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Una Relectura de Fotovoz como Herramienta Metodológica para la Investigación Social Participativa desde una Perspectiva Feminista
Antar Martínez-Guzmán; Claudia M. Prado-Meza; Cristina Tapia Muro;
Antar Martínez-Guzmán; Claudia M. Prado-Meza; Cristina Tapia Muro; Aimé Tapia González
Una Relectura de Fotovoz como Herramienta Metodológica para la Investigación Social Participativa desde una Perspectiva Feminista
Rethinking Photovoice as a Methodological Strategy for Participatory Social Research from a Feminist Perspective
EMPIRIA. Revista de Metodología de las Ciencias Sociales, núm. 41, pp. 157-185, 2018
Universidad Nacional de Educación a Distancia
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Resumen: En el marco de una creciente expansión de los métodos visuales en la investigación social, la fotovoz se sitúa como una herramienta metodológica participativa que hace uso de la fotografía en combinación con una descripción verbal que favorece la acción comunitaria, reconociendo en su planteamiento la influencia de la perspectiva feminista. Sin embargo, los vínculos entre la metodología de la fotovoz y el pensamiento feminista han sido en general poco elaborados y se han circunscrito particularmente al ámbito de la identificación de necesidades comunitarias para las mujeres y otros sujetos considerados marginados. En este artículo proponemos una re-lectura de la metodología de la fotovoz a la luz de herramientas conceptuales provenientes del feminismo post-estructuralista de la tercera ola. Argumentamos que tal redefinición permite actualizar los vínculos de la fotovoz con su impronta feminista y, además, ampliar los alcances metodológicos de la misma. A través de un estudio realizado en la provincia mexicana cuyo objetivo ha sido explorar la relación entre género y acción social en la trayectoria de mujeres activistas, ilustramos la manera en que la fotovoz puede ser proyectada como estrategia metodológica que, en contraste con su planteamiento inicial, permite: a) hacer énfasis en la agencia de los sujetos participantes; b) diversificar y ampliar sus interlocutores y destinatarios; c) interrogar políticas de representación dominantes en el imaginario social e incidir en el orden simbólico; d) privilegiar la emergencia de “conocimientos situados” y las conexiones entre los mismos; y e) vehiculizar en el plano metodológico la consigna feminista según la cual ‘lo personal es político’. Se concluye proponiendo que esta particular re-lectura de la fotovoz permite enriquecer sus potencialidades metodológicas en tanto posibilita una articulación valiosa entre epistemologías feministas, perspectivas participativas, exploración de la subjetividad e investigación orientada a la acción.

Palabras clave:FotovozFotovoz,metodología cualitativametodología cualitativa,investigación feministainvestigación feminista,conocimientos situadosconocimientos situados,métodos participativosmétodos participativos,génerogénero.

Abstract: In the context of a growing presence of visual methods in social research, photovoice is positioned as a participatory methodological strategy combining photography production and community action, with an explicit influence of the feminist perspective. However, the links between the photovoice methodology and feminist thought have not been sufficiently elaborated and have been mostly limited to the task of identifying community needs for women and other subjects considered marginalized. In this paper we propose a re-reading of the photovoice methodology in the light of conceptual tools coming from the post-structuralist feminism framed in the third wave. We argue that such redefinition allows updating the links between photovoice and its feminist imprint and broadening its methodological scope. To illustrate this, we present a study conducted with photovoice methodology in a Mexican province, whose objective was to explore the relationship between gender and social action in the experience of activist women. In contrast with its traditional definition, we argue that photovoice can be conceived as a methodological strategy that allows: a) emphasizing the agency of participants; b) diversifying and expanding the social actors to which the methodology is directed; c) critically examining politics of representations and intervene in the cultural and symbolic order; d) privileging the emergence of “situated knowledge” and the connections between different perspectives; and e) implementing in the methodological level the feminist principle according to which ‘the personal is political’. We conclude by proposing that this particular re-reading of photovoice allows to enrich its methodological potentialities as it enables a renewed articulation between feminist epistemologies, participatory perspectives, exploration of subjectivity and action-oriented research.

Keywords: Photovoice, qualitative methods, feminist research, situated knowledge, participatory methods, gender.

Carátula del artículo

Artículos

Una Relectura de Fotovoz como Herramienta Metodológica para la Investigación Social Participativa desde una Perspectiva Feminista

Rethinking Photovoice as a Methodological Strategy for Participatory Social Research from a Feminist Perspective

Antar Martínez-Guzmán
Universidad de Colima, México
Claudia M. Prado-Meza
Universidad de Colima, México
Cristina Tapia Muro
Universidad de Colima, México
Aimé Tapia González
Universidad de Colima, México
EMPIRIA. Revista de Metodología de las Ciencias Sociales, núm. 41, pp. 157-185, 2018
Universidad Nacional de Educación a Distancia

Recepción: 27/12/2017

Aprobación: 07/09/2018

1. INTRODUCCIÓN

Durante las últimas décadas, las herramientas metodológicas que hacen uso de medios audiovisuales han ocupado un lugar cada vez más prominente en el campo de la investigación cualitativa en ciencias sociales, en tanto ofrecen específicas formas de reconocimiento de la subjetividad en los procesos de investigación, así como de los efectos políticos y sociales de las imágenes en el ámbito de la cultura (Rose, 2016); (Banks & Zeitlyn, 2015). En este contexto de expansión de las metodologías visuales podemos situar la emergencia y el desarrollo de la fotovoz (C. Wang & Burris, 1997; C. C. Wang, 1999; Caroline Wang & Burris, 1994), como particular estrategia de investigación social.

La fotovoz constituye una herramienta metodológica que echa mano de recursos visuales y discursivos para el conocimiento de la realidad social (Gubrium & Harper, 2016). Con una impronta de investigación participativa y comunitaria, se proyecta como una metodología orientada hacia el cambio social y el empoderamiento de los sujetos participantes. Asimismo, reconoce la influencia del feminismo en la formulación de su particular perspectiva metodológica, lo que se evidencia en el marcado interés por el uso de esta metodología para el estudio de las condiciones y experiencias de las mujeres, particularmente en el ámbito de la salud, la educación y el desarrollo comunitario (Gervais & Rivard, 2013; Moya, Chávez-Baray, & Martinez, 2014; Pérez, Ruiz Guerrero, & Mora, 2016). Como señalan (Caroline Wang & Burris, 1994), el feminismo ha informado el surgimiento de la metodología fotovoz en tanto esta busca reconocer las experiencias y perspectivas propias de las mujeres en situación vulnerable.

Por su parte, desde diversas perspectivas y tradiciones, el feminismo ha convocado a revisar los supuestos que se ponen en juego en el proceso de producción de conocimiento, buscando evidenciar la dimensión del género y las relaciones de poder presentes tanto en las realidades sociales estudiadas como en los propios mecanismos con que se estudian (Alcoff & Potter, 2013; Harding, 1996). Desde esta perspectiva, la labor de interrogar y reformular las propias modalidades de conocimiento e investigación sobre el mundo social contribuyen a ampliar las posibilidades de actuación política que de ellas se desprenden y a transformar el orden de género dominante.

Si bien es cierto que, desde sus orígenes, la fotovoz se ha planteado como una metodología afín al proyecto feminista, cierto es también que la relación teórica y metodológica entre la fotovoz y el feminismo ha permanecido en general poco elaborada y se ha circunscrito principalmente a la idea del empoderamiento de las mujeres a partir de la identificación y expresión de sus necesidades en distintos ámbitos sociales (McIntyre, 2003; Caroline Wang & Burris, 1994; Wilkin & Liamputtong, 2010). Se trata de una perspectiva feminista centrada en las mujeres en tanto sujetos vulnerables y particularmente en aquellas que se encuentran en posiciones consideradas marginales; orientada a identificar carencias y privaciones concretas para mejorar sus condiciones de vida en contextos comunitarios.

