Artículos
Recepción: 09/08/2016
Aprobación: 22/12/2017
DOI: https://doi.org/10.5944/empiria.39.2018.20881
Resumen: Este trabajo parte del análisis estadístico de una muestra representativa de la población de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con el objetivo de estudiar algunas características de (lo que bourdieunamente llamamos) los principios de visión y división de lo político. Específicamente, se enfoca en cómo se percibe al conflicto político a través de tales principios. Para ello se confecciona una escala de Likert, a través de la cual se elabora un conjunto de variables cuyo entrelazamiento conforma la dimensión que denominamos “Rechazo del conflicto político”. Junto con lo cual se realiza una reflexión metodológica acerca de cómo aprehender ese objeto central a este escrito: el modo de di-visión de lo político.
Palabras clave: conflicto político, principios de di-visión, despolitización, estilo, primacía del objeto.
Abstract: This paper uses a statistical analysis, of a representative sample of the Ciudad Autónoma de Buenos Aires’ population, with the goal of studying some characteristics of (what with Bourdieu we call) the principles of vision and division of the political. Specifically, this paper focuses in how political conflict is perceived through those principles. For that it is prepared a Likert’s scale, through what are elaborated a group of variables whose entwine conform the dimension that we call “Reject of political conflict”. With which this paper realize a methodological reflection about how we get that main object of this study: the mode of the political di-vision.
Keywords: political conflict, principles of di-vision, depoliticization, style, primacy of the object.
1. EL CONFLICTO SOBRE EL CONFLICTO. UNA INSTANCIA DE LOS PRINCIPIOS DE VISIÓN Y DIVISIÓN DE LO POLÍTICO, EN LA CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES
En años recientes ha tenido lugar una suerte de renacimiento del protagonismo dado al conflicto en lo político. Una de cuyas marcas puede encontrarse en la preponderancia de perspectivas teóricas que hacen de éste una instancia definitoria de su naturaleza, desplazando a aquellas concepciones que hacen del consenso y el acuerdo las instancias básicas de lo político. A su vez, el conflicto ha sido también situado –al menos en Argentina– en el centro del escenario político por algunos de sus principales actores, reivindicándose su lugar como motor de la transformación social.1 Pero ¿cómo es juzgado ese conflicto por los agentes a los cuales se busca interpelar desde dichos discursos, o cuyas acciones son el objeto estudiado por tales teorías?, es decir, ¿cómo es percibido el conflicto por los “políticos no profesionales”?2 Tal es el interrogante que se plantea este escrito, con el que buscaremos comenzar a indagar los principios de visión y de división a través delos cuales los agentes estudiados toman posición con respecto a cuestiones políticas y, en este caso en particular, con respecto al lugar del conflicto en lo político. Para ello utilizaremos la información recolectada a través de una encuesta presencial de 700 casos realizada en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), Argentina, durante el mes de diciembre de 2013. La misma tiene por base una muestra representativa de la población de 30 o más años, que fue seleccionada de manera aleatoria simple. La muestra se trabajó sin ponderaciones, arrojando un error de estimación para proporciones a nivel muestral total de +/-3.7%, a un nivel de confianza del 95%.3
En lo antedicho comienza ya a evidenciarse el conjunto de categorías con el que buscaremos asir esta problemática: una conceptualización de los principios de visión y de división cuya incorporación por parte de los agentes genera –en línea con la sociología de Bourdieu– la disposición a un modo particular de percepción y apreciación a través del cual toman una determinada posición (en nuestro caso, producen un juicio político). Principios que serán más potentes cuanto más “natural” y “evidente” sea para los agentes que lo político “es así”, en lo que Bourdieu (2008b) denomina una “adherencia dóxica” a lo establecido, al estado actual de las reglas del juego (nomos) y su modo de di-visión.4 La relación dialéctica entre estas reglas y el modo en que los agentes perciben, aprecian y juegan el juego político es el locus donde se configura una específica trama cultural sobre lo político. Ello por supuesto no quiere decir que haya sólo una única trama, más aún, puede considerarse que la disputa entre distintos modos de percepción por establecer los principios de di-visión que reglan (más que regulan) al juego político es la apuesta principal (lo que Bourdieu llama enjeu) de la batalla cultural que allí se da. Estamos entonces ante una “política de la percepción” (Bourdieu, 1999: 244).
La metodología implementada para abordar semejante problemática partió de la elaboración de una escala de Likert, es decir, se le solicitó a los integrantes de nuestra muestra representativa que tomen posición frente a una serie de enunciados, ofreciéndoles para ello un total de cinco posturas posibles: “muy de acuerdo”, “de acuerdo”, “ni de acuerdo, ni en desacuerdo”, “en desacuerdo” y “muy en desacuerdo” (además de la opción “no sabe/no contesta”). Enunciados que no son estudiados por los valores que cada uno de ellos, aislados de los demás, arrojan; antes bien, el fin de esta escala es captar a través del enlazamiento de grupos de enunciados los principios subyacentes a partir de los cuales se producen tales tomas de posición.5 Esto es, las relaciones entre los enunciados, la constelación que ellos configuran, es la vía por la que aprehenderemos indirectamente los principios productores de los juicios políticos, de los agentes encuestados, acerca del lugar del conflicto en lo político.
