Artículos

DOI: https://doi.org/10.31406/relap2011.v5.i2.n9.5
Resumen: El punto de partida del presente trabajo es el propósito de conocer qué relación existe entre las variables masculinidad y uso de preservativos en un contexto de jóvenes de clases media y popular del sur de Quito. En primera instancia, a través de entrevistas a profundidad, se ubican tres tipos de masculinidad (tradicional, híbrida y moderna), que, vinculadas a la paternidad, evidencian cambios culturales significativos. Del mismo modo, se procede con la relación entre sexualidad y uso de preservativos: se encuentran tres modelos de sexualidad (hegemónico, híbrido y abiertamente aceptado), que, relacionados con los de masculinidad, muestran que, salvo contadas excepciones, estos jóvenes valoran cada vez menos la virilidad frente al amor, a la comunicación y a la responsabilidad hacia la pareja, con la limitación de que el modelo de masculinidad tradicional y el de sexualidad hegemónico siguen teniendo un peso importante en su imaginario social.
Palabras clave: jóvenes, masculinidad, sexualidad y uso de preservativos.
Abstract: This paper begins with the idea to know what is the relationship between masculinity and condom use variables, against a backdrop of middle class young people from south Quito, where, in the first instance, through depth interviews, it emerge three types of masculinity (traditional, hybrid and modern), which, linked to paternity, show significant cultural changes. Similarly, we proceed with the issues of sexuality and condom use: we found three sexuality models (hegemonic, hybrid and openly accepted), which, related to the masculinity types, shows how these young people is becoming less valued manhood, before love, communication and responsibility to the couple, but not quite, since the traditional masculinity model and the hegemonic sexuality type remain an important weight in the social imaginary, except in rare exceptions.
Keywords: young, masculinity, sexuality and condom use.
Introducción
Aún en los inicios del siglo XXI, hablar de adolescencia es pensarla como una etapa de la vida caracterizada, las más de las veces, por la rebeldía y por estar rodeada de riesgos de todo tipo. Asimismo, se la define como el período de búsqueda de una identidad propia que le permita al individuo desenvolverse, como hombre o como mujer, ante la sociedad.
Por si fuera poco, en el caso de los adolescentes varones, la visión que se tiene de la masculinidad implica una carga social de gran peso, en la medida en que hay que demostrarla y afirmarla. A nivel individual, y asociado al ejercicio y vivencia de la sexualidad, el adolescente se siente comprometido a responder a ciertas expectativas que, las más de las veces, se le imponen, como tener relaciones coitales desprotegidas con personas conocidas o desconocidas, sin contemplar los grados y tipos de riesgos a los que se expone y que pueden afectar de manera considerable su desarrollo personal.
Entre los factores que mantienen vigentes la prácticas sexuales desprotegidas, ocupan un lugar relevante los mitos y la información negativa sobre los métodos de protección; en el caso del preservativo, es común pensar que se trata tan solo de un mecanismo de control natal que, a la vez, tiene la desventaja de disminuir el placer de la relación sexual en el varón –además de que se lo considera un instrumento de planificación familiar que no suele tener mucha efectividad.
Sobre la base de este contexto, el presente trabajo de investigación explora la existencia de una relación entre las variables “masculinidad” y “uso de preservativos”, con la finalidad de analizar la transición que pudiera estar presentándose en los modelos alternativos observados en la masculinidad considerada como tradicional y moderna de los adolescentes y jóvenes del sur de Quito, modelos que nos permitieron acercarnos a conocer si el condón tiene o no cabida en sus prácticas sexuales.
La adolescencia
Como ya indicamos, cuando se habla de la adolescencia por lo común se la piensa como un período de rebeldía, de incumplimiento o transgresión del “orden social” establecido por los adultos, que se observa, las más de las veces, en las reacciones manifestadas por los adolescentes y jóvenes hacia los “padres, la escuela y las autoridades” (Olavarría, 2003; Fuller, 2003).
Lo cierto es que en esta etapa de la vida de las personas existe una “búsqueda de[l] sí mismo y [de] la propia identidad” (Flores y Tamayo, 2002), que es muy importante para el sujeto en cuestión y, en consecuencia, para aceptar, vivir y ejercer su sexualidad, ya que esta, a su vez, le otorga una identidad de género que, en el caso de los varones, se define, en general, por dos aspectos fundamentales: la competencia por las mujeres y la demostración de su virilidad –es decir, de su capacidad sexual– como condición para “reconocerse y ser reconocido como hombre” (Olavarría, 2001; Fuller, 2003; Viveros Vigoya, 2003).
En este proceso de formación de la identidad masculina de los adolescentes y jóvenes quiteños, la falta de experiencia sexual los coloca en una posición de inferioridad frente a su grupo de pares, por lo que enfrentan el imperativo de iniciarse sexualmente; de lo contrario pueden ser percibidos como poco varoniles, puesto que la virginidad masculina es considerada como un castigo (Matos y Bianco, 1999).
De acuerdo con Flores y Tamayo (2002), esa situación se explica porque “el conocimiento sobre la sexualidad se estructura, en nuestro medio, [en primer lugar,] basado en una serie de mitos y de ocultamientos, [y en segundo término, porque se está] enfatizando [constantemente] en lo biológico y en lo reproductivo y aplazando todo el aspecto de la sexualidad humana”. Esto permite entender la falta de orientación por parte de los padres y del sistema escolar para evitar dicho escenario (Olavarría y Parrini, 1999).
Lo paradójico es que, al mismo tiempo que los adolescentes y jóvenes ejercen y viven su sexualidad –específicamente, las relaciones coitales–, dichas prácticas son consideradas socialmente como irresponsables. Y una prueba de ello es que son duramente juzgados/as cuando, por alguna razón, las mujeres terminan embarazadas y/o cuando ellos o ellas adquieren algún tipo de infección de transmisión sexual (ITS), como el VIH/SIDA (Olavarría, 2003).
