultad para que circule el discurso sobre un cierto tema...Porque, siguiendo el primer axioma de la teoría de la comunicación humana, es imposible no comunicar. “Actividad o inactividad, palabras o silencio, tienen siempre valor de mensaje: influyen sobre los demás, quienes, a su vez, no pueden dejar de responder a tales comunicaciones y, por ende, también comunican. Debe entenderse claramente que la mera ausencia de palabras o de atención mutua no constituyen una excepción” (Watzlawick, Beavin y Jackson 1985: 50). El silencio “constituye un dispositivo esencial para la interpretación sociológica de todo material empírico: desde el contexto de observación más inmediato (situación de observación) a los contextos históricos (sobre todo) y de referencia (normativa). La interpretación es, así, una reconstrucción contextual” (Callejo 2002: 421).
Y, en este sentido, la importancia de la transcripción no radica en la escritura de la conversación sino en la escucha, la reconstrucción del contexto y la interpretación del discurso. Cuando procedemos a la lectura activa previa al análisis, después de hacer las transcripciones, las palabras cobran vida propia y los sujetos son quiénes nos narran sus discursos. Los golpes, las palmadas, las diferentes tonalidades de voz, los acentos...reviven y aparecen como voz en off y nos desvelen los sentidos ocultos del discurso. Por lo tanto, si estamos de acuerdo en afirmar que la investigación social cualitativa es fundamentalmente analógica, no podemos negar el papel que tiene el proceso de transcripción dentro de este tipo de investigación.
En este sentido, Bird (2005) nos explica como la transcripción puede servir para captar el sarcasmo que cambia por completo el significado de aquello que enunciamos: niega en el plano de la relación lo que afirma en el de contenido. “Me encontré con mi primer ‘problema de transcripción’ —la paradoja que las palabras de este profesor transmitían un significado diferente al que el tono de estas palabras comunicaba. No había pensado en esta diferencia mientras entrevistaba porque en aquel momento había tenido una comprensión de su significado, así que pensé un poco más sobre su tono. Mientras transcribía la entrevista su tono parecía ser más evidente. Quizás fue su tono más que mi memoria del acontecimiento (...) me encontré analizando el discurso y la reflexión sobre su tono y su importancia para el significado global de su experiencia vivida. Su frase "que fue muy divertido" sonaba como "que [énfasis] fue muy divertido." El tono, como lo entendí en base a mi participación en el contexto de la situación de la entrevista, fue un sarcasmo, la intención de transmitir un significado opuesto al de las propias palabras” (Bird 2005: 234).
Siguiendo a Ricoeur (1971), en el discurso hablado se superpone la intención subjetiva del sujeto que habla y la significación de sus discursos, de tal modo que resulta lo mismo entender lo que quiere decir el locutor y lo que significa su discurso. Con el discurso escrito, la intención del autor y la del texto dejan de coincidir. Esta disociación es lo que pone verdaderamente en juego la inscripción del discurso.
Pero vayamos un poco más lejos en esta cuestión. Continua afirmando Ricoeur (1971) que no es que podemos concebir un texto sin su autor; el vínculo entre el hablante y el discurso no se ha suprimido, sino distendido y complicado. La disociación del significado y la intención es todavía una aventura de la referencia del discurso al sujeto que habla. Pero la carrera de texto se sustrae al horizonte finito vivido por su autor. Lo que dice el texto—en nuestro caso la transcripción— importa más que lo que el autor quería decir, y toda exégesis despliega sus procedimientos en la circunferencia de una significación que ha roto sus vínculos con la psicología de su autor. Para utilizar la expresión de Platón, no se puede rescatar el discurso escrito para ser entendido mediante todos los procesos que emplea el discurso hablado: entonación, mímica y gesto. No en vano, el proceso de transcripción, en este sentido, nos sirve para rescatar parte de estos procesos del discurso hablado. Por último, Ricoeur afirma que la inscripción en signos exteriores que en principio parecía enajenar el discurso, señala la espiritualidad real del discurso. Sólo la significación rescata a la significación, sin la contribución de la presencia física y psicológica del autor. Pero, en nuestro caso, sí de sus voces. “Pero decir que la significación rescata a la significación equivale a decir que la interpretación es el único remedio para la debilidad del discurso que su autora ya no pude salvar” (Ricoeur 1971: 531).