2. LA DIMENSIÓN Y SUS VARIABLES
En este marco, los enunciados de la encuesta, así como las variables que a partir de ellos elaboramos, abrevan en una construcción típico-ideal: la de unos principios de di-visión que rechazan el conflicto en las distintas instancias de lo político (que es también una manera de aprehender la percepción opuesta, aquella que acoge el conflicto). “Utopía lógica” de una trama cultural, inhallable empíricamente, pero a partir de la cual puede captarse cuánto “se acerca o se aleja” de ella un fenómeno particular (Weber, 1997). Tipo ideal que hemos construido a partir del entrelazamiento de tres ejes fundamentales que consideramos centrales a la hora de dar cuenta de tal di-visión sobre el conflicto, aun cuando por supuesto no agotan todos sus matices y facetas.
El primero de ellos tematiza una cuestión que atañe directamente a las preguntas que nos hemos formulado, pues alude a la percepción que condena las disputas entre partidos o “profesionales” de la política, al verse allí una instancia de alteración de la armonía social e, incluso, un obstáculo para la obtención de la misma. Es esa armonía, una idea de la “paz social” como ausencia de conflictos, que la política “profesional” vendría a arruinar con su actividad. Semejante modo de ver lo político es, entonces, lo que busca captar nuestra primera variable, denominada “ideología moral de la política” (en adelante IMP). Ella está conformada a partir de un conjunto de enunciados, frente a los cuales el acuerdo o desacuerdo por parte de los agentes encuestados indica cuánto “se acercan o se alejan” de nuestro tipo ideal.6
Esta variable, entonces, busca captar un modo de ver la política que hace de ésta una fuente de corrupción, en un doble sentido del término: tanto como instancia conflictiva que daña o “pudre” la armonía social; cuanto en ese uso coloquial que alude al enriquecimiento personal a través del usufructo de lo público y, más en general, de la utilización de un poder político que se pretende sin límites e impune frente a la sociedad. Vías ambas por las que se ubica a la política como una fuente de males, moralmente condenables.
Hemos planteado el primero de dichos sentidos a través de un enunciado como el siguiente: “Los conflictos y las discusiones que promueven los partidos políticos arruinan la paz y la estabilidad social” (véase el gráfico 1). A su vez, aquella postura que percibe ala política como un medio usado por sus protagonistas para apropiarse individualmente de lo público tiende a estar “muy de acuerdo” con: “Es preferible votar a alguien que haya manejado con éxito su empresa porque ya demostró que es capaz y sabemos que no necesita robarle al Estado”.
Nuestra segunda variable, a la que denominaremos “ideología del orden” (en adelante IO), se conecta estrechamente con IMP. Pues si esta última tematiza la carga normativa (en el sentido que ello tiene en la tradición durkheimiana) con que se percibe a la política, valorándose positivamente la armonía que ella vendría a corromper, con IO, en cambio, buscamos dar cuenta de la misma condena moral-normativa al conflicto pero ahora a nivel del orden social. Es decir, se pretende captar la condena a una puntual situación conflictiva (“No se puede seguir tolerando que con cualquier excusa se hagan manifestaciones que interrumpan el tránsito”); en su relación con una percepción de la sociedad que hace de ésta un “caos social” o, al menos, un lugar en el que resulta inalcanzable toda paz (“La inseguridad nos está llevando a una guerra que va a terminar muy mal”).
En ambas variables, entonces, se conjugan dos facetas intrínsecas a unos principios de visión y división que rechazan el conflicto político, invistiendo de un valor positivo no tanto al orden per se, como a una pretendida situación de armonía social. A la vez que se diferencian entre sí a partir del ámbito en el cual se enfoca ese modo de di-visión: la política en la primera variable, el orden social como un todo en la segunda. Dichas facetas remiten, por un lado, a una postura que percibe una actitud individual y delictiva (la corrupción del político profesional, el amplio conjunto de fenómenos a los que se alude bajo el significante “inseguridad”) como el rasgo definitorio del ámbito en cuestión. Y, por el otro, a hacer de una práctica colectiva –como las protestas callejeras pero también las discusiones entre partidos políticos– el foco de un cuestionamiento, al concebírsela como fuente de disturbios que alteran el buen funcionamiento de los ámbitos en cuestión. Con la carga moral-normativa que entraña ese “buen”.
Otra vía por la que se rechaza el conflicto político surge del lugar dado al experto y a su conocimiento técnico en la toma de decisiones políticas. En tanto la apelación a una verdad técnicamente establecida tiende a disolver la posibilidad de un conflicto entre percepciones distintas de lo mismo, al tornar erradas (o técnicamente deficientes) al resto de las visiones. Así, el valor de la mirada técnica reside en su (pretender) no ser un punto de vista más que discute (políticamente) con otros, sino una “vista” sin “punto”, capaz de situarse por fuera del espacio social y sus luchas. De allí que sus diagnósticos y recomendaciones “técnicas” sean percibidas como no influenciadas por lo político. Más aún, la orientación política es vista (típico-idealmente) como un sesgo que distorsiona la verdad a la que técnicamente puede llegar el experto.
En definitiva, se apela a un saber que se pretende imparcial o, mejor aún, “limpio” de toda “impureza” política o ideológica, cancelando así la posibilidad del conflicto político entre puntos de vista disímiles, lo cual es, a un mismo tiempo, investir a la decisión así tomada con los ropajes del único discurso válido y, por ende, como “lo que hay que hacer”. Denominamos a esta variable “tecnocratismo” (en adelante T) y buscamos medirla a través de enunciados como: “La economía de un país es tan compleja que debería ser administrada por expertos que dejen de lado las ideologías políticas”.
