Resumen: En este artículo reflexionamos sobre el sentido e importância de las prácticas electorales decimonónicas en México. Especialmente nos interesa ofrecer una idea general de cómo se fue construyendo la institución electoral y conformando una cultura política en torno al sufragio durante el periodo. La elección, en tanto mecanismo vinculado a la soberanía del pueblo y a la representación política, constituyó la fuente de legitimidad de todo régimen republicano, pero fue también un espacio de negociación política fundamental para la edificación de los poderes públicos y la gobernabilidad del nuevo país. En estas páginas presentamos algunos de los rasgos principales de los marcos normativos que rigieron los procesos electorales de carácter nacional a lo largo del siglo XIX en México, para acercarnos luego a algunas prácticas del sufragio como el camino para entender valores y signiicados conferidos por la población a los comicios.
Palabras claves: EleccionesElecciones,sufragiossufragios,comicioscomicios,MéxicoMéxico,siglo XIXsiglo XIX,Prácticas políticasPrácticas políticas,Prácticas electoralesPrácticas electorales,Cultura electoralCultura electoral.
Abstract: This article reflects on the meaning and importance of nineteenth century electoral practices in Mexico. We offer a general idea of the constitution of the electoral institution during this period, configuring a political culture based on suffrage. As a mechanism linked to the sovereignty of the people and to political representation, the election process constituted the source of legitimacy of every Republican regime, as well as a space of fundamental political negotiation for the construction of political powers and the governability of the new nation. In these pages we present some of the principal normative frameworks that legislated national electoral processes throughout the XIX c. in Mexico, allowing a close examination of certain suffrage practices as a way to understand the values and meanings that the population conferred to the elections.
Key Words: Elections, Suffrage, Mexico, XIX c., Political Practices, Electoral Practices, Electoral Culture.
Résumé: Notre but est de réfléchir à propos du sens et de l'importance des pratiques électorales dans le Mexique du XIX e siècle. Ce qui nous intéresse particulièrement c'est d'offrir une idée générale tant sur la façon dont s'est construite l'institution électorale que de la conformation d'une culture politique autour du suffrage pendant la période. Si les élections, en tant que mécanisme lié à la souveraineté du peuple et à la représentation politique, constituent la source de légitimité de tout régime républicain, elles ont été également un espace de négociation politique fondamental pour bâtir les pouvoirs publics et la gouvernabilité du nouveau pays. Dans les pages qui suivent nous présentons les principaux traits des cadres normatifs régissant les processus électoraux sur le plan national tout au long du XIX e siècle, afin d'étudier ensuite quelques pratiques du suffrage comme moyen permettant de comprendre les valeurs et la signification que la population octroyait aux élections.
Mots-clés: élections, suffrage, Mexique, XIX e siècle, pratiques politiques, pratiques électorales, culture électorale.
Artículos de investigación e innovación
Un acercamiento a las elecciones del México del siglo XIX*
An Approximation to Elections in Mexico during the XIX c.
Pour une approche des élections dans le Mexique du XIX e siècle
Recepción: 20 Mayo 2016
Recibido del documento revisado: 09 Septiembre 2016
Aprobación: 17 Octubre 2016
Las elecciones en el siglo XIX mexicano tuvieron un valor político fundamental que fue mucho más allá de un simple ritual legitimador de poderes republicanos. El principio de la representación electoral estuvo en la base de la organización nacional desde muy temprano -hubo elecciones modernas en el país antes incluso de declarada su independencia de España- y se celebraron comicios de manera constante a lo largo del siglo1. Las elecciones formaron parte de los sistemas políticos ensayados en el México decimonónico y se celebraron en gran número, para todos los niveles de gobierno; podríamos airmar, incluso, que se llevaron a cabo con gran regularidad aunque con importantes interrupciones por causa de guerras civiles e intervenciones militares extranjeras. Si bien el relevo del poder se deinió muchas veces por otras vías -durante las primeras décadas de vida independiente por la del pronunciamiento, por ejemplo-, las elecciones resultaron irremplazables: no solo eran la única fuente de legitimidad posible en regímenes republicanos, sino que constituyeron, en todo momento, un ámbito de negociación política muy importante. En ese sentido, la elección de gobierno, jueces y representantes populares tuvo un lugar central en la gobernabilidad del México decimonónico2.
Normas y prácticas electorales se transformaron a lo largo del siglo y dieron lugar a procesos que, con momentos de mayor o menor inclusión y efectividad, crearon espacios propios para la negociación política. En el marco de esas normas y prácticas se resolvían disputas entre facciones políticas, se conciliaban intereses en conflicto, se tejían alianzas entre caciques, grupos y partidos, se creaban redes de intercambio y reciprocidad, se repartían parcelas de poder, se obtenían compensaciones materiales y simbólicas... Las elecciones fueron uno de los marcos de las negociaciones políticas que permitieron articular a un complejo país, mayoritariamente rural y con instituciones fundadas sobre la base de fuertes poderes territoriales3. En este sentido, las elecciones tuvieron un lugar central en la construcción de los poderes públicos, así como en los procesos de articulación de la nación política en sus diferentes niveles y periodos. Los comicios decimonónicos constituyeron una forma muy importante de hacer política en el México de entonces -entretejida con otras, inseparables de ella, como la acción de redes sociales de patronazgo, la vida parlamentaria, la actividad de facciones y partidos, la intervención de la prensa y los pronunciamientos4 -.