Sin embargo, como señalan (Ramazanoglu & Holland, 2002), la investigación social feminista ha ido paulatinamente complejizando y ampliando sus discusiones hasta incorporar aspectos tales como la problematización del sujeto mujer como sujeto esencial y homogéneo; el cuestionamientos de los vínculos entre conocimiento y realidad (y de la posibilidad de su representación neutral y objetiva); y la imposibilidad de estudiar el género con independencia de otros ejes de poder, tales como la clase, la orientación sexual o el origen étnico. En suma, se ha advertido la necesidad de generar aproximaciones metodológicas que recojan y cristalicen las aportaciones tanto epistemológicas como ontológicas que se han desarrollado en el pensamiento feminista contemporáneo (Jaggar, 2015).

El presente artículo se propone hacer una (re)lectura de la técnica metodológica de la fotovoz a partir de herramientas teóricas derivadas del feminismo post-estructuralista y localizadas en el marco más general de la llamada “tercera ola” del feminismo (Mann & Huffman, 2005; Snyder, 2008). Con ello, se busca ampliar y actualizar los vínculos teórico-metodológicos entre la fotovoz y el pensamiento feminista, mostrando la manera en que dicha herramienta de investigación permite abordar y cristalizar, en el proceso concreto de producción de conocimiento, algunas de las premisas y preocupaciones que han concentrado la atención de la investigación feminista en las últimas dos décadas. Se trata, en suma, de una revisión de los supuestos y alcances de la fotovoz a partir de renovadas herramientas teóricas feministas.

Dicha revisión está sustentada en -y orientada por- un proyecto de investigación empírica que utiliza la metodología de la fotovoz para conocer la experiencia de mujeres activistas en el contexto de una provincia mexicana con el objetivo de explorar la relación entre género y acción social. En un primer momento, se caracteriza la técnica de fotovoz, identificando sus orígenes, fundamentos y la orientación general de su planteamiento metodológico. Posteriormente, se exponen algunas herramientas conceptuales provenientes del feminismo post-estructuralista y de la tercera ola que perfilan una particular perspectiva sobre la producción de conocimiento y la investigación social. A continuación, se presenta una experiencia de investigación con fotovoz cuyos resultados permiten ilustrar la manera en que esta herramienta puede incorporar recursos teóricos provenientes de las mencionadas perspectivas feministas en el proceso de investigación. Finalmente, se concluye enfatizando las afinidades y potencialidades de la propuesta metodológica de la fotovoz para la investigación social desde una perspectiva feminista.

2. FOTOVOZ: COORDENADAS TEÓRICAS Y PROPUESTA METODOLÓGICA

La fotovoz es una técnica de investigación social que combina el uso de la fotografía con la acción comunitaria desde una perspectiva participativa. En palabras de (C. Wang & Burris, 1997, p. 369), principales precursoras de la metodología, se trata de “un proceso a través del cual las personas pueden identificar, representar y mejorar sus comunidades por medio de una específica técnica fotográfica”. Para Angulo Rasco (2007, p. 6), la fotovoz puede clasificarse como una estrategia de etnografía visual “en la que a través de la realización y utilización de fotografías los sujetos informantes pueden expresar sus ideas, concepciones, pensamientos, relaciones e interacciones”, favoreciendo así la implicación directa de los sujetos en la producción de información visual. Asimismo, junto con otras estrategias metodológicas como la foto-elicitación o la narración digital, la fotovoz puede clasificarse como parte de los “métodos visuales participativos”, que se caracterizan por invitar a las personas participantes a producir materiales visuales que expresen sus particulares puntos de vista como parte del proceso de investigación (Lorenz & Kolb, 2009).

Sus principales objetivos son, de acuerdo con C. Wang y Burris (1997): a) permitir que las personas registren y reflejen las preocupaciones y realidades de sus comunidades; b) promover el diálogo crítico y el conocimiento de la comunidad a través de la discusión grupal sobre las fotografías producidas; y c) incidir en los actores responsables de la elaboración de políticas públicas. Desde esta perspectiva metodológica, se argumenta que el uso de fotografías puede ilustrar aspectos de la realidad social que van más allá de la interrogación meramente verbal y al mismo tiempo promover la acción colectiva de los actores implicados en el tema de estudio (Angulo Rasco, 2007). En este sentido, Caroline Wang y Burris (1994, p. 179) le definen como “una oportunidad para documentar de manera creativa y discutir los problemas, preocupaciones y expectativas de la comunidad, y comunicarlas a quienes elaboran políticas públicas”.

En términos generales, la técnica consiste en invitar a las personas participantes o colaboradoras en la investigación a tomar fotografías sobre aspectos específicos de su experiencia, su contexto y sus condiciones de vida, que resulten de interés para el proceso de investigación. A través de las fotografías producidas, las y los participantes identifican necesidades o recursos, y manifiestan sus preocupaciones sobre determinadas problemáticas vinculadas a su comunidad. Las colaboradoras acompañan las imágenes capturadas con una descripción del significado o el sentido que tiene la imagen producida. Posteriormente, se reúnen con el resto del equipo de investigación para compartir las fotografías las cuales funcionan como estímulos para discutir sus condiciones de vida y generar directrices que eventualmente informen políticas públicas que den respuesta a sus problemáticas. La meta consiste, de acuerdo con Caroline Wang y Burris (1994, pp. 171-172), en “ documentar su vida cotidiana a través de la documentación fotográfica como una herramienta educativa para registrar y reflejar sus necesidades, promover el diálogo, fomentar la acción e informar políticas”.

Tres grandes influencias teóricas fundamentan esta herramienta metodológica: la educación para la conciencia crítica, la teoría feminista y la fotografía documental (Snyder, 2008; Caroline Wang & Burris, 1997; Caroline Wang & Burris, 1994). La primera de ellas proviene de la pedagogía crítica y de “la educación como práctica de la libertad” planteadas Paulo Freire (1973, 1978) y, particularmente, de la adaptación que ha hecho de estas ideas Wallerstein y Bernstein (1988) para el campo de la educación para la salud. En consonancia con los postulados freirianos, se plantea la necesidad de generar procesos colectivos de toma de conciencia y de reflexión crítica sobre las condiciones socio-históricas en que viven los sujetos como vía para la transformación social. Para ello, es necesario generar prácticas de conocimiento enraizadas en las experiencias y realidades de los propios sujetos. De la misma manera en que las prácticas de alfabetización de Freire estaban centradas en el vocabulario, la experiencia y el conocimiento de sus estudiantes, los retratos de los sujetos sobre su comunidad y su vida son el lenguaje en el proceso de fotovoz. Así, las fotografías “funcionan como una suerte de ‘código’ que permite a la comunidad mostrarse a sí misma y proyectar las realidades políticas y sociales cotidianas que inciden en la vida de las personas” (Caroline Wang & Burris, 1994, p. 172).

La fotografía documental, por su parte, permite retomar la potencialidad de la imagen como instrumento para dar cuenta de la realidad social y reflexionar sobre la misma. Sin embargo; Caroline Wang y Burris (1994, p. 175) hacen una crítica a la “potencial injusticia de la fotografía documental liberal”, que refleja una relación asimétrica en la cual es el sujeto investigador quien, a través de su mirada y su lente, define cómo habrán de ser representados los grupos minoritarios y los sujetos vulnerables. Así pues, las autoras proponen modificar el abordaje ortodoxo de la fotografía documental para privilegiar la perspectiva o la mirada de los sujetos que habitualmente fungen como objetos de representación. Así, este método “no confía las cámaras a especialistas, responsables del diseño de políticas públicas o fotógrafos profesionales, sino que las pone en las manos de niños, mujeres de la comunidad, trabajadores de base de la comunidad, y otros actores con escaso acceso a aquellos quienes toman decisiones sobre su vida” (Caroline Wang & Burris, 1994, p. 172).