En resumen, este escrito trabaja con las variables: ideología moral de la política (IMP), ideología del orden (IO) y tecnocratismo (T), cuyo entrelazamiento conforma la dimensión que denominamos “rechazo del conflicto político” (en adelante RCP).7 Cabe enfatizar, una última vez, que dado su carácter típico-ideal no resulta esperable e incluso posible encontrar agentes que posean principios de di-visión en el grado de pureza con que aquílos hemos planteado. Ni siquiera los encuestados que alcancen los puntajes más altos –los más cercanos al tipo ideal– se ubicarían en una posición como la descripta. No sólo porque el tipo ideal es de por sí una utopía lógica inhallable empíricamente, sino también porque para ello sería necesario que los enunciados de nuestra escala fuesen planteados en un nivel de pureza y univocidad que atentaría contra su poder discriminatorio (Adorno, et al., 1965). Con la consecuente homogenización de la población en una postura común, sin matices, ante un enunciado también carente de matices; cuyo anverso es la pérdida de un elemento central para nuestra investigación: las diferencias detectables entre distintas percepciones del conflicto político, en el juicio de aceptación o rechazo del mismo. En consecuencia, resulta imprescindible formular nuestros enunciados de una manera más matizada, pues sólo así puede captarse la heterogeneidad de posiciones entre la población encuestada o, si se quiere, la variedad de “puntajes”, de los juicios de los que tales puntuaciones son una manifestación operacionalizada.
3. LA DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN
3.1. La preponderancia de los puntuadores altos
Cabe comenzar el análisis de nuestros resultados destacando la confirmación de una de las hipótesis de trabajo subyacentes a la elaboración de nuestro tipo ideal, aquella referida al vínculo entre las tres variables que conforman la dimensión RCP. En efecto, como se ve en el cuadro 1, las tres variables presentan una fuerte asociación positiva entre sí, con un Rho superior a 0,5 puntos. Lo cual, si bien en línea con lo esperado, no por ello ha de dejar de destacarse, pues nos indica cómo RCP tiende a constituirse en un eje capaz de ordenar al conjunto de la población encuestada.
Esta fuerte asociación torna aún más interesante el análisis de cómo se distribuye la población encuestada, representativa de la CABA (con un error de estimación de +/- 3,7% para un nivel de confianza del 95%), en relación a estas tres variables. Para estudiar tal distribución hemos decidido agrupar la multiplicidad de posiciones posibles en 4 grandes grupos: el de los “puntuadores bajos” (quienes se sitúan en la variable o dimensión en una posición menor o igual a 2,50 puntos), los “moderadamente bajos” (entre 2,51 y 3,00 puntos), los “puntuadores moderadamente altos” (entre 3,00 y 3,50 puntos) y, finalmente, los “puntuadores altos” (3,51 o más). El cuadro 2 muestra la distribución de frecuencias (en porcentajes para el total de la muestra) de cada una de nuestras variables y de la dimensión RCP.
Una primera observación que podemos realizar es que en todas las variables (y, consecuentemente, en la dimensión) los puntuadores altos presentan porcentajes más elevados. Si bien el rango abarcado por las categorías “extremas” es más amplio que el de las categorías “moderadas”, no hallamos un fenómeno análogo entre los puntuadores bajos, quienes siempre presentan una frecuencia menor que la de los puntuadores moderadamente bajos. Estamos así ante un primer rasgo de la di-visión de lo político y, específicamente, de la percepción y la apreciación que se tiene del conflicto en la población de la CABA, marcándonos la preponderancia de la disposición a rechazar dicho conflicto.
Esto también se evidencia en el cuadro 3, en el cual el total de nuestra muestra (n = 700) es distribuido en la matriz generada por el cruce entre las tres variables. En efecto, resulta claro cómo los dos puntos extremos de la tabla –es decir, las celdas formadas por el cruce o bien de los puntuadores bajos en las tres variables, o bien de los puntuadores altos en todas ellas– son los que presentan los mayores porcentajes. Lo cual puede atribuirse a que los puntuadores moderados (altos o bajos) tienden a tener unas tomas de posición más fluctuantes dentro de su “moderación”, llevando a una cierta dispersión de los porcentajes. Así, sólo el 3,3% de la población se ubica como puntuadores moderadamente bajos en las tres variables a la vez, frente al 9% que se sitúa como puntuadores bajos todas en ellas. Y esto aun cuando los puntuadores moderadamente bajos son más frecuentes que los bajos en cada variable por separado (véase el cuadro 2). En el otro extremo, la celda en que se cruzan los puntuadores moderadamente altos no alcanza ni al 1% de la población encuestada, mientras que la de los puntuadores altos contiene nada menos que al 17,6% de la población. Por otra parte, esta última celda casi duplica a la de los puntuadores bajos, la segunda con mayor frecuencia de toda la tabla, es decir, el punto donde más población se concentra es en ese cruce de puntuadores altos. Tendencia que se acentúa si a ello ligamos los porcentajes de las tres celdas producto del cruce de quienes son puntuadores altos en dos variables y moderadamente altos en la restante (compárese con las celdas análogas entre los puntuadores bajos).8
En una época en que el conflicto ha sido puesto en el centro de la escena política, ocupando un lugar protagónico en algunas de las teorías hoy preponderantes, así como en los discursos de los “políticos profesionales”, podemos detectar que aun cuando tal interpelación no cae en un suelo completamente yermo (está ese 9% de puntuadores bajos en las tres variables simultáneamente, junto con el 35,7% que suman quienes puntúan moderadamente bajo y bajo en la dimensión RCP), sí tendrá dificultades para enraizar en zonas extendidas de la población de la CABA, según su composición cultural actual. Esto a menos que esa di-visión de lo político que da un lugar protagónico al conflicto apunte a modificar esta fundamental instancia del modo en que los “puntuadores altos” perciben y aprecian lo político. Es decir, a menos que, como parte de una “política de la percepción”, se genere un conflicto sobre el papel del conflicto en lo político. Tarea no exenta de obstáculos internos a esa propia trama cultural, según veremos más adelante.