Las instituciones electorales del México del siglo antepasado han sido estudiadas desde perspectivas jurídicas; también ha habido acercamientos importantes desde una muy sugerente historia constitucional5. Pero es necesario ahondar más en el examen de las normas y las prácticas político-electorales para entender el verdadero significado de los comicios decimonónicos en el país. Porque una cosa son los principios sobre los cuales se dispone un sistema electoral -soberanía popular, representation- y otra la definition de mecanismos legales y, sobre todo, la de su aplicación cotidiana, de la cual sabemos poco todavía. Durante largo tiempo, los acercamientos al acto de votar y a las prácticas que lo acompañaban se sirvieron de información y opiniones ofrecidas por pasquines y prensa periódica. Se trataba de una mirada a través de «la óptica de las élites de la época»6; también de visiones comprometidas directamente con las disputas electorales. Desde luego, la fuente brinda grandes posibilidades para la investigación en este campo, pero muchas veces se le ha leído como testigo de una época, más que como lo que era en verdad: una protagonista de los sucesos. Los impresos decimonónicos participaban en la política, eran actores políticos; en contextos electorales, tomaban parte directa en los procesos mismos7.
De esta suerte, y con el interés de tener una visión menos parcial del funcionamiento y significado de los comicios que la que ofrece por sí solo el mundo de los impresos, se requiere acudir a otros testimonios de la época: a la documentación generada a nivel municipal y estatal, en especial. Porque, efectivamente, los responsables de organizar las votaciones en el país a lo largo de todo el siglo -tanto en los comicios a nivel local y regional, como en los nacionales- fueron siempre los ayuntamientos y los gobiernos estatales o provinciales8.
El estudio de este tipo de fuentes puede ofrecer algunas respuestas a preguntas acerca del significado del acto de votar y de sus transformaciones a lo largo del siglo; proporcionar indicios con respecto a lo que estaba realmente en juego en las elecciones según niveles de gobierno; propuestas sobre el significado de los rituales que acompañaban las campañas electorales y la votación; pistas en torno a las repercusiones de los disenos de la geografía electoral.
Un grupo de historiadores mexicanistas hemos venido trabajando desde hace varios años en esa dirección. En el marco del proyecto colectivo «Hacia una historia de las prácticas electorales en México, siglo XIX» nos dimos a la tarea de arar en terrenos poco explorados respecto a los comicios, particularmente en el del estudio de las prácticas electorales y de sus significados. Apoyados en una historiografía relativamente reciente que se ha levantado contra la «Leyenda Negra» de las elecciones decimonónicas en América Latina, nos sumamos a su esfuerzo por remontar el descrédito en el que por largo tiempo se tuvo a la historia de las elecciones a partir del estudio de las prácticas políticas. Nos propusimos participar en las tareas de desmontaje de estereotipos y acercarnos al valor que pudieron haber tenido los comicios en la política decimonónica9. Aspiramos a poder ofrecer, un poço más adelante, un buen panorama de las prácticas electorales más comunes en la experiencia mexicana, a poder definir regularidades o tendencias en la transformación de dichas prácticas, a avanzar en una generalization de sus significados e, incluso, a hablar de las conexiones del sufragio decimonónico con otros de los grandes problemas de la historia política que tocan a esta época como son la soberanía y la representación10. Es pronto todavía para poder adelantar conclusiones con tales alcances, pero algo hemos avanzado en la identification de momentos, actores, dinámicas y lógicas electorales a partir de estudios de caso. A estos avances intentaremos acercarnos en este artículo.
En las siguientes páginas haremos, primero, una presentación de algunas características de los sistemas electorales disenados durante el siglo XIX en México, en el marco de los cuales se desarrollaron los procesos electorales de carácter nacional. Hemos de advertir que para el caso de elecciones locales -a nivel estatal, provincial y municipal-, los sistemas electorales presentan múltiples e importantes variaciones, solo que no podremos detenernos en ellas aquí. Presentado el marco institucional nacional, pasaremos a identificar algunas de las prácticas electorales de las que se sirvieron los actores de la época para interactuar con el sistema y hacer política con y desde las elecciones.
Los sistemas electorales variaron a lo largo del siglo XIX mexicano. Siempre sobre la base del principio de representación, funcionaron distintos marcos normativos para definir y regular los medios a través de los cuales la voluntad de los ciudadanos pudiera traducirse en órganos de gobierno, de representación política o de impartición de justicia. Un sistema electoral se compone de normas y procedimientos destinados a regular la vida comicial. El sistema define el quién vota, el por quién se puede votar y el cómo se organiza la eleccion; fija también la geografía electoral, los tiempos de los comicios, los mecanismos para su calificacion y el como se dirimen los conflictos que de ellos pudieran derivar. Y efectivamente, las leyes fundamentales y secundarias que deinían todos estos elementos se transformaron a lo largo del siglo, además de ser distintas de región en región11.
Los marcos normativos cambiaron una y otra vez durante la primera mitad del siglo XIX; para la segunda mitad de la centuria, en especial en 1867, tras el triunfo republicano sobre una apuesta monárquica -de la mano de la Constitución promulgada en 1857 que mantendría su vigencia hasta 1917-, las reglas electorales guardaron una mayor continuidad, aunque nunca estuvieron exentas de reformas significativas. La «inestabilidad» propia de la primera etapa del siglo muestra el difícil proceso de diseno y construcción de instituciones, entre ellas las electorales. Los cambios normativos representaban esfuerzos y ensayos por «traducir», de la mejor manera posible, la realidad social y política del momento y por incidir en ella para encaminarla hacia nuevas formas de representación y participación política12.