La teoría feminista constituye la tercera influencia teórica de esta técnica y es también la que resulta de particular interés para el presente trabajo. Para Caroline Wang y Burris (1994), fotovoz se plantea como un proceso en donde las mujeres se conciben como sujetos activos, protagonistas de su propio conocimiento, y no como meros objetos de la acción o el conocimiento de otros actores. La perspectiva feminista adoptada por las autoras dicta que la indagación sobre la realidad de las mujeres debe desarrollarse por y con las mujeres y no sobre las mujeres, de manera que el proceso de producción de conocimiento sea igualmente uno de empoderamiento. El objetivo fundamental es entonces el reconocimiento y la valoración de las experiencias, historias y perspectivas de las mujeres. Asimismo, se argumenta que permite comprender las condiciones y experiencias de las mujeres como comunes y compartidas, propiciando así posibilidades para la organización y la acción colectiva. En tanto esta herramienta enfatiza la voz y la visión de las mujeres, permite que sus vidas sean representadas para sí mismas y, eventualmente, para otros actores.

Cabe resaltar que la orientación feminista y el énfasis en los procesos de empoderamiento de las mujeres es fundamental para esta metodología puesto que los proyectos de investigación que le dieron origen, así como muchas de sus referencias empíricas y teóricas, provienen del trabajo con grupos de mujeres (i.e. Caroline Wang & Burris, 1997; Caroline Wang, 1999; Caroline Wang & Burris, 1994). Por ejemplo, el proyecto que permite articular y ensayar la técnica se desarrolla con mujeres campesinas de dos condados rurales de China. Sin embargo, este impronta teórica y orientación metodológica se considera útil para el trabajo con grupos minoritarios o poblaciones en condiciones vulnerables en general, puesto que busca poner en marcha un proceso incluyente que reconozca distintas voces y que tome en cuenta la visión de aquellos sujetos usualmente considerados como objeto de estudio y representación, para incidir en sus propias condiciones sociales (Strack, Lovelace, Jordan, & Holmes, 2010).

Un estudio más reciente que ilustra esta conexión entre feminismo y fotovoz fue realizado por Mary Morgan, Vardell, Lower, Ibarra & Cecil-Dyrkacz (2010),con mujeres inmigrantes residentes en Costa Rica, en el que se buscó generar conciencia crítica entre las participantes, identificar maneras alternativas de afrontar sus circunstancias laborales y familiares y, en suma, identificar estrategias que les permitan navegar mejor en la ciudad destino. La concepción de poder que prima en esta aproximaciones es la de una capacidad que debe ser desarrollada por los sujetos, y que implica el poder para alcanzar diversas metas, con otras personas a través de la generación de vínculos buscando el logro de objetivos compartidos, y sobre el entorno u otros actores de modo que se logre influir positivamente en sus condiciones de vida (Caroline Wang & Burris, 1994).

Tales fundamentos confluyen en un enfoque metodológico consistente con los principios de la investigación participativa (Schulz, A. J., Parker, E. A., Israel, B. A., Becker, A. B., Maciak, B. J., & Hollis, R., 1998), dirigido a alentar a los sujetos participantes a que asuman un papel protagonista en la representación y transmisión de sus puntos de vista, necesidades, intereses y preocupaciones sobre sus respectivos contextos sociales, buscando que dicho conocimiento trascienda el ámbito meramente académico y llegue a informar el diseño de políticas públicas. En este sentido, en consonancia con una perspectiva participativa, fotovoz se propone disminuir la brecha de poder que existe entre el sujeto investigador y quienes participan en la investigación.

Como es posible constatar a través de sus fundamentos y características, la técnica está planteada para orientarse principalmente a temas relacionados con la mejora de la comunidad. Caroline C. Wang (2006) presenta como ejemplo de ello diez proyectos realizados para promover la participación juvenil, en los que se observa una diversidad tanto de temáticas trabajadas, como de perfiles de participantes y de contextos geopolíticos (i.e. prevención de la violencia, bienestar comunitario y cuidado de la salud en comunidades de Estados Unidos, Sudáfrica y Australia). Particularmente, fotovoz se plantea principalmente como una herramienta de evaluación y diagnóstico de necesidades para comunidades y grupos específicos, en el marco de la implementación de políticas públicas y programas sociales destinados a poblaciones consideradas vulnerables o desfavorecidas.

En este sentido, fotovoz suele concebirse como una herramienta útil para profesionales e investigadoras/es, puesto que les permite sondear escenarios y fenómenos sociales a lo que no suelen llegar con facilidad. También se plantea como una herramienta de fácil acceso para participantes puesto que está abierta a “cualquiera que pueda aprender a manejar una cámara automática; y, más aún, no presupone la habilidad de leer o escribir” (Caroline Wang & Burris, 1997, p. 372). En tanto herramienta participativa y de fácil acceso, se ofrece como alternativa a otras estrategias de evaluación convencionales, como las encuestas.

Asimismo, la literatura de fotovoz hace un fuerte énfasis en que sus resultados y productos están principalmente dirigidos a autoridades responsables del diseño de políticas públicas. La insistencia en el espacio de las políticas públicas como destinatario principal de las fotografías, define el proceso como una de vía de acceso al contexto de la experticia profesional y al ámbito institucional más general.

Finalmente, otra característica relevante en el planteamiento original del método es, como se ha mencionado, su focalización en la “población más vulnerable de la sociedad” (Caroline Wang & Burris, 1997, p. 372). Se ha planteado como especialmente adecuado para el trabajo con grupos considerados “vulnerables”, “desfavorecidos”, con frecuencia en condiciones de marginación en el contexto rural o que no cuentan con las habilidades básicas de lectoescritura. Se trata, pues, de un proceso en principio proyectado para trabajar con “personas que experimentan powerlessness1 como su realidad social dominante” (Caroline Wang & Burris, 1994, p. 185).

En suma, esta herramienta surge en un marco de investigación comunitaria, donde la producción fotográfica se utiliza como estrategia de generación de información principalmente orientada al diagnóstico y la identificación de necesidades con respecto a problemáticas colectivas. Se considera especialmente útil para ampliar las capacidades exploratorias de los sujetos profesionales, particularmente apropiada para el trabajo con sujetos sociales considerados marginales o vulnerables, y dirigida principalmente a instancias institucionales donde se diseñan políticas públicas.

Experiencias recientes de investigación han mostrado la utilidad de la fotovoz para el trabajo en el ámbito educativo y en escenarios escolares. Por ejemplo, Doval, Martínez-Figueira y Raposo (2013) realizaron un proyecto que permitió identificar problemáticas en el contexto escolar y promover cambios, donde niños y niñas juegan un papel protagonista en la generación de alternativas de solución. También se han implementado proyectos a nivel universitario donde las y los estudiantes han reflexionado colectivamente sobre sus preocupaciones, consensuado propuestas de solución y monitoreado el desarrollo de las mismas (Borges-Cancel y Colón-Colón, 2014). Los estudios recientes también ponen de manifiesto los importantes desafíos que la técnica implica para el trabajo en equipo, la temporalización de las actividades y la compleja conexión entre los sujetos participantes (e.g. mujeres, estudiantes) y los tomadores de decisiones (Doval, Martínez-Figueira y Raposo, 2013; Morgan, Vardell, Lower, Ibarra & Cecil-Dyrkacz, 2010).