3.2. Intensidad y autonomía relativa
Ahora bien, el peso porcentual de los puntuadores altos no se traslada automáticamente a una mayor intensidad de tales posturas. En efecto, el cuadro 4 nos permite ver cómo en todas las variables se alcanza el puntaje máximo posible (esto es, 5 puntos) pero no así en la dimensión, es decir, no hay ningún caso en el que un mismo agente se ubique en el puntaje máximo en las tres variables simultáneamente (mientras que sí los hay entre los puntuadores bajos). En base a esto cabe considerar que los puntajes más altos en la dimensión RCP se componen a partir de la superposición de posiciones distintas en cada variable, con la consecuente atenuación de su intensidad.
Sin embargo, lo anterior ha de entrelazar se con otro aspecto de la distribución de la población estudiada: que el rango del 10% que puntúa más alto en esa dimensión (de 4,00 a 4,67 puntos) es casi la mitad que el del decil más bajo (de 1,00 a 2,22). Por lo que si bien entre estos últimos encontramos una intensidad que llega incluso a situarse en la puntuación mínima posible, ello resulta poco frecuente, frente a la concentración de frecuencias (esto es, de población) que puede detectarse en el otro extremo de la tabla.
Finalmente, resulta pertinente señalar que estos específicos principios de di-visión no parecieran verse impactados, al menos en lo fundamental, por diferencias de género y edad. En efecto, el cuadro 5 no muestra variaciones sustanciales en los porcentajes arrojados entre hombres y entre mujeres para cada uno de los 4 grupos en que dividimos la dimensión RCP.9 En esta línea, cabe remarcar la casi plena igualdad para los puntuadores bajos, así como la pequeña diferencia que se presenta para los puntuadores altos. Con respecto al impacto de la edad, si bien se destaca cómo entre los mayores de 60 años son más frecuentes los puntuadores altos, no hallamos una tendencia general para el conjunto de la población (que nos lleve a afirmar, por ejemplo, que a más edad mayor será el RCP). Pues se evidencia una virtual igualdad de puntuadores moderadamente bajos entre los 3 grupos de menor edad, a lo cual se agrega que son más los puntuadores bajos entre los agentes de 50 a 59 años que entre los de 40 a 49 años. Es por esto que en lo que resta de este trabajo no nos detendremos en señalar diferencias producto de la edad o el género. Para concentraremos, en cambio, en la lógica propia de esta constelación de principios de di-visión de lo político, en las características de su configuración interna.
4. LA DISPOSICIÓN FRENTE AL CONFLICTO
Con vistas a analizar dicha configuración nos enfocaremos en los puntuadores altos, es decir, aquellos cuyos principios de di-visión juzgan negativamente al conflicto. Tal decisión se basa en que éste es el conjunto de población más numeroso (cuadros 2 y 3), además de ser aquél que “más se acerca” a nuestro tipo ideal, pero sobre todo en que esa es la trama cultural que un mayor desafío presenta para aquellas concepciones de lo político que hacen del conflicto una de sus instancias definitorias. En este marco, nos preguntamos: ¿cómo se configura esa constelación que tiende a rechazar la presencia del conflicto en lo político? Interrogante que no ha de llevarnos al automatismo que hace de tal percepción una concepción anti-política, pues con ello estaríamos encerrándonos en una crítica externa, que se limita a juzgar como errada la manera en que los puntuadores altos perciben y aprecian lo político. En efecto, el procedimiento de la crítica externa ¿no parte de fijar (teóricamente) la percepción que los agentes “tendrían que tener” si captasen correctamente la naturaleza de lo político,10 reduciendo así la lógica de este último a la de lo cognoscitivo? Y esto, ¿no es un rasgo análogo al que le estamos cuestionando al tecnocratismo (como instancia del rechazo del conflicto político)? Además, y más importante aún, posicionarnos en esa crítica externa ¿no nos llevaría a perder de vista el desacuerdo y el conflicto que surge de él?, en particular ese fundamental desacuerdo en el cual se ponen en juego las condiciones mismas para el desacuerdo, para su lugar en lo político. Dar cuenta de esta disputa de di-visiones, no como una oposición entre el conocimiento de (la verdad de) lo político frente a su mero desconocimiento, sino aprehendiendo las características de esa “política de la percepción”, es entonces el camino que aquí seguiremos.