Múltiples son las consecuencias de esa falta de comunicación. A modo de ejemplo, veamos las cifras que reporta el último censo de población (INEC, 2011) del Ecuador: del total de 14,306,876 habitantes, el 30% corresponde a los jóvenes, franje etaria en la que “existe un mayor número de muertes1 por VIH/SIDA, particularmente en los hombres de entre 15 y 29 años” (SENPLADES, 2011).
Precisamente, esas preocupantes cifras de adolescentes y jóvenes que fallecen por VIH/SIDA otorgan mayor trascendencia a nuestra investigación, orientada a explorar la posible relación entre el uso del preservativo y la construcción de masculinidad en un grupo de varones adolescentes y jóvenes de sectores populares ubicados en el rango de edad de 14 a 19 años, que habitan la zona sur de la ciudad de Quito. Sobre la base de dicho interés, se formuló la siguiente pregunta: la aceptación o rechazo del uso del condón por parte de varones adolescentes y jóvenes, ¿tiene o no que ver con la construcción de su masculinidad?
La pertinencia de esta pregunta descansa en la idea de que los adolescentes y jóvenes quiteños desarrollan su identidad en un entorno caracterizado por el conflicto entre diversas concepciones de masculinidad, y llevan adelante sus prácticas sexuales –especialmente en los años más recientes– en un contexto cambiante e influido por al menos tres dimensiones: la aparición de infecciones de transmisión sexual como amenazas cada vez más cercanas a ellos; una concepción de género dicotómica que relaciona la virilidad con una reconstrucción y afinación de la identidad masculina; y cambiantes representaciones de género presentes en diversos espacios informativos como –por ejemplo, los medios de comunicación masiva.
De esta manera, y derivado de lo anterior, las hipótesis de investigación planteadas fueron:
Para los adolescentes y jóvenes que usan preservativo. Este grupo está en un proceso de redefinición de la masculinidad, debido a que consideran el ejercicio de su sexualidad ya no solo como una prueba de virilidad, “sino también como un derecho individual” de forma consciente (Viveros Vigoya, 2003). Formulando esto en términos inquisitivos: los adolescentes que utilizan mecanismos de protección, ¿pueden ser considerados dentro de la categoría “equitativos de género”? Debe aclararse que, a los fines de nuestra investigación, entendemos esta categoría como aquella que alude a los varones jóvenes que creen en la igualdad de género, reconocen a la mujer como sujeto de derechos y muestran un compromiso con la salud sexual y reproductiva de sí mismos y de su pareja (Barker, 2003).
Para los adolescentes y jóvenes que no usan preservativo. Este grupo sigue reproduciendo un estereotipo tradicional que no asocia esta protección con sus prácticas masculinas, a pesar de que cuentan con cierto grado de información respecto de la transmisión y contagio de ITS y/o del VIH/SIDA.
Aspectos metodológicos
La presente investigación se basa en información obtenida de la aplicación de entrevistas semiestructuradas y de relatos de adolescentes y jóvenes y analizada sobre la base de elementos de la narrativa autobiográfica. Esta técnica es un recurso para conocer cómo las personas reconstruyen acciones ya realizadas, conformando una versión en la que el autor narra, recuerda, interpreta y conecta sus experiencias con otros actores (Lindón, 1999); es decir, lo que se narra es la versión del entrevistado sobre una acción, no la acción misma; o, lo que es lo mismo, lo dicho constituye una descripción de sus experiencias vividas. Tal técnica resulta pertinente porque lo que se pretende no es investigar si las narraciones son verdaderas o falsas, sino acceder al discurso construido en torno a algún tema específico sobre la base de un conjunto de saberes compartidos; por ello, el sujeto, con su narrativa sobre un determinado hecho social, forma parte de la expresión singular de lo social (Lindón, 1999).
Asimismo, las narrativas autobiográficas resultaron de gran ayuda para nuestra investigación porque, a través de ellas,, fue posible obtener un relato de los adolescentes y jóvenes varones del sur de Quito referidos a aspectos de su vida, en el que reelaboraron y reconstruyeron sus vivencias en torno al ejercicio de su sexualidad y a cómo perciben el ser hombre. Y, además de permitirnos conocer los significados y las representaciones que los adolescentes y jóvenes ecuatorianos tienen sobre las formas del ser hombre, esta técnica nos brindó la posibilidad de precisar los tres modelos de masculinidad señalados en este trabajo investigativo: el tradicional, el híbrido y el moderno.
De esta manera, y bajo esa clasificación, se logró comprender, de modo simplificado, el proceso de cambio cultural que viven estos adolescentes y jóvenes, para quienes el amor y los afectos sentimentales poco a poco van cobrando cierta relevancia en sus particulares maneras de percibir el ser hombre.
De igual forma, la aplicación de las entrevistas semiestructuradas y de los relatos de los adolescentes y jóvenes quiteños nos permitió interrogarlos –con un buen nivel de profundidad– sobre tres aspectos fundamentales de la presente investigación: el que tiene que ver con la masculinidad; el relativo a la vivencia de la sexualidad; y el vinculado con las percepciones y hábitos de uso de preservativos.
En total, realizamos cuarenta y tres entrevistas en el período que va de 2005 a 2007. Para el análisis de los temas de masculinidad y sexualidad, se tomaron dieciocho entrevistas que corresponden a jóvenes que asistían en el Centro Juvenil de la Villaflora a talleres sabatinos de formación de líderes impartidos del 24 de febrero al 28 de abril de 2007; esos talleres tenían el fin de capacitar a los participantes en temas de identidades de género, sexuales, adolescentes, juveniles, y de ciudadanía, para que posteriormente instruyeran a sus pares “de joven a joven”.