Este argumento refuerza la necesidad de que transcriptora y analista sean la misma persona. Por el contrario, los vínculos entre el hablante y el discurso se distancian. El significante se separa del significado. Y se obvia que la transcripción en sí ya es una interpretación de un discurso. Hecho que sucede cuando la transcripción muda a mercancía.
A lo largo de este artículo hemos reflexionado sobre la importancia del proceso de transcripción dentro de las investigaciones cualitativas. Así pues, hemos resaltado que la transcripción es una herramienta importante dentro del proceso de aprendizaje como investigadoras porque nos permite reflexionar sobre la manera en que entrevistamos o moderamos un grupo. Además, hemos argumentado cómo este proceso fomenta la ética de la escucha y la comprensión concreta de la singularidad de la otra, que son de gran utilidad en la praxis del análisis de la subjetividad colectiva. Asimismo, hemos puesto de relieve que cuando el analista y la transcriptora son la misma persona, en el paso de lo oral a texto, hay muchos elementos del plano referencial-connativo que no se pierden, y del mismo modo, recuperamos parte del código analógico que estaríamos perdiendo si externalizamos los procesos de transcripción.
Por último, hemos tratado de explicar la manera en la que el proceso de transcripción nos ayuda al análisis e interpretación sociológica de discursos. En primer lugar, cuando la transcriptora es la analista tiene muchas más claves para poder interpretar el discurso. En la reproducción de los discursos ideológicos por los sujetos están implicados elementos no conscientes pero que, a su vez, condicionan la articulación discursiva y especialmente los efectos de su sentido (Barbeta 2015). Esto supone que en los discursos ideológicos podemos identificar diferentes niveles de sentido, siendo algunos de ellos no directamente identificables por lo menos a través del trabajo del análisis. Por lo que existe la necesidad de considerar distintos niveles de análisis interpretativo de los discursos, especialmente si convenimos en situar una vía de acceso a lo social en aquellas dimensiones no plenamente conscientes, manifiestas y transparentes del lenguaje (Colectivo IOÉ 2010). Como describe Alonso (1998), cuando analizamos nos encontramos en el nivel profundo social, en el campo de lo no verificable, pero interpretable mediante la atribución de un sentido, oculto o encubierto, a lo que son símbolos afectivamente cargados, siendo las motivaciones —actitudes motrices del comportamiento del actor social, profundas, difusas y difícilmente verbalizables que se asientan sobre valoraciones, creencias y deseos en el imaginario colectivo— y las imágenes —condensaciones simbólicas que articulan en una única representación, las proyecciones afectivas de los sujetos sobre la realidad social— las categorías básicas para el estudio de la conducta social. En este aspecto, son interesantes las reflexiones de Bird (2005) acerca de cómo los procesos de transcripción hicieron cambiar su perspectiva analítica. "Durante el taller de CAQDAS [Computer Assisted Qualitative Data Analysis Software], me llamó la atención la idea de cómo las palabras y frases (las unidades de análisis) pasaron a tener vital importancia. ¿Dónde quedaba el contexto? ¿Dónde quedaba la entonación? ¿Y el sarcasmo? (...) Me di cuenta de que mi deseo de tener estos elementos incluidos en una transcripción revelaba rasgos de mi propio posicionamiento epistemológico y metodológico. (...) Mi preocupación por las cualidades de los datos me ayudó a posicionar mi perspectiva analítica dentro de las metodologías más interpretativas, con fuertes inclinaciones hacia la hermenéutica y la fenomenología " (Bird 2005: 238).