A partir de la construcción de nuestro tipo ideal tenemos ya una primera aproximación a la trama cultural propia de los puntuadores altos, en tanto ésta es la que más “se acerca” al mismo. Por tanto, dicha trama presenta de una manera más matizada o “impura” los rasgos que –en su pureza lógica– definen a las tres variables que componen al tipo ideal. Sobre esta base, podemos ahora dar un paso más, para señalar cómo el rechazo del conflicto pareciera acarrear, para esta percepción de lo político, un más amplio rechazo a la política como tal. No sólo porque se la vea (y divida) como una instancia generadora de conflictos (cuestión que está en el centro de la variable IMP), sino también porque se juzga a la lógica política como superflua, como no-necesaria para la vida social. En efecto, esto es lo que se sigue de una percepción tecnocrática, según la cual cualquier orientación política introduciría un sesgo que distorsionaría la aplicación del saber especializado para la resolución técnica de los problemas. En este marco es que nos preguntamos: ¿cómo estos agentes describirían su actitud general hacia la política? Y tal es la cuestión abordada en el cuadro 6, en el cual de las tres posibles respuestas ofrecidas al encuestado (además del habitual “no sabe/no contesta”) la ampliamente preponderante es “me informo pero no participo”, con más de un 60%. Ello nos lleva a considerar que las otras dos posturas entrañan tomas de posición relativamente intensas, marcas fuertes de la autopercepción de los agentes acerca de su actitud hacia la política. Éste es el telón de fondo sobre el cual debe aprehenderse la tendencia que detectamos en cada una de las variables y, consecuentemente, en la dimensión en su conjunto. Tendencia según la cual a medida que nos desplazamos hacia los puntuadores altos más son los “no interesados” en la política; a la vez que entre los puntuadores bajos tiende a predominar la participación (actual o potencial) en ella.
Estamos ante una constelación de principios de di-visión –propia de los puntuadores altos– que no sólo rechaza el conflicto político, sino que también expresa un mayor desinterés por la política (especialmente marcado si se tiene en cuenta que implica no autopercibirse ni siquiera como alguien que “se informa” sobre ella). Desinterés ligado, entonces, a una di-visión que tiende a ubicar a la política como una práctica carente de sentido, cuando no directamente responsable de perturbar la armonía social, a causa de sus disputas, de robarle al Estado, etcétera. O, en el mejor de los casos, como una práctica que no debería estar a cargo de las decisiones complejas e importantes, las cuales deberían ser tomadas sin distorsiones ideológicas, esto es, con esa asepsia que únicamente el saber técnico garantiza. Se trata, en definitiva, de dos formas de “purificación” de la política: una moral, otra cognoscitiva. Y no casualmente es en la primera de ellas donde se manifiesta con más fuerza esta tendencia, común a los puntuadores altos, de “no interesarse” por la política. En efecto, si comparamos entre sí a los puntuadores altos de las tres variables es entre los de IMP donde se acumula el porcentaje más elevado de “no interesados” (33,1% frente a 29,6% de T y 27,1% de IO). Complementariamente a esto, es entre los puntuadores bajos en T donde hallamos el mayor porcentaje de quienes se autoperciben como con interés por participar (37% frente a 35,3% en IO y 29,7% en IMP). Por lo que entre quienes que no hacen de la toma de decisiones políticas una cuestión meramente técnica, sino que le dan allí un lugar a la orientación valorativa, es que mayor sentido tiene participar en la vida política.11
Esto último nos muestra cómo aún dentro de los puntuadores altos las tomas de posición no son idénticas, sino que varían según el peso singular de cada uno de los elementos que integran la constelación de sus principios de di-visión. Si la dimensión RCP nos permite establecer –dada la fuerte asociación positiva de las tres variables– un eje fundamental en base al cual distribuir a la población encuestada a partir de su percepción del conflicto, en lo que cabe entender como un conflicto en torno al conflicto, el peso de cada una de las variables en la composición de la dimensión (para cada agente) nos permite, a su vez, aprehender un eje secundario en relación con el cual distribuir a la población, adentrándonos con mayor densidad en la particularidad de esos modos de di-visión de lo político. Particularidades que más se destacarán cuanto más microscópica sea nuestra mirada. Con la cual podríamos avanzar hasta la captación de unos pocos casos en su diferencialidad irreductible (por ejemplo, estudiando sólo aquellos que dieron exactamente las mismas respuestas), realizando una densa descripción de los mismos, pero a costa de dejar fuera de foco al conflicto estructurante que distribuye a grupos más amplios de la población, esto es, el conflicto sobre el conflicto y su papel en la di-visión de lo político.
Pero si efectivamente es estructurante, entonces ¿no deberíamos poder ligar estos principios de di-visión a otras tomas de posición, no relacionadas (al menos desde una mirada inmediata) con la percepción sobre el conflicto político? Para indagar esta cuestión abordaremos las posiciones adoptadas por los encuestados ante dos enunciados directos,12 cuya temática es la desigualdad social. El primero entraña una justificación de la desigualdad de ingresos (“las diferencias de ingreso ayudan al desarrollo del país”), mientras que el segundo plantea una relación entre el ingreso propio y la desigualdad (“estaría dispuesto/a a agregar 10% más de mis ingresos a los impuestos que pago, si con ello pusiera fin a la desigualdad en la Argentina”), con una escala de 5 respuestas posibles que va de “muy de acuerdo” a “muy en desacuerdo”.