El punto de partida es la revolución liberal que corre a la par del hundimiento del Estado absolutista en 1808 y que pone sobre la mesa de discusión la cuestión de la representación política. Se abre entonces el gran debate acerca de lo que sería una nueva forma de representación, una que descansaría en el principio de la soberanía de la nación, en una idea de nación constituida por individuos jurídicamente iguales y en el reconocimiento de un pueblo con la potestad de darse la forma de gobierno que mejor le conviniese. A esta nueva forma de representación corresponderían, desde luego, nuevas formas de participación política y de elección. Las elecciones eran procedimientos de uso regular para nombrar representantes en sociedades de antiguo régimen y, desde luego, en la Nueva España. Antes de 1812, en España y en sus reinos había elecciones, pero aquellas eran mecanismos para representar a nobles, pueblos, gremios, órdenes religiosas, cofradías, militares, corporaciones de comerciantes... no para representar a este pueblo reconocido como soberano a partir de la revolución liberal13. Así, de alguna manera, la novohispana era una sociedad habituada a procedimientos electorales, si bien corporativos. Las votaciones del antiguo régimen buscaban representar órdenes y cuerpos, cada uno de acuerdo con sus privilegios y derechos propios14 y aunque ponían intereses en juego, tanto que llegaba a haber no solo conlictos, sino auténticas manifestaciones de violencia física15, se votaba con la idea de manifestar la cohesión de una comunidad como un todo orgánico. La revolución liberal acabó con esa idea a partir de la caracterización del ciudadano como individuo definido por sus derechos y reducido a su propia voluntad. Efectivamente, esta revolución no inventó el voto -«técnica de decisión» de larga data-, sino el voto individual; a partir de ella, los comicios cobrarían usos y lógicas radicalmente distintos y conllevarían reglas y prácticas electorales también diferentes.
A finales del siglo XIX, el país contaba con un régimen político estable y una institución electoral bastante interiorizada entre la población, solo que en breve habrían de manifestarse nuevas exigencias: las de una nación política cada vez más amplia y con demandas de nuevos espacios de participación. Efectivamente, el sistema de elecciones indirectas que caracterizó a los sistemas electorales a lo largo de todo el siglo XIX en México había funcionado bien en una sociedad con vestígios tradicionales importantes y siguió siendo funcional en el contexto de redes políticas liberales más o menos extendidas. Sin embargo, conforme la sociedad política se fue haciendo más compleja, hacia finales del siglo XIX, y amplios grupos sociales, urbanos principalmente, demandaban nuevos espacios, fue perdiendo sus posibilidades de articulación política. Desde 1901 comenzaron a manifestarse crecientes presiones sociales y políticas, a las que se intentó responder con reformas en materia electoral más incluyentes: nueva distritación en 1901 y voto directo para elegir al Congreso de la Unión, en 191216. Pero el México de entonces demandaba cambios estructurales y no tibias reformas, de suerte que los conlictos electorales que se presentaron a nivel regional y nacional entre 1904 y 1910 desembocarían en una auténtica revolución social y política.
Elemento primordial de un sistema electoral es, antes que ningún otro, la definition de ciudadanía. Las variaciones que existen en la definition del sujeto político moderno -el ciudadano- entre las leyes fundamentales de 1812 y 1857 son significativas, con idas y vueltas entre la restriccion del cuerpo electoral y su ampliación17. Para limitar la base ciudadana se recurrió en alguna ocasión a criterios de origen étnico, en otras a exigencias de ilustración y de ingresos económicos, y hasta a requerimientos de pertenencia a una clase; también se demandó arraigo local con la connotación de vecindad. Pero todos estos criterios fueron redeiniéndose poco a poco hasta que la Constitución de 1857 estableció un sufragio universal masculino con relativamente pocas restricciones18. El proceso de definition de la ciudadanía en México siguio así una tendencia incluyente19, si bien no alcanzó a tocar la cuestión de los derechos políticos de las mujeres. El derecho al voto femenino estuvo fuera de la consideración de los legisladores por largo tiempo todavía. El tema se abordó en diversas ocasiones, pero incluso personajes tan radicales como lo fue Ignacio Ramírez en su tiempo, se pronunciaron en contra. Efectivamente, en el Constituyente de 1857, Ramírez reclamó «derechos sociales» para la mujer, pero advirtió con claridad que no estaba pensando en «su emancipación ni en darle funciones políticas». Según él mismo explicó, se refería a derechos que la protegieran en el matrimonio20. Manifestaciones importantes a favor de los derechos políticos de las mujeres tuvieron lugar en México solo hacia las últimas décadas del siglo XIX21. El sufragio femenino para elecciones de carácter nacional se alcanzaría en México casi un siglo después de aquel Constituyente, en 195322. Vale la pena insistir aquí que nos estamos refiriendo exclusivamente al marco normativo. El complejo proceso de construcción de una sociedad ciudadana remite, precisamente, al estudio de las prácticas electorales23.
Siempre con esta idea de observar tendencias en la transformación de elementos normativos de los sistemas electorales del México decimononico, podemos afirmar el carácter casi siempre indirecto de los comicios a nivel nacional, si bien sujeto a importantes cambios en términos de los niveles de la elección24. Y en estos últimos se puede advertir una tendencia a reducir los grados de la elección, una orientación políticamente incluyente. En las elecciones nacionales funcionó un sistema indirecto de votación, con diferentes grados según lo estableciera la ley fundamental vigente. Los grados de la elección representaban el nivel de intermediación entre la base votante -la ciudadanía- y los cargos a elegir. Por ejemplo, en una elección en tercer grado -como fue la mayoría de las elecciones nacionales durante la primera mitad del siglo-, la ciudadanía nombraba electores primarios, quienes a su vez, reunidos en juntas, designaban a electores secundarios y estos últimos nombraban ya a los titulares de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En una elección indirecta simple, como la que adoptó la Constitución de 1857 para elecciones nacionales y que se mantuvo intocada hasta 1912, los ciudadanos votaban por electores y estos, reunidos en colegios electorales, nombraban ya a quienes ejercerían cargos de gobierno, representación y justicia. Por su parte, en el ámbito de los sufragios locales, cada provincia o estado de la república adoptó sus propios sistemas electorales.