A partir de esta caracterización general de las coordenadas teórico-metodológicas de fotovoz, es posible interrogarla a la luz de algunos aportes recientes del pensamiento feminista, así como repensar sus características y potencialidades a través de su desarrollo en contextos y con objetivos que difieren de los tradicionalmente asignados. En este contexto, cabe preguntarse: ¿qué consecuencias tiene en la definición metodológica de fotovoz una (re)lectura del proceso en función de nuevas herramientas conceptuales?, ¿cómo puede operar esta técnica en condiciones distintas a las que se ha dirigido tradicionalmente y con una concepción diferente de los sujetos participantes a la planteada inicialmente?, ¿qué implicaciones y alcances, tanto teóricos como metodológicos, se desprenden de este desplazamiento?

3. APROXIMACIONES DESDE EL FEMINISMO POST-ESTRUCTURALISTA

El surgimiento de fotovoz coincide con el final de la llamada segunda ola del feminismo y el inicio de la tercera. En este contexto, el feminismo de los años 60 y 70 recoge como eje central el postulado según el cual lo personal es político (Millett, 1970) que, de acuerdo con Amorós y De Miguel (2005, p. 42), no sólo “redefine el ámbito de la política, sino que lo amplía de manera inusitada a través del análisis de las relaciones de poder que tienen lugar en la esfera privada”. La politización de este territorio, antes inexplorado, implicó su apertura al debate público, así como la posibilidad de su transformación.

En esta nueva concepción de la política, las experiencias de las mujeres se consideran fundamentales para comprender el funcionamiento del sistema patriarcal. Una de las prácticas que emergieron vinculadas con este objetivo fue la organización de pequeños grupos con el propósito de “despertar la conciencia latente que (…) todas las mujeres tenemos sobre nuestra opresión” para propiciar “la representación política de la propia vida y poner las bases para su transformación” (Amorós & De Miguel, 2005, p. 72). Estos espacios de encuentro permitieron, por una parte, que las voces de un colectivo tradicionalmente desestimado fueron revalorizadas; por la otra, que la teoría fuese construida a partir de la reflexión conjunta sobre las experiencias compartidas.

Fotovoz recupera el sentido metodológico de estos grupos. Al proporcionar cámaras fotográficas a mujeres y otros colectivos tradicionalmente subalternizados, ofrece una vía para que éstos expresen sus miradas sobre el mundo, pero también para que se miren a sí mismas/os y compartan sus experiencias. Las imágenes descritas por sus autoras/es buscan facilitar un diálogo no jerárquico cuyo fin es la revalorización de sus voces, la identificación de problemáticas comunes y la promoción de una solidaridad comunitaria que favorezca la transformación de sus condiciones de vida. Sin embargo, en contraste con la redefinición de lo político en el feminismo, las experiencias metodológicas con fotovoz han enfatizado sobre todo la identificación de necesidades materiales y pertenecientes al ámbito considerado público. Asimismo, más que una interpelación a los entramados hegemónicos de regulación de las relaciones sociales, se plantean como objetivo principal la demanda de atención por parte de las instituciones y la búsqueda de respuestas a través de mecanismos ya instituidos.

Si bien fotovoz reconoce al feminismo entre sus influencias más importantes (Caroline Wang & Burris, 1994), resulta necesario profundizar en las aportaciones específicas que la teoría feminista puede hacer a esta herramienta metodológica, así como en los retos que plantea el diálogo entre ambas. De acuerdo con Mann y Huffman (2005), la tercera ola del feminismo no comporta una perspectiva uniforme, sino una diversidad de abordajes analíticos que reaccionan ante algunos problemas del feminismo de la segunda ola y buscan reformular y ampliar sus alcances y estrategias. Entre las diversas discusiones planteadas por el feminismo de la tercera ola, particularmente aquel informado por el pensamiento post-estructuralista, encontramos interrogantes centrales que giran en torno a la concepción del sujeto, la naturaleza del poder, el estatus de conocimiento científico y las políticas de representación simbólica o discursiva (Alcoff & Potter, 2013; Butler, 2007; Mann & Huffman, 2005; Scott & Lamas, 1992). Son precisamente estas reformulaciones informadas por el pensamiento post-estructuralista en las que nos centramos para leer, bajo una nueva luz, el sentido y el alcance de la fotovoz como herramienta de investigación. Particularmente, centraremos la atención en algunos planteamientos y nociones de esta tradición feminista que, en el contexto de una experiencia de investigación empírica, han mostrado ser útiles para reorientar y ampliar los objetivos metodológicos de la fotovoz.

A grandes rasgos, podemos caracterizar el feminismo post-estructuralista como un heterogéneo campo de pensamiento e investigación feminista que comparte el interés por analizar las formas en que se interrelacionan poder y conocimiento (tanto científico/académico como cultural/popular) (Alcoff & Potter, 2013). Particularmente, discute la forma en que distintos factores políticos y sociales inciden en la producción de conocimiento con sesgos sexistas y patriarcales, haciendo especial énfasis en el papel que juegan las prácticas discursivas y el plano simbólico (Amorós y De Miguel, 2005). En este marco general, identificamos algunos rasgos particulares del feminismo que resultan relevantes para la discusión que nos ocupa. En primer lugar, encontramos un importante cuestionamiento planteado por el pensamiento feminista al estatuto de objetividad y neutralidad del conocimiento científico. Las discusiones feministas han mostrado las “marcas de género” –y, de manera más general, las inevitables improntas sociales y políticas- presentes tanto en las proposiciones sobre los fenómenos y objetos estudiados, como en los propios procesos con que el conocimiento se genera (Harding, 1996, 1998; Kourany, 2010). Diversas formulaciones han emergido de las epistemologías y metodologías feministas para abordar esta cuestión y generar aproximaciones alternativas que reconozcan las huellas políticas y de género presentes en toda empresa de conocimiento. En este contexto, un concepto particularmente pertinente para los fines de este trabajo es el de conocimientos situados, propuesto por Donna Haraway (1995).

Diversas perspectivas feministas han cuestionado las aspiraciones positivistas de una metodología objetiva y neutral, que simplemente “describe” la realidad. Por otro lado, se han preocupado por generar conocimiento válido y verdadero que permita hacer afirmaciones sólidas sobre las relaciones de poder entre los géneros y la experiencia de las mujeres en el mundo social. Los conocimientos situados son una propuesta epistemológica crítica que busca resolver esta tensión, ofreciendo una perspectiva sobre la objetividad y la validez del conocimiento según la cual todo conocimiento está producido desde una posición y una localización particulares y, por tanto, no puede desvincularse de este contexto ni de la subjetividad de quien lo produce. Así, se aleja de la concepción de conocimiento objetivista y universalista que “mira desde ningún lugar” o que pretende poseer “el ojo de Dios”, lo mismo que de aquella relativista que mira “desde cualquier parte por igual” (Donna J. Haraway, 1995). El conocimiento, desde esta perspectiva, adquiere su estatuto de verdad en tanto refleja la realidad y la experiencia de una posición localizada. Se trata, pues, de una objetividad parcial y situada que adquiere su validez en tanto reconoce y toma en cuenta el lugar desde donde está siendo generada. Así, es la articulación de diferentes miradas o perspectivas parciales y situadas lo que permitirá eventualmente un conocimiento más profundo de la realidad.

Otro elemento importante por rescatar de las recientes discusiones feministas se refiere al cuestionamiento del sujeto de conocimiento y, al mismo tiempo, del sujeto generizado. Por supuesto, el pensamiento feminista hace una importante deconstrucción del modelo de sujeto universal como sujeto implícitamente masculino, liberal y occidental, y cuestiona la razón patriarcal instituida como canon de validez y pretensión de universalidad. Pero también acomete un cuestionamiento del sujeto “mujer” como sujeto homogéneo, universal y esencial, mostrando la diversidad de experiencias de generización de las mujeres, en función de diferencias vinculadas con la diversidad cultural, social, religiosa, racial o sexual, entre otras (Fuss, 2013). Si bien se reconoce un orden global de dominación masculina sobre las mujeres, se enfatiza la importancia de no presuponer una experiencia originaria o una “naturaleza” que uniforma la feminidad, para dar paso a análisis que se ocupen de la singularidad y diversidad con que operan las formas de violencia y desigualdad sobre una multiplicidad de formas de ser mujer. Los feminismos negros, indígenas, postcoloniales y lesbianos, por ejemplo, han argumentado la necesidad de reconocer los diferentes mecanismos con que se construye el sujeto mujer y la pluralidad de posiciones y experiencias que puede implicar (Collins, 2000; Curiel, 2007; Hooks, 2000; Mishra, 2013).