El primer enunciado entraña, entonces, una explícita justificación de la desigualdad de ingresos, cuya asociación con la dimensión RCP y con cada una de las variables que la componen se evidencia en los cuadros 7.1 y 7.2. En efecto, a medida que nos desplazamos hacia los puntuadores altos mayor es el acuerdo y su intensidad. A punto tal que del relativamente bajo porcentaje total de casos que están “muy de acuerdo” con el enunciado en cuestión (2,8% de n, según el cuadro 7.1), más de dos terceras partes se da entre los puntuadores altos de la dimensión (2% de n). Así como entre tales puntuadores altos quienes están “de acuerdo” constituyen, con un 37,5%, el único porcentaje que se sitúa claramente por encima del porcentaje total de quienes están “de acuerdo” (el 28,4% de la población). Diferencias semejantes se plantean en el ángulo opuesto de la tabla: es entre los puntuadores bajos en la dimensión RCP donde encontramos la mayor frecuencia de posiciones “en desacuerdo” y “muy en desacuerdo” con el enunciado. Una asociación análoga podemos detectar en cada una de las variables, si bien siempre con especificidades en sus comportamientos que permiten aprehender el aporte diferencial de cada una a la constelación en su conjunto.
Cuestión esta última que resulta aún más clara en el segundo de los enunciados. Éste también entraña un posicionamiento directo frente a la desigualdad y, al igual que el enunciado anterior, se presenta asociado a la dimensión RCP (cuadro 8.1). Vínculo por el cual quienes se encuentran “muy de acuerdo”, con agregar ese 10% a sus impuestos, son más entre los puntuadores bajos en tal dimensión. A la vez que a medida que nos desplazamos hacia las puntuaciones más altas mayor es la tendencia y la intensidad del “desacuerdo”. En efecto, el 26,5% depuntuadores bajos que están “muy de acuerdo” triplica al de aquellos que toman esa posición dentro de los puntuadores moderadamente bajos (8,6%), así como al porcentaje total de los que están “muy de acuerdo” (8,4%). El complemento de esto lo hallamos en el ángulo inferior derecho de la tabla, pues allí vemos cómo dentro de los puntuadores altos se encuentra tanto el porcentaje mayor de quienes están “muy en desacuerdo” con el enunciado, como el de quienes están en “desacuerdo”.
Además de esa tendencia general –la más relevante en la configuración de la trama cultural aquí estudiada–, estos datos también nos permiten detectar otro rasgo de esta constelación y del modo en que pone en juego su di-visión de lo político. Al concentramos en la población que se expresa “en desacuerdo”–con la idea de pagar más impuestos si ello pusiera fin a la desigualdad–hallamos que su porcentaje va aumentando a medida que nos desplazamos hacia los puntajes más altos (a medida que nos movemos hacia abajo en la columna correspondiente), manifestándose por tanto la tendencia general que acabamos de mencionar. Sin embargo, no se repite la misma pauta al analizar la columna de los “muy en desacuerdo”, pues aun cuando el porcentaje más alto tiene lugar entre los puntuadores altos, el segundo más alto se da entre los puntuadores bajos, situándose así por encima de los puntuadores moderados (tanto bajos como altos). Por supuesto, si agrupásemos todos los “desacuerdo”, sin dar cuenta de su intensidad, la tendencia general se restablecería; pero si mantenemos esta diferencia de intensidad –con la información que ello entraña–, entonces cabe preguntarse: ¿qué nos dice tal diferencia parcial dentro de la tendencia general acerca de la di-visión de lo político que aquí estudiamos?
Podríamos pensar que este comportamiento es común a las tres variables con las que aquí trabajamos, pero el análisis del cuadro 8.2 evidencia que es la variable T la responsable de esta configuración de la constelación. Pues sólo en ella quienes están “muy en desacuerdo” son más entre los puntuadores bajos que entre los moderadamente altos (10,7% frente a 2,5%). El anverso de lo cual es que en las otras dos variables, con su positiva apreciación de la armonía social, la transformación sin dudas profunda que implica “poner fin a la desigualdad” genera una posición de intenso desacuerdo. Ésta es la relación que, aun cuando se mantenga como tendencia general, muestra matices diferenciales cuando abordamos la tercera de nuestras variables. Pues posicionarse en un punto de vista que no hace de la política una cuestión de especialistas (es decir, ser puntuadores bajos en T) no constituye un fuerte obstáculo para emitir un juicio de intenso desacuerdo con el enunciado en cuestión. Pero sobre todo porque los puntuadores moderadamente altos (quienes sí tienden a juzgar como necesario el que ciertas decisiones las tomen los expertos) no manifiestan el esperable intenso desacuerdo. Esto puede atribuirse a que el tecnocratismo, en el sentido amplio en que aquí lo concebimos, puede incluso ser percibido (por los agentes encuestados) como un instrumento para combatir la desigualdad, por lo que el problema no estaría en pagar más impuestos sino, en todo caso, en qué se hace con ellos o, mejor aún, en cómo se decide (si ideológica o técnicamente) qué se hace con ellos.