El hacer interpretativo es un querer saber sobre el hacer de los discursos, esto es una práctica de atribución de sentido de los discursos sobre lo que los discursos hacen en sociedad (Alonso 2013). Es una lectura activa en la que se hacen preguntas al texto. El proceso de transcripción supone un paso más allá de esta lectura activa, las preguntas las van respondiendo las voces de los sujetos. Asimismo, mientras pasamos lo oral a texto escrito, tratamos de descubrir las tramas de significado que reconstruyen una realidad a la que queremos otorgar un sentido; se captan las ironías y los sarcasmos acompañados del lenguaje no verbal del que carece el texto. Cuando la analista es la transcriptora y lee las transcripciones, aparecen las voces en off de los sujetos que nos narran el corpus de la investigación. Las risas, los silencios, los tres puntos... cobran vida y muestran los sentidos ocultos de las conversaciones.
Además, el hecho de escuchar muchas horas los discursos nos es útil para interiorizar al otro y entender “la totalidad biográfica y personal que es cada individuo” (Ibáñez, 1968). A su vez, la transcripción nos permite entender cómo se articulan las diferentes motivaciones y opiniones y cuáles son las cuestiones sociales que las condicionan. De este modo, este proceso, aparentemente banal, es útil para comprender la percepción social y el imaginario colectivo sobre un determinado fenómeno social. Nos ayuda a vislumbrar e interpretar las diferentes caras del mismo fenómeno. Cómo la posición social y los contextos socio-históricos determinan las representaciones sociales sobre el tópico a investigar. Cómo los diferentes grupos sociales, según su posición socioestructural y los condicionamientos más cercanos y concretos, construyen, de manera diferente, sus representaciones sociales, es decir: sus motivaciones, sus preocupaciones, sus actitudes, y sus comportamientos. Nos permite entender la totalidad histórica que es la sociedad.
En suma, la transcripción nos ayuda a estudiar los fenómenos en profundidad, desde una perspectiva de totalidad. En términos que pueden asociarse con el concepto de “hecho social total” elaborado por Marcel Mauss (Ortí y de Lucas, 1995). De manera que cada fenómeno social es síntesis de múltiples determinaciones; es expresión particular, pero unitaria de la vida social. Nos pone en presencia de dos totalidades: la totalidad histórica que es la sociedad, la totalidad biográfica y personal que es cada individuo (Ibáñez, 1968), únicas estructuras significativas de cualquier fenómeno social. Y es, precisamente, en ese nivel en el que los sujetos se estudian y en el que también habita la investigadora. De esta manera, la investigadora social se concibe como un ‘sujeto en proceso’, un ajustado sintagma que condensa uno de los principios epistemológicos fundamentales de la tradición del cualitativismo crítico. La investigadora se relaciona dialécticamente con el fenómeno investigado y de la misma forma que incide e interviene reflexivamente en su transformación es transformada por éste en el transcurso del proceso de investigación (Alonso y Rodríguez, 2014). Sólo en este contexto puede captarse, pues, el contenido simbólico —ambivalente y contradictorio— de los procesos sociales (Ortí y de Lucas, 1995).
Además, a través de la transcripción, podemos ver como unos discursos sociales interpelan a otros. De acuerdo con Alonso y Callejo (1999),el discurso solo puede entenderse como toma de posición ante otros posicionamientos. Todo texto toma elementos prestados de —y responde a— otros textos y el análisis siempre ha de tener en cuenta esta intertextualidad. En este sentido, “igual que no podemos entender los movimientos de un tenista sin tener en cuenta los de su rival, no podemos comprender las jugadas discursivas de un sujeto sin situarlas en el espacio de posibles discursos: todo argumento es un contraargumento” (Martin Criado 2014: 131)
Esta interiorización del discurso de la otra también nos ayuda a ver la conexión con el marco teórico a la vez que también puede hacerlo ampliar al tratarse cuestiones en el discurso que no se han abordado de manera teórica. Del mismo modo, la interiorización nos ayuda a añadir objetivos en la investigación que previamente no habíamos contemplado. Por todo esto y más, la transcripción es una importante herramienta dentro del proyecto de investigación social, así como un elemento clave para el análisis del discurso