La información para el análisis del bloque correspondiente a las percepciones y uso de preservativos proviene tanto de esas dieciocho entrevistas del Centro Juvenil de la Villaflora como de las restantes veinticinco realizadas en los colegios varoniles Montúfar y Mejía; estas últimas se basaron en la estrategia “bola de nieve”, tomando en consideración “el punto de saturación” para el cierre de las entrevistas. Tales espacios fueron considerados idóneos para esta investigación por ser ámbitos de homosocialidad, es decir, sitios donde se “expresa una tensión entre el deseo de establecer relaciones entre hombres y la mantención del orden heterosexual como marco dominante” (Andrade, 2001).
Por otra parte, y en lo concerniente a las percepciones que tiene estos adolescentes y jóvenes respecto de la sexualidad, el uso del término sexualidades fue por demás pertinente ya que, de acuerdo con la clasificación que se maneja en la investigación desarrollada (y como algunos autores señalan), el modelo de sexualidad dominante no es el único, hecho que se constató durante el desarrollo de este trabajo pues se logró evidenciar la existencia de una “sexualidad híbrida” y otra considerada como “abiertamente aceptada”.
Con respecto a las percepciones y hábitos de uso del preservativo en los adolescentes quiteños –considerando las opiniones que lo siguen relacionando con encuentros sexuales fortuitos–, se encuentran las que revelan que su utilización se estima como un derecho de hombres y de mujeres: en el caso de los primeros, se manifiesta como un compromiso voluntario en materia de salud sexual y reproductiva; y en el caso de las mujeres, se evidencia en el reconocimiento del derecho de ejercer y vivir una vida sexual libre y segura.
Los hallazgos en torno a las masculinidades en los adolescentes y jóvenes del sur de Quito
Los cambios en las percepciones de la masculinidad entre los adolescentes y jóvenes del sur de Quito muestran interesantes procesos particulares de socialización que viven y han vivido, y que pueden ser o no semejantes debido a que no existe un modelo único de masculinidad en el lugar.
Por lo mismo, para comprender mejor dichos cambios, hemos incorporado la dimensión de la paternidad por su relevancia en el análisis, puesto que entre algunos jóvenes entrevistados es una condición cada vez más abiertamente aceptada, a pesar de que todavía aparece condicionada por un estereotipo de masculinidad tradicional asociada estrechamente al factor económico.
De igual manera, es conveniente aclarar que cuando se utiliza el término “masculinidad en singular, [por lo general] en nuestro entorno social [como el que se vive en Quito], es para referirse a lo que se considera ‘debe’ ser un hombre” (Brabomalo, 2002). Un ejemplo claro es la siguiente narración:
O sea, en familia, de chiquito, lo típico ¿no? O sea, los hombres juegan con carros, las mujeres con muñecas; te pones tu jean, una pantaloneta, una camiseta, una camisa, y de ahí eso, eso creo que fue lo principal ¿no? O sea ya me comenzaron a… involucrarme lo que es mi género (Leonardo, 17 años).
En esta declaración –presente en las narraciones de varios de los jóvenes entrevistados–, se percibe que desde la infancia la identidad de género está condicionada por el sexo biológico, ya que en esta etapa de la vida de las personas, y dentro del ámbito familiar, se “imprime[n] los parámetros culturales de diferenciación que le permite[n] al individuo reconocerse como parte [ya sea] del género femenino o masculino” –como, en este caso, por medio de la asignación de juguetes específicos considerados adecuados para hombres y mujeres y por la manera de vestir (Montesinos, 2002; Ministerio de Educación, 1999a; Valdés y Olavarría, 1998).
En segunda instancia, y no menos importante, se encuentra la mención de la palabra género por parte de Leonardo, la cual, dicha de manera simple y sencilla por el joven, puede percibirse como “el sexo socialmente construido”, es decir, el género entendido como “una construcción social e histórica específica que, sobre la base biológica del sexo, norma lo masculino y femenino en la sociedad así como las identidades subjetivas y colectivas” (De Barbieri, 1992: 18).
Otras de las características mencionadas por algunos jóvenes entrevistados como aquellas que denotan los “rasgo[s] [que] alude[n] a una función social asignada al ser hombre” (Montesinos, 2002) fueron “la fuerza” y el “tener un empleo”:
Los hombres… son, eh… sostén de la familia a veces, ya cuando sea mayor (Cristóbal, 16 años).
Que tiene que ser fuerte, tiene que cuidar a la familia que… él siempre tiene que trabajar y… (Jefferson, 14 años).
¡Chuzo! que tiene que ser el… ¿cómo te digo? la columna vertebral de una familia; es todo el hombre, una familia (Henry, 17 años).
Ninguno de estos adolescentes y jóvenes hace referencia a la presencia de sentimientos en su manera del percibirse como hombre ya que, al parecer, “los principales mensajes de la masculinidad transmitidos durante la socialización primaria se relacionan con el control de las emociones” (Rivera y Yajaira, 2004; Valdés y Olavarría, 1998), tal como se muestra en los siguientes testimonios:
En parte sí en parte no; sí porque… como es… o sea a veces me… no, no vale expresar mucho sentimiento porque lo toman a mal, otras veces no (Cristóbal, 16 años).
[…] por eso te digo que es el miedo de que me vean llorando como una mujer o sea, tocaría ser fuerte ahí, no por este ¿cómo te digo? guardar mis sentimientos, sino porque la mujer tenga en qué refugiarse ¿me entiendes? O sea no estar llorando los dos y bsssss ¿sí, me entiendes? (Henry, 17 años).
Ahora bien, una vez revisado grosso modo en qué consiste la masculinidad tradicional, debe señalarse que, para poder hablar de otras formas de ser hombre, es de suma conveniencia utilizar el término masculinidades, ya que, de acuerdo con Connell (1998), “es [importante] reconocer que no solo existen masculinidades distintas entre las diversas culturas, sino que existen diferentes masculinidades dentro de una”.