Vemos nuevamente la relevancia no sólo de aprehender cómo se sitúa el punto de vista de un agente en relación con el eje fundamental de la constelación aquí estudiada (el conflicto sobre el conflicto), sino también de introducirnos en las diferencias producto del peso relativo de cada una de las variables en su configuración de conjunto. En tanto ello nos brinda herramientas más específicas para comprender las tomas de posición de los agentes, base sobre la cual avanzar en el estudio de sus consecuencias en el (des)ordenamiento de lo social. En efecto, nuestro análisis nos permite sostener que aquél grupo de agentes que puntuando alto (sea en forma moderada o no) en la dimensión RCP y que, a su vez, llegan a ese “punto” –desde el cual realizan su “visión”– principalmente por el peso de las variables IMP e IO y con un menor peso de T tenderán a estar más en desacuerdo con el enunciado “estaría dispuesto/a a agregar un 10% más…”. Mientras que aquellos que ocupando un punto similar en RCP llegan a éste a través, principalmente, del peso de T y con aportes menores de IMP o de IO tenderán, en cambio, a discordar menos con dicho enunciado. Utilizar un lente más “micro” nos permite dar cuenta de estas diferencias, evitando su reducción a una lógica única, pero quedarnos sólo con esta mirada entrañaría también una grave limitación para el análisis. Pues el árbol diferencial nos taparía el bosque de la tendencia general, marcada por la fuerte asociación positiva entre las tres variables (cuadro 1), por la relación entre la dimensión y el enunciado directo aquí analizado (cuadro 8.1) y, quizás más importante aún, por el hecho de que el total de casos sobre en que se sitúan, cruce de puntuaciones distantes entre sí, tiende a ser marcadamente bajo (cuadro 3). Es decir, dar cuenta densamente de esa diferencia sería, en el caso de la CABA al menos, concentrarnos en el comportamiento de un grupo de baja frecuencia dentro del conjunto de la población estudiada y, por ende, que explica menos lo específico dela trama cultural de lo político aquí estudiada.
5. EL JUEGO, SUS REGLAS Y LOS JUGADORES
Los cruces entre nuestras variables y dimensión con un conjunto de enunciados directos acerca de la desigualdad tienen una relevancia que excede al análisis de la asociación. Pues también nos permiten detectar cómo la constelación aquí investigada conforma un sistema trasladable a otros órdenes (temáticos), que no son los específicamente atinentes a la dimensión RCP. En definitiva, nos posibilita aprehender un estilo de percepción y apreciación cuyo peso se siente en diversos órdenes. Estilo a través del cual dar cuenta de la tendencia general para un conjunto de temáticas atinentes a lo político, a la vez que avanzamos en un diagnóstico de la cultura política en la población de la capital de la República Argentina.
Si bien este carácter trasladable del modo de di-visión de lo político ya se encontraba en juego, como una hipótesis subyacente, en la conformación del “rechazo de lo político” como una dimensión, esto es, como un conjunto de disposiciones de percepción y apreciación cuyo uso produce un juicio acerca de distintas temáticas (el lugar del saber especializado o de las disputas en la política, por ejemplo); el trabajo realizado en la sección anterior nos permitió aprehender cómo dicha dimensión se inscribe en una trama cultural más amplia, que continuaremos explorando en futuros trabajos. Pero ya a través del recorrido concretado en este escrito, pudimos detectar dos traslaciones de estos principios de di-visión a temáticas que no cabe considerar a priori relacionadas entre sí. La asociación entre la disposición a rechazar el conflicto político con, por un lado, posturas atinentes a la desigualdad y, por el otro, con la autopercepción de los encuestados de su actitud ante la política. Vínculo éste último que, remarquémoslo una vez más, no cabe dar como evidente y natural –como si el rechazo que esas disposiciones entrañan implicase necesariamente un “no interesarse” por la política–. Pues esto sólo puede ser así para un punto de vista (teórico) que haga de tal conflicto el elemento definitorio de la naturaleza de lo político, sin plantearse siquiera el interrogante acerca de cómo lo perciben los agentes.
Volvamos ahora a concentrarnos en el tipo ideal que ha estado en el centro de este escrito, en pos de extraer algunas reflexiones finales de nuestro análisis; para lo cual continuaremos enfocándonos en los puntuadores altos. A partir del cúmulo de información aquí estudiada, hemos abordado las características de estos principios de di-visión de lo político que, más que defender el orden como tal, entrañan una defensa de la armonía social (en tanto puede concebirse un orden social en el cual el conflicto tenga un rol protagónico). O, mejor aún, implican un rechazo a todo elemento potencialmente disonante, que sólo es tal sobre el trasfondo de una particular concepción de tal armonía. Para dar cuenta de ello nos hemos adentrado en las características de esos principios, evitando criticarlos externamente; sin embargo, tampoco buscamos limitarnos a la sola descripción densa de este modo de percepción, la cual como tal nada nos dice acerca de sus consecuencias (buscadas o no) en lo político. Antes bien, en una suerte de doble rechazo a estas opciones, intentamos poner en práctica la estrategia del barón de Münchhausen: a través de la crítica inmanente de ese específico material cultural que es el punto de vista de los agentes aprehender sus consecuencias, externas a tal punto de vista, en tanto atinentes a la objetividad de lo social, a eso que desde Bourdieu denominamos el nomos que regla este juego.
Tarea en la que resulta clave pasar del estudio sobre cómo los puntuadores altos practican una percepción de lo político que rechaza el conflicto, hacia el análisis del modo de producción de semejante juicio sobre el conflicto. Hemos visto que estamos ante una concepción de la política según la cual ésta tendría que regirse por las “recetas” provenientes del saber tecnocrático, cuya racionalidad técnica (económica o jurídica) ha de conservarse “pura” de todo sesgo ideológico, pues éste sólo corrompería dicha racionalidad. Postura con la que se entrelaza una mirada moralizada de la política y del orden social, que hace de estos ámbitos una instancia que no puede más que atentar contra esa “salvación del alma” que, según Weber (1991: 74), ningún político ha de buscar para sí. Pero que es el valor sobre el que se yergue esa percepción moralizada, para la cual es imposible permanecer “puro” entre quienes “le roban al Estado”, o dejan que vayamos hacia “una guerra que va a terminar muy mal”, o “arruinan la paz y la estabilidad social”.