Precisamente por esta múltiple interacción entre el género y otros ejes sociales de diferencia y poder, el conocimiento feminista sobre la vida de las mujeres requiere de una investigación empírica y contextualizada que pueda distinguir entre hacer “generalizaciones limitadas o parciales” sobre las condiciones sociales de las mujeres (basadas en experiencias, historias, culturas y relaciones locales y singulares) y hacer generalizaciones universalistas sobre la “mujer” (basadas en a prioris y presupuestos) (Ramazanoglu & Holland, 2002). En esta línea, el concepto de interseccionalidad (Crenshaw, 1989) resulta oportuno en tanto permite indagar y señalar la manera en que diferentes “fuentes estructurales de desigualdad o privilegio (como la clase social, el género, la sexualidad, la diversidad funcional, la etnia, la edad y otras relevantes en un contexto dado) mantienen relaciones recíprocas” (Platero Méndez, 2014, p. 404).

La noción de interseccionalidad se desarrolla en el pensamiento feminista buscando mostrar la imbricación de diferentes sistemas de dominación con consecuencias específicas para los sujetos en función de sus posiciones diferenciales en una red de poder multidimensional (Cubillos Almendra, 2015; Zambrini, 2014). Sugiere que, para comprender cabalmente el papel que juega el género en las relaciones sociales, es preciso que en el proceso de investigación se preste atención a la manera en que este se conecta e interactúa con otros procesos, categorías y mecanismos de regulación social.

En suma, a pesar de su heterogeneidad, las perspectivas epistemológicas y metodológicas feministas implican una reflexión sobre la cuestión del poder en el proceso de producción de conocimiento. Particularmente, se tornan relevantes preguntas relativas a la posición del sujeto que conoce, la cualidad singular e interseccional de las experiencias de género, así como la potencialidad productiva y performativa del conocimiento con respecto al orden social. Aquí, las preguntas sobre quién puede conocer, a través de qué medios, la naturaleza y la función del conocimiento producido, así como las dimensiones éticas y políticas que entrañan tales prácticas de conocimiento, se vuelven temas centrales en la investigación social.

4. MUJERES ACTIVISTAS EN LA PROVINCIA MEXICANA: REDEFINIENDO LA ACCIÓN SOCIAL

A continuación, se discuten algunos resultados de investigación derivados de un proyecto iniciado en 2014 interesado por explorar la relación entre género y acción social en la provincia mexicana de Colima a través de la técnica de la fotovoz. Aunque el presente artículo no se propone elaborar un reporte de resultados del proyecto en general, cabe mencionar que el proyecto se enfocó en dos cuestiones centrales: a) explorar las particulares experiencias como activistas mujeres en un contexto determinado; b) identificar las relaciones de poder cifradas en el género presentes en el contexto de la acción social (movimientos y mujeres) en que las mujeres participan. Además, se interesó por visibilizar las experiencias, retos y contribuciones de las activistas y, a partir de ello, incidir en la generación de políticas públicas que favorezcan la participación social femenina. Los resultados que a continuación se presentan sugieren, al mismo tiempo que ilustran, la manera en que la fotovoz permite materializar y poner en práctica diversas premisas teóricas y políticas del pensamiento feminista contemporáneo en el proceso de investigación. Asimismo, se describe una particular apropiación de la técnica para así adaptarla a los objetivos de investigación y características de las participantes y del contexto. A través de una reflexión sobre este proyecto se muestra cómo fotovoz permite incorporar y plasmar, en el plano metodológico, algunas de las preocupaciones teóricas del feminismo de la tercera ola mencionadas anteriormente.

El perfil de las participantes incluye a mujeres que desarrollan actividades vinculadas con la participación social y política, así como formas de activismo en torno a diferentes temas de interés social. A través de un muestreo intencional, se invitó a colaborar en el proyecto a mujeres con una trayectoria sólida en el ámbito del activismo y cuya participación que no estuviese inscrita en el marco de instituciones gubernamentales, religiosas o de partidos políticos. Se trabajó con 18 activistas de diversos ámbitos sociales y temáticos, entre los que se incluyen Derechos Humanos, desarrollo comunitario, feminismo y género, salud sexual, defensa del medio ambiente, derechos de los animales y asuntos relacionados con movilidad y entorno urbano. El rango de edad fue entre 23 y 68 años, siendo la edad promedio 43 años. El nivel educativo de las participantes va desde bachillerato hasta doctorado. Sobre el tiempo que llevan desarrollando su labor activista, el rango se encuentra entre 6 y 39 años.

Las participantes accedieron a firmar un consentimiento informado donde se explica la naturaleza del proyecto y se garantiza a las participantes la posibilidad de retirarse del estudio en cualquier momento considerado conveniente. El consentimiento informado no implicó el anonimato de las participantes, al ser un proyecto interesado en visibilizar la labor y la trayectoria de las activistas. Por tanto, las colaboradoras estuvieron de acuerdo en utilizar sus nombres e identidades reales durante el proceso.

El proceso de fotovoz constó de dos fases. La primera fue una reunión informativa con grupos pequeños de entre 3 y 5 participantes, para dar a conocer la lógica y los aspectos procedimentales de fotovoz. Además, en dicha sesión se brindó una breve capacitación sobre producción fotográfica y cuestiones generales sobre el manejo técnico de la cámara digital Canon G15, la cual se les concedió en préstamo. Se invitó a las colaboradoras a producir fotografías que expresaran su experiencia como mujeres activistas, tomando en cuenta aspectos tales como: temas de interés; espacios y lugares donde desarrollan sus actividades; significados y sentidos que otorgan a su labor; instrumentos de trabajo; valoración sobre fortalezas, obstáculos y recursos; importancia del género en desarrollo de su labor, entre otros aspectos que ellas mismas consideraran relevantes.

A continuación, para la segunda fase, se les solicitó que, de las fotografías tomadas, seleccionaran cinco que consideraran especialmente significativas y que quisieran compartir con el equipo de investigación y con otras activistas participantes en el proyecto. A estas fotografías, las colaboradoras añadieron una descripción verbal donde dan cuenta del significado y el sentido que otorgan a las mismas, orientando así la lectura de las imágenes. Después de un lapso de entre 3 y 5 semanas, en el que las participantes se dedicaron al registro fotográfico en el contexto de su vida cotidiana, se llevó a cabo una segunda reunión, en la cual compartieron las fotografías seleccionadas y conversaron entre ellas sobre las experiencias y perspectivas reportadas, así como de temas emergentes en el marco de su ejercicio como mujeres activistas. Como estrategia de divulgación y vinculación con la comunidad, se han organizado hasta la fecha 3 exposiciones fotográficas que exhiben las imágenes producidas por las participantes en diferentes espacios públicos y ante diferentes audiencias de la provincia de Colima.