Por ello, conforme a las narraciones obtenidas, estas alternativas se clasificaron en lo que denominamos masculinidad híbrida y masculinidad moderna; veamos a qué se refiere cada una de ellas;
a) Sobre la masculinidad híbrida:
Básicamente me enseñaron, eh… los roles que siempre tiene[n] que ver [con] un hombre, [con] una mujer, espacio [de] un hombre, espacio [de] una mujer… pero en mi casa también se han dado los roles; por ejemplo, mi papá cocina, mi mamá trabaja. Hay veces que… cambian los roles; entonces, eso me ha ayudado para formar, realizar una… una línea de vida, de decir “bueno, un hombre no necesariamente es el hombre rudo que pega que… está trabajando y que no hace nada” sino que complementa la pareja; para mí... básicamente un hombre es alguien que complementa y que ayuda a la pareja (Gabriel, 17 años).
En esta narración es posible detectar dos situaciones por demás interesantes: por un lado, la presencia de ideas tradicionales, puesto que cuando Gabriel se refiere a los roles-espacio alude a lo que se conoce como el sistema sexo/género, el cual “define las relaciones entre hombres y mujeres, entre los propios hombres y entre las mujeres; según su asignación de género, establece la posiciones que ocupan, define los espacios en los que organiza a los individuos, distribuye los recursos para el ejercicio del poder, asigna atributos, especialización, normatividad, valores, jerarquías, privilegios y sanciones” (Lagarde, 1992 en Olavarría, 2001).
Sin embargo, y aquí está la segunda situación, la ruptura del esquema tradicional se da en el momento en que Gabriel señala que “un hombre no necesariamente es el hombre rudo que pega que… está trabajando”, pues dicho señalamiento se correlaciona con lo que Gutmann (2000) afirma: “[...] en la mente de muchos hombres y mujeres más jóvenes, el machismo [cada vez más] es una especie de opción”.
b) Sobre la masculinidad moderna. A diferencia de la masculinidad híbrida, la masculinidad moderna se considera así por hacer evidentes algunas novedades muy particulares, como:
Eh, en mi familia no..., no me inculcaron el machismo, sino, eh… un hombre es igual que una mujer: si una mujer lava los platos el hombre también puede y también puede mostrar sus sentimientos, eso… básicamente es de igual a igual (Charlie, 18 años). Se destaca aquí la alusión a la demostración de los sentimientos, lo cual, sin duda, es un buen indicador para visualizar cambios en algunas “nociones nuevas o modernas” de lo que se considera el “ser hombre”, a pesar de que “la jerarquía de género podría ser quizá subvertida con la expresión masculina de vulnerabilidad, o de sentimientos” (Moreno Ruiz, 2001).
Por su parte, cuando se interroga a los adolescentes y jóvenes sobre la paternidad actual, también es posible advertir los cambios culturales en el modo de percibirla pues, como lo acotan Viveros Vigoya (2002) y Romero (2001), la paternidad “representa la consecución de la adultez plena de los hombres y constituye la experiencia más importante en su vida como tales”. Esto es, empiezan a aparecer importantes modificaciones en la percepción de lo que podemos denominar “nueva o moderna paternidad”, ya que se presenta como “una [buena] oportunidad para modificar esas visiones tradicionales sobre el ser hombre y [por ello el] que se lo va[ya] [re]construyendo y descubriendo” (Viveros Vigoya, 2002; Romero, 2001; CEPAL, 2002).
En este sentido, y de acuerdo con las declaraciones obtenidas, se encontró que la paternidad se considera como una responsabilidad, una obligación, o bien como algo lindo y deseado.
1- La paternidad como una responsabilidad:
A esta edad [es] malo, porque no acabo ni el colegio y no estoy, no tengo la responsabilidad necesaria para hacerme cargo de un hijo (David, 16 años).
Bueno, es algo muy… de mucha responsabilidad; no, no es un juego; siempre tiene que estar uno con los cinco sentidos ¿no? para saber lo que se está haciendo, en especial si es joven; para una persona adulta ya sería más fácil, se podría decir, porque tendría los medios para ser padre (Gabriel, 17 años).
La paternidad [es] algo bonito, pero cuando ya se tiene en responsabilidad, cuando ya es… es maduro (Adrián, 18 años).
Mmm… que es un… sería como una responsabilidad grande [...] el que se mete a estar haciendo hijos tiene que hacer [se] cargo (Henry, 17 años).
Se percibe que la noción de responsabilidad se basa, por un lado, en lo que concierne a la edad biológica de la persona y, por otro, en la solvencia económica que les permita cubrir los gastos que implica el tener un hijo, porque a diferencia de “la familia tradicional [en la que] los niños eran un beneficio económico [actualmente], por el contrario, en los países occidentales un niño supone una gran carga económica para los padres” (Giddens, 2001; Greene y Biddlecom, 2000).
2- La paternidad como algo obligado:
Mmm… paternidad mmm… que ahora la paternidad se la toma por obligación, porque ahora la mayoría de jóvenes lo que hacen es tener una relación con una chica, la dejan embarazada y de ley se tienen que casar o huyen (Charlie, 18 años).
Ahora la paternidad es algo obligado, sí, bien dijo el Charlie; ahora si se casan es por obligaciones, ya muy pocos lo hacen porque les manda el corazón, ahora “chuta, metí la pata”, “ya te tocó casar y ya trabajar” (Wilmer, 25 años).2
Lo interesante de las palabras de Charlie y Wilmer es que asumen la paternidad de manera obligatoria por el simple hecho de decir “metí la pata”; esto es, se tiene la idea de que una “acción negativa” conlleva una consecuencia que “debe ser considerada una obligación” que no es tan fácil hacer a un lado por las implicaciones mismas de un embarazo y por el ingreso a un nuevo rol, quizás todavía no deseado ni planeado –como lo es el caso de la paternidad (Gutmann, 2000).