Ahora bien, lo anterior nos sitúa ante un juicio sobre lo político –específicamente acerca del lugar del conflicto allí– que se sostiene sobre pretensiones (cognoscitivas o morales) que son propias de un orden otro, distinto del político. El anverso de lo cual es la disolución de toda especificidad que sea propia a este último. No se trata de que esta percepción marre en su manera de definir a lo político, sino que –en el extremo– no da definición alguna de éste, de su especificidad como realidad sui generis (por decirlo durkheimeanamente). Estamos ante una problemática cercana a aquella que Bourdieu plantea bajo la noción de “tiranía, entendida, a la manera de Pascal, como usurpación de un orden sobre otro o, más precisamente, como una intrusión de los poderes asociados a un campo en el funcionamiento de otro campo” (Bourdieu, 2013: 548). Pero en nuestro caso, la misma no tiene lugar tanto en una instancia objetiva (como la de los campos) sino en una subjetiva, la de los principios de di-visión incorporados, a través de los cuales los agentes encuestados perciben y aprecian lo político.13 En definitiva, en esa disputa por el nomos que regla este juego, pero que es también incorporado por los agentes, en un proceso que los torna “jugadores” del mismo (al dotarlos de una específica cultura política), el específico modo de percepción y apreciación aquí analizado tiende a diluir la existencia misma de esos principios incorporados y, con ellos, una de las condiciones de posibilidad del juego como tal.En ese sentido, esta constelación de principios de visión y de división (subjetivos) contribuye a producir una despolitización de lo político, de su siempre frágil existencia como un juego relativamente autónomo.
El impacto que esa “tiranía” genera en la configuración de los jugadores–de su manera de entender el juego y, consecuentemente, de jugarlo– entraña, entonces, una despolitización, en tanto obtura la posibilidad misma de concretar la producción de juicios políticos por parte de los agentes, nuevamente en un sentido muy específico. Para aclararlo cabe seguir a Bourdieu cuando, en su caracterizar a tales juicios, los compara con la lógica de producción de juicios sobre obras de arte, pues en materia de percepción artística
“tenemos en primer lugar una condición de posibilidad: es preciso que las personas piensen la obra de arte como una obra de arte; a continuación, habiéndola percibido como obra de arte, es preciso que posean las categorías de percepción para construirla, estructurarla, etc. […] La primera condición para responder de forma adecuada a una cuestión política es, por tanto, ser capaz de construirla como política; la segunda, tras haberla constituido como política, es ser capaz de aplicarle categorías específicamente políticas” (Bourdieu, 2008a: 225).
Si la obra de arte sólo fuese juzgada por su valor comercial o por su función en un ritual religioso no habría allí una apreciación específicamente artística de la misma, más aún, ni siquiera se la estaría percibiendo como una obra de arte, obturándose con ello toda posibilidad de un juicio artístico (podría hablarse de una “desartificación” de la obra de arte). Este proceso es homólogo al que subyace a la constelación aquí estudiada, pues si la cuestión política sólo es juzgada por su adecuación a las “recetas” técnicas o por su pureza moral, entonces se obtura la posibilidad de una apreciación específicamente política de tales cuestiones y, quizás más grave aún, la percepción de éstas como pertenecientes a lo político; poniéndose en práctica una división que “ubica” a tales cuestiones en otros ámbitos (cognoscitivos o morales), con otras lógicas, no-políticas. En línea con el planteo de Bourdieu, podemos sostener que en esa cultura política no están dadas las condiciones para la producción de juicios políticos, es decir, para la percepción de un determinado problema (o evento o material cultural) como un problema político.
Consecuencia especialmente compleja si a ello agregamos que tenemos buenos fundamentos para hipotetizar que, desde estos principios de di-visión (propios de los puntuadores altos), se tenderá a percibir a los discursos que objeten semejante despolitización, no como una objeción política, sino como el planteo de uno de esos conflictos que no cabe más que rechazar. Esto es, juzgándolos como propios de una “mala política”, no purificada y, consecuentemente, mera instancia conflictiva que atenta contra la armonía social. Si esta hipótesis es correcta, entonces se estaría rechazando la mentada objeción antes de que ésta fuese siquiera enunciada, pues no hay aquí un juego común, cuyas reglas (de percepción) sean compartidas por los distintos jugadores, y dentro del cual se lleve a cabo esta disputa. Ese juego constituye, por tanto, una condición fundamental para que pueda tener lugar un conflicto político sobre el conflicto político.
Frente a esto, partir de la brecha entre el que se pretende poseedor del conocimiento y aquél que lo ignora, no contribuiría más que a la reproducción de semejante brecha. Antes que a ello, quizás quepa apostar por concretar una reconfiguración de este modo de ver y dividir lo político, pugnando por que allí se “construyan como políticas” cuestiones a las que hoy se les aplican categorías propias de otros ámbitos. Aun cuando la definición y orientación política puesta en juego en esa construcción siga sin coincidir con la nuestra.
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Notas