Reseñas
. Ver, oír y callar. Un año con la Mara Salvatrucha 13. 2015. Pepitas de Calabaza |
---|
Se cumplen dos años de la salida dela primera caravana masiva de migrantes centroamericanos que partieron con rumbo a Estados Unidos, empujados por la necesidad material y el temor al ciclo de violencia que azota esa zona del subcontinente americano desde hace tres decenios. Aunque la mayor parte de ellos salieron de Honduras, en el camino hacia la tierra de leche y miel se sumaron centenares de desplazados provenientes de El Salvador y Guatemala, que decidieron huir de sus casas por temor a la sangrienta e indiscriminada masacre de civiles que causa la guerra de baja intensidad entre mareros salvatruchos y dieciocheros.
Nadie puede hoy desconocer los horrores de esa perdurable guerra entre pandillas callejeras, que ha segado miles de vidas en esa esquina de la infamia que es el istmo centroamericano. La ultraviolencia pandillera ha sido aireada por multitud de documentalistas, ensayistas y reporteros que han hablado con crudeza sobre el papel de las maras en la ruptura del tejido social regional. Asesinatos, palizas, torturas, violaciones, robos, extorsiones, todo ha quedado plasmado en una burbuja de contenidos que oscila desde el melodrama al cine gore. El resultado es que la barbarie analizada en algunas novelas y documentales ha coqueteado bien con el “buenismo” sentimental y condescendiente de las historias de ex mareros rehabilitados, bien con el sensacionalismo terriblemente espectacular de las balas y las fosas comunes, sin auscultar las intimidades de estos pandilleros. Ver, oír y callarse aparta radicalmente de este enfoque. Muestra la cotidianidad de las bandas juveniles que viven en los barrios populares de El Salvador, y lo hace mediante una eficaz mezcla de ensayo y periodismo de alto riesgo, que resulta sumamente atrapante e iluminadora. El libro es, en ese sentido, un modelo a seguir, pues demuestra que la claridad argumental y el gancho literario de un texto no son incompatibles con el abordaje de un tema complejo.
Se trata de una obra amena y muy original, organizada a partir del encadenamiento de una serie de notas de campo tomadas en el transcurso del año 2010, desde la colina Montreal, una de las comunidades marginales con mayor tasa de homicidios de todo San Salvador. Su autor, Juan José Martínez D´aubuisson, es un joven antropólogo que busca activamente huir del academicismo al que nos tienen habituados las ciencias sociales modernas para exponer de un modo comprensible algunas verdades sobre la vida pandilleril. El atractivo del libro de D´aubuisson tiene que ver con su habilidad para narrar en primera persona situaciones y encuentros a pie de calle con los desheredados de la colina Montreal, que ayudan al lector a comprender las tramas de una realidad diaria marcada por la muerte y el dolor. Influido por autores como Oscar Lewis, D´aubuisson usa los testimonios de los adolescentes pandilleros para dibujar el cuadro de una sociedad eviscerada, en la que la violencia campa a sus anchas.
Tal vez el mayor acierto de este libro sea el de transmitir con claridad la vacuidad de esa violencia. Cuesta no recordar ahora una de las conversaciones que el autor sostiene con el Informante, un joven marero salvatrucho que hace carrera en la calle, deambulando fusil en mano por la zona alta de la colina para amedrentar a la armada de parias del Barrio 18:
¿Qué se siente matar?
Mirá vos, al principio da miedo[…] Sentís así como un gran miedo, pero después ya no sentís nada. Solo la primera, y quizás la segunda, ya la tercera es como darle una patada a un chucho. No te imaginás que le duela o algo así, solo le das (p. 81)
Este es un libro muy personal que invita a pensar la mara como un movimiento sociocultural defensivo, avivado por la completa ausencia de futuro en el Sur global. Su autor sostiene que el sentido de ser pandillero en San Salvador como forma de identidad permite a la juventud local mantener un fuerte arraigo cultural en su comunidad de origen. La pandilla es, pues, un lugar fungible en un mundo carente de certezas.
Algunos estudiosos experimentados delas bandas criminales mesoamericanas hablan de un pionero, “el Flaco Stoner”(p. 97). Es un error, dice el autor de este libro. El sistema de pandillas, en realidad, no tiene un fundador. En todo caso es producto del desastre humano y material causado por la guerra civil de El Salvador y de las situaciones de pobreza y desigualdad que corroen a esta sociedad desde dentro. Desde este enfoque, de poco sirve aumentar la seguridad o detener a los cabecillas delas maras si no se atiende de una vez alas causas sociales subyacentes de un orden criminal que devora como lobo el presente y futuro de toda Centroamérica.