Sería imposible considerar aquí esa legislación regional tan diversa. Pero si nos atenemos a la regulación de comicios nacionales -elección de presidente, vicepresidente, diputados al Congreso nacional, senadores y magistrados de la Corte Suprema- encontramos que la Constitución de 1857 marcó un punto de inflexion con respecto a los sistemas electorales anteriores al adoptar el voto indirecto en primer grado25. En un principio, el sistema de elección disenado por la Constitución de Cádiz en 1812 para elegir diputados a Cortes y diputaciones provinciales era indirecto en cuatro grados, aunque muy pronto, a partir de 1821 y hasta 1855, el sistema suprimió un nivel: a tres grados con muchas variaciones en el camino, pero regresando siempre a los tres grados para el caso, al menos, de algunos de los cargos de representación popular. Así, de cierta manera, la Constitución de 1857 cerró un ciclo de elecciones indirectas en diversos grados; lo hizo en favor de un sistema de elección indirecta simple. La elección directa para cargos de elección nacional se llevaría al texto constitucional solo medio siglo más tarde: en 191226.
A pesar de los cambios recurrentes en los sistemas electorales de la primera mitad del siglo XIX mexicano, hay algunos elementos que perduraron a lo largo de la centuria, si no en todas las leyes fundamentales, sí en un gran número de ellas. Es el caso, por ejemplo, del ayuntamiento como la institución responsable de la organización de los comicios en su primera fase: la elección primaria, que es la popular. A él tocaba emitir las convocatorias a comicios, nombrar empadronadores y casilleros, dar a conocer los resultados de esa elección primaria y transferir los paquetes con la documentación a la junta o colegio electoral correspondiente. Las siguientes fases de la elección -secundaria o terciaria, según fuera el caso- correspondían a las autoridades provinciales o estatales, auxiliadas en algunas épocas por los jefes políticos. Otro caso de un elemento que permanecio fue el de la definition de las instancias responsables de calificar los resultados de los comicios nacionales. La figura calificadora predominante era la Cámara de diputados, quien muchas veces calificaba incluso la elección propia -lo que representaba un mecanismo de autocalificacion. Esto sucedio así desde los comicios para diputados a Cortes y diputaciones provinciales en 1812 hasta el fin de la vigencia de la Constitution de 1857. Las más de las veces la election fue calificada por la Cámara baja, pero otras, el Congreso en su conjunto calificaba los comicios, o el Senado autocalificaba su propia election. Hubo un momento en que la calificacion electoral estuvo a cargo del Supremo Poder Conservador y otros en los que la legislación no lo indicaba con claridad. Para estos últimos, solo un acercamiento por la vía de la historia de las prácticas electorales podrá mostrar cómo se llevaba a cabo.
Imposible detenernos más aquí para la apreciación de otros elementos de los sistemas electorales que funcionaron a lo largo del siglo -definition de geografía electoral, procedimientos para la organización de los comicios, instancias para resolver conlictos electorales...27 Pero quizás valga la pena recuperar la idea central de un trabajo pionero en la interpretacion del significado de la legislacion electoral en el México del siglo XIX, de acuerdo con la cual los sistemas electorales y sus transformaciones a lo largo del siglo revelaban, en gran medida, la propia organización social del país: una organización, sobre todo en sus inicios, tradicional-caciquil y patrimonialista28. Otras interpretaciones han señalado también -lo que no tendría por qué ser excluyente con respecto a la interpretación anterior- que restricciones a la ciudadanía y sistema electoral indirecto «tranquilizaban» a las elites, temerosas de que un pueblo «pobre e ignorante» pudiera traer anarquía al país o, manipulado por algún ambicioso, darle base social a algún régimen despótico. Lo cierto es que el poder electoral estaba en las regiones, lo que era consecuente con un país en el que las oligarquías de los estados habían pasado a constituir las fuerzas políticas más importantes desde la época novohispana y mucho más después de «descabezado» el país con la abdicación de Carlos iv y la separación de España. Si bien la Constitución de 1857 y las políticas impulsadas desde el centro a partir del triunfo republicano de 1867 lograron fortalecer las instituciones y el mando político nacional, los poderes territoriales mantuvieron mucha de su fuerza.
Hasta aquí las reglas formales del juego político-electoral, las «modalidades técnicas» de un sufragio vinculado a los principios de soberanía popular y representación política. Pero como ha señalado Antonio Annino, en realidad, las elecciones decimonónicas eran una «práctica cultural» en el sentido de que articulaban instituciones políticas, pero también sociales, territoriales y económicas y, en tanto tales, operaban muchas veces de manera paralela a la norma y a partir de otros valores29. De esta suerte, el sufragio atendía a ordenamientos legales, pero también tenía «reglas informales» relacionadas con su desarrollo concreto, con un contexto social y con una cultura político-electoral que, en sus orígenes, se encontró ligada a tradiciones corporativas. A estas otras «reglas», legitimadas por la costumbre, y a su transformación solo podemos acercarnos vía el estudio de las prácticas del sufragio. Sin duda alguna, existe complementariedad entre norma y práctica; pero también tensión. El estudio de las prácticas electorales revela ambas. Seguir a los actores sociales y sus conductas frente al voto permite ver cómo era interpretada y utilizada la norma -cómo se aprovechaban vacíos legales, por ejemplo-; también hace posible acercarse al valor y significados que se fueron dando a los comicios modernos.