En el presente texto retomamos, a modo de ejemplo, algunos de los resultados del proyecto que nos parecen particularmente ilustrativos para facilitar la reflexión sobre la naturaleza, aplicaciones y alcances de fotovoz a la luz del pensamiento feminista. Por tanto, los ejemplos aquí incluidos han sido seleccionados en tanto permiten mostrar de manera particularmente clara esta conexión2. La discusión de estos casos se organiza a través de cinco ejes temáticos.

a) Agencia y colectividad

Un primer aspecto que, a partir de este estudio, demanda ser repensado es la concepción y el lugar de las participantes en el proceso de investigación. Como se ha mostrado anteriormente, fotovoz se ha planteado como una estrategia de investigación dirigida principalmente a grupos considerados vulnerables, con escasos recursos materiales y simbólicos para acometer la tarea de representarse a sí mismos y hacer escuchar sus demandas. De hecho, uno de los objetivos de la técnica es promover el “empoderamiento” en las participantes durante el proceso, con frecuencia presuponiendo que carecen del mismo (powerlessness).

El perfil de las colaboradoras en este estudio permite reformular el lugar del sujeto en el proceso de investigación. Se trata de mujeres activistas que muestran una conciencia crítica con respecto a distintos aspectos vinculados con el orden social dominante, que manifiestan su agencia de diversas formas a partir de la acción social y la participación política, y que dan cuenta de distintos recursos (tanto materiales como simbólicos) que desarrollan o de los que se apropian para llevar a cabo su labor. En otras palabras, y usando el lenguaje con que fotovoz se plantea, se trata de mujeres ya empoderadas. Por tanto, al desplazar el lugar de los sujetos en la investigación, se modifican igualmente las funciones y los horizontes de la herramienta metodológica. Ello se puede ilustrar a través de la siguiente imagen producida por Nancy Molina, una activista que trabaja en el ámbito de los derechos de los animales y de la equidad de género:



Imagen 1. Fotografía y descripción de participante Nancy Molina

El trabajo de fotovoz con activistas en Colima nos muestra distintas formas en que las mujeres consiguen desplegar su agencia y generar procesos de “empoderamiento” en su vida cotidiana. En este caso, la imagen mostrada da cuenta de la existencia de redes de apoyo y formas de capital social que resultan fundamentales para su trabajo. En su descripción, la participante nos sugiere además una pista importante para comprender el activismo y la acción social en clave de género, mostrando la forma en que mujeres colimenses tejen vínculos de alianza y desarrollan un sentido de sororidad (Lagarde, 2009) como cualidad importante en la práctica activista. Esto resulta consistente con las reflexiones en torno a una ética feminista vinculada a la colectividad y a las relaciones de reconocimiento y cuidado como aspecto fundamental de la participación política y social (en contraposición con aquellas de competencia e individualidad asociadas a la racionalidad masculina) (Parton, 2003; Tronto, 2011).

Desde una perspectiva ortodoxa de fotovoz, estos procesos agencia y agenciamiento colectivo pueden pasar desapercibidos o quedar en un segundo plano, puesto que aquella centraría su atención en la identificación de necesidades y su transmisión a actores institucionales. Reconocer estos procesos de agencia amplía los alcances de la fotovoz para evidenciar y visibilizar la diversidad de recursos y mecanismos que efectivamente se desarrollan y ejercen en la vida cotidiana de las mujeres y que resultan claves para conocer su experiencia. Asimismo, contribuye a una mejor comprensión sobre las distintas modalidades de acción social (con frecuencia diferentes a las convencionales) de grupos y sectores tradicionalmente considerados como vulnerables y definidos en términos de sus carencias, enfatizando su papel activo y propositivo con respecto al contexto social en que habitan.

Aun cuando las necesidades y vulnerabilidades formen parte de los aspectos que emergen y se comparten en el proceso metodológico, reconocer la cualidad activa y constructiva con la que los sujetos se sitúan en el campo social permite problematizar una clasificación reduccionista que los entiende principalmente en términos de “población vulnerable”. Además, este desplazamiento nos distancia de la concepción de un sujeto al que hay que “darle la palabra” en el proceso de investigación. Si bien las condiciones de circulación de los discursos son desiguales y están sujetas a controles por parte de actores sociales hegemónicos, cierto es también que las participantes “toman la palabra” y se posicionan como sujetos de enunciación en los contextos concretos en que habitan.

b) Acción simbólica y políticas de representación

Las perspectivas metodológicas feministas y la fotovoz comparten una concepción del conocimiento como orientado a la transformación y el cambio social. Ello se muestra en el énfasis de fotovoz en la identificación de necesidades materiales y funcionales de la comunidad que pueden ser atendidas por autoridades institucionales. Sin embargo, las perspectivas feministas de orientación post-estructuralista permiten ampliar la concepción de acción social para incluir el conjunto de discursos y mecanismos de representación simbólica que son desplegados cotidianamente, y que contribuyen a mantener ciertos marcos culturales de dominación y a sustentar relaciones de desigualdad (Butler, 2007; Lazar, 2005).

Desde estas coordenadas, los discursos y las formas de representación simbólica son ya concebidas como prácticas sociales por derecho propio. Por tanto, se abordan en función de sus efectos performativos y sus consecuencias políticas en un contexto social donde se evidencia que las relaciones materiales de dominación están en buena medida asentadas en -y perpetuadas por- específicos regímenes simbólicos que las legitiman y naturalizan. Un ejemplo ilustrativo de esto lo encontramos en la siguiente fotografía tomada por María Elena García, participante del estudio que ha sido pionera en el activismo feminista en el contexto colimense:



Imagen 2. Fotografía y descripción de la participante Ma. Elena García

En esta imagen, la participante señala la importancia de mirar críticamente los dispositivos de representación de los sujetos en el campo social, especialmente cuando éstos conducen a la invisibilización de sujetos subalternizados y, con ello, a la reproducción de relaciones de poder. A través de esta interpelación a mecanismos de reproducción simbólica, la participante muestra además que sus formas de participación social están dirigidas en alguna medida a transformar el marco simbólico que gobierna determinadas relaciones sociales como una vía crucial de transformación política.

Esta posición es concomitante con una tradición feminista que orienta el conocimiento al cambio social y, específicamente, con los análisis feministas preocupados por mostrar la manera en que el conocimiento contribuye a definir y organizar determinados entramados sociales; a instituir universos de sentido que serán el soporte de determinadas relaciones sociales y políticas (D. J. Haraway, 1995; Harding, 1996). Por tanto, producir conocimiento –especialmente aquel que desafía concepciones y representaciones hegemónicas y excluyentes sobre género- resulta también una forma de intervención que puede contribuir a transformar los marcos referenciales sobre los que se establecen relaciones sociales de desigualdad y opresión. Desde esta perspectiva, la producción fotográfica no es sólo herramienta de producción de conocimiento sino también una estrategia de acción social.

c) Multidireccionalidad y diversificación de destinatarios

En su planteamiento original, fotovoz se ha concebido como un proceso unidireccional, en el sentido de que se parte de la idea de que permite que un sujeto considerado vulnerable envíe un mensaje a actores institucionales que toman decisiones. Este planteamiento hace un fuerte énfasis en que el método está dirigido a informar políticas públicas; en palabras de Caroline Wang & Burris (1994, p. 172) a “incluir nuevas voces en las discusiones sobre política pública”.

Este énfasis en las políticas públicas como principal destinatario del proceso depende de un contexto sociopolítico muy particular caracterizado por: a) interés y receptividad por parte de las instituciones a las demandas planteadas; b) viabilidad de las políticas públicas como vía efectiva para incidir en la problemática; y c) demandas se adecúen (más que desafiar) a la función de las instituciones. Sin embargo, estas condiciones no se cumplen en muchos contextos; en contraste, con frecuencia se identifica la necesidad de generar formas de acción social que caen por fuera del dominio de las políticas públicas o que implican cuestionar la función normativa de las instituciones. En esta línea, encontramos la imagen producida por la activista ambientalista y por los Derechos Humanos Mónica Barajas:



Imagen 2. Fotografía y descripción de participante Mónica Barajas

Esta imagen nos permite entrever que, más allá del ámbito de las políticas públicas, la fotovoz resulta una herramienta útil para incidir en los debates políticos y las controversias vinculadas con la vida de las comunidades. Más aún, se trata de enunciaciones que cuestionan determinadas políticas institucionales y muestran la participación de las mujeres en luchas que con frecuencia se plantean como antagonistas a las mismas. De igual manera, se trata de producciones que pueden jugar un papel relevante en los procesos de documentación y memoria, así como de interpelación y concientización hacia diversos actores sociales (más allá de los institucionales) y que podrían ser de interés para la sociedad en su conjunto.