3- La paternidad como algo lindo y deseado:
No sé, eh… que es muy lindo sinceramente ser padre en un futuro; sí, me emociona muchísimo tener a un hijo, guiarlo bien y… no sé (Gabriel, 19 años).
[…] es lo más lindo que le puede pasar a una persona porque o sea, tener descendencia es… o sea, sí me he imaginado y me ha arrancado más de una sonrisa, sí me gustaría ser padre, o sea ser un buen padre (Pablo, 17 años).
Que es un acto muy bonito ya que todo ser humano tiene ese sentimiento hacia los hijos y… yo también quisiera tenerlo algún día (Danny, 16 años).
Debe ser algo hermoso… tener con [...] quién compartir un hijo (Jefferson, 14 años).
Contrariamente a la apreciación de tomarlo como una obligación, la visión de estos otros jóvenes es la de una paternidad activa y positiva, “[...] un ingrediente central para lo que significa ser hombre y para lo que los hombres hacen” (Gutmann, 2000; Villa, 2001; CEPAL, 2002).
Aunado a lo anterior, otro dato interesante de los señalamientos referidos es el que tiene que ver con los ideales de ser padre:
¡Chuta!, uno que sepa escuchar, que no diga “no tengo tiempo”, uno que sea amoroso, tenga tiempo para el hijo, que dé buenos consejos… eso (Charlie, 18 años).
Primordialmente debe de ser el mejor amigo para que el hijo no se abra con las demás personas, y es mejor que se abra con su padre antes que con las demás personas (Charlie, 18 años).
Atento, muy atento a sus hijos; yo creo que la atención es lo primordial, escucharles, saber qué es lo que pasa, qué es lo que les debe o qué es lo que no les debe, si está… si han pasado bien ese día o no; o sea, estar al tanto al día a día, pendiente con sus hijos y ya (Wilmer, 25 años).
Los pronunciamientos citados concuerdan con lo señalado por Gutmann (2000), quien señala que “los hombres más jóvenes suelen participar [actualmente] más activamente y estar más comprometidos con esta [la paternidad] que sus padres y abuelos”.
A partir de todos estos testimonios y análisis, podemos recapitular que las percepciones de los adolescentes y jóvenes entrevistados en el sur de Quito forman parte de un visible proceso de cambio, toda vez que en el imaginario de esos jóvenes varones es posible advertir la coexistencia de rasgos de un modelo tradicional con aspectos de uno nuevo o moderno, coexistencia que le da ese carácter de hibridación mencionado y que, por lo mismo, puede considerarse como el “preámbulo” hacia un modelo más moderno. En este nuevo modelo, destacan de manera muy clara aspectos como el rechazo total del machismo y la exteriorización de las emociones, que no entran en conflicto con su noción de lo que es “ser hombre”.
Asimismo, puede considerarse que la idea de masculinidad está evolucionando notablemente a través de la visión de la paternidad pues, en lugar de continuar relacionando esta dimensión con la virilidad, se la vislumbra como un acto de realización personal, en el cual factores como el cariño y la atención hacia la descendencia son fundamentos realmente importantes para los jóvenes que aceptan, viven y se conducen con esta nueva/ moderna visión.
Puede afirmarse, entonces, que se está frente un proceso de cambio cultural en el cual el concepto de “equitativos de género” está cobrando sustantiva relevancia. Sin embargo, como apunta Barker, sería imprudente aplicar dicho concepto en forma general; es más apropiado considerar a la mayoría de los hombre jóvenes “en transición en términos de roles de género antes que verdaderamente ‘géneros-equitativos’” (Barker, 2003).
Percepción de la sexualidad y uso de preservativos en jóvenes del sur de Quito
En este apartado se examina la construcción de nuevos modelos de masculinidad y sexualidad a partir de las percepciones y del uso del preservativo entre los adolescentes y jóvenes del sur de Quito entrevistados. Una primera aproximación para llevar a cabo dicho análisis fue acercarse a conocer sus visiones sobre la sexualidad –su vivencia y ejercicio–, así como los referentes y fuentes de información desde donde las construyen, ya que, de acuerdo con los hallazgos de nuestra investigación, tales visiones son muy variadas y ello influye, de manera diversa, en las distintas y a veces contradictorias posiciones que sostienen frente a todo lo concerniente a la sexualidad.
Como lo señalan diversos estudios, la sexualidad –como la masculinidad– es una construcción social; la definición que se elabore de ella dependerá de las “diferentes culturas [ya que] proporcionan una amplia variedad de categorías, [como homosexual, bisexual, etc.] esquemas y etiquetas para conformar las experiencias sexuales”. Es por ello que resulta más adecuado utilizar la expresión sexualidades que el término sexualidad (Szasz, 2004).
Sin embargo, la percepción de la sexualidad depende también de la edad que tenga la persona, ya que hay diversas interpretaciones del concepto según la etapa de desarrollo en la que el individuo se encuentre. Entre los especialistas en la materia, existe consenso respecto de que la sexualidad es una construcción social que otorga una “identidad sexual” al individuo y que puede involucrar aspectos emocionales (Samaniego García, 2003; Burin, 2000; Ministerio de Educación, 1999b; Ramos Padilla y Vásquez del Águila, 2005; Greene y Biddlecom, 2000).
La sexualidad humana implica lo que realizamos, pero también lo que somos. Es una identificación, una actividad, un impulso, un proceso biológico y emocional, una perspectiva y una expresión de uno mismo. Está fuertemente influida por las creencias sociales y personales y, a su vez, influye fuertemente en las creencias y en las conductas (Comité de Sexualidad Humana de la Asociación Médica Americana, citado en Salas Riczker y Esteves Echenique, 2002).
La sexualidad se construye en función de la interacción cotidiana y permanente de emociones, sentimientos, valores y vínculos con otros significativos; y la interacción con el otro permite la conformación de su autoimagen, autoconcepto y autoestima (Ministerio de Educación, 1999b).
Así lo refieren dos de los entrevistados:
Bueno, la sexualidad es algo que vivimos todos los días ¿no? En la manera de relacionarnos con las personas y con el medio que nos rodea (Gabriel, 17 años).
La sexualidad es cómo te desenvuelves en la sociedad con las demás personas; por ejemplo, lo que estamos haciendo ahorita es nuestra expresión sexual, eso (Rafael, 19 años).
Del mismo modo que en el caso de la masculinidad, en lo expresado por los adolescentes y jóvenes entrevistados hemos podido advertir la existencia de tres tipos de visiones sobre la sexualidad. La primera corresponde al modelo de sexualidad dominante, donde se detectaron “imágenes” fundamentadas en creencias religiosas y diferencias biológicas según las cuales hay ciertas actividades “normalizadas” para los hombres, pero no necesariamente para las mujeres. La segunda corresponde a un modelo híbrido que combina elementos de la visión tradicional con los de una encaminada hacia la búsqueda de equidad entre hombres y mujeres. En tercer lugar, están las percepciones que se clasificaron bajo la denominación sexualidad abiertamente aceptada, la cual se aproxima a la noción “equitativos de género” de Barker (2003).
a) Sobre los modelos de sexualidad dominante:
Sexualidad se definiría como el tipo de..., de…. [señalamientos nerviosos] género o sea… [risas también nerviosas] como es hombre o mujer, pues (Cristóbal, 16 años).
La característica físicas que diferencia a cada género (David, 16 años).
Como puede observarse, aquí se evoca rápidamente la diferencia biológica del sexo, ya que “el solo hecho de mencionar la palabra sexualidad [los] hace inmediatamente pensar en genitalidad”. Esta concepción ha sido ampliamente documentada por autores como Flores y Tamayo (2002), Luengo (2002) y Oliveira (citado en Samaniego García, 2003).
b) Sobre la concepción híbrida:
En este tipo de concepción se siguen encontrando rasgos propios del modelo de sexualidad dominante pero combinados con otros elementos distintos que, aparentemente, son adaptaciones a la realidad presente vivida por cada entrevistado:
Para mí la sexualidad no es otra cosa que el compartir ideas, estar rodeado entre hombres y mujeres y… eso, dar opiniones y compartir lo que sabemos, lo que desconocemos y cómo nos llevamos con los demás (Alex, 15 años).
c) Sobre la sexualidad abiertamente aceptada:
La sexualidad es… ¿cómo se llama?, la relación que estableces con una persona ¿no? Tu cuerpo, en ese momento estamos en una relación sexual, en una sexualidad, al conversar, al vernos en la calle, al darnos la mano; ese tipo de cosas (Leonardo, 17 años). La sexualidad es todo, es tu forma de sentarse, tu forma de moverse, es tu personalidad, eso es la sexualidad (Charlie, 18 años).
En esta visión, la sexualidad se destaca como un tipo de interacción basada en la comunicación corporal y verbal y como una manera de ser.
Información sobre sexualidad, percepciones y uso de preservativos
Las diversas percepciones transmitidas por los entrevistados nos condujeron a indagar acerca de los referentes de estos jóvenes y adolescentes que actúan como sus fuentes de información en materia de sexualidad. De este modo, se evidenció que los principales informantes son, por un lado, la Iglesia Católica, los amigos y el Centro de Desarrollo Adolescente de la Villaflora, y, por otro lado, los padres, el colegio, distintas revistas y tipos de materiales disponibles. Por ejemplo, en lo que concierne a los padres se constató:
Eh, con mi padre, pero parece que le da a veces, no sé… miedo o coraje hablar de eso. No le entiendo, a veces, por qué se porta así cuando le quiero tocar ese tema (Javier, 16 años).
El recelo de los padres y del entorno familiar con respecto a hablar sobre el tema ha sido ampliamente documentado por investigaciones como la de Samaniego García (2003), quien señala que en ese espacio muchas veces se evita hablar del asunto, o se lo hace de manera superficial, porque se tiene el temor de que al hablar abiertamente se pueda inducir a los jóvenes a tener prácticas sexuales promiscuas y a edades tempranas (Benítez, Mereles y Roa, 1996).
En cuanto a las instituciones educativas, los/as docentes no tocan el tema puesto que dan por hecho que los/as estudiantes reciben esa información en casa; y, cuando abordan el asunto de la sexualidad, se centran fundamentalmente “en la genitalidad, la reproducción y la prevención de enfermedades contagiosas, sin entrar a las vivencias del deseo y el placer” (Samaniego García, 2003; Olavarría, 2001).
Con respecto a la información obtenida de los amigos, se da lo que Olavarría y Parrini (1999) denominan “socialización sexual, [que es la interacción] donde se aprenden modelos de sexualidad masculina” que, por lo regular, están distorsionados y/o cargados de mitos (Samaniego García, 2003):
Ah… Pendejadas, [risas] más hablan de la morbosería y todo eso [...] Que sí, que yo le hago sentir tal cosa, que ah… de que el mío es más grande y todo eso, todas esas cosas (Henry, 17 años).
Eh… que uno es más macho porque tiene más relaciones sexuales así (David, 16 años).
Con mis amigos, o sea, me han dicho, me han contado experiencias; yo también les he dicho que esto me ha pasado, pero... que se queda ahí, no hay nada, nada sale de ahí (Pablo, 17 años).
En cuanto a qué saben algunos adolescentes y jóvenes varones sobre el preservativo, se halló que existen dos tipos de información: a) hay jóvenes que piensan que el condón tiene una única función: algunos indican que solo sirve para prevenir infecciones de transmisión sexual, y otros señalan que solamente se usa para evitar embarazos no deseados; b) en cambio, otros entrevistados le adjudican ambas funciones, aunque variando el orden de prioridad.
Con respecto a su eficacia en el cuidado de la salud, recogimos los siguientes testimonios:
Eh, eh… me han dicho que… o sea, que lo ocupe cuando… tenga relaciones, y así sea con… con... ¿cómo se dice?, con mi propia chica, porque uno no sabe si es que ella también o yo podemos tener de repente alguna enfermedad; o siempre es… es hacerse chequear para no estar uno mismo... y tanto ella y yo estar seguros de… eh… de lo que estamos haciendo (David, 19 años).
Me han dicho “¡es que sí, es bien efectivo!” Que… siempre que vaya a tener una relación sexual lo use para… mi protección y para… eh… la de… ella, y para no contagiarme de enfermedades o así, para no desgraciarme la vida (Jonathan, 15 años).
Que ayuda a proteger a que cuando tengamos relaciones no nos enfermemos (Alexis, 12 años).
Estos señalamientos permitieron constatar, en lo relativo a la prevalencia de las ITS y del VIH/SIDA y a su impacto en los sectores de la población joven en el Ecuador, que la difusión de información por parte de los medios de comunicación sobre la expansión y la amenaza que representan tales enfermedades ha contribuido positivamente en el uso del condón en dos vertientes: en los encuentros ocasionales y en la pareja misma –como se pudo apreciar en las palabras de David, quien, al referirse a preservar la salud de ambos, no estableció ninguna diferenciación entre tener sexo con la pareja estable o en un encuentro ocasional.
Entre quienes señalaron como prioridad evitar un embarazo no deseado, se dijo:
Eh… me han hablado mis padres, porque yo siempre… me dan charlas de… eso y… mi hermana, porque está siguiendo medicina; y ella me ha hablado que… los condones son preservativos muy útiles para prevenir los embarazos (Jorge, 13 años).
Que es muy necesario para no tener embarazos no deseados, para no tener ahora, como la humanidad es… niños trabajando (Jorge, 16 años).
En cuanto a quienes consideran que el preservativo sirve para evitar ambas cosas, se obtuvieron las siguientes respuestas, por demás clarificadoras:
El preservativo es una herramienta que nos sirve para no, ¿cómo se dice?, no tener un embarazo no deseado y también [para] protegerse de enfermedades que, ¡chuta!, ahora están como pan del día, esas cosas, y debemos cuidarnos; y yo creo que el preservativo es una… una manera efectiva y… muy consciente de cuidarnos (Rafael, 19 años).
El preservativo, me dijo mi papi, que era para prevenir enfermedades y algunas otras para prevenir el embarazo, el embarazo en jóvenes o señores (Daniel, 16 años).
Me han dicho que es muy importante ya que previene de muchas enfermedades y el embarazo, que es lo que en la juventud se previene hacerlo ¿no? (Damián, 16 años).
Percepción de cambios en las masculinidades a través del uso del preservativo
Una estrategia que nos permitió visualizar de manera más directa el proceso de cambio en la noción de masculinidad a través del uso de preservativos fue, en primer lugar, el sondear las reacciones de los adolescentes y jóvenes quiteños participantes en esta investigación, al momento de responder a la siguientes pregunta: “Si estás a punto de tener relaciones íntimas con tu pareja, antes de que le digas si vas o no a usar el preservativo, ella se te adelanta y te pide que lo utilices, ¿cuál sería tu reacción?”.
En las respuestas de los jóvenes no hubo rechazo; por el contrario, se constató una amplia aceptación:
O sea, no tuviera una reacción… de decir, o sea “¿por qué me dices?, ¿que no confías en mí?”; no, nada de eso, sino que viera como una forma de que ella quiere que no pase… nada, o sea que no llegue a mayores ese encuentro- Entonces, yo no lo tomaría de una manera mala, sino de una… una manera buena, como una sugerencia de ver que… deberasmente esa persona me quiere y quiere bienestar para mí, para ella y… y no sé… (Rafael, 19 años).
¿Si me dice que lo use? Eh… o sea si ella quiere que lo use, no tendría ningún inconveniente (Darwin, 15 años).
No le negaría, no, no le negaría, porque ella tiene sus razones (Gabriel, 14 años).
Lo relevante de estas respuestas es que tal sugerencia fue bienvenida por los adolescentes y jóvenes: la consideran como “buena”, como algo que brinda seguridad, y, principalmente, porque se reconoce como un derecho de la mujer.
Comentarios igualmente relevantes fueron recabados cuando se les planteó la situación contraria: “¿Cuál sería tu reacción si antes de que tú lo manifiestes, tu pareja te pidiera que no usaras el preservativo?”. Ante este supuesto, hubo quienes respondieron que el acceder a tal petición dependía de factores tales como la confianza, el estar casados o de la planificación familiar. Otros simplemente afirmaron que no aceptarían si no conocían previamente el/los motivo(s) para tal petición, y que, una vez que lo aclararan,, tratarían de buscar otras alternativas:
Mmm… buscar otro, otro método de protegerme. Pastillas (Michael, 17 años).
Si no compartiera mi opinión, si es que ella no quiere es porque… porque no… no ha habido comunicación entre nosotros (David, 19 años).
Mmm… no lo haría porque ya no, ¡depende!; bueno, si es que ya todavía no quiero tener hijos yo no lo haría, pues tendría que aguantarme (David, 16 años).
Como lo señala David, el acuerdo al que pueda llegar con su pareja en torno al uso del preservativo es primordial; sus palabras denotan la importancia que le confiere al hecho de sostener una relación basada en la comunicación. Esto viene a demostrar que “el cambio de comportamiento a nivel sexual se especifica mayormente con el uso del preservativo, la opción por una pareja estable y la reducción de las prácticas sexuales con parejas ocasionales” (Guchin Mieres y Meré Rouco, 2004: 37).
Sin embargo, a pesar de esta aceptación del uso del condón, el panorama cambió un poco cuando se les preguntó: “¿Qué opinas de que una mujer cargue preservativos?” Las respuestas oscilaron entre las que se basan en una visión tradicional y las que no rechazaron tal conducta:
Que aquí en este medio… se diría que… es una chica fácil ¿no? Porque yo… realmente no conozco mujeres así ¿no?, pero me preguntan, no… debería ser, que es una mujer que cada rato se le presentan oportunidades ¿no? puede ser (Francisco, 16 años).
Que ya van dispuestas a… a tener algo, mujeres fáciles que les guste tener relaciones (Michael, 17 años).
En estas afirmaciones algo queda muy claro: todavía subsiste la idea de que las mujeres no deben de tomar la iniciativa con respecto al sexo y la sexualidad, puesto que “las expresiones de cambio impulsadas por las mujeres son vistas por los hombres como una manifestación que rompe el orden natural de las cosas” (Benítez, Mereles y Roa, 1996; Pacheco et al., 2007).
Bueno, sería un poco, eh, si… previsoras, pero [...] digo… a veces, sí, da a pensar de que… si es que ellas... aunque solo tuvieran una sola pareja, ya confiaría en ella, pero si eso [...] que ellas lleven un preservativo quiere decir que tienen parejas que pueden salir en cualquier rodada; o sea, yo no me metería con ese tipo de chicas (David, 16 años).
Que son precavidas y que son muy… muy…, ¿cómo le digo?, muy… la… muy atrevidas (Alexis, 12 años).
Yo pienso que, por una parte, son muy cuidadosas, son muy cuidadosas, pero, por otra parte, a un hombre da la idea de que… de que esa persona, o sea, quizá se encuentra en determinada situación y… está con una persona y quizás puede pasar algunas veces, o sea, como hombre digo ¿no? Pero de ahí… o sea, a… a ese aspecto sería bueno (Javier, 18 años).
No sé, que se sienten también protegidas, o sea, y si lo traen es para algo, para protegerse ellas mismas, porque han de saber de lo que se arriesgan (Darwin, 15 años).
Para finalizar este apartado, podemos señalar que el conflicto interno que les generaron tales interrogantes logró detectarse por la falta de fluidez en sus respuestas y por el discurso en que se expresan –expresiones como “no sé” o “porque han de saber de lo de lo que se arriesgan”–. Esto revela que esos jóvenes no habían pensado en situaciones como las que se les plantearon en las entrevistas; al parecer, en sus escenarios reales no es bien aceptado que la mujer lleve consigo preservativos pues, más que juzgarse como un simple rompimiento de la norma, pareciera ser algo que pudiera cuestionar su virilidad.
Con todo, estamos convencidos de que la relevancia de nuestra investigación estriba en que logra mostrar la existencia de opiniones cercanas a la categoría “equitativos de género”, ya que varios de los adolescentes y jóvenes “creen que hombres y mujeres tienen iguales derechos”. Esto, sin duda, es un notable avance en la forma en que los adolescentes y jóvenes quiteños perciben la manera en que se relacionan hombres y mujeres en un contexto social como el suyo.
Consideraciones finales
De acuerdo con los hallazgos aquí presentados, resulta claro que continuar utilizando el término masculinidad para referirse a cualquier modelo específico de “ser hombre” es válido pero a la vez ambiguo, ya que pudiera tomarse como una generalización y, en tal caso, llevar a pensar que se está hablando solo de un estereotipo tradicional. Por ello, planteamos que es totalmente pertinente utilizar el término masculinidades cuando se alude a un modelo diferente al dominante.
Esta observación tiene su base en las expresiones de los adolescentes y jóvenes entrevistados que evidencian una percepción de la masculinidad de tipo híbrida y moderna, con un abierto rechazo del machismo como parte integral de su manera de ser hombre y con una importante valoración de la demostración de sus emociones/sentimientos.
Por otra parte, al abordar el tema de la paternidad descubrimos que, en varios de los casos, los adolescentes y jóvenes quiteños consideran “el ser padre” como algo ajeno a la virilidad, ya que hubo quienes colocaron como prioridad la preocupación por tener qué ofrecerles económica y afectivamente tanto a la pareja como a un/a potencial hijo/a.
Con respecto a la sexualidad, observamos, por un lado, que resulta notorio un cambio en los patrones de conducta que fundamenta una clasificación similar a la de la masculinidad: a) un modelo dominante, que se tiene como referente y en el que están presentes ideas religiosas y la dicotomía hombre-mujer; b) un proceso de hibridación, en donde los aspectos tradicionales se confrontan con el respeto y el amor; y, como resultado de ese proceso, c) un modelo de sexualidad abiertamente aceptada, que es muy próximo a lo que Barker llama “equitativos de género”.
En este proceso de reconstrucción de la masculinidad a través de la percepción sobre la vivencia y el ejercicio de la sexualidad, se asume cada vez más el compromiso de tener una convivencia más cercana a la equidad a través del reconocimiento de la sexualidad de la mujer y en la que son esenciales el amor, la preocupación por el cuidado de la salud de ambos y la comunicación.
Por último, destacamos la trascendencia de las preguntas sobre el uso del condón para visualizar de manera más clara los cambios que se están dando en las percepciones de algunos adolescentes y jóvenes del sur de Quito sobre la masculinidad: si, por un lado, algunos entrevistados no ven bien que una mujer lleve consigo preservativos –a diferencia de ellos–, por otro lado –lo que parecería contradictorio–, la totalidad de esos jóvenes acepta que sea ella quien sugiera su uso pues no consideran amenazada su virilidad; por el contrario, tal iniciativa es vista como una muestra de cariño y parte “natural” de su sexualidad, expresada a través de una buena disposición para no contribuir a la ocurrencia de embarazos no deseados.
En conclusión, aunque hay que reconocer que todavía siguen vigentes ciertos mitos –los comentarios negativos sobre los temas explorados revelan que existe desconfianza–, es innegable la existencia de un proceso de transición cultural significativo en los adolescentes y jóvenes quiteños.
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