Entendemos por prácticas electorales un conjunto de acciones y conductas sociales y políticas en torno al ejercicio del sufragio, un ejercicio que se llevaba a cabo de manera más o menos regular, de acuerdo con ciertos procedimientos dictados por normas escritas o por la costumbre. Esas acciones se inscribían dentro de un marco normativo, pero también -y quizás sobre todo- dentro de un conjunto de códigos de comportamiento individual y colectivo construidos e interiorizados por las comunidades de votantes y no votantes que participaban en el proceso electoral30. Estos códigos comprendían valores, creencias y expectativas con respecto a la operación del sistema político, así como a lo que se debía y se podía hacer en un contexto electoral. Este conjunto de códigos constituía una cultura política y, referida de manera específica al acto de votar, una «cultura electoral», como la ha llamado Frank O'Gorman31. Para desentranar dicha cultura hay que estudiar los rituales y ceremonias que acompañaban a los comicios, lo que Patrice Gueniffey -el otro pionero de los estudios de las prácticas electorales en el paso del siglo XVIII al XIX, junto con O'Gorman- ha dado en llamar el «momento del voto»32. El estudio de este momento, dice Gueniffey, busca «restituir una experiencia» -la del sufragio-, atendiendo a sus aspectos no solo políticos, sino también sociológicos e intelectuales, único camino posible para comprender la forma en que se aplicaron, en la realidad, principios y procedimientos33.
De esta suerte, el estudio de las prácticas electorales obliga a la consideración de los actores -individuales o colectivos- en su situación concreta, con su cultura y sus intereses34. Y aquí vale la pena insistir en la identification de la elección decimonónica con una «práctica cultural», porque las conductas comiciales estaban ligadas al mundo político, pero también al social. Así, por ejemplo, para entender las formas de votar, hay que considerar estructuras sociales y formas de sociabilidad: el juego político-electoral obligaba a movilizar a los votantes, circunstancias en las que se entretejían necesariamente prácticas sociales y político-electorales.
Las prácticas electorales eran muy heterogéneas y variaron a lo largo del siglo, pero vistas en conjunto permiten identificar algunas «regularidades». Retomamos de entrada tres datos apuntados por Antonio Annino como características de la realidad socio-cultural en que se adoptaron el principio de la soberanía popular y el sistema electivo para nombrar representantes en los países hispanoamericanos, los que, sin duda, marcaron las prácticas del sufragio en México: principios y procedimientos liberales fueron introducidos -y adaptados- en sociedades rurales no industriales; las comunidades rurales fueron incorporadas al sistema electoral en tanto tales -ese es el significado del requisito de vecindad para tener derecho al voto-, favoreciendo la acción comunitaria; las elecciones decimonónicas fueran vividas como un asunto local, «con reglas locales que ninguna ley del 'centro' podía borrar legítimamente»35. A ellas hemos de sumar otras «regularidades» del caso mexicano. Primero, la participación en los comicios de una multiplicidad de actores, de diversas jerarquías sociales, no solo de las élites. Segundo, muchos de estos actores quedaban implicados en el proceso electoral en su conjunto: desde las campañas electorales y la organización de las votaciones, hasta los reclamos postelectorales. Tercero, las elecciones, competitivas o no, y con un peso importante de los caciques, daban cuenta de grados considerables de autonomia para negociar y obtener acuerdos de reciprocidad36. Cuarto, las lógicas electorales eran distintas según el nivel en que se desarrollaba la elección, al margen de las posturas de los partidos nacionales. Sobre estos puntos pasamos a bordar un poco más en los párrafos siguientes.
El acto o «momento del voto» remite a mucho más que al efimero gesto de cantar un voto, entregar una boleta en mano o depositarla en una urna. El acto de votar comprende el desarrollo cabal de la election, incluida la definition de su marco institucional, con la disposición de las reglas del juego y del quién tiene derecho a votar y ser votado. Tal es su banderazo de salida37. Le siguen la definition de la geografía electoral y la convocatoria a elecciones y, tras muchos pasos en medio, este cierra con la calificacion de los comicios y la proclamación de resultados, comprendidas las quejas interpuestas por irregularidades en el proceso. En páginas anteriores adelantamos algunos aspectos legales de los sistemas electorales, de suerte que obviaremos aqui el «tiempo» de definition de la norma. Nos concentraremos en la presentation de un conjunto de prácticas asociadas a las siguientes fases del proceso comicial; por este camino nos acercaremos también a la mecánica de la participación electoral38. Cabe señalar que enunciaremos aqui solo algunas de las múltiples prácticas electorales con las que nos hemos topado en el desarrollo de nuestro proyecto, pero más importante aún es advertir que tanto las prácticas como la cultura electoral toda cambiaron de manera muy significativa a lo largo del siglo -una transformación que corrió pareja a cambios sociales, politicos, económicos, culturales y juridicos, de la que no daremos cuenta en estas páginas.