En este sentido, es posible argumentar que los resultados de la fotovoz no sólo están dirigidos a los actores institucionales vinculados con políticas públicas, sino a un vasto número de agentes relevantes para la transformación de esquemas culturales y prácticas sociales. Así, los espacios educativos y laborales, el ámbito artístico y los espacios públicos en general, se vuelven destinos importantes para las imágenes y los discursos producidos por las participantes, en tanto permiten una labor de sensibilización, re-educación y concientización sociales a los que aspiran las prácticas feministas.

Los productos de investigación derivados de fotovoz pueden entenderse como multidireccionales en el sentido de que encuentran destinatarios e interlocutores en una diversidad de actores sociales. Asimismo, operan en distintos niveles que abarcan la visibilización de problemáticas y de demandas sociales concretas, pero también la articulación de perspectivas situadas sobre los problemas sociales y la promoción de nuevas formas de representación simbólica.

c) Conocimientos situados

En concordancia con las epistemologías feministas que hemos mencionado anteriormente, la fotovoz permite articular miradas que renuncian a presentarse como absolutas y neutrales, como reflejos transparentes de la realidad, como la “mirada divina” (D. J. Haraway, 1995). En contraste, ofrece lugar a una perspectiva situada, a una aproximación contextualizada y localizada, que se evidencia y se consuma en la perspectiva visual de la fotografía con respecto al mundo que la participante observa y en el carácter indexical del relato que la acompaña. El sujeto está dentro del mundo del que da cuenta y se vincula con el mismo a través de una relación específica y localizada.

En sintonía como la epistemología de los conocimientos situados (D. J. Haraway, 1995; Pujol, Montenegro, & Balasch, 2003), fotovoz puede entenderse como un instrumento de conocimiento definido por integrar las situaciones particulares, las culturas y los modos de vida en donde emerge. Su pretensión de verdad y validez incluye el reconocimiento de una comprensión parcial y situada que, no obstante, resulta útil para complejizar y enriquecer nuestra perspectiva sobre las realidades estudiadas. La siguiente imagen de Erika, activista por los Derechos Humanos, permite ilustrar este aspecto:



Imagen 3. Fotografía y descripción de la participante Erika Romero

En esta imagen la participante muestra su perspectiva como transeúnte de una vía citadina. En ella se advierte una particular posición y forma de habitar el espacio público. La relación de materialidad que establece con la vereda en ese momento permite vehiculizar sus preocupaciones por la manera en que es posible habitar y moverse en la comunidad en que trabaja. Su posición localizada y sus inquietudes sociales y políticas se entrelazan en esta particular perspectiva. A través de ella, manifiesta su preocupación por la forma en que, en un contexto determinado, confluyen cuestiones vinculadas con el derecho a la salud, la movilidad de cuerpos diversos y la protección al medio ambiente. Se trata de una mirada situada donde la perspectiva como transeúnte resulta fundamental para la definición de los problemas que se plantean. Además, tales cuestiones permiten el diálogo y la conexión con otros actores con intereses afines, lo que se ha evidenciado en el intercambio con otras activistas participantes en el proceso metodológico.

En este sentido, la fotovoz ofrece también un espacio metodológico donde distintas perspectivas situadas son puestas en contacto y discutidas. Los grupos realizados posteriormente a la producción fotográfica, donde las participantes muestran las fotografías que han seleccionado y conversan sobre las mismas, pueden ser entendidos como espacios de articulación; esto es, ocasiones metodológicas que posibilitan que el contacto transformador entre distintas perspectivas, “conexiones parciales” donde es posible “ver junto al otro sin pretender ser el otro” (D. J. Haraway, 1995, p. 331).

Asimismo, las producciones de las participantes no constituyen materiales empíricos que han de ser analizados en el sentido tradicional; sobre las que se busca “descubrir” una verdad subyacente que daría cuenta de una realidad que se escapa al conocimiento de la propia participante. En contraste, pueden entenderse como mecanismos de difracción, en el sentido de que entran en diálogo con los esquemas interpretativos de las investigadoras, para generar nuevas ideas y aproximaciones sobre el asunto de interés. D. Haraway (1999, p. 126) entiende el ejercicio de reflexividad como difracción, en tanto que “la difracción no produce un desplazamiento de «lo mismo», como sí hacen la reflexión y la refracción. La difracción es una cartografía de la interferencia, no de la réplica, el reflejo o la reproducción”.

Estas articulaciones y difracciones pueden operar al menos en tres niveles: entre las propias participantes; entre las participantes y el equipo de investigación; entre las participantes y los distintos actores sociales antes quienes se exponen las fotografías. La imagen 4 muestra la escena de uno de los grupos de trabajo donde algunas participantes se encuentran para compartir sus imágenes y discutir sobre experiencias comunes. Al respecto de uno de estos encuentros, la participante Catalina lo definió como “espacio tan importante para dar a conocer estas vocaciones de servicio y de mujeres que creemos es posible transformar nuestras realidades y hacer de este mundo un mundo para vivir mejor”, enfatizando así el carácter colectivo y participativo de la experiencia. En la imagen 5 se observa una de las exposiciones fotográficas realizadas, donde las imágenes se encuentran con una audiencia y con otros actores sociales de la comunidad más amplia a la que pertenecen las activistas.



Imágenes 4 y 5

En este sentido, la fotovoz puede entenderse como una herramienta que contribuye a la apertura de nuevos significados y a la transformación de narrativas a partir de las intermisiones entre las distintas perspectivas situadas. Esta lectura de fotovoz y de sus productos resultantes permiten redefinir el proceso de producción de conocimiento no ya como una representación fiel de la realidad (como es asumida en el planteamiento original de la técnica), sino como un ejercicio difractario que busca producir y complejizar las perspectivas y teorías con que comprendemos los fenómenos.

d) Lo personal es político

La experiencia de investigación compartida también ha permitido mostrar la potencialidad de fotovoz para evidenciar -en el marco de las trayectorias de las participantes en diversas formas de activismo- los vínculos entre distintos planos de experiencia que cristalizan en alguna medida la consigna feminista según la cual lo personal es político. La estrategia metodológica ha mostrado ser un instrumento útil para explorar el entrelazamiento entre las experiencias personales (vinculadas con la identidad y la subjetividad) y las esferas políticas y culturales en donde tales experiencias se desarrollan.

El uso de la fotografía cobra, en este caso, una relevancia especial puesto que permite vehiculizar, en el plano metodológico, un aspecto clave para la perspectiva feminista de investigación. Esto es, politiza aspectos considerados privados, de la experiencia personal, generando así vínculos de interdependencia entre lo privado y lo público. Para ilustrar esta relación, prestamos atención a la siguiente imagen producida por la activista Nancy Molina:



Imagen 6. Fotografía y descripción de participante Nancy Molina

En esta imagen la participante muestra un ámbito cotidiano e íntimo de su vida, cristalizado en una fotografía de su ropa recién lavada y tendida en el patio de su casa. En el pie de foto la participante vincula esta escena con determinados roles de género propios de la cultura en donde habita, así como con condiciones materiales relativas a las posibilidades resistir o escapar a determinados cánones normativos de género. A partir de un elemento propio de la esfera personal, se interpelan determinadas formas de socialización y se evidencian distintos ejes de diferenciación y poder que condicionan la experiencia de las mujeres activistas. En este sentido, la fotovoz permite mostrar miradas donde la frontera entre lo privado y lo público se difumina; facilita procesos de indagación donde la polarización entre lo personal y lo político se desvanece.

Además, esta lectura de la fotovoz permite igualmente explorar la confluencia entre distintos ejes de poder (el género y la clase, entre otros) en la definición de las particulares trayectorias de los sujetos. Aquí, la noción de interseccionalidad adquiere relevancia, puesto que otorga un marco de comprensión para aproximarse a la forma en que estas diferentes fuentes de desigualdad mantienen relaciones de mutua influencia y determinación (Crenshaw, 1989; Platero, 2012). En tanto la fotovoz permite mostrar el entretejido entre trayectorias individuales y fuerzas sociales múltiples, diluyendo la persistente dicotomía entre lo micro y lo macro, presenta también una ruta metodológica útil para la investigación desde la perspectiva de la interseccionalidad.

5. CONCLUSIONES

En el presente texto hemos llevado a cabo una re-lectura de los fundamentos teóricos de la fotovoz a la luz de herramientas conceptuales provenientes del feminismo post-estructuralista enmarcado en la tercera ola. Consideramos que esta lectura contribuye a desarrollar y actualizar los vínculos de afinidad conceptual y política que han caracterizado a esta técnica desde su surgimiento. Asimismo, tal aproximación permite ampliar los alcances metodológicos de la fotovoz, orientarla hacia la exploración de aspectos vinculados con la subjetividad, la interseccionalidad y la interpelación de políticas de representación simbólica; aspectos tradicionalmente menos explorados a través de esta herramienta metodológica.

Sugerimos que la fotovoz permite articular formas de conocimiento que exceden el ámbito del diagnóstico comunitario, para incidir en el plano del imaginario social y las narrativas culturales. Por tanto, se considera que su utilidad no sólo reside en la identificación de necesidades y la comunicación de demandas a autoridades institucionales, sino que puede jugar un papel importante en la interpelación crítica a los discursos dominantes que contribuyen a mantener relaciones de desigualdad y dominación. Más aún, resulta un instrumento útil para replantear los términos en que se definen ciertos problemas sociales y para transformar nuestra comprensión sobre asuntos de interés común. Si entendemos al discurso y a las representaciones simbólicas como prácticas sociales (Butler, 2007), entonces tales re-planteamientos son ya acciones directas sobre un determinado orden.

Este resulta un aspecto particularmente relevante puesto que se relaciona con la agenda feminista de reflexión y cambio social que busca la redistribución justa de recursos materiales e institucionales, pero también la transformación de las políticas de representación y reconocimiento social basadas en el género. Este segundo aspecto pone en el centro las formas de violencia que se ejercen a través de la representación social y cultural, que se intersectan con diferentes ejes de poder tales como la raza, la clase y el género (Armstrong y Tennenhouse, 1989). Como ha sido constatado en diversos trabajos (e.g. Ross, 2009; Ballesteros, 2015), existen sesgos androcéntricos tanto en las expresiones verbales como en las representaciones visuales con que se muestra la labor de las mujeres en el espacio público. Tales representaciones operan como un telón de fondo simbólico que normaliza y contribuye a re-producir de la desigualdad social que afecta a las mujeres, por lo que requiere ser identificado e intervenido.

Así, esta particular experiencia de trabajo muestra la potencialidad de la fotovoz para incidir en el plano de las políticas de representación que, en este caso, se materializan en la forma en que la labor de las mujeres activistas es comprendida socialmente, así como en la forma en que estas comprensiones se traducen en particulares, obstáculos, fortalezas o vías para la acción. Como lo propone Fraser (2007), el proyecto feminista requiere un abordaje bi-dimensional donde se consideren con igual importancia los problemas relativos a la ‘redistribución’ de condiciones materiales, económicas e institucionales concretas, como las cuestiones de representación y ‘reconocimiento’ social ancladas en el imaginario cultural. En este sentido, la re-lectura de fotovoz que proponemos contribuye a ampliar su alcance metodológico, puesto que si bien se concibe originalmente como una estrategia orientada hacia la transformación de las condiciones materiales de una comunidad (atendiendo el plano de la redistribución), también muestra una importante potencial para incidir en el plano de las políticas de representación y reconocimiento.

Esta re-lectura permite también ampliar los agentes y actores sociales a los que puede dirigirse la fotovoz al favorecer diálogos reflexivos entre diversos actores de distintas comunidades; ofrecen también recursos para la sensibilización y generación de conciencia crítica en sectores sociales más amplios y diversos. Así pues, más allá de una demanda de apoyo o inclusión dirigida a las instituciones, fotovoz permite generar un cuestionamiento al orden instituido. Si bien la vía institucional de las políticas públicas es necesaria y estratégica, el conocimiento producido a través de fotovoz puede ampliar sus alcances para formular demandas y planteamientos que no se circunscriben necesariamente a este ámbito, mostrando experiencias y formas de acción extra-institucionales o inclusive anti-institucionales.

Como hemos mostrado a través del estudio presentado, la fotovoz brinda también la posibilidad de dar vía, en el nivel metodológico, a una concepción feminista del conocimiento según la cual éste es parcial, situado, definido por sus condiciones de producción y por la posición particular desde donde se mira -y fotografía- la realidad. Resalta la pluralidad de miradas y perspectivas, a la vez que favorece la articulación y la relación de difracción entre las mismas. No presupone un sujeto definido por su carencia y su falta de empoderamiento, sino que enfatiza los conocimientos y la capacidad de agencia de las participantes. En este sentido, no sólo funciona para identificar necesidades en el contexto comunitario, sino que permite politizar el fuero privado y la gestión de las experiencias consideradas tradicionalmente como personales y por siguiente excluidas de la esfera de lo políticamente transformable.

En lo particular, esta re-lectura de la fotovoz permite localizarle en un marco metodológico donde confluyen una epistemología feminista (particularmente, a través de la idea de conocimientos situados) y una perspectiva participante o activista de la investigación (Araiza Díaz & González García, 2017). En lo general, abona al desarrollo de metodologías visuales en investigación social, particularmente aquellas de carácter participativo y que incorporan el uso de fotografías.

Dentro de los desafíos que estas metodologías plantean –y que permanecen como aspectos para futura discusión- encontramos, entre otros, cuestiones relativas a las estrategias de análisis y a los criterios de validación cualitativa de las mismas (Tinkler, 2013); a los grados de “alfabetización icónica” (Lapenta, 2005) y sus implicaciones para las condiciones de participación de distintos sujetos; y a la discusión sobre el uso de la cámara como “máquina de visión” y sus efectos en la codificación de la mirada y en la definición de los lenguajes de conocimiento (Serrano Pascual, Revilla Castro, & Arnal, 2016). En cualquier caso, la fotovoz parece ser una estrategia metodológica valiosa para la exploración de la subjetividad, la articulación de conocimientos situados y la producción de artefactos visuales y discursivos que interpelan a diferentes actores sociales y movilizan múltiples interpretaciones en torno a los problemas que nos atañen.

Material suplementario
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Notas
Notas
1 “People who experience powerlessness as their dominant social reality” (1994, p. 185). Ashforth (1989) describe powerlessness como carencia de autonomía y participación.
2 Para una consulta del resto de imágenes producidas por las participantes del estudio y otros productos del mismo, consultar la página del proyecto de investigación: https://eventos.ucol.mx/cueg/mujeresactivistas/


Imagen 1. Fotografía y descripción de participante Nancy Molina


Imagen 2. Fotografía y descripción de la participante Ma. Elena García


Imagen 2. Fotografía y descripción de participante Mónica Barajas


Imagen 3. Fotografía y descripción de la participante Erika Romero


Imágenes 4 y 5


Imagen 6. Fotografía y descripción de participante Nancy Molina
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