La organización de las elecciones en el México del siglo XIX tuvo como un actor central a los ayuntamientos. Se tratara de elecciones directas o indirectas, asi como nacionales, estatales, provinciales o municipales, los trabajos prácticos correspondientes a la fase primaria de la elección recaian en la autoridad municipal39. La convocatoria a elecciones y la deinicion de la geografía electoral correspondían al gobierno nacional o estatal; la construcción de candidaturas para el caso de comicios nacionales y estatales también trascendia con mucho al ámbito municipal. Pero una elección habia que negociarla con los ayuntamientos y poderes locales. Habia que hacerlo porque dichas autoridades eran mediadoras entre la estructura social local y el mundo de la politica, de manera que eran lugar por excelencia para las campañas electorales; también porque conforme se fueron delineando con claridad los procedimientos para organizar los comicios, a los ayuntamientos competía: la definition de secciones electorales -una vez que dejaron de usarse las parroquias como demarcaciones comiciales-, el levantamiento del padrón o lista de votantes, el reparto de boletas y la instalación de casillas para el dia de la elección. Salvo la delimitación seccional, estas eran tareas que el ayuntamiento no hacia de manera directa, pero en reunión de cabildo se nombraba a los vecinos o habitantes de la localidad que debian hacerlo. Y tras la jornada electoral era de nuevo al ayuntamiento a quien tocaba hacer llegar los paquetes electorales a la autoridad superior correspondiente. Las tareas eran pesadas, más que los comicios se realizaban con bastante regularidad, lo que podia hacer que un ayuntamiento tuviera que organizar, al menos, una elección por año.
Los actores individuales y colectivos que participaban en los comicios eran múltiples y representaban un espectro social amplio que sobrepasaba, con mucho, el ámbito de las élites. Además de quienes integraban el cuerpo de votantes y electores -cuya deinicion legal tuvo variaciones importantes a lo largo de la primera mitad del siglo, si bien en general el derecho a votar fue bastante extendido-40, estaban los grupos politicos que promovian a sus candidatos: facciones, logias, partidos. Y que lo hacian a todos niveles: desde los barrios y poblados, hasta el Congreso nacional mismo, al interior del cual se formaban ligas y coaliciones. Con ellos los folletistas, redactores de prensa y caricaturistas, asi como los clubes electorales y asociaciones diversas -las asociaciones gremiales mismas, en las ciudades- que hacian las campañas de «agitación electoral», como las llamaban entonces, y movilizaban a los votantes. Cabe señalar que las campañas eran rituales electorales bastante incluyentes, en cuyas ceremonias, reuniones populares, procesiones civicas y convenciones habia una participación popular, incluso de personas sin derecho a voto, como llegó a ser el caso de las mujeres. De manera paralela, hacian su labor las autoridades encargadas de deinir distritos y convocatorias, así como de entregar paquetes comiciales e instalar juntas electorales; impresores -responsables de editar leyes y convocatorias-; cabildos, empadronadores, casilleros, integrantes de mesas electorales e instancias encargadas de la calificacion de las elecciones a todos los niveles de gobierno. Llegado el caso de desórdenes y demandas, se sumaban al proceso policias, guardia nacional y jueces. De esta suerte, como dice René Rémond, podemos afirmar que «en nuestra sociedad no hay un acto social que esté tan cerca de ser general» como el de las lecciones41. Porque, continúa,
[...] es verdad que hay otros de carácter universal: el servicio militar de los hombres, desde que se instituyó la conscripción obligatoria, la declaración de ingresos y el pago de impuestos para los contribuyentes. Pero la originalidad de la práctica electoral es que sigue siendo completamente libre. La abstención no conlleva ninguna sanción, a excepción de la culpabilidad individual42.
Sin duda la abstención fue un fenómeno muy presente en las elecciones del siglo XIX, pero quizás menos de lo que la historiografia tradicional ha asumido y, sobre todo, con significados más variados que la indiferencia y el rechazo a las elecciones43. Porque la abstention podía significar también consenso frente a los candidatos propuestos, o manifestar una forma de votación más comunitaria o corporativa que la del ciudadano abstracto definido por las leyes. Pero aceptando que la hubo, como fue el caso, habria que decir que la propia lucha contra la abstención abrió espacios de participación politica para organizaciones del tipo de la Sociedad Propagadora del Sufragio Popular44. En cualquier caso, a lo largo del siglo XIX hubo momentos de mayor participación popular en las elecciones y otros de retraimiento45. Está por hacerse un seguimiento de estos flujos de participation con perspectiva secular, así como un intento de deinicion de patrones de participación electoral.
A nivel de la fase primaria de los comicios, si bien esta se organizaba formalmente como elección en la que participaban votantes individuales, por largo tiempo -y quizás más en el campo que en las ciudades, aunque también en ellas-, quienes actuaban eran las fuerzas comunitarias. Tal era el sentido del voto cantado en las elecciones primarias: un voto colectivo. Los votantes concurrian a las urnas de manera organizada, en grupo. Y esto era cuando lo hacian, porque la práctica del «envio» de paquetes de boletas a las casillas era bastante común: sucedia con frecuencia que las boletas enviadas en paquete no hubieran sido validadas siquiera de manera directa por el votante, sino por alguien de la zona que supiera leer y escribir. Más que fraude, prácticas como estas eran «normales», en el sentido de que eran aceptadas. Tras ellas habia un voto comunitario que hablaba de una estructura social tradicional. El propio sistema electoral traducia una estructura social que, en sus inicios, era la corporativa heredada del antiguo régimen. Ciertamente, esta se fue transformando y, con ella, el sistema electoral, pero el patronazgo y las redes clientelares tuvieron un lugar importante en la movilización del voto durante todo el siglo XIX en México.
Ahora bien, este voto colectivo no implicaba la sujeción de las personas al control férreo de los caciques y sus redes. Este implicaba intercambios y las elecciones no siempre eran tersas. Tras ellas había altos niveles de conflictividad. ¿Esa conflictividad hablaba de elecciones competidas? No necesariamente o no en el sentido de que en ellas se enfrentaran necesariamente varios candidatos. De acuerdo con Antonio Aninno, de alguna manera, en su origen, las elecciones buscaron legitimar jerarquias sociales, de manera que «la competición se consideró más la excepción que la regla, aun si se daba frecuentemente en ciertos lugares»46. Sin embargo, muy pronto hubo competencia abierta, aunque fuera esporádica, que permitia cambios de grupos en el poder. La existencia de facciones muy polarizadas dio origen a lo que Richard Warren ha llamado una «cultura electoral vibrante y a veces violenta»47. A lo largo del siglo, en todos los niveles de gobierno hubo casos de competencia electoral; también elecciones con candidato único. Pero competencia o no, toda campana electoral politizaba, y además siempre estuvieron en juego acciones de reciprocidad. Y conforme avanzaba el siglo, y particularmente durante los años de la pax poririana en que el reeleccionismo dejaba poco espacio a la contienda politica abierta, la historiografia comienza a mostrar ya que tras los comicios habia una auténtica competencia entre grupos por ganar votos en torno a si y, con ellos en la mano, negociar parcelas de poder, cargos públicos, apoyos materiales o simbólicos...48
Las elecciones en el siglo XIX mexicano se prestaban a un juego politico importante: lejos estaban de ser del todo controladas por el gobierno central, caudillos regionales y caciques locales. Los regimenes electorales decimonónicos, aun en los momentos de mayor estabilidad politica, no eran máquinas bien aceitadas que gobernaran los procesos comiciales. Eran sistemas complejos que enfrentaban dificultades para su organización práctica a nivel municipal -desde la resistencia de los vecinos para aceptar ser empadronadores y casilleros, hasta problemas de carácter material como dificultades de votantes y electores para trasladarse a las juntas comiciales-, pero que además ponian en juego intereses muy diversos a nivel local, regional y nacional. De esta suerte, sucedia con frecuencia que grupos identificados con un mismo partido y hasta con los mismos candidatos actuaran con lógicas distintas, a veces encontradas49.
Contra creencias sostenidas por una historia tradicional, hemos de apuntar las limitaciones del aparato politico nacional para ejercer su inluencia sobre mecanismo que, en realidad, estaban bajo el control municipal y de los gobiernos de los estados. Lo anterior no quiere decir que las autoridades no intervinieran en los comicios o que no intentaran hacerlo, a todo los niveles de gobierno. El nacional presionaba; el estatal mandaba emisarios; el jefe politico manejaba juntas electorales; el local maniobraba con empadrones y casilleros, y hasta «fabricaba» votos... De suerte que habia cierto control social y politico, pero los comicios también eran espacios en los que se negociaban acuerdos politicos, se buscaban consensos y se sellaban pactos de reciprocidad. Lo que implicaba un gran esfuerzo y daba cuenta de una vida politica muy intensa.
En suma, en un escenario en el que participaban una multiplicidad de actores sociales, en el que se movian numerosos intereses y se negociaba con tal intensidad, podemos ratificar nuestra idea inicial de que los comicios tuvieron gran centralidad en la vida politica y social mexicana durante el siglo XIX. Que habia irregularidades, corrupción y fraude: sin duda. Pero como lo ha venido señalando la historiografia para la historia europea, estadounidense y latinoamericana desde hace varias décadas, este tipo de prácticas -más allá de haber representado un fenómeno «universal» durante gran parte del siglo XIX - tuvo en la época significados distintos a los que podríamos asignarles el día de hoy. Ciertamente habia prácticas, como la intimidación y la agresión fisica, que trasgredian toda regla -escrita o dictada por la costumbre-, y que violentaba los comicios; pero habia otras, como la concurrencia a las mesas electorales en grupo, la aceptacion entusiasta de beneicios materiales por acudir a votar, el intercambio de favores o la conformidad con el llenado de boletas por los notables locales a las que se otorga hoy en día un significado que no tenía entonces. Efectivamente, conductas como estas últimas parecen haber correspondido más a prácticas clientelares y de patronazgo propias de una estructura social tradicional que a actos de corrupción o manipulación propiamente dichos50. Esas prácticas lo que hacian, en realidad y con plena aceptación de los participantes, era trasladar comportamientos sociales a la esfera politico-electoral. En esa medida, permitieron generar consensos, articular esferas de acción y forjar alianzas que trascendian los ámbitos local y regional para incidir en la gobernabilidad del pais. Y las denuncias de tales prácticas en la época tildándolas de corruptas tenían que ver, muchas veces, más con conlictos entre grupos politicos que asi buscaban desprestigiar al contrincante, que con la excepcionalidad de dichas prácticas y su rechazo generalizado.
La intervención de diferentes sectores sociales en los comicios, en especial la participación popular en las elecciones primarias, fue generando una significativa cultura política entre la población, que fue interiorizando las elecciones y exigiendo de ellas lo que entendian que debian ser: espacios de negociación politica. Mas aún, ese reiterado ejercicio de asistir a las urnas, aunado a los intentos de diversos grupos por ejercer control, fue generando la toma de conciencia por parte de los actores politicos sobre su importancia en el proceso electoral y el peso de su participation para definir una votación. Ahora bien, en el contexto de un pais sin sistema de partidos organizados, sin partidos estables de alcance nacional -como fue el México del siglo XIX -, las fuerzas politicas tejian alianzas en torno a candidatos, pero muchas veces jugaba cada una con una lógica propia de acuerdo con sus intereses locales y regionales. Y estas logicas distintas definían diversas estrategias electorales e introducian elementos de gran incertidumbre en los procesos. Asi, los procesos electorales, aún sin ser competitivos, eran inciertos.
Hay una vieja pregunta que ha atravesado la historiografia politica sobre el siglo XIX en México: ¿eran democráticas las elecciones? La historiografia «tradicional» respondia que no lo habian sido y, desde esa premisa, descartaba todo interés por su estudio -como si esa historia hubiera representado un camino extraviado que no valiera la pena recuperar. Dificilmente la nueva historiografia politica podria sostener que las elecciones de entonces fueron democráticas. De hecho, publicaciones de las últimas décadas sobre el tema -historiografia referida tanto a la experiencia europea como a la latinoamericana- ha inscrito los comicios de la época en el marco de culturas politicas «predemocráticas»51.
Efectivamente, si bien la idea de la representación de una soberania popular y de las elecciones como procedimiento para hacerla efectiva se hizo presente en la Nueva España con la Constitución de Cádiz de 1812, la palabra misma de democracia se utilizó poco durante la primera mitad del siglo XIX mexicano. Y si bien la legislación y las prácticas electorales se transformaron de manera significativa en esas primeras décadas de vida independiente, ambas mantuvieron rasgos de importante contenido corporativo. El voto individual se consagró en la ley, pero atado a exigencias de vecindad y otorgado al hombre jefe de familia. Y todavia para la década de 1840 habia una parte de la nación politica que demandaba un sistema electoral estratificado que ordenara la vida política del pais. El Congreso constituyente de 1857 suprimiria, de una vez por todas, el requisito de vecindad para ejercer el voto y lo convirtió en derecho universal, si bien entendido por todos como masculino52; inscribió además su vocación democrática en el propio texto constitucional53. Pero por lo que toca al sufragio mismo, Francisco Zarco declararia en el seno del Constituyente su rechazo a la conservación del voto indirecto por su carácter no democrático. La «voluntad del pueblo», decia Zarco, era falseada «por el juego de cubiletes que se llama elección indirecta»54; el voto indirecto, sostenia, era
[...] un artificio para engañar al pueblo, haciéndole creer que es elector y empleándolo en criar una especie de aristocracia electoral que, mientras más se eleva en grados, más se separa del espiritu y de los intereses del pueblo»55.
Zarco y correligionarios perdieron la batalla y el sufragio indirecto se mantuvo en el texto constitucional hasta 1912. Para las últimas décadas del siglo XIX, el lenguaje común de la época podría identificar voto con democracia, pero fuera de la retórica oficialista, no se asociaba a los comicios con auténticos ejercicios democráticos. Mas aún, se puso entonces de manifiesto una conciencia de que había que educar al pueblo para y a través del voto como camino para alcanzar la democracia56. Y si la legislación mantuvo resabios corporativos, las prácticas comiciales lo hicieron mucho más: al margen de una legislación que establecia el voto individual, se conservaron conductas de voto comunitario y las redes clientelares como formas de movilizar el voto sobrevivieron al siglo. Ahora bien, ¿ese carácter no democrático de las elecciones las invalidaba acaso como mecanismos de negociación politica? 57No ciertamente. Se plantea asi el interés de su estudio en razón de su importancia como forma de hacer politica.
Asi, partiendo de la consideración de que «más allá de la democracia, el voto es un atributo constitutivo de la politica moderna» -expresión de Antonio Annino-, el historiador ha encontrado sentido a preguntarse acerca del significado del hecho de que todas las constituciones latinoamericanas hubieran considerado, de entrada, la cuestión electoral60. ¿Qué representó en su momento esta declaración de igualdad politica? ¿Acaso esa idea suponia la posibilidad de una minima igualdad social? La historiografia politica que comenzó a renovarse en el mundo occidental desde ines de la década de 1970 y que cobró fuerza a partir de las décadas de los ochenta y noventa -de la que nos declaramos deudoras- se planteó nuevas preguntas en torno al significado de los comicios a partir de las cuales cobró interés el estudio de las elecciones decimonónicas. Se cuestionó, por ejemplo, acerca del valor de unos comicios tan complicados de organizar y que, sin embargo, se celebraban de manera constante, a lo largo y ancho del pais, para nombrar a los integrantes de los poderes públicos de los diferentes niveles de gobierno. ¿Por qué si eran tan complejo llevar a cabo elecciones, se mantuvo su celebración y con todos los rituales que las acompañaban? ¿Para qué emitir tanta y tan diversa legislación electoral si los comicios solo cumplian la función de legitimar gobiernos? Y si en los comicios no se jugaba realmente, o no siempre, el relevo del poder, ¿qué se jugaba entonces? ¿No seria que las elecciones si tenian un lugar central en la politica y que participaban, también, de la articulación de otras esferas, como la social? ¿Existia una relación entre institución electoral, sufragio extendido e inestabilidad politica? ¿Qué lugar tuvo la violencia en la cultura electoral? Si tuviéramos que comprimir todas estas preguntas a una sola, quizás esta podría ser: ¿qué significo el acto de votar en el siglo XIX?
El acercarse a la historia politica decimonónica a partir de preguntas como las anteriores ha abierto el campo de la historia electoral y la ha hecho girar en torno a nuevos ejes. A esta historiografia ha interesado, desde luego, reconocer las prácticas de sufragio con sentido comunitario y corporativo; identificar los procedimientos comiciales «regulares» que, en sentido estricto, violaban las leyes electorales; valorar las limitaciones al voto libre en razón de actos de autoridad; pulsar los alcances de la alteración de resultados electorales; evaluar el impacto de la falta de actualización de las leyes electorales sobre la representación.... Pero la novedad con respecto a este punto poco tiene que ver con que la nueva historiografia haya demostrado el carácter no democrático de los comicios decimonónicos, sino con el carácter secundario que dicha constatación tiene para ella. El interés por el estudio de las elecciones decimonónicas radica en otra cuestión: en la valoración del lugar que tuvieron los comicios en la construcción de los poderes públicos, en su capacidad de articulación del mundo social y politico, en los espacios de negociación politica que logró abrir y, desde luego, en su participación en la construcción del ciudadano y de la representación politica en el siglo